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El Catoblepas, número 68, octubre 2007
  El Catoblepasnúmero 68 • octubre 2007 • página 12
Política

De curas y somatenes

Iván Vélez

Se acercan las conmemoraciones del Bicentenario del inicio
de la Guerra de la Independencia española

Durante el año 2008 se celebrará el bicentenario del inicio de la Guerra de la Independencia que enfrentó a España con Francia tras ocupar ésta nuestra patria so pretexto de atacar a Portugal y, por ende, a su aliada Inglaterra. Tal efemérides, dadas las circunstancias políticas que atraviesa España, se prestará sin duda a interpretaciones del más diverso pelaje por parte de las diferentes plataformas o sensibilidades políticas, por utilizar el modismo cursi que ha hecho fortuna últimamente en el discurso de los profesionales de la política.

El presente artículo pretende analizar las diferentes posturas que adoptan los grupos antes aludidos ante dicha Guerra. Para tal propósito introduciremos dos conceptos concretos a modo de piedras de toque: curas y somatenes, presentes en éste y otros episodios bélicos, que servirán para comprobar hasta qué punto la manipulación de la Historia, con especial frecuencia en España, sirve a intereses ideológicos.

Ante los próximos fastos conmemorativos, que incluyen además de los impulsados por las administraciones públicas, libros, películas y congresos sobre la cuestión, algunos grupos destacarán el propio nombre de la Guerra, para resolver que ésta fue en efecto una contienda que buscaba la independencia de España, o del pueblo español –y tras este vocablo aparecería una polémica en la que no deseamos entrar– frente a Francia. La Guerra por tanto, vendría a ser una liberación de la ocupación francesa y tendría como consecuencia, mediante las Cortes de Cádiz de 1812, el advenimiento de la nación de ciudadanos, concepto paradójicamente de origen francés.

A esta corriente interpretativa se adscribirán los grupos que defienden la idea de nación política española unitaria, y por tanto, los que rechazan de plano una construcción tan huera como la de «nación de naciones» que tan hondo ha calado en algunos sectores que se pretenden izquierdistas. Esta postura ante el fenómeno de la Guerra de la Independencia deberá enlazar con el pasado de la nueva nación política, es decir, con la nación histórica llamada España sin la cual no tendría lugar dicha transformación. Esta conexión la consideramos necesaria pues sin una nación histórica preexistente, difícilmente se podría entender la sublevación «deslocalizada» que tuvo lugar en 1808. En cuanto a la proyección del fenómeno hacia el futuro, éste deberá abordar la disyuntiva izquierdista entre los afrancesados y los liberales.{1}

Pero dejando de lado estas interpretaciones y sus diferentes variantes, nos interesará entrar en otras vías contradictorias con las expuestas, cuando no resueltamente extravagantes y ahistóricas.

Por parte de las formaciones de toda laya que reclaman la destrucción de la nación española para dar paso a un conjunto de naciones, prisioneras al parecer de la primera, la Guerra de la Independencia vendría a ser un conjunto de guerras unificadas bajo este sintagma, que encubriría las verdaderas, esto es, todas aquellas guerras entabladas entre los distintos territorios que se reclaman naciones frente a Francia. Seguirían siendo guerras de independencia con respecto al francés, pero no en el sentido de recuperar la unidad política española, que será negada, sino precisamente para recobrar la libertad de las naciones a las cuales ahora España negaría su soberanía y libertades. Los casos más señalados donde se pretende tal interpretación serán Cataluña o las Vascongadas ahora transmutada en Euskal Herria, pretendida nación política que paradójicamente incluiría parte de la invasora, Francia, por medio de las denominadas tres provincias vasco-francesas.

En este punto nos parecer pertinente introducir algunas consideraciones. El francés al que supuestamente habrían combatido los vascos en tanto que pueblo que busca su propia independencia y la salvaguardia de su libertad, suprimió tras la Revolución de 1789 los «patois» o lenguas vernáculas entre las que se encontraba el vascuence. La herramienta empleada por los revolucionarios es por todos conocida, se llama guillotina. Ni que decir tiene que el territorio vasco-francés, así como todos aquellos que proceden de naciones étnicas, por medio de la reorganización de Francia en departamentos, perderían con ellos sus iniciales fronteras de origen feudal, así como muchas de las así llamadas señas de identidad. Será en la vecina Francia donde se sienten la bases de la nación de ciudadanos que suprime, al menos intencionalmente, los privilegios entre los mismos. De Francia vendrá el modelo político que habría sido el origen de todos los supuestos males tanto de Cataluña como de Vascongadas, un modelo que, además, trataba de limitar las posibilidades de abuso que los rescoldos del feudalismo, aquellas que permitían al noble o clérigo catalán/vasco explotar al campesino catalán/vasco, detalle éste en el que no se detienen las respectivas historiografías nacionalistas.

Para finalizar con el caso vasco, otro apunte. El guipuzcoano Tomás de Zumalacárregui, reivindicado por la causa separatista bajo el nombre de Zumalakarregi (sic) combatió como voluntario en el sitio de Zaragoza, así como en diversas batallas de la guerra que nos ocupa. Su posterior adhesión a la causa carlista, se debió a sus ideales afectos al Antiguo Régimen, en ningún caso al ensueño de la comunidad autónoma bautizada con el neologismo aranista de Euskadi. De lo contrario cómo se entiende esta arenga dirigida a los prisioneros liberales que cayeron en su poder tras la batalla de Treviño que extraemos del libro de Jesús Laínz, La nación falsificada{2}:

«Soldados: No sé si por buena o mala suerte habéis caído en manos de aquellos contra los que combatíais; los sucesos posteriores lo dirán. Sois prisioneros de guerra, pero no por ello podéis dejar de ser españoles, y españoles son también los que os han vencido y reducido a cautiverio…»

Por lo que respecta a Cataluña, la manipulación se hace, si cabe, más dificultosa, pues cómo interpretar desde premisas nacionalistas ese verdadero baño de sangre que Galdós noveló en sus Episodios Nacionales bajo el título de Gerona, vocablo hoy casi erradicado en los medios de comunicación. ¿Cómo explicar desde esas mismas posturas el episodio de El Bruch?

Tras estas consideraciones de índole general que pueden servir para poner de relieve las manipulaciones aludidas, nos ocuparemos de los dos conceptos que dan título a este artículo.

La sola mención del somatén remite mayoritariamente, casi de forma automática, al existente tras la Guerra Civil, organizado para combatir al maquis. Sin embargo este concepto es mucho más antiguo, y por supuesto, cobró gran relevancia durante la Guerra de la Independencia en su lugar de origen, Cataluña, región en la cual también se acuñó el término despectivo gabacho para designar a los habitantes del país vecino, por más que algún prohombre del nacionalismo catalán haya intentado integrar a su comunidad en la francofonía.

Somatén{3}, que etimológicamente significa estamos atentos, es una institución a medio camino entre lo policial y lo militar cuyos orígenes se pierden en la Alta Edad Media remitiendo al toque de campanas que servía para alertar a la población de algún peligro. Anterior al som atent tenemos el so emetent (sonido emitente) para referirse al repique de campanas que servía para alertar a la población, mecanismo muy común en el siglo XVI, debido al bandidaje que asolaba Cataluña, del que incluso da cuenta Cervantes en el Quijote cuando dice lo siguiente por boca del Caballero de la Triste Figura:

«No tienes de qué tener miedo, porque esos pies y piernas que tientas y no vees sin duda son de algunos forajidos y bandoleros que en estos árboles están ahorcados, que por aquí los suele ahorcar la justicia, cuando los coge, de veinte en veinte de treinta en treinta; por donde me doy a entender que debo de estar cerca de Barcelona.»{4}

Su primera supresión llegó tras la Guerra de Sucesión, tras la victoria de Felipe V sobre el Archiduque Carlos de Austria. Conviene recordar que la historiografía independentista catalana pretende presentar dicha guerra como un enfrentamiento entre España y Cataluña, pasando por alto que durante la misma, Cataluña quedó dividida en dos facciones enfrentadas que habrían de apoyarse en dos milicias: los migueletes, fieles a la causa austracista procedentes principalmente de las comarcas de Solsona o Cardona, y los botifleros o botiflers leales a Felipe de Borbón, que tendrían en Berga y Cervera dos de sus lugares de origen. Como dato interesante hemos de señalar que esta última palabra, botiflero, hace alusión a la flor de lis que protagoniza el escudo de armas de los borbones, razón por la cual es usada en la actualidad por los nacionalistas catalanes para referirse, de forma despectiva, a los que ellos consideran representantes del nacionalismo español, sin reparar en que quizá en su árbol genealógico, crezcan dichas flores.

Tras varias reapariciones del somatén en el siglo XIX y tras ser de nuevo abolido durante la I República y la II República, se restablecerá durante la Guerra Civil, para reaparecer en 1945 bajo el nombre de Somatén Armado en estrecha colaboración con la Guardia Civil que era quien le surtía de armas con el fin de hacer frente al maquis.

Por lo que respecta al maquis, recomendamos, la lectura del libro Juan Hueso «Casto», Informe de Guerrillas: Desde el Valle de Arán a los montes de Cuenca{5} para ver hasta qué punto los guerrilleros enfrentados al somatén y a lo que éste representaba, debían asumir sus propias contradicciones internas, pues llegaba el caso, como se puede leer en dicho diario, en el que el liberador del pueblo oprimido se veía obligado a robar a éste para poder llevar a cabo su labor.

El somatén, como institución sería disuelto definitivamente en el año 1978.

Será la Memoria Histórica quien acuda al rescate del somatén, para circunscribirlo exclusivamente en esta época e incluso para emitir un juicio post mortem. Esa misma Memoria Histórica hará del maquis un movimiento que buscaba la libertad y la democracia, sin definir a qué libertades y democracia se refiere y, por supuesto, sin mentar a la Unión Soviética o a la dictadura del proletariado, conceptos definitivamente erradicados del vocabulario políticamente correcto empleado por las autodenominadas fuerzas de progreso españolas.

Muchos son ya los trabajos realizados en torno a la Memoria Histórica. Encontrará el lector abundantes referencias a la misma en esta revista, El Catoblepas, por nuestra parte queremos destacar su gran elasticidad, pues, recientemente, y dejando a un lado su habitual coloración guerracivilista, ha sido invocada para reivindicar la petición de la nacionalidad española para los descendientes de los moriscos expulsados en el siglo XV{6}.

Abordar el papel del clero durante la Guerra de la Independencia no es una tarea sencilla, pues la misma palabra arrastra a otras muchas (iglesia, religión, catolicismo) y a algunos de sus correlatos, entre los que destacarían el anticlericalismo, el ateismo o el agnosticismo. Todos estos conceptos sólo desde posiciones reduccionistas pueden acercarse a la univocidad, sin embargo, este propósito simplista, creemos, es el que se agazapa tras algunas de las visiones que se tienen de los fenómenos religiosos.

En particular queremos hacer notar la identificación que se ha llevado a cabo, al amparo de la maniquea teoría de las dos Españas, entre el clero y las más oscuras visones de la idea de España, aquellas que a menudo han sido calificadas de cavernícolas (sic).

De nuevo son los grupos izquierdistas y nacionalistas, los encargados de sostener y actualizar la Leyenda Negra, siendo capaces de trazar líneas históricas, acaso punteadas, que ligan a la Inquisición (institución intolerante que habría imposibilitado el florecimiento de la España de las Tres Culturas) con el franquismo, labor para la cual deberá concurrir de nuevo toda la maquinaria que se oculta tras la Memoria Histórica.

Por lo que respecta al fenómeno de referencia, la Guerra de la Independencia, la participación de los curas, con el Cura Merino como figura más célebre, fue muy importante, pues la reacción española tuvo siempre ingredientes religiosos. La defensa de la monarquía y la fe católica son argumentos recurrentes en los numerosos discursos y arengas que de la época se conservan. Se trataba pues de mantener el Antiguo Régimen, que gravitaba en torno al Trono y el Altar, destruidos precisamente por la Revolución Francesa cuyo modelo, por medio de una expansión imperialista, pretendía extender Napoleón. No es extraño, por tanto, que la deslumbrante figura del militar francés fuera identificada con la del Anticristo. A este factor de índole religiosa, habremos de añadir el indiscutible impulso patriótico de los españoles que se sublevarían contra el ejército ocupante mediante la tropa regular pero también por medio de partidas de guerrilleros. Se trataba de la defensa de la nación histórica llamada España representada por sus instituciones, entre la que destacaba la monarquía una defensa que hizo coincidir tanto a clérigos como a seglares de todo el territorio nacional, Cataluña y Vascongadas incluidas, por supuesto.

Dejando atrás la Guerra, haremos una breve incursión en la valoración del clero, vista a través del prisma memoriohistoricista. Los resultados son aún más confusos, pues tras muchos de los análisis y valoraciones no hallaremos en muchos casos sino un burdo anticlericalismo que no tiene empacho, por otro lado, en considerar como respetabilísimas a algunas instituciones como la teocracia representada por el señor Tenzin Gyatzo, decimocuarto Dalai Lama o en derramar una mirada complaciente hacia la posibilidad de la relación entre hombres y entes incorpóreos tales como almas en pena, difuntos, extraterrestes &c. de los que de un modo magistral ha tratado el filósofo bilbaíno Iñigo Ongay en su artículo Iker Jiménez: entre el «periodismo de lo desconocido» y la telebasura fabricada.{7}

