Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 75 • mayo 2008 • página 11
Escribe Luis García Montero en Ínsula un artículo de maquiavélico título en el que hace continua referencia al mito de la Generación del 27, vinculándolo siempre con la democracia{1}. Al mismo tiempo, niega a Pilar del Castillo el derecho a participar de este mito:
«La ministra Pilar del Castillo, ideóloga de un presidente de gobierno tan neoconservador como José María Aznar, en el texto de presentación del catálogo Entre el clavel y la espada. Rafael Alberti en su siglo (2003), no dudó en firmar estas palabras: «[...] Rafael Alberti en su siglo constituye un homenaje a uno de los principales artistas del 27 español, sin duda, pero es también un retazo de la vida de todos, un dédalo de signos de tiempos densos y contradictorios, un grito de la palabra y del lápiz que, de manera singular, se hizo poesía en Alberti, poesía destinada a perdurar». El poeta más revolucionario, republicano y comunista de la generación del 27, combativo hasta casi el final de su vida, era presentado por una ministra neoconservadora como “un retazo en la vida de todos”.»
Si yo fuera tan dialogante como Lutero, me limitaría a señalar con el dedo{2} un artículo que no es en realidad sino una conferencia que se me pidió para conmemorar una fecha tan disparatada como el octogésimo aniversario de la foto, la comilona y el homenaje a Góngora. Pero ni yo quiero ser el jabalí que destroza la viña ni el profesor García Montero, que aquí representa el papel de «El varón que tiene corazón de lis,/ alma de querube, lengua celestial» merece ser tratado como Zwinglio o Ecolampadio. Intentaré corresponder pues a su querúbica amabilidad y no hacer demasiado de lobo.
No repetiré los argumentos en contra de esa concepción del patrimonio intelectual que esgrimí contra un enemigo intuido o imaginario, sino que, materializado el adversario, empezaré por emplear su propio mecanismo dialéctico: Rafael Alberti fue, en la distancia, o por identidad con una especie de cuerpo místico izquierdista, compañero o camarada ideológico de Pilar del Castillo, que militó en Bandera Roja{3}.
Si este cuerpo místico del rojerío del que hemos hablado está, a diferencia del cristiano, sujeto al tiempo, deberemos decir que Rafael Alberti no fue camarada de Lenin ni de Mussolini, ya que mientras uno se dedicaba al estudio y exposición de las tesis de Marx y el otro era aún un miembro destacado del PSI, él estaba en otros menesteres:
«¡Primeras pajas infantiles, yo os saludo, libre ya de remordimientos, por lo bello y elemental que teníais bajo aquel sol en aquella bahía, entreviendo, mientras, contra el cielo, las primeras imágenes de niñas o mujeres que la sorpresa o el intento pusieron en mis ojos! En la época de las pajas estalló la gran guerra de 1914. De su primer año no sé nada. Sólo recuerdo una palabra que probablemente aprendí entonces: ultimátum. Hasta casi a los dos años de empezada la contienda, no le tomo afición e interés.»{4}
Es más, en sus juegos con su hermana Josefa, en 1917, estaba en el bando contrario a Lenin y Mussolini: «Yo era Alemania: el Kaiser»{5}. Pero el correr del tiempo lo alineó durante un breve período con el ruso y el italiano, cuando se hizo fascista{6}, ya que uno de los introductores de esta ideología en España (Sánchez Dragó lo ha llamado «El Groucho Marx del fascismo español», aunque es más parangonable con Antoñita la Fantástica), Ernesto Giménez Caballero, se consideró leninista{7}, y Arturo Mussolini, el hermano de Benito (no todos los hermanos de dictadores eran tan díscolos como Ramón Franco), esbozó en un artículo publicado en el Giornale d’Italia lo que iba a ser la política del propio Stalin para con los regímenes fascistas y que, si Hitler no hubiera roto el equilibrio (como luego lo hizo el emperador Hiro-Hito con EEUU), habría mantenido la tiranía fascista en Occidente como mantuvo la tiranía comunista en Oriente{8}.
Sería irreverente, improcedente e inadecuado afirmar que, a pesar de que los manifestantes estudiantiles (luego suculentamente promocionados a altos cargos, como Leire Pajín, a quien auguré un futuro parecido cuando leí su nombre en una proclama en octavo que llamaba a una rebelión sin norte) supieran de buena tinta que «Pilar del Castillo/ es hija del Caudillo», Pilar del Castillo se jugaba la vida por las libertades enarbolando la Bandera Roja contra la dictadura de Franco, mientras Luis García Montero estaba en «la época de las pajas», como Alberti en El Puerto de Santa María en el año 14. Sería improcedente por un doble motivo (aparte de por lo inelegante de la consideración): primero, porque no conozco a fondo la biografía de Luis García Montero (seguramente estaba montando a caballo o leyendo a Marcuse) y, segundo, porque si la afirmación sobre el reconocido autor granadino es precipitada, la de vincular Bandera Roja con las libertades sería decididamente errónea, ya que propugnaba la república popular. Un simple paseo por Pequín nos puede dar una idea de lo que tiene de libre y democrática una República Popular.
Naturalmente, tanto el partido como Pilar del Castillo derivaron hacia el eurocomunismo, y de ahí vino el suma y sigue que la llevó al PP. Parece mentira que Luis García Montero, que tiene tan claro lo que es un neoconservador, crea que no hay más comunismo que el eurocomunismo demócrata, y pueda vincular la revolución que quería propagar Alberti con la democracia.
