Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas • número 51 • mayo 2006 • página 11
Continuación del análisis iniciado en El Catoblepas, 41:11 (julio 2005)
«Todo el concepto de competencia entre individuos carecería de importancia si los individuos fueran tipológicamente idénticos: si todos tuvieran la misma esencia. La competencia careció de significado evolutivo hasta que se desarrolló el concepto de variabilidad entre los individuos de una misma población. Cada individuo puede diferir en su capacidad de tolerar el clima, de encontrar comida y un lugar para vivir, de encontrar pareja y de criar a su descendencia. El reconocimiento de la unicidad de cada individuo y del papel de la individualidad en la evolución no sólo es de la máxima importancia para comprender la historia de la biología, sino que es una de las revoluciones conceptuales más drásticas en el pensamiento occidental» (Ernst Mayr, Una larga controversia: Darwin y el darwinismo, Ed. Crítica, pág. 93)
La «selección» en el contexto de las técnicas de cría y domesticación y cultivo de plantas (β-2)
Decíamos ayer, en la primera parte de nuestro artículo, que la cuestión darwiniana es la de hallar los principios de esa dinámica inmanente al campo de los vivientes orgánicos a través de la cual se generan nuevas especies a partir de otras (metábasis), esto es, la dinámica a través de la cual se produce variabilidad (proliferación de nuevas variedades) como para que tenga lugar la transformación de unas especies en otras.
Pues bien, la estrategia (gnoseológica) de Darwin en este sentido va a ser la de tomar, «como pista mejor y más segura» (El Origen..., pág. 57, Ed. Edaf), como modelo de producción de (nuevas) variedades en una misma especie, a las técnicas de cría y domesticación de animales y cultivo de plantas (β-2), regidas por un principio, «no hipotético», dice Darwin, sino plenamente efectivo como principio constitutivo de la «variación en estado doméstico», esto es, el «principio de selección artificial».
En efecto, en el seno de una misma especie proliferan, en «estado doméstico», nuevas variedades (razas) diferenciadas –producidas– a través de las técnicas de cría y domesticación de animales y cultivo de plantas, unas técnicas cuyo modo de proceder como veremos será la clave para hallar las causas de la producción de variabilidad en «estado natural»:
«No podemos suponer que todas las castas [domésticas] se produjeron de repente tan perfectas y tan útiles como las vemos ahora; realmente en muchos casos sabemos que no ha sido ésta su historia. La clave está en el poder del hombre para la selección acumulativa: la naturaleza produce variaciones sucesivas; el hombre las aumenta en determinadas direcciones útiles para él. En este sentido puede decirse que ha hecho por sí mismo razas útiles{1}. La gran fuerza de este principio de selección no es hipotética. Es cierto que varios de nuestros más eminentes criadores, aun dentro del tiempo que abarca la vida de un solo hombre, han modificado en gran medida sus razas de ganado vacuno y lanar. Para darse perfecta cuenta de lo que han hecho es casi necesario leer varios de los muchos tratados consagrados a este asunto e inspeccionar a los animales. Los ganaderos suelen hablar del organismo de un animal como de algo plástico, que pueden modelar casi como quieren [...] Lo que los criadores ingleses han hecho realmente se prueba por los precios enormes pagados por animales con buena genealogía; y estos han sido exportados a casi todas las regiones del mundo. El mejoramiento no se debe, generalmente, en modo alguno, al cruce de razas diferentes; todos los mejores criadores son radicalmente opuestos a estas prácticas, excepto a veces entre subrazas muy afines. Y cuando se ha hecho un cruzamiento, una rigurosísima selección es aún más indispensable que en los casos ordinarios. Si la selección consistiese meramente en separar alguna variedad muy típica y hacer cría de ella, el principio sería tan obvio como apenas digno de mención; pero su importancia consiste en el gran efecto producido por la acumulación en una dirección, durante generaciones sucesivas, de diferencias absolutamente inapreciables para un ojo no experto, diferencias que yo intenté inútilmente apreciar. Ni de entre mil hombres hay uno que tenga la agudeza de vista y el discernimiento necesario para llegar a ser un eminente criador [adversus «Creador», insistimos en lo dicho en nota 1: inversión teológica]». (Darwin, El Origen..., págs. 76-77, la cursiva es nuestra.)
En efecto, el hombre como criador de nuevas formas orgánicas «aprovecha» las diferencias individuales (no sólo morfológicas, también fisiológicas y etológicas) generadas entre los organismos de una misma variedad (es fundamental tener en cuenta que cada individuo, en tanto que diferente de los demás, representa una variación de la misma variedad), acumulando variaciones (conservando y haciendo cría de ellas) en tal o tal otra dirección diferencial a través de estas técnicas; así los hombres –los ganaderos y agricultores–, de generación en generación, propician el aumento de diferencias, en principio prácticamente inapreciables para un ojo inexperto, entre los organismos de determinada variedad hasta conseguir, en sucesivas generaciones, nuevas variedades altamente diferenciadas respecto a las generaciones de partida. El hombre, partiendo pues de «leves» diferencias percibidas entre los individuos (variaciones) producidos en el seno de una misma variedad (género), acumula variaciones en un sentido diferencial (selección) hasta conseguir generar, en n generaciones, nuevas variedades cuyas diferencias, tras el proceso selectivo, se hacen ahora patentes a cualquiera (fuerte caracterización).
Así, y he aquí el núcleo lógico del trabajo técnico selectivo del que Darwin extraerá consecuencias revolucionarias para el campo biológico, reiterando (recurrencia generacional: cría o cultivo) determinado esquema fenoménico de identidad (variedad) en un sentido diferencial (conservación y multiplicación de unas variaciones, y no de otras, de ese mismo esquema fenoménico –«selección»–, y no de una «mezcla» entre esquemas, según Darwin advierte) se producen, a través de tal recurrencia generacional y por efecto de esta «selección acumulativa», nuevos esquemas de identidad (variedades) antes inexistentes: una novedad que implica en efecto la transformación (a través, insistimos, de su reiteración no idéntica) de tal esquema de identidad (variedad) en otro(s) nuevo(s) de aquel derivado(s).
Vemos ya pues, en tal contexto técnico, cómo determinada variedad actúa como género en relación a otras, siendo así que el origen de las nuevas variedades está en las variaciones (diferencias individuales) producidas en el seno de una misma variedad y de la que las nuevas variedades derivan: la clave pues de este poder de transformación es esa «selección acumulativa» mantenida durante generaciones por los ganaderos y agricultores.
Pero veamos con detenimiento este asunto, y es que si se pierde de vista esta «estrategia gnoseológica» elaborada por Darwin, se pierde de vista el «largo argumento» que representa El Origen de las Especies.
Las «diferencias individuales» como material fenoménico de la selección
Los criadores y agricultores profesionales, insistamos, distinguen, aprecian, lo que ya implica cierta configuración operatoria de las mismas, determinadas diferencias entre individuos de una misma variedad –unas diferencias apreciadas o configuradas sobre todo en función de la demanda mercantil– a partir de las cuales son capaces, a través de la cría o cultivo selectivos, de propiciar que tales diferencias se acumulen, aumenten y se mantengan en un sentido (diferencial) u otro en las siguientes generaciones (se mantiene por tanto siempre la continuidad genética entre generación y generación no habiendo posibilidad alguna de «salto» o «intermitencia» entre generaciones): aquellas formas fenoménicas (fenotipos ejemplares) que interesa mantener según su valor mercantil (precio, aprecio) se conservan y se disponen para su reproducción, excluyendo de la cadena reproductora (diátesis causal) aquellas que no interesen, de tal suerte que son mayores las probabilidades de que en las siguientes generaciones aparezcan, sobrevengan, formas fenoménicas semejantes a las formas diferenciadas, en la medida en que las formas descendientes sólo lo son, y siempre, de las formas seleccionadas. Es decir, la circulación «natural» de relaciones de reproducción (diátesis compositiva) producida entre los organismos de determinada variedad, es alterada, es «irónicamente» dispuesta de otro modo (según técnicas que Bueno ha llamado de tercer orden{2}), de tal manera que tales relaciones continúan circulando{3} pero privilegiando, de un modo sostenido y sistemático a lo largo de determinado número de generaciones, y conforme a intereses mercantiles{4}, unas relaciones de reproducción (contacto sinalógico entre determinados individuos) frente a otras posibles; otras posibles que son, eo ipso, evitadas al quedar confinadas en la esterilidad. Una alteración técnica (nunca suspensión) de las relaciones de reproducción cuyo resultado supone en efecto la generación de nuevas variedades (nuevos esquemas de identidad) antes inexistentes.
Los criadores son así «creadores»{5} (inversión teológica), conforman nuevas variedades de una misma especie cuya existencia real no se podría explicar sin este principio selectivo; no es por tanto un principio hipotético: la realidad de las nuevas formas –que todo el mundo reconoce aunque sólo sea por el precio que se paga por ellas, subraya Darwin–, son prueba de la efectividad y eficacia de tal principio.
Ahora bien, unas nuevas formas en cualquier caso que, para que «lleguen a ser», para que «sobrevengan», es necesario disponer de organismos ya «naturalmente» diferenciados, es decir, el ganadero no puede «crear ex nihilo» cualquier forma (como se supone creó Dios a las especies), sino que sus producciones dependen de la generación de variaciones ya «en marcha»en una misma variedad («la naturaleza produce variaciones sucesivas; el hombre las aumenta en determinadas direcciones útiles para él», dice Darwin), haciendo que tales variaciones sean recurrentes generacionalmente y otras no, pero siempre partiendo de variaciones fenoménicas, esto es, y este es el núcleo gnoseológico de la argumentación darvinista, variaciones dadas en cuanto que percibidas, según unas diferencias que el criador o cultivador, por su pericia técnica, y conforme a la demanda mercantil, distingue entre ellas: diferencias pues que se dibujan en el espacio apotético relativo al demiurgo selector y que nunca puede ser desbordado si es que se pretende que la selección resulte eficaz{6}.
