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El Catoblepas, número 61, marzo 2007
  El Catoblepasnúmero 61 • marzo 2007 • página 14
Artículos

La nanotecnología, inquietudes sociales
y problemas éticos derivados

Domingo Fernández Agis
Álvaro Fernández Castillo

Ante el presente económico y tecnológico de la nanotecnología

En su informe «The Big Down», fechado en junio de 2003, el Grupo ETC (Group on Erosion, Technology and Concentration) exponía los resultados de una detenida reflexión sobre el origen, realidad actual y futuro previsible de la nanotecnología{1}. Ésta se define allí como la «manipulación de la materia viva y no viva al nivel del nanómetro, una billonésima parte de un metro», añadiendo que se trata de la escala en la que se opera en la física cuántica, un mundo al que no se puede acceder sin las armas teóricas que se han ido diseñando a partir de los trabajos del físico alemán Max Planck. En esa escala, una verdadera dimensión escondida de la realidad pese a estar tan próxima a nosotros, que sin duda seguirá siendo durante mucho tiempo capaz de ofrecernos incontables sorpresas, entramos en un nivel en el que los elementos tienen un comportamiento no determinista. No obstante, en «The Big Down» se realiza una apelación, imprecisa y quizá algo sesgada, a la indeterminación cuántica, mediante la que se alude de forma implícita a la vigencia del Principio de Incertidumbre en los fenómenos que se producen a escala subatómica{2}. En todo caso, pese a pasar injustamente por alto el esfuerzo que los físicos que trabajan en este campo han realizado durante los últimos años para gestionar con eficiencia la indeterminación cuántica, el documento contiene una exposición bastante completa de los campos de aplicación y desarrollo actual de este tipo de tecnología, lo que ya de suyo lo hace interesante, pese a los detalles que indican desde su inicio una toma de posición crítica frente a la tecnociencia.

En él se establecen cuatro grados o niveles en el avance previsible de la nanotecnología. Los dos primeros son ya una realidad, mientras que los otros dos restantes constituyen derivaciones hechas por los autores del documento, partiendo de una proyección que consideran entra dentro de lo previsible de las orientaciones actuales de la investigación en el campo de las nanotecnologías. Los primeros riesgos a los que se hace mención en el documento se refieren a la fabricación y manejo de nanopartículas, terreno en el que se ha pasado ya del ámbito de la investigación al de la producción industrial, con empresas radicadas en EEUU, la Unión Europea o Japón. No hay que olvidar a este respecto que, como ha indicado Kevin Kelleher, la inversión de los países desarrollados en investigación nanotecnológica es tan considerable que alcanza ya el nivel de lo gastado en todo el programa espacial Apolo{3}.

En diferentes áreas de actividad, desde las telecomunicaciones, la creación de tejidos con propiedades específicas, la alimentación, la medicina o la industria farmacéutica, la nanotecnología supone ya una revolución, real y efectiva, que se manifiesta por el número creciente de sus aplicaciones, la inversión de capital industrial cada vez más importante en su base científica y sus prometedoras aplicaciones tecnológicas.

En este ámbito, el gran problema ético que se plantea proviene del desconocimiento de los riesgos para la salud de los seres humanos y para la vida de las demás especies, que puedan conllevar los nuevos materiales. La reflexión ética no puede obviar este asunto, toda vez que existe un desconocimiento de los efectos que a largo plazo pueda tener el uso de los nanomateriales, en particular en áreas de actividad, como la fabricación de nuevos fármacos, en las que el nivel de riesgo que se puede asumir ha de ser reducido al mínimo posible. Se añade a ello, la inexistencia de una regulación legal apropiada, dados su carácter novedoso y la rápida expansión de las investigaciones nanotecnológicas. En tal sentido se suele utilizar, para hacer referencia a los riesgos de los que hablamos, la analogía con = lo acaecido con otros materiales industriales –por ejemplo, los asbestos– introducidos en algunos productos con los que tenemos contacto directo en la vida cotidiana, sin haber realizado un contraste previo y exhaustivo de sus posibles riesgos para la salud. Más tarde, al ponerse de manifiesto éstos, han tenido que ser retirados del mercado y eliminados de aquellas áreas de actividad humana donde se les había dado uso. Las técnicas de producción de numerosos materiales que se han venido usando en los últimos años, han ido incorporando sistemas que fabrican estructuras a nanoescala sin pasar nuevos controles sanitarios. Hay que tener presente, a este respecto, que tal como ha señalado Silvia Ribeiro, investigadora vinculada al grupo ETC, mientras más pequeña es una partícula mayor es su reactividad, por lo que una sustancia que es inerte en la escala micro o macro, puede mostrar características dañinas en la nanoescala.

