Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas • número 50 • abril 2006 • página 19
Reseña del libro de Stanley G. Payne, El colapso de la República, los orígenes de la Guerra Civil (1933-1936), La Esfera de los Libros, Madrid 2005, 613 páginas
El ilustre historiador de EE.UU. aborda en este libro suyo, El colapso de la República, los orígenes de la Guerra Civil Española. Con muy buen sentido declara Payne que los historiadores han preferido ocuparse de los primeros años de la II República Española y no de su convulso final que dio lugar a la Guerra Civil Española. Así, pues, este libro se ocupa de analizar los orígenes de la Guerra Civil Española desde el año 1933 y particularmente desde el 16 de febrero de 1936, los últimos seis meses de la República.
Según Payne, los liberales españoles del siglo XIX pretendían ir más allá de lo que la sociedad española estaba dispuesta a consentir. Así, «la iniciativa liberal o radical pretendería empujar a las instituciones españolas más hacia la izquierda de lo que la sociedad estaba preparada o dispuesta a apoyar.» (pág. 17.)
La II República Española comenzó siendo un régimen radical. «La izquierda republicana pretendía excluir permanentemente a la derecha del gobierno.» (pág. 31.) Era un régimen exclusivamente para los republicanos. Lo único que les unía a las izquierdas era el anticlericalismo, el odio a España y a la derecha. Payne señala que «Conforme aumentaba la secularización, el anticlericalismo se convirtió en el principal denominador común de la izquierda». (pág. 37.)
Además, las izquierdas creían firmemente en el mito del progreso y de que la Historia les absolvería de todo lo que hicieran. Creían sinceramente que la historia laboraba en su favor: «La izquierda española estaba obsesionada con la convicción de representar la irresistible marcha de la Historia y de que la correlación de fuerzas políticas se había inclinado de manera decisiva a su favor.» (pág. 39.)
Respecto al PCE afirma Stanley G. Payne que «El Partido Comunista Español era, de hecho el Partido Comunista Soviético en España, controlado por Moscú de forma implacable. Lo más próximo a un Partido Comunista Español genuino e independiente fue una organización diferente, el exiguo Bloque Obrero y Campesino (BOC) de Joaquín Maurín, centrado en Barcelona». (pág. 47.)
La República fue un régimen de censura, sin libertad de expresión. La situación existente en España se asemejaba bastante al fascismo italiano. Payne señala que Mussolini llegó a «declarar en una ocasión, con su acostumbrada extravagancia, que, en España lo único similar al fascismo era Azaña, debido a su firme liderazgo. La comparación de la coerción del nuevo Estado republicano con el fascismo italiano se repitió en otras ocasiones, sobre todo por parte de la oposición católica durante 1931-1932.» (pág. 49.)
Respecto a la CEDA, Payne coincide con Pío Moa al señalar que la CEDA, «Al contrario que la izquierda revolucionaria y la derecha radical, la CEDA se comprometió con la legalidad y el parlamentarismo en interés de una drástica reforma de las instituciones políticas españolas para proteger los intereses católicos y conservadores.» (pág. 50.) Sin embargo, difiere de la perspectiva de Pío Moa cuando afirma que «Así la CEDA se convirtió en algunos aspectos, en el gemelo opuesto del PSOE.» (pág. 50.)
Los historiadores progresistas y los ideólogos del Frente Popular han insistido siempre en que la CEDA era un partido fascista y en que la insurrección de octubre de 1934 fue justa y legítima. Sin embargo, la represión fue muy blanda. Esto desmiente tales acusaciones. «La represión que se produjo con la República en 1934-1935 no tiene precedentes en cuanto a su moderación en la moderna historia de Europa occidental; fue la más moderada impuesta por cualquier Estado liberal o semiliberal que se haya visto amenazado por una gran subversión revolucionaria y violenta en la Europa de los siglos XIX o XX.» (pág. 167.)
El Gobierno del Frente Popular ya en marzo de 1936 en materia de orden público procedió a infiltrar milicianos revolucionarios en las fuerzas de orden público y a conceder volantes de auxiliares de la autoridad a las milicias socialistas y anarquistas. Era la degradación del Estado republicano. Lo mismo habían hecho en su momento los nazis en Alemania. A esto se unía el sistemático arresto de derechistas. «La política del gobernador civil de Granada fue el preludio de dos actuaciones que más tarde llegarían a ser habituales: la autorización a los revolucionarios para actuar como policías auxiliares, lo que garantizaba que se desobedecería la ley de manera incluso más grave; y la tendencia cada vez más frecuente, tras la violencia y los desórdenes protagonizados por la izquierda, a arrestar sólo a los derechistas, como si se les culpara por los desórdenes de la izquierda.» (págs. 294-297.)
