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El Catoblepas, número 50, abril 2006
  El Catoblepasnúmero 50 • abril 2006 • página 2
Rasguños

El estatuto catalán y la tregua de ETA

Gustavo Bueno

¿Son importantes los debates sobre el Estatuto de Cataluña considerados desde el punto de vista «de los problemas que conciernen a la Humanidad»?

1. El largo proceso de fabricación del Estatuto de Cataluña, aprobado ya por el pleno del Parlamento español, y dispuesto para ser sometido a referéndum (referéndum que se celebrará sólo en Cataluña, y no en toda España, aunque dicho Estatuto afecta a la propia Constitución española de 1978), ha suscitado enfrentamientos muy profundos. Si se quiere, ha suscitado la exacerbación profunda de enfrentamientos anteriores.

Muchos creen que existe una conexión objetiva –al margen de que hubiera sido o no planeada– entre la aprobación del Estatuto y el anuncio por parte de la banda terrorista ETA de una «tregua permanente» en su actividad criminal que busca aterrorizar al País Vasco bajo el pretexto de una guerra de liberación, pretexto que resulta ser reconocido por el propio gobierno español al aceptar la propia terminología de los asesinos, hablando de «pacificación». Pues es evidente que sólo cabe hablar de paz cuando existe previamente una guerra; supuesto inaceptable por un gobierno que teóricamente no reconoce el Estado Vasco, ni a la ETA como Ejército de Liberación Nacional, y no utiliza el Ejército, sino la Policía y los Tribunales de Justicia para combatir el terror.

Muchos creen también que esta conexión entre el Estatuto y la tregua significa la fase final del proceso de disgregación a medio o largo plazo de la Nación española. Y esto no solo lo creen, prácticamente en bloque, quienes votan al PP (casi diez millones de españoles, con cuatro millones de firmas recogidas recientemente pidiendo la retirada del Estatuto), sino también lo creen –y con ánimo de derrota y aún de catástrofe– algunos socialistas, incluso algunos de quienes formaron parte de la comisión parlamentaria que discutió el Estatuto, presidida por Alfonso Guerra, quien, tras votar Sí al Estatuto (que fue apoyado unánimemente por todos los diputados del PSOE, sin excepción alguna), manifestó una gran inquietud por la «desviación territorial que podía acarrear», y que le recordaba al desmembramiento de la URSS en los tiempos de Gorvachov, «salvando todas las distancias». Y, por supuesto, creen también, aunque eufóricamente, en esta conexión entre el Estatuto y la tregua todos aquellos que creen haber alcanzado con ello la Paz de la Victoria, a saber, los separatistas catalanes, los separatistas vascos y los separatistas gallegos, entre otros.

2. Pero, aún suponiendo que el proceso de desmembración de la Nación española esté prefigurándose con estos acuerdos políticos (cosa que no es fácil de aceptar, porque la unidad de hecho de España es más fuerte y más antigua en siglos que la unidad de la URSS, que en 1990 aún no había cumplido setenta años) quienes parecen reconocerlo, al menos en parte, y sin por ello alarmarse, son aquellos que tienen la mirada puesta en la Alianza de las Civilizaciones, y en una Humanidad desde cuya perspectiva las fronteras nacionales se presentan como «líneas de puntos» destinadas a ser borradas del mapa político global (quedando acaso, como ya lo pensaba don Julián Sanz del Río, en el Ideal de la Humanidad), como zonas susceptibles de ser coloreadas en el mapa mundi según sus culturas o costumbres, pero refundidas todas ellas en un Estado universal dotado de un Tribunal de Justicia también universal.

3. ¿Por qué no se alarman quienes gestionan o asisten a estos pactos acerca de los Estatutos y de la tregua terrorista? Por distintas razones, unas desplegadas desde la perspectiva universalista de la Paz y otras desde la perspectiva nacionalista de la autodeterminación de los pueblos de España (la que podríamos llamar «perspectiva Galeusca»).

a) Las razones de los humanistas pacifistas vienen a parar en el reconocimiento de unos estatutos como instrumentos orientados a conseguir la paz estable en la democracia. En efecto, el Estado habrá logrado superar el nacionalismo esencialista español y con ello la misma obsesión nacionalista. ¿No se reducen todas estas cuestiones a la condición de «cuestiones semánticas»? Así lo dijeron repetidas veces Rodríguez Zapatero y Peces Barba, por ejemplo. ¿Qué importancia tienen entonces estas cuestiones desde la perspectiva de la Humanidad, desde la perspectiva de la Alianza de las Civilizaciones, o de la Globalización? O sin llegar a tanto, desde la perspectiva de la Unión Europea o de la Paz. A fin de cuentas todas las naciones y nacionalidades de la Península Ibérica son regiones armónicamente integradas en la Unión Europea, que a su vez, se integrará ulteriormente, tras la Alianza de las Civilizaciones, en una confederación universal ajustada a los principios del Ideal de la Humanidad formulados por don Julián Sanz del Río (por cierto, plagiando a Krause) y reexpuestos por sus discípulos, como fueron Pi Margall, Giner de los Ríos y otros ilustres representantes del humanismo socialista planetario. Según esto la disolución de la Nación española en las nacionalidades históricas reales que la componen, considerada desde el punto de vista de el Ideal de la Humanidad, de la Globalización y de la Paz, la pacificación del País Vasco no es sino un paso hacia la paz de la Victoria de la Razón, del Progreso, de la Libertad y de la Paz perpetua, de la Tolerancia y del Diálogo; por consiguiente, la reforma del Estatuto catalán y la tregua de ETA son asuntos «que conciernen a la Humanidad».

b) Por otra parte las razones que alegan los secesionistas, de Galeusca, brevemente, para celebrar, como paz de la victoria, tanto el Estatuto como la tregua de ETA, no es otra sino la interpretación de este armisticio como señal de la próxima segregación de Cataluña, País Vasco y Galicia respecto de esa nación de naciones «superestructural» que se llama España, y su transformación en Estados independientes, separados de la pretendida Nación española por su cultura y su lengua, eso sí, dentro de Europa; una segregación que no excluye la posibilidad de que Cataluña, País Vasco o Galicia mantengan relaciones de amistad con Castilla-León, con Castilla-La Mancha, con Aragón o con Andalucía, como puedan mantenerlas con Bretaña o con Baviera. Cada cual hablando su lengua, es cierto, en su casa; pero hablando inglés en la casa de todos.

4. Las razones de los humanistas son metafísicas, porque metafísica es esa Humanidad global y pacífica que se da por existente, tanto por los krausistas como por los católicos, cuyo reino no es de este mundo. Solo la mala fe de quienes cierran los ojos a la realidad podrá alimentar la convicción de los humanistas que, desde su postura sublime (en la que el PSOE humanista confluye con la Iglesia, y Zapatero con el Papa, e incluso con Izquierda Unida –en su herencia del antiguo diálogo entre marxistas y cristianos–, se daban la mano en las manifestaciones contra la guerra del Irak) creen poder disolver todo nacionalismo esencialista. Porque esta perspectiva pacifista planetaria no es otra cosa sino un velo para encubrir que el Estatuto y la tregua abren real y positivamente el camino a otros nacionalismos no menos esencialistas, y mucho más radicales y mitológicos, a saber, el nacionalismo catalán, bajo la sombra de la patraña de Borrell I, el nacionalismo vasco, bajo la sombra de la patraña de Jaun Zuria, y el nacionalismo gallego, bajo la sombra de la patraña de Breogán.

 

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