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El Catoblepas, número 72, febrero 2008
  El Catoblepasnúmero 72 • febrero 2008 • página 5
Voz judía también hay

Tres tipos de libertad

Gustavo D. Perednik

Gustavo Bueno e Isaías Berlin defendieron la independencia de la filosofía, éste último también valiéndose de un análisis de la libertad

Isaías Berlin 1909-1997

La editorial Nova Terra inauguró, en 1968, la colección Debate Universitario, con un texto de Manuel Sacristán: Sobre el lugar de la filosofía en los estudios superiores, que proponía eliminar la licenciatura en filosofía, y llenar el vacío resultante con el saber científico, único proveedor de auténtico conocimiento.

La respuesta de Gustavo Bueno (El papel de la filosofía en el conjunto del saber, 1970) dejó grabada una ilustre polémica, en la que Bueno mostró que el saber filosófico es sustantivo, ergo requiere de especialistas que lo enseñen con rigor. La conciencia individual, que moldea nuestra cultura, se construye también con la institucionalización de la filosofía.

Algunos años antes, una apología similar de la disciplina filosófica había sido hecha por el pensador judeobritánico Isaías Berlin (1909-1997), quien la incluyó entre las ciencias humanas, con un estatus singular. Veía su objeto en ayudar al hombre a entenderse, por lo que la filosofía ejerce una utilidad social, naturalmente liberadora.

En una aproximación bastante similar a la de Bueno, Berlin rechazó el esquema positivista, según el cual las ciencias naturales son el paradigma del conocimiento, y por ende las ciencias humanas deben emular a las primeras y ser evaluadas según sus parámetros.

Para ello, enfatizó la diferencia entre ambos tipos de ciencias: las humanas, que examinan el mundo que los hombres habitan y en el que crean, y las naturales, que exploran el mundo físico de la naturaleza.

Dichos tipos tienen que ser estudiados diferentemente, debido a que en cada uno, la relación entre el observador y el objeto de estudio es muy distinta una de otra. Estudiamos la naturaleza desde afuera, y la cultura desde adentro. En las ciencias humanas, los caminos del estudio, y cada faceta de su experiencia, son parte del objeto de estudio.

En cuanto a la singularidad de la filosofía, ésta no sólo empieza ignorando las respuestas a sus propias preguntas (como el resto de las ciencias) sino que, además, ignora el camino que habrá de transitar para responderlas. En las demás disciplinas no: aunque la respuesta no sea conocida, el camino lo es.

Después de la coincidencia entre Bueno y Berlin al salir en defensa de la filosofía, uno y otro la aplicaron a distintas facetas del devenir humano, logrando por esa vía grandes contribuciones al pensamiento.

El marco de aplicación de la filosofía por parte de Berlin fue el hecho político, según analizamos a continuación.

Reconocido como uno de los grandes pensadores liberales del siglo XX, Isaías Berlin fue primero un filósofo de la política y, en su segunda etapa, un historiador de las ideas.

En 1952, en una famosa serie de conferencias radiales, Berlin identificó a seis «traidores de la libertad humana», sorprendentemente, en filósofos vinculados de uno u otro modo a la Revolución Francesa: cuatro propiamente franceses (Helvétius, Maistre, Rousseau, y Saint-Simon) y dos alemanes (Hegel y Fichte).

Según Berlin, ese sexteto había otorgado al concepto de libertad una connotación que, en la práctica, llevó a disminuir las libertades individuales, especialmente cuando equiparon la libertad con el autogobierno, asociado a la «voluntad general».

Dichas conferencias fueron la base de la disertación magistral de Berlin cuando inauguró la cátedra que asumía en Oxford (1957). Distingue aquí la libertad positiva de la negativa, siendo la primera una cortina para esconder abusos. El resultado de su trabajo fue el famoso libro Dos conceptos de libertad (1958), que sigue siendo material de estudio y debate académico.