En todo caso, queda demostrado que, según el particular mecanismo mental de Luis García Montero, Pilar del Castillo tiene mucho más derecho que él a fagocitar a Alberti, ya que está acreditada por la Dirección General de Seguridad.
Si este es el mito que nos presenta Luis García Montero, pertenece a la clase de mitos de los que le hablaba Sigmund Freud a Albert Einstein:
«Quizá haya adquirido usted la impresión de que nuestras teorías forman una suerte de mitología, y si así fuese, ni siquiera sería una mitología grata. Pero, ¿acaso no se orientan todas las ciencias de la Naturaleza hacia una mitología de esta clase? ¿Acaso se encuentra usted hoy en la física en distinta situación?»{9}
Para el dogmático, el mito no es un artificio para explicar la realidad, sino que cree que la realidad coincide con el mito. Tras narrar cómo un médico de su ciudad natal trataba a los campesinos eslovacos diciéndoles a todos sin excepción que habían sido víctimas de un embrujo, obteniendo gran reconocimiento de sus pacientes, Freud ve esa misma situación en la academia:
«Trátese de un homosexual o de un necrófilo, de un histérico angustiado, de un neurótico obsesivo o de un demente furioso, el Psicólogo individual de la escuela de Adler indicará como motivo principal de su estado el deseo de hacerse valer, de sobrecompensar su inferioridad, de quedar arriba, de pasar de la línea femenina a la masculina.»{10}
Pero en la página anterior de la traducción que seguimos, leemos el relato de esta absurda conversación sobre el mito de Edipo y el mito del complejo de Edipo, dogma que Freud creó a través de la comparación procrustiana de toda la humanidad consigo mismo:
«Era un crítico de fama mundial que había seguido las corrientes espirituales de nuestro tiempo con benévola comprensión y aguda visión profética. Hice conocimiento con él cuando contaba más de ochenta años, pero su conversación seguía siendo encantadora. Ya adivinaréis de quién se trata. No fui yo, sino él, quien llevó el diálogo hacia el psicoanálisis. Y lo hizo con delicada modestia. “Yo no soy –dijo– más que un literato, mientras que usted es un investigador y un descubridor. Pero he de afirmarle que jamás he abrigado sentimiento de orden sexual hacia mi madre”. “Es que no tiene usted por qué haberse dado cuenta –fue mi respuesta–. Se trata de procesos inconscientes para el adulto”. “Eso es otra cosa”, repuso aliviado, y me apretó la mano.»{11}
Lo que presenta Luis García Montero, Rogerio Bacon lo atribuiría a los cuatro offendicula veritatis de los que habla en su Opus maius. Francisco Bacon, Señor de Verulamio, de acuerdo con su Novum organum, I, 38, lo llamaría idolum, o lo incluiría entre los spectra o las volantes phantasiae. En España, Pedro Laín Entralgo lo llamaría dogma: «Dogmas científicos han podido ser la perforación invisible del tabique interventricular, la doctrina del flogisto, la atribución de sustancialidad al “calórico”, el localicismo a ultranza de la patología celular virchowiana, tantas nociones más»{12}. Serafín Fanjul, quimera, aun sin dejar de usar mito{13}.
No escasean en España los idola fori, aunque no se conozca a Bacon{14}. Podrían llamarse mitos, incluso desde una perspectiva antropológica estructuralista, ya que se oponen funcionalmente: el mito de Al-Ándalus se opone al de la Reconquista, el mito de la II República se opone al de la Cruzada Nacional. De estos mitos podríamos decir, como poco, lo que Hoffmann: «aquella historia del hombre de la arena y de su nido de crías en la luna que me había contado el ama no podía ser totalmente cierta»{15}.
Desde que los fenicios le dieron nombre, España{16} ha sido una tierra continuamente sujeta a la mitologización, empezando por los propios navegantes fenicios, seguidos luego por los griegos. Los historiadores han solido buscar en estos mitos razones propagandísticas para la colonización o disuasorias para hacer respetar los espacios comerciales.
La conquista musulmana supuso una galvanización del mito, distribuido en una corriente trifásica: el mito cristiano anti-islámico, el mito cristiano pro-islámico y el mito musulmán pro-islámico.
El mito cristiano anti-islámico posee fuertes tintes francos y provenzales, y disfraza muchas veces de maurofobia tensiones entre los propios cristianos, como en el caso de Roldán. El caso paradigmático, sin embargo, es el de Santiago, San Isidoro o San Millán (montado en un unicornio) matamoros. Algunos de estos mitos, como la Batalla de Clavijo, aparecen en obras fundacionales de lo que podríamos considerar el humanismo hispano que acabará rescatando la idea romana y clásica de España: es el caso de De rebus Hispaniae, del Arzobispo de Toledo Rodrigo Ximénez de Rada. Esta idea de Hispania evoluciona en la idea imperial: un Imperio cristiano, en el que la lectura de los clásicos latinos se complementa con el de la Biblia. Alfonso VII se hizo Emperador, siguiendo el imaginario clásico, y sus enemigos eran representados según el modo bíblico. Esta descripción de los moros de mi ciudad, Andújar, como servidores de los Baalim (aunque el poeta lo entiende como singular) «no podía ser totalmente cierta»:
«primitus Anduxar degustans vina doloris
augusti iussu circumdatur imperatoris.
