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El Catoblepas, número 75, mayo 2008
  El Catoblepasnúmero 75 • mayo 2008 • página 14
Artículos

Las plataformas continentales

Santiago Javier Armesilla Conde

Se trata de profundizar en lo expuesto por Gustavo Bueno en el colofón de El Mito de la Izquierda acerca de la posibilidad del nacimiento y desarrollo de una séptima generación de izquierda políticamente definida en una plataforma continental supranacional homogénea y no improvisada

«Apéndice al artículo Las plataformas continentales: la analogía de la formación de las plataformas con la tectónica de placas» (El Catoblepas, nº 81, pág. 10, noviembre 2008.)

1. Introducción

En el año 2003 el filósofo español Gustavo Bueno publicó el libro El mito de la izquierda{1}; cuyo subtítulo rezaba Las izquierdas y la derecha. En esta obra, llamada a convertirse en el futuro a medio/largo plazo en un libro imprescindible del pensamiento filosófico y político, el filósofo, principal impulsor del sistema conocido como Materialismo Filosófico{2}, realiza una clasificación pluralista de las diferentes generaciones de izquierdas realmente existentes, o que han existido, a las que denomina izquierdas definidas, esto es, las que tienen al Estado como parámetro a partir del cual se definen, es decir, definen sus proyectos políticos. Gustavo Bueno demuestra que el Estado del Antiguo Régimen sufre durante la Revolución Francesa un proceso racionalizador llamado holización{3} por el cual las partes heterogéneas del Estado absolutista son homogeneizadas hasta conformar el Estado-Nación moderno, la Nación Política de Ciudadanos Libres e Iguales en Derechos y Deberes. Y es esta Nación Política la plataforma sobre la cual se inicia la distinción entre derecha e izquierda. En la Revolución Francesa, esta distinción se estableció en la Asamblea Francesa de 1789, cuando a la derecha quedaban los partidarios de la unión de Trono y Altar –el Antiguo Régimen, «volver a 1788»–, los que más tarde serían conocidos como reaccionarios, y a la izquierda los partidarios de la Revolución, de la nación política francesa. De entre estos últimos surgirían los revolucionarios radicales, los jacobinos, que llevarían la Gran Revolución hacia su cúspide política con la Constitución de 1793{4}, con el régimen del Terror y la guillotina y, más tarde, con el golpe de Brumario y la llegada al poder de Napoleón Bonaparte y su Imperio universalista de 16 años de duración, con un breve lapso de tiempo entre la ocupación de París por los aliados antirrevolucionarios el 31 de marzo de 1814 hasta la huída de Napoleón de la Isla de Elba y su llegada a Antibes el 1 de marzo de 1815, con el que empezó su Imperio de los cien días. Durante su Imperio, Napoleón Bonaparte realizó grandes hazañas militares –aunque también sufrió sonadas derrotas–, instauró el Código Civil en gran parte de la Europa de su tiempo, derribó monarquías absolutas y construyó la primera gran plataforma continental de la izquierda revolucionaria: el Imperio Napoleónico o Imperio Jacobino, si queremos nombrarlo con terminología adecuada a lo expuesto por Gustavo Bueno en El mito de la izquierda.

Mapa del Primer Imperio Francés, Imperio Napoleónico o Imperio Jacobino
Mapa del Primer Imperio Francés, Imperio Napoleónico o Imperio Jacobino, primera gran plataforma continental de las izquierdas políticamente definidas. En rojo la Francia propiamente dicha y en violeta sus Estados-satélite en 1811

En El mito de la izquierda, Bueno realiza una clasificación de las izquierdas definidas y de las indefinidas, a la vez que realiza una definición de lo que, desde las coordenadas del materialismo filosófico, sería la derecha política. Entre las izquierdas definidas, Gustavo Bueno distingue las siguientes generaciones, que se suceden en el tiempo histórico desde la Revolución Francesa hasta la actualidad:

1. Izquierda Radical o Jacobina: La primera generación de las izquierdas definidas y género generador de todas las demás. Transforma el Estado absoluto en Nación Política de Ciudadanos mediante la racionalización revolucionaria por holización. Instaura el modelo republicano unitario de Estado en Francia.

2. Izquierda Liberal: La segunda generación de las izquierdas políticamente definidas. Convierte el Estado absoluto en Nación Política, pero frente a los jacobinos, defiende un modelo de Estado menos centralizado y no necesariamente republicano, sino que admite la posibilidad de que la Nación Política adopte la forma de una monarquía constitucional, quedando el monarca como un mero representante institucional, siendo la nación –el conjunto de los ciudadanos– donde reside la soberanía. Es la izquierda que nace en España durante la Guerra de la Independencia de 1808 a 1814 y que lucha contra los invasores franceses. Esta izquierda liberal se exporta después a Iberoamérica –por entonces, parte de la nación española– y abre la espita para los procesos de independencia nacional de Venezuela, Argentina, Perú, México, Chile, Cuba, &c. Se trata de la primera izquierda realmente existente en el mundo de habla española y portuguesa.

3. Izquierda Libertaria o Anarquista: Tercera de las izquierdas políticamente definidas. Su pretensión es la destrucción del Estado, sea este monárquico o republicano, sea este de «derecha» o de «izquierdas».

4. Izquierda Socialdemócrata o Socialista: Cuarta generación de las izquierdas políticamente definidas y primera generación que surge de influencia marxista. Pretende llegar a la sociedad socialista partiendo de la democracia liberal y a través de reformas paulatinas. Nace en Alemania con la creación en 1863 del Partido Socialdemócrata Alemán, refundado en 1875 tras la unión de marxistas y lasalleanos en virtud del Programa de Gotha, duramente criticado por Marx{5}, por realizar excesivas concesiones a los seguidores de Fernando Lasalle. Es la ideología madre del Estado de Bienestar y, junto con la democracia cristiana, la que ha conformado las democracias homologadas realmente existentes del llamado mundo occidental.

5. Izquierda Comunista o Marxista-Leninista: Quinta generación de las izquierdas políticamente definidas. Nacida con la Komintern o Tercera Internacional en 1919, pretendió tomar el poder del Estado burgués o feudal mediante una revolución violenta dirigida por una vanguardia muy preparada que dirigiera al proletariado hacia su organización como clase dominante de la sociedad para llegar al socialismo y, más tarde, tras haber pasado la etapa de dictadura del proletariado, al comunismo o sociedad igualitaria sin clases ni Estados. Esta izquierda definida fue derrotada entre 1989 y 1991 con la caída del muro de Berlín y de todo el bloque imperial de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

6. Izquierda Asiática o Maoísta: Sexta generación de las izquierdas políticamente definidas, nace con la Revolución China de 1927-1949, cuando se crea la República Popular China. Se distingue de la Izquierda Comunista en que la primera instaura una dictadura unipartidista mientras que en China existe una dictadura del proletariado en la que domina el Partido Comunista de China (PCCh) en un sistema pluripartidista de colaboración y cooperación con otros partidos pequeños en la Asamblea Popular Nacional –máximo órgano de representación popular en China– los cuales aceptan el dominio indiscutible del PCCh, en que el maoísmo da mayor preponderancia que la Izquierda Comunista al campesinado y en que la Izquierda Asiática ha nacido en una esfera cultural distinta al resto de las izquierdas definidas, nacidas en una esfera cultural de influencia grecolatina. El maoísmo está muy influido por el confucionismo en su visión de la sociedad política ideal, paternalista e igualitaria.

