Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 71 • enero 2008 • página 12
«Gea primeramente dio a luz al estrellado Urano, semejante a ella misma, para que la protegiera por todas partes, con el fin de ser así asiento seguro para los felices dioses.» Hesíodo, Teogonía, vv. 125–130
«Al principio creó Dios los cielos y la tierra.» Génesis, 1:1
«Preguntarse qué había antes del Big Bang es como preguntarse qué hay al norte del polo norte.» Esteban Hawking
Alberto Arnoldo Gore, o simplemente Al Gore, político y ecologista, nació el 31 de marzo de 1948 en Washington, Estados Unidos de Norteamérica. Tras graduarse en estudios gubernamentales por la Universidad de Harvard en 1969, realizó su servicio militar en Vietnam, como todo ciudadano del Imperio realmente existente que se preciase en aquella época y en la actualidad. Congresista desde 1976, en 1992 publica el libro Earth in the Balance: Ecology and Human Spirit (La Tierra en Equilibrio: la Ecología y el Espíritu Humano), donde ya plantea una revolución ecológica «necesaria» para el siglo XXI. El propio Al Gore firmó el Protocolo de Kyoto durante su mandato como cuadragésimo quinto Vicepresidente de Estados Unidos (1993-2001), que sin embargo no entró en vigor a causa de la Resolución Byrd-Hagel aprobada poco antes por el Senado –paradójicamente, la firma del Protocolo de Kyoto no le impidió en 1999 aprobar el Plan Colombia y las correspondientes fumigaciones aéreas a poblaciones y plantaciones de coca, con cuantiosos daños colaterales sobre la selva colombiana.
Tras ser derrotado en las urnas de la democracia realmente existente en Estados Unidos, en un polémico desenlace ante Jorge Bush II en el año 2000, decidió reducir sus actividades a las ecológicas que durante tanto tiempo le habían entusiasmado. Así, tras fundar en el año 2005 una cadena de televisión, Current TV, en verano de 2006 lanzó al mercado el documental Una verdad Incomoda, donde aborda el problema del denominado «calentamiento global». El filme ha obtenido gran éxito de público a nivel internacional, consiguiendo dos premios Oscar de la Academia de Hollywood en la categoría de mejor documental en el año 2007. También fue galardonado, junto al Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático de la ONU, con el Premio Nobel de la Paz, así como con el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional.
Dirigido por Davis Guggenheim, Una verdad incómoda aborda el problema del cambio climático, del que responsabiliza a las personas, sus gobiernos e industrias como causantes del mismo. Por medio de las notas y exposiciones que Al Gore presenta, se discuten aspectos políticos de la presunta evidencia científica que dice haber encontrado y describe las posibles consecuencias que sucederán si no se aplican sus soluciones. Al Gore, partiendo de la base del calentamiento global como algo real y producido por la actividad del hombre, va exponiendo una serie de información positiva en sus distintas charlas y conferencias en todo el mundo: Estados Unidos, China, Europa, &c.
Como entreactos de su predicación por el ancho mundo, se le contempla solo, transitando por las aduanas de los aeropuertos y contemplando desde las alturas de su avión, por encima del bien y del mal, las distintas urbes que parecen cubrir todo el suelo. Mira con compasión a los seres humanos y su triste destino: quizás para ellos sea demasiado tarde. Quizás para las generaciones futuras –aduce Al Gore, mientras recuerda cómo su hijo estuvo a punto de fallecer en una ocasión– ya no pueda haber solución si no se aplican los principios que él defiende desde su tarima. Apoyado en datos que afirman que el núcleo del hielo de la Antártida acumula concentraciones de CO2 más altas que en el anterior medio millón de años, tras mostrar las diapositivas que muestran el retroceso de numerosos glaciares a lo largo de varios años, el aumento de las mareas consiguiente al deshielo, la desertización constante de amplias zonas planetarias, &c, presenta sus alternativas.
Así, aconseja Al Gore que para reducir el cambio climático hay que cambiar las bombillas tradicionales por las lámparas compactas fluorescentes, que consumen menos de la mitad que una bombilla tradicional y evitan así la difusión de unos 140 kilos de dióxido de carbono al año. También hay que fijar el termostato a una temperatura ligeramente inferior en invierno y superior en verano, reduciendo el consumo de la calefacción y el aire acondicionado; usar menos agua caliente; utilizar un colgador en vez de la secadora de ropa; usar papel reciclado para frenar la deforestación; comprar alimentos frescos, &c.
