Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org


 

El Catoblepas, número 44, octubre 2005
  El Catoblepasnúmero 44 • octubre 2005 • página 5
Voz judía también hay

Luces y sombras de Vargas Llosa

Gustavo D. Perednik

Un reciente artículo del célebre escritor peruano contiene un duro embate
contra el Estado hebreo. No es el único, ni es la primera vez

Mario Vargas Llosa, luces y sombrasMario Vargas Llosa, luces y sombrasMario Vargas Llosa, luces y sombrasMario Vargas Llosa, luces y sombras

¿Acaso todo el que critique a Israel merece ser acusado de judeófobo? No, no. Hemos venido insistiendo en que la crítica a Israel no es intrínsecamente judeofóbica, pero también sostenemos que a veces conlleva componentes que lo son y que pueden ser detectados como tales.

Tres posibles criterios de escrutinio son: la saña, la distorsión y la obsesividad, que permiten evaluar el grado de judeofobia incluida en un texto. El primero se refiere al vocabulario que utiliza para con los judíos, su religión o su Estado: la judeofobia se reconoce por un lenguaje brutal («país nazi», «religión de odio», «pueblo deicida», «cáncer del Medio Oriente», &c.).

El segundo, la distorsión, consiste en falsear deliberadamente los hechos a fin de criticarlos ulteriormente.

El tercero revela cómo una censura aparentemente moral se lanza exclusivamente contra el país judío como si se tratara del peor país del planeta. Se utiliza un microscopio para denostar los defectos de Israel, mientras se soslayan los crímenes de otros, aun si se trata de atroces regímenes.

Mario Vargas Llosa no odia a Israel, pero las sentencias que con relativa asiduidad emite sobre nuestro país destilan hostilidad. Los escritos; no su autor.

En ello se distingue de personajes como Saramago o Chomsky, judeófobos declarados en los que se reconoce al vuelo la patología que excita sus ánimos cuando se aluden a los judíos.

Vargas Llosa es más sutil porque varios condimentos matizan su agresión: elogios (aparentes y reales), conocimiento de Israel (nos visitó cinco veces, «habló con mucha gente», y aquí fue premiado) y otras «muestras de aprecio» que impiden reconocer el veneno subyacente.

En un artículo publicado en varios medios el 18 de septiembre, bajo el título de Luces y sombras de Israel, Vargas Llosa comienza por elogiar al Estado judío, «uno de los éxitos más notables de la historia contemporánea», ya que Israel logró «ser una nación próspera y moderna» que revivificó el hebreo y alcanzó un alto desarrollo tecnológico.

El aplauso se disipa cuando en el mismo párrafo la alta tecnología israelí se ejemplifica, no con algunos de los centenares de inventos israelíes en medicina, computación o agricultura, sino con su poderío militar y armamento nuclear.

Pero si nos atenemos a una lectura bienintencionada, hasta aquí no hay animadversión sino encomio, sobre todo porque al principio Vargas Llosa emerge airoso del criterio de la obsesividad: coloca a Israel en el contexto mundial y no lo trata como a una entelequia, como hacen habitualmente los antisionistas. Contrasta correctamente el progreso del Estado hebreo con el atraso de países como Egipto (que recibe ayuda exterior similar) o como Venezuela y Arabia Saudí (cuyo estancamiento Vargas Llosa hace bien en no perdonar debido a las «lluvias de oro negro» que dilapidan en pompa y burocracia).

Más aun, el autor de La ciudad y los perros exalta que Israel sea una democracia y que respete los derechos humanos. Pero precisamente en este punto abre la compuerta de la diatriba, cuando explica que las «excelentes costumbres democráticas israelíes se aplican sólo para los ciudadanos judíos y desaparecen cuando se trata del millón y pico de árabes israelíes... el 20 por ciento de la población. En teoría son ciudadanos a carta cabal, con los mismos derechos y deberes que los judíos. Pero, en la práctica no lo son, sino ciudadanos discriminados, para los que no existen las mismas oportunidades de que gozan aquellos y... tienen el simple movimiento físico recortado o suprimido con el argumento de... la seguridad de Israel».

La deformación es flagrante. Aunque las oportunidades son menores en ciertos terrenos para los árabes de Israel, los motivos son histórico-sociales y no de políticas de «discriminación», sobre las que Vargas Llosa no suministra ejemplo alguno.