La mayoría de estas inquietudes se deben, sobre todo, a que en la actualidad aún no se conocen aún en profundidad los procesos que rigen la materia en el nivel de la nanoescala. Claro está que a esta desconfianza del público sólo se puede hacer frente potenciando la investigación, no sólo –como es obvio– por el interés práctico inmediato que ésta pueda tener. En todo caso, el establecimiento de las necesarias prevenciones y cautelas no debería servir de coartada para legitimar la renuncia a seguir avanzando en el conocimiento de las nanoestructuras. Quizá llegar a comprender fenómenos como la agrupación espontánea de nanopartículas nos ayude a situarnos en una posición más adecuada para afrontar la búsqueda de respuestas a cuestiones aún envueltas en las tinieblas de lo desconocido, como son el origen de la materia o la complejidad de las estructuras básicas de la vida.

Pese a las promesas que la nanotecnología conlleva, no es extraño que la inquietud se extienda entre la población, sobre todo teniendo en cuenta las malas prácticas que se han puesto de manifiesto en experiencias anteriores, en las que parece haber primado el imperativo tecnológico que nos dice que no han de ponerse límites a la posibilidad de investigar y que todo lo que la ciencia nos permite hacer debe ser hecho{4}. Las experiencias a las que aludimos muestran bien a las claras que el coste económico de descartar los elementos nocivos ha sido importante, aunque es sin duda mucho más relevante aún que su uso haya ocasionado enfermedades y problemas de deterioro del medio natural que no deben ni pueden ser objeto de una mera cuantificación en términos económicos. No es descabellado pensar que el riesgo podría ser ahora aún mayor, dado que estamos hablando de elementos cuya presencia es indetectable para quienes no dispongan de los conocimientos y el instrumental técnico necesario. Éste último, por lo demás, es de gran sofisticación y tan sólo está al alcance de unos pocos. De tal forma que los daños producidos no tendrían únicamente la gravedad que por sí mismos poseyesen en un primer momento, sino que podrían llegar a adquirir unas proporciones imprevisibles, pues su impacto a largo plazo no puede determinarse ni, en última instancia, medirse de forma fehaciente. Pensemos, por ejemplo, en el uso de materiales fabricados a nanoescala con el fin de elaborar materiales que actúan como dispensadores de los principios activos en los medicamentos. Sabemos que, en este campo, la nanotecnología está aportando sistemas inteligentes que optimizan el proceso, liberando la cantidad adecuada de medicamento en el momento preciso, y facilitando además, que éste alcance su destino en el menor tiempo posible. El problema radica en que, las características –tamaño y estructura– de dichos materiales, hacen sin duda más compleja la tarea de establecer con plena certeza su inocuidad.

En todo caso, dejando a un lado de momento estas cuestiones, habría que insistir en que los dos últimos estadios, que el informe cuya estela estamos siguiendo en este trabajo sitúa en un futuro previsible, son los más inquietantes. De ellos, el primero sigue teniendo cierta relación con lo que se acaba de exponer, pues se refiere a la fabricación de elementos indistinguibles o indiscernibles para nosotros, con cuya proliferación convivirían sin tener un control sobre los mismos. A través de sus aplicaciones en la medicina, en la alimentación, en la industria bélica, &c., podrían dispersarse este tipo de elementos, a medio camino entre la materia viva y la inerte, con los que conviviríamos sin tener conocimiento de su presencia ni capacidad para controlar sus efectos sobre nosotros y el medio en que vivimos. Esta cuestión se está planteando ya, en la práctica, pues las aplicaciones industriales de los nanoproductos son, como señalábamos antes, una realidad, por reciente que haya sido el inicio de su utilización. Así, en la Unión Europea, operan ya empresas nanotecnológicas que suministran sus productos a otras, deseosas de aumentar con ello la eficiencia y competitividad de su propia producción.

