Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org


 

El Catoblepas, número 45, noviembre 2005
  El Catoblepasnúmero 45 • noviembre 2005 • página 22
Comentarios

Franco, treinta años después

José Manuel Rodríguez Pardo

Un ejercicio de memoria histórica a treinta años del fallecimiento de Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España por la Gracia de Dios

Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España por la Gracia de Dios
Francisco Franco Bahamonde
Caudillo de España por la Gracia de Dios
[del Dios católico de la Iglesia de Roma]

El 20 de Noviembre de 2005 se cumplieron los treinta años del fallecimento de Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España por la Gracia de Dios, según decían las monedas de la época, autor de un régimen de cuarenta años de duración que hoy es rememorado por medio de intensos y pasionales ejercicios de memoria histórica: desde esa versión oficial, el franquismo sería la más genuina muestra de la inexistencia de España, la de la verdadera España, la de la Tolerancia, la Solidaridad, la Democracia, los Derechos Humanos, la Libertad y otras tantas Ideas que forman parte de nuestra cúpula ideológica, que habrían sido abortadas por la reacción franquista y fascista retrógrada apoyada por el fascismo y el nazismo, y que habría provocado que España se sumergiese de nuevo en el oscurantismo y la leyenda negra, así como el exilio de los mejores intelectuales del país tras la guerra civil, mientras la Unión Soviética, presunto adalid de la II República, habría intentado, contra una auténtica conjura internacional y carente de los medios precisos, evitar el desastre español.

Con la victoria franquista llegaría, siempre según esta versión, el oscurantismo nacionalcatólico que consagraría un régimen fascista, cuyo tradicional saludo brazo en alto, cara al sol, estaría siempre presente en toda la vida española, del primer al último discurso declamado por Franco en la Plaza de Oriente, que además habría incluido el águila fascista en la bandera rojigualda, ya de por sí derechista; un dictador cruel, déspota, mediocre, vulgar y ramplón, que habría, literalmente, robado el protagonismo a los verdaderos actores de la Historia de España. Los intelectuales y políticos más importantes del país serían quienes, tras mucho batallar desde el exilio y representados en las personas de Madariaga, Gil Robles, y otros (el famoso contubernio de Munich), y tras atraer a toda la opinión pública internacional, habrían inspirado las protestas contra el régimen producidas en 1969.

Y no sólo eso: habrían logrado que, a la muerte del dictador, varios de los miembros más liberales del régimen se unieran a ellos y se produjera una vuelta a la legalidad repúblicana vulnerada en 1936, con el consiguiente retorno de los partidos políticos de la época, así como de sus herederos. El último paso sería recuperar la República, horizonte no muy lejano, ya que Juan Carlos I sería «un rey muy republicano». La versión paradigmática aquí contada sería la narrada por Pablo Preston, en la que se pasaría de La destrucción de la democracia en España (1981) a El triunfo de la democracia en España (1986), convirtiendo los cuarenta años de dictadura en un mero paréntesis. Por si esto resultara poco, el régimen franquista fue además repudiado por el Congreso de los Diputados en sendas resoluciones de 1999 y 2002, donde fue condenado el alzamiento de 18 de Julio de 1936 como fascista y opuesto a la legalidad republicana, con lo que la verdadera España, la de la Tolerancia, la Solidaridad, la Democracia, los Derechos Humanos, la Libertad, &c., habría retornado para bien de los españoles presentes y futuros.

Sin embargo, para quienes no comulguen con esta versión, propia de defensores del fundamentalismo democrático y lo políticamente correcto, semejante relato de los hechos no superará la categoría de mal chiste, una construcción ficticia realizada a partir de los escasos grupúsculos aún fieles al espíritu del 18 de Julio que «salen del armario» cada 20 de Noviembre. Y para no acabar estando convencidos de que Franco está a punto de perder la guerra civil, tendríamos que ejercitar nuestra memoria histórica hasta donde llegase. De hecho, para quienes nacieron después de 1975, Franco es Historia de España, y no parte de su biografía personal. ¿Cómo podría ejercitar la memoria histórica sobre Franco quien ni siquiera llegó a verle en vida? La memoria histórica, en tanto que sustrato común de la humanidad o de parte de ella (de los españoles en general) es un ejercicio imposible, pura metafísica, máxime si quien pretende hacer memoria es alguien que jamás vio a quien pretende recordar.