Saltea que en Israel hay jueces árabes, diplomáticos árabes, parlamentarios árabes, y todos ellos se expresan con igual libertad que sus conciudadanos judíos, y con muchísima mayor libertad que cualquier otra población árabe del Medio Oriente. Más aun: si existen discriminaciones, son las que los favorecen.

Debido a que soy judío, mis hijos sirven en el Ejército de Defensa de Israel por tres años obligatorios, mientras los hijos de mis amigos árabes israelíes están exentos. Ni siquiera prestan servicios comunitarios que reemplacen empuñar las armas. ¿Debo sentirme discriminado como judío israelí, o entenderlo como parte de una realidad que Israel no ha buscado?

Como judío israelí, también tengo trabas para trasladarme de un lado a otro. No porque Israel quiera coartar mi libertad (ni la de ninguno de mis conciudadanos, árabes o no) sino porque debe defender a su población de los reiterados intentos de destruirnos que lanzaron nuestros vecinos, legitimados por Europa y minimizados por intelectuales como Vargas Llosa. Por ello, debemos ser inspeccionados (todos) antes de entrar a teatros o a bares, y pagar constantes gastos de guardias en escuelas y de puestos de control. Nada de ello tiene que ver con la discriminación.

El criterio de la exclusividad

En cuanto a las diferencias sociales, sería bueno que Vargas Llosa mencionara cómo se da en otros países, sobre todo en los que la población socialmente inferior no podría ser sospechosa de aliarse a enemigos que explícitamente bregan por la destrucción.

Siendo peruano, sorprende que Vargas Llosa no ponga grito en el cielo contra las trabas sociales (más graves que las nuestras) que sufren los indígenas en su país. Tampoco cuando fue candidato a presidente basó su plataforma electoral en la mejora de las condiciones para incas y aymaras, y puede sospecharse que no estaba entre sus prioridades. Pero en Israel, Vargas Llosa es de izquierda.

Y difunde su posición desinformando. Nos dice que «los primeros sionistas llegaron a Palestina en 1909». Uno se pregunta quién fundó las aldeas desde que Rishón Le'Zión en 1882 pusiera en marcha la redención ecológica de una tierra abandonada.

Pero ésa es una falsedad menor, en comparación con la injuria de llamar a Israel «país colonial». Si lo fuera, aprovecharía los recursos de sus colonias, porque para eso existen los imperios ¿Qué riquezas petroleras había en Gaza? ¿No sabe Vargas Llosa que lo único que llevó a Israel a ese territorio más pequeño que Andorra fue una guerra defensiva contra las bases terroristas? ¿Se preocupó de los palestinos discriminados en Gaza, antes de que Israel llegara allí en 1967? ¿Se preocupa de los palestinos discriminados por otros países, que los mantuvieron en la miseria como peones políticos en su cruzada por destruir la única democracia de la región?

No. La moralidad de Vargas Llosa se concentra en Israel. Para colmo, cita (mal) la peor injuria de Charles de Gaulle y luego la justifica. El francés en 1967 calificó a los judíos (y no a los israelíes) de «pueblo elitista, seguro de sí mismo y dominador». El exabrupto sirvió para dar renombre mundial al caricaturista Tim (seudónimo de Louis Mitelberg). Tim, superviviente del Holocausto –a quien De Gaulle había colocado personalmente la cruz de guerra por su valentía–, creó en esa ocasión el primer dibujo jamás publicado en la tapa del diario Le Monde. En él se limitaba a colocar los términos del presidente francés debajo de un judío escuálido estacado en un campo de exterminio.

La serie de distorsiones llega a su nadir en su caricaturesca descripción de la obra civilizadora del sionismo. Para Vargas Llosa los sionistas «casi siempre alegan derechos divinos, se posesionaban de un lugar y de unos campos, los cercaban y venía luego el Ejército a proteger su seguridad y a consumar el despojo, manteniendo a raya o expulsando a los despojados».

Esa parodia ocurre sólo en la propaganda judeofóbica y en su imaginación, y nuevamente no puede ofrecer ejemplos de ese «despojo», al que califica «el mayor obstáculo para la paz». Permítame recordarle otros candidatos a obstáculos: el terrorismo cotidiano, Arafat y sus bravatas, el adoctrinamiento de niños palestinos en el odio, las armas que siguen en poder del Hamás, el islamismo que pretende someter al mundo entero, y empieza por anunciar la eliminación de Israel.

Una más. Señor Vargas Llosa: los judíos tenemos sobre esta tierra derechos históricos, no divinos. En las cinco visitas que realizó a Israel ¿de quién ha oído lo de los derechos divinos?