Por último, en el informe se alude, siguiendo las ideas de K. Eric Drexler, a la posibilidad de un crecimiento incontrolado de alguno de dichos organismos artificiales, una vez que éstos hayan adquirido la capacidad de autoreplicarse. Podría entonces sobrevenir un crecimiento exponencial de los mismos, capaz de provocar, en un tiempo relativamente breve según los cálculos que propone Drexler, el colapso de la vida sobre el planeta.

La cuestión más importante que subyace a todo ello es, sin lugar a dudas, la falta de control social sobre la ciencia y sus aplicaciones. En torno a ella, surgen varios problemas, sobre los que es preciso y urgente establecer una discusión pública. Lo llamativo es que hoy, tres años después de la publicación del texto que comentamos, es muy poco lo que se ha avanzado en ese sentido. Ante todo, es preciso establecer si es suficiente la autorregulación de la comunidad científica. A propósito de ello hay que señalar que, aunque para un buen número de miembros de la comunidad científica esta solución es la ideal, esa no es razón suficiente para darla por buena en términos generales. Por el contrario, cabe preguntar, si es necesario exigir la aplicación del Principio de Precaución y, en caso de serlo, determinar cómo llevar a cabo dicha aplicación.

Sin embargo, nos encontramos en este punto con una nueva dificultad debida, como señalaba José Manuel De Cózar{5}, al hecho de meter a toda la nanotecnología en el mismo saco, como si no fuera necesario establecer distinciones entre sus distintas aplicaciones y desarrollos. Frente a ello, tal vez sería preferible hablar de nanotecnologías, en plural, y analizar sus riesgos y ventajas potenciales de una manera diferenciada.

Por otro lado, el informe hace alusión a un hecho de importancia crucial: la ciencia se ha privatizado en las últimas décadas. Hoy depende en gran medida del capital privado, empresarial o financiero. Partiendo de este hecho, nos preguntamos cómo controlar el uso de la tecnología derivada de los descubrimientos científicos, sumidos como están los grupos de investigación en una incesante carrera por buscar rentabilidad a las inversiones que las empresas hacen en ciencia y tecnología. A este respecto, no hay más que echar un vistazo a las publicaciones de los últimos años relativas a la nanotecnología y la nanociencia, para percatarnos de que EEUU, Japón y Europa juegan un papel importantísimo en este campo y que, cada vez más, empresas del resto del mundo se van uniendo a la carrera para tomar posiciones de cara al futuro con sus propias aportaciones, forjadas en gran parte gracias a un aumento del capital destinado a los departamentos de I+D{6}.

Hay, no obstante, otro asunto asociado al que acabamos de enunciar que no podemos pasar por alto. Se trata del peso que pueda tener, en el control o ausencia de control sobre la ciencia, el factor nacional. En este sentido, sería una ingenuidad pensar que ningún país vaya a someterse de buen grado a un control externo cuya consecuencia inmediata puede ser un frenazo en su progreso científico-tecnológico, que afectaría de inmediato a su desarrollo económico.

En este complejo horizonte la única solución que se vislumbra es, en realidad, una no-solución, pues consiste en ir poniendo en pie a través de distintas instancias jurídico-políticas un conjunto de medidas correlacionadas, nacionales, internacionales, provenientes de la comunidad científica y externas a ésta última. Medidas que siempre dejarán huecos. En cualquier caso, no es suficiente, a nuestro juicio, con apelar en exclusiva a la autorregulación de la propia comunidad científica. La razón de ello es clara y, por lo demás, ya se ha apuntado antes: la investigación científica está demasiado ligada a intereses particulares –léase, de empresas y grupos financieros– como para que pueda esperarse que la autorregulación sea el camino adecuado para solucionar los problemas éticos que día a día se van planteando al hilo del progreso de la investigación{7}.

