Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 55 • septiembre 2006 • página 5
Los dos clásicos novelistas rusos contrastan en casi todo,
incluida su relación para con los judíos
Se dice que las letras rusas del siglo XIX portan una carga emocional tan peculiar que sus protagonistas se suicidan por apego a la vida, asesinan por bondad, y abandonan a sus amantes por amor.
Si aplicáramos a ellas el abordaje binario que hemos planteado en otro artículo emergerían de ellas dos caras representativas: León Tolstoi (1828–1910) y Fiodor Dostoievski (1821-1881).
Puede construirse un decálogo de diferencias entre ellos: tres sociales, tres religiosas y tres literarias, a las que se agregaremos su divergente actitud para con los judíos.
Sociales
1) Su extracción: mientras el conde Tolstoi era un terrateniente, Dostoievski pertenecía a la clase media urbana.
2) Su relación para con las ciudades. El último se mueve entre la marginación, la enfermedad, los vicios y las deudas constantes que lo llevan de crisis en crisis. Tolstoi por su parte pasa la mayor parte de su vida en una finca y esporádicamente se acerca a la vida urbana.
3) La crítica social aparece sólo en Tolstoi, quien se relaciona ásperamente con la afrancesada aristocracia rusa del siglo XIX y denuesta a la clase alta a la que pertenece.
Religiosas
4) La moraleja de su vida en prisión, de algún modo deriva de la categoría anterior. A ambos los influyó su reclutamiento militar, pero de modo inverso. Dostoievski reaccionó ante un pasajero fracaso literario acercándose a los anarquistas del Círculo Petrachevsky; fue arrestado el 23 de abril de 1849 por la policía de Nicolás I, acusado de conspiración y condenado a muerte, pena eventualmente conmutada por trabajos forzados en Siberia. Cuando fue liberado en 1854, se incorporó al ejército como soldado raso, donde se transformó en un ultraconservador que afirma la ortodoxia rusa y el zarismo, y rechaza a Occidente. Esta filiación es recurrente en su obra junto con los temas del suicidio, el orgullo herido, la destrucción de los valores familiares, el renacimiento espiritual a través del sufrimiento.
A Tolstoi su servicio en el ejército ruso lo empujó al pacifismo, y tuvo por ello importante influencia ideológica en el siglo XX, que apenas llegó a conocer: dejó su huella en el pensamiento anarquista (se lo considera un cristiano libertario), en el sionismo kibutziano de Arón David Gordon, y en la filosofía del Mahatma Gandhi. Con éste mantuvo correspondencia a partir de una carta de Tolstoi a un periódico hindú titulada "Carta a un hindú". Gandhi en esa época (1893) residía en Sudáfrica, y tomó de Tolstoi el concepto de resistencia no violenta, lo que terminó por denominarse pacifismo social.
5) Su concepto de redención. Aunque los dos son profundamente cristianos, sus interpretaciones del cristianismo divergen. Mientras Dostoievski rescata el dogma de la redención de la crucifixión –alguien que sufre y muere para purgar los pecados de otros- Tolstoi, más cercano a la Ilustración europea, destaca de Jesús no lo teológico sino lo histórico, y exalta la doctrina social. Las virtudes que mejoran la sociedad son la humildad, la compasión y la solidaridad.
El éxtasis de Tolstoi no es el de culpas metafísicas acerca del pecado: "La felicidad estriba en vivir para los demás"; el amor es el único de nuestros deseos cuya realización sólo depende de nosotros mismos.
El de Dostoievski resulta del sufrimiento y el pecado ante los que hay una promesa de salvación y vida eterna. Su tema recurrente es la culpa y la purificación espiritual por medio del sufrimiento.
Mientras Tolstoi fue un portavoz de la redención social por medio de la solidaridad, Dostoievski fue el escritor de la redención individual por medio de la expiación de los pecados.
6) La contemplación. Aunque las experiencias religiosas de ambos fueron contemplativas, el objeto de ellas era diferente. En Tolstoi hay asombro por el mundo bucólico, como destaca el citado Olenin en la obra Los cosacos, especialmente en el capítulo XX. En Dostoievski las experiencias religiosas son de éxtasis, de iluminación divina, a veces ligadas a ataques de epilepsia, como en el caso de Mischkin el protagonista de El idiota.
Literarias
7) Aunque la grandeza literaria visitó a ambos, a uno lo motiva la historia humana y al otro el alma individual. De las dos obras maestras tolstoianas, Ana Karénina (1867) y La guerra y la paz (1877), ésta es frecuentemente apreciada como la novela más importante de todos los tiempos.
A Dostoievski por su parte se lo considera fundador del existencialismo. Así opinaron entre otros Jean Paul Sartre y Walter Kaufmann, sobre todo a partir de la primera novela del ruso, Memorias del subsuelo (1864), un monólogo de un narrador innombrado, amargado, aislado, quien desde San Petersburgo habla de su sufrimiento, del placer del sufrimiento, de la necesidad del hombre de sufrir y distinguirse de la naturaleza.
La paranoia del narrador (no puede siquiera mirar a los ojos) y su deseo de sentir dolor (por ejemplo de muela) son paralelos a los que aparecerían después en Raskolnikov, el protagonista de Crimen y Castigo.
8) Su uso del realismo. Tolstoi refleja la sociedad aristocrática en la que vivía, sus miserias e hipocresía. Por ello escribe fiel a la corriente realista que mostraba los aspectos más sórdidos de la sociedad. Dostoievski no, porque en sus novelas transcurre poco tiempo (muchas veces sólo unos días) y eso permite al autor huir de uno de los rasgos dominantes de la prosa realista, el deterioro físico que produce el paso del tiempo.
9) Su aceptación por parte del estáblishment. Mientras Tolstoi fue excomulgado por la Iglesia ortodoxa a inicios de este siglo y admirado por el Estado socialista, Dostoievski fue alabado por la Iglesia ortodoxa y repudiado por el Estado soviético.
Sus novelas fueron impopulares en el régimen comunista por su presentación del hombre como irracional, no cooperador, incontrolable, como un ser que no podría ser saciado ni aun con los avances de la tecnología.
La décima diferencia radica en su actitud hacia los judíos y para señalarle cabe una introducción histórica.
Tolstoi y Dostoievski compartieron la singular Era de las Grandes Reformas que iniciara el zar Alejandro II, llamado en la historiografía rusa «zar libertador».
Proclamado en 1855, un lustro después emancipó a los campesinos; liberalizó el código penal y abrió la cultura rusa a Occidente.
Para entender la magnitud de la obra de este zar en cuanto a los judíos, cabe recordar que los judíos tenían prohibido vivir fuera de la «Zona de Residencia» y que desde 1827 estaban sometidos a un régimen militar llamado «cantonismo».
Éste establecía que los niños judíos fueran reclutados obligatoriamente al ejército del zar a la edad de doce años, bajo el pretexto de excluir a quienes sostenían a sus familias. La ley explicitaba que «los menores judíos serán colocados en establecimientos de entrenamiento preparatorio para servir en el ejército del zar por veinticinco años durante los cuales serán guiados a fin de aceptar el cristianismo». Los niños así reclutados se llamaban cantonistas («cantones» eran las barracas de entrenamiento) y se los disciplinaba bajo amenaza de hambre y castigos corporales. Sobre los hombros de los líderes comunitarios judíos se depositaba la responsabilidad de alcanzar altos cupos de adolescentes. Estos provenían de los hogares más pobres, de los que eran arrancados para siempre. Cada comunidad se veía en la obligación de recurrir a bravucones llamados jápers («secuestradores» en idioma ídish) que arrebataban a los niños ante los gritos de padres y vecinos. Desde los ocho años de edad, los niños eran aprisionados en el edificio de la comunidad y de allí los recogía el ejército. El sistema se hizo más riguroso durante la Guerra de Crimea (1854) cuando la cuota se fijó en treinta conscriptos por cada mil judíos, y las bandas de jápers acechaban para cazar a sus víctimas y trasladarlas a Siberia en viaje de varias semanas.
El escritor ídish Mendele Mojer Sforim (m. 1917) narra el horror del cantonismo en una novela de nombre bíblico: Be-emek Ha-Bajá, En el Valle de Lágrimas, y el ruso Alexander Herzen registró su encuentro con un convoy de cantonistas en 1835, cuando recibió del oficial a cargo la siguiente explicación: «un muchachito judío es una criatura debilucha y frágil... no está habituado a marchar en ciénagas por diez horas diarias, ni a comer galleta entre gente extraña, sin madre ni padre que lo mimen; por ende tosen y tosen hasta que se tosen enteros a la tumba... Ni la mitad llegará a destino; mueren así nomás como moscas... Ya dejamos un tercio en el camino» dijo, señalando la tierra.
Durante las tres décadas en que se impuso el cantonismo, cuarenta mil niños judíos fueron reclutados.