Por su parte, las izquierdas indefinidas no se definirían con respecto al Estado, sino que caerían en conceptos vagos sobre ética, derechos humanos o de la llamada contracultura. Serían tres las corrientes de izquierda indefinida: la Izquierda Extravagante, la cual se mueve siempre en planteamientos utópicos y sin apoyarse en plataformas políticas reales, como las ONG’s; la Izquierda Divagante, que planea sobre argumentos éticos y tampoco se apoya en plataformas políticas reales, en la que se mueven muchos «pensadores» e «intelectuales» como José Saramago; y la Izquierda Fundamentalista, corriente doctrinaria que resulta de la fusión de las dos anteriores, que se caracteriza entre otras cosas de acusar de «fascista», «antidemócrata» o «reaccionario» a todo aquel que no postule con sus débiles pero muy extendidos parámetros ideológicos. Además, Bueno, frente al racionalismo universalista, característica abstracta –la concreta sería la racionalización revolucionaria por holización– de todas las izquierdas definidas, define a la derecha política como toda corriente que se opone tanto al racionalismo universalista como a la holización y que, o bien defiende proyectos racionalistas particularistas, no universales –como el neoliberalismo, el liberal-conservadurismo o el anarco-capitalismo–, o bien proyectos irracionalistas universalistas –el integrismo católico, el fundamentalismo protestante, el fundamentalismo islámico, el integrismo ortodoxo, los proyectos ideológicos tercerposicionistas del neofascismo, la «Tercera Vía» o el nacional-bolchevismo o la Teología de la Liberación, entre otros–, o bien proyectos irracionalistas particularistas –el nacionalsocialismo, el neofeudalismo, la «izquierda aberchale», el indigenismo, &c.–. El término de derecha política, por tanto:

«[...] se aplica a todas aquellas corrientes e idearios políticos que apelen a unos principios revelados a los que sólo pueden acceder unos individuos o grupos privilegiados, o bien a aquellas políticas que funden sus planes y programas en particularismos, por ejemplo de raza o de clase, que excluyan a unos sectores de la sociedad, ya sea para marginarlos, explotarlos o incluso, en el peor de los casos, eliminarlos.»{6}

Al final del libro, tras todo el desarrollo resumido más arriba, Gustavo Bueno, en el Colofón del mismo, escribe lo siguiente:

«¿Es posible defender, en los comienzos del siglo XXI, la vigencia de la oposición entre derechas e izquierdas, o de las izquierdas existentes, o será necesario esperar a una séptima generación de izquierda capaz de tener algo que hacer y que decir ante una Humanidad de más seis mil millones?
Desde las coordenadas de este libro habría que afirmar que esa hipotética séptima generación de la izquierda no podría en ningún caso constituirse en una sociedad política de escala local, regional o estatal. Necesariamente, su plataforma habría de ser continental y supranacional. Pero al mismo tiempo la sociedad en la que esta séptima generación pudiera formarse habría de ser lo suficientemente homogénea, una homogeneidad que no se puede improvisar, porque habrá de ser el fruto de un largo proceso histórico, en el que se ha podido forjar un idioma y una cultura comunes a cientos de millones de hombres. Esto excluye a Europa como plataforma de un proceso semejante. La Europa ampliada resulta ser un mosaico de Estados e intereses tan heterogéneos, inmersos en una privilegiada atmósfera de bienestar de cuño capitalista, cuya unidad puede mantenerse sólo en función de su solidaridad, especialmente mercantil, contra terceros.»{7}

Prácticamente, salvo el anarquismo y la socialdemocracia –aunque ésta ha utilizado la Unión Europea para medrar hasta nuestros días–, todas las izquierdas políticamente definidas han hecho uso de plataformas continentales para alcanzar sus objetivos políticos. Esto es, han echado mano de imperios, de Estados que han ejercido su influencia sobre otros Estados al rebasar sus propios límites territoriales. Además, todos los imperios de las izquierdas definidas han sido universales (han pretendido abarcar a todas las sociedades políticas o prepolíticas) y universalistas (su proyecto político imperial era para todos los hombres, sin exclusión), y además han sido racionalistas y holizadores (bebían todos ellos de los postulados racionalistas y materialistas de los filósofos ilustrados y de la Revolución Científica del siglo XVIII, sin perjuicio de que hayan ido renovando esa misma influencia a medida que las diferentes ciencias se desarrollaban). Ergo todos los imperios de las izquierdas definidas fueron Imperios Generadores, esto es, Estados que, en el marco de la plataforma continental en la que actuaban, elevaban la categoría política de los Estados que quedaban bajo su dominio, elevando al mismo tiempo el nivel de vida de sus habitantes al mismo que el de la metrópolis{8}. Y esto siempre en contraposición de los Imperios Depredadores, que pondrán a las sociedades políticas o prepolíticas bajo su dominio al mismo o más bajo nivel político y social del que tenían antes de ser conquistadas –es la norma básica del colonialismo, esto es, de los Imperios de la derecha política: el Imperio Británico, el Imperio Colonial Francés o Segundo Imperio Francés, el Tercer Reich nazi o el Imperio Estadounidense{9}–. El Imperio Napoleónico fue la gran plataforma continental de la Izquierda Jacobina, mientras que la Izquierda Liberal tuvo su primera gran plataforma continental en la Nación Española proclamada en la Constitución de Cádiz de 1812, sin contar con plataformas de menor tamaño tras la independencia de España de los territorios americanos, tales como la Gran Colombia o el Primer Imperio Mexicano.

La Nación Española en 1812
La Nación Española en 1812. El primer artículo de la Constitución de Cádiz de 1812, en la que participaron numerosos ponentes constitucionales de América, decía: «La nación española es la reunión de los españoles de ambos hemisferios». Fue más allá en este aspecto que la Izquierda Jacobina, ya que la Nación Política Española de la Constitución de Cádiz se convirtió en la primera plataforma continental universal efectiva de las izquierdas políticamente definidas

Por su parte, la Izquierda Comunista tuvo en la Unión Soviética y sus países satélite su propia plataforma continental: el Imperio Soviético, el último gran proyecto holizador imperialista de las izquierdas políticamente definidas, aún a la espera de lo que pueda hacer la República Popular China junto con sus más cercanos Estados-Satélite (Laos, Vietnam y Corea del Norte, a los que se podría unir a corto plazo Nepal), por no hablar de su política imperial en África.

La extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, en rojo, y sus países satélite, en violeta
La extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, en rojo, y sus países satélite, en violeta. La URSS fue el más directo heredero del bonapartismo jacobino, llevándolo a dimensiones universales y universalistas mucho más radicales y abarcando más territorios y población que jacobinos y liberales anteriormente

Pues bien, este artículo pretende desarrollar las ideas expuestas por Gustavo Bueno en el Colofón de El mito de la izquierda para ver cuáles y cuántas son esas plataformas continentales realmente existentes hoy día en el mundo, cuáles son las relaciones políticas dentro de cada una de ellas y entre ellas en virtud de la dialéctica de clases y de Estados{10}, elaborar una serie de características comunes a todas ellas que nos permita hablar con propiedad de plataformas continentales según las coordenadas en que se mueve El mito de la izquierda –características que nos permitan, a partir de una multiplicidad de términos materiales constituidos en un campo gnoseológico, construir una identidad sintética sistemática, esto es, que nos permita cerrar la categoría de plataforma continental como verdadera, demostrando así la existencia de esas plataformas continentales–, y, finalmente, y también teniendo en cuenta la ya nombrada dialéctica de clases y de Estados, analizar si lo enunciado por Ismael Carvallo Robledo en sus «Tesis de Gijón» puede cumplirse o no, esto es:

«El núcleo central de estas Tesis de Gijón es el siguiente: la séptima generación de la izquierda habrá de ser materialista y habrá de ser Iberoamericana, considerando a Iberoamérica de un modo similar al que lo hicieron las Cortes de Cádiz respecto de España: iberoamericanos son todos aquellos que hablan Español en los dos lados del Atlántico. En otras palabras: así como la izquierda socialdemócrata nació marxista y fue pensada, fundamentalmente, en Alemán (sin perjuicio de constatar que lo que hoy queda de esta generación se ha pasado al terreno ambiguo de la indefinición política), la séptima generación nacerá, más que marxista, materialista (quedando el marxismo compendiado y rectificado en la doctrina del materialismo filosófico); además, la séptima generación de la izquierda será pensada en Español.»{11}

2. Identidad, unidad e igualdad en las plataformas continentales

Como hemos dicho antes, las plataformas continentales deben reunir una serie de características comunes que permitan la construcción de una identidad sintética sistemática que nos permita hablar con propiedad de esas mismas plataformas. Para ello, antes debemos recorrer el camino que lleva de la definición de identidad desde las coordenadas del materialismo filosófico hasta la demostración de la existencia de esas plataformas.

a) La identidad sintética sistemática de las plataformas continentales

La identidad, desde las coordenadas del materialismo filosófico, es la reflexividad de las relaciones entre los términos identificados. El núcleo mismo de la idea de identidad es la reflexividad misma de toda relación, y no al revés. Las relaciones de igualdad, equivalencia o congruencia no son reflexivas en origen, ni siquiera cuando es introducida la reflexividad como consecuencia de la simetría o la transitividad, &c. Esto ocurre porque en la reflexividad de una relación el término, por medio de esa relación, se «superpone» a sí mismo. Y es en esta autosuperposición, interpretada como estructuralmente exenta, incluso procediendo de un proceso de construcción de relaciones transitivas y simétricas o de productos relativos de relaciones asimétricas, cuando se ejercita o constituye la identidad. En el caso de relaciones asimétricas sirva de ejemplo esta operación:

P (x, x) / Q (y, x) = I (x, x)

Si se presentara la identidad como exenta sería como prescindir de todo componente de x que quede al margen de la relación I (x, x), como tratar al término x de la identidad como sin partes o «simple» desde el punto de vista de su abstracción. Por ello, la identidad metafísica –cuya expresión más acabada es la identidad del ser simplicísimo de Dios consigo mismo, la identidad teológica– es la misma fórmula, sólo que hipostasiada, de la reflexividad idéntica, de la identidad como reflexividad simple o identidad analítica absoluta.{12}

Una vez presentada la definición de identidad, tenemos que ver si la identidad de las plataformas continentales que vamos a tratar es analítica o sintética. Valga para empezar el decir que la identidad analítica es un caso límite de la identidad sintética, puesto que la reflexividad misma es una idea límite que, a pesar de lo dicho más arriba, hay que poner en tela de juicio, y en realidad todas las identidades son sintéticas. La identidad analítica lo será, como límite, como síntesis de, o mejor dicho, como resultado de una síntesis operatoria algorítmica que permite establecer una conjunción de unidades entre las partes de una totalidad compleja que, siempre en el límite, alcanzaría la fusión plena. Todas las identidades son sintéticas porque todo juicio sintético requiere la síntesis algorítmica de operaciones, ergo es una cuestión de origen, de génesis. Los juicios analíticos, relacionados con la identidad analítica, sólo se dan como caso límite e ideal en el plano de la estructura{13}.