Escudo de España cuando los Reyes Católicos
Escudo de España
cuando los Reyes Católicos

Pero para quien fue coetáneo de Franco y además estuvo implicado biográficamente en su régimen, al cambiar de orientación ideológica necesita justificarse y disimular su pertenencia al franquismo, proyectando sobre los rivales políticos un presunto franquismo que los denigraría incluso como personas humanas. Es el caso de personajes como Juan Luis Cebrián, miembro de familia falangista y director de los informativos del Movimiento; Jesús de Polanco, receptor de numerosos beneficios en tiempos del franquismo por sus negocios editoriales; o Felipe González, que formó parte de las juventudes del Movimiento Nacional, por no citar a José Bono, cuyas costumbres le sitúan como paradigma del católico de comunión diaria, miembro de familia de clase alta tan habitual durante el nacionalcatolicismo, a pesar de loar con cierta asiduidad el pacifismo siendo Ministro de Defensa. Y como además la memoria a veces falla (las memorias de Girón de Velasco, Ministro de Trabajo con Franco, se titulan de forma nada accidental Si la memoria no me falla), es necesario justificarse con omisiones biográficas, resaltando lo más favorable y olvidando lo desfavorable, en forma escrita y detallada; y cuanto más venda, mejor.

Sólo considerando que el final del franquismo trajo consigo esta rectificación ideológica de muchos franquistas que se avergonzaban de su situación, y que buscaban proyectarla sobre otros para favorecer determinados proyectos políticos, podremos entender la avalancha de biografías dedicadas a Franco en estos últimos años, agudizada por el cumplimiento del aniversario de su muerte: unas para demostrar la maldad del personaje (Carlos Blanco Escolá, Franco: la pasión por el poder; Pablo Preston, Franco. Caudillo de España), y otras intentando valorar en su justa medida el franquismo (Pío Moa, Franco: un balance histórico; Luis Suárez, Franco); incluso no falta la del inefable Enrique Moradiellos, que le califica de forma sorprendente de caudillo casi olvidado (¿cómo explicar la paradoja de que a un «casi olvidado» le dediquen tantas biografías?).

Así, Escolá o Preston coinciden en presentar a Franco como un ser mediocre y ávido de poder, pero con semejantes epítetos en realidad quienes se califican son ellos mismos, mostrando su odio hacia tal personaje, lo que demuestra que no están escribiendo Historia, sino pensando en términos políticos actuales, como si Franco fuera el enemigo a batir. Términos muchas veces ridículos, con un resentimiento propio de niños que aún no han llegado a lo que Piaget denominaba la etapa de las operaciones abstractas, y que en lugar de explicar el mal, simplemente lo ejemplifican en Franco, como Platón ejemplificaba las leyes en el Critón bajo la forma de unas señoras malhumoradas.

Pero desde el punto de vista del materialismo histórico resulta inútil la descalificación de Franco y su régimen, considerándolo antihistórico, vencedor en contra de las leyes del auténtico progreso, como decía el socialista Juan Simeón Vidarte en Todos fuimos culpables. Que Franco fuera un general más hasta que en 1936 la situación española se vuelve insostenible no autoriza a descalificarlo como usurpador de las leyes históricas más allá de lo que hubieran podido usurpar Hernán Cortés, El Empecinado u otros personajes humildes que tornaron en importantes por sus acciones. Si así fuera, entonces tales «leyes históricas» no serían sino unas anteojeras que incapacitan a quien las utiliza para entender una sola palabra de Historia. La cuestión fundamental es que Franco venció y su régimen duró cuarenta años sin que nadie pudiera sustituirlo antes de su fallecimiento, y cualquier historiador que se precie deberá explicar por qué eso sucedió así, sin ulteriores justificaciones o lamentaciones gratuitas.