Una vez en las barracas, los niños que sobrevivían eran entregados a sargentos que habían sido entrenados para «influir» en la religión de los mancebos. Los «educadores» usaban hambre, privación de sueño, azotes y varios otros tormentos hasta que alcanzaba a los niños el bautismo o la muerte. Después de la ceremonia, los jovencitos debían cambiar sus nombres, eran registrados como hijos de padrinos designados, y comenzaban el entrenamiento propiamente dicho. Sus nuevos camaradas frecuentemente les hacían recordar su origen judío por medio del maltrato y la humillación. El zar Nicolás I definía el cantonismo como «el método para corregir a los judíos del reino».
Un efecto colateral del sistema fue que muchos padres optaban reticentemente por enviar a sus hijos a escuelas públicas o a colonias agrícolas, ya que así se los eximía de la conscripción. Por ello el gobierno decidió que éstas fueran financiadas por el impuesto de vela, un gravamen sobre las velas para rituales judíos.
Los judíos en ambos escritores
La amargura de los judíos de Rusia los llevó a creer que un zar con nuevas ideas personificaría un promisorio amanecer. El hombre fue Alejandro II, quien en efecto abolió el cantonismo y mitigó la Zona de Residencia. Los iluministas judíos en Rusia supusieron que comenzaba la Emancipación según el modelo occidental y, como lo definiera Jaim Potock, «el baile comenzó»: los judíos ingresaron en las artes y el periodismo, fueron abogados y dramaturgos, críticos y compositores, pintores y poetas. De súbito se los percibió notorios y ubicuos en la vida política y cultural del país. La prensa y la literatura judías florecieron, especialmente en hebreo y en ídish; también en ruso. Zvi Dainow publicó en hebreo un sermón en honor del zar, y Lev Levanda llamaba a los judíos a «despertar bajo el cetro de Alejandro II».
La presencia de los judíos en las profesiones liberales, en las artes y en la prensa generó resistencia en la intelectualidad rusa. Lermontov, Gogol y Pushkin comenzaron a incluir en sus obras estereotipos judíos repulsivos, en una suerte de reacción ante esta repentina competencia en el mundo de las artes y de la vida social.
Sólo a fines del siglo XIX, cuando arreciaron los pogromos, cambió esa imagen, y aparecieron escritores que comienzan a mostrar la cara positiva de los judíos, tales como Vladimir Korolenko, Alexander Kuprin, y especialmente Máximo Gorki.
Aunque fueron coetáneos, Dostoievski pertenece al primer grupo y Tolstoi al segundo.
Dostoievski fue quien justificó más acabadamente su animadversión contra los judíos, tanto en sus ficciones como sus ensayos (su profundidad psicológica logró que aún su narrativa fuera leída casi como ensayo).
En su artículo La Cuestión Judía, incluido en el Diario de un escritor (marzo de 1873) Dostoievski describe a los judíos como explotadores astutos, sanguijuelas despiadadas contra la población que los rodea, especialmente los campesinos indefensos e ignorantes. Los acusa de considerar a los gentiles «bestias de carga destinadas a la esclavitud», de descansar en bolsas de oro en Occidente desde donde inspiran la política antirrusa que supuestamente arremetía contra la bendita patria rusa, única tierra en la que el cristianismo aún representaba un poder vivo e influyente.
Para el autor, la política de Disraeli, «la pequeña bestia», estaba encaminada contra las naciones eslavas protegidas por Rusia, ya que «este Israel, como todos los judíos, aspira a destruir el reino cristiano».
Por ello, por «el materialismo judío», las persecuciones judeofóbicas estaban justificadas: «Uno les puede dar derechos civiles plenos, pero sólo cuando se los merezcan». Y Dostoievski dudaba de que llegaran algún día a merecérselo.
También en este aspecto su gran contradictor fue Tolstoi, quien en 1908 publicó en el periódico londinense El mundo judío notables párrafos:
¿Qué es un judío? Esta pregunta no es tan extraña como parece. Veamos qué clase de criatura peculiar representa el judío, sobre quien todos los gobernantes y todas las naciones, ya sea en conjunto o por separado, han cometido abuso y dado tormento, han oprimido y perseguido, pisoteado y masacrado, quemado en la hoguera y ahorcado...., y a pesar de todo ello, todavía sigue vivo. ¿Qué es un judío, que nunca ha permitido ser descarriado por todas las posesiones mundanas que sus opresores y perseguidores le han constantemente ofrecido para que cambiara su creencia y abandonara su propia religión judía?
