Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 60 • febrero 2007 • página 18
Un huevo, el huevo primordial, tenido como el origen del mundo, era, por consiguiente, el origen de la vida, según las muestras arqueológicas de la Europa neolítica y calcolítica: la cultura Cucuteni, por ejemplo, en Ucrania, así lo cuenta en sus vasijas pintadas. Más elaborada resultó la simbología de la Diosa Madre preagrícola, que entendía de las cuestiones de la fertilidad, incluyendo la fecundidad de los animales –la Dama de las Bestias– y agrícola o Diosa de la Regeneración. Recuérdese la Virgen neolítica, heredera de la Venus paleolítica.
Todo ello nos lleva en una sola dirección: el nacimiento. Más atrás en el tiempo, en el Musteriense, huesos hincados alrededor de cráneos y mandíbulas dan cuenta de un acontecimiento: los neandertales practicaban rituales funerarios, sin que ello niegue que hace, digamos 500.000 años atrás, que los hombres del Paleolítico Inferior tuvieran sus prácticas encadenadas a una complejidad abstracta. Estas noticias marcan la dirección contraria a la expuesta antes, es decir, la muerte.
Entonces: abordar las cuestiones del nacimiento y la muerte en la Asturias histórica, objeto del libro de Alfonso Fernández Tresguerres, es sumamente valioso, porque, además, incluye perspectivas filosóficas y antropológicas de tres autores sobresalientes: la del Bueno de El animal divino (y de algunos artículos de la revista El Basilisco, como es el caso de «Sobre el concepto de espacio antropológico», nº 5, págs. 57-69, Oviedo 1978, válido para dar contexto a las ceremonias, bien en las relaciones sociales –circulares–, bien en las naturales –radiales–, bien en las religiosas –angulares–, o el del «Ensayo de una teoría antropológica de las ceremonias», nº 16, págs. 8-37, Oviedo 1984, para precisar un concepto compacto de qué es una ceremonia), la del Frazer de La rama dorada y la del Gennep de Los ritos de paso. Y es un abordaje, que nosotros sepamos, pionero en Asturias, donde nunca se acometió la estructuración, y la crítica, del folklore astur tomando como referentes los polos opuestos de nacimiento y muerte. Sólo por este hecho, y por el esfuerzo que ello lleva aparejado, resulta de interés el volumen presente.
No obstante lo escrito, al servirse Alfonso Fernández Tresguerres de los tres emblemáticos libros que acabamos de citar, hemos echado de menos un mayor desarrollo de los presupuestos de Frazer y, especialmente, de los de Bueno. Tresguerres se 'acomoda' en Gennep, lo que no resulta despreciable, pero deja al lector insatisfecho, no en balde promete en el capítulo de los preliminares teóricos una participación equitativa de los tres. Construir un libro etnográfico que recoja las fórmulas empleadas por los habitantes de Asturias durante un tiempo dado, que en todo caso habrá de exceder la centuria, de querer tener perspectiva, es desbordante, y no parece que sea la intención del autor. Sin embargo, los datos aportados son escasos para cimentar una teoría de objeción difícil y, tal vez, esa escasez sea el motivo de la repetición de aquéllos en varios de los capítulos, donde se dan cabida, ahora en exceso, a datos de otros pueblos, que lleva a la construcción más de un libro etnográfico universal, y naturalmente raquítico con mayor razón, que asturiano.
Le sobran, pues, páginas, cuando le deberían de faltar. Y al lado de la vertiente descriptiva que hallamos en Alfa y Omega está la interpretativa, asimismo corta por el 'olvido' de Frazer y Bueno, y asimismo reiterativa: reiteración de unos pocos esquemas. En el caso de Frazer, y pese a la crítica de Fernández Tresguerres al «concepto de causalidad» que determina para el antropólogo británico el que magia y ciencia sean similares desde el momento en que ambos puntos de vista «parten de la observación de fenómenos naturales», el filósofo asturiano no debió de omitir algunas relaciones expuestas en La rama dorada, como la sintonía que parece darse, en Europa, entre la llegada del invierno y la muerte en la víspera de Todos los Santos, en cuya noche se encendías los fuegos que calentarían los hogares de los fríos invernales y de las errantes brujas que vagabundean por los gélidos campos, hogares donde se daba la bienvenida a los espíritus de sus muertos, también necesitados de calor. Y aludir, para encuadrar mejor el contenido de su obra, y hablamos ahora de Bueno, a las tres fases de la religión propuestas en El animal divino, que daría a Tresguerres la oportunidad de enlazar las creencias, los ritos y las ceremonias de su estudio en el pasado, donde el 'regressus' y posterior 'progressus' iluminaría el porqué de aquéllos, adentrándonos entonces, además del desarrollo formal, en la materia misma de la cuestión.