El consenso respecto al documental y sus tesis parece total: una investigación cienciométrica de 928 artículos científicos sobre el cambio climático publicados entre 1993 y 2003, publicada en Science, demostraba que todos los artículos que versaban sobre el calentamiento global lo achacaban a la acción del hombre. En diciembre de 2007, una suerte de concilio climático reunido en Bali con representantes de todo el mundo globalizado, acordó luchar contra el calentamiento global.
* * *
Sin embargo, como ya hemos señalado en nuestro artículo «Cambio climático e ideología aureolada de la Antiglobalización», el supuesto calentamiento global dista mucho de ser una cuestión científica y más bien se trata de una cuestión ideológica, de una ideología aureolar, que pide su realización en un futuro más o menos lejano y justifica sus acciones y dictados presentes en una situación final.
El ejemplo histórico más importante, por su persistencia secular, de una ideología aureolar es el de la Iglesia católica, cuyas acciones dentro de instituciones realmente existentes (bautismo, confirmación, entierro) están encaminadas a un objetivo que aún está por venir, el del juicio final o Apocalipsis. El objetivo intencional de la Iglesia católica es, por lo tanto, la salvación de la Humanidad, en un reino de los cielos que siempre estaría por venir. Su decaimiento por los sucesivos cismas, como ya sucediera en Avignon en el siglo XIV o durante la Reforma del siglo XVI, así como tras la desaparición del Antiguo Régimen y de la alianza del Trono y el Altar, no ha supuesto el arraigo del ateísmo en las masas populares, en contra de lo que pensaban los defensores del denominado «ateísmo científico» –y algunos vulgares imitadores suyos hoy día, como la FIdA–, sino que provocó la recuperación de aquello que había constituido de siempre la materia de crítica del cristianismo: la religiosidad secundaria, así como el espiritismo. El espiritualismo de Allan Kardec del siglo XIX, fomentado por las clases altas, ya constituía un fenómeno de esa retirada, y el «avistamiento» de extraterrestres y demás fenómenos paranormales, la santería y la brujería –tolerada precisamente por los últimos defensores del ateísmo científico–, así como la demonología son residuos de la religiosidad secundaria que, mantenidos a raya por la Iglesia católica, aparecen de nuevo consecuentemente con la retirada paulatina del catolicismo.
Este ambiente queda reflejado sobre todo en la cinematografía, con películas como Superman, un titán a la usanza helénica, cual Prometeo, que protege a los hombres, e incluso más recientemente en la cinta Transformers, donde los démones corpóreos del helenismo son robots extraterrestres cuyo fin es ayudar a la Humanidad, y que, literalmente, roban el fuego sagrado de Zeus (Megatrón) y se lo entregan a los hombres en forma de tecnología (internet, bomba atómica, &c.), en una actualización del mito de Prometeo más fidedigna aún si cabe.
Por eso mismo, los acontecimientos «terrenos» de la Iglesia católica no hay que juzgarlos en virtud de su presumible oportunismo político, como si tal Iglesia fuera un viscoso gobierno socialdemócrata, sino en vistas a ese objetivo aureolar que siempre está por llegar. Algunos medios de comunicación situados en esa viscosa ideología han visto una reivindicación sectaria del franquismo en la reciente canonización de 498 mártires, resultantes de la persecución producida durante la guerra civil española contra la Iglesia católica. Haciendo gala de la peculiar memoria histórica que por ley nos pretende imponer el gobierno socialista de España, semejantes periodistas deberían recordar el famoso refrán: «Cree el ladrón que todos son de su misma condición». O, al menos, estudiar la Historia de la Iglesia católica y ver las numerosas persecuciones y martirios sufridos por los cristianos desde tiempos de Diocleciano, para intentar desasnarse mínimamente.