La violencia callejera, el terrorismo fue iniciado por el PSOE y la CNT ya en 1933. En febrero de 1936 se inició de nuevo la violencia izquierdista. Lógicamente, como respuesta a esta violencia, la violencia de los falangistas comenzó a hacer su aparición. «Cuando la violencia procedió de los falangistas (y, en ocasiones, de la derecha), lo fue, al menos en principio, como respuesta a la violencia continuada de la izquierda.» (pág. 298.) Ciertamente, los falangistas liquidaron a unos cuantos del Frente Popular, es bien cierto, «Aunque la mayor parte de la violencia durante la República siempre había provenido de la izquierda.» (pág. 300.)
Este descontrol del orden público y esta política sectaria en contra de las derechas en la política de detenciones provocaron el alzamiento del 18 de julio de 1936. «Con argumentos sólidos, Edward Malefakis ha sugerido que en ese momento el fracaso a la hora de tomar medidas enérgicas para restaurar el orden fue crucial, porque hubiera sido más fácil llevarlo a cabo en marzo que más tarde o cuando las cosas se descontrolaron». (pág. 305.)
Respecto al 18 de julio de 1936, Payne señala que «Ciertamente, el gobierno se había asegurado la lealtad de la mayor parte de los jefes del ejército. La rebelión del 18 de julio sólo estuvo apoyada a nivel de jefatura activa, por el director general de los Carabineros (Queipo de Llano), dos generales de división (Cabanellas y Franco) y dos generales de brigada (Goded y Mola). Con todo, los cambios de destino por sí solos eran insuficientes para prevenir la conspiración que se había iniciado entre la derecha dura la tarde del 16 de febrero y que ya nunca cesó.» (pág. 309.)
Durante el mes de abril de 1936 aumentaron los desórdenes callejeros: «Durante el mes de abril, los desórdenes habían aumentado todavía más y asumido cuatro formas diferentes: ataques e incendios provocados contra edificios religiosos; huelgas y manifestaciones en las ciudades que, en ocasiones tuvieron un giro violento y conllevaron más incendios; ocupación directa de tierras en varias provincias del centro y el sur, bien a modo de apropiación permanente bien para imponer nuevas condiciones laborales controladas por los trabajadores, y enfrentamientos directos entre los miembros de grupos políticos, que generalmente llevaban a cabo pequeños escuadrones de choque o de la muerte izquierdistas (en su mayoría socialistas comunistas, a veces también anarquistas) y falangistas (y con mucha menor frecuencia de otras organizaciones de derechas).» (pág. 340.)
Estos desórdenes izquierdistas tenían lugar en un país con muchos movimientos revolucionarios. «En 1936 España se había convertido en el hogar de la más amplia e intensa panoplia de movimientos revolucionarios del mundo, en sí una situación destacable que seguramente requiere cierta explicación.» (pág. 415.)
Sin embargo, los partidos del Frente Popular no tenían un proyecto político común. Sólo les unía el odio a la derecha. «Todos los movimientos izquierdistas estuvieron de acuerdo en el principio de unidad para derrotar y excluir a la derecha pero, por lo demás, sus programas divergieron muchísimo y, en algunos casos, fueron mutuamente excluyentes lo que, en ocasiones, fue objeto de comentario por parte de ciertos líderes de la izquierda que se preguntaban cómo podría tener éxito una revolución colectivista en España cuando los propios colectivistas se enfrentaban entre sí de una forma tan intensa e inevitable.» (pág. 418.)
Estos partidos creían que en caso de guerra civil ganarían y estaban muy confiados en su triunfo. En este asunto, «la mayoría de los revolucionarios pecaban de un exceso de confianza en que ganarían en una guerra civil revolucionaria, aunque las probabilidades no les eran tan favorables como gustaban de creer.» (pág. 455.)
