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El Catoblepas, número 61, marzo 2007
  El Catoblepasnúmero 61 • marzo 2007 • página 18
Libros

Melchor Cano en español

José María Rodríguez Vega

Un apunte sobre la edición en español de la obra de Melchor Cano,
De Locis theologicis, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 2006

Melchor Cano O. P.Cuando uno no está activo a veces el aburrimiento hace presa fácil y es entonces cuando en la soledad callejera se encuentran los mejores hallazgos, que no por no ser asombrosos no por eso dejan de ser muy buenos y sabrosos. Harto de tanta librería Sfnac o Sffnaacckk o como diablos se diga esa multinacional francesa o afrancesada cargada de Foulcaults y Sloterdigs, Gadamers y otras sobadas y vulgares especies, de vez en cuando y amargado me largo por los alrededores de la librería Balmesiana, librería vieja y entrañable, de curas y monjas supongo, que me recuerda los viejos tiempos en que ni existía la repugnantona narrativa a kilos y arrobas ni la plebeya autoayuda, ni el alicio Zapatero que el diablo confunda y que es o viene a ser el resultado necio y encarnado de todo ello... ¡Y míralo ahí!

De locis theologicis o Los lugares teológicos, del gran Melchor Cano. Ahí estaba seco, sacado y traducido y arrancado por primera vez del latín al español por la estupenda edición de nuestra BAC de siempre y de la mano de Juan Belda Plans. No pude resistirme a su resplandor y ya es enteramente mío...

Algunas enciclopedias de internet dicen que Fray Melchor Cano nació en Illana (Guadalajara) 1509 y falleció en Madridejos (Toledo) 1560, y que fue fraile dominico, teólogo y obispo y aparte era según dicen «abogado de tempestades y tormentas», o sea, pronosticador del tiempo... Pero la BAC dice y desea que esta traducción al español sea un merecido homenaje al quinto centenario del nacimiento de Melchor Cano, que según pone en la introducción fue allá por el 1506. También dice Belda que nació en Tarancón (Cuenca) entre 1506 y 1509 y parece que es esto último lo correcto.

Fuere cual fuere el año y lugar del nacimiento y muerte de este hombre que parió este tesoro castellano, aquí lo que nos interesa es la enjundia y el meollo de un español eminente de nuestro Siglo de oro y alumno aventajado de Francisco de Vitoria y que consideró su propia obra, estos Lugares teológicos o ámbitos o Fuentes teológicas un «adeo est operosum et arduum», un libro y asunto que «resultaría tan difícil y arduo» (pág. 14)..., y por eso mismo y en vista de lo cual, no voy yo ahora a resumir tanta enjundia y hermosa espesura de 900 páginas en tres borrones y medios, y así no daré pábulo a que alguno me exija con toda razón dar más de lo que puedo. Me limitaré a una muy modesta y escasa y coja exposición de su libro XI que trata muy atinadamente sobre la «autoridad de la Historia humana», o sea, sobre la autoridad de la historia humana (historiae humanae) para la teología, para el amor de Dios a base de estudio (ciencia de Dios o estudio de la divinidad)..., cosa esta –la teología– que vino a renovar este santo varón ganándose el pomposo título de Cicerón de las escuelas y ocupando por largo tiempo el centro de aquél Humanismo renacentista del siglo XVI español y la cátedra de Vitoria en Salamanca.

En la introducción Karl J. Becker dice que «Las grandes obras del pasado hay que interpretarlas a partir de su tiempo para entenderlas plenamente». Pero esto es dificilísimo y se me antoja imposible, ya que no somos intemporales y por fuerza evidente somos y actuamos en y desde nuestro presente, por lo que una vez más tenemos que decir junto con Marx que no es el pasado el que explica el presente, sino este presente nuestro el que explica necesariamente todo pasado.