Sternitur hoc castrum, sed et Urgi sternitur ipsum.
Clamat et ad Baalim, Baalim surdescit ad ista:
denegat auxilium, quia non valet his dare ullum.»{17}
Alfonso X quiso hacerse Emperador de todo el orbe cristiano, pero fue un príncipe de Gante el que culminó la idea del imperio cristiano hispánico haciéndose español. Esa idea, expresada en el famoso soneto de Hernando de Acuña, nunca dejó de ser una idea, una representación mítica o filosófica (como en Mercurino Gattinara), no una realidad histórica o, al menos, no toda la realidad.
Ante el mito del Imperio romano surge un contra-mito, resumido en «auferre trucidare rapere falsis nominibus imperium, atque ubi solitudinem faciunt, pacem appellant», frases atribuidas por Cornelio Tácito al caledonio Calgaco, vencido por su suegro, Julio Agrícola (Agr. 30). Curiosamente, este discurso pasa al cap. XXXII del Libro áureo de Marco Aurelio emperador de Fray Antonio de Guevara, Obispo de Mondoñedo, en boca de un ficticio Mileno, payés del Danubio, que acaba siendo hecho patricio por su discurso. Es una tradición que podríamos remontar al cuento egipcio del Oasita elocuente.
Pero donde se ve claramente la idea del Imperio devorador es en Fray Bartolomé de las Casas, Obispo de Chiapas. A esto se añade otro contra-mito, el de la vida depravada de los emperadores, representada en Roma por Suetonio y en el Imperio hispánico por Antonio Pérez. Ambos informan la Leyenda negra.
Sin embargo, no hace falta, en absoluto, recurrir a ellos para desmitificar el Imperio. Basta leer los textos que le son favorables para desautorizarlo, así como la lectura de Las Casas basta para condenarlo por negrero. Y no sirve hablar de la sensibilidad de aquellos tiempos: cuando todos se divertían con los juegos de gladiadores, a Séneca se le ocurrió decir eso de «Homo, sacra res homini, iam per lusum ac iocum occiditur et quem erudiri ac inferenda accipiendaque vulnera nefas erat, is iam nudus inermisque producitur satisque spectaculi ex homine mors est» (Ep. 95.33), y siendo frecuentísimos los enanos y monstruos en las cortes, Tomás Moro imagina una ciudad perfecta en la que «Irridere deformem aut mutilum, turpe ac deforme non ei, qui ridetur, habetur, sed irrisori qui cuiquam quod in eius potestate non erat ut fugeret, id uitii loco stulte exprobret» (pág. 232 en la ed. de Oxford de 1895).
Leyendo, pues, los Dichos y hechos del Señor Rey Don Felipe II (El Prudente), potentísimo y glorioso Monarca de las Españas y de las Indias, de Baltasar Porreño, encontramos cómo este soberano
«Tuvo tan grande valor, que después de mucho acuerdo y consideración, encerró al príncipe don Carlos, su hijo, con intento de poner en orden su vida para su reformación y enmienda […]. Comía el Príncipe con grande exceso fruta y otras cosas contrarias a su salud; bebía grandes golpes de agua con nieve en ayunas […]. Y así se le resfrió la virtud y calor natural, sin aprovechar los beneficios que le hacían.»{18}
Y no cuenta que le hizo la extraordinaria gracia de ponerle en la cama la momia de Fray Diego de Alcalá, y de recurrir a los extraordinarios servicios del curandero morisco apodado Pinterete, remedios mucho menos dañosos que el temible error de comer fruta. Es cierto que muchas de las necedades cometidas por Felipe II son imputables a los idola de los médicos y los prelados. Véase si no en el mismo Porreño:
«Deseó echar los moriscos de España, y por graves cosas que se ofrecieron, reservó Dios esta empresa para su hijo. Pidió pareceres a hombres doctos, y dando el suyo el doctor Otadui, Obispo de Ávila, siendo catedrático de prima de Teología en la Universidad de Alcalá, dijo en una carta que escribió a Su Majestad, entre otras razones lo siguiente. Si acaso los señores de vasallos moriscos le dijesen a Vuesa Majestad un refrán antiguo de España: Y mientras más moros más ganancia. Advierta Vuesa Majestad que hay otro más antiguo, y más cierto que dice: De los enemigos los menos. Y si estos dos refranes, que parecen diversos, quisiere Vuesa Majestad concertar, vendrá muy a cuento: Mientras más moros muertos más ganancia, y entonces serán de los enemigos los menos. Agradó mucho a Su Majestad el parecer del Obispo.»