Dentro de esta ideología aureolar cristiana, tenemos ejemplos de tesis catastrofistas y de temores milenaristas como los que nos presenta a día de hoy Al Gore. Los milenaristas así lo afirman con casos como el del monje calabrés Joaquín de Fiore, de quien se dice postuló, para justificar que en el año 1000 no había llegado el fin del mundo, que la Historia se dividía en tres etapas: Edad del Padre, Edad del Hijo y Edad del Espíritu Santo, con la que llegaría presuntamente el Apocalipsis final. Así, supuestamente en el año 1000 centenares de personas esperaban junto al papa Silvestre II en Roma el advenimiento del año nuevo y con él el Apocalipsis final. Sin embargo, estos terrores «fueron una invención posterior: del siglo XVII, de Baroni, de César Cantu y otros tantos historiadores y novelistas (sobre todo franceses) que hicieron toda una literatura, inventando un modelo historiográfico –en este caso, de historia ficción– [...]», del que se alimentaron los terrores del pasado año dos mil [Gustavo Bueno, «Pavores ecológicos», Ábaco, nº 2, Segunda Época (1993), pág. 16]. Es decir, que el año mil queda como hito interesado para que los franceses puedan, como pretexto de su referencia, divagar sobre sus temas favoritos: su presunta dominación mundial porque Otón III nuevamente aspiró de forma fallida a ser emperador de un imperio puramente formal, el Sacro Imperio; su «fundación» del Camino de Santiago, ignorando la realizada por su fundador y primer peregrino, Alfonso II el Casto, &c.
Sin embargo, la falsedad de los temores milenaristas no se queda en este detalle concreto, sino que avanza hasta la atribución de las tres edades de Joaquín de Fiore equiparadas a tres milenios. Y es que Joaquín de Fiore, nacido en Calabria en el 1135, dijo tener una revelación entre 1156 y 1157 mientras viajaba por Palestina en el Monte Tabor, en Tierra Santa. De ahí, supuestamente, obtuvo el don de la exégesis. Ingresado en 1159 en la orden cisterciense, en 1188 fue liberado de sus obligaciones como abad, fundando con sus discípulos una comunidad monástica en 1196 con aprobación de Celestino III. Si bien Fiore realizó sus profecías mediante la exégesis bíblica, identificando tres edades, una por cada persona de la Trinidad, no las cifró en tres milenios distintos, sino que pronosticó, con evidente error, que la Edad del Espíritu Santo llegaría en el año 1260, algo que él no pudo comprobar al fallecer en el año 1202 y ser impugnada su doctrina en el IV Concilio de Letrán en 1216.
De hecho, como remate de la impostura, parece ser que Voltaire se sirvió, sin citarle, de las edades de Joaquín de Fiore para dividir la Historia Universal en Edad Antigua, Media y Moderna, inspirado en la Edad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo del monje calabrés.
Centrándonos en la peculiar exégesis bíblica de Fiore, hay que señalar que su pronóstico del fin del mundo resulta de su interpretación del Apocalipsis 14:6, donde se habla de tres ángeles que anuncian la Parusía, simbolizando tres etapas en la Historia: la Edad del Padre, correspondiente al Antiguo Testamento, caracterizada por la obediencia de la Humanidad a las leyes de Dios; seguidamente, la Edad del Hijo, desde la venida de Cristo hasta 1260, representada por el Nuevo Testamento, cuando el hombre llega a ser el hijo de Dios. Y finalmente, la Edad del Espíritu Santo, de 1260 en adelante, cuando la Humanidad entrará en contacto directo con Dios, alcanzando la plena libertad del mensaje cristiano. El reino del Espíritu Santo será la nueva dispensación del amor universal. La organización de la Iglesia será reemplazada y el Reino de los Justos dirigirá la Iglesia, en la forma de una renovación espiritual que convertirá al mundo en un monasterio único, habitado por monjes espirituales, según el peculiar monje calabrés. Así, en lugar de la parusía o segunda venida de Cristo, una nueva época de paz y concordia comenzaría, haciendo la jerarquía eclesial innecesaria. Y, por lo tanto, también el Apocalipsis garantizado por la propia Iglesia. No extraña nada que sus heréticas tesis fueran condenadas precisamente por esa misma Iglesia que él mismo pretendía negar.
La fecha de 1260 como fin del mundo la deduce Fiore del Apocalipsis 11:3, donde San Juan dice: «Y encargaré a mis dos testigos que profeticen durante mil doscientos sesenta días, vestidos de tela burda». Y rematado en Apocalipsis, 12:6: «Y la mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar dispuesto de parte de Dios, para ser allí alimentada por mil doscientos sesenta días». Ahora bien, interpretar la Biblia no es precisamente una invención de Fiore. ¿Acaso no es la Biblia interpretación y no se estudia como si fuera un género literario? Eso mismo nos dice el Compendio Moral Salmaticense, recordando que no debe interpretarse siempre la Sagrada Escritura como si tuviera un sentido literal, sino que como género literario utiliza metáforas y alegorías para expresar una doctrina –incluso Fiore fue considerado un precedente de la Hermenéutica protestante.
