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El Catoblepas, número 70, diciembre 2007
  El Catoblepasnúmero 70 • diciembre 2007 • página 2
Rasguños

Sobreactuación

Gustavo Bueno

Publicado en El Mundo, Madrid, martes 4 de diciembre de 2007,
«En la columna de Umbral / 89»

Desde hace relativamente poco tiempo viene utilizándose en los medios el término «sobreactuación» para designar la conducta de aquellos personajes públicos a quienes se les nota en sus comparecencias una cierta intención de subrayar «el divino papel que representan». Por ejemplo, se dice que Sarkozy «sobreactuó» cuando fue al Chad para traer en su avión a las azafatas españolas prisioneras y las depositó en Madrid.

El término sobreactuación no es un neologismo. Sobreactuar es un concepto crítico, utilizado en el teatro, con el significado, dicho de un actor, de «exagerar» las líneas de su papel. Aunque el DRAE no lo diga, habría también que considerar como sobreactuación (negativa) a la conducta «demasiado natural» que muchos actores practican en nombre del realismo, olvidando que el actor no puede identificarse con su personaje, salvo que se vuelva loco, como probablemente le pasó a San Ginés «sobreactuando» ante el césar Galerio.

Por otra parte, el concepto de sobreactuación tiene una característica que me parece digna de mención, a saber, su objetividad conductista. Al atribuir sobreactuación a algún personaje ya no nos referiremos solamente a supuestas intenciones suyas, sino a alguna afectación o envaramiento, casi automático, que es objetivamente constatable.

Existen distintos tipos de sobreactuación, que podríamos denominar, en una taxonomía, mediante letras: A, B, C... X, Y, Z. Por ejemplo, las sobreactuaciones del tipo X podrían designar las sobreactuaciones negativas. El tipo de sobreactuación Z podría ser propio del político que, a fin de dar la impresión de tranquilidad y optimismo, mantiene permanentemente su sonrisa, y no ya necesariamente de modo intencionado, sino acaso como un tic. Y al hablar de este tipo de sobreactuación al que en la taxonomía ha caído en suerte el símbolo Z no hemos pensado en la famosa Z de Zapatero, aunque tampoco tenemos por qué dejarla de lado. Hace unas semanas, en un acto celebrado en la Academia Española, Cebrián salvó su cara de académico reprochando al presidente Zapatero el «asesinato ortográfico» que iba a perpetrar al escribir con z palabras terminadas en d. La respuesta de Zapatero, según su costumbre, no engranaba con el reproche: sencillamente se salía por la tangente («prefiero jugar con las palabras que no utilizarlas como armas arrojadizas»), pero la firmó «sobreactuando» con su sonrisa optimista.

La sonrisa de sobreactuación Z pudiera alinearse con la sonrisa de sobreactuación de Ignacio, del que nos habla Catulo en su conocido epigrama:

«Ignacio, como tiene los dientes blancos, ríe a todas horas. Si está junto al banquillo de los acusados mientras el abogado excita el llanto, él ríe. Si la gente gime junto a la pira fúnebre de un buen hijo, mientras la madre desamparada llora a su hijo único, él ríe. Pase lo que pase, donde quiera que esté, cualquier cosa que haga, ríe... No quisiera que estuvieras riéndote continuamente, pues nada hay más necio que una necia risa... Pero en tierra celtíbera, con lo que cada uno meó, suele fregarse por la mañana los dientes y las encías hasta enrojecerlas. De modo que cuanto más brillante está esa dentadura tuya más meados proclama que has bebido.»

Zapatero, como tiene los dientes blancos, ríe a todas horas

 

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