Es la típica provocación de encajar en nuestra boca argumentos que no esgrimimos, para luego refutarlos con superficiales veredictos.

Claro que la práctica se aplica sólo contra los judíos, porque con respecto a los palestinos, la alta moral se queda abajo y se circunscribe a que «han defendido muy mal su causa debido a la práctica del terrorismo, a la ineficiencia y torpeza de sus líderes».

Matar a niños en una fiesta de cumpleaños y luego bailar para festejarlo, es «defender» mal una causa. ¿Qué causa, Vargas Llosa? ¿La de crear un Estado palestino democrático? ¡Pero si ésa viene siendo la causa de Israel desde hace cinco o seis gobiernos!

Los palestinos no «defienden» su causa. Intentan destruir la nuestra. Porque, sabe usted, los israelíes también tenemos causas a defender: redimir el desierto y crear una sociedad libre y democrática para el pueblo judío renacido.

No nos dedicamos a «torturas indiscriminadas» como calumnia usted sin aportar ejemplo alguno de sus judíos caricaturescos, «injustificables e indignos de un escritor civilizado», para parafrasearlo.

Recogiendo uno de los peores mitos judeofóbicos de la historia reciente, le atribuye al Premier de Israel matanzas de palestinos y ríos de sangre durante cuatro años por haber visitado el Monte del Templo (al que denomina árabigamente «Plaza de las mezquitas»).

Hasta aquí, en dos de los tres criterios Vargas Llosa termina por fracasar: la mentira y la obsesividad. Falta la saña, y en ella no incurre, pero la deja flotando para que judeófobos profesionales la tomen a gusto.

En efecto, así ocurrió al día siguiente de la publicación de su artículo.

Un tal Alberto Nolia, venezolano mínimo con veleidades de nazi, se lanzó a la diatriba judeofóbica aprovechando por un lado el clima propicio que provoca al respecto el general Chávez, y por el otro el artículo de Vargas Llosa, del que sacó en la radio de Caracas las siguientes «conclusiones»: «Israel es un Estado terrorista, una teocracia fundamentalista genocida que tortura muchísimo peor de que la Alemania Nazi, su ejército es las SS, y da asco».

(En rigor sostuvo que «hay países que dan asco» pero, previsiblemente en un judeófobo, el único ejemplo asqueroso que aportó fue el del Estado hebreo.)

Merecido castigo el de Vargas Llosa, que sus palabras fueran usadas por nazis, porque ha mentido de un modo que un escritor de su valía no debería permitirse a sí mismo. Sobre todo al final de su artículo, cuando explica que «en Israel y en Palestina tienen sus raíces tres de las cuatro grandes religiones de la historia de la humanidad». Notable. Creíamos hasta ahora que el Islam nació en la península arábiga y desde allí se expandió por la fuerza al Norte de África y España. No tiene en Israel raíces. Ni una sola vez Jerusalén o Palestina son mencionadas explícitamente en el Corán.

O cuando concluye dramáticamente que «ese puñado de kilómetros cuadrados ha hecho correr desde hace cuatro milenios más sangre y locura que cualquier otra región del mundo».

Ignoramos por qué Vargas Llosa ha optado así por minimizar las Cruzadas, el Holocausto, los pogromos, las invasiones hunas y mongolas, Chmielnicki, Stalin, dos guerras mundiales, la guerra Irak-Irán u, otra vez, la matanza de millones de indígenas latinoamericanos, también en su país. Sólo en Auschwitz fueron asesinados más de un millón de judíos, en una orgía de locura y sangre que supera en mucho a «las regiones del mundo».

Pero tan obsesionado está con Israel, que apenas en este pequeño país ve «más sangre y locura» que en Europa, Asia o las Américas.

Habríamos dejado pasar la nota de Vargas Llosa si se hubiera tratado de un exabrupto excepcional. No lo fue: se concatena en una pertinaz línea anti-israelí que sigue desde hace años. Una década atrás, con motivo del asesinato de Isaac Rabin, escribía Vargas Llosa que los judíos debíamos escarmentar por medio de anular el concepto de pueblo elegido (como si por el asesinato de Martin Luther King la cristiandad debía haber revisado su dogma de ser la iglesia elegida). Es decir que había que hacernos entender a «los judíos» que el moralísimo mundo de los Vargas Llosa no tolerará nuestros desbordes, por lo que sigue predicándonos ética a quienes somos duros de entender.

 

El Catoblepas
© 2005 nodulo.org