Y una interpretación de su presente, del presente de la Teología en tiempos de Melchor Cano, es esta que nos da él mismo: Etenim viri omnes docti consentiunt, rudes omnino theologos illos esse, in quorum lucubrationibus historia muta est. «En efecto, todos los varones doctos están de acuerdo en que los teólogos en cuyos estudios enmudece la Historia son ignorantes en todo» (del libro XI de la versión latina, que se puede obtener aquí: http://www.bac-editorial.com/img/De-locis.zip)

Y nada más comenzar a ojear este Libro XI, leo en la página 555 que Melchor Cano dice y escribe así... «nuestro paisano el español Ginés de Sepúlveda, hombre no ignorante a mi juicio y demasiado docto al suyo...»

Cosa vulgar es reparar en esto de «el español» Ginés de Sepúlveda, pero esto de «el español», y dicho en el siglo XVI, muestra nuestra vieja españolidad y hace las delicias de cualquier españolismo actual, tal y como están ahora las cosas. ¡Nuestro paisano!, dice Melchor cano...con lo que España ya era una no sólo en paisanaje y en la fuerza de las armas o convenios principescos sino en hábitos de vida, callejeros y literarios, pues ahí Ginés de Sepúlveda no sólo es «paisano» sino sobre todo «español» que argumenta a favor de la guerra justa –de España– contra los «bárbaros del Nuevo mundo». Pero de esto basta.

Melchor Cano escribió este libro XI para su padre, que había fallecido recientemente en Viena. Por tanto lo escribió lánguidamente como él mismo dice, y más por obligación que no por placer como los anteriores. Comienza él diciéndonos «cuan grande es para los teólogos la utilidad y la autoridad de la Historia humana», ya que en los Libros Sagrados «hay muchos pasajes que no pueden desbrozarse sin conocer la Historia humana», y que los teólogos «en cuyos estudios enmudece la Historia» son por ello ignorantes en todo, o que «por ignorancia de esta disciplina han caído en diversos errores», aunque el ejemplo del mismo Melchor Cano no sea el mejor acierto, ya que el supuesto 'error' de algunos, de la manifiesta falsedad de que Trajano no se libró del fuego del Infierno gracias a las oraciones de Gregorio o de Pepito grillo, sino de las comparaciones de las fechas que dan de Juan Damasceno hombres como Rafael de Volterra o San Antonio, que arguyen que el Damasceno «se distinguió durante el Imperio de Teodosio», y que por tanto no pudo ser el autor de «esta patraña» como es esa muerte de Trajano, pues lo que se discute no es si era posible si Trajano podía arder o no en el Infierno, sino si era y fue verdad que la tal noticia la hubiera podido dar la autoridad de Juan Damasceno en el cual se apoyó Santo Tomás para soltar lo mismo.

Es pues la concatenación de fechas lo que hace la lógica de lo «creible» de la historia, sin que ello perturbe –naturalmente– la fe católica de nuestro piadoso monje.

Por tanto no sólo de teología vive el hombre, sino que también es muy necesaria la Historia profana para poder exponer las 'verdades' de la misma y santa teología..., que «para exponer las Sagradas Escrituras también es necesaria la historia profana»..., ya «que hay en los Libros Sagrados muchos pasajes que no pueden desbrozarse sin conocer la Historia humana», y que todo esto es una vez más puesto al servicio de la divina fe católica puesto que es ese en el fondo su único y amable fin, ya que –como se explica– estos desbrozamientos de los documentos históricos «son muy útiles al teólogo en sus disputas contra los enemigos de la fe cristiana»..., y como se pone de manifiesto con el caso de Tertuliano..., el cual «prueba con argumentos y a partir de la misma Historia de los romanos..., que fueron malvados, crueles y sanguinarios con los cristianos, y consecuentemente que debe ser bueno aquello que persiguen los hombres perversos». La historia secular o desteologizada (siempre otro cuento de los vencedores al fin y al cabo) aún no ha nacido con Fr. Melchor Cano ni nacería de su mano, pero es vista esta Historia «profana» como muy «provechosa para entender las Sagradas Escrituras..., como enseñaba Agustín», y que algunos por ignorar esto cayeron como Tertuliano e Ireneo en una gran confusión sobre la verdadera edad que tenía Cristo cuando sufrió la Pasión. Nosotros podemos hoy ahorrarnos este escolio farragoso y aparvarnos del asunto pero dándonos cuenta de que aquí cuando menos el relato profano acude en ayuda del relato bíblico, lo cual puede significar el comienzo de una racionalidad ya no exclusivamente teológica: «Luego –dice Melchor Cano–, para el teólogo no sólo es utilísima contra los enemigos de la Fe la Historia Eclesiástica, sino también la escrita por autores gentiles. Por esta razón, ser un ignorante total en la Historia profana es señal de una apatía sin talento o de un melindroso desprecio.»