Queremos decir que el criador empieza a «ver» como destacadas del resto, de entre las variaciones que proliferan en una generación de determinada variedad, aquellas formas que le son demandadas desde los intereses mercantiles: así, mientras que tales variaciones, si no hay demanda de ninguna forma en concreto, se perciben, a los efectos, todas semejantes, indiferenciadas en el seno de la misma variedad, empezarán a verse selectivamente diferenciadas, conforme a determinados gradientes diferenciales, cuando tales diferencias estén en función de la satisfacción de determinados intereses mercantiles (tróficos, deportivos, recreativos...) que fijan los cánones de la selección{7}. Así, si el mercado, el mercado por ejemplo colombófilo, demanda «más buche» en las palomas, empezarán a distinguirse, y disponerse para su reproducción, aquellas variaciones en las que se aprecie, por leve que sea, una diferencia en el buche (si es que esta se produce), de tal modo que sólo entrarán en el circuito reproductivo aquellas palomas en las que el criador aprecie tal canon, esto es, «más buche» en tanto que criterio de diferenciación selectivo. Es el canon «más buche», demandado por el mercado, el que, aplicado al material fenoménico de partida (i.e., variaciones individuales de la misma variedad de palomas que proliferan ostensivamente en cada generación), introduce el criterio a partir del cual son distinguidas a efectos técnicos unas palomas de otras según grados –desde las que tienen el buche algo más sobresaliente a aquellas en el que éste apenas o nada sobresale–, criterio del que resulta la escala en la que determinados grupos de palomas aparecen técnicamente distribuidas (siempre conforme a sus diferencias individuales apreciadas por el criador).
El trabajo selectivo del criador consistirá entonces, partiendo de esta distribución, en disponer para su reproducción sólo de aquellas palomas que se encuentren en los grados de la escala cercanos al canon, excluyendo del proceso reproductivo a aquellos otros individuos que se encuentren distribuidos entre los grados de la escala más alejados del canon. Así, mientras que en las generaciones de partida será escasa la existencia de variaciones cuyos esquemas de identidad respondan a tales cánones –en cuanto que los individuos aparecen repartidos más o menos regularmente por todos los grados de la escala–, tras el proceso selectivo a lo largo de n generaciones, abundarán los individuos que ocupan los grados cercanos al canon del mismo modo que escasearán los individuos cuyo esquema de identidad permanezca más alejado del canon. Este desplazamiento de los individuos hacia el canon, en su distribución sobre los grados de la escala a lo largo de las generaciones, es el efecto producido por la selección artificial en la descendencia de una población. Mientras que en las generaciones de partida los individuos ocupan más o menos regularmente todos los grados de la escala, no siendo especialmente abundante el número de individuos que ocupan los grados cercanos al canon (variaciones incipientes), en las generaciones subsiguientes, sometidas a la presión selectiva del demiurgo selector, los grados más alejados del canon tenderán al vacío y los más cercanos tenderán a la superabundancia (fuerte caracterización): esta es la razón (medida estadísticamente: curvas de distribución) de la transformación (metábasis) operada por el principio selector («acumulación selectiva» en los grados cercanos al canon). Unos grados diferenciales que, en todo caso, insistimos, se desdibujarían, viniéndose abajo la propia escala, ante un observador inexperto, que no «apreciaría» diferencia individual alguna, quedándose así, por tanto, sin criterio selectivo; y es que en efecto son precisamente esas diferencias individuales (variaciones){8} en cuanto que percibidas, patentes, ostensivas, presentes al demiurgo el material de trabajo técnico selectivo:
«Las muchas diferencias leves que aparecen en la descendencia de los mismos padres, o que puede presumirse que han surgido así, por haberse observado en los individuos de una misma especie que habitan en una misma localidad aislada, pueden llamarse diferencias individuales. Nadie supone que todos los individuos de la misma especie estén fundidos en el mismo molde [vs. Fijismo, por ejemplo, los «moldes» de Buffon]. Estas diferencias individuales son de la mayor importancia para nosotros, pues con frecuencia son heredadas como es sabido de todos, y proporcionan así los materiales para que la selección natural actúe sobre ellas y las acumule, de la misma manera que el hombre acumula en una dirección determinada las diferencias individuales de sus producciones domésticas». (El Origen..., pág. 87.)
En efecto, son estas diferencias individuales entre los organismos de la misma variedad (no sólo morfo-fisiológicas, insistimos, sino también, tratándose de organismos animales, diferencias etológicas), el material fenoménico de partida, ya selectivamente elaborado por el ganadero o agricultor, desde el que se producirán, a través del circuito reproductivo canalizado por el criador, nuevas formas, nuevas variedades estables que el mercado demanda. Son estas leves diferencias, pero, lo subrayamos una vez más, solo en cuanto que percibidas («sensibles») por el demiurgo selector (diferencias entre los individuos que componen el material fenoménico presente al criador o agricultor), las que representan los «primeros pasos» a partir de los cuales se llega, en un determinado número de generaciones y, por efecto de esta «acumulación selectiva», a la generación de nuevas variedades en «estado doméstico», nuevas variedades que llegan a distinguirse de la variedad originaria hasta tal punto, tal es la fuerza de tal principio técnico de transformación, que muchas veces incluso parecen especies distintas, más que variedades de una misma especie (por ejemplo, la paloma buchona).
He aquí pues un principio, no hipotético (Darwin puede decir que no finge hipótesis), sino efectivo, y es que no en vano lleva funcionando desde el Neolítico hasta la actualidad, por el que se produce, manteniéndose el principio de continuidad causal a través de leves variaciones seleccionadas de la misma variedad (no hay ni puede haber «salto» ni interrupción entre las generaciones sucesivas con las que operan los criadores y agricultores: gradualismo), la transformación (discontinuidad estructural, aunque subespecífica) de una variedad (V) en otra u otras nuevas (V', V''...), figurando aquella necesariamente como origen (género) de esta(s): [V(V', V''...)]. Las diferencias individuales (o variaciones), en definitiva, que proliferan en el seno de cada variedad son, en tanto incipientes «primeros pasos» suyos, y vistas retrospectivamente, el origen de las nuevas formas, de las nuevas variedades en estado doméstico que ahora, una vez desarrollado el proceso selectivo, aparecen en efecto «fuertemente caracterizadas».
He aquí pues «el origen de las variedades domésticas por selección artificial» como prefiguración del origen de las especies por «selección natural»:
«Ciertamente, no se ha trazado todavía una línea clara de demarcación entre especies y subespecies –o sea, las formas que en opinión de algunos naturalistas, se acercan mucho, aunque no llegan completamente a la categoría de especies–, ni tampoco entre subespecies y variedades bien caracterizadas, o entre variedades ínfimas y diferencias individuales. Estas diferencias [sensibles] se mezclan entre sí por series insensibles, y una serie imprime en la mente un tránsito real. Por consiguiente, considero a las diferencias individuales, a pesar de su escaso interés para el sistematizador{9}, como de la mayor importancia para nosotros, por ser los primeros pasos hacia variedades tan leves que apenas se las cree dignas de mención en los tratados de historia natural. Y considero a las variedades que son en algún grado más distintas y permanentes, como pasos hacia variedades más intensamente acentuadas y permanentes; y a estas últimas como pasos que conducen a las subespecies, y luego a las especies. El tránsito de un estadio de diferencia a otro puede ser [1] en muchos casos el simple resultado de la naturaleza del organismo y de las diferentes condiciones físicas a que haya estado expuesto durante largo tiempo;[2] pero, por lo que se refiere a los caracteres más importantes y de adaptación, el paso de un estadio de diferencia a otro puede atribuirse seguramente a la acción acumulativa de la selección natural, que se explicará más adelante, y [3] a los efectos del creciente uso y desuso de los órganos. Una variedad bien caracterizada puede, por consiguiente, denominarse especie incipiente, y si es o no justificable esta creencia, ha de juzgarse por el peso de los diversos hechos y consideraciones que se expondrán a lo largo de esta obra» (El Origen..., págs. 94-95.)
La cuestión, cuya solución aparece avanzada en este texto («el tránsito de un estadio de diferencia a otro puede ser...»){10}, va a ser la de determinar cómo se produce este «desplazamiento hacia los grados cercanos al canon» en «estado natural». Veamos.
La «selección» pide, sin embargo, un demiurgo selector
Es así pues que el contacto reproductivo entre las unidades orgánicas disponibles aparece mediado, entonces, por la actividad selectiva de un organismo operatorio, el ganadero o el agricultor{11}, que dispone el material fenoménico de tal modo que consigue, o ha conseguido de hecho, a lo largo de generaciones, producir y sostener nuevas formas «fuertemente caracterizadas», canonizadas, es decir, nuevas formas fenoménicas (variedades fenotípicas) que, ahora, después de la selección sistemática, o por lo menos en algunos casos, se reproducen «por sí mismas», de ahí su estabilidad, sin necesidad de aplicar recurrentemente la mediación selectiva{12}.