Y aún más:
«Ardentísimo fue su celo de la religión contra los enemigos de la Iglesia. En esto velaba y se desvelaba, y gastaba sus rentas. ¿Qué otra cosa fue tanta importunidad con Flandes, y tantos gastos? Si el Rey no hubiera mirado más de su provecho, muchos años ha que hubiera alzado mano dello, y con que los dejara vivir a sus anchuras, y que se gobernaran por los discursos políticos y filosofía de Aristóteles, Plutarco y Cornelio Tácito; y de los modernos, Nicolao Michabelo, Juan Bodino y otros políticos: hubiera asentado con ellos un ínterin, hasta tomarse otro acuerdo por causa superior, y le sirvieran como a Rey. Y hubo día en que se trató si esto convenía, y dijo un prelado: que importaba más la salud de una sola alma, que todo el interés del mundo, y que para eso enviaba Dios la plata de las Indias, para que se gastase reduciendo herejes. Y esta razón se le asentó al buen Rey de manera que no desistió un punto de lo comenzado, y en su prosecución consumió su hacienda. Y así amor de la religión le movió y no el amor de Flandes, pues por la obra vimos que lo primero que desmembró de su patrimonio fue eso, y lo dejó. Y este amor de la religión le movió a dar guerras sangrientas a los herejes de Francia y de Inglaterra.»
Sin embargo, siempre en el mismo Porreño, se recuerda esto:
«tuvo que sostener guerra a la vez con el Papa y con la Francia, que querían despojarle de la soberanía de Nápoles; pero la memorable victoria de San Quintín, alcanzada sobre los franceses en 10 de agosto de 1557 en la que pereció la flor de su nobleza, obligó a éstos a abandonar el suelo de Italia, precisando al propio tiempo al Papa a pedir la paz, de cuyas resultas entró triunfante en Roma el Duque de Alba, en 27 de setiembre del mismo año.»
Todo esto hace innecesaria la Leyenda negra y los libros supuestamente «reveladores» como El pedestal de las estatuas, de Antonio Gala{19}, verdadero descubrimiento del Mediterráneo. También parece ser que Dan Brown, autor del tan publicitado en púlpitos y hojas parroquiales Da Vinci’s Code, se ha dado cuenta de que entre los fundadores de su patria hay masones (seguramente habrá empezado a contar los fajos de dólares por detrás), y va a estudiar el tema, de seguro con mucho menos rigor que el usado por Gala (que ya es poco).
Pero no todo el mito hispano-cristiano se funda en la idea clásica de Imperio, naturalmente. También hay otros mitos más cerriles y campanilistas, que buscan simplemente dotar de antigüedad al convento, el castillo o la ermita del pueblo. Son los mitos de los cronistas locales. Un buen ejemplo de este tipo de historias nos lo da Pedro de Medina en el cap. 15 del Libro de las grandezas y cosas memorables de España sobre la histórica y real fames Calagurritana:
«Dice Tito Livio, que cuando aquel esforzado Capitan Cartaginés llamado Anibal puso cerco sobre esta Ciudad, estubo tanto tiempo sobre ella, que los de la Ciudad acabaron las provisiones que ella habia, y mantenianse de la carne de los hombres que mataban del Real, y los que à ellos mataban, ponianlos en la cerca arrimados al muro, y á las almenas, y por el temor de estos que vian arrimados à la cerca, no osaban los del Real allegar à los de la Ciudad, hasta que siendo ya todos los del a Ciudad muertos, y los del Real viendo algunos dias las puertas sin gente, y no viendo ninguno dentro, aun que salian à ellos: aunque con temor Anibal entró dentro por una puerta que era cerca del rio, è yendo por una calle vido à un cantón dos espadas desnudas combatiendose la una con la otra, y echaban muchas centellas de fuego de los golpes que se daban, y llegando a ellas, maravillóse de ver como se combatian por sí, que ninguna persona las mandaba; y vió cerca de ellas un hombre viejo caido en la calle, y preguntóle que donde era la gente de la Ciudad. El le dijo como todos eran muertos de hambre, y mostró un pedazo de carne de hombre en el seno asado, de que comia. Estas dos espadas dejó Anibal por armas é insignias de esta ciudad.»{20}
Naturalmente, Tito Livio nunca dijo tal cosa; pero ni el maestro Pedro de Medina ni los doctores Rodríguez, Arévalo, Gil González de Ávila, Argaiz o Méndez Silva se preocuparon de hojear los libros de Ab Vrbe condita.
Curiosamente, una orden tan internacional (y tan hispánica) como los jesuitas contribuyó a la creación de muchas supercherías. Algunos les atribuyen directamente la invención de las Profecías de San Malaquías o del peligro rosacruz, bien como broma o bien por interés político. Sí que es cierto que el jesuita Jerónimo Román de la Higuera es autor de unos falsos Chronicones, atribuidos a Flavio Lucio Dextro y Marco Máximo, que tuvieron que ser impugnados por Nicolás Antonio Nicolás (en su Censura de historias fabulosas), por Gregorio Mayans i Siscar y, finalmente, por Manuel Godoy Alcántara{21}.
Y, de modo aún más curioso, esta invención de mitos cristianos coincide con la invención de un mito pro-islámico, el de los libros plúmbeos del Sacromonte, que se verá apoyado por los falsos cronicones en lo que vendrá a ser, simplemente, un mito pro-hispánico. Se acabará defendiendo, por ejemplo, que el español es anterior al latín. A fin de cuentas, los moriscos que los forjaron no eran otra cosa que españoles, al igual que los judíos expulsos y conversos.
