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El Catoblepas, número 58, septiembre 2006
  El Catoblepasnúmero 58 • septiembre 2006 • página 17
Libros

Crítica del buenismo

Carlos Moreno Guerrero

Sobre el libro coordinado por Valentí Puig, El fraude del buenismo, FAES Fundación para el Análisis de los Estudios Sociales, Madrid 2005

El libro recoge las ponencias que constituyeron el eje de los seminarios que sobre el buenismo se desarrollaron a lo largo de 2005 en la Fundación FAES, y que estuvieron a cargo de Valentí Puig, Andrés Ollero, Xavier Pericay, Miquel Porta y Florentino Portero. El libro puede leerse íntegro en internet: http://www.fundacionfaes.es/index.cfm?id_seccion=1014,1527

El fraude del buenismo es un libro de combate contra el denominado buenismo –un neologismo irónico, como ha precisado Amando de Miguel, que en El catoblepas debe aclararse que no tiene nada que ver con el máximo inspirador del materialismo filosófico– entendido como un rasgo ideológico que compendia los elementos que concurren en la noción de «talante», tan preconizada por el gobierno presidido por Rodríguez Zapatero, y con antecedentes en los gobiernos municipales y autonómicos de la izquierda en Cataluña, y en acontecimientos tales como el Fórum Universal de las Culturas y las manifestaciones contra la globalización y contra la guerra de Irak.

Para Miquel Porta la sociedad liberal capitalista está cuestionada, grosso modo, por dos corrientes: la «liquidacionista» o antisistema y la buenista, que se mueve en el ámbito del pensamiento flácido imperante en Occidente. El buenismo, para dicho autor: «es una ideología sustitutoria post-Muro que ocupa el vacío dejado por viejas concepciones totalitarias del mundo como, por ejemplo, el comunismo y el socialismo»; apuesta por causas previamente ganadas, como la paz, el medio ambiente o la diversidad, por lo que resulta altamente gratificante. Frente a ese «imperialismo del bien», reivindica Porta el derecho a la intolerancia justa.

El buenismo supone una concepción del hombre y de la sociedad, que se trata muy de refilón en el libro, lo que resta al análisis y a la crítica claridad y profundidad, como se la resta el hecho de que las críticas de los distintos autores se realiza desde distintos supuestos filosóficos.

Miquel Porta, que en obras anteriores ha estudiado el buenismo especialmente en la vida política catalana (pueden verse referencias en Crítica del nacionalprogresismo, El Catoblepas, número 51, mayo de 2006) sugiere atinadamente, apuntando a cuestiones de fundamento, en El diálogo como terapia buenista, que el buenismo se apoya en la creencia en la posibilidad de reconciliar el género humano, y, concretamente, «el buenismo pacifista incurre en un par de falacias o ilusiones: creer en la posibilidad de reconciliar el género humano por la vía exclusiva del diálogo o la no violencia; creer que la paz es un valor absoluto al que los demás valores deben subordinarse». Acierta a sintetizar Porta el sentido de su crítica cuando afirma: «Se trata de olvidar a Rousseau y reivindicar a Hobbes», de triturar el «buenismo russeauniano infantiloide de la izquierda que cree en la bondad intrínseca de la especie humana».

En Estrategias del buenismo, Valentí Puig define con perspicacia el buenismo como una «política gestual», en la que la reacción emotiva sustituye a la acción, y cuyo despliegue abarca desde la búsqueda de la paz universal y de la Alianza de Civilizaciones en las relaciones internacionales, la suposición del buen salvaje como sujeto del sistema educativo, la extrapolación multiculturalista de la idea de tolerancia, la economía como solidaridad, el intervencionismo humanitario o el diálogo como panacea. Se trata de un modo de hacer política, y esto nos parece esencial para su caracterización, «al margen de la dialéctica que es propia de la vida política y de la noción de conflicto», y para el que el hecho de que una medida parezca buena es más importante que su eficacia para resolver un conflicto real. La ideología del «dialoguismo», las «concepciones flotantes» sobre la realidad y el relativismo propios del buenismo, llevan a Valentí Puig a plantear si el tan preconizado «talante» «no es más bien un método, un estar, y no una forma de ser». A largo plazo el buenismo es difícil de sostener pues como dice Puig «la política es el reino turbio de las realidades y no de los deseos píos, ni de la conversión de los píos deseos en estrategia».