El principio selectivo (que a través del largo argumento terminará siendo generalizado como principio constitutivo del campo biológico evolucionista) lo extrae Darwin entonces de las producciones domésticas en las que es necesario introducir, para explicar su existencia, un demiurgo selector (el que establece los gradientes de semejanzas/diferencias que configuran el material fenoménico){13} que las moldea, pero que las moldea no como se moldea un hacha de sílex, cuya forma se puede extraer partiendo de esta misma masa amorfa de sílex (hic et nunc), tomando como canon la forma de hachas de sílex pretéritas{14}. Es decir, conviene subrayar esta diferencia entre estas técnicas (de tercer orden) y otras (de segundo o primero): la forma del hacha de sílex se extrae de la misma materia individual atributiva amorfa (amorfa respecto de la forma de un hacha, no amorfa en absoluto) sobre la cual el demiurgo aplica las operaciones de desbastado según cánones procedentes de hachas previamente formadas (como contexto previo distributivo). En las técnicas de cría y domesticación de animales y cultivo de plantas, por las características de la materia de partida –la sustancia orgánica individual, cuya identidad sustancial como totalidad atributiva viene determinada por lo que Bueno ha llamado «criterio de Letamendi» (v. Bueno, «Los predicables de la identidad», El Basilisco, n° 25, pág. 19)–, no se puede extraer la forma del mismo individuo del que se parte (a riesgo de destruir su «identidad sustancial»{15}), sino que hay que conservarlo (como tal totalidad atributiva, y con todo lo que ello implica: control etológico para organismos animales, inmunológico, veterinario, protección contra depredadores o plagas, dieta...) para que una forma semejante (isológica) se reproduzca (sinalogía) en las siguientes generaciones, apareciendo la forma fenotípica buscada (canónica), por efecto de la acción operatoria del demiurgo selector, en unidades sustanciales distintas, aunque descendientes, de los individuos orgánicos de partida (manteniendo entre sí relaciones de identidad esencial). Es decir, y esta es, si se nos permite, «la madre del cordero» transformista: no hay ni puede haber identidad sustancial entre la sustancia orgánica de partida y la sustancia orgánica que termina por recibir la forma canónica (mientras que la sustancia individual que recibe la forma de hacha de sílex es necesariamente la misma desde el inicio de la actividad del demiurgo hasta el resultado final{16}). Para producir, a través de las técnicas de cría y domesticación de animales y de cultivo de plantas, nuevas formas (variedades) presentes tan sólo incipientemente en la generación de partida, se requieren por tanto varias generaciones entre las cuales, en los tránsitos de una a otra, el demiurgo selecciona, disponiéndolas para su reproducción, determinadas sustancias orgánicas (variaciones) cuya figura fenoménica (por su morfología: palomas con el buche algo sobresaliente...; por su fisiología: vacas que producen algo más de leche, toros sementales...; por características etológicas: caballos más veloces, perros más «juguetones», halcón de visión más aguda, toro «bravo»;...){17} se distingue, según determinados criterios, de entre las varias (variaciones) que proliferan en cada nueva generación, excluyendo del proceso reproductivo aquellos individuos orgánicos cuyas figuras fenoménicas no respondan a tales criterios canónicos.
Es así que el concepto de «selección» es un concepto, como vemos, de estirpe apotética{18}, betaoperatoria: seleccionar supone distinguir, discriminar, apreciar diferencias entre unas formas fenoménicas (fenotipos) y otras de la misma variedad, entre unas figuras apotéticas y otras copresentes al demiurgo operatorio –para que haya selección es necesario una pluralidad de formas, incrementándose, como subraya Darwin, el número de diferencias apreciadas si el número de individuos disponibles (variaciones) es mayor–: la «selección artificial» pues opera al intercalar diaméricamente entre las formas orgánicas un «demonio selector» que percibe, que conmensura esas leves diferencias en función de las cuales hace circular sistemáticamente las relaciones de causalidad diatética entre unos organismos y no entre otros, resultando, si tal operación selectiva se hace recurrente a lo largo de varias generaciones, nuevas variedades «fuertemente caracterizadas» de la misma clase, de la misma especie. Cualquier ligera diferencia (sea morfológica, etológica, fisiológica...), mientras sea apreciada por el selector («y que un ojo inexperto es incapaz de reconocer», insistimos con Darwin), puede ser, y es, decisiva para su disposición reproductiva, siendo el individuo en el que se aprecia tal rasgo diferencial «más apto» que otro organismo individual en el que tal variación individual no se aprecia. De este modo, en la siguiente generación, el número de descendientes de los individuos «aptos» son mucho más numerosos (en el límite son los únicos descendientes) que los descendientes (en el límite ninguno) de los individuos orgánicos «no aptos», siendo así que tal «aptitud» no se define como previa a la selección, sino que sólo se define en «concurso simultáneo» con ella (por utilizar la fórmula molinista).
Así sólo unos cuantos individuos obtienen descendencia en la siguiente generación, o, dicho de otro modo, los descendientes sólo lo son de unos cuantos individuos de la generación ascendente a los que se asemejan, lo que implica un incremento de diferencias entre una generación y otra, incremento dirigido por la selección operatoria (beta-operatoria) en determinado sentido diferencial («desplazamiento hacia los grados cercanos al canon»).
Por seguir con el ejemplo, en una variedad (V) de palomas existen en una generación ν1 diferencias entre los individuos que la componen, diferencias patentes al criador en cuanto que, por ejemplo, determinados individuos tienen el buche algo más sobresaliente (+bch) que otros (-bch). Pero +bch frente a –bch es una diferencia, configurada en un espacio apotético introducido por el demiurgo, que sólo se define en tal espacio, que solo se configura como espacio operatorio si está presente el demiurgo que percibe +bch frente a –bch, siendo además significativa tal diferencia, a efectos selectivos, si el mercado reclama tal canon. Así +bch, frente a –bch, se constituye, en este contexto, como un valor para el organismo, de tal manera que los individuos dotados con el valor +bch tienen mayores posibilidades de entrar en el circuito reproductivo que los individuos con (dis)valor –bch, en la medida en que las operaciones desplegadas por el demiurgo selector estarán orientadas a la conservación, y en su caso, disposición para la reproducción del valor +bch, así como a la evitación de la reproducción de los –bch. El rasgo +bch supone, pues, para el individuo así caracterizado, y en este contexto ecológico (el del mercado que demanda tales morfologías), una característica con valor adaptativo (fitness), frente a la característica –bch, puesto que los organismos con rasgo +bch se conservan (son conservados) por lo menos hasta una edad fértil. De este modo el criador toma de esta generación ν1 aquellos individuos con el buche algo más sobresaliente (+bch) y los dispone para su reproducción, esterilizando aquellos individuos que no tengan tal característica morfológica (-bch), produciendo así una nueva generación ν2, descendiente íntegramente de aquellos individuos +bch de ν1. Si en ν2 se produce un incremento de los +bch frente a los –bch, y aplicando en ν2 el mismo criterio para obtener ν3, y en ν3 el mismo para obtener ν4, y el mismo en νn para obtener νn.... se irán necesariamente incrementando las diferencias entre los individuos de cada generación en favor de los +bch hasta el punto que, entre los individuos de ν1 y los de νn existen más diferencias que entre los individuos de ν1 entre sí o los de νn entre sí. Este incremento, reflejado en el análisis estadístico de las curvas de distribución, se produce en función de la actividad selectiva del criador al intercalar este su actividad operatoria entre la actividad, en este caso igualmente operatoria (al ser las palomas individuos zoológicos), de tales organismos (desde que aprecia, distingue, «ve», las diferencias, hasta que dispone a las palomas para la cópula, con todo lo que ello implica, insistimos nuevamente, para su conservación hasta la edad núbil –dieta, control de la conducta, protección contra depredadores, parásitos...–), de tal modo que coordina su actividad con la de las palomas hasta conseguir el resultado programado: incremento de los +bch en νn generaciones.
Si la actividad selectiva del criador no actuase favoreciendo la reproducción de los +bch, de tal manera que los +bch y los –bch se reprodujesen entre sí indistintamente (sin que intervenga la acción de favorecer, por parte del demiurgo selector, la reproducción de unos organismos frente a otros), el incremento de diferencias entre ν1 y νn en favor de los +bch no tiene por qué darse{19}, hasta el punto que las diferencias entre los individuos de ν1 y los de νn serán semejantes a las diferencias que pueda haber entre los individuos de ν1 entre sí y de los individuos de νn entre sí.
Es pues la positividad de tal incremento («desplazamiento hacia el canon») producido por la selección «artificial», lo que permite conferir a tal principio operatorio (técnico) su carácter no hipotético, su carácter efectivo como principio generador de nuevas formas orgánicas, como causa de la variabilidad en «estado doméstico».
Vemos cómo, en efecto, los individuos orgánicos que forman una generación no proceden biunívocamente de cada uno de los individuos orgánicos de la generación anterior, sino que, por efecto de la selección del demiurgo, de entre los individuos de la generación ascendente, sólo unos cuantos (los seleccionados en función de tales gradientes diferenciales) se reproducen, no siendo los individuos orgánicos de la generación descendente, insistimos, herederos de cada uno de los individuos orgánicos de la generación ascendente, sino sólo de aquellos que son dispuestos para su reproducción en función de los criterios selectivos. Así en una variedad (V) las diferencias entre los individuos (ν1,ν2,ν3,ν4,νn,...&) de una generación (V1) y los de la siguiente (V2), inmediatamente descendiente de aquella, se producen en resumen:
Tenemos pues dos fuentes de variabilidad (positivizada en tal incremento): la primera produce variabilidad (producción de diferencias entre una generación y otra) en razón de que no todos los organismos de V1 se reproducen al generarse V2, ni los que se reproducen se reproducen las mismas veces, y la segunda fuente de variabilidad (producción de diferencias) vendría dada a través de la modificación producida con la descendencia (en la medida en que la a través de la herencia las formas descendientes son análogas, similares, a las ascendentes, pero no idénticas){22}.