Bandera de España durante el franquismo
Bandera de España durante el franquismo

En consecuencia, en nuestra memoria histórica no dudaremos en destacar la polémica sobre la II República y la Guerra Civil habida en esta revista, donde se prueba que la ayuda recibida por Franco de las potencias fascistas no habría sido tan importante como se dice, y sobre todo nunca habría manipulado al bando franquista, como sí hizo la URSS con un desunido y conflictivo Frente Popular. Además, una vez perdida la II Guerra Mundial por las potencias del eje, el régimen habría cambiado de orientación (el saludo fascista habría desaparecido como saludo oficial del régimen; Raza, la película cuyo guión escribió el propio Franco, sería nuevamente versionada, y de antidemócrata pasaría a ser anticomunista). Y España, tras cuarenta años de franquismo, no sería la de la inestable y fugaz II República, un Estado de nivel económico medio semejante a la Italia de entonces, sino uno de los países más industrializados y modernos del mundo, incluso en camino de alcanzar el nivel económico de Japón, hasta la reconversión industrial aceptada servilmente por el PSOE, que frenó parcialmente esa expectativa.

Vistas las cosas, no pudieron ser los políticos de la República quienes provocaron la caída del régimen franquista, pues la capacidad de maniobra de Madariaga, Gil Robles y otros contubernistas era idéntica al cero. De hecho, los partidos políticos recuperados durante la democracia lo fueron por personas afines al régimen franquista, o elegidos por los partidos socialdemócratas y democristianos de Alemania: Adolfo Suárez pilotó la Transición como alto cargo del Movimiento; Rodolfo Llopis perdió la titularidad del PSOE, que pasó a manos de Felipe González, quien en Suresnes en 1974 renunció al marxismo y mantuvo contactos con políticos alemanes; Telesforo Monzón, José Tarradellas y otros políticos nacionalistas no serían quienes articularon el nacionalismo vasco y catalán, respectivamente, sino antiguos clérigos de familia carlista como Javier Arzallus o empresarios enriquecidos durante el franquismo, como Jorge Pujol, que fundó durante el régimen de Franco, junto a su padre, la Banca Catalana, con la que dispuso de enorme poder de financiación de la industria catalana y alimentó la especulación territorial en los años de la gran inmigración.

De hecho, si se mantuvo la paradójica identificación entre la II República y el antifranquismo no fue por la voluntad del pueblo español, sino porque terceras potencias estaban interesadas en desprestigiar con esa propaganda a España: Tuñón de Lara, durante la década de 1960 y años sucesivos, mantuvo en la ciudad francesa de Pau un seminario a sueldo de Moscú para formar a historiadores en la versión marxista puramente escolar y propagandística de la guerra civil española que Stalin había defendido en su día (la misma que mantienen muchos desde su memoria histórica), con un éxito considerable en el ámbito universitario mientras siguió en pié el Muro de Berlín y nadie osó oponérsele en sus tesis.

Analizando con cierto detalle el régimen, se puede decir que éste duró tantos años porque la oposición antifranquista no sólo no fue tan numerosa como tantos dicen, sino que funcionó dentro de los márgenes que la propia legalidad franquista ofrecía. El PCE pasó de la lucha armada del maquis a la infiltración en los sindicatos verticales, con lo que acabó siendo una parte más del sistema; incluso las huelgas de la década de los sesenta, más que contribuir al derribo del régimen, fomentaron y aceleraron reformas sociales que estaban entre sus propios objetivos (los sindicatos verticales fueron tanto un invento del comunismo como del fascismo o el corporativismo).

De hecho, podría decirse que la actual democracia de partidos es la transformación por anamórfosis de las facciones existentes en el régimen franquista (incluidos los nacionalistas, ya que las actuales lenguas autonómicas fueron estudiadas con fruición durante el franquismo), del mismo modo que los sindicatos UGT y CCOO son resultado de una seudomórfosis donde la apariencia falsa de sindicatos de clase encubre una función idéntica a la del sindicato vertical nacional sindicalista. Hasta la ETA, antifranquista y antiespañola, nació en un seminario franquista. Preston, con su habitual parcialidad, reduce la herencia del franquismo al golpismo (en clara alusión al 23 F) y el terrorismo, pero lo cierto es que toda nuestra clase dirigente procede del franquismo. Una frase resume esta situación con una plasticidad y precisión inusuales: lo peor del franquismo fue el antifranquismo.