Pero traemos aquí esta breve semblanza de Joaquín de Fiore no como mera erudición sino como una constatación. La constatación de que existe un claro paralelismo entre las vidas de Al Gore y Joaquín de Fiore, en el sentido de las Vidas Paralelas de Plutarco. Sin embargo, ser paralelo no significa ser idéntico, sino desempeñar una misma función dentro de contextos distintos. Así, si decimos como afirma Aristóteles en la Poética que el Escudo es a Ares como la Copa a Dionisos, no estamos identificando la Copa y el Escudo («la Copa es el Escudo de Dionisos»), sino señalando su función de atributos de distintas deidades secundarias. Por eso las famosas Vidas Paralelas de Plutarco lo son en tanto que los personajes ocupan un mismo rol pero en distinta época, sin tener el más mero contacto. Así, vidas paralelas serán las de los estadistas Pericles (s. V a.c.) y Fabio Máximo (s.III a.c.), las de los emperadores Alejandro Magno (s. IV a.c.) y Julio César (s. I a.c.), las de los oradores Demóstenes (s. IV a.c.) y Cicerón (s. I.a.c.), &c. Todos ellos con el nexo común de ser ejemplos morales proporcionados por Plutarco. Un género literario que se mantuvo vivo bajo la forma de los tratados de educación de los príncipes y futuros monarcas, como sucede en España con los eminentes ejemplos de Fray Antonio de Guevara y su Reloj de Príncipes (1529) y Pedro Sánchez y su Historia Moral y Filosófica (1589).
De hecho, la presencia de Al Gore –al igual que Joaquín de Fiore en su tiempo– en el documental Una verdad incómoda, es la de un hombre que camina en plena soledad, en medio de aeropuertos, consciente de que una gran verdad le ha sido comunicada, revelada desde lo alto. Él mismo se representa en forma autobiográfica de esa manera, bajo la idea de que se le ha revelado que el fin del mundo está cerca y los seres humanos, condenados previamente, deben saberlo. Las imágenes en las que Gore, a vista de pájaro, como quien se sitúa por encima de cualquier punto de vista, contempla las grandes urbes y su descontrolado crecimiento, mientras la voz en off del propio Gore dice que los daños realizados por las generaciones pasadas ya no tienen vuelta atrás, simbolizan la situación de quien se encuentra comulgado en una gran verdad y siente verdadera condescendencia frente a quienes están ciegos.
La posibilidad de perder a su hijo tras un grave accidente, que relata en el documental, fue en principio el hecho que le hizo partícipe de la revelación: el daño que los humanos actuales le estamos haciendo a la Humanidad futura que está por venir, al dejarles como herencia un planeta contaminado. A partir de ella, y en base a todos los conocimientos que había adquirido previamente, Gore comenzó a valorar a la Naturaleza, la Gea de la que habla Hesíodo, como algo que podría perderse, pues a causa de los malos hábitos de las generaciones actuales al final no se podría conservar para las generaciones futuras. Esta peculiar revelación se justifica a partir de números y cifras que Gore interpreta a su modo, representando el Mito de la Naturaleza como algo sustantivado y autónomo: las emisiones de O2 y CO2 que los seres vivos estudiados en La Tierra emiten regularmente de forma global representan una especie de respiración de Gea, una sustancialización metafísica de los miles de millones de transformaciones químicas que efectúan los organismos vivientes en su respiración.
Una vez producida la revelación, Gore se ve a sí mismo, al igual que el propio Fiore, como alguien que desea contar su verdad al mundo pero que le cuesta conseguir adeptos. Señala a sus adversarios políticos, tales como Bush I y II, como gente ciega que niega su revelación, aunque sin profundizar en las razones que podrían tener para rechazar sus críticas. Simplemente se les considera, dentro de los déficits de la democracia realmente existente que le hizo perder a él las elecciones, prisioneros de sus votantes, ciegos igualmente, y de sus promesas electorales. Una nueva inquisición política, la misma que le inquiere sobre sus presuntas verdades, le derrotó en votos electorales, aunque el propio Gore ganase en votos populares a Jorge Bush II.