Las operaciones del ganadero y del agricultor (su saber técnico β-2), consisten pues, en definitiva, en juntar (sinalogía) determinados organismos (con todo lo que ello implica, insistimos, en el cuidado de los mismos) disponiéndolos para su reproducción de entre los ejemplares fenotípicos (fenómenos) disponibles, y evitar que otros organismos dados entren en el circuito sinalógico reproductivo, pero todo ello siempre en función de sus diferencias individuales en cuanto que percibidas (apotéticas), con objeto de que en las siguientes generaciones aparezcan, sobrevengan, individuos con caracteres semejantes (isología) a los individuos orgánicos seleccionados, lo que tiene como resultado el incremento de diferencias entre los individuos de la generación de partida y los de las generaciones subsiguientes en función de las operaciones selectivas del demiurgo configuradas, a su vez, en función de los cánones demandados por el mercado. Se trata en fin, y dicho rápidamente, de incrementar la producción de determinadas isologías (fenoménicas), en detrimento de otras, entre los fenómenos (fenotipos) disponibles, incentivando el contacto sinalógico responsable de tales relaciones isológicas, y evitándolo en otras, pero siempre en función de unos gradientes diferenciales dibujados en el espacio apotético en el que se desenvuelve el demiurgo selector. De este modo, insistimos, si retirásemos el demiurgo operatorio se desdibujarían (desaparecerían) las diferencias individuales a partir de las cuales opera la selección.
Es así pues que toda diferencia (y semejanza) individual entre organismos se define en este espacio –se puede decir que en este contexto técnico aquello de esse est percipii–, como contenidos apotéticos suyos, circulando las relaciones reproductivas entre los organismos (y por tanto los «desplazamientos hacia el canon») en función de tales contenidos apotéticos presentes al demiurgo operatorio: todo organismo involucrado en tales técnicas aparece pues definido, por su morfología fenoménica característica (fenotipo), en función de gradientes diferenciales (diferencia/semejanza) relativos a otras morfologías igualmente copresentes al demiurgo selector, quedando los vínculos genealógicos (producción de nuevas formas) a expensas de las operaciones de selección (juntar/separar) desarrolladas en función de tales gradientes diferenciales.
En resolución, las nuevas formas, las morfologías (somáticas y etológicas) resultantes (nuevas variedades producidas en «estado doméstico») quedan estrechamente ligadas a, modeladas por, las configuraciones apotéticas del demiurgo selector de tal modo que tales operaciones selectivas, normalmente cooperatorias (canalizadas normativamente: gremios...), al propagar unas conexiones («hacer cría») y no otras de entre los organismos disponibles, representan en efecto el datur formarum de las variedades producidas en «estado doméstico»:
«Según la idea aquí dada del importante papel que ha representado la selección hecha por el hombre, resulta en seguida evidente por qué nuestras razas domésticas muestran en su conformación o en sus costumbres adaptación a las necesidades o caprichos del hombre». (El Origen, pág. 82, la cursiva es nuestra).
Límites de la selección artificial
Ahora bien, este «poder» de la selección del hombre, a través del cual se generan nuevas variedades partiendo de diferencias individuales muy leves dadas en una misma variedad, tiene unos límites en su potencialidad:
«Creo –continúa Darwin– que podemos comprender además el carácter frecuentemente anormal de nuestras razas domésticas, e igualmente que sus diferencias sean tan grandes en los caracteres externos y relativamente tan pequeñas en órganos o partes internas. El hombre apenas puede seleccionar, o solamente con mucha dificultad, alguna desviación de la estructura, excepto las que son externamente visibles [conceptos conjugados entre conocimiento y acción]; y, en verdad, raras veces se preocupa por lo que está interno. Nunca puede actuar mediante selección , excepto con variaciones que primero le son dadas, en cierto grado por la naturaleza. Nadie habría intentado nunca obtener una paloma colipavo hasta que vio una paloma con la cola desarrollada en cierto grado de una manera inusitada, o una buchona hasta que vio una paloma con un buche de tamaño algo desacostumbrado [conceptos conjugados entre voluntad y representación]; y cuanto más anómalo e inusitado fue un carácter al aparecer por vez primera, más fácilmente hubo de llamar la atención. [...].
No hay que pensar que sería una gran desviación de estructura para atraer la vista del criador; éste percibe diferencias extremadamente pequeñas y es condición humana apreciar cualquier novedad por ligera que sea, en las cosas propias. [...].
Un alto grado de variabilidad es evidentemente favorable, pues da ilimitadamente los materiales para que la selección pueda elaborarse; y no es que las simples diferencias individuales no sean lo suficientemente amplias para permitir, con sumo cuidado, la acumulación de una gran cuantía de modificación en casi todas direcciones que se deseen. Pero como las variaciones manifiestamente útiles o agradables al hombre aparecen sólo de cuando en cuando, la probabilidad de su aparición aumentará mucho más cuando se tenga un gran número de individuos. Por consiguiente, el número es de suma importancia para el éxito. [...]. Un gran número de ejemplares de un animal o planta pueden crearse solamente cuando las condiciones para su propagación son favorables. Cuando los individuos escasean, a todos se les deja propagarse, cualquiera que sea su cualidad, y esto impedirá de hecho la selección [artificial]. Pero, probablemente, el elemento más importante es que el animal o planta sea tan altamente estimado por el hombre que se preste la máxima atención aún a las desviaciones más leves de sus cualidades y estructura. Sin poder prestar esta atención no puede lograrse nada» (El Origen, págs. 82-84, cursiva nuestro.)
Las diferencias individuales, en tanto que material fenoménico de partida, suponen, como hemos dicho, determinados gradientes diferenciales (buche «más o menos pronunciado», «más o menos» cantidad de cl. de leche segregada, «más o menos» velocidad desplegada....). Pero unos gradientes, sobre los que se dibujan las diferencias individuales de los organismos, que tienen un límite en la distinción entre un grado y otro: la propia morfología (somática y etológica)«organoléptica» del demiurgo selector que introduce tales gradientes, con sus umbrales perceptuales también característicos. Es decir, el demiurgo selector percibe, discrimina entre las distintas variaciones individuales de la misma variedad, como para producir, a través de la selección sistemática (o incluso asistemáticamente{23}), nuevas variedades, pero, sin embargo, no conmensura, por sus propios límites organolépticos, aquellas diferencias que se mantienen insensibles (por mucha agudeza que muestre un criador), es decir, aquellas diferencias que se mantienen fuera del alcance operatorio (apotético) del demiurgo selector. El material fenoménico –las variaciones individuales– es evaluado conforme a diferencias fenoménicas entre los organismos, fenómenos conmensurados, a su vez, conforme a las posibilidades perceptivas de la morfología operatoria del demiurgo selector. No hay posibilidad de «selección», por tanto, «más allá» de estos límites, de manera que parece tal concepto poco operativo en la generalidad del campo biológico: parece no ser esencial al campo biológico, al ser un concepto de estirpe fenoménica, dependiente de la «omnipresencia» de un demiurgo selector.
Y es que si tenemos como referencia la totalidad del campo biológico, y no sólo aquellas partes suyas sobre las que actúa la selección artificial, ¿quién selecciona?, ¿qué demiurgo?, ¿cuál es el sujeto que puede apreciar diferencias entre las formas de cada generación y hacer cría de las «más aptas» de entre las varias que proliferan?{24}, y además, ¿«más aptas» con respecto a qué, si esta «mejor aptitud» venía determinada por el mercado y los cánones (criterios canónicos de selección) por él demandados? Dicho de otro modo, ¿qué vigor productivo alcanza tal principio selectivo como para dar de sí la enorme variabilidad producida en el contexto de la totalidad del campo biológico? En definitiva, sin sujeto que asienta y sostenga los criterios canónicos en función de los cuales aparecen los distintos grados diferenciales de la escala, no hay posibilidad de «selección»: ¿qué vigor puede tener tal principio para la producción de variabilidad en «estado natural»?
Porque, en efecto, para que las técnicas ganaderas y agrícolas prosperen, según hemos visto, es necesaria la actividad perceptiva, selectiva, del demiurgo, un demiurgo que opera a partir de materiales copresentes (diferencias individuales percibidas) que se mantienen a su escala, la escala betaoperatoria propia de las técnicas (β-2) de referencia: «percibir», pues, determinadas diferencias es un «percibir» (apotético) configurado además prolépticamente conforme a reglas o normas determinadas por las propias técnicas de selección, y es que, insistamos, «sin prestar esa atención no puede lograrse nada» (El Origen..., pág. 84). Es por esto que el principio de selección artificial tiene unos límites, en la posibilidad de su generalización a la totalidad del campo biológico: el criador y el cultivador, en cuanto que también son organismos (organismos zoológicos), parten in medias res de aquellas diferencias individuales, formas diferenciadas en tanto que figuras apotéticas (fenotipos), que permanecen entre los umbrales de su percepción. Es decir, el demiurgo antropológico sólo puede acumular diferencias cuando estas son apreciables en los contextos apotéticos en los que, en tanto que organismo animal, se desenvuelve, de tal modo que la proliferación de variedades producidas en el seno de la misma variedad, según el principio de selección artificial, viene limitada por aquellas formas que los hombres son capaces, por su constitución organoléptica, de discriminar entre las formas orgánicas de su medio en torno, además de que no toda variedad responde a las técnicas de cría y domesticación y cultivo (algunas son susceptibles de doma, pero no de domesticación; otras, ni siquiera son «domables»): no toda variedad se deja «envolver», sea por motivos etológicos, fisiológicos, genéticos, mecánicos..., por las operaciones técnicas ganaderas o agrícolas. Pero además, en cualquier caso, la selección operada por tales técnicas representa un tiempo ínfimo (del Neolítico en adelante) en relación al tiempo, medido geológicamente, de duración del campo biológico.