Cierto es que, como tantas veces se ha dicho, no hay progreso sin riesgos, pero es preciso encontrar el modo de minimizar éstos, siempre y cuando se trate de riesgos que sean por principio asumibles. O lo que viene a ser lo mismo, si detectamos riesgos no-asumibles desde el punto de vista ético, lo único que cabe es exigir la aplicación inmediata del Principio de Precaución. Ésta nos llevaría a suspender la investigación en ciertas áreas, en tanto no se establezcan procedimientos eficaces para sortear las consecuencias negativas que podrían derivarse.

No es realista, pese a todo, pensar que la investigación en este campo pueda pararse sin una clara percepción social de la presencia de peligros inminentes e imposibles de asumir. En efecto, como también se ha apuntado ya, no parece sensato esperar que ninguno de los países implicados acepte, fuera del contexto de un hipotético programa internacional claramente vigilado y respetado por todos los demás países implicados en este tipo de aplicaciones, el frenazo en la investigación nanotecnológica. A esto contribuye, además de los incentivos económicos y estratégicos que están en la mente de todos, que los riesgos percibidos, pese al impacto de documentos como el que estamos comentando a lo largo de estas páginas, no tienen quizá la suficiente fuerza de convicción sobre la opinión pública como para conseguir efectos de esa magnitud. La inercia que se viene manifestando, por ejemplo, en la utilización de los combustibles fósiles puede proporcionarnos, en este sentido, un triste y elocuente ejemplo. En efecto, ¿qué tiene que ocurrir para que nos tomemos en serio el problema de la energía? ¿Estamos tan dominados por la indolencia, o somos, simplemente, tan estúpidos que tenemos que esperar al colapso del sistema de producción energética basado en el petróleo para empezar a actuar de forma decidida? Por añadidura, fijémonos, también a modo de ilustración, en lo que sucede con la administración de las reservas de petróleo por parte de los países productores. Se trata de una cuestión enfocada desde la perspectiva de los intereses nacionales, pese a las interminables discusiones que puedan darse en el seno de la OPEP. Desde luego, los países productores parecen tener claro que, mientras que la demanda se mantenga en la coyuntura de crecimiento, a pesar de los elevadísimos precios, hay que alargar todo lo posible el mantenimiento de sus reservas petrolíferas. Esta situación no puede cambiar de forma drástica, en tanto no se apliquen de forma eficiente y generalizada otras tecnologías alternativas al petróleo. Todo el mundo sabe que dichas tecnologías existen desde hace tiempo, sin embargo nadie ignora tampoco que su aplicación está sujeta a este juego de los intereses privados, en el que también los propios estados actúan como si fueran empresas buscando el beneficio a corto plazo. Como decíamos, se trata tan sólo de un ejemplo, pero elocuente a nuestro juicio, pues nos muestra el género de dificultades con las que nos vamos a encontrar en la administración de estos nuevos recursos que la tecnociencia actual ha puesto a nuestro alcance.

Entonces, ¿cómo aplicar el Principio de Precaución? Quizá aquí solo quepa decir que tan sólo es viable hacerlo como lo que es, en última instancia: una directriz para proceder de forma correcta y no una coartada para el inmovilismo. Philippe Mongin lo ha expuesto brillantemente en su trabajo, «Le développement durable contre le principe de précaution?» En primer término, se trataría de determinar si una determinada decisión conlleva o puede conllevar un daño de carácter irreversible. Bien es verdad que la misma noción de irreversibilidad no siempre puede precisarse, encontrándonos en ocasiones envueltos en un clima de incertidumbre en relación a los efectos directos e indirectos de la tecnología en cuestión. Sea como fuere, es cierto que, como señala este autor, será preciso comprender mejor los fundamentos teóricos del principio antes de esperar una aplicación práctica consecuente del mismo. Ello no ha impedido, sin embargo, que ya se haya hecho alguna aplicación sonada del principio de precaución, como cuando la Corte europea de justicia dio la razón a Francia frente a Gran Bretaña, en el contencioso surgido con la aparición de la enfermedad conocida como de las «vacas locas», la encefalopatía espongiforme. En esa ocasión, hace notar Philippe Mongin, se prohibió el tránsito del ganado bovino británico ante el temor a la expansión de la enfermedad y, por tanto, a que se produjeran, en el caso de seguir prevaleciendo el principio de libre tránsito de bienes de un país a otro, daños de carácter irreversible{8}.