En palabras de Berlin, la libertad en sentido negativo es la remoción de la represión. Responde a la pregunta de cuáles son las áreas en las que debe permitirse al sujeto actuar sin interferencias. Se trata de la libertad del individuo frente a la autoridad, y en este caso las restricciones que deben removerse son impuestas por alguien –no por causas naturales ni por incapacidad.

En contraste, la noción de libertad positiva ha sido usada por grandes doctrinas políticas para definir las oportunidades y habilidades que tiene un individuo de consumar su potencial. Mientras la libertad negativa se aplica a los individuos, la positiva se refiere a sectores de la sociedad. En ese sentido, en el idioma hebreo el término «libertad» puede ser traducido con tres vocablos: uno referido a la libertad individual («jófesh»), otro a la social («dror»), y un tercero a la libertad nacional («jerut»).

Berlin asocia a la libertad negativa con filósofos británicos (Locke, Hobbes, Adam Smith), y a la positiva con pensadores continentales (Rousseau, Hegel, Marx).

Hoy en día, somos testigos de la extremación del segundo concepto de libertad, que llega al punto de, no ya abusar de la idea de la libertad, sino directamente de suprimirla en su nombre.

El islamismo anuncia una nueva libertad, que consiste en imponer la religión mahometana al mundo entero. El año 2008 comenzó con más expresiones de dicha «liberación», que venían acumulándose en años anteriores. El Museo Municipal de La Haya debió censurar una muestra de cuadros porque «herían la sensibilidad musulama» y, el 20 de enero, el jerarca iraní Alaeddin Borojerdi advirtió a Holanda de que debía también prohibir una película que critica al Corán. Si no, amenazó con que «el parlamento iraní reconsiderará las relaciones con ese país porque, como en Irán somos sensibles, la película despertará una ola de odio popular hacia el gobierno holandés, responsable de la ofensa a la religión».

Podría verse la desnaturalización de la libertad como parte de la subversión del vocabulario, que se ejemplifica en llamar «fascista» a Occidente, «agresivo» a Israel, o «corrupta» a Europa, desde precisamente los regímenes que mejor encarnan al fascismo, la agresión y la corrupción. Pero en el tema de la libertad, no hay meramente un léxico pervertido.

Libertad de un tercer tipo

Los islamistas proclaman que, así como las democracias occidentales se basan en los principios de la Ilustración dieciochesca, las «democracias» islamistas se basan en el Corán. Las dos tendrían validez paralela, cada una fiel a sus fuentes. Hay aquí un peligroso juego de palabras.

Cuando decimos que la democracia liberal se basa en principios de la Ilustración, no suponemos que, en Occidente, los únicos que tienen derecho a pensar y opinar libremente son los iluministas.

En cambio ellos, al sostener que su «democracia» se asienta en el Corán, significan que esa cosmovisión debe ser impuesta a todos sus súbditos. No hay en esos regímenes ateos ni homosexuales, ni feministas ni sionistas.

En la democracia liberal caben todas las religiones, partidos políticos y tendencias, porque se trata de un marco plural de convivencia. Bajo los regímenes islamistas no: hay una verdad y un sendero, porque no se basan en principios de convivencia plural, sino de un libro revelado. Por lo tanto, no puede equipararse una verdad única con un escenario para la convivencia en el que caben múltiples verdades. La visión coránica es abarcada por los principios de la Ilustración, pero la viceversa es un imposible.

Una de las peores víctimas del liberticidio implicado en este supuesto «tercer tipo libertad» es la mujer.

El pasado 17 de diciembre, el rey Abdulá de Arabia Saudí perdonó a «la chica de Qatif», que había sido condenada a 200 latigazos y seis meses de cárcel por denunciar haber sido violada por ocho varones. Es decir que le perdonaron los azotes que iban a imponerle por haber sido vejada.