Lo que queremos decir, en definitiva, es que el demiurgo selector que opera «artificialmente» no es coextensivo al campo biológico, ni tiene presente toda diferencia individual (ya no fenoménica sino esencial), sino que necesariamente se mueve a una escala betaoperatoria («sensible»), sólo desde la cual la selección artificial resulta eficaz.
Parece pues que si tal principio selectivo se aplica a la totalidad del campo, la selección pierde la escala a la que resulta efectiva: como seleccionar depende de la disposición organoléptica del demiurgo, este solo puede discriminar diferencias individuales de entre aquellas que puede percibir, y, además durante un tiempo, el que duran las generaciones antropológicas del Neolítico en adelante, insuficiente como para producir nuevas especies a partir de otras{25}: es decir, el hombre, por mucha pericia que tenga como ganadero o como agricultor, selecciona de entre las formas que distingue perceptivamente, quedando fuera de los umbrales de la percepción «diferencias»(de carácter nouménico, digamos) entre los individuos disponibles que no puede apreciar (ignorabimus) y que, sin embargo, tienen influencia sobre las generaciones subsiguientes (las llamadas variaciones al«azar», esto es, sobrevenidas con independencia de la actividad selectiva). En definitiva, sin demiurgo selector se pierden de vista las propias «diferencias individuales» (y también los grados en los que los individuos aparecen distribuidos) en tanto que material fenoménico sobre el que actúa la selección.
La «selección natural» derivada de la «lucha por la vida»: proceso de neutralización de las operaciones del demiurgo selector
Ahora bien, Darwin sugiere, más que decir claramente, que en el proceso de cría selectiva el propio selector no permanece exento a tal proceso, sino que también se «moldea» –se canoniza– en él. Esto es, se sugiere, y no por ser una mera insinuación deja de estar implícito necesariamente en su argumentación, hasta tal punto que la propia argumentación se vendría abajo si no se asume tal sugerencia tácita, que el concepto de «selección» en el sintagma «selección del más apto» tiene dos sentidos: genitivo objetivo y genitivo subjetivo. Esto es, en el contexto de la exposición darvinista de la selección artificial se insinúa, como ha observado Hooker en una carta dirigida a Darwin, que el hombre, los hombres al seleccionar, al producir nuevas variedades de una misma especie a través de las técnicas ganaderas y agrícolas, no sólo selecciona, y por tanto propicia que sobrevivan, hasta consumar su reproducción, las «más aptas» de entre las producciones domésticas en función de las diferencias percibidas (aptas, insistimos, en el contexto de las exigencias del mercado), sino que los hombres mismos no permanecen ajenos, o no quedan exentos (ni adanes, ni robinsones), a este proceso selectivo: los hombres mismos están, por así decir, siendo seleccionados al seleccionar, y es que la propia supervivencia de los hombres está comprometida en estas técnicas de cría y domesticación y cultivo de plantas, ya que el motivo del desarrollo de estas técnicas es esencialmente un motivo trófico (heterótrofo).
Es decir, así como las formas canónicas demandadas en el mercado son las formas que van a terminar seleccionándose en las producciones domésticas (desplazamientos hacia los cánones), del mismo modo, y dicho un tanto abruptamente, la supervivencia del ganadero o el agricultor en el contexto mercantil, y con él determinados grupos antropológicos, depende de su pericia al seleccionar los ejemplares de los que dispone para su reproducción: la prosperidad de poblaciones enteras depende del comportamiento operatorio –coordinación de las operaciones en función de un medio percibido– del ganadero y agricultor; poblaciones enteras dependen en su régimen trófico de pequeñas diferencias que el demiurgo aprecia de entre las varias formas que proliferan en una misma variedad, siendo esta «apreciación» misma una «diferencia individual» codeterminada en el circuito selectivo{26}.
Dicho de otro modo, la selección artificial opera, según habíamos dicho, al intercalar diaméricamente entre las formas orgánicas un «demonio selector» que percibe diferencias en función de las cuales circulan las relaciones de causalidad diatética entre unos organismos y no entre otros, resultando nuevas variedades «fuertemente caracterizadas» de la misma clase, pero resultando también nuevas variedades de la clase a la que pertenece el propio demiurgo selector, puesto que tal demiurgo se sostiene a través de ese proceso selectivo en el que está intercalado. Es decir, la actividad del demiurgo selector no «sobrevuela», por así decir, el campo biológico, sino que se su desarrollo (el propio ejercicio conductual operatorio) se determina en él en tanto que «variaciones» intercaladas en el proceso de generación de variabilidad: las configuraciones apotéticas representadas por el demiurgo selector, en donde se dibujan las diferencias individuales (las morfologías corpóreas) de los organismos de referencia, son en sí mismas un fenómeno biológico –etológico– y, en tanto que tales, no permanecen exentas a la propia presión selectiva: por normalizadas que estén las operaciones de las técnicas de selección no son ajenas a la presión ecológica, es más, forman parte determinante de tal disposición ecológica al ser el principio organizativo de la misma en función de la cual se forman nuevas genealogías.
Un demonio selector, además, que no tiene por qué pensarse como exclusivamente antropológico –aunque sí zoológico–, puesto que cualquier organismo animal puede cumplir las funciones del demiurgo selector en la medida en que es a través de las configuraciones apotéticas de cualquier individuo zoológico (en donde, insistimos, se dibujan las «diferencias individuales») como circulan las relaciones de reproducción: la actividad selectiva zoológica favorece unos vínculos reproductivos y no otros (selección sexual, depredación....), de tal modo que el circuito diatético compositivo se determina (genealogías) conforme a la actividad selectiva de cualesquiera individuo en relación a cualesquiera otro en el contexto de la «lucha por la existencia» (ecologías).
Dicho de una vez por todas, no es el hombre, los hombres, los únicos organismos que «seleccionan», es decir, el demiurgo selector que media en las relaciones entre los individuos orgánicos no es exclusivamente antropológico, y esto, precisamente es lo que permite desbordar el ámbito fenoménico, betaoperatorio, en el que se desarrolla la selección artificial, puesto que si no es el hombre el único organismo que «selecciona», es porque todo organismo, con su actividad (y ya no sólo etológica: aquí ya se ve involucrada la actividad de los organismos de los «cinco reinos») está modificando, alterando, el medio en el que se desenvuelve, un medio también constituido por los organismos con los que entra en relación (trófica, reproductiva...), no permaneciendo ajeno el propio organismo a tal alteración (esta relación dialéctica entre organismo y medio es lo que Baldwin concibió como «acomodación»{27}): cualquier variación de los organismos, por ligera e «insensible» que sea («insensible» desde un punto de vista betaoperatorio), determina y está determinada por (codetermina) sus relaciones mutuas, es decir, cualquier alteración o variación es una diferencia individual, ahora ya no fenoménica sino esencial, en función de la cual circulan las relaciones diatéticas compositivas. La propia existencia de un organismo supone la ocupación de un lugar que no ocupa otro diferente (omni determinatio est negatio), determinando una condiciones ecológicas por las que transitan las relaciones genealógicas.
Estas diferencias individuales, ya no definidas insistimos en cuanto que percibidas (fenoménicas), ya no relativas a un demiurgo selector etológico (cualesquiera), sino como diferencias individuales absolutas (esenciales), generadas con la actividad de los organismos en mutua coinfluencia –lo que Darwin ha llamado «lucha por la vida»–, son los materiales sobre los que actúa la «selección natural», que no es sino la codeterminación formal de la materia (diferencias individuales) resultante de tal actividad en mutua coinfluencia; una actividad orgánica, esta sí, omnipresente (coextensiva) al campo biológico: «He denominado a este principio, por el cual toda variación ligera, si es útil, se conserva, con el término de «selección natural», a fin de señalar su relación con la facultad de selección del hombre» (pág. 101, de El Origen). Una analogía que desde luego se rompe (como el propio Darwin no deja de reconocer), aunque se mantenga el término («selección»), en función de sus diferencias de «potencial», tal como lo expresa el propio Darwin: mientras que los materiales a partir de los cuales actúa la selección artificial son las diferencias individuales en cuanto que presentes, percibidas, apreciadas por el demiurgo antropológico (o cualquier otro organismo etológico que pueda ocupar su lugar), los materiales a partir de los cuales actúa la «selección» natural es toda variación individual, cualquiera sea su causa (fisiológica, genética, etológica, embriológica, patológica...etológica), surgida en el contexto de las relaciones de mutua coinfluencia entabladas entre los organismos. Unas relaciones de coinfluencia («lucha por la vida») cuya complejidad es imposible de conmensurar para un demiurgo operatorio (betaoperatorio): ignorabimus{28}. Así la «selección natural» se hace coextensiva al campo biológico como determinante formal suyo{29}: es lo que Weismann llamó, frente a Spencer, die Allmacht der Naturzüchtung: «la suficiencia total de la selección natural» y que viene a precisar tal concepto más adecuadamente que el propio Darwin, en la medida en que este mantuvo –a causa de su mentalismo– algunas incertidumbres sobre el mismo.
Dicho todavía de otro modo, no es necesario intercalar un demiurgo selector («neutralización de las operaciones») entre las formas orgánicas para que la composición diatética reproductiva (genealogías) se establezca entre unos organismos y no entre otros, acumulándose diferencias individuales (grados infinitesimales: insensibles desde un punto de vista operatorio) en un sentido y no en otro con el paso de las generaciones, porque este proceso «selectivo» ya ocurre necesariamente en el contexto de las relaciones de mutua coinfluencia entre los organismos (ecologías) remitiéndonos a situaciones alfaoperatorias. En este contexto de «lucha por la vida», de mutua coinfluencia en symploké de todos los organismos (es decir, en un contexto ecológico en el que todo organismo tiene alguna relación –trófica, reproductiva...– con algún otro u otros, aunque no con todos, ni todos con todos) va a resultar que algunos se reproducen, otros no, y de los que se reproducen, algunos lo harán varias veces y otros no. Cualquier variación, por «leve e insensible» (opaca betaoperatoriamente) que sea, si resulta funcional frente a otras, en el contexto de la «lucha por la vida», se conserva: «A esta conservación de las variaciones y diferencias individualmente favorables y la destrucción de las que son perjudiciales, la he llamado selección natural o supervivencia de los más aptos» (El Origen..., pág. 116). Ocurrirá por tanto que, de modo «natural» (alfaoperatoriamente), se producen «desplazamientos hacia el canon» sin necesidad de un demiurgo selector, por la propia funcionalidad de las formas canónicas ya en marcha, formas canónicas resultantes de la propia codeterminación de relaciones entabladas a través de la actividad de los organismos, cobrando así el concepto de «selección natural» un alcance esencial en relación al campo biológico, por desbordamiento del ámbito fenoménico en el que se mueve el concepto de «selección artificial»: «Si el hombre puede producir, y seguramente ha producido, grandes resultados con sus medios metódicos e inconscientes de selección, ¿qué no podría efectuarla selección natural? El hombre puede actuar sólo sobre los caracteres externos y visibles. La naturaleza –si se me permite personificarla conservación o supervivencia natural de los más aptos– no se preocupa para nada de las apariencias, excepto en la medida en que son útiles a cualquier ser» (Darwin, El Origen..., pág. 118). La «selección natural» aparece así como una principio de cierre sobre el campo de los organismos en el contexto de la «lucha por la vida», en la medida en que el contacto reproductivo, y por tanto la propia recurrencia del campo biológico (composición diatética genealógica), se establece conforme se despliega la actividad de los organismos en sus relaciones mutuas (ecologías), bien entendido que tanto las «ecologías» como las «genealogías» no pueden darse al margen de la actividad de los cuerpos vivientes individuales. En este contexto, cualquier ligera diferencia, bien sea etológica (un simple movimiento de orientación), morfológica (unos milímetros más de grasa), fisiológica (mayor tensión arterial), patológica (ser afectado por un virus)..., es decisiva en cuanto determinante de las relaciones mutuas entre los organismos (determinante ecológico), quedando a expensas de tales determinaciones individuales ecológicas (conglomerados ecológicos: biocenosis) la determinación de la dirección de las líneas genealógicas (filogenéticas):
«Según la teoría de la selección natural, podemos comprender claramente todo el sentido de aquella antigua regla de la historia natural: Natura non facit saltum. Esta ley, si consideramos únicamente a los actuales habitantes del mundo no es rigurosamente exacta; pero si incluimos a todos los de los tiempos pasados, conocidos o desconocidos, tiene que ser según nuestra teoría, rigurosamente verdadera. Se reconoce generalmente que todos los seres orgánicos se han formado según dos grandes leyes: la de unidad de tipo y la de las condiciones de existencia. Por unidad de tipo se entiende la concordancia fundamental de estructura que vemos en los seres orgánicos de una misma clase, y que es completamente independiente de sus hábitos de vida. Según mi teoría, la unidad de tipo se explica por la unidad de descendencia. La expresión de condiciones de existencia, sobre la que tantas veces insistió el ilustre Cuvier, queda comprendida por completo en el principio de selección natural. Pues la selección natural obra, o bien adaptando actualmente las partes que varían de cada ser a sus condiciones orgánicas o inorgánicas de vida, o bien por haberlas adaptado durante períodos de tiempo anteriores; siendo ayudadas en muchos casos las adaptaciones por el creciente uso y desuso de las partes, y estando influidas por la acción directa de las condiciones externas, y sometidas en todos los casos a las diversas leyes de crecimiento y variación. Por consiguiente, de hecho, la ley de las condiciones de existencia es la ley superior; pues mediante la herencia de las variaciones precedentes y de las adaptaciones comprende a la ley de la unidad de tipo{30}» (Darwin, El Origen..., págs. 218-219, la cursiva es nuestra).
Toda relación de contacto sinalógico reproductivo entre las unidades sustanciales vivientes, a través de la cual tiene lugar su multiplicación distributiva (genealogías) y, por tanto, la propia recurrencia del campo biológico, pasa por los «filtros» ecológicos cuyas configuraciones dependen de la actividad individual de los organismos (variaciones individuales en tanto que especies incipientes): es en este contexto en donde tiene lugar la «conservación» o «destrucción» de formas que determina las direcciones (tantas como géneros se conserven) del curso evolutivo.
Evolución y conducta: selección sexual y depredación
Si además tal actividad orgánica es etológica, la propia actividad operatoria de los organismos representa «variaciones», «diferencias individuales» en función de las cuales pueden cursar las líneas evolutivas: de hecho, todo contacto sinalógico entre organismos etológicos aparece mediado por el propio tratamiento abstracto (apotético) que tal organismo tiene con el medio, de tal manera que, dicho con Bueno: «las interacciones morfológicas moleculares no parecen gobernarse con total independencia de las interacciones etológicas» (Bueno, «Los predicables de la identidad», El Basilisco, nº 25, pág. 19). Es más, es la propia conducta operatoria la que, en su propio desenvolvimiento genera variabilidad constante, de tal manera que es a su través como tienen lugar el precipitado de unas formas y no de otras (este es de hecho el mecanismo por el que actúa la selección artificial). Lo dirá Wickler, ya a principios del s.xx, con toda claridad: «Se ha de suponer que la modificación orgánica va siempre a la zaga. Los modos de conducta preceden en el proceso evolutivo por ser los instrumentos más variables al servicio de la adaptación. De ahí que el comportamiento pueda guiar, sobre todo con la colaboración de las tradiciones, la evolución de los órganos y propiedades fisiológicas en direcciones muy determinadas influyendo en la orientación de la presión selectiva que actúa sobre dichos órganos y propiedades» (Wickler, 1967, apud. I. Jhan, et al., Historia de la Biología, pág. 517).
La idea es que las formas fenoménicas «proyectadas» por el sujeto operatorio son formas «selectivas» (discriminación perceptiva partes extra partes) desde un punto de vista zoológico genérico, es decir, los propios contenidos apotéticos segundogenéricos (que nos remiten inmediatamente a las morfologías orgánicas primogenéricas de referencia) son, en sí mismas, morfologías susceptibles de variación, de transformación: las variaciones producidas a lo largo de la vida individual (incluyendo las morfologías apotéticas proyectadas por el sujeto: «el alma es en cierto modo todas las cosas») supone una fuente de variabilidad sobre la que concursa simultáneamente la selección natural. Esa transformación simultánea es la adaptación que cesa solo con la muerte del organismo
Esto es, las propias configuraciones apotéticas conforme a las cuales se desenvuelven las conductas etológicas individuales suponen, en sí mismas, variaciones en función de las cuales circulan las relaciones diatéticas compositivas: es además en este contexto apotético, relativo a los organismo zoológicos, en donde se dibujan los cánones en función de los cuales circulan las relaciones sinalógicas (reproductivas, tróficas) entre los organismos, y es que
«No debe olvidarse nunca que en el término variaciones se incluyen las simples diferencias individuales. Así como el hombre puede producir un gran resultado en las plantas y animales domésticos, añadiendo en una dirección determinada diferencias individuales, también la selección natural pudo hacerlo, aunque con mucha más facilidad porque tuvo incomparablemente mucho más tiempo. [...]. Pues como todos los habitantes de cada país están luchando entre sí con fuerzas finamente equilibradas, modificaciones sumamente ligeras en la estructura o en las costumbres de una especie le darían con frecuencia una ventaja sobre otras; y aún nuevas modificaciones de la misma clase aumentarían todavía más la ventaja, mientras la especie continúe en las mismas condiciones de vida y saque provecho por semejantes medios para la subsistencia y la defensa» (Darwin, El Origen..., pág. 117, la cursiva es nuestra.)
No es por tanto precisamente un material despreciable el de las diferencias individuales que tienen como fuente la variabilidad conductual, pero es que además, es un material decisivo desde el punto de vista selectivo, toda vez que rige los procesos consumatorios a través de los cuales se producen las interacciones tróficas y reproductivas (interacciones moleculares) por las que tiene lugar la posibilidad de recurrencia del campo biológico (canalización ecológica de las líneas genealógicas). Así,
«No es de extrañar que una de las cuestiones más importantes que tiene pendientes la teoría de la evolución sea la de dar cuenta de los mecanismos según los cuales las conductas etológicas de los individuos (que se mueven en el mundo apotético) pueden influir sin arruinar el 'principio de Weissman', es decir, sin acogerse a mecanismos mágicos, sobre la evolución orgánica. No es este el lugar para tratar este asunto; tan sólo diremos que acaso el cauce más expeditivo a través del cual la conexión puede ser entendida sea aquel por el que discurren los procesos de la 'selección cazadora', por un lado, y de la 'selección sexual', por otro. Cuando aplicamos las ideas del materialismo filosófico al campo de la teoría de la evolución, el alcance de las intervenciones del sujeto operatorio en los procesos evolutivos podrá quedar reconocido a través de las operaciones que estos sujetos animales (los organismos vegetales no necesitan desplazarse para obtener alimento, ni, por tanto, necesitan de órganos teleceptores) han de ejecutar tanto en el momento de la 'producción' de alimentos, como en el momento de la 'reproducción' de sus organismos. Darwin advirtió, por lo demás, la importancia que para la evolución posterior había de tener la selección sexual; pero la selección sexual ¿no actúa sobre todo a través de determinados caracteres sexuales secundarios susceptibles de ser percibidos apotéticamente?» (Bueno, Televisión: apariencia y verdad, Ed. Gedisa, págs. 237-238.)
Posiblemente sea el mecanicismo, acompañado del mentalismo (a través del cual se pierde de vista la textura misma del ejercicio conductual operatorio –al confinarlo hacia una metafísica «interioridad mental»–), en tanto corolario suyo, y que todavía anida en muchas de las exposiciones de la literatura biológica que hemos mencionado, la que bloquee el reconocimiento del papel del comportamiento animal en la evolución; así parece al menos sugerirlo Tinbergen (no exento, por otra parte, de tal mecanicismo en buena parte de sus exposiciones sobre el asunto):
«Los psicólogos de animales han puesto en tela de juicio y hasta han negado la existencia de la selección sexual, fundándose en que el nivel psicológico de muchos animales no les permite hacer elecciones deliberadas. Sin embargo, la importancia de la selección sexual como agente de la evolución reside en el resultado, y el resultado de la reacción de preferencia hacia uno de dos animales o situaciones puede realizarse sin elección «deliberada» o «consciente». En el nivel de la reactividad innata a estímulos signo, una diferencia cuantitativa entre los poderes estimulantes de dos situaciones puede hacer que el animal «escoja» una sencillamente porque desencadena más respuestas que la otra, o las desencadena más completas. Aún si un animal no «elige» en un sentido antropomórfico de la palabra, el resultado puede ser, a pesar de todo, «selección». En vista de que siempre se encuentran diferencias en los valores estimulantes de machos y de hembras, no cabe la menor duda de que la selección intraespecífica es muy frecuente. Pero hacen muchísima falta más estudios experimentales, ya que es preciso saber cuán detallada es la selección, con qué sutileza actúa» (N. Tinbergen, El estudio del instinto, pág. 224.)
3. Conclusión (ontológica) sobre las relaciones
entre biología y individuo corpóreo
La idea de individuo, si nos atenemos a su etimología, es una idea operatoria límite («lo que no se puede dividir») que procede de la traducción latina (Cicerón) del griego átomo («lo que no se puede convertir en partes alícuotas»), lo que inmediatamente nos pone delante de las ideas de todo y de parte y todo lo que ello supone (términos que, junto con otros pares de términos sincategoremáticos, forman un conjunto que Bueno ha llamado «constelación holótica»). Los usos cotidianos y científicos de tales términos sincategoremáticos segregan una combinatoria extraordinaria cuando se especifican los términos a los que la operación se aplica, de manera que operaciones como separar, partir, dividir, repartir..., así como las operaciones de sentido inverso, juntar, unir, tipificar, ecualizar, van adquiriendo distintas modulaciones según el tipo de totalidades (atributivas/distributivas) a las que se aplica{31}. En este contexto, y por decirlo con Hegel, el individuo (lo concreto) es lo más abstracto que hay.
La idea de individuo en el contexto técnico del trato operatorio de los hombres con el resto de realidades envolventes –trato motivado por motivos tróficos–, es decir, el individuo como concepto gnoseológico, aparecería como una modulación de la idea de identidad manifestada como unidad fenoménica singular, resultado de una determinación (dialéctica) negativa (omnis determinatio est negatio): aquello que no es todo lo demás (es el tercer modo de decir «individuo», según Boecio: individuo «se dice de lo que no se puede predicar de otras cosas semejantes, como Sócrates» Ad Isagog, II).El individuo sería así la unidad determinada por la operación deíctica (esto, eso, aquello), y que implica cierta solución de continuidad isológica (desemejanza) con respecto a realidades en torno. Dicho de otro modo, aquello que pierde su identidad si se separa (Séneca: son individuos, entidades en las cuales nada puede separarse sin dejar de ser tales) o si se junta.
La idea de cuerpo se entenderá aquí como cuerpo no tanto amorfo (res extensa...), sino como con-formado, ya sea inorgánico, orgánico o viviente (meramente viviente, operatorio o personalizado). Como concepto operatorio, gnoseológico, el cuerpo es lo que está supuesto en la propia noción de operación en cuanto que esta tiene fundamentalmente dos sentidos, juntar y separar: cuerpo sería precisamente aquello que se separa o se junta, lo que implica otros cuerpos, y solución de continuidad sinalógica (distancia) entre ellos. La idea de cuerpo aparecerá como una modulación de la identidad manifestada como multiplicidad fisicalista, partes extra partes (ver Bueno, Los predicables de la identidad).
Uno de los primeros problemas que habría que considerar es la vinculación entre cuerpo conformado e individuo, toda vez que la idea de individuo (absoluto: lo que no tiene partes), en principio, no tendría que ver con la idea de cuerpo (definido precisamente como partes extra partes). Ahora bien, en contextos biológicos positivos, esta relación problemática se resolverá mediante el expediente dinámico en el que individuo y cuerpo confluyen a través de la idea de sustancia viviente: el individuo corpóreo (según el criterio de Letamendi) es aquella sustancia capaz de neutralizar la pérdida entrópica (será este expediente el que nos ponga enfrente de la teoría jerárquica de Eldredge, Vrba y Gould que contempla, por ser reales, como «individuos» a las especies, a las poblaciones y a otras categorías genealógicas y ecológicas supraindividuales{32}).
El término biología se considerará, no tanto en un sentido gnoseológico, como en un sentido ontológico, desglosado, según el tipo de relaciones neontológicas que los cuerpos vivientes individuales mantienen entre sí, en «ecologías» y «genealogías», bien entendido, insistimos, que las «ecologías» y las «genealogías» no pueden darse al margen de los cuerpos vivientes individuales. Por eso entenderemos la copulativa titular (como un producto de clases en el que se definen (definición operacional) las formas del mundo de los cuerpos vivientes, no al margen de los individuos y sus relaciones mutuas, sino a través de los mismos y sus relaciones mutuas como cuerpos conformados, y por tanto siempre enclasados (sexto predicable): es aquí, a través del principio de selección natural, en donde los cuerpos aparecerán definidos, canonizados, a través de sus relaciones con otros cuerpos. Darwin lo dirá con toda claridad:
«Un corolario de la mayor importancia puede deducirse de las observaciones precedentes [relativas a la «lucha por la vida»], a saber: que la estructura de todo ser orgánico está emparentada de modo esencialísimo, aunque a menudo oculto, con la de todos los demás seres con que entra en competencia por el alimento o residencia, o de los que tiene que escapar, o de los que hace presa» (El Origen..., pág. 113.)
El problema directamente se podría formular así: ¿la «revolución darwinista» como revolución lógica conlleva necesariamente la consideración del individuo como «sexto predicable»? Creemos que necesariamente.
Notas
{1} Se sabe, pues, que las razas domésticas no han surgido del modo como se supone desde el creacionismo se han «creado» (fiat) las especies (de la nada y con independencia unas de otras). Repárese en el valor apagógico que tienen estas «sencillas» palabras de Darwin frente al creacionismo, y a favor de la consolidación del proceso de «inversión teológica» en el que Darwin está inmerso: los hombres tienen, por lo menos, el «poder» de hacer razas domésticas, este poder no sería ya pues monopolio de Dios, en el caso de que «Él» hubiera «creado» las especies.
{2} «reconoceremos también tecnologías de un tercer orden que, respetando más o menos el dintorno de las morfologías de partida, destruyen las conexiones que ellas mantienen con otras morfologías de su entorno, alterando así profundamente el estado de cosas originario y, a la larga, incluso las mismas morfologías conservadas» (Gustavo Bueno, Televisión: Apariencia y Verdad, Ed. Gedisa, pág. 198). Ver también Gustavo Bueno, La vuelta a la caverna, págs. 75-76.
{3} Jamás queda en «suspenso» la selección natural, según pretenden algunos: lo que ocurre con la «selección artificial» es un precipitado de formas favorecidas por tales técnicas de cría y domesticación de animales y cultivo de plantas, un precipitado que, lejos de poner entre paréntesis la «selección natural», la presupone (ver más abajo).
{4} Cf. El concepto de «selección inconsciente», tratado por Darwin en El Origen..., págs. 79 y ss., y su contraste con la selección sistemática (técnica).
{5} Más bien no hay creación (ex nihilo) posible, sino «criación», si se nos permite la expresión.
{6} Que las diferencias sean fenoménicas, no implica arbitrariedad en su distinción, y es que, como trataremos de precisar, tales fenómenos (diferencias individuales) proyectados por el sujeto operatorio selector vienen determinados por unas condiciones organolépticas que no se mantienen al margen del propio campo biológico, sino que se determinan necesariamente en él.
{7} Ver, para el concepto de canon y canonización, Gustavo Bueno, ¿Qué es la Bioética?, págs. 90-119, Cuestión segunda dedicada a los siameses (Ed. Pentalfa).
{8} «No debe olvidarse nunca que en el término variaciones se incluyen las simples diferencias individuales.» (Darwin, El Origen..., pág. 117), en donde «variación» es un concepto ontológico que, desde el punto de vista gnoseológico, se conceptúa como «diferencia individual», pero que, en cualquier caso, ambos términos hacen referencia a las unidades mínimas de selección.
{9} El sistematizador, precisamente, abstrae las diferencias individuales en función del tipo canónico (holotipo) de cada clase (Gould dedica el libro La grandeza de la vida precisamente a este asunto), mientras que los ganaderos y agricultores dependen, para el desarrollo de su técnica, del «aprecio» de tales diferencias individuales de una misma variedad que el sistematizador «desprecia» (abstrae).
{10} Cuando Darwin construya, in recto, el concepto de «selección natural» veremos cómo estas otras alternativas, que presenta en este texto el siempre prudente Darwin (alternativas correspondientes al geoffroyismo y al lamarkcismo respectivamente), o bien resultan reabsorbidas en el principio de selección natural (es el caso del geoffroyismo), o bien resultan incoherentes con él (es decir, disyuntiva, y no alternativa: es el caso del lamarckismo).