Ahora bien, el párrafo anterior no acota el trabajo de Tresguerres, y eso suponiendo que la pequeña orilla que en él se trazó contenga algo de 'verdad', porque la verdad en las 'ciencias' humanas es más una aporía que cualquier otra cosa. Para acotarlo es necesario decir que lo redactado es provechoso en buena parte (casos y explicaciones) y que el epílogo, que se extiende de la página 231 a la 251, es sobresaliente, y todavía excepcionales algunos de sus párrafos.
Cuatro muestras: «…esa homogeneidad (en líneas generales) que hemos visto en las creencias y costumbres asociadas al nacer y al morir, no son sino manifestaciones y consecuencia de una naturaleza humana común y de una forma de pensamiento igualmente compartido, que no es otro que el pensamiento mágico… Son [las leyes del pensamiento mágico], nos atreveríamos a decir con resonancias hegelianas, un momento o una figura necesarios en el desarrollo y desenvolvimiento del Espíritu» (págs. 232-233). «Nacimiento y muerte son, como es obvio, situaciones límite. Son principio y fin, y acaso por ello se entiende que se doblan el uno sobre el otro adquiriendo ese peculiar forma de ceremonia en espejo» (pág. 237). «… si deseamos hacernos una idea de la concepción que de la vida tiene un determinado pueblo, más que en cómo entiende el nacer, debemos fijarnos, seguramente, en cómo entiende el morir. No es en el nacimiento, sino en la muerte donde se nos revela la concepción del mundo y el sentido de la vida de una cultura dada. (…) la práctica de enterramientos y el culto a los muertos (ligados ambos, probablemente, al inicio de la religión) son elementos absolutamente esenciales y determinantes, y junto con la propia religión (en la medida en que ésta supone la disociación definitiva del mundo humano y animal), seguramente los más decisivos (sin perjuicio de que haya otros) en el proceso mismo de la constitución del Hombre en Hombre» (págs. 238-239). Y, para terminar con el repaso del último capítulo, estas líneas tan certeras: «hoy la muerte se ha vuelto tabú, y parece ser algo que avergüenza y que es preciso ocultar. Se evita incluso hablar de ella, y hasta nombrarla; lejos de ser vivida con familiaridad, se la ve como un acontecimiento brusco que irrumpe en el curso de una vida feliz… El cadáver, podríamos decir, es incómodo y causa malestar a una sociedad feliz y satisfecha… Vivimos, en suma, como si fuésemos inmortales. Como mucho se mueren los otros… Éste es, probablemente, el tema de nuestro tiempo: la felicidad» (págs. 247 a 250).
Antropología cultural y antropología filosófica son 'invitadas' por Alfonso Fernández Tresguerres para desentrañar dos hitos del hombre, del hombre universal, no ya del asturiano. Las dos funciones de la disciplina antropológica están en sí mismas entrelazadas como consecuencia del objeto de sus estudios, el hombre y sus modos de vida a través de la organización económica, social y política, la filosofía, además de procurar relacionar más extensamente los elementos constituyentes de cada modo de vida –religión, muerte, lenguaje, rituales, estructuras de poder, etcétera–, ha de encararse con el papel del hombre en el mundo, en línea con la fórmula kantiana del conocimiento general del hombre; y Tresguerres encuadra formalmente bien ese papel y, así, entiende que las ceremonias funerarias significan «la agregación permanente y completa del difunto a su nuevo (y último) estado», una suerte de «despedida que quisiera cuanto antes hacerse definitiva, acaso porque se sabe que sólo entonces hallará fin el dolor mismo» (pág. 154).
En Alfa y Omega se recurre profusamente a Arnold van Gennep, el antropólogo francés que marcó tendencia en el enfoque de los ceremoniales acometidos por las comunidades humanas durante los momentos significativos vividos por sus miembros, y que no dejaría indiferente a Lévi-Strauss. De este modo, y como ejemplo, uno de los apartados más novedosos y meritorios de Los ritos de paso, en el que Van Gennep confecciona una lista de ritos de separación y agregación, ayuda a Fernández Tresguerres en su loable esfuerzo clasificatorio del campo etnofenoménico asturiano que, desde esta perspectiva, al menos, no resulta fallido y abre el camino para otras investigaciones.