Dos semanas antes, el presidente de Sudán concedía una medida de gracia similar a Gillian Gibbons, la maestra británica condenada por difamar al Islam, que había permitido que sus alumnos (de 7 años de edad) llamaran «Mahoma» a su querido osito de peluche. Gibbons fue condenada a prisión, pero en las manifestaciones orquestadas por el Gobierno, se pedía a voz en grito que fuera expeditamente ejecutada.

Lo más notable y deprimente de este cuadro, es que en Occidente apenas se condena a los sistemas que flagelan y matan con tanta soltura. La misericordia que salvó a la Gibbons y a «la chica de Qatif» fue saludada con satisfacción. Pero para millones de mujeres musulmanas, la liberación nunca llega.

Ninguna protesta internacional salvaguardó a Aqsa Parvez, una adolescente de Toronto cuyo padre fue acusado el pasado 11 de diciembre de estrangularla hasta la muerte por negarse a llevar el hiyab cubrelotodo. Nadie concedió indulto alguno a Banaz Mahmod, una joven kurda de 20 años que vivía en el Reino Unido, y a la que su padre dio muerte por renunciar a un matrimonio concertado y enamorarse de un hombre que no procedía de su aldea familiar en Kurdistán.

En los últimos años, sólo en el Reino Unido se han confirmado 25 «crímenes de honor», aunque se sabe que la cifra sea mucho más elevada. Da escalofríos pensar cuán elevada es en el mundo árabe-musulmán. Al respecto, no ha habido una sola protesta por las mujeres asesinadas en Basora por vestir a la manera occidental. De acuerdo con la Policía local, en 2007 los islamistas mataron a más de 40 mujeres en la ciudad. Los cadáveres suelen aparecer en basurales, con notas en las que se acusa a las víctimas de tener un comportamiento «antiislámico».

La subyugación de la mujer por parte del islamismo es presentada como su liberación.

En mayo del año pasado, el rector de la universidad cairota de Al Azhar (sic), Ahmad al Tayyeb describió, ante las cámaras de televisión, de qué modo los hombres deben golpear a a sus esposas.

En 2002, la policía islámica que opera en Arabia Saudí impidió que unas niñas abandonaran su escuela en llamas, porque no llevaban puestas las preceptivas pañoletas. Quince de ellas perdieron la vida en el incendio.

El mismo año, en Teherán, un hombre decapitó a su hija de 7 años porque sospechaba de que había sido violada. El asesino declaró haber actuado así para «defender su honor». En 2006, Mohamed Halim, un profesor afgano de 46 años, fue secuestrado, eviscerado y desmembrado, por educar a sus hijas.

Cuando se apoderaron de Afganistán en 1996, los talibanes priorizaron la misoginia. Por decreto se prohibió a las mujeres salir de sus casas, lo cual provocó el estancamiento de la alfabetización del país, y el colapso de los servicios sanitarios.

Ante todo ello, hay un sector autodenominado progresista, que ni siquiera atina a cuestionar. Son voceros del relativismo cultural que equipara a «los ideales de la Ilustración» con otros cualesquiera. Piden para sus propias sociedades el «bienestar general» de la segunda libertad de Berlin, pero son simultáneamente cómplices de la «tercera libertad» de la brutalidad islamista. Al único país de Oriente Medio al que exigen moralidad en su conducta, es al Estado judío.

Sobre éste, Berlin también tuvo opiniones definidas. Toda su vida fue fiel a la empatía judaica que había absorbido en su hogar. Ya en 1934 realizó su primer viaje de solidaridad a la Palestina hebrea, y en 1951 publicó una apología sionista en el Jewish Chronicle de Londres, donde observó que, hasta la fundación de Israel, los judíos no habían podido vivir libremente una vida judía pura, prescindente del escrutinio exterior y de la represión. En 1979, recibió el Premio Jerusalén por sus escritos sobre la libertad, que sigue a la defensiva.

 

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