El judío es ese ser sagrado que ha bajado el fuego eterno de los cielos y a través de él ha iluminado el mundo entero. El judío constituye la cuna, el manantial y la fuente de religión de la que todos los demás pueblos han extraído sus creencias y religiones.
El judío es el pionero de la civilización. La ignorancia fue condenada en la Antigua Palestina mucho más de lo que es hoy en día en la Europa civilizada. Además, en aquellos días de salvajismo y barbarie, cuando ni la vida ni la muerte de nadie tenía el más mínimo valor, Rabí Akiva no se abstuvo de expresarse abiertamente en contra de la pena de muerte, una práctica que en la actualidad es reconocida como una forma de castigo altamente civilizada.
El judío representa el emblema de la tolerancia civil y religiosa. "Amad al extranjero y al residente temporario", ordenó Moisés, "porque vosotros habéis sido extranjeros en la tierra de Egipto".
Y esto fue expresado en aquellos tiempos remotos y salvajes cuando la ambición principal de las razas y de las naciones consistía en abatirse y oprimirse unos a otros.
En cuanto a la tolerancia religiosa, la fe judía no sólo dista mucho del espíritu misionero de convertir a pueblos de otras creencias, sino que, por el contrario, el Talmud ordena a los rabinos informar y explicar a todos aquellos que voluntariamente vienen a aceptar la religión judía acerca de todas las dificultades que encierra su aceptación, y recalcar a los supuestos prosélitos que los justos de todas las naciones tienen su parte en la inmortalidad. Ni siquiera los moralistas de nuestros días pueden jactarse de una tolerancia religiosa enaltecida e ideal de este tipo.
El judío representa el emblema de la eternidad. El, es a quien ni la masacre, ni la tortura durante miles de años pudo destruir; él, es quien ni el fuego ni la espada ni la inquisición pudo borrar de la faz de la tierra; él, quien fue el primero en presentar las profecías de Dos, él es quien durante tanto tiempo ha sido el guardián de la profecía, y es quien la a transmitido al resto del mundo.
Una nación semejante no puede ser destruida. El judío es eterno como lo es la Eternidad misma.
En cuanto a la narrativa de Dostoievski, éste volcó sus recuerdos de prisionero en La casa de los muertos (1862), en la que incluye entre los presos a un personaje judío, Ishai Fomitsh de quien nos cuenta rituales obviamente inventados por el autor. Los judíos son descritos por prejuicios: «una mezcla de ingenuidad, estupidez, habilidad, insolencia, sinceridad, temeridad, jactancia e impertinencia». El judío era gobernado por una «autosatisfacción sin paralelo, placer en sí mismo… Naturalmente, también era un usurero».
Epítetos parecidos se dan también en un personaje llamado Lyamshim de una obra diez años posterior, Los demonios (1868).
Su última novela trae también a su figura más radiante, Alexei Karamazov, Alyosha el hombre creyente. Liza, el carácter noble y puro, le pregunta si es cierto que los judíos requieren de sangre cristiana para sus ritos repulsivos, y Alyosha se limita a responder «no lo sé».
Cuando el 8 de junio de 1880 en una sesión de la Sociedad de Amantes de la Literatura Rusa en Moscú se descubrió un monumento al padre de la literatura rusa moderna, Alexander Pushkin, Dostoievski pronunció un memorable discurso sobre el destino de Rusia en el mundo, en el que anticipadamente introduce el concepto de «raza aria», una humanidad de la que los judíos, semíticos ellos, debían ser excluidos.
Sorprendentemente, Dostoievski sostuvo que no conoció judíos, y que su actitud fue moldeada por los judíos de la Biblia. Para él, el judaísmo había sido reemplazado por el rusianismo y el futuro de la humanidad había sido colocado en manos de los rusos. Los judíos eran polvo de la historia, y Rusia la verdadera heredera de la Tierra Santa.
Dostoievski ha tenido un constante atractivo para los lectores israelitas, y su desprecio por los judíos alcanzó también a judíos asimilados en la Rusia comunista, como Ilia Ehrenburg, Osip Mandelshtam, y Boris Pasternak.
Por otro lado, uno de los amigos más memorables de Dostoievski fue un cristiano liberal y amigo del pueblo judío, Vladimir Soloviev (1853-1900), funcionario por un lustro del Ministerio de Educación en San Petersburgo, y quien estudió hebreo, escribió un libro sobre judaísmo y uno sobre el Talmud, se opuso a actividades misioneras hacia los judíos, y en su lecho de muerte recitó por ellos un salmo hebreo.