Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 52 • junio 2006 • página 5
Situaciones de judeofobia en general, y el juicio a Eichmann en particular,
dieron lugar a notables hipótesis psicológicas
Daniel Kahneman (israelí Premio Nobel de economía 2002, graduado de las universidades de Jerusalén y de California) es pionero en la disciplina denominada «conductismo financiero», que combina la economía con la psicología para explicar los riesgos irracionales en la administración de los recursos.
Refiere Kahneman que lo estimuló a dedicarse a la psicología un episodio de su infancia: a los siete años de edad residía en la París ocupada por Alemania, donde a la sazón era obligatorio para los judíos exhibir en su ropa una Estrella de David amarilla.
Detenido en la calle por un miembro de las SS, el niño Daniel reparó en que su sambenito había quedado impensadamente oculto debajo del abrigo, y lo aterrorizó la posibilidad de que el alemán lo notara. Ello no ocurrió y, después de recibir del nazi un afectuoso e inesperadísimo abrazo, el chiquillo se alejó con la curiosidad de indagar los vericuetos y complicaciones de la mente humana que le habían salvado la vida.
Kahneman se suma a una larga lista de psicólogos y pensadores que iniciaron sus teorías a partir de enfrentar la judeofobia.
Así, a Erik Erikson sus tensiones infantiles debidas al contraste entre su apariencia escandinava y su identidad judía, despertaron su interés en estudiar la formación de la identidad. En 1939, al escapar a EEUU, adoptó su peculiar nombre que refleja la idea de que cada individuo, al interrelacionarse con el medio, forja él mismo su propia identidad. Erikson es padre del denominado desarrollo psicosocial.
Un segundo y notable ejemplo lo hallamos en la psicología moral, uno de cuyos pioneros fue Lawrence Kohlberg, creador de los llamados «dilemas morales» que revisan la evolución moral de las personas. Kohlberg había experimentado sus propios dilemas cuando abordó un barco que rescataba «ilegalmente» judíos de Europa para transportarlos a la Palestina británica, y se preguntó qué tipo de conducta ilegal justifica fines justos. Ese dilema lo guió en la conformación de una rama de la psicología.
Un tercer caso es la logoterapia de Víctor Frankl, que fue el resultado directo de sus vivencias en el campo de exterminio de Auschwitz mientras procuraba comprender qué mantenía a los judíos con vida bajo condiciones infrahumanas. Los guardias del campo le habían arrebatado el manuscrito de su primer libro, que intentó reconstruir en dos docenas de papelitos en los que tomó notas taquigráficas. En base de ellos, reconstruyó en noviembre de 1945 su ensayo Psicoanálisis y Existencialismo.
De entre los pensadores inspirados en sus teorías por la persecución judeofóbica, hay un grupo que partió de un evento muy específico: el juicio al genocida Adolf Eichmann, capturado en Buenos Aires por el Mosad israelí el 11 de mayo de 1960. La detención del jerarca nazi y su consecuente traslado a Jerusalén para un juicio ejemplar, fue relatada en dos libros: Eichmann en mis manos de Peter Malkin (uno de los captores de Eichmann) y La casa de la calle Garibaldi, del entonces jefe del Mosad Iser Harel.
El juicio comenzó en Jerusalén el 11 de abril de 1961; Eichmann fue acusado de quince cargos que constituían crímenes de lesa humanidad, y los medios del mundo cubrieron día a día los más de 1.500 documentos presentados y el testimonio de más de cien testigos, la gran mayoría sobrevivientes de los campos.
El 11 de diciembre de 1961 Eichmann fue declarado culpable y, después de apelaciones y pedido de clemencia presidencial, fue ejecutado hace 64 años, el 1 de junio de 1962, la única vez que se aplicó la pena de muerte en el Estado hebreo.
Los temas que surgen del caso se relacionan con la obra del autor de nuestro último artículo, George Orwell, quien imaginó en su narrativa la sociedad totalitaria en la que la individualidad se somete a la mayoría y la voluntad moral es ahogada por la obediencia debida.
Así, la politóloga Hannah Arendt fue enviada al juicio en Israel como corresponsal del The New Yorker, y trazó su controversial tesis sobre «la banalidad del mal»: la maquinaria nazi de genocidio era para Arendt una mera aberración burocrática; los genocidas, más que sádicos o psicópatas, habían sido personas comunes enredadas en una maquinaria burocrática.
Efectivamente, durante todo el juicio la línea de defensa de Eichmann fue que «cumplía órdenes» (lo mismo que habían aducido los jerarcas nazis juzgados en Nurenberg en 1946).
En base de dicha argumentación, un psicólogo judío de Nueva York, Stanley Milgram, creó en Yale, en 1961, un célebre ensayo de psicología social iniciado apenas tres meses después de que se abriera el juicio a Eichmann.
El individuo y su superación del medio
Resumamos el experimento: en un anuncio se pedían voluntarios para un supuesto estudio sobre el aprendizaje por castigo. A los voluntarios se les solicitaba que actuasen de «maestros» frente a «alumnos» en los que se observaría si el castigo corporal ayudaba a memorizar (en realidad el «alumno» era cómplice del experimento académico, que revisaba la obediencia a la autoridad).
El «alumno», atado a una silla eléctrica escuchaba del «maestro» pares de palabras que debía memorizar. Cuando luego se le recordaba una de las palabras, debía complementar el par. Si su respuesta era errónea, el «alumno» recibía del «maestro» una descarga eléctrica que comenzaba en los 15 voltios e iba aumentando hasta ser letal en los 450.
Aunque el «maestro» creía estar dando descargas al «alumno», éste era un actor que simulaba padecerlas hasta aullar de dolor, y aun fingir los estertores del coma.
Los resultados del experimento fueron que cuando la descarga «alcanzaba» los 75 voltios, aunque los «maestros» se ponían nerviosos ante las quejas de dolor de sus «alumnos», la férrea autoridad del investigador les hacía continuar.
Al llegar a los 135 voltios, muchos de los «maestros» se detenían para deslindar su responsabilidad de las consecuencias y, cuando el «maestro» deseaba interrumpir, se le replicaba que el contrato exigía continuar hasta el final.
Algunos proponían reintegrar el dinero que se les había pagado, pero para sorpresa de Milgram y de su equipo, la gran mayoría de los «maestros» no se detuvieron ni en el nivel de 300 voltios (cuando el alumno dejaba de dar señales de vida) y el 65% de ellos llegaron incluso al voltaje de 450, inevitablemente mortal.
Milgram describió su experimento en un artículo publicado en 1963 en el Journal of Abnormal and Social Psychology, después en la película documental Obediencia, y finalmente en el libro Los peligros de la obediencia (1974). Al año siguiente se llevó el libro a una dramatización televisiva (El décimo nivel) y en 1979 se incluyó el experimento en la película I comme Icare (I de Ícaro) protagonizada por Yves Montand.
Milgram había creído reconocer en Eichmann a un hombre tedioso y gris que se transformaba en una fiera y perpetraba los más horrendos crímenes. Haciendo a un lado los aspectos legales y filosóficos de la obediencia, Milgram se concentró en cómo la mayoría de la gente se comporta en situaciones concretas de obediencia y se propuso medir hasta dónde llega la voluntad de una persona común en aceptar órdenes que contradigan su conciencia.
Un precedente del experimento de Milgram lo había llevado a cabo en 1951 otro psicólogo israelita, Salomón Asch, quien ensayó el poder de la conformidad en los grupos. En este caso, los experimentadores pedían a estudiantes que participaran en una «prueba de visión» sobre la longitud de varias líneas. En realidad todos los «estudiantes» menos uno eran parte del equipo, cuyo experimento consistía en registrar cómo el estudiante señalado reaccionaba frente al comportamiento de los demás cuando daban unánimemente respuestas incorrectas.
Así, cuando se les preguntaba si una línea era más larga que otra, el estudiante revisado adaptaba sus respuestas a los errores de los demás, sobre todo si éstos eran unánimes.
Una diferencia entre el experimento de conformidad de Asch y el de obediencia de Milgram, es que los sujetos del primero atribuían el resultado a su propia «mala visión», mientras que en el segundo tendían a culpar al experimentador por haberlos obligado a «matar al alumno». Como los que se sometieron constituyeron casi dos tercios de los experimentados, la conclusión no mencionada del estudio es que la tercera parte en cierta medida salvó la dignidad humana.