Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 43 • septiembre 2005 • página 22
Reseña al libro de Arcadi Espada, Diarios, Espasa Calpe, Madrid 2002
—¡Anímate un poco! –exclamaba mi tía–. ¡Mira los arlequines!
—¿Qué arlequines? ¿Dónde están?
—Oh, en todas partes. A tu alrededor. Los árboles son arlequines.
Las palabras son arlequines, como las situaciones y las sumas.
Junta dos cosas (bromas, imágenes) y tendrás un triple arlequín.
¡Vamos! ¡Juega! ¡Inventa el mundo! ¡Inventa la realidad!
Vladimir Nabokov, ¡Mira los arlequines!
2002, 2003, 2004, 2005. ¿Por qué comentar un libro cuya publicación sucedió hace ya varios años? Porque sigue de actualidad. Porque su autor, el periodista Arcadi Espada (Barcelona 1957), que recibió el Premio Espasa Ensayo 2002 por su escritura, construye una certera reflexión sobre la tensa relación existente entre el periodismo y la verdad a partir de las noticias que diariamente surcaron 2001, análisis que a la vista del incómodo panorama nacional todavía resulta interesante leer.
La columna vertebral de los diarios de Espada es la denuncia de cómo lo verosímil ha sustituido a lo veraz en los periódicos, de cómo las técnicas novelísticas poco a poco han ido desplazando a las genuinamente periodísticas. «En cuanto al periodismo, grábese en letras de molde, suya es la infección, no la ficción» (2 de febrero). Por medio de múltiples recortes entresacados de la prensa del año 2001, Espada muestra cómo la ficción ha hecho su entrada en el periodismo. Las páginas de los periódicos se han poblado de arlequines que –como en la última novela de Nabokov (por donde tramposamente volvían a desfilar Lolita o Ada)– contaminan la realidad, alejando permanentemente los hechos. «Lo verdadero y lo verosímil no pueden confundirse en un discurso: cuando está uno no está el otro, a la manera del ser y la muerte. Si hubieran leído a Aristóteles lo sabrían» (2 de septiembre).
Guiado por esta intención, Espada aborda cronológicamente diversos sucesos: el supuesto caso de pederastia en el Raval, los asesinatos de ETA, los atentados del 11-S, &c. En especial, resulta impagable la sinceridad con que Espada se expresa acerca del terrorismo: en relación a la manifestación que recorrió las calles de Barcelona tras el asesinato de Ernest Lluch y culminó al grito de «¡DIÁLOGO!», apunta que fue la mayor manifestación conocida en apoyo a ETA, puesto que «sólo tenían miedo pero lo llamaban diálogo» (16 de enero); además, añade que los cadáveres son necesarios en los periódicos para que todos puedan ver claramente que el terrorismo no mata símbolos sino personas, «sin cadáveres se cumplen mejor los objetivos terroristas» (14 de septiembre).
Desde las coordenadas del materialismo filosófico, conviene advertir que Espada ha logrado desactivar tanto el Mito de la Cultura como el Mito de la Izquierda –de hecho, su toma de postura con respecto a la reciente política catalana es bien conocida por todos. Es así que Espada critica numerosos lugares comunes, como que todas las creencias merezcan respeto: «El miedo a 'ofender las creencias de cada cual' (como si las creencias no fueran la causa de las mayores tragedias) mezclado con la voluntad políticamente correcta de colocar el islam al mismo nivel de respeto que las otras religiones han abierto este cráter en los periódicos. La condescendencia hacia el islam (una cosmovisión que no distingue entre Dios y la Ley) se da, incluso, entre algunos temperamentos escépticos, proclives al más furioso de los antirrelativismos culturales, pero sorprendentemente relativistas en materia religiosa. Y desde luego, no: ¡no todos los ateísmos son iguales!» (17 de septiembre). Invectivas de las que ni el progresismo ni el posmodernismo salen bien parados. He aquí que Espada llega a comentar a propósito del éxito editorial de la novela Soldados de Salamina de Javier Cercas: «si irritantes son sus trampas retóricas, mucho más lo es su moralina: la novela tranquilizará a todos los papas antifranquistas, porque comprobarán que sus retoños no se han movido un paso del lugar, maniqueo y sentimentaloide, adonde ellos llegaron» (23 de marzo). Y con respecto al posmodernismo, nuestro autor se percata de su nociva influencia en el nuevo periodismo, que huye de cualquier clase de objetividad.
Mención aparte merece su diagnóstico de la foto Pareja en la playa con cadáver de Javier Bauluz: frente a quienes sostuvieron que aquella foto –con el tiempo portada del New York Times– era la prueba palpable de la indiferencia occidental hacia el drama de la inmigración, Espada demuestra su falsedad: si se abre el ángulo de la foto –contrastándola con otras fotos tomadas el mismo día del suceso–, dicha foto queda reducida al absurdo (el cadáver del inmigrante marroquí se encuentra rodeado de guardias civiles, periodistas y curiosos a respetuosa distancia). «Los hechos no tienen versiones [...] La verdad puede estar rota en mil pedazos, pero es una [...] Cuando uno acota un hecho y luego abre el ángulo sin encontrar contradicciones (versiones), es que estamos, probablemente, ante un hecho: es decir, ante el adecuado corte epistemológico que permite reconocer a un hecho como tal» (postdata).
Por demás, este libro tampoco está exento de guiños irónicos, por ejemplo: «Ha llegado el momento de confesar que la verdad me pone» (2 de septiembre). Al fin y al cabo, el humor es la metadona del filósofo. En resumidas cuentas, unos diarios de aquí te espero, para este tiempo en que el espejo del periódico ya sólo nos devuelve un espejismo.