Por lo demás, la aplicación de tal principio no debería nunca partir de una demonización de la tecnociencia ni de una descalificación global de sus resultados. Existen campos, como el de las telecomunicaciones, en el que la aplicación de los materiales nanotecnológicos resulta muy prometedora. Imaginemos, por citar tan sólo algún ejemplo, una de sus posibles aplicaciones: las posibilidades del cableado molecular. En los proyectos de tal índole, la base material de éste será fabricada a partir de nanopartículas y tendrá la capacidad de transportar cantidades enormes de información a velocidades de vértigo, sin que se produzcan pérdidas. Tal nivel de eficiencia es posible merced a que la señal no sufre degradación alguna al viajar por este medio, en virtud del principio de conductividad balística, demostrado experimentalmente en la fabricación de nanotubos. En efecto, toda señal que ataca la entrada de un nanotubo se presenta de forma casi instantánea a la salida del mismo sin existir pérdida alguna de energía.

Se trata, además, del material más resistente que jamás haya existido, elástico, ligero, económico, ecológico, con una altísima tolerancia a fallos y que ocupa un espacio ínfimo, en relación a los que hoy están en uso. Por ello parece inevitable que nanomateriales como estos acaben desbancando a todos los sistemas de transmisión actualmente existentes. Lo relevante es, en definitiva, exigir un control más riguroso que el actual sobre las condiciones en las que se produce cada nueva aplicación de la nanotecnología.

Bibliografía

CÓZAR ESCALANTE, J. M. de, «Nanotecnologías: promesas dudosas y control social», Revista Iberoamericana de Ciencia, Tecnología, Sociedad e Innovación, 6 (2003).

DREXLER, K. E., Engines of Creation. The Coming Era of Nanotechnology, Anchor Books, New York, 1986. (Hay versión en castellano, DREXLER, K. E., La nanotecnología. El surgimiento de las máquinas de creación, Gedisa, Barcelona 1993).

ECHEVERRÍA, J., Ciencia y valores, Destino, Barcelona 2002.

ECHEVERRÍA, J., «El principio de responsabilidad: Ensayo de una axiología para la tecnociencia», Isegoría, 29 (2003).

ETC Group, «The Big Down», puede consultarse en la web del Grupo ETC: www.etcgroup.org

GONZÁLEZ, R. & ARNAIZ, G., «Bioética: entre el imperativo tecnológico y el imperativo ético», en GÓMEZ-HERAS, J. Mª. & VELAYOS, CASTELO, C. (Edits.), Bioética. Perspectivas emergentes y nuevos problemas, Madrid, Tecnos, 2005.

JASANOFF, S., «Biotechnology and Empire», Osiris, 21 (2006).

JONAS, H., El principio de responsabilidad. Ensayo de una ética para la civilización tecnológica, Herder, Barcelona 1994.

KEKKEHER, K., «Nanoteh: Money Pit or Moneymaker?» www.thestreet.com, 2.1.2006.

MONGIN, Ph., «Le développement durable contre le principe de précaution?», Esprit, août-september, 2003.

Notas

{1} Grupo ETC , «The Big Down», www.etcgroup.org

{2} Grupo ETC , «The Big Down», p. 7

{3} KELLEHER, K., «Nanoteh: Money Pit or Moneymaker?» www.thestreet.com, 2.1.2006, p. 1.

{4} GONZÁLEZ, R. & ARNAIZ, G., «Bioética: entre el imperativo tecnológico y el imperativo ético», en GÓMEZ-HERAS, J. Mª. & VELAYOS, CASTELO, C. (Edits.), Bioética. Perspectivas emergentes y nuevos problemas, Tecnos, Madrid 2005, pág. 118.

{5} CÓZAR ESCALANTE, J. M. De, «Nanotecnologías: promesas dudosas y control social», en «Revista Iberoamericana de Ciencia, Tecnología, Sociedad e Innovación», número 6, mayo-agosto, 2003.

{6} KELLEHER, K., Op. cit., pág. 1.

{7} JASANOFF, S., «Biotechnology and Empire», Osiris, 21 (2006), pág. 275.

{8} MONGIN, Ph., «Le développement durable contre le principe de précaution?», Esprit, août-september, 2003, págs. 169-171.

 

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