La razón, o sea, los filósofos y la historia son los lugares auxiliares de esta renovada teología de Melchor Cano. La Escritura y la tradición apostólica son los lugares fundamentales y la iglesia católica, los concilios, la iglesia romana, los padres y los teólogos son los lugares declarativos...(pág. 9)

«La Historia –como ha dicho Cicerón con todo acierto (De oratore, II.36)– es maestra de la vida y luminaria de la verdad.» (pág. 559). Pero el capítulo 3 del libro XI trata de «Los argumentos con los que se impugna la autoridad de la Historia humana»..., y esta autoridad se impugna cuando esta historia no es ya la «luminaria de la verdad», esto es, la luminaria de la teología y de la verdad teológica (¡como si lo sagrado pudiera tener algo más sagrado por encima suyo!), pues entonces y a pesar de que «los hombres deben creer en los hombres si no quieren pasar la vida como las bestias» (Necessarium esse homines hominibus credere, nisi vita pecudum more degenda sit, pág. 567), la autoridad de la historia humana «es a veces probable y alguna vez cierta»...aunque para poder llegar a esta última certeza es necesaria una absoluta seguridad que sólo pueden poseer los autores «sagrados» como dice la conclusión primera del capítulo IV que niega los supuestos del capítulo III: «Excepto los autores sagrados, ningún historiador puede ser seguro, esto es, idóneo para producir un argumento firme en Teología» (Praeter auctores sacros nullus historicus certus esse potest, id est, idoneus ad faciendam certam in Theologia fidem.)

La verdad es así siempre la verdad católica y no cabe otra. Por eso la historia humana puede tener un valor que se ha de ponderar según sea su «fuerza demostrativa» en teología y para la teología y para ello habrá de hacerse una «criba» de todos los historiadores y «separar los mentirosos de los veraces», cosa que hace Melchor Cano con «cierto miedo y pudor» y no si ver los peligros que hay de un querer «convertirse en juez» de este asunto tan dificultoso.

Después de los argumentos en contra de la autoridad de la Historia humana –(historiae humanae)– nos expondrá los argumentos que se pueden sacar de ella para beneficio de la Teología y «qué autores son aquellos en que los teólogos deben confiar en asuntos históricos» (Tertio loco ostenderemus, quinam illi auctores sint, quos in historia Theologi probare debeant.)

Luego, y por otra parte, poco se puede confiar en un batiburrillo de opiniones divergentes de una amplia gama de autores y en lo que el vulgo piensa aunque sea en realidad falso, pues eso es lo «equívoco de todo argumento que se extrae de la Historia», pues «en efecto, la opinión del vulgo es falsa en general y toda argumentación de este tipo podrá ser refutada, ya que el historiador no habría expuesto la verdad de los hechos sino la opinión del vulgo». Melchor Cano rechaza así lo que hoy entendemos por ideología como un componente de la Historia humana que no puede ser verídico de cara a su utilidad para la verdad limpia e indudable de la teología, a la vez que da por supuesta una «verdad de los hechos» exenta y pura.

Ni en las diferentes iglesias ni en los historiadores eclesiásticos hay tampoco alguno que pueda ser autor digno de aprobación, bien porque transmiten «muchos episodios contrarios a las Sagradas Escrituras, bien porque caen en errores de todo tipo» (cronológicos, por culpa de los copistas, &c.) La mayoría son así autores «dudosos y mendaces» y por tanto nada es de extrañar que «el teólogo no tome de ellos ningún argumento válido».

De los griegos sólo se pueden sacar fábulas que «ellos propalan por doquier como verdaderas historias», y junto con Cicerón Melchor Cano afirma que el pueblo griego no se procupó por la exactitud de los testimonios, ni les procupó el que las historias griegas –como dice Fabio Quintiliano–, tuviesen o gozasen por lo común de «una licencia semejante a la poetica», y para corraborar esto nos da la autoridad de Livio, Juvenal, Gerónimo o Josefo, y de este último nos dice su opinión de que «los griegos olvidan la verdad en la historia» y que esto es cosa cierta que Josefo confirma en Contra Appionem.

«¿Y qué voy a decir del Imperio Romano?» –se pregunta Melchor Cano–, «¿Acaso se conservan algunos archivos públicos en los que debamos confiar? De los archivos gentiles ni uno; por el contrario, cada cual narra los acontecimientos según sus simpatías», o por culpa de la mendacidad de las alabanzas fúnebres, por el compadreo del clientelismo parejo a la familia romana y del amiguismo, &c. (pág. 629. Cf. Tito Livio, Ab Urbe condita Lib. VI, 1.2). En conclusión: «las historias de los gentiles no deben gozar de ningún crédito, visto que no tienen ninguna autoridad, ni cierta ni probable».

Y así llegamos al último argumento contra la autoridad de la Historia humana, argumento «que impugna en general tanto a las historias eclesiásticas como a las historias profanas», y que viene a ser la exclusión (por Aristóteles..., Ética nicomaquea, ¿lib. VI?) de la credulidad humana de las virtudes intelectuales, porque esta credulidad alejándose de la prudencia se inclina tanto hacia lo falso como hacia lo verdadero, y... «por consiguiente, ni la Teología que está basada en la verdad plena, recibirá ayuda de la credibilidad humana, ni lo veraz hará causa común con lo falso para argumentar, porque tal argumento, por la parte en que se apoya en la credibilidad humana, se apoyará por igual en la falsedad y en la verdad. Y esto lo confirma ante todo el que los hombres sean embusteros, y todos –sin excepción– puedan engañar y ser engañados. Por lo tanto, bien afirmen algo unos pocos historiadores, bien lo afirmen muchos, será carente de fuerza toda argumentación que descanse apoyada en testimonios de los hombres. En consecuencia, cualquier argumento extraído de la Historia humana –(historiae humanae)– es lo suficientemente débil como para no tener fuerza argumentativa alguna en Teología». ¿En teología sólo?

¿Y entonces qué nos queda?

Nos queda la fe para poder entender: «No entenderéis si no habéis creído antes» (pág. 568), o aquello de Aristóteles de que «en toda ciencia y enseñanza conviene que los alumnos crean...», que crean en la autoridad de los muchos cuando estos están de acuerdo en algo, cuando «todos los autores coinciden en lo mismo, debe concederse a la Historia un asentimiento firme, pues hay sin duda entre los hombres cosas que no pueden negarse sin terquedad y estulticia. Así pues, como dijo muy bien Josefo, es señal inequívoca de la verdad de una historia que todos escriban lo mismo sobre las mismas cosas»..., pero... Ahora pasemos a refutar los argumentos expuestos contra el valor argumentativo de la Historia...O sea, dejemos de ser filósofo con los filósofos para pasar ahora a nuestro verdadero e impoluto ser de teólogos entre teólogos y para mayor gloria de Dios y de la Teología: «Así como el Apóstol se hizo hebreo con los hebreos, y también todo para todos para ganarlos a todos, del mismo modo el profesor de Teología es necesario que se haga filósofo con los filósofos, para que los gane más adecuadamente y con más facilidad. Pues han de ser presentadas a cada cual las cosas con las que coincide y le resultan familiares para que mediante lo que les es propio llegue al asentimiento de la verdad.» (Sicut ergo Apostolus Hebraeis Hebraeus factus est, atque adeo omnia omnibus, ut omnes lucrifaceret; ita theologiae professor fiat necesse est philosophus philosophis, ut hos convenientius faciliusque lucretur. Exhibenda enim cuique sunt quae ei conveniunt et quae sunt familiaria, ut per propria ad fidem veniat veritatis.)

Acabando ya, nuestro santo varón, nuestro gran Melchor Cano todo lo reduce a su fe y para su fe. A su Verdad y para su Verdad porque su verdad es aún y en su tiempo una verdad defendible, aunque haya algunos que digan que su obra no es «fideísta». La Historia humana está para servir a la fe y ese es el propósito de Melchor Cano («Cuan grande es para los teólogos la utilidad y autoridad de la Historia humana» Quanta igitur apud Theologos sit historiae humanae et utilitas et auctoritas explicaturi modo sumus)... No hace Melchor Cano como los sicofantes nuestros de hoy en día que creen que la historia (la «Memoria histórica» histérica) está escrita (desenterrada) y ha de ser escrita para demostrar unas estupideces obsoletas que a nadie preocupan ya, pues una demostración no es un conflicto. Para Melchor Cano «la Historia no está escrita para demostrar sino para narrar –como afirma Quintiliano–...» (pág. 570), esto es, para contar el cuento que a la fe sirve..., y por tanto que a cualquier fe o interés sirve (fideísmo).

Del conflicto entre la religión y la ciencia nada he de decir yo aquí y sólo aconsejar el remitirnos a la Cuestión segunda de las Cuestiones cuodlibetales sobre Dios y la religión de Gustavo Bueno..., entonces... ¿Qué más nos queda?... Nos quedan muchas cosas, pero esas las habrá de descubrir por sí mismo el capacitado lector al leer esta magna obra de Melchor Cano y que yo le recomiendo.

* * *

Y ya que estamos y como colofón, podemos ver la opinión y el parecer profundísimo del Maestro fr. Melchor Cano de la Orden de Predicadores dada sobre las diferencias que hubo entre Paulo IV Pont. max. y el emperador Carlos V. Primero de las Españas, y de las Indias: asunto escrito en el Convento de San Pablo de Valladolid a 15 de Noviembre de 1555, según dice allí mismo, e impreso en Madrid en 1736 y que versa sobre las guerras injustas del Papa contra la España y de las cuales se dice ahí que peor es la guerra «oculta y que en son de paz es perpetua y muy más perjudicial que la descubierta».

«...Porque los grandes males muchas veces vienen encubiertos con grandes bienes; y el estrago de la Religión jamás viene sino en máscara de Religión», dice ahí Melchor Cano como viendo que detrás de un dogma no viene la ausencia de dogma, sino otro dogma acaso peor que el anterior.

Y esto para nuestras abundantes y afeminadas nalgas a horcajadas en el pacifismo fundamentalista y los ideales etéreos krausistas: «La justicia no se ha de librar por leyes sino por armas.» (¡¡¡) Mayor contundencia no cabe.

Ah!, Que gran hombre era este cura o fraile o lo que fuese y que sabía –como Don Quijote– estas grandes y a la vez elementales cosas. Ahora todo es nido de maricones y afeminados y nadie desea separarse del maridillo del Mercado pletórico y el calor pequeñoburgués que acompaña al Estado de bienestar.

Y la guerra perpetua y oculta y en son de paz que hoy padece España y para su desgaste, no se da en los pasillos del Vaticano ni en el Concilio de Trento, sino en las entretelas de los mismos españoles azuzados tal vez por intereses foráneos que nuestro sabio fraile enseguida hubiera sabido ver de un solo y genial vistazo. Así que espero yo también «haber animado a otros a escribir con más esmero y que añadan cosas mejores» sobre Melchor Cano, como dice él mismo, o que esto dicho les sirva a otros para ir rápido a su librería y comprar para gozar y recordar este libro en castellano de aquel fraile que entonces fue el Marco Tulio español que quiso hacer de la Teología ciencia.

Si quid norunt rectius istis, candidi impertiant. «En pocas palabras: si conocen algo más correcto que esto, que me lo comuniquen con sinceridad».

 

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