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El Catoblepas, número 53, julio 2006
  El Catoblepasnúmero 53 • julio 2006 • página 15
Libros

Ecos de la Marsellesa

Felipe Giménez Pérez

Sobre el libro de Eric J. Hobsbawm, Los ecos de la Marsellesa,
Crítica, Barcelona 1992, 184 págs.

Este libro del historiador marxista británico Eric J. Hobsbawm versa sobre la recepción y la interpretación de la Revolución Francesa. La Revolución Francesa hizo comenzar una nueva época en la Historia Universal. Los valores políticos de la Revolución Francesa son una herencia valiosa que merece la pena conservar.

Con motivo del bicentenario de la Revolución Francesa (1989) se publicaron muchos libros sobre tal evento histórico. Lo más importante de todo esto en los últimos años según Hobsbawm es el revisionismo histórico sobre el significado, alcance y repercusión de la Revolución Francesa. Hobsbawm afirma que la nueva literatura sobre la Revolución francesa, especialmente en su país de origen, es extraordinariamente sesgada. La combinación de la ideología, la moda y el poder de los medios publicitarios permitió que el bicentenario estuviera ampliamente dominado por quienes, para decirlo simplemente, no gustan de la Revolución francesa y su herencia.» (pág. 9.) Así pues, «El presente ensayo es una defensa, así como una explicación de la vieja tradición.» (pág. 11.) La vieja tradición es la que habla de una revolución burguesa que instaura el Estado de derecho, las libertades públicas y civiles y la nueva sociedad contemporánea burguesa y que además considera tales novedades como altamente positivas y por ende la Revolución misma que las dio a luz.

La historiografía en modo alguno es una disciplina exenta de valoraciones políticas, ideológicas y axiológicas. Es un campo de batalla político. Esto deriva en el caso de la Revolución Francesa, de que «lo que la gente ha leído sobre la Revolución francesa durante los doscientos años transcurridos desde 1789 ha variado enormemente, sobre todo por razones políticas e ideológicas.» (pág. 18.) Pensar es pensar contra alguien y el adversario político de Hobsbawm en el terreno de la historiografía sobre la Revolución Francesa no es otro que el revisionismo.

El revisionismo histórico de la Revolución Francesa empezó con la misma Revolución. Se trata de la escuela reaccionaria. Edmund Burke, Joseph de Maistre, Bonald, F. L. Von der Marwitz, Gentz, Chateaubriand, Hardenberg, Adam Muller, K. L. Von Haller, F. J. Stahl son los nombres más representativos de la escuela de pensamiento reaccionario surgido frente a la Revolución. El revisionismo histórico sostiene que no fue para tanto y que los mismos efectos se hubieran producido por una evolución del Antiguo Régimen sin tanta catástrofe histórica. «La moderna opinión revisionista que sostiene que la Revolución francesa fue en cierto sentido «innecesaria», es decir, que la Francia del siglo XIX habría sido muy parecida a como fue, aunque la Revolución no hubiese tenido lugar, es el tipo de proposición no basada en hechos que resulta tan poco demostrable como plausible.» (pág. 47.) Además, Hobsbawm arguye a favor de su tesis acerca de la gran trascendencia histórica de la Revolución que los hombres que vivieron la Revolución la consideraban como un acontecimiento histórico decisivo en la Historia Universal. Además, consideraban que la Francia contemporánea era un resultado necesario de la Revolución. «Ante tales aseveraciones en boca de hombres que al fin y al cabo estaban describiendo la sociedad donde vivían es difícil comprender las opiniones contemporáneas que afirman que la Revolución fue «ineficaz en su resultado», por no mencionar a los historiadores revisionistas que mantienen que «al final la Revolución benefició a la misma élite terrateniente que la había empezado». (pág. 135.) En el fondo, Hobsbawm considera el revisionismo como el efecto político en la historiografía del conservadurismo y de la escuela reaccionaria que surgió apenas tuvo lugar la Revolución. «Los únicos que siguen atacando a 1789 son los anticuados conservadores franceses y los herederos de esa derecha que siempre se ha definido a sí misma a partir del rechazo de todo aquello que defendió la Ilustración.» (pág. 138.)

«El período de la revolución radical de 1792 a 1794 y especialmente el período de la República jacobina, también conocida como el «Terror» de 1793-1794, constituyen un hito reconocido universalmente.» (pág. 19.) Esto es algo que sabemos todos y que reconocemos todos indudablemente.

«La segunda noción sobre la Revolución universalmente aceptada, al menos hasta hace muy poco, es en cierto modo más importante: la Revolución fue un episodio de una profunda importancia sin precedentes en la historia de todo el mundo moderno, prescindiendo de qué es exactamente lo que consideramos importante.» (pág. 20.) Esto también parece que todo el mundo aceptará sin discusión en principio. Esta es la noción heredada que se nos ha inculcado a todos en los libros de texto. «Por consiguiente, podemos dar por sentado que la gente del siglo XIX, o al menos la sección culta de la misma, consideraba que la Revolución francesa era extremadamente importante; como un acontecimiento o una serie de acontecimientos de un tamaño, escala e impacto sin precedentes.» (pág. 21.) Pero ocurre en el caso del revisionismo histórico tan en boga en nuestro tiempo entre el mundo de la historiografía académica que las cosas no son vistas como las ve Hobsbawm. «Actualmente, no sólo está pasado de moda ver la Revolución francesa como una «revolución burguesa», sino que muchos historiadores excelentes considerarían que esa interpretación de la Revolución es refutable e insostenible.» (pág. 23.)

