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El Catoblepas, número 72, febrero 2008
  El Catoblepasnúmero 72 • febrero 2008 • página 10
Comentarios

La dúctil infalibilidad de la racionalidad

Pablo Portnoy

Una respuesta al artículo de Perednik publicado en enero de 2008

Fragmento de la bandera del Estado de Israel

Presentación
por Gustavo Perednik

Ha llegado a El Catoblepas un artículo de un israelí que necesita imperiosamente revelar las culpas de Israel frente a sus enemigos. Siente que hay que sumarse a la mayor parte de los medios, que día a día nos cuentan cuán malo es Israel. Un israelí que no puede tolerar que un medio como éste haya decidido defender al Estado judío, lejos de nosotros semejante incorrección política.
Para ello, responde a mi artículo sobre mesianismo político y, sin proponérselo, nos provee de un excelente ejemplo de él.
Incapaz de autocrítica, habla del fracaso del régimen soviético como si fuese de otros. A pesar de que la izquierda apoyó a ese régimen y sigue apoyando a su vestigio actual, el cubano. No nos explica a qué hay que atribuir el fracaso de todos los modelos «socialistas», ni el hecho de que Vietnam y China abandonen el sistema ineficaz y se vuelquen hacia un liberalismo que, a todas luces y sin las ínfulas de perfección que caracterizó a la izquierda, trae mayor felicidad a sus pueblos.
Hasta aquí, una parte de su dogmatismo. Pero en donde muestra un mesianismo mondo y lirondo, es decir la primacía del dogma por sobre la realidad, es cuando habla de los Acuerdos de Oslo y de Arafat, como si alguno de ellos hubiera representado un intento del mundo árabe de hacer la paz con Israel. Los hechos, desde entonces, han hablado tanto, que huelgan las palabras.
Incapaz de ver la parte de la realidad que no coincide con sus dogmas, nos dice que los Acuerdos de Oslo fueron recibidos con euforia por los israelíes. Por una parte de los israelíes, se olvida de aclarar. Por lo menos una mitad de ellos los recibimos con miedo, no con euforia. Y la historia terminó por justificar nuestro temor.
Arafat aceptó los Acuerdos de Oslo como un nuevo instrumento para destruir Israel. Lo proclamaba él mismo (eran como los «acuerdos temporarios de Mahoma con la tribu de kureish») y, fundamentalmente, actuaba en consecuencia. Mientras la izquierda autista israelí se tapaba los ojos (ése es el tema de mi artículo criticado) la realidad nos mataba día a día.
Frente a ese autismo autodestructor, la mayor parte de quienes siempre nos opusimos a esos acuerdos, lo hicimos porque traían guerra, no paz. Queremos paz; por eso rechazamos a Arafat.
Pero mi contradictor, mesiánicamente, describe esos acuerdos como si nos hubieran acercado a la paz, y no al peor baño de sangre que debió vivir el pueblo israelí.
Su último recurso para justificar el estrepitoso desengaño de los ideales que dice defender (socialismo y pacifismo), pone en nuestra boca argumentos inventados: «el derecho de reivindicar los territorios ocupados como herencia que la divina providencia otorgó al pueblo judío». No podría citar una sola línea de mi artículo (de cualquiera de mis artículos) que apunte en esa dirección, pero en fin, los dogmas no requieren citas.
Lo que sostengo es que el mundo árabe-musulmán está mayormente sometido a regímenes totalitarios, que engendran una violencia independiente de las acciones de Israel y Occidente. Y que frente a ese ímpetu destructor, debemos defendernos, no ceder.
Y que es un mito absurdo seguir hablando de «aspiraciones expansionistas y colonialistas» de un país que cabe quinientas veces en los territorios de sus enemigos, que estuvo dispuesto a aceptar un Estado del tamaño de Luxemburgo para que lo dejaran vivir en paz, que ofreció evacuar todos los territorios que le reclaman (salvo su vida misma) y procedió unilateralmente a expulsar a su propia población de parte de ellos. En cada ocasión, se encontró frente a un enemigo que estaba dispuesto aun a matarse, con tal de destruirlo.
Para la izquierda autista las cosas no son así. Los árabes «son arrastrados al extremismo debido a la opresión». En Arabia Saudita y en Siria no habrá opresión, supongo, porque contra ellas no se rebelan nunca.
La realidad es que la violencia árabe-islámica no es una respuesta a la opresión, sino el resultado del odio en que los adoctrinan desde la infancia.
Mi contradictor dice querer «poner un poco de orden» (es decir culpar a Israel), y por ello cuenta que hubo cuatro veces más palestinos muertos que israelíes. He escrito sobre esta tonta aritmética, que haría suponer que el Tercer Reich fue veinte veces más víctima que sus enemigos, ya que en la Segunda Guerra murieron cerca de diez mil civiles estadounidenses y unos cien mil británicos, en contraste con casi dos millones de alemanes.
En esa guerra, como en la que libra Israel, la agresión está de un lado. Para defenderse, Israel pudo haber cometido errores y excesos, como los aliados contra el Eje. Pero ello no modifica la fuente de la agresión, si queremos analizar racionalmente la situación, y no sólo difundir la peor cara del Estado judío.
Con sus palabras finales el artículo que sigue lo dice todo: «la supervivencia del Estado de Israel no era lo que estaba en juego». ¡Pero sí! Sólo con abrir un poquito los ojos, por favor. A Israel quisieron y quieren borrarlo del mapa. Eso es precisamente lo que estaba en juego, y sigue en juego. G.P.