Pero las motivaciones de Gore ya no pueden ser oportunistas ni políticas, pese a que muchos afirmen que será candidato presidencial en 2008. Quince años antes ya había hecho públicos sus pavores ecológicos, y una vez probada la imposibilidad de aplicarlos como presidente del Estado más poderoso del planeta, se dedicó a predicar por todo el mundo, más allá de cualquier interés político, su verdad revelada.
* * *
Sin embargo, nadie con un mínimo de sindéresis podría defender semejantes revelaciones como fenómenos reales y efectivos, más allá de las creencias en las que vivieron y viven estos sujetos. Si Fiore tuvo una revelación en Tierra Santa fue porque vivía en comunión con la ideología aureolar del cristianismo y de la segunda venida de Cristo. Análogamente, si Al Gore tiene la revelación del inminente fin del mundo por el calentamiento global es porque vive comulgado en la evidencia que su ecologismo y su antiglobalización aureolar le presenta. Las lecciones recibidas de sus profesores de Universidad le hicieron vivir bajo un sistema de creencias que le estimulaba a creer que, realmente, la pervivencia del planeta está en peligro y a actuar en consecuencia. Si no, la revelación no pasaría de ser una simple constatación de unos datos meteorológicos oscilantes y cuya causalidad no está ni mucho menos demostrada, como nos sucede a quienes no estamos comulgados en la evidencia del cambio climático.
Gore, como decimos, intenta convertir a la gente a su nueva fe, una vez liberada de intereses políticos, igual que Fiore quería que desapareciera la Iglesia para consumar la Edad del Espíritu Santo. Por eso viaja predicando de ciudad en ciudad, de persona a persona, familia a familia, como afirma en su documental, para que su mensaje arraigue. Incluso llega a decir que defiende una revolución de la no violencia, como las sufragistas o Nelson Mandela, simbolizando su lucha con los científicos en conflicto contra las enfermedades.
Así, interpretará los fenómenos políticos que llevaron a la actual etapa de globalización, como el pacto de desarme EUA-URSS, como indicios de la verdad de sus aseveraciones. Incluso el agujero de la capa de ozono es un tanto apuntado a su favor, porque gracias a predicaciones como las suyas la industria ya no produce determinadas sustancias químicas en los aerosoles. Apelando al sacrificio de las generaciones futuras para la realización de su ideología aureolar, Gore, preso de su revelación inicial por la grave situación de su hijo, va reforzando sus ideas en sus múltiples viajes para recabar datos sobre el presunto calentamiento global. Si para un cristiano Tierra Santa es Jerusalén, a donde fue Fiore, para Gore es el Polo Norte, en donde tiene lugar el deshielo que demuestra el Cambio Climático.
Claro que si Joaquín de Fiore pudo visitar Jerusalén fue gracias a los ejércitos de la segunda cruzada (1147) que aún mantenían la ciudad santa alejada de las garras musulmanas. Gore sigue idéntico camino y atraviesa los hielos polares por medio de un submarino nuclear del ejército norteamericano. Armamento y medios pertenecientes al Imperio de Estados Unidos, el mismo al que Gore denuncia veladamente por no hacer lo suficiente para evitar el calentamiento global. Lo mismo que hace con China y sus crecientes necesidades energéticas, propias del «imperio del centro» que se encuentra en plena emergencia, como podemos comprobar en la sección Desde la República Popular China de esta revista.
Al final, señala Gore, las diferencias políticas, económicas e ideológicas existentes entre los hombres son las que llevan al conflicto por los recursos y el control del territorio. Mientras unos se permiten el lujo de malgastar sus abundantes recursos para estimular su poder y dominio hasta agotarlos –entre las diapositivas que muestra Al Gore en sus conferencias aparece el clásico Mar de Aral con barcos varados en su superficie salina, que los soviéticos secaron a mayor gloria de la Humanidad futura y en consonancia con su ideología comunista aureolar–, otros se ven impelidos a aumentar su población, convirtiéndose en una verdadera plaga para Gea. Los intereses políticos de las distintas potencias están muy por encima de los inanes acuerdos firmados en Kyoto o Bali. La Humanidad aureolada de la antiglobalización, unida por encima de intereses políticos, dirá Gore, debe superar estas diferencias, al igual que el día del Juicio Final supondrá la superación del pecado original y la comunión de los santos.