Entre los mitos pro-islámicos conviene distinguir, como dijimos antes, mitos pro-islámicos cristianos, fruto admiración del vencedor (ejemplificada en los versos «ni del dorado techo se admira, fabricado/ del sabio moro, en jaspes sustentado», añadidos a Horacio por Fray Luis de León{22}), y mitos pro-islámicos forjados por los propios musulmanes, dejando para otra ocasión la cuestión más compleja de los moriscos y, desde luego, los mitos anti-judíos o pro-judíos (cfr. el Libro verde de Aragón y el Tizón de la nobleza de España) porque no son de tanta actualidad como lo son los estrictamente musulmanes.
En todo en Magreb, Al-Ándalus es visto como un pasado lleno de gloria y esplendor, y se ha convertido, desde el siglo XVII, en un referente cuasi-mítico. Este esplendor ha sido ilustrado por las obras de los arabistas occidentales, pero también ha sido acogido sin reservas por los escritores políticos, carentes muchas veces de los medios críticos de los arabistas. El caso de Blas Infante es ejemplar. La Junta de Andalucía, informada por la ideología de Blas Infante, se ha convertido en adalid de una visión idílica y paradisíaca de Al-Ándalus, en la que las Tres Culturas se pasaban el día cogiditas de la mano y cantando en corro (hablar de tres culturas anula la consideración de las pervivencias paganas, germánicas, vascas o beréberes, por ejemplo, y supone una concepción decididamente urbana de la cultura). Así como ha hecho una contribución completamente innecesaria a la Leyenda negra, Antonio Gala ha contribuido poderosamente a la forja del mito de Al-Ándalus{23}.
Resulta sorprendente el hecho de que Serafín Fanjul, en un libro subvencionado por El Legado Andalusí, la UNESCO, el Ministerio de Cultura, las Consejerías de Cultura y Agricultura (sic) de la Junta de Andalucía, el Ministerio de Educación y Ciencia y la Agencia de Cooperación Española consiguiera colar esta reflexión a partir de F. Braudel «si había al-Andalus no habría España; y viceversa. Algo que con frecuencia olvidan los actuales aficionados platónicos a los sueños de morería andaluza imaginaria, entre cartón-piedra, guardarropía y escasez de argumentos documentados»{24}. Es a Serafín Fanjul a quien se debe el mérito de la crítica a semejante idolum contemporáneo, a pesar de que Alessandro Vanoli, en un buen libro divulgativo sobre la historia y el mito de Al-Ándalus, se lo atribuya a César Vidal (quien cumple la función de Antonio Gala desde el otro bando y de Oriana Fallaci a la española){25}, ignorando el nombre de Fanjul –y confundiendo el de Gil de Albornoz–.
Los defensores de cualquier mito pueden recurrir a textos y documentos. Véanse, por ejemplo, estas palabras de María Teresa León:
«¡Ay, los obispos de entonces han quedado para siempre justificados en una fotografía donde sonríen con el brazo fascista en alto, saludando a los sublevados contra la legalidad constitucional española. Son las mismas manos que escribieron: «Hemos sido y seremos paladines de la lucha legal y el acatamiento a los poderes constituidos». Habían cambiado los tiempos. 1936. Bendecían los cañones.»{26}
El hacer un saludo pagano revestidos de ceremonia y bendecir y asperjar cañones clama contra los obispos y los condena. Pero hay que leer todos los textos y ver todas las fotografías. En el libro II, título II, Delitos contra la Constitución, sec. III, art. 235 del Código penal de 1932 se agravan las concidiones del art. 238 del Código de 1870, cuyo texto conserva, y que imponía «arresto mayor en su grado máximo á prision correccional en su grado mínimo y multa de 125 á 1250 pesetas»:
«Incurrirán en las penas de arresto mayor y multa de 500 a 5000 pesetas: 1º El que con hechos, palabras, gestos o amenazas ultrajare al ministro de cualquier culto cuando se hallare desempeñando sus funciones. 2º El que por los mismos medios impidiere, perturbare o interrumpiere la celebración de las funciones religiosas en el lugar destinado habitualmente a ellas, o en cualquier otro en que se celebraren. 3º El que escarneciere públicamente alguno de los dogmas o creencias de cualquiera religión que tenga prosélitos en España. 4º El que con el mismo fin profanare públicamente imágenes, vasos sagrados o cualesquiera otros objetos destinados al culto.»{27}
El contraste de este texto con las fotografías de las momias de religiosos alineadas sobre los muros de iglesias profanadas, que llegaron a hacerse tan populares, es más elocuente que todas las ceñudas exageraciones y desaforadas sañas de Pío Moa.
Los mitos y los ídolos son peligrosísimos, especialmente cuando se transmiten a través de la educación. Asombra Santo Tomás Moro queriendo que sus utopianos se dediquen a las artes de la paz o rechacen el oro como cosa sin valor empleándose al mismo tiempo en el estudio. ¿Cómo podrían tener estos valores leyendo a Homero? Para el Zhuang Zi, en cambio, son los valores transmitidos por el arte, la literatura y las leyes las que crean los desórdenes y enseñan a las bandas de malhechores a organizarse y obrar eficazmente (va mucho más lejos que Cicerón y Santi Romano, que simplemente observaron que las estructuras legales y sociales eran necesarias hasta para los bandidos). La literatura puede ser letal: «He oído que una vez jugaron a esto seis personas normales y un poeta, y el poeta intentó de verdad matar a alguien. Se lo impidió la intervención de un perro que era incapaz de distinguir entre fantasía y realidad», cuenta Margarett Attwood{28}. Sin embargo, como dice Juan Ruiz, nuestro inmortal Arcipreste, «Provar omne las cosas non es por end peor/ e saber bien e mal, e usar lo mejor».
Para enfrentarse a cualquier mito siempre será útil la «selección procustea» inventada por la genial indóloga Wendy Doniger O’Flaherty, que consite en tomar las cosas por lo contrario de lo que se piensa que son{29}: es decir, usar conscientemente la manipulación de los datos, sabiendo que se trata de una ficción académica, en oposición a los secretos lechos procustianos de otros investigadores, particularmente en materia de mitos y religión{30}.
Así nos podremos permitir responder a quien nos diga que «dulce et decorum est pro patria mori» que Horacio y Arquíloco se jactaban de haber tirado su escudo y haber salido corriendo para preservar su vida; y cuando alguien nos hable del compromiso de la Generación del 27 con la democracia, podremos recitarle algún canto dedicado por sus componentes a Stalin o a la aviación alemana.
Notas
{1} Luis García Montero, «La Generación del 27 como razón de Estado», en Ínsula, nº 732, diciembre de 2007, pág. 1: «Acabó de formarse entonces la mitología del 27, inseparable de las nostalgias y los sueños de la cultura democrática española»; «La mitología cívica y artística del 27 se fue formando además con muchas páginas autobiográficas o críticas de los propios poetas y de los profesores que se habían sentido cercanos a su mundo»; «La amistad personal, las debilidades propias de la mala conciencia y la certeza de que, en el azar de la Guerra, muchos autores se vieron obligados a elegir su bando sin identificarse del todo con él, permitió que la mayoría de las antiguas relaciones humanas se mantuviesen firmes y que aflorase también en el interior de la España franquista una mitología del 27, inseparable de los recuerdos de una juventud que había vivido, durante unos pocos años, la esperanza de un Estado democrático»; «La carta abierta con la que respondió Luis Cernuda en Ínsula (n.º 35, 1948) a las evocaciones de Dámaso Alonso demuestra que hubo rincones de sombra en esta melancolía. Pero las sombras no pudieron cubrir la luz mitológica que se había elaborado en torno a la generación del 27, antorcha deslumbrante que marcaba no sólo el pasado cultural español, sino también un perseguido porvenir democrático».
{2} Cfr. Georg Christian Bernhard Pünjer, Geschichte der christlichen Religionsphilosophie seit der Reformation, I, Bis auf Kant, C. A. Schweitschke und Sohn, Braunschweig 1880, pág. 119. El artículo citado es José Mª Bellido Morillas, «La foto del 27, de izquierda a derecha», en El Catoblepas, revista crítica del presente, nº 65, julio de 2007, pág. 11.
{3} Bernat Muniesa i Brito, Dictadura y Transición. La España lampedusiana, II. La monarquía parlamentaria, Universidad de Barcelona, Barcelona 2005, pág. 309.
{4} Rafael Alberti, La arboleda perdida, Seix-Barral, Barcelona 1984, pág. 49-50.
{5} Rafael Alberti, La arboleda perdida, Seix-Barral, Barcelona 1984, pág. 65.
{6} Según el testimonio oral de Alfonso García Valdecasas y el escrito de Ernesto Giménez Caballero; cfr. esta anécdota: «Nos detuvo, de pronto, un control que nos preguntó bruscamente: La consigna. Levantó el candilillo para mirarnos a la cara. No debimos de gustarle porque, cuando yo le di los papeles, el hombre insistió: La consigna. La consigna se dividía en dos trozos de frase. Sí, por ejemplo, te preguntaban: ¿Fascista?, tú tenías que contestar: Cabrones, y cada noche cambiaba. Nosotros, con las prisas por ir nada menos que a volar un puente, habíamos olvidado pedir la frase que nos abriría los caminos. El candilillo se paseaba sobre nuestras mejillas lleno de sospechas. Dimos nuestros documentos. El hombre los volvía de un lado y otro sin poder leerlos. Yo le expliqué quiénes éramos y uno de los campesinos aclaró: A ti te conocemos, pero lo que es a éste... Rafael debió palidecer. Pues si me conocéis a mí y sabéis quién soy, ¿cómo puedo ir con un fascista?», María Teresa León, Memoria de la melancolía, Bruguera, Barcelona 1982, pág. 207-208.
{7} «Es que justamente, de Lenin, Mussolini era un marxista, era un comunista de camisa roja y de puño cerrado, que estaba con Lenin… su padre era muy socialista –el padre de Mussolini– y él también y entonces dijo con esa genialidad: ahora hago yo el matrimonio a la italiana, la boda a la italiana, hago el Soviet a la italiana, pero no lo puede llamar Soviet y lo llamó lo que es tradicional: el Fascio, que es la unión como el Soviet, que es el símbolo de la unión romana, y en lugar de la camisa roja, pongo la negra que es la de los campesinos; y en lugar del puño cerrado abro la mano que es la de Roma, el saludo romano. Y entonces hizo el leninismo a la italiana. Hitler con las SS a la alemana. Y yo lo quise hacer con las juntas de las JONS a la española, pero no me salió el conductor», cit. en Antonio Monclús, «La teoría nacionalista de Ernesto Giménez Caballero», en José Luis Abellán/ Antonio Monclús (coords.), El pensamiento español contemporáneo y la idea de América, I, El pensamiento en España desde 1939, Anthropos, Barcelona 1989, pág. 38.
{8} «El socialismo en un solo país impone la subordinación del Komintern y de los partidos comnistas del mundo entero a los intereses del Estado soviético. Así, la URSS entabla relaciones económicas y diplomáticas con la Italia de Mussolini en el momento en que este envía a la cárcel a los dirigentes comunistas italianos y prohíbe el partido. En 1926 y 1927, la URSS proporciona la mayor parte del fuel-oil que alimenta a la flota de guerra italiana. El hermano de Mussolini, Arturo, explica en un artículo del Giornale d’Italia: es absurdo entablar una lucha con la URSS «en la medida en que el bolchevismo es invencible en us ciudadela y tiene derecho a la existencia»; en cambio, es preciso extirpar el bolchevismo de casa, como lo hace Italia. Un buen acuerdo con la URSS, aparejado con la lucha anticomunista en casa, reducirá a frases la propaganda del Komintern. El hermano de Mussolini definió así la política de Stalin incluso antes de que este la formalizara», Jean-Jacques Marie, Stalin, trad. de Mercedes Villar Ponz, Palabra, Madrid 2003, pág. 336.
{9} «Warum Krieg/Pourquoi la guerre?/ Why war?», en Albert Einstein (coord.), Correspondance, Open letters, París, Institut International de Coopération Intelectuelle, 1933, en Sigmund Freud, Obras completas, trad. de Luis López-Ballesteros y de Torres, revisión de Jacobo Numhauser Tognola, Biblioteca Nueva, Madrid 2003, pág. 3213.
{10} Freud, Obras completas, III, pág. 3181.
{11} Freud, Obras completas, III, pág. 3180.
{12} Pedro Laín Entralgo, Historia de la medicina, Salvat, Barcelona 1978, pág. XXX. Cfr. Pierre Laromiguière, Leçons de philosophie; ou, Essai sur les facultés de l’âme, II, Brunot-Labbe, París 1820, pág. 37 «Qu’on dise à des docteurs chinois, qui n’auraient aucune connaissance de la chimie de l’Europe, qu’il existe dans l’atmosphère un air déphlogistiqué, un air empiréal, un air éminemment respirable, un air vital, un air de feu, un air ou gaz oxigène; qu’on est en ètat de donner une démonstration irrécusable de ce qu’on avance, mais qu’on veut leur laissier le plaisir de deviner. Ou les docteurs chinois sont faits autrement que les nôtres, ou chacun voudra deviner d’après son système».
{13} Serafín Fanjul, La quimera de al-Andalus, Siglo XXI de España, Madrid 2004; Serafín Fanjul, Al-Andalus contra España. La forja de un mito, Siglo XXI de España, Madrid 2000.
{14} «A veces puede darse el caso de que uno sienta no ser imitador. A mí me ha pasado esto. Hace dos o tres años leí yo en un periódico americano que un libro mío titulado La caverna del humorismo estaba imitado, o por lo menos inspirado, en el Idola fori, del célebre filósofo inglés Bacon. Supuse que el libro del filósofo sería literario y humorístico, y como la fama de Bacon es tan grande y muchos han creído identificarle con Shakespeare, me entró la curiosidad de leer ese Idola, que se me figuraba que habría de ser muy divertido. Miré en diccionarios enciclopédicos el capítulo Bacon, y, aunque vi que hablaban de Idola fori, no citaban estas palabras como título de alguna de sus obras. Pedí a dos o tres libreros de aquí y de París las obras de Bacon; no las tenían. No me ofendía ni me mortificaba el haberme inspirado en un libro del lord canciller, al revés, esto me daba ante mis ojos proporciones de alta erudición y de escritor profundo. Por último, este verano veo en un catálogo de una librería de París las obras de nuestro filósofo; las pido y me las mandan en un tomo en cuarto, grueso. Lo cogí con curiosidad, con verdadero interés. Vi los títulos de los diferentes tratados. No aparecía tal Idola fori. Miré los títulos de cada capítulo uno por uno. Tampoco aparecía Idola fori. Esto me indignó. Debí haber leído el libro entero, pero no me decidí y me quedé sin saber que era este Idola fori, en donde, según un crítico, yo me había inspirado», Pío Baroja, «Zalacaín el aventurero, en film», en El nocturno del hermano Beltrán, Rafael Caro Raggio, Madrid 1929, pág. 262-263.
{15} E. T. A. Hoffmann, Nocturnos, trad. de C. y R. Lupiani, ilustraciones de Paul Gavarni, Anaya, Madrid 1987, pág. 24.
{16} Que España signifique ‘tierra de conejos’ es otro ídolo. El que es, con Corominas (y aun así Corominas inventó el ídolo del sorotáptico), el mayor y más científico historiador de la lengua española, Rafael Lapesa, escribe: «De origen púnico se dice ser el nombre de Hispania, que en lengua fenicia significa ‘tierra de conejos’» (Rafael Lapesa Melgar, Historia de la lengua española, pról. de Ramón Menéndez Pidal, Gredos, Biblioteca Románica Hispánica, 45, Madrid 1981, 9ª ed., pág. 15, § 1, 4). Para justificarlo (o al menos eso invita a pensar) ofrece cuatro referencias bibliográficas verdaderamente fáciles de conseguir en nuestros días. Son de los años 1936, 1941 y 1956. Contra la opinión expresada en el cuerpo del texto, recomienda ver una de 1938. Jesús-Luis Cunchillos ha demostrado la imposibilidad práctica de demostrar que Hispania en lengua fenicia signifique “tierra de conejos” (Jesús-Luis Cunchillos/ José-Ángel Zamora, Gramática fenicia elemental, CSIC, Madrid 2000, 2ª ed. corregida, V, «Aplicaciones metodológicas», “Aplicación del método filológico. Etimología de la palabra «España»”, esp. págs. 144-146; entre las autoridades que cita para ello está Solá Solé, que también comparecía en el «Véase» de Lapesa, supuestamente de parte de los que afirmaban la conejeidad, y que sin embargo, en 1960 al menos, está en contra de dicha teoría). Lo mejor de todo es que la tal teoría no remonta a 1956, ni a 1941, ni siquiera a 1936. Fue formulada por primera vez por Samuel Bochart, Geographia sacra, París 1646, pág. 190; y desde entonces viene repitiéndose sin que nadie se tome la más mínima molestia en contrastarlo ni en aprender una sola palabra de fenicio. A esto es a lo que conducen los los “vid.”, los “cfr.” y los “Sobre este tema, véase...”. Tan poco científico es inventarse algo como sostenerlo sin contrastarlo porque magister dixit. Julián Marías criticaba en 1974 este tipo de Gelehrsamkei o scholarship: «se enumeran, del modo más detallado y “riguroso” posible, en cada nota a pie de página, decenas de títulos de libros o artículos en varias lenguas. Cualquier afirmación del texto –incluso la más trivial– lleva una llamada, y al pie se aducen diez, veinte o treinta títulos de trabajos que, se supone, “tienen que ver” con lo que allí se ha estampado. ¿Tienen que ver? No hay modo de saberlo. Naturalmente, no se explica nada. Si se hiciera, cada nota a pie de página se expandiría en diez o quince páginas, u como cada página de texto lleva diez o quince notas, cada página debería llevar entre cien y doscientas páginas de anotación, lo cual plantea dificultades obvias. [...] Poco importa que, como no se puede citar todo, falte lo esencial [...] Hace muchos años [...] mostré como innumerables trabajos eruditísimos [...] omitían el único libro necesario. [...] ¿Cuánto tiempo se tarda en leer un libro o un artículo? ¿Cuántos se pueden leer? Suponiendo que no se haga otra cosa –ni pasear, ni hablar con los amigos, ni contemplar paisajes, ni visitar ciudades o museos, ni ver pasar a las muchachas, ni pensar–, es claro que no se ha podido leer ni la décima parte de lo que se cita. Lo cual quiere decir que esos nombres y títulos se toman en vano, o sea, en falso» (Julián Marías, «La inversión del ensayo», en Literatura y generaciones, Espasa-Calpe, Madrid 1975, págs. 184-186).
{17} Anónimo, Cronica Adefonsi Imperatoris, ed. de Luis Sánchez Belda, CSIC, Madrid 1950, pág. 182.
{18} Baltasar Porreño, Dichos y hechos del Señor Rey Don Felipe II (El Prudente), potentísimo y glorioso Monarca de las Españas y de las Indias, Juan de la Cuesta, Madrid 1863.
{19} Antonio Gala Velasco, El pedestal de las estatuas, Barcelona, Planeta, 2007.
{20} Fray Manuel Risco, España Sagrada, Imprenta de Pedro Marín, Madrid 1781, XXXIII, pág. 34.
{21} Manuel Godoy Alcántara, Historia crítica de los falsos cronicones, Rivadeneyra, Madrid 1868.
{22} Fray Luis de León, Poesías completas: Propias, imitaciones y traducciones, Castalia, Madrid 2001, pág. 84.
{23} Antonio Gala Velasco, Granada de los nazaríes, Planeta, Barcelona, 1992.
{24} Juan León Africano, Descripción general del África y de las cosas peregrinas que hay allí, trad. de Serafín Fanjul y Nadia Consolani, Lunwerg, Barcelona 1995, pág. 16.
{25} Alessandro Vanoli, La Spagna delle tre culture. Ebrei, cristiani e musulmani tra storia e mito, Viella, Roma 2006; nos referimos a César Vidal Manzanares, España frente al Islam. De Mahoma a Ben Laden, La Esfera de los Libros, Madrid, 2004.
{26} María Teresa León, op. cit., pág. 262.
{27} Jacobo López Barja de Quiroga/ Luis Rodríguez Ramos/ Lourdes Ruiz de Gordejuela López, Códigos penales españoles, 1822-1848-1850-1932-1944. Recopilación y concordancias, Akal, Madrid 1988, pág. 95 del facsímil.
{28} En Good Bones and Simple Murders: Margaret Attwood, Asesinato en la oscuridad, trad. de Isabel Carrera Suárez, Mediasat, Madrid 2003, pág. 13.
{29} Wendy Doniger O’Flaherty, Women, Androgynes, and Other Mythical Beasts, Universidad de Chicago, Chicago 1980, pág. 12.
{30} Wendy Doniger O’Flaherty, Other Peoples’ Myths: The Cave of Echoes, Universidad de Chicago, Chicago 1995, pág. 18.