Calvo Sotelo fue amenazado de muerte varias veces por los políticos del Frente Popular. «La última, larga y conflictiva sesión ordinaria de las Cortes comenzó a las 7 de la tarde del 1 de julio y se prolongó durante doce horas, echada a perder por frecuentes gritos e incidentes. Al menos en dos ocasiones, los diputados se empujaron y golpearon, se expulsó de la Cámara a un diputado de la CEDA y el presidente de las Cortes, Martínez Barrio, incluso amenazó con abandonarlas en protesta. También fue ésta la sesión en la que el socialista Ángel Galarza contestó a Calvo Sotelo con un comentario contra él: «Pensando en su señoría encuentro justificado, incluso, el atentado personal», palabras que Martínez Barrio ordenó que se suprimieran de las actas pero que recogieron varios periodistas. Las palabras de Galarza predijeron su propio y futuro papel, ya que tan sólo unos meses más tarde, como ministro de Gobernación de la República revolucionaria del período de guerra, presidiría las masivas ejecuciones de Madrid. Galarza constituyó un buen ejemplo de que las amenazas y la violencia de los izquierdistas en la República se transformarían en asesinatos multitudinarios durante la Guerra Civil.» (págs. 455-456.)
Indalecio Prieto en 1936 inicialmente postuló la moderación de las izquierdas, pero llegado un cierto momento aceptó lo inevitable: la guerra civil y por tanto propugnó la unidad del Frente Popular «porque ahora creía que ya no existía esperanza alguna de redención inmediata de la situación política; en apariencia aceptaba cierto tipo de colapso, estallido o revuelta armada de la derecha como inevitable y que pronto tendría lugar.» (pág. 461.)
La gota que colmó el vaso de la paciencia de la derecha fue el asesinato de Calvo Sotelo. Este asesinato animó definitivamente a la derecha a la insurrección armada. Felipe Sánchez Román declaró tras el asesinato de Calvo Sotelo que «la República se había deshonrado para siempre» (pág. 485.) El gobierno del Frente Popular era cómplice de los asesinos y fue encubridor de ellos. Además entorpeció las investigaciones. «Aunque se prometió una investigación, el gobierno no hizo esfuerzo alguno por lograr la conciliación. Impuso la inmediata censura para ocultar la verdad y se preparó para la confrontación armada iniciando otra ronda de arrestos de falangistas y derechistas, como si éstos hubiesen sido los responsables del asesinato.» (pág. 486.)
Es que la República no fue democrática. Fue revolucionaria. «Mas que concentrarse en la democratización política, la Segunda República abrió un proceso revolucionario que culminó en una guerra civil.» (págs. 511-512.) Ese fue el gran éxito de la República.
Fue una República violenta. «Es obvio que la violencia política, bastante antes de la Guerra Civil, desempeñó un importante papel en la vida de la Segunda República, siendo en proporción más extensa en su conjunto que en el caso de cualquier otro régimen de la Europa central u occidental en el mismo período.» (pág. 535.)
La estrategia del PSOE era el desgaste del gobierno republicano mediante la violencia, atentados, asesinatos, &c. Se buscaba la dictadura del proletariado. Era una fase prerrevolucionaria a decir de Payne. «La estrategia socialista en 1936 se basó en una «estrategia del desgaste» –un debilitamiento fundamental del poder capitalista y clerical mediante huelgas, violencias e incautaciones de propiedades–. Lo que estaba teniendo lugar en España no era la revolución, sino la prerrevolución.» (pág. 538.)
Efectivamente, el asesinato de Calvo Sotelo precipitó el alzamiento del 18 de julio de 1936. Es un asesinato equivalente al de Matteoti en Italia en 1924. «El último y más intenso golpe fue el asesinato de Calvo Sotelo a manos de la policía estatal izquierdista e insubordinada, y de activistas socialistas. Este asesinato fue el equivalente funcional en España al asunto Matteoti en Italia en 1924, que dio como resultado una crisis que precipitó la instauración de la plena dictadura, mientras que aquél precipitó en último término la guerra civil.» (pág. 539.) Finalmente, como dijo Edward Malefakis la derecha, aterrorizada y temiendo su propio exterminio se vio obligada a sublevarse para sobrevivir: «Y en lo que respecta a la inquietante situación personal comparativa de los millones de seguidores de la derecha y la izquierda, ¿quién puede decir que el terror psicológico experimentado por los primeros en la primavera de 1936 constituyó una causa menos legítima de rebelión que las dificultades económicas por las que atravesaron los últimos antes de octubre de 1934?» (pág. 543.)
Este libro es complementario del libro de Pío Moa. El libro de Pío Moa es más breve y conciso y más claro. El de Payne es más académico y erudito. Tal vez sea más completo. Es bueno leer este libro después de leer el de Moa o antes.