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El Catoblepas, número 43, septiembre 2005
  El Catoblepasnúmero 43 • septiembre 2005 • página 21
Libros

Justicia y memoria

Esteban Molina González

A propósito del libro de Tomás Valladolid Bueno,
Por una justicia postotalitaria, Anthropos, Barcelona 2005

Si para alguna obra tuvo sentido la sentencia del clásico según la cual valía más quintaesencia que fárrago, esa obra es la de Tomás Valladolid. Cuando se trata de dar expresión al deseo hondamente sentido, digna y discretamente llevado, al dolor que produce nuestra historia, nuestro tiempo, Valladolid va al grano. No quiere que haya una palabra de más, pero tampoco de menos. Su prosa, su discurso, deja sentir la tensión del pensamiento. Permite imaginar el torrente de ideas y de palabras que le produce la indeleble presencia del sinsentido, hace presumir el titánico esfuerzo por someter y transfigurar en símbolos la rabia cívica del que asiste al recurrente espectáculo del maltrato de las personas, de la devaluación de la inteligencia, de la mercantilización de la memoria, y del desprecio de la ley.

No en vano la referencia a las experiencias totalitarias de nuestro pasado reciente es en este libro la clave de una reconstrucción de la democracia y el derecho para los ciudadanos del siglo XXI. Tomás Valladolid mantiene, en la estela de los planteamientos de Claude Lefort, que el totalitarismo es aquella ideología que recusa la noción de heterogeneidad social, de pluralidad de modos de vida, de creencia y de opinión; en otras palabras, una ideología que considera realizada la ilusión de la indivisión, de la identidad de la sociedad consigo mismo misma. Frente a la democracia entendida como forma de sociedad que hace de la indeterminación de su sentido último una seña de identidad, la sociedad totalitaria aparece como sociedad de la certeza, como sociedad en la que culmina la historia.

Pero con ser importante la cuestión de una reconstrucción por venir de la inversión totalitaria de los valores democráticos, lo que retiene la atención de Valladolid en este libro son las opuestas concepciones del derecho y de la justicia que animan al pensamiento democrático y a la ideología totalitaria. La fuente de la ley democrática está entre los hombres, pero ningún hombre tiene la clave del hombre, ningún hombre está en posesión de su verdad. La distinción entre lo legítimo y lo ilegítimo no puede ser, por tanto, decretada desde la certeza. Esta enigmática indeterminación impide que la cuestión de la legitimidad quede definitivamente resuelta y, por tanto, legitima la pregunta por lo que es o no es legítimo, por lo que es o no es justo.

La democracia moderna no reposa en una figura acabada; supone indeterminable el fundamento último del poder; deja vacante su sitio y le desincorpora el derecho y el saber. El trabajo de las ideologías en general y de la ideología totalitaria en particular, alentado por el temor a la incertidumbre, consistirá en rellenar el sitio del poder; en reincorporarle la ley y el saber; en rehacer a la sociedad un cuerpo; en fin, en volver a inscribir la sociedad en la certeza. La originalidad del libro de Valladolid estriba en poner en evidencia las argucias de ese trabajo y, entre ellas, la que considera más funesta para la historia reciente de la humanidad: la ordenación política de la sociedad termina por conducir al poder a decidir qué debe y qué no debe vivirse, quién debe y quien no debe vivir. El Estado deviene un instrumento de muerte cuando en él se concentran los medios de la vida. Arendt, Benjamin, Lévinas, Ricoeur proporcionarán a Valladolid el aparato crítico para desmontar esa ideología.

Desde esa crítica, y en diálogo esta vez con Antoine Garapon y Jean-Marc Ferry, Valladolid da los primeros pasos de una teoría de la democracia que convierta a las víctimas en el centro del sentido y, por tanto, de la legitimidad. Esta teoría parte de un firme principio ético-político: «Sin la presencia efectiva de las víctimas en la polis no es posible una legitimación democrática de la política.» Y aquí, Valladolid no mira sólo al presente, sino al pasado, esto es, a la necesaria y hasta ahora insuficiente recuperación de la memoria de las víctimas de los conflictos que han determinado nuestro presente –Guerra Civil Española, Segunda Guerra Mundial–, y que pretenden escamotearnos no pocos discursos para los que la democracia es más un adorno que un principio vital; pues, como afirma Valladolid: «La idea de justicia postotalitaria no sólo incluye el imperativo de recordar, sino el doble mandato de recordar de manera democrática y de democratizar de manera anamnética.»

 

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