Otra tesis que debe ser refutada es la que considera que Franco sería la derecha cavernícola, y que oponerse a él sería «de izquierdas». Pero el alzamiento de 1936 se hizo en nombre de la República; ahí está la alocución radiada de 17 de Julio de 1936 publicada en ABC seis días después, invocando la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad; ahí están Mola y Cabanellas, generales de tendencias liberales compañeros de viaje de Franco. Sólo tras el derrumbe definitivo de la II República con la entrega de armas del gobierno a los sindicatos de clase, fue abandonada esa perspectiva. Es más, el franquismo fue un régimen muy preocupado en rehabilitar todas las figuras de la Historia de España, incluyendo el liberalismo, que representa la izquierda genuinamente española: la estatua de Juan Prim en Reus, su localidad natal, fue repuesta tras haber sido derruida por el Frente Popular; los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós eran reeditados y la obra historiográfica de Menéndez Pidal, inspirada en la España eterna del liberalismo, se publicaba sin censura. Además, ¿acaso la bandera rojigualda no fue el símbolo liberal durante el siglo XIX? ¿No fue la bandera oficial de la I República? Absurdo resulta identificar la bandera rojigualda con la derecha.

Es más, quienes consideran que la socialdemocracia es la verdadera izquierda, deberían reconocer que el franquismo de los años sesenta y setenta, el que provocó un crecimiento económico nunca visto en toda la Historia de España, se basó en procedimientos perfectamente asimilables a la gestión y administración socialdemócratas; incluso la autoconcepción de burócratas que muchos políticos españoles actuales tienen, cuyo papel sería simplemente gestionar las fuerzas productivas, provendría del franquismo, donde los políticos eran burócratas y la retórica española pasó del soberbio he dicho al modesto muchas gracias con el que el Caudillo finalizaba sus alocuciones públicas, mediocridad retórica que podemos comprobar hoy día cuando escuchamos a cualquiera de nuestros políticos. Una vez asimilados el liberalismo y la sociademocracia por el franquismo, con la caída de la Unión Soviética las distintas generaciones de izquierda se encontraron sin discurso y asumieron por lo tanto como genuinamente suyo el antifranquismo, lo que les llevó a la indefinición política actual.

Bandera de España entre 1977 y 1981
Bandera de España entre 1977 y 1981

No menor censura y crítica merece la famosa tesis que señala que durante el franquismo «todo estaba prohibido», pues no sólo en los años sesenta ya había una gran libertad de prensa (con el filocomunista Triunfo publicándose sin censura), lejos de ese tiempo de silencio enunciado por los tópicos habituales, sino que las disciplinas universitarias, en especial las denominadas como «humanidades», vivieron un gran auge. De hecho, en la revista del Instituto de Estudios Políticos se daba noticia y se realizaba la crítica de La guerra civil española de Hugh Thomas ya el mismo año de su publicación en inglés, en 1961. Curiosamente, sería el Instituto de Estudios Políticos en época del gobierno del PSOE, así como Editora Nacional, quienes sufrirían una censura que deja en juego de niños a la denostada Inquisición: todas las obras de ambas editoriales fueron reducidas a pasta de papel, dentro de la peculiar damnatio memoriae que este partido introdujo en los primeros años de democracia.

Bandera actual de España
Bandera actual de España

Y es que a pesar de todos los epítetos y descalificativos que seguirán cayéndoles, Franco y el franquismo forman no sólo parte fundamental de la Historia contemporánea de España (la más importante, sin duda), sino que se inscriben de forma indisoluble en la tradición española. Lejos de ser un símbolo fascista, el águila presente en la bandera de Franco era el Águila de San Juan (la corona dorada tras su cabeza la delata), símbolo de los Reyes Católicos junto al yugo y las flechas, que fue conservado en la bandera constitucional hasta 1981. Stanley Payne en El régimen de Franco no duda en señalar que con Franco se culmina una tradición muy española que se remontaba al siglo VIII, aunque más bien habría que decir Franco fue un jalón más de la misma, de la tradición que es España, la que se remonta a Don Pelayo y al Reino de Oviedo, y que continúa a través del Reino de León, el Reino de Castilla y desemboca en la Hispanidad; la misma que es recordada en sus orígenes como Principado de Asturias desde 1388; la misma, en suma, que representa Don Juan Carlos I, Rey de España y sucesor de Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España por la Gracia de Dios.

El 21 de julio de 1969 se proclamó a Don Juan Carlos de Borbón como heredero de Franco en la Jefatura del Estado y futuro Rey de España
El 21 de julio de 1969 se proclamó a Don Juan Carlos de Borbón
como heredero de Franco en la Jefatura del Estado y futuro Rey de España

 

El Catoblepas
© 2005 nodulo.org