Además, la Revolución Francesa no sólo fue un acontecimiento histórico-universal decisivo como revolución burguesa, sino que de alguna manera repercutió en otros acontecimientos revolucionarios posteriores. He ahí la importancia política de la Revolución Francesa. Sirvió de modelo para otras revoluciones y para interpretarlas.

También ataca Hobsbawm a los historiadores marxistas porque no han aportado nada importante, más bien se han servido de la historiografía burguesa para hacer política en la historiografía. «En resumen, los marxistas, más que contribuir a la historiografía republicana de la Revolución, se sirvieron de ella. Sin embargo, no cabe duda de que hicieron su propia historiografía, asegurándose así de que un ataque al marxismo también sería un ataque contra la misma.» (pág. 130.)

Los revisionistas sostienen que si fue una revolución burguesa, ¿Entonces por qué no se desarrollaron con fuerza las fuerzas productivas capitalistas? Aquí parece que no se da una respuesta satisfactoria por parte de Hobsbawm a mi juicio. «Uno de los principales argumentos revisionistas contrario a considerar que la Revolución francesa fue una revolución burguesa es que dicha revolución, según los supuestos marxistas, debería haber impulsado el capitalismo en Francia, mientras es evidente que la economía francesa no fue muy boyante durante ni después de la era revolucionaria.» (pág. 135.) Parece que aquí el materialismo histórico no logra dar una respuesta satisfactoria.

Parece que las sucesivas interpretaciones de la Revolución Francesa han tenido que ver con las coyunturas políticas e históricas por las que los historiadores han pasado y con los momentos históricos habidos desde 1789. «En resumen, todo el mundo tuvo su Revolución francesa, y lo que se celebraba, condenaba o rechazaba de la misma no dependía tanto de la política y la ideología de 1789 como de la propia situación del comentarista en el espacio y el tiempo.» (pág. 103.) Así, el revisionismo coincidiría con la crisis del marxismo y del socialismo real y con el creciente predominio de la ideología liberal en los países capitalistas occidentales avanzados.

Por eso insisten los revisionistas en que el reformismo hubiera ahorrado muchos sufrimientos y se hubiera pagado así un precio más razonable. «De ahí, en resumen, la línea general de los argumentos a favor de las reformas graduales y del cambio y la directriz del argumento específico según el cual la Revolución francesa no supuso una gran diferencia para la evolución de Francia y que cualquier diferencia que hubiese introducido podría haberse alcanzado pagando un precio mucho más razonable.» (pág. 140.)

Esto lo considera Hobsbawm muy endeble. Es historia ficción. Estas son consideraciones arbitrarias y subjetivas. «De hecho, considerar que la Revolución francesa no logró nada si se tiene en cuenta el coste es el tópico de las historias escritas a modo de denuncias políticas contemporáneas, como el bestseller excepcionalmente elocuente de Simon Schama Citicens, que permite al autor concentrarse en lo que presenta como horrores y sufrimientos gratuitos.» (pág. 140.)

De todos modos Hobsbawm no consigue demostrar fehacientemente que el punto de vista republicano y jacobino sobre la Revolución Francesa como revolución burguesa sea el adecuado. Tal vez porque el libro es fundamentalmente una intervención política polémica, más que un libro en el que se demuestre de forma racional y con pruebas la tesis que sostiene Hobsbawm frente al revisionismo histórico. Da por supuesto que el punto de vista tradicional es el verdadero y punto. Esto lo hace sin el menor empacho. Hobsbawm procede a persuadir psicológicamente más que a convencer argumentalmente de sus juicios. Es que Hobsbawm es un historiador marxista progresista y si la historia se mueve a su favor, la historia le absolverá finalmente. No hay demasiada necesidad de demostrar nada. Son los adversarios ideológicos conservadores o liberales los que deben justificar sus asertos.

El problema que se plantea a mi juicio a la luz de la lectura de este libro es el de la objetividad de las ciencias humanas o sociales. Yo creo que sí es posible en historiografía encontrar la verdad y las pruebas que demuestren o refuten una tesis, pero este libro de Hobsbawm no es un libro de paciente investigación, sino de intervención política breve y simple. Si los revisionistas tienen razón entonces hay que reconocerlo aunque políticamente no coincidamos con ellos. Lo mismo habría que decir de los marxistas, los liberales o los republicanos-jacobinos respecto de su interpretación de la Revolución Francesa. Si la historia es un campo de lucha o de batalla ideológico entre posiciones políticas antagónicas, reconozcamos de entrada, si somos honrados, de qué parte estamos y todo el problema queda resuelto al disiparse así el engaño ideológico. Así se entenderán determinadas afirmaciones o juicios de valor o algunas omisiones.

 

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