En Buenismo y Alianza de Civilizaciones, Florentino Portero trata de esclarecer los fundamentos del buenismo internacionalista. El derrumbamiento del Muro de Berlín y el hundimiento de la Unión Soviética (1989-1991) afectaron profundamente a la ideología y programas de la izquierda occidental. A partir de dicho momento el capitalismo y la democracia liberal aceleraron su expansión mundial, por lo que la lucha contra la globalización liberal se constituyó en el eje principal de la izquierda. Tras el 11 de septiembre de 2001, la nueva estrategia norteamericana de «Guerra contra el terror» identificó como enemigo al islamismo, que ve en la globalización liberal una amenaza para el Islam. Frente a la expansión de la globalización liberal, hegemonizada por Estados Unidos, se produjeron confluencias entre la izquierda, los islamistas y los populistas para mantener el status quo del mundo, con planteamientos relativistas: se reconoce la legitimidad de todos los gobiernos; se rechaza la injerencia en favor de la expansión de la democracia liberal; se rechaza el uso de la fuerza en las relaciones internacionales –como señala Portero, «la diplomacia del talante comunica al otro la renuncia al uso de la fuerza, la relatividad moral, la aceptación de la legitimidad de las demandas que presente, la disposición a ceder...»–; se señala a la globalización liberal como la amenaza más grave a la seguridad occidental, porque provocan reacciones terroristas y agravan los problemas existentes. La diplomacia del talante y la Alianza de Civilizaciones son estrategias ideológicas y de marketing en las relaciones internacionales, basadas en ideas confusas y obscuras, en falta de prudencia política, y en una desconexión de las relaciones internacionales con los intereses nacionales.

La corrección pedagógica buenista hoy dominante, recogida en España en la ley de reforma educativa, la LOGSE de 1990, y posteriormente recuperada por Rodríguez Zapatero en la Ley Orgánica de Educación de 2006, pivota fundamentalmente, como señala Porta, sobre el antiautorismo, el educacionismo y el igualitarismo. Xavier Pericay, en su ponencia, precisa que el buenismo educativo tiene su génesis en los movimientos de cambio pedagógico que se desarrollan en Europa tras mayo de 1968. La nueva pedagogía, dice Pericay, rechaza la autoridad en la escuela, que se entiende como autoritarismo, y la sustituye por la igualdad entre profesor y alumno, lo que conducirá: a la práctica desaparición de la función disciplinar del docente; a transformar el aula en «una suerte de falansterio antiautoritario», como afirma Porta, cuyos conflictos se trataran vanamente de resolver exclusivamente con el diálogo; y a que decrezca la autoexigencia y responsabilidad del alumno. El educacionismo, señala Porta, privilegia la educación en valores en detrimento de la transmisión de conocimientos, el esfuerzo y la memoria. El igualitarismo, al negarse a seleccionar en función del rendimiento, rechaza la meritocracia y elimina en la práctica la igualdad de oportunidades de los usuarios de la escuela pública degradada que no puedan procurarse otros instrumentos para obtener una educación de calidad.

Andrés Ollero denuncia la existencia de un buenismo jurídico, que identifica, paradójicamente, con la defensa del derecho a lo torcido, del derecho a lo equivocado, de un derecho al mal (sic), y cuyas principales características son «la filantrópica generosidad a la hora de conceder derechos» y su relativismo. Ollero rechaza esa posición en nombre de un criterio de verdad, de una concepción del bien que no explicita, y que es el Derecho natural. Sorprendentemente, afirma que lo fundamental de lo que denomina buenismo teórico– jurídico es «el rechazo de un iusnaturalismo sospechoso de confesional, y la obligada opción por el positivismo jurídico como expresión suprema de lo académicamente correcto». De modo que, en realidad, Ollero critica lo que llama buenismo jurídico –si bien no nos consta que dicha ideología incluya una teoría del derecho, y si un mero uso de los instrumentos jurídicos para sus finalidades políticas– desde el Derecho natural, desde una ideología metafísica, ahistórica e inmutable de lo justo y de lo bueno, es decir, desde otro imperialismo del bien.

La sombra de Kant, entre otros, está detrás de las infinitas ansias de paz perpetua y demás armonías idealistas del buenismo, que también tiene que ver con el armonismo krausista. Pero con independencia de sus antecedentes doctrinales, y de su uso del lenguaje políticamente correcto, las contradicciones de la estrategia buenista son de tal calibre, pongamos por caso en materia de diálogo –predicándolo como solución universal, ejercitándolo sólo con fuerzas minoritarias, separatistas o terroristas, y negándolo simultáneamente a los representantes de la mitad del electorado, con los que además se rompen importantes consensos anteriores– que ponen de relieve la oportunista y cínica utilización de una mera máscara ideológica –Boadella ha hablado de que Rodríguez Zapatero «asume el personaje del bueno»– para la conservación del poder político.

El fraude del buenismo aporta elementos significativos para una lectura crítica del fenómeno ideológico que analiza. Tiene especial interés la crítica al buenismo como caso paradigmático de una crítica materialista –si exceptuamos el mencionado caso de Ollero– y desacomplejada desde la derecha a ideologías idealistas y metafísicas de la izquierda, frente a los que sostienen una metafísica identificación del materialismo filosófico con la posición de izquierdas, una posición relativa. Ello no es extraño en nuestro tiempo histórico, tras el derrumbamiento de la Unión Soviética, en el que, como ha razonado Gustavo Bueno en El mito de la izquierda, el racionalismo y el progresismo han dejado de ser patrimonio exclusivo –si es que alguna vez lo fueron– de la izquierda política, y en el que se ha producido una ecualización entre la derecha y la izquierda, difuminándose las diferencias entre ambas.

 

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