{11} En realidad por las operaciones de varios organismos coordinados o en competencia, a lo largo de generaciones, organizados en gremios, y cuyas operaciones están normalizadas por tales saberes técnicos.
{12} Y no hace falta esta mediación selectiva, operatoria, porque los criaderos, las granjas o los campos cultivados (ager)..., es decir estructuras tectónicas y agrónomas (no operatorias) normalmente más duraderas que los organismos que encierran, mantienen a las «razas domésticas» en aislamiento reproductivo, el suficiente aislamiento como para que las razas domésticas no se «naturalicen» –al mezclarse con razas salvajes de la misma especie, o al mezclarse las distintas razas domésticas entre sí,...
{13} Precisamente este sujeto, este demiurgo selector, es el que terminará siendo «neutralizado» con el desarrollo del «largo argumento» darvinista: la teoría de la selección natural supone la «neutralización de las operaciones» (técnicas) de tal sujeto en cuanto que la «selección natural», como veremos, desborda el ámbito de influencia, muy limitada en el contexto del campo biológico, de este demiurgo selector cuya actividad sirve de «pista» para hallar el principio selectivo. Y es que tal sujeto, técnico, fenoménico, no puede conmensurar la totalidad del campo biológico. Más adelante quedará precisado lo que ahora tan sólo queremos apuntar.
{14} Vid. Bueno, «Ensayo de una teoría antropológica de las ceremonias», El Basilisco, nº 16 (primera época, sept. 1983-agosto 1984), págs. 15-16.
{15} Poco futuro tendrían las técnicas de cría y domesticación de animales y cultivo de plantas si, por ejemplo, se pretendiese hacer un chiguagua con este bulldog.
{16} Únicamente con sustancias orgánicas de algunas especies vegetales se podría modelar su forma sin poner en riesgo su identidad sustancial (poda...), formas, en cualquier caso, que no prosperan generacionalmente «por sí mismas» (Weismann).
{17} El fenotipo presente al demiurgo selector, en el casos del organismo animal, no solamente se trata de un fenómeno enclasado (feno-tipo) morfofisiológico, sino también etológico: el organismo animal, si está vivo, no es meramente una morfología, sino una morfología comportándose, una morfología «envuelta» por una conducta que no es sino la coordinación de esas partes morfofisiológicas desenvolviéndose de modos determinados (pautas, etogramas) según su experiencia del medio envolvente («costumbre», «industria», «inteligencia» animal...): el organismo animal siempre aparece como un organismo «atareado».
{18} Apo-: distante (más o menos distante); -tético, de –tesis: posición. Se opone a paratético (para-: al lado, contiguo).
{19} Aunque podría hacerlo de manera «natural»: en esto consistirá precisamente la teoría de la selección natural, como veremos.
{20} No importa el que Darwin desconociera las «leyes de la herencia»(herencia particulada, mendeliana), o, más bien, que haya especulado sobre las mismas de modo erróneo (pangenesia): es suficiente saber que la herencia no es un proceso clónico de producción: el descendiente siempre es diferente a los ascendentes (o al ascendente), siquiera sea porque ocupa distinto lugar y tiempo (principio de los indiscernibles).
{21} Expresión esta que después se ha generalizado, incluso de un modo abusivo, en la literatura biológica evolucionista, pero que sin embargo Darwin no utiliza ni una sola vez.
{22} Ambos motivos terminarán por convertirse, a través del «largo argumento» darvinista, como veremos, en los principios de transformación de clases constitutiva de la totalidad del campo biológico, no ya sólo de una parte suya (la relativa a las razas domésticas).
{23} Ver El Origen, sobre el concepto de «selección inconsciente» que ya mencionamos en nota anterior.
{24} En esto se basaba la objeción planteada a Darwin por Sedgwick, su antiguo maestro: «Usted escribe 'selección natural' como si el agente seleccionador lo efectuara conscientemente» v. Carta de Sedgwick a Darwin de noviembre de 1859 en Autobiografía y cartas escogidas, ed. Francis Darwin, pág. 419 de Alianza.
{25} En esto se basaba la objeción que Fleeming Jenkin opuso a la teoría de la selección natural.
{26} Aún bien recientemente hemos comprobado las consecuencias que se pueden derivar de los «errores» de «apreciación» por parte de los ganaderos o agricultores: «vacas locas», «gripe aviar»...
{27} Para lo que podríamos concebir como revisiones diaméricas de las relaciones entre organismo y medio véase el libro de Lewontin, Genes, organismo y ambiente (ver también No está en los Genes, en el que con menor desarrollo se apunta tal revisión), en el que, frente a concepciones metaméricas (en las que organismo y medio son confrontados como sustancias megáricas), Lewontin trata de analizar tal relación a través de la descomposición diamérica (esquema de infiltración) de ambos conceptos resolviendo, de paso, el «problema espantoso» (Cuénot) de la «adaptación», en favor de un esquema que se acerca mucho a las ideas de «acomodación» y «selección orgánica» de Baldwin (y es que la adaptación es un «problema espantoso» cuando se contempla el ajuste entre organismo y medio desde esquemas metaméricos). En cierto modo tal esquema diamérico es ejercitado por Darwin en El Origen, siendo en este sentido la obra de Baldwin superflua (ver Dobzhanski, Genética y el origen de las especies, pág. 217, ed. Círculo de Lectores).
{28} «Es bueno intentar dar de este modo, con la imaginación, a una especie cualquiera, una ventaja sobre otra. Es probable que ni en un solo caso sabríamos cómo hacerlo. Esto debiera convencernos de nuestra ignorancia acerca de las relaciones mutuas de todos los seres orgánicos, convicción tan necesaria como difícil de adquirir. Todo lo que podemos hacer es grabar firmemente en nuestra mente que cada ser orgánico se esfuerza por aumentar en razón geométrica; que cada uno de ellos en algún período de su vida, durante alguna estación del año, durante todas las generaciones o a intervalos, tiene que luchar por la vida y sufrir gran destrucción. Cuando reflexionamos sobre esta lucha, nos podemos consolar con la completa seguridad de que la guerra en la naturaleza no es incesante, que no se siente ningún miedo, que la muerte es generalmente rápida, y que el vigoroso, el sano y el feliz sobrevive y se multiplica» (El Origen..., pág. 114.)
{29} «Metafóricamente puede decirse que la selección natural escudriña, cada día y cada hora, por todo el mundo, las más ligeras variaciones; desecha las que son malas, conserva y acumula todas las que son buenas, y trabaja silenciosa e insensiblemente cuando quiera y donde quiera que se presenta la oportunidad, por el mejoramiento de cada ser orgánico en relación con sus condiciones orgánicas e inorgánicas de vida. No vemos nada de estos cambios que se desarrollan lenta, y progresivamente, hasta que la mano del tiempo ha señalado el transcurso de las edades, y aún así es tan imperfecta nuestra visión de las remotas edades geológicas, que solamente vemos que las formas orgánicas son actualmente diferentes de lo que fueron antiguamente» (Darwin, El Origen..., págs. 118-119, la cursiva es nuestra.)
{30} Aquí Darwin se opone frontalmente a la Filosofía zoológica de Lamarck, según la cual la ley del «uso y desuso» de los órganos aparece subordinada a la ley (ortogenética) del «desarrollo progresivo»(cuya efectividad Darwin niega de plano): la ley del «uso y el desuso» es auxiliar en relación a la ley del «desarrollo progresivo», en cuanto que explica las anomalías que se producen en cada grado por el que asciende «la vida» a través de la Scala Naturae (v. Lamarck, Filosofía Zoológica, ed. Alta Fulla).
{31} Dividir (diairesis, divisio) es una operación que, aplicada a una totalidad dada, tiene por resultado la obtención de partes iguales o semejantes (en el sentido que sea, normalmente en relación a terceros términos), en este sentido dividir tendría su origen en la operación técnica de repartir, más que en la operación de partir, porque entre las partes obtenidas como resultado de la operación de partir (merismós, partitio) no tiene por qué haber tal relación de igualdad o de semejanza entre ellas (ni con respecto a terceros), pero sí cierta solución de continuidad (jorismós) entre sí, resultado de la operación. En todo caso, tanto la operación de dividir como la de partir suponen operaciones en sentido descendente, de un todo dado se llega a las partes, que tiene por resultado la producción de nuevos términos –las partes– definidos según las relaciones que mantienen entre sí (semejanza o discontinuidad). La idea de individuo, en principio, aparecería, según su origen técnico operatorio, como resultado de la clausura de la operación recurrente de «dividir» (diairesis, divisio) aplicada a una totalidad dada cuando este tipo de operación no puede seguir reaplicándose sobre cada una de las partes obtenidas con tal tipo de operación, es decir, los individuos serían aquellas partes a las que ya no se les puede aplicar el mismo tipo de operación a partir de la cual se obtuvieron tales partes. Los individuos así obtenidos serían individuos relativos al tipo de operación. Pero también podríamos llegar al concepto de individuo absoluto que serían aquellas partes resultado de la operación de dividir aplicada a un todo dado cuando a cada parte ya no se le puede aplicar ningún tipo de división. Aquí surgiría la idea filosófica (metafísica) de Individuo ligada a la de simplicidad: el átomo sería una parte simple, es decir, que no tiene partes (atomismo, monadología).
{32} La realidad de la especies no presupone individualidad en ellas: precisamente si alineamos cuerpo e individualidad a través de la sustancia orgánica, las especies no pueden ser contempladas como individuos al no ser corpóreas: las especies son morfologías terciogenéricas que se transforman, o se extinguen.