* * *

Bandera del Estado de Israel

Perednik nos enfrenta, ya desde el comienzo, con la hipotética emergencia de tener que resolver complicadas cuestiones políticas del presente, y para aportar a ello, nos hace partícipes de los dos aspectos de una filosófica dualidad racional, una de cuyas ventajas en caso de adoptarla sería, además, poder ejecutarla con la facultad de elección entre dos posibilidades. Los dirigentes tienen, según esa teoría, la potestad de elegir entre la «racionalidad infalible» y la «racionalidad dúctil». Esta dualidad facilita enormemente las tareas de quién, en ese instante ejerce las funciones gubernamentales en un país determinado. Si éste es un país totalitario que dice «poseer la verdad y la aplica a la vida pública como única alternativa», puede decidir que para llevar a cabo sus objetivos debe prohibir, por ejemplo, todos los partidos políticos y nacionalizar las fuentes de materia prima en su territorio (racionalidad infalible). Esta actitud parecería coherente si se tratase de una dictadura. Pero si se trata de un país democrático, el dirigente debe tener en cuenta, que «debe privar la racionalidad por encima de la fuerza-pero no por encima de la realidad». Aquí el dilema es mas complicado. Es casi imposible poner límites o medir grados de ductilidad, ya que ello podría ocasionar violaciones mas que graves a lo que llamamos «racionalidad dúctil». Esta última corriente política o filosófica, según nuestro autor, «elige la mejor alternativa de entre muchas, siempre repensándola y controlando cada alteración y vaivén, para que sus resultados no se aparten demasiado de lo previsible».

Tal como lo hará con el islamismo (lo veremos un poco mas adelante) Perednik universaliza el fracaso del régimen soviético haciendo del socialismo (como posible vía de establecer un régimen socio-económico mas digno para todos que el presente), una especie de «soberbia ideológica» inherente al mismo y que «desde una supuesta y fatua cúspide de la historia, el socialismo anunciaba igualdad y derrochaba utopías y fracasos».

Perednik nos propone suplantar la falta de soberbia ideológica por «el motor del progreso social» que no es, según sus palabras «un aquelarre de burócratas sino las posibilidades del hombre de perfeccionar lo que tiene a su alrededor criticándolo, y generando naturalmente los anticuerpos necesarios para atenuar sus vicios, sus abusos, los interminables defectos humanos». Es decir, que para salvar a la humanidad del socialismo, nos aconseja una sociedad acorde con el ejemplo del sistema «liberal», que, gracias a la globalización, ya está dando claras muestras de su superioridad: centenares de multimillonarios ya están poblando miles de residencias en distintas partes del mundo dando ejemplo de las posibilidades que tiene el hombre de perfeccionar lo que tiene a su alrededor. Paralelamente, como integrantes inseparables de ese sistema, ya hay centenares de millones de postulantes a alcanzar esa cima que el liberalismo les promente, y seguramente otros tantos se les sumarán durante el transcurso del floreciente universo de la economia capitalista. Es de admirar la congruencia de esta concepción filosófica con la económica, ya que el «motor del progreso social», a través de la ebullición provocada por la lucha de los millones de aspirantes a llegar a la cima tan ansiada, recibe el combustible tan precioso y necesario para poner en marcha la creación de una sociedad que no se parezca en lo más minimo a las utopías que desparramaban a diestra y siniestra (el acento en siniestra) los paraísos del Este. Hasta dan ganas de reirse de Saramago y sus acólitos.

Entraremos ahora en la vida política israelí. Este tema requerirá un enfoque acorde con la índole del conflicto en el que Israel y los palestinos se encuentran enredados.

Es una pena que el señor Perednik, al tratar de él, no ponga una medida más ecuánime de crítica al analizar las penurias que atraviesan estos dos pueblos empeñados, cada uno a su modo, en lograr la convivencia a la que ellos aspiran y que tanto merecen. Como investigador, es de creer que no le son ajenas al autor, el devenir de las relaciones entre otros pueblos en el curso de la historia: intereses de todo tipo intervienen concomitantemente para lograr ese objetivo en cada una de las partes del conflicto. Cuando decimos intereses debe estar claro que no todos los dignos de prevalecer estan en uno solo de los bandos y los condenables en el otro. Las citas sobre los atentados terroristas provocados por los árabes que el autor menciona son verosímiles, aunque pecan de parcialidad. Lo que contradice la realidad histórica es el superficial análisis del período de los Acuerdos de Oslo. La oposición a los mismos no fué de la totalidad de los sectores árabes. Uno de ellos, por ejemplo, el encabezado por George Habbash, lo proclamó publicamente y sin reparos. Pero la inmensa mayoria de los palestinos los aceptó apoyando a Arafat en su política. En Israel también el apoyo fue mayoritario y hasta se podría decir que creó una especie de euforia. Quienes se opusieron fueron aquellos mismos que hoy, mas de doce años después, manifiestan su alegría ovacionando al asesino de Rabin en un repleto estadio de fútbol y profanando el homenaje a su memoria del día de su conmemoración. Esos sectores fueron parte integrante de los esfuerzos para sabotear los acuerdos, que de triunfar, hubieran hecho trizas sus aspiraciones expansionistas y colonialistas.

Perednik intenta borrar de su memoria (y puede ser que lo haya logrado) la gran esperanza que en aquellos días surgió, despues de muchos años de penurias y tragedias sangrientas tanto entre los israelíes como entre los palestinos. A pesar de ello, en uno y otro sector no faltaron aquellos a quienes ese acuerdo injertaba una grieta en su arraigada creencia en la imposibilidad de la convivencia entre judíos y árabes. Esta obsesión nunca ha sido patrimonio particular de los árabes. También judíos negaron y siguen negando que sea posible la convivencia entre los dos pueblos. Para aferrarse a esa concepción no hay nada mas fácil que incluir en una sola masa a todas las tendencias religiosas, laicas, étnicas o sociales en el mundo árabe y adherirlas a todas bajo el de título de «islámico», y aglutinar a todas las fracciones políticas, ideológicas y religiosas de Israel,en la otra parte, bajo el calificativo de «judío».

Millones y millones de árabes cuya única preocupación diaria sería la de vivir una vida digna, son arrastrados al extremismo por la opresión y las afrentas a su dignidad humana y por el otro lado millones de judíos, miembros del pueblo diezmado en el Holocausto, son empujados a cometer violencia bélica en respuesta a las acciones terroristas de los fundamentalistas árabes. Las represiones que estas acciones provocan de parte de Israel al ejercer el método del castigo colectivo, inducen a las víctimas palestinas no pertenecientes a las organizaciones terroristas palestinas a creer, que al fin de cuentas, esos actos de terror obliguen a los dirigentes israelíes a buscar la forma de llegar a un acuerdo.

Al comienzo de su artículo, el autor, al referirse a la racionalidad dúctil nos enseña que debe privar el criterio de la «racionalidad por encima del de la fuerza pero no por encima de la realidad». ¿Cómo aplicar este criterio en el caso presente?

¿Cómo definir la realidad de una situación como la del conflicto palestino-israelí? La cuestión del elemento totalitario en la estructura de las instituciones palestinas no es lo que está en juego. Ir en busca de las fuentes de la concepción totalitaria y del comunismo y encontrarlas en los acontecimientos de la Revolución Francesa me parece que no se presta para analizar el desarrollo de los hechos actuales. Israel no pretende imponer la democracia en los territorios ocupados, ni los palestinos intentan implantar en sus territorios el régimen comunista o fascista para gobernar en ellos. Para aplicar la panacea de la racionalidad dúctil y resolver el conflicto debemos, antes que nada, descubrir donde se encuentra el foco del problema. La cosa no es nada dificil si tal como es de esperar no se cae en las garras del mesianismo. Pero para sorpresa de cualquier lector alerta, el ejemplo que Perednik nos pone delante es mas que dudoso. Considera que la actitud de la izquierda israelí con respecto a la paz es mesianismo político. ¿Quién se lleva los laureles del «mesías»? La firma de los acuerdos de paz: los acuerdos de Oslo. Estar conforme con esos acuerdos es pasar a las filas del mesianismo. Lamentable deducción. Para corroborar su tesis recurre a un periodista que según la aventurada admisión de Perednik, constató (sic) que «la visión de la izquierda de un 'nuevo Medio Oriente', expuesta por una década, es una forma letal (sic) de mesianismo secular (sic)…». La bombástica redacción de esta frase no la exhime de ser calificada como vacía de toda seriedad. No estamos obligados a traer a colación filósofos o periodistas ( prontos a ser citados por filósofos), para recordar que la forma letal del mesianismo secular ya tuvo una oportunidad de exponerse al juicio de la historia en el ya condenado (aunque ya hemos visto que no por todos) crimen del primer ministro de Israel por un integrante de la gente a la que al parecer el «anhelo por la paz» a quién el autor se refiere en párrafos anteriores , no pasó a convertirse en una «obsesión».

La insistencia con la que Peredednik emplea términos absolutos y concluyentes respecto a hábitos y comunidades es sorprendente. Una serie de ejemplos: «Aquí en Israel, el anhelo de paz es casi una obsesión», «El islamismo odia a Occidente por lo que es, no por lo quer hace», «Pueblos mucho mas sufrientes no vomitan odio a diestra y siniestra como los islamistas», «lo peor de las sociedades contemporáneas se ha concentrado en la guarida (sic) del mundo árabe». «Se trata de sociedades que reprimen la curiosidad, el aprendizaje, la lectura, la creatividad, la crítica, todo lo bueno. Por ello son usinas del aborrecimiento», «Entre el opaco mundo árabe, la colorida sociedad israelí prorrumpe con atrevido brillo». Verdaramente un canto a la profundidad de pensamiento creativo y humanista como parte de la contribución de la «racionalidad dúctil» a la búsqueda de una comprensión de los problemas del real y complejo mundo islámico en su enfrentamiento con el mundo occidental en general, y a los intentos de resolver el conflicto con Israel en particular.

La lista de víctimas israelíes que Perednik nos detalla es, para decirlo sin connotaciones peyorativas, parcial. No hubieron acciones condenables sólo de la parte palestina. A cada atentado palestino lo precedían o lo sucedían represalias israelíes que sentaban las bases para pretextar nuevos actos de venganza de los palestinos. Nunca se dio una situación en la que «Israel firmaba, entregaba, y era asesinado». «El dantesco cuadro que en una década dejó mil civiles israelíes asesinados…» está expuesto bajo un enfoque cuyos rayos iluminan solo un sector del mismo dejando en una total oscuridad el otro. Desentendiéndonos del deseo de averiguar si la mano orientadora guiaba los rayos tendenciosamente o no, trataremos de extender una uniforme luminosidad para que el cuadro nos impresione equilibradamente. Si al contemplar el ángulo iluminado el señor Perednik ve nitidamente los contornos de la violencia palestina, el fulgor de éste impacto lo encandila hasta el extremo de no darse por enterado de la existencia del ángulo suplementario del cuadro. Al citar las víctimas inocentes de los atentados era de esperar que el autor no agotara sus búsquedas sólo al sector iluminado del cuadro dantesco ya que una de las exigencias que se debe imponer a uno mismo un investigador es la imparcialidad de las fuentes de informacion, evitando datos que puedan dar una visión unilateral del caso en cuestión. La animosidad de Perednik para con el sector árabe lo inclina a darnos datos cuya exactitud es justo ponerla a prueba. Tratemos, por lo tanto de poner un poco de orden proveyéndonos de datos mas completos y verosímiles, que aquellos con los que Perednik intenta avalar su artículo. Las cifras relevantes (y no las convenientes a su concepción ideológica) son las siguientes:

En la décadas que van del año 1987 hasta el 2007 las víctimas mortales en acciones locales, no en enfrentamientos militares, fueron las siguientes :

Década 1987 hasta el año 1997

Civiles israelíes muertos: 76  Palestinos muertos por el ejército: 1335
Soldados muertos por civiles: 94Palestinos muertos por civiles: 112
muertos israelíes: 170muertos palestinos: 1447

Década 1997 hasta el año 2007:

Civiles israelíes muertos por el ejército: 738   Palestinos muertos por el ejército: 4455
Soldados israelíes muertos por civiles: 325Palestinos muertos por civiles: 49
muertos israelíes: 1063muertos palestinos: 4054

La enumeración que el autor hace de los atentados terroristas pone de manifiesto la importancia que le dá a los números. Sólo que la secuencia de los actos a los que hace referencia pecan de falencia. La macabra imagen de un Israel víctima indefensa de la vorágine árabe no concuerda con la realidad. El señor Perednik omite un dato con el que sus lectores podrían tener una noción mas ajustada de la realidad para poder aplicar con acierto su recién propuesta «racionalidad dúctil». Pero parecería ser que el enceguecimiento evidenciado en la contemplación del «cuadro dantesco» se hizo extensivo al aspecto global del tema y los suaves tonos de la racionalidad «dúctil» se tiñeron con los tenebrosos tonos de la «infalibilidad». La verdad es que entre las libertades que los intelectuales pueden atribuirse se encuentra la de elegir las fuentes de información a las cuales recurrir para sus trabajos científicos o, como en este caso, históricos, y en base a ellas, sacar las conclusiones más acertadas. Tambien al tratar un conflicto en el cual nos sentimos implicados (la mía tambien es una «voz judía») debemos una medida mínima de ética profesional al analizarlo. Se lo debemos a nuestros lectores, pero más que nada a nosotros mismos. Israel no se acurrucó debajo de la cama sufriendo pasivamente los ataques terroristas. Toda su potencia militar estuvo y está en marcha para responder. El autor, de haber procedido como un experimentado investigador, tendría que haberse enfrentado con la cifra de los 4504 palestinos muertos en las acciones de represalia. De haber profundizado en su análisis habría llegado a la conclusión de que el castigo colectivo que las represalias involucran, no son la respuesta que pueda solucionar el doloroso conflicto (¿tendremos que recalcar que es doloroso para los dos pueblos?).

Más de cuarenta años de «democrática» ocupación de territorios palestinos están obnubilando la capacidad de razonar no solo de las mentes distraídas sino de estudiosos que en trance de justificar la prolongación del conflicto con vistas a que los hechos consumados por la «colorida sociedad israelí» se conviertan en hechos irreversibles, no vacilan en traicionar valores irrenunciables de honradez profesional. El señor Perednik tiene todo el derecho a reivindicar los territorios ocupados como herencia que la divina providencia otorgó al pueblo judío y aferrarse a ellos con la aureola de pioneros en la lucha por una civilización superior al vandalismo del fundamentalismo islámico, al que vé como único representante de la cultura árabe. Tambien puede creer que la política del Estado judío es un ejemplo digno de seguir por el mundo occidental y que la miserable vida que ese gobierno impone a millones de seres humanos del «opaco mundo árabe» es la expresión «dúctil» de la «autocrítica que enseñaron los profetas hebreos» y en la que se basa el sistema, que según el autor, el Occidente ha adoptado como ejemplo. Su impermeabilidad a los sufrimientos de los dos pueblos como componente inseparable de un conflicto cuya solución exige de parte de la intelectualidad crear un enfoque total del mismo para proveer, por ejemplo, a los indefensos habitantes de la población de Shderot, en el sur de Israel, una lucidez actualmente menoscabada, para comprender que la seguridad de sus hijos estará ligada al término de los horrores que los ataques ininterrumpidos de los soldados y pobladores de los asentamientos israelíes, obligan a sufrir a los niños árabes día a día. Cerca de la mitad de las víctimas de estas incursiones israelíes son civiles árabes desarmados. Romper éste circulo vicioso buscando la colaboración con los representantes de la población árabe (la que ellos decidan) es la tarea a cumplir, ya que no se llevará a cabo intensificando las represalias militares o las inhumanas sanciones inhrentes a los castigos colectivos que Israel aplica impunemente contra pobladores que nada tienen que ver con las actividades de los terroristas, a no ser el condenable hecho de haberles dado a luz.

Hay una estela de superioridad en el intento de hacer de Israel un paradisíaco vergel en el que una «vasta pluralidad de ideas, partidos y organizaciones conviven» y en la implícita convicción de que esto es patrimonio exclusivo de esa sociedad. No se puede negar que las diferencias de ideas y actitudes políticas en Israel han provocado en distintas oportunidades cambios en la direccion política y social del país. De la misma manera la población árabe de los territorios palestinos ocupados dió a conocer por medio de las elecciones del año 2006 cuales eran sus preferencias políticas y sociales. El peligro que los resultados de esta libre expresión de ideas significó para los designios de Israel, puso en marcha el mecanismo de defensa adoptado por la dirigencia israelí (y la mayor parte de los gobiernos occidentales) y la racionalidad volvió a recurrir a su atuendo «infalible». Y «por encima de la realidad» el manto de la verdad absoluta (¿totalitarismo?) cubrió de tragedia el diario vivir del millón y medio de habitantes de la Franja de Gaza. «La tradición del judaísmo que siempre exaltó la diversidad de opiniones» no pudo tener posibilidad de implementarse en el seno del pueblo árabe en su intento por lograr que esa tradición pudiese ser aplicada a la sociedad palestina.

Perednik acostumbra referirse en sus artículos a personalidades que en el curso de la historia contribuyeron a orientar (conciente o inconcientemente) a la humanidad en su ineludible búsqueda por mejorar la calidad de su exisistencia. Creo que esa es la meta a la cual cada uno de los intelectuales debe ambicionar llegar, cada uno en la esfera de sus limitaciones profesionales o preferencias ideológicas. El mesianismo del que él acusa a la izquierda, lo ha hecho paradógicamente su presa propicia, al extremo de haber sido el autor imprudente del patético análisis que estamos analizando. Despotricar contra los saramagos que alertan contra las inhumanas actitudes de la política de represiones, castigos colectivos, destrucción de casas, humillaciones, asesinatos selectivos, cortes de luz, cierre de fronteras y decenas de sanciones de todo tipo no lo deben enorgullecer, toda vez que evite en sus escritos referirse a quienes en Israel pregonizan, inclusive desde la sede del Gobierno, continuar con la condenable y condenada ocupación ilegal de los territorios. La vida de millones de palestinos e israelíes merecen, en este período crucial, que en vez de exacerbar los aspectos negativos del conflicto, todos los esfuerzos estén encaminados a encontrar la vía de solucionarlo. La izquierda israelí ha fallado por no haber sido consecuente con su concepción del problema (peyorativamente calificada de mesianismo por Perednik) y no por tratar de aplicarla. El señor Perednik debería considerar el problema, en caso de querer volver a él, ubicándolo en el marco de la tradición judía, ahuyentando de su espectro, el unilateral encastramiento de la tragedia palestina en el movimiento terrorista Hamas. Éste inició su trayectoria siendo un grupo marginal que comenzó a crecer a medida que la legitimidad de las posiciones moderadas de los otros grupos fueron desechadas por los fundamentalistas israelíes. Éstos aprovecharon la ventaja de ser considerados los abanderados de la supervivencia del Estado de Israel, que en realidad no era lo que estaba en juego e impusieron su cosmovisión mesiánica al regimen israelí, cosa que lograron con la complacencia pasiva de la intelectualidad izquierdista contaminada por el chovinismo mas condenable.

«Ser o no ser es el dilema de Israel, no cómo actuar», nos instruye Perednik.

El dilema no es ser o no ser, sino qué ser. ¿Ser lo que somos?

 

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