Si toda identidad es sintética, habrá que prescindir de la reflexividad como explicación única de la idea de identidad. Habrá que definir entonces qué es la identidad sintética, esto es, redefinir la identidad en sí. La identidad sintética es siempre sustancial, pero no inmediata, ya que se establece a través de predicados que no tienen identidad esencial. Pelayo García Sierra, en el Diccionario Filosófico, pone el siguiente ejemplo:

«Tal es el caso de la identidad entre los predicados «estrella de la mañana» y «estrella de la tarde», que son predicados por relación a un sujeto x (cuyo campo de variabilidad sean los fenómenos puntuales celestes). Además son predicados distintos (y, por cierto, son predicados adjuntivos, no subjuntivos); no son idénticos, pero (como decía Carnap) tienen la misma referencia, a saber, Venus. Sin embargo, esta referencia no puede suponerse dada, puesto que es «sustancia» que hay que construir entre los fenómenos; en ningún caso, la identidad se establece como «relación de la estrella consigo misma», pero tampoco como relación entre dos nombres; esta relación sólo alcanza sentido precisamente cuando, pidiendo el principio, se supone ya dada la sustancia de referencia.»{14}.

Por sí sola, la identidad esencial nos remite a la igualdad. La igualdad es algo extrínseco al sujeto término de la relación, a quien se supone está dado. Incluso se trata de una relación entre dos identidades sustancialmente diversas. La identidad sintética es, por tanto, la relación entre partes de una misma sustancia o entre las partes y la sustancia que las envuelve. La identidad no es una relación extrínseca al sujeto, no es algo primario. Por el contrario, puede considerarse constituída como relación trascendental (en sentido dialéctico). La identidad incluye la identidad sustancial pero no excluye la esencial. Y además, al lado de una misma sustancia, se pueden dar identidades esenciales entre sus partes.

Esto es vital para comprender que, a la hora de hablar de plataformas continentales realmente existentes, se dan en todas ellas una identidad sintética. En las identidades sintéticas se dan dos tipos: las identidades sintéticas esquemáticas y las identidades sintéticas sistemáticas. Las primeras son configuraciones resultantes de las operaciones que realiza el sujeto gnoseológico (la circunferencia realizada con la ayuda de un compás sería un ejemplo de ello). Las segundas son identidades sintéticas construídas que requieren el entrelazamiento de identidades esquemáticas y que, además, constituyen las verdades científicas, según la teoría de la ciencia del materialismo filosófico: la Teoría del Cierre Categorial (TCC){15}. Según la TCC, las verdades científicas se constituyen cuando se establecen confluencias de diversos cursos operatorios. Estas confluencias permiten neutralizar operaciones y establecer teoremas científicos.

b) La unidad isológica y sinalógica conjugada de las plataformas continentales

La identidad sintética –la identidad propiamente dicha–, en particular la sistemática, dice siempre unidad e igualdad. Aunque la unidad no dice siempre identidad, ya que la unidad mantiene cierto sentido en su estado de indeterminación o confusión, y además la unidad puede ser isológica (de uno mismo) y sinalógica (que hace referencia al acto de juntarse varios elementos en uno sólo). Y precisamente esta última dice precisamente, con respecto a los términos que se juntan, no identidad sino diferencia. Además, la unidad isológica puede ser isológica-esencial, específica o genérica, o bien isológica-sustancial, como la mismisidad de los puntos de las medianas que intersectan en un triángulo. Tampoco no siempre la igualdad dice identidad. Hay muchos tipos de igualdad, y no todas las igualdades son iguales. En política, la igualdad es la isonomía, pero luego ahondaremos en esto. Por lo pronto, decir también que la igualdad, aún dada en una determinada categoría, requiere la determinación de los parámetros que cierran esa igualdad. Es decir, la igualdad no es una relación propiamente dicha, sino que se trata de un conjunto de propiedades que pueden ser poseídas por algunas relaciones. Este conjunto de propiedades a veces puede interpretarse como constando de tres: simetría, transitividad y reflexividad, al menos en las igualdades fuertes (por ejemplo las congruencias). No así en las igualdades débiles, en las que no hay reflexividad. La igualdad exige referencia siempre a un parámetro o materia, pero no siempre estas son sinalógicamente compatibles entre sí, por lo que la igualdad no implica tampoco unidad. Así pasa con la tan cacareada «igualdad de oportunidades», a la vez principio de igualación social y de discriminación, porque la unidad nivela y une, pero también separa y discrimina. La igualdad de oportunidades implica igualdad a la salida en una carrera profesional, pero también la desigualdad a la llegada. La Unión Europea no podría considerarse una plataforma continental en el sentido en que se defiende en este artículo, porque la unidad de la Unión Europea es una unidad biocenótica, esto es, discriminadora y no conexiva, porque cada Estado miembro de la unión tiene los mismos impulsos de «nutrición heterótrofa», que los lleva a comerse entre sí. La unidad y la identidad son siempre determinadas, y frente a la simple unidad sin identidad, una de las necesarias características de la identidad es, más allá de la simple unidad, su necesidad numérica o específica de determinación, opuesta a otras determinaciones, numéricas o específicas. Las plataformas continentales realmente existentes, por tanto, serían cada una de ellas a la vez identidad, unidad e igualdad. Las plataformas se opondrían entre sí debido a su determinación numérica y específica, y todas ellas tienen un conjunto de propiedades comunes y particulares que permite cerrarlas.

La identidad y unidad de las plataformas continentales hay que situarlas siempre en coordenadas históricas, delimitadas desde la concepción de identidad y de unidad que hemos propuesto más arriba. El materialismo filosófico determina la identidad y la unidad –o identidad fenoménica– al definir la identidad a partir de la unidad y vinculada al ser en sentido pluralista –no monista–, implícito dentro del concepto de analogía. El materialismo filosófico, debido a su pluralismo materialista, se inclinará siempre por la unidad referida a las sustancias plurales o esencias, antes que a la identidad. Prima entonces la unidad sobre la identidad. Colocar a la unidad en primer lugar implica que ésta no es una forma o idea exenta, sino sincategoremática, al igual que la congruencia o la igualdad. Es absurdo hablar de igualdad o congruencia en abstracto, sin determinar unos parámetros referidos, de la misma manera en que unidad, si no va vinculada al Ser, no significa nada. Unidad no se contrapone a multiplicidad, sino que la supone. El Ser de la unidad es un Ser pluralmente entendido, como una «unidad-pelotón» de soldados o la «unidad-superátomo» de rubidio, constituido por dos mil átomos de rubidio enfriados cerca del cero absoluto hasta alcanzar el «estado condensado». Por lo que respecta a la unidad, en el materialismo filosófico, todo lo que es uno es Ser, y es Ser determinado, dentro de una pluralidad determinada.

La unidad une, pero también separa. La idea de unidad no es simple ni unívoca, sino compleja y análoga. La unidad de las plataformas continentales sería siempre sinalógica, ya que es la clase de unidad que media entre las partes constitutivas de la plataforma continental: los sujetos operatorios, los elementos típicos de la esfera cultural común –las memes, que diría Richard Dawkins, a pesar de lo problemático del término–, &c., y por supuesto, las naciones políticas (los Estados) que se englobarían dentro de cada plataforma continental. Sin embargo, también se trataría de una unidad sinalógica, porque las características que más abajo trataremos como elementales para poder hablar de plataformas continentales, son ejemplos de unidad que median entre los elementos antes citados (sujetos operatorios, elementos culturales, naciones políticas, &c.). Por lo tanto, la unidad isológica y sinalógica de las plataformas continentales son conceptos conjugados, inseparables –sin ellos no se podría hablar de plataformas continentales– aunque sí disociables –lo que permitiría conocer a cada uno de ellos en su especificidad–. La idea de unidad de las plataformas continentales sólo podría, en consecuencia, entenderse gracias a esa conjugación, sin tener que reducir la isología a la sinalogía y viceversa.

c) La igualdad como unidad sinalógica reflexivizada, objetiva, de las plataformas continentales

Con lo que respecta a la igualdad, esta se establecía, desde la lógica aristotélica, como propia entre elementos de una misma especie, haciendo referencia, mutatis mutandis, a la sustancia primera. Pero esta idea aristotélica de igualdad o de semejanza se distinguía de la idea de identidad, ya que no tomaba en cuenta la idea de reflexividad. Al ser esta una identidad autológica sustancialista, así como la interpretación esencialista de las sustancias isológicas, ésta agotaba al individuo singular de una especie dada que estuviera entendida en sentido megárico. El materialismo filosófico, por el contrario, postula que las identidades sustanciales no agotan al individuo, sino que constituyen sólo una determinación de su unidad por medio de una identidad material. Cada singularidad individual es una identidad seleccionada dentro de una symploké{16} de identidades constitutivas de su misma unidad. La identidad sustancial, en definitiva, y contra la idea de la misma que tenía Aristóteles, es la identidad global de la unidad sinalógica de un organismo en sus fases sucesivas. Pero no hay que confundir la igualdad autológica con la igualdad isológica. La primera deriva de identidades autológicas –sinalógicas–, expresadas mediante el término mismo, y la segunda de identidades isológicas. La igualdad, desde las coordenadas del materialismo filosófico, requiere de relaciones simétricas y transitivas previas, además de un contexto determinante que permita la formulación de sus parámetros. La igualdad en las plataformas continentales será, por tanto, sinalógica, esto es, entendida como una unidad sinalógica reflexivizada –entiendo esta reflexividad como objetiva–. El contexto determinante es el auténtico punto de partida para llegar a las verdades científicas. Se trata de una armadura o configuración desde la que obtenemos los teoremas, unidades mínimas de las teorías científicas. La sistematización de teoremas constituye las verdades científicas. Ya tratamos la reformulación en política del concepto de sistema o totalidad sistemática{17}, y debemos concluir que una plataforma continental, tal y como la tratamos en este artículo, es también una totalidad sistemática.

d) Definición filosófico-política de plataforma continental

Resumiendo, y para encarar ya las características que han de reunir estas plataformas para hablar de ellas con propiedad, debemos definir que es una plataforma continental:

Por plataforma continental se entendería la totalidad sistematizada de teoremas que se ha conformado en un contexto determinante, histórico, que han coadyuvado a cerrar esta totalidad con una identidad sintética sistematizada, una unidad isológica y sinalógica conjugada y una igualdad simétrica y transitiva, objetiva, entendida como una unidad sinalógica reflexivizada. En la plataforma continental, sin negar la pluralidad, se dan a la vez una identidad única –entendiendo aquí identidad desde las coordenadas del materialismo filosófico–, una unidad objetivable y una igualdad respecto a otras plataformas continentales. Esa igualdad entre todas ellas –igualdad que, en absoluto, borra o anega sus diferencias– se puede objetivar a través de una serie de características. Además de todo esto, la plataforma continental, a pesar de que muchos puedan argüir que en algunos casos se traten de plataformas «virtuales», en realidad no lo son, ya que éstas constituyen totalidades sistemáticas además de sistematizadas. Esto es así porque en ellas se hace referencia, aunque sin reducirlas a las mismas, a materialidades primogenéricas (M1){18}; se trata de totalidades limitadas política, cultural, lingüística, religiosa, geográfica e históricamente; se han formado por multiplicidades heterogéneas; están formadas por totalidades sistáticas, a su vez formadas por multiplicidades finitas y heterogéneas; poseen una dimensión de carácter distributivo partiendo de la alternatividad lógica; y su complejidad está determinada por la heterogeneidad de sus partes (a su vez formadas por componentes también heterogéneos) y por la complejidad de sus niveles holóticos. Para terminar con la definición, diremos que la plataforma continental, además de ser una totalidad sistematizada y sistemática, es también una totalidad atributiva, ya que, ya sea de manera sucesiva o simultánea, sus partes sólo pueden constituir un todo si están unidas.

3. La sistematización de las plataformas continentales a través de la dialéctica de clases y de Estados

Si existe alguna base real en la que puedan darse evidencias de la existencia real de las plataformas continentales, esa base ha de ser política. Y la única base real de actuación política en el mundo es la propia sociedad política, es decir, el Estado. Y como en el mundo no hay un solo Estado universal, sino muchos, la multiplicidad de planes y programas estatales, y por tanto de intereses, hace que se produzca una dialéctica entre todos ellos: la Dialéctica de Estados. Y como sobre cada Estado actúan diversas clases, unas dominando el Estado y otras siendo dominadas por ellas con ayuda del aparato estatal, existe una Dialéctica de Clases.

Aunque esto está explicado más detalladamente en el artículo de Gustavo Bueno «Dialéctica de Clases y Dialéctica de Estados»{19}, presentaremos aquí un pequeño esbozo que nos permita llegar al punto histórico-político de las plataformas continentales realmente existentes.

De la conjunción de los dos elementos antes citados, la dialéctica de clases y la dialéctica de Estados, surge el verdadero motor de la historia: la Dialéctica de Clases y de Estados. Esta se trata de una determinación nueva, revolucionaria, de las unidades que intervienen en el desarrollo histórico, frente a determinaciones o géneros anteriores. Uno de esos géneros es el del materialismo histórico, que toma a las clases definidas en función de la posición que toman con respecto a la posesión o no de los medios de producción de la riqueza como unidades que determinan los conflictos que marcan el desarrollo de las sociedades humanas (en su versión más dogmática, estaría la de ciertos elementos trotskystas y maoístas, que mantienen a toda costa el llamado «punto de vista de clase»). Otro género, también originado en el seno del materialismo histórico, es aquel que toma a las unidades políticas estatales según la posición que ocupa cada una de ellas en el contexto del control político (basal, conjuntivo y cortical){20} como unidades del conflicto que sirve como alimento a la dinámica histórica. Este género estaría constituido por aquellas concepciones que no mantienen de manera prioritaria el «punto de vista de clase». Llamaremos al primer género (1) y al segundo (2) para entendernos en nuestra exposición.

Existen sistemas, junto con los que puedan ubicarse tanto en el género (1) como en el género (2), que admiten las unidades reconocidas en el género (2) como intervinientes en la dinámica histórica subordinadas, o con un papel secundario, con respecto a las reconocidas en el género (1), y viceversa. El primero seguirá ubicado dentro del género (1), y el segundo en el género (2), aunque ambos reconozcan la recíproca. Pero esta distinción de géneros peca de dualismo, y separa a aquellos que tengan una visión, digamos, más cercana a Trotsky del asunto de aquellos que tengan otra más cercana a Hegel. El materialismo filosófico niega esta disyunción, esta separación dualista que recuerda a cualquier visión maniquea de la realidad entre blancos y negros, entre buenos y malos o entre listos y tontos. Todo esto sólo es propio del marxismo vulgar. La dialéctica entre unidades políticas, sean estas Estados o Imperios, está fundada en unas bien definidas relaciones de producción, que excluyen los medios de cada Estado con respecto a los medios apropiados por otros Estados o Imperios que se les enfrentan. En el fundamento entre la dialéctica del Estado con las clases sociales se da una dialéctica más general que ha de ser formulada previo regreso a categorías lógico-materiales que controlan la dialéctica especial del Estado y las clases sociales, y que la controlan, en gran medida, porque esas categorías lógico-materiales hacen referencia, básicamente, a la dialéctica entre totalidades atributivas y totalidades distributivas{21}.

Lo cierto es que no se puede entender el Estado en sus relaciones dialécticas con las clases sociales al margen de su dialéctica con otros Estados o sociedades políticas constituidas como tales, que le suministran las materias primas por regla general, e incluso, en muchos casos, la fuerza de trabajo en una proporción muy alta. El materialismo filosófico afirma que la disyunción entre clases antagónicas que fracturan a un supuesto «Género Humano» (como el cantado en la Internacional) en Estados, principalmente imperialistas, y como consecuencia de la alienación producida en el proceso productivo, y unos Estados en cuyo ámbito actuarían las clases sociales subordinadas a él, es una disyunción mal planteada, debida a Engels, y que se relaciona por cierto con el economicismo marxista más vulgar. El materialismo filosófico afirma, además, en respuesta a este planteamiento, que no existe disyuntiva alguna entre la lucha de clases (y subordinada a ella la lucha de Estados) y la lucha de Estados (y subordinada a ella la lucha de clases): lo que hay es una codeterminación de ambas luchas en una única dialéctica, la Dialéctica de Clases y de Estados. Todos los Estados, incluidos los Estados imperialistas, no sólo se constituyen en función de la «expropiación» de los medios de producción dentro de su propio ámbito territorial, sino que además lo hacen en función de la apropiación del recinto territorial en el que actúan y mediante la exclusión de ese territorio y de todo lo que en él está contenido de todo aquel que pretenda apropiárselo. El enfrentamiento entre los Estados habría de considerarse como un momento más de la dialéctica determinada por la apropiación de los medios de producción, en principio el territorio y todos sus recursos, por parte de un grupo o sociedad humana, excluyendo con ello a otros grupos o sociedades humanas. Así resulta que son los propios expropiados de cada Estado los que, por formar parte de él, expropian a su vez unos bienes a los cuales, en principio, también tienen «derecho» los extranjeros. Con esto queremos decir que el «derecho del primer ocupante» no tiene ningún fundamento. Los españoles tenían tanto derecho a apropiarse de las tierras de los amerindios como los amerindios de la tierra de los españoles, si se hubiera dado el caso.

En la medida en que cada Estado se constituye como tal sólo en codeterminación –aquí incluimos los intercambios de cariz comercial– con los otros Estados competidores, a la vez que así desarrolla sus fuerzas productivas, y en la medida en que la apropiación de los medios de producción definidos dentro de los límites de cada uno de los Estados o Imperios, sólo se consumará tras la constitución del Estado mismo, la división de la sociedad en clases no es anterior a la existencia del Estado, sino posterior a él. Además, la Eutaxia{22} de ese Estado ha de contar con el consenso aceptado, obligado o espontáneo de los propios expropiados, que prefieren quedarse en ese Estado o Imperio antes que emigrar a otro lugar ya que, si no, la Eutaxia sería simplemente nominal y conduciría a la Distaxia, el desorden. Y esta visión geopolítica determinada a la expansión o mantenimiento de la morfología político-territorial de cada Estado o Imperio no subordina en absoluto los enfrentamientos internos entre las clases sociales de cada Estado o Imperio. No existen ni una clase proletaria universal ni una clase de expropiadores universal, en sentido atributivo, a pesar de puntuales alianzas, siempre contra terceros de otros países. La dinámica de las clases en la historia, definidas en función de su relación con los medios de producción de la riqueza, actúa única y exclusivamente a través de la dinámica de los Estados, sobre todo los imperialistas, en tanto que éstos, en sentido dicho, sean también considerados como «clases sociales». Sólo desde una plataforma estatal puede desarrollarse una acción política de clase que no sea utópica o ingenua. Las «clases interestatales», especialmente el proletariado, no son totalidades atributivas, sino distributivas. La ilusión alimentada por los internacionalistas proletarios y su confianza en una «ley histórica universal» les hacía creer disponer de una plataforma política desde la que realizar la revolución, pero la Primera Guerra Mundial y después, y sobre todo, la Segunda Guerra Mundial, cuya consecuencia a largo plazo fue la caída del Imperio Soviético, destrozó esa fantasía, aunque hoy todavía muchos creen en esa utopía milenarista rebatida por los hechos. Y los hechos son que tras aquello, sólo hay un Imperio, el Imperio Estadounidense, y la democracia capitalista de mercado pletórico y el Estado del Bienestar «socialdemócrata» son la realidad dominante en el planeta.

En definitiva: las clases sociales, en sentido marxista clásico, no son entidades que sustantivamente estén por encima de los Estados, sino que estas clases sólo cobran realidad a través de los Estados, especialmente los imperialistas; y además, a través de los Estados, es como se da la dinámica interna entre clases sociales.

Tras esta exposición, algún lector simpatizante de las izquierdas indefinidas (extravagante, divagante o fundamentalista){23} podría hacerse la siguiente pregunta: «¿Es posible la revolución?». Técnicamente hablando, no cabe una revolución instantánea. Es más, las izquierdas que asuman la posibilidad de una expropiación instantánea revolucionaria acabarán asumiendo actuaciones que las emparentará con la derecha absoluta, ya que la revolución instantánea, como proyecto, es un imposible mágico, infantil y, sobre todo, tremendamente peligroso. La prioridad –histórica– de la derecha se debe a una apropiación milenaria que construyó, antes de la Gran Revolución Francesa, antes del nacimiento del género generador de las izquierdas definidas (la izquierda radical o jacobina), estructuras que no se pueden borrar de la faz de la Tierra de la noche a la mañana. Muchos de los componentes creados durante milenios por la derecha habrá que conservarlos para, a partir de ellos, poder cambiar. La derecha ve esto como una estrategia que intenta que, tras el cambio revolucionario, todo siga como antes de él. Pero las izquierdas definidas lo verán como la necesidad de que algo siga igual para poder cambiar. Y estos componentes a los que nos referimos, y aquí enlazamos con la Dialéctica de Clases y de Estados, no son otros que los elementos flotantes que todavía perduran, a pesar de su extinción, de los grandes imperios universales. Elementos que, conformados en totalidades sistematizadas, sistemáticas y atributivas; en las que, además, se da una identidad sintética sistemática, una unidad isológica y sinalógica conjugada y una igualdad entendida como unidad sinalógica reflexivizada, objetiva; y en las cuales se dan una serie de características que enumeraremos más adelante, conforman lo que llamamos plataformas continentales, herederas de imperios universales naufragados pero no del todo extintos.

¿Por qué afirmamos esto? Porque sólo a través de una plataforma continental lo más homogénea posible se podrá conformar una alternativa revolucionaria al Orden Establecido{24} –tal como defiende Gustavo Bueno en el Colofón de El mito de la izquierda, y la homogeneidad de esa plataforma continental viene heredada por la acción durante muchísimo tiempo de la derecha pretérita, es decir, de los Imperios Universales, tanto Generadores como Depredadores. Las seis generaciones de izquierdas políticamente definidas han tenido su propio momento y su propia ocasión para actuar. Algunas han desaparecido prácticamente, como la jacobina o la comunista, otras siguen actuando con gran vigor, como la anarquista o la asiática, y otras no son más que muertos vivientes irreconocibles hasta por ellas mismas, como la liberal o la socialdemócrata. No cabe hablar, por tanto, de porvenir con ninguna de ellas. En todo caso, cabrá hablar de porvenir de las izquierdas indefinidas, en tanto que lugar al que acaban llegando los desencantados del caminar de las izquierdas definidas. Lo que no se puede negar es que las izquierdas han ganado, a la derecha, una batalla decisiva: la del desprestigio de todo lo que huela a derecha, que la derecha se avergüence de serlo. Y las líneas en las que convergen la derecha y las izquierdas en las democracias homologadas de mercado pletórico de bienes y servicios en un punto intermedio, central, por su propia dinámica, podrían volver a separarse, ya que siguen caminos opuestos.

Lo que sí podemos afirmar como prognosis es que es probable que se forme en el futuro una Séptima Izquierda políticamente definida, que se defina con respecto al Estado y actúe en un planeta Tierra de más de seis mil millones de hombres. Pero para poder actuar ha de tener claro esta Séptima Izquierda que las clases sociales no pueden tener una actuación relevante en la política mundial si no actúan por medio de grandes plataformas estatales imperiales. La Dialéctica de Clases y de Estados así lo exige. Por lo tanto, esa Séptima Izquierda –de la cual, no podemos ni imaginar sus rasgos característicos; ni siquiera si se llegará a formar, aunque al final del artículo daremos algunos apuntes posibles relacionados con la más arriba citada «Tésis de Gijón» de Ismael Carvallo, miembro del PRD mexicano– deberá nacer en una gran plataforma continental que, y ahí entra la herencia necesaria de la derecha por parte de la izquierda, sea herencia histórica de un gran Imperio Universal, ya que sólo se puede hablar de Historia Universal con mayúsculas a través de los Imperios Universales. Lo demás es antropología{25}.

4. Las plataformas continentales realmente existentes y sus características

Esas plataformas, a nuestro juicio, sobre las que podría formarse una Séptima Izquierda, en el mundo, son cinco. Adjuntamos a continuación varios mapas de las mismas y las características comunes que han de tener para ser consideradas como plataformas continentales o Continentes desde nuestra perspectiva:

plataformas continentales esbozadas
Mapa elaborado por el autor de este artículo en el que se pueden ver las plataformas continentales esbozadas: el Continente Anglosajón en Azul, el Continente Eslavo en blanco, el Continente Islámico en verde, el Continente Asiático en granate y el Continente Hispánico en rojo. Las estrellas de diferentes colores marcan puntos de influencia directa y conflicto intercontinental

Son por tanto, cinco: el Continente Anglosajón, el Continente Eslavo, el Continente Islámico, el Continente Asiático y el Continente Hispánico. Gustavo Bueno, en El mito de la izquierda, señaló cuatro plataformas (anglosajona, islámica, asiática e hispánica){26}. A nuestro juicio, y debido tanto a la definición como a las características que cierran la idea de plataforma continental, a Bueno le faltó poner a la eslava. Bueno señala que sus plataformas tienen más de 400 millones de habitantes. Nosotros reducimos esa cantidad, para poder incluir al mundo eslavo, a 300 millones de habitantes (también para incluir el ruso como idioma imperial histórico y universal). Sería interesante saber por qué Bueno obvió a la plataforma continental eslava en el Colofón de El mito de la izquierda –si es que fue algo deliberado, o no–. En todo caso, estas son las características que permiten delimitarlas a todas ellas. Han de darse conjuntamente, sin faltar ninguna de ellas, ya que de no ser así sería imposible cerrar la idea de plataforma continental:

a) Características de los Continentes o Plataformas Continentales:

1. Lengua mayoritaria común: hablada por más de 200 millones de personas. Han de estar entre las diez lenguas más habladas del mundo{27}.

Continente Anglosajón: Inglés, 512 millones

Continente Eslavo: Ruso, 255 millones

Continente Islámico: Árabe, 225 millones
(el Francés es la tercera lengua más hablada en los países musulmanes, aunque la población del Continente Islámico que habla francés no supera los 200 millones de personas –hablan francés en el mundo unos 230 millones de personas, pero en el Continente Islámico la población francoparlante, incluida la que lo tiene como segunda lengua, son cerca de 120 millones de personas; lo que ocurre es que el francés, a nivel mundial, es una lengua muy dispersa, y por eso no la contamos–; también hay que tener en cuenta al idioma Malayo-Indonesio, hablado en el sudeste asiático, en Indonesia y Malasia, por cerca de 175 millones de personas, lo que la convierte en la segunda lengua más hablada del Continente Musulmán).

Continente Asiático: Chino Mandarín, 1.200 millones

Continente Hispánico: Español, 425 millones
(también habría que contar al Portugués, hablado por 220 millones de personas).

2. Religión mayoritaria común:

Continente Anglosajón: Cristianismo Protestante
(el Continente Anglosajón, además, se caracteriza por la inmensa cantidad de sectas de todo tipo que en su entorno cohabitan: Cienciología, Raelianos, Templo de Satán, Urantianos, &c.).

Continente Eslavo: Cristianismo Ortodoxo.

Continente Islámico: Islam
(el Sunnismo es mayoritario –90% de la población–, teniendo como segunda corriente más importante el Chiísmo –10%–, localizados sobre todo en Irán, Irak, Líbano y, aunque se trate de un núcleo pequeño pero considerable comparado con la mayoría Sunnita, en Yemen).

Continente Asiático: Budismo
(el Confucionismo, al igual que el Taoísmo, no es una religión, sino una doctrina filosófica, a pesar de ser ambas muy numerosas en este continente).

Continente Hispánico: Cristianismo Católico
(por la influencia del Imperio Estadounidense, se extiende como la pólvora el protestantismo y las sectas en el Continente Hispánico).

3. Pasado imperial común:

Continente Anglosajón: Imperio Británico
(en este continente se encuentra el Imperio realmente existente del presente, el Imperio Estadounidense).

Continente Eslavo: Imperio Ruso
(también el Imperio Soviético).

Continente Islámico: Califato Omeya
(hay que tener en cuenta a su heredero histórico, el Califato Abasida; también hay que anotar aquí al heredero histórico de ambos, el Imperio Otomano –cuya existencia abarca de 1299, con la conquista de Constantinopla, a 1922, con la revolución laico-liberal de Mustafá Kemal, Ataturk, padre de la patria turca).

Continente Asiático: Imperio Mongol
(aunque Mongolia, actualmente, es un país independiente, el Imperio Mongol fue el que unificó territorialmente China; el Imperio Chino no fue realmente un Imperio, ya que a pesar de su extensión no dominó a otros Estados, no así como la República Popular China actual, que sí se puede clasificar como Imperio, debido a su control sobre países satélites –la República Popular Democrática de Corea (Corea del Norte), la República Socialista de Vietnam y la República Popular Democrática Lao (Laos)–).

Continente Hispánico: Imperio Español
(también habría que incluir el Imperio Portugués, pero hay que tener en cuenta el periodo histórico bajo Felipe II, Felipe III y Carlos II bajo el cual el Imperio Español y el Portugués estaban unidos bajo el nombre de Monarquía Hispánica).

4. Tener una extensión conjunta de más de 10 millones de kilómetros cuadrados.

5. Que haya un sistema político mayoritariamente común entre los Estados parte de estos Continentes o Plataformas Continentales en el presente y a nivel histórico:

Continente Anglosajón: Democracia.

Continente Eslavo: Democracia.
(todos estos países tuvieron un pasado como Dictadura del Proletariado en la época de existencia del Imperio Soviético y de sus países satélite).

Continente Islámico: Estado Islámico.

Continente Asiático: Dictadura del Proletariado.

Continente Hispánico: Democracia.
(durante gran parte del siglo XX, la mayoría de países hispánicos compartieron un régimen dictatorial de derecha política con un alto componente militar; parece que ahora se extienden las democracias populistas de izquierda indefinida con altas dosis de discurso étnico).

6. Tener una población en conjunto en cada bloque de más de 300 millones de habitantes.

7. Que al menos dos naciones políticas inmersas dentro de cada uno de esas Plataformas o continentes sean fronterizas.

Queda excluida, por tanto, y como indicamos más arriba, Europa –la Unión Europea o cualquier sucedáneo suyo como plataforma sobre la que se forme una Séptima Izquierda–. «Europa», la Europa sublime, tan admirada por la izquierda fundamentalista, por los neofascistas y neonazis{28} y por los neofeudalistas{29}, no es más que un mosaico de Estados e intereses varios tremendamente heterogéneos, inmersos en una atmósfera de bienestar capitalista privilegiada; un nido de tiburones cuya unidad sólo se mantiene en función de su solidaridad, especialmente la mercantil, contra terceros (Estados Unidos –a la sazón, los verdaderos creadores de la Unión Europea–, Rusia, el Islam, China, &c.). «Europa» no es más que una biocenosis política (en biología, una biocenosis o comunidad biótica o ecológica, es un conjunto de organismos de cualquier especie vegetal o animal que coexisten en un espacio definido llamado biotopo, que ofrece unas condiciones exteriores necesarias para su supervivencia). Y no negamos la importancia política e histórica de otras naciones políticas sin adscripción continental clara, como se ve en el mapa global de las plataformas continentales mostrado más arriba, como Alemania, Francia, Italia, Suecia, India, Japón, Mongolia –con matices, como se ha visto antes con respecto a China–, la República Democrática del Congo, Etiopía, &c. Pero una Séptima Izquierda no tendría éxito si naciera en uno de estos Estados aislados, fuera de cualquiera de los bloques continentales referidos (que, en el fondo, son los grandes bloques mundiales en que está dividida la Tierra).

b) Breve análisis de cada una de las plataformas continentales:

Los Continentes son, por tanto, los siguientes:

Continente Anglosajón
Continente Anglosajón en azul. En color más claro, sus zonas de influencia continental más directa

El Continente Anglosajón, formado por las siguientes naciones políticas (lista por orden alfabético):

• Australia • Bahamas • Barbados • Belice • Botswana • Canadá • Camerún • Dominica • Estados Unidos del Norte de América y territorios dependientes de ultramar • Filipinas • Fiji • Ghana • Gambia • Gibraltar • Grenada • Guyana • Islas Salomón • Irlanda • Jamaica • Kenia • Kiribati • Lesotho • Liberia • Malawi • Mauricio • Namibia • Nauru • Nueva Zelanda • Papúa Nueva Guinea • Puerto Rico • Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte y territorios dependientes de ultramar • República Surafricana • Samoa • Santa Lucía • San Kitts y Nevis • San Vicente y Granadinas • Seychelles • Sierra Leona • Tanzania • Tonga • Trinidad y Tobago • Uganda • Zambia • Zimbabwe

Es el más extenso (es también el que tiene más naciones políticas), y en el que se encuentra el Imperio, el único Imperio universal hoy realmente existente, los Estados Unidos de Norteamérica, en el que se están realizando los mejores trabajos actualmente de economía marxista –Anwar Shaikh y Alan Freeman en el Reino Unido, multitud de tesis doctorales en Estados Unidos, además de contar con uno de los grandes críticos mundiales del marginalismo económico, Philip Mirowski–. Sin embargo, también es el epicentro de la democracia realmente existente, del mercado pletórico de bienes y servicios, del fundamentalismo democrático y de las izquierdas indefinidas, cuatro cosas que se han extendido a nivel mundial.

Continente Eslavo
Continente Eslavo en blanco. En color claro sus zonas de influencia continental más directa

El Continente Eslavo, formado por las siguientes naciones políticas (lista por orden alfabético):

• Armenia • Bielorrusia • Bosnia-Herzegovina • Bulgaria • Croacia • Estonia • Eslovaquia • Eslovenia • Georgia • Hungría • Letonia • Lituania • Macedonia • Moldavia • Montenegro • Polonia • República Checa • Rumanía • Rusia • Serbia • Ucrania

Es el menos poblado, ha sufrido dos derrotas históricas como imperio y también dos reconversiones políticas de envergadura, aparte de ser el lugar donde nació la Izquierda Comunista, y su futuro no puede dejarse de lado en el escenario mundial. Actualmente, el epicentro de esta plataforma continental, Rusia, experimenta un nuevo auge en la geopolítica mundial, lo que con el rechazo cada vez más extendido al escudo antimisiles que pretende levantar el Imperio Estadounidense alrededor de Rusia en pleno suelo eslavo de Europa, podría predisponer a nuevas tensiones políticas en esta plataforma. Sin embargo, Rusia está lejos de ser, todavía, la potencia que antaño fue, y gran parte del mundo eslavo está totalmente entregado a la idea de la «Europa sublime» y de la democracia de mercado pletórico de inspiración estadounidense, como se pudo comprobar en la secesión obligada de Kósovo a Serbia, lo que ha debilitado sobremanera la hegemonía de Rusia en su propia plataforma continental. El Imperio Estadounidense quiero cercar el Área Pivote, que según Haltford Mackinder, pionero británico de la geopolítica, se encuentra entre Rusia y Asia Central. Un área geográfica que, según Mackinder (y su opinión es compartida por la oligarquía financiera estadounidense y por las más altas capas del sistema militar yanki), quien la domine dominará el mundo{30}.

Continente Islámico
Continente Islámico en verde. En color claro sus zonas de influencia continental más directa

El Continente Islámico, formado por las siguientes naciones políticas (lista por orden alfabético):

• Afganistán • Arabia Saudí • Argelia • Azerbaiyán • Bahrein • Bangla Desh • Benín • Burkina Fasso • Brunei • Chad • Comores • Costa de Marfil • Djibuti • Emiratos Árabes Unidos • Egipto • Eritrea • Gambia • Guinea • Irak • Irán • Indonesia • Jordania • Kazakistán • Kirguizistán • Kuwait • Líbano • Libia • Malasia • Malí • Marruecos • Mauritania • Níger • Nigeria • Omán • Palestina • Pakistán • Qatar • Sáhara Occidental • Senegal • Singapur • Siria • Somalia • Sudán • Tadyikistán • Túnez • Turkmenistán • Turquía • Uzbekistán • Yemen

En el Continente Islámico no existe prácticamente la distinción entre izquierdas y derecha, tal como ésta se formó en la Revolución Francesa, si acaso constituye el último gran reducto de la reacción y de la unión de trono y altar, de religión y política, en su versión islámica. El Islam se vio muy reforzado a finales de la Guerra Fría, cuando el Imperio Estadounidense formó cuadros ultraderechistas islámicos para combatir la influencia del Imperio Soviético en Afganistán (de ahí el surgimiento de Osama Ben Laden y la red terrorisa Al Qaeda, dispuesta a todo para islamizar el mundo), Yemen (de ahí su reunificación tras el final de la Guerra Fría) y Etiopía (de ahí la secesión de Eritrea), además de la balcanización de la antigua Yugoslavia, que trajo consigo la entrada por la puerta pequeña del Islam a la Europa eslava. Aunque el Islam yihadista es una amenaza reaccionaria a nivel mundial, el Continente Islámico, al igual que todos los demás, también sufre disensiones internas. Además del conflicto entre sunníes y chiíes o los conflictos más específicos debidos a la dialéctica de Estados, en el mundo musulmán, por motivos históricos, también se dan conflictos étnicos, principalmente entre persas y árabes, entre árabes y turcos y entre persas y turcos. Por otra parte, aunque el modelo económico islámico, tremendamente proteccionista y caritativo, constituiría un modelo socialista –eso sí, irracionalista y no materialista–, está lejos de ser el punto de arranque para una futura revolución socialista de inspiración marxiana, como lo fue para la Rusia zarista el modelo económico comunal de los campesinos rusos, punto de partida que sirvió de llegada al bolchevismo, rasgo señalado por varios revolucionarios del siglo XIX, desde Alexander Herzen hasta Carlos Marx{31}. Para que algo similar se pudiese dar en el mundo islámico, el tiempo que ha de transcurrir serían siglos en principio, ya que la racionalidad materialista tiene el campo vedado en el Continente Islámico, a no ser que sea de manera clandestina. Una transformación revolucionaria racionalista en el Islam, que derribe las raíces filosóficas y políticas de esa religión y permita a esa plataforma continental salir de la caverna, no es algo que pueda llegar a medio/largo plazo. En todo caso, sólo a través de naciones islámicas con cierto grado de secularización y modernización tecnológica, como Turquía, Egipto o Irán (la gran némesis de Arabia Saudí en la propia plataforma, ya que es la gran potencia chií frente al fundamentalismo wahabbita saudí), podría entrar esa racionalidad y medrar.

Continente Asiático
Continente Asiático en granate. En color claro sus zonas de influencia continental más directa

El Continente Asiático, formado por las cuatro naciones políticas de la Izquierda Asiática (aunque la sexta izquierda es propiamente el maoísmo, las particularidades ideológicas del comunismo vietnamita, laosiano y norcoreano no cierran el paso a la dependencia imperial de China):

• Laos • República Popular China • República Popular Democrática de Corea (Corea del Norte) • Vietnam

China, y también Vietnam aunque a otra escala, está experimentando un desarrollo económico espectacular. La República Popular China probablemente se convierta en la primera potencia mundial en el siglo XXI por delante del Imperio Estadounidense. La creciente desigualdad entre sectores de la población, en particular entre el campesinado chino y la burguesía naciente en el «Imperio del centro» –con una plétora de consumidores cada vez más insaciables conformados en una inmensa «clase media» (entrecomillamos lo de clase media porque negamos la existencia de la misma, ya que no es más que una configuración estadística ideada por sociólogos para ocultar el carácter obrero, mejor dicho, asalariado, de la misma)–, y la lucha interna dentro del Partido Comunista Chino, está empezando a conformar una especie de neomaoísmo, especialmente entre los sectores más a la izquierda del PCCh y de la Sociedad Política china. Un neomaoísmo que, dentro del seno del mismo partido, ha de luchar para crecer con la tendencia derechista socialdemocrática que también se abre paso en el Partido Comunista Chino y frente al sector moderado centrista que representa la línea dominante hoy día, iniciada por el ex presidente Yang Zeming, línea que se supone es la heredera del «golpe de timón» realizado en la Izquierda Asiática por Deng Xiaoping (golpe que, por otra parte, ayudó de manera definitiva a colocar a China en su situación geopolítico-económica actual). Pero es discutible barruntar que pueda surgir una Séptima Izquierda definida de una mera radicalización de la sexta generación, por no hablar de lo complicado que puede ser para la China actual y futura a corto plazo, como Imperio universal, extender más allá de su esfera cultural su influencia ideológica y política.

Continente Hispánico
Continente Hispánico en rojo. En color claro sus zonas de influencia continental más directa

El Continente Hispánico, formado por las siguientes naciones políticas (lista por orden alfabético):

• Andorra • Angola • Argentina • Brasil • Bolivia • Cabo Verde •   Chile • Colombia • Costa Rica • Cuba • Guatemala • Guinea Bissau • Guinea Ecuatorial • Honduras • Ecuador • El Salvador • España • México • Mozambique • Nicaragua • Paraguay • Panamá • Perú • Portugal • República Dominicana • Santo Tomé y Príncipe • Timor Oriental •   Uruguay • Venezuela

Se ha dejado esta plataforma continental para el final para realizar un análisis más somero, debido al interés que suscita, desde las coordenadas del materialismo filosófico en que se encuadra la obra El mito de la izquierda de Gustavo Bueno y las «Tésis de Gijón» de Ismael Carvallo (en particular la ya reseñada cita {11}), la posibilidad de que sea en ésta plataforma donde se forme esa séptima generación de izquierdas políticamente definida. Antes de nada hay que decir que en segundo plano con respecto a las naciones políticas ya citadas, y debido a la influencia que el Continente Hispánico pueda tener, por refluencia histórica sobre estas sociedades políticas (Estados) –que son: los Estados Unidos de Norteamérica, Haití, Belice, Guyana, Surinam, parte de Marruecos (la zona norte conocida como el Rif), Israel (por los sefardíes) y Filipinas–, más otros territorios no soberanos también encuadrados en ese segundo plano al que hemos hecho referencia –hablamos de: Gibraltar, Guam o las Islas Malvinas (dentro del Continente Anglosajón), Sáhara Occidental (dentro del Continente Islámico) y Macao (dentro del Continente Asiático). Se trataría de una, considerada por muchos, plataforma virtual, tremendamente desunida y dominada en gran medida por el Imperio Estadounidense, pero cuyo porvenir, aunque incierto, no puede descartarse en cuanto el papel que pueda jugar en el futuro.

5. Consideraciones sobre la Plataforma Hispánica

a) Sobre el populismo

¿Es posible la formación de en el Continente Hispánico una Séptima Generación de Izquierda Políticamente Definida con respecto al Estado? ¿Una Séptima Izquierda que tuviese un impacto revolucionario mundial considerable, como las seis anteriores, e incluso mayor, debido al contexto globalizador en que nos encontramos –y si acaso, no menos importante, por estar en la frontera justa del Imperio Estadounidense, el único imperio universal realmente existente hoy día en nuestro planeta–? Igual de posible es que en el resto de Continentes que hemos dicho, si bien el Continente Hispánico es un caso especial. ¿Sería el populismo esa Séptima Izquierda?. El término «populismo» ya fue analizado en un artículo de El Catoblepas por Gustavo Bueno{32}, si bien vemos necesario rescatar las ideas principales del mismo. El término «populismo» se utiliza con un marcado sentido ideológico y no como término teórico o descriptivo, neutro, sino valorativo, de una valoración marcadamente negativa y despectiva. Todavía el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española no recoge el término «populismo», a pesar de estar muy extendido su uso, y teniendo en cuenta que la RAE tiene en sus archivos cerca de 355 casos de textos referidos, ya en la década de 1990, al populismo en España, Méjico y Venezuela (por cierto, los centros políticos del Continente Hispánico, junto con Brasil y Argentina, por importancia histórica tanto en el Imperio Español como en los episodios revolucionarios de más repercusión universal). Probablemente, este desajuste entre la base de datos y el producto acabado de los académicos de la lengua, el Diccionario, se deba a que el término «populismo» es todavía demasiado ambiguo y comprometido desde el punto de vista político que no es posible darle una definición adecuada para ser reconocido por ellos de manera oficial y entrar en el DRAE. El materialismo filosófico distingue entre dos significados distintos del término «populismo»: el «populismo negativo» o «descalificativo» y el «populismo positivo». El sentido negativo del término «populismo» quizás se deba a que el sufijo «-ismo» sea utilizado muchas veces en sentido negativo, despectivo, porque la crítica se base en un supuesto exceso, radicalización o exageración de la raíz (eso pasa con términos como «psicologismo», «economicismo», «cientificismo», &c).

También el Materialismo Filosófico ha asignado el concepto de «populismo calificativo» para los casos en que «populismo» sirva sólo como calificativo descriptivo de un sistema político o de un proceso político, sin entrar en si es positivo o negativo. En todo caso, el «populismo descalificativo» se utiliza desde la perspectiva de la democracia abusadora de lo «políticamente correcto». Hablamos de las democracias representativas, las democracias homologadas de mercado pletórico, las democracias en las que se evita la participación directa del pueblo. Para estas democracias, el populismo tiene que ver con lo asambleario, con la masificación de las manifestaciones callejeras o con los referendums más o menos periódicos. La democracia de mercado pletórico tiende a ver el populismo de manera negativa también porque lo ve, desde su posición de democracia «avanzada» y «refinada», como una forma de poner en paréntesis al Parlamento en todo lo que incumba al Presidente del Gabinete de Gobierno o al Jefe del Estado, en cuanto a su designación se refiere. Las repúblicas democráticas presidencialistas suelen ser acusadas de padecer de este «populismo descalificativo». El considerar a las repúblicas democráticas presidencialistas como formas de populismo tiene una analogía histórica en la Antigüedad, en la doctrina clásica de Aristóteles, cuando habló de la tiranía, de la oligarquía y de la demagogia como desviaciones de la monarquía, de la aristocracia y de la democracia, respectivamente. Esas «desviaciones» actuales suelen ser etiquetadas desde las democracias realmente existentes de «populismo». Un cierto paralelismo con las repúblicas democráticas presidencialistas tachadas de populistas lo tendría la tiranía de Pisístrato, el cual usaba al pueblo de Atenas contra la aristocracia, pero no por simetría ideológica –ya hemos dejado claro en el artículo que hablar de la distinción entre izquierdas y derecha en contextos históricos anteriores a la Gran Revolución Francesa es un anacronismo–, sino porque los sistemas políticos tachados de populistas, se dice, utilizan al pueblo frente a las oligocracias constituidas por los partidos políticos y, en general, por el conjunto de la clase política que está presente en el Parlamento. El populismo vendría a ser, desde el punto de vista de las democracias «correctas», una suerte de Demagogia. El quid de la cuestión sería, entonces, delimitar las fronteras entre democracia y demagogia, o entre demagogia y populismo, y este dilema, por el sólo hecho de ser planteado, remueve los fundamentos de la doctrina ideológica misma de la democracia realmente existente, y en particular de la democracia parlamentaria constitucional dentro del Estado de Derecho.

La noción de «populismo descalificativo» se funda en el supuesto injusto de que la democracia correcta y refinada se apoya en un pueblo culto, refinado, alfabetizado y bien informado, en el que los ciudadanos están dotados de buen juicio político, mientras que las democracias populistas hacen uso de un pueblo indocto, analfabeto en gran parte, al que las promesas, la adulación o las falsas esperanzas conducen ciegamente por la senda que marca el tirano o la aristocracia, aunque esta aristocracia tenga forma de partitocracia. Por su parte, el «populismo positivo», en el sentido de democracia directa, levanta frente a las democracias representativas la acusación de ser puramente delegativas y nada participativas, y que su estructura conduce a cualquier sistema democrático a la formación de clases políticas cerradas sobre sí mismas, incluso mediante el conchabamiento de los partidos políticos en su situación de privilegio de poder aún a pesar de ser opuestos políticamente hablando estos partidos. También las acusa de estar distanciadas de los problemas reales del pueblo mediante la doctrina de que la soberanía reside en el Parlamento y que sólo en él el pueblo puede manifestarse democráticamente. Resulta que no es fácil demostrar que los ciudadanos de una democracia indirecta están mejor formados que los de una democracia directa, en cualquiera de sus vertientes. En las partitocracias el electorado, a pesar de estar alfabetizado y tener un alto nivel de vida, no sólo carece de juicio político, sino también de cualquier posibilidad de tenerlo, ya que delega ese juicio en otros, en los partidos políticos. Además, es incapaz, si no es un experto, de entender el programa político de esos mismos partidos. Los juicios de los electores de una democracia homologada son tan ciegos y basados en la fe o en el prestigio de los candidatos como los atribuidos a los electores de una democracia populista.

La diferencia objetiva entre una y otra, desde las coordenadas del materialismo filosófico, ha de ponerse en otro lado, aparte de los juicios de los electores (aunque sea cierto que en las democracias populistas, cuyos procedimientos son tan objetivamente democráticos como los de las democracias indirectas, el electorado se deje llevar más por el prestigio del líder o de la cúpula política que elabora los programas electorales, entre otros. La diferencia está en la noción misma de pueblo como entidad política en sus conexiones con la idea de Nación Política, idea contradistinta, como ya hemos dicho en este trabajo, de la idea de Nación Étnica o Cultural. El pueblo es el conjunto de los ciudadanos vivos, en el presente, que intervienen en la vida pública; la Nación Política, en cambio, incluye también a los muertos –a los antepasados– y a los descendientes –los «hijos»–, es decir, a la Patria pretérita y a la Patria futura. Mientras Nación Étnica es un concepto antropológico, la Nación Política es un concepto histórico. En cada sociedad política, pueblo y Nación Política tienen distintas proporciones según el desarrollo de sus ritmos históricos. Cuando el pueblo forma parte de una Nación Política histórica que ha logrado refundir en una sola entidad cultural a todas las etnias de su territorio, con una lengua y unas costumbres comunes, y cuando ha alcanzado además un desarrollo tal que le conduce a ser una Sociedad Política democrática de Mercado Pletórico muy próxima al Estado del Bienestar, es muy probable que la forma política elegida por él sea la democracia indirecta representativa; y no porque sus ciudadanos estén mejor formados que los de una democracia populista, sino porque con adoptar las medidas necesarias para mantener su bienestar o ampliarlo en su futuro inmediato, y con adoