Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 67 • septiembre 2007 • página 5
Continuando con nuestro abordaje de Charles Dickens, vale recordar su novela Tiempos Difíciles (1854) que, en contraste con la previa referida, no se esfuerza en el argumento ni profundiza en los personajes. Pese a ello se destaca por dos características. La primera es que, en la novelística dickensiana, es la que más denuncia el sufrimiento de los marginados de la Revolución Industrial. Coketown es la urbe con la que Dickens ejemplifica las ciudades-fábrica victorianas, mostrando que máquinas, mujeres y niños recibían igual trato.
La segunda es que Tiempos difíciles se detiene ilustrativamente en la discusión de ideas y de cómo éstas (especialmente el utilitarismo) moldean a sus voceros. De esta manera anticipa la influencia que tendrían las diversas filosofías sociales que procuraban satisfacer las inquietudes humanas. Dichas conductas basadas en creencias son representadas o bien por personajes como Stephen Blakpool (la resignación y la obediencia) o la señora Sparsit (la aristocracia), o bien por instituciones como el circo ideal (la sociedad sin conflictos ni jerarquías).
En ese contexto, el capítulo 8 lleva un duro título: Nunca te preguntes, que refleja una postura con respecto a la educación. Comienza con la interrupción de Gradgrind a su hija Louisa cuando ésta musita «me pregunto», y el hombre sentencia abruptamente: «Nunca te preguntes». El consejo es complementado por una explicación de la madre de la joven, quien sostiene que, dado el veto paterno, preguntarse es una imposibilidad concreta a menos que alguien provocara el cuestionamiento desde afuera.
Y bien, esa actitud caracteriza a la mentalidad totalitaria, que rechaza la pregunta y el cuestionamiento a fin de mantener sus doctrinas a capa y espada.
Una mentalidad de esta índole encaja en la original clasificación de las izquierdas que propone Gustavo Bueno, que incluye una que brilla con luz propia y titilante: la izquierda fundamentalista, a la que quien suscribe suele denominar «izquierda autista».
Políticamente indefinida, esta corriente se autoconcibe como la bondad plena, y atribuye el mal absoluto a quienes la enfrentan. Es la progresía, que en nombre del pluralismo cultural infravalora las sociedades en las que vive pero respeta a las basadas en la explotación de la mujer y de los niños, y a las «culturas» de decapitaciones televisadas.
Es la progresía que permanece inmune ante todo argumento racional en favor de defendernos en la guerra que nos ha declarado el islamismo; y que no responde a preguntas básicas, elementales, que alumbrarían el cuadro general de dicha conflagración.
Aunque supuestamente en la ciencia no hay preguntas prohibidas ni verdades sagradas, ellos, que hasta hace poco se presentaban como «socialismo científico», adoptan la actitud anticientífica por excelencia.
La serie de sus preguntas prohibidas es larga. Abarca las más amplias y simples, como la duda de si es buena o no la propiedad privada, ya que una afirmación en este sentido implicaría demoler el edificio de los dogmas en base de los cuales el siglo XX fue jaqueado y malherido.
Otras preguntas prohibidas son más habituales ante quienes defendemos a Israel de los embates que intentan destruirlo, como por ejemplo «¿Por qué no se construyó un Estado palestino antes de la cacareada ocupación?»
Un mero dato como ése pondría en inmediata evidencia la motivación del liderazgo palestino, que nunca fue crear lo propio sino destruir lo ajeno, y asimismo revelaría las causas del conflicto mesooriental. Dan Shueftan, en el mensuario israelí Nekudá de julio de 2007, admite que no hay solución al problema entre Israel y los árabes porque éstos están sumidos en una cultura de la destrucción del otro. En términos globales, nos referimos a la necrofilia que los islamistas vienen exhibiendo ante la aquiescencia europea.
Cada país con sus preguntas prohibidas. Así, Thomas Woods formula las preguntas prohibidas de la historia americana.
Vaya nuestro ejemplo
Quisiera ejemplificar las preguntas prohibidas para la izquierda autista de hoy con una que ha sido empecinadamente reprimida: ¿El régimen iraní, es de izquierda o de derecha?
El tema es tabú, porque responderlo revelaría en cuánto la izquierda ha perdido su rumbo. En cualquier redefinición de la binariedad izquierda/derecha, la autocracia de los ayatolás emerge como un sistema de ultraderecha, que reprime a los librepensadores, a los igualitaristas, a las mujeres, y a los disidentes (especialmente a los de izquierda). Se trata de una economía en la que una minoría petroleramente enriquecida explota al resto de la población, rezagada y despojada de educación. De un sistema en el que, en nombre de textos religiosos interpretados por iluminados, se imponen barbáricas penas. Que exporta el terrorismo y lo lleva a golpear sangrientamente sociedades tan apartadas como la argentina.
En efecto, un análisis serio de la teocracia de Alí Kamenei la clasificaría dentro de la derecha más recalcitrante, violenta y enemiga del pensamiento libre. Pero la progresía y la demagogia eluden las cuestiones menores y se concentran en que los ayatolás deben de ser sus acólitos debido a su postura contra EEUU y su obsesión contra Israel. Como Sancho Panza, a quien con elocuente sarcasmo Cervantes le hace argüir que la virtud con la que compensaba ser un bellaco… es que odiaba a los judíos. Una postura racional, empero, sería sentir desde la izquierda menos antipatía por la derecha que por la derecha extrema. En otras palabras, una persona que pretenda adoptar racionalmente una línea de izquierda debería, en el conflicto entre EEUU e Irán, sentir más simpatía por el primero y denunciar más al último.
Un notable filósofo de la política, Eric Voegelin, mostró en Las religiones políticas (1938) que las ideologías totalitarias modernas mantienen una notable similitud estructural con la religión.
Voegelin escapaba a la sazón del nazismo, y rastreó hasta el gnosticismo las raíces de los horrores del siglo XX. Vio en la antigua doctrina, no ya una herejía religiosa, sino una respuesta intolerante frente a las cuestiones universales de incertidumbre y alienación.
Todas las ideologías del horror, derivadas para Voegelin del gnosticismo, tienen en común el deseo de deshacerse de la noción del mundo objetivo para no tener que someter a él sus dogmas. Ya radicado en los EEUU, en su obra Ciencia, Política y Gnosticismo (1968) Voegelin analizó al ideólogo irracional. En el primer ensayo del libro destaca una característica de los «gnósticos modernos» ateos que los antiguos no habían conocido: la prohibición de preguntar. En la segunda parte, muestra precisamente que una vez que la fe en Dios se desvanece, nunca desaparece con ella el impulso religioso, y por ello se construyen las «religiones políticas», en las que el fanatismo, y no el discurso racional, son la materia prima de la política. Por ello advertía a sus estudiantes de tomar los recaudos para identificar la pregunta prohibida, en el momento de examinar una actitud política. Verbigracia si Ahmedineyad es de izquierda o de derecha, a la izquierda le está prohibido preguntar.