Pero si ya es grave que personas que se llaman de izquierdas incurran en tan flagrantes contradicciones, pues no es el ateísmo sino el agnosticismo lo que se halla tras escarbar en el citado anticlericalismo, no es menos chocante el simplismo consistente en colocar a la Iglesia únicamente como aliada del franquismo y del llamado nacionalismo españolista. Y esto lo decimos porque si bien los que ejercitan la memoria podrán argumentar que la iglesia sancionó como cruzada a la rebelión de Franco, no es menos cierto que en el transcurso del propio franquismo la iglesia nos depara interesantes sorpresas. Veamos algunas:

El tándem formado entre franquismo y clero será muy fácil de advertir en las primeras fases de aquél, si bien, nadie podrá negar que el propio franquismo sufrió transformaciones. Si el defensor de dicha memoria puede agarrarse a las imágenes del NO-DO en que aparece el caudillo bajo palio o incluso señalar el inequívoco aroma católico de la expresión Glorioso Alzamiento, convendrá recordarle que a finales de la dictadura surgió la figura del cura rojo, clérigo que, quizá convencido de que Jesús de Nazaret habría sido la encarnación del primer comunismo, se había surtido de lecturas marxistas más cerca del Valle de los Caídos que del Kremlin, esto es, en los seminarios de esa misma iglesia omnipresente en los actos oficiales del régimen.

Pero aún habrá que ir más lejos, pues si las naciones cautivas de España que ahora tratan de erradicar el español de sus feudos, devolviendo la jugada prohibicionista del franquismo para recuperar sus lenguas vernáculas, se verán obligadas a retorcer aún más la figura del sacerdote en los tiempos de oscuridad y silencio en que las habría sumido Franco y sus huestes durante cuarenta años, porque serán los curas quienes, dentro del franquismo, comenzarán a hablar en vascuence y catalán al «pueblo». Inevitable también será recordar la participación activa de parte de la iglesia en la fundación de la banda terrorista ETA y su ulterior colaboración ya como parte integrante de la misma ya como intermediaria en la negociación que necesariamente concluiría con la destrucción de la nación española. Por último, recientemente, José María Setién, obispo emérito de San Sebastián, se ha permitido calificar de «revolucionarios» a los etarras.

Como podemos observar, los casos de manipulación, no ya de la memoria sino de la propia Historia, siempre con fines espurios, son una constante en las escuelas y los hemiciclos cuya intención es el desguazamiento de la nación que habría de liberar a aquellas que ellos consideran reales. Esa es la razón por la cual los nacionalismos separatistas tendrán especial interés en la negación del carácter político de la nación española que encuentra en Cádiz su momento oficial fundacional, una vez derrotado el invasor francés.

Por todo ello, y como es evidente que nos sumamos a la primera de las corrientes, esto es, a la que defiende una Historia y una Nación que nada tiene que ver con las interpretaciones analizadas anteriormente, nos aventuramos a calificar de imprescindible la enseñanza en todas las escuelas españolas de una Historia de España de carácter doctrinal, que surja de la confrontación de datos. Una historia que inevitablemente - y somos plenamente conscientes de los recelos que conlleva el término- incorpore la idea de Imperio.

Notas

{1} En su libro El mito de la izquierda, Gustavo Bueno aborda esta cuestión tachando a los afrancesados de traidores en cuanto que colaboracionistas de los franceses. En dicha obra, el filósofo clasifica las diferentes generaciones de izquierdas, situando a los jacobinos en la primera y a los liberales españoles en la segunda generación.

{2} Jesús Laínz, La nación falsificada, Encuentro, Madrid 2006, pág. 251.

{3} Estos y otros datos que utilizaremos en adelante han sido extraídos de Wikipedia bajo la voz somatén.

{4} Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, segunda parte, cap. XL, pág. 1221, Galaxia Gutenberg, Barcelona 2004.

{5} Juan Hueso Platero y Salvador Fernández Cava, Juan Hueso «Casto». Informe de Guerrillas: Desde el Valle de Arán a los montes de Cuenca, Editorial Germania, Alzira 2004.

{6} En un artículo publicado en el periódico El País el día 5 de mayo de 2007,el muladí Yusuf Fernández, portavoz de la Junta Islámica y director de webislam.es, junto con la presidenta de la Asociación Intercultura de Melilla, Yonaida Selam, dan cuenta de esta petición de papeles para todos, solicitada durante el II Encuentro Internacional de Educación y Cultura sobre Alianza de Civilizaciones celebrado en Xauén en noviembre de 2006, sin olvidarse de citar a la Iglesia Católica y a la Inquisición que según sus propias palabras habrían presionado a la Corona para aplicar la «solución final».

{7} Ver en El Catoblepas http://nodulo.org/ec/2007/n067p13.htm

 

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