Semejantes ideas han impactado sobremanera en numerosos partidos políticos. El ecologismo y el mito de la Naturaleza han demostrado ser Ideas fundamentales en la cúpula ideológica de la viscosa socialdemocracia, siendo aceptadas incluso por lo que queda de la quinta generación de la izquierda, el comunismo. A tal grado de degeneración ha llegado en lugares como España, que muchos de sus militantes y dirigentes, socialdemócratas reconvertidos, se convierten en tontos útiles de ecologistas e incluso partidos secesionistas. Justificados de forma sofística, convirtiendo el argumento fuerte en débil, aseguran que si la Europa del Capital atomiza los Estados-Nación, las plataformas para resistir al capitalismo depredador de Francia y Alemania han de ser las naciones fraccionarias resultantes. Lo que es un triunfo de Francia y Alemania a la hora de debilitar a sus rivales y a los trabajadores que viven en esos terceros Estados, lo presentan como triunfo del comunismo y como plataformas válidas para la resistencia. Curiosa cobertura ideológica para sus pactos postelectorales y sus asaltos a sedes del Partido Comunista de España.
* * *
En general, lo que plantea Gore desde un aparente modelo de catástrofe telúrica, un modelo metafísico e impersonal inspirado en los modelos del cosmos como algo perfecto propios de la filosofía helénica, es una sustantivación de la Naturaleza confundida con un modelo antrópico, en tanto que atribuye al hombre la responsabilidad del deterioro del planeta. Todo confluye así en el hombre y sus formas de explotar la Naturaleza, siguiendo el famoso principio antrópico de Barrow y Tipler, tan del gusto de los científicos: ha de permitirse la supervivencia del ser humano en el tiempo, sacrificando nuestro bienestar por las generaciones futuras. Es un nuevo humanismo aureolar, pero ya distinto al que señalaban la Iglesia católica y la Unión Soviética. Un humanismo que ya no ve al Hombre como señor y dominador de la Naturaleza, excluidos los animales o simplemente troquelados en medio del mito de la Naturaleza, sino como su cuidador en tanto que culmen de la misma, y que por lo tanto no puede poner en peligro su propio sostenimiento al torturar a su madre, Gea, pues tendrá consecuencias negativas para la Humanidad futura.
Pero hablar de la Humanidad futura o preocuparse de lo que sucederá dentro de varios millones de años no puede ser más que una sustancialización metafísica, un objetivo vano y utópico, puesto que no sólo la Humanidad futura está llegando al mundo ya mismo y de manera constante, sino que dentro de millones de años esa Humanidad, tal y como prevén los cálculos astronómicos, se extinguirá al apagarse la estrella solar que da nombre a nuestro sistema planetario.
Un ejemplo de esta confusión entre modelos impersonales y personales es que el propio Gore reconoce que las glaciaciones no tuvieron nada que ver con la acción humana, lo que no le impide pasar de la glaciación producida en los glaciares norteamericanos a Groenlandia, cuyo deshielo supuestamente provocará la elevación de seis metros del nivel del mar. Pero en la Edad Media los vikingos pudieron colonizar la gran isla ártica y darle su nombre actual (la Tierra Verde, Greenland) porque sus hielos se habían retirado de manera palpable, sin que el nivel del mar se hubiera elevado a los niveles catastróficos que pronostica Gore. Y sin que entonces la acción del hombre, muchos siglos antes de la revolución industrial, tuviera nada que ver en el proceso.
Al Gore representa así un modelo aureolar en el que ya no es el hombre el inequívoco punto final y centro del universo, como sucede en la Iglesia Católica o sucedía en la Unión Soviética. Todo lo contrario: el hombre sería una plaga, un desajuste del cosmos perfecto que vieron los presocráticos, inspirados en la cosmología mítica de Hesíodo, que está poniendo en peligro a Gea, la madre común de los hombres y la Naturaleza, y por lo tanto ha de ser él mismo, como «naturaleza consciente», quien ha de ponerle remedio. Así la Humanidad futura podrá, una vez comulgada en la evidencia del respeto al medio ambiente, consagrarse al respeto de la Naturaleza y abandonar su posición de señor y dominador de la Naturaleza que otros le habían otorgado. Consagrándose así a una vida armoniosa con el entorno, la propia de seres humanos ideales, más allá de cualquier conflicto político, económico o social, en comunión unos con otros. Pero semejante hito final supondría no sólo el fin de la globalización defendida por Estados Unidos, sino también de los medios de transporte y comunicación globales usados por Al Gore para realizar su apostolado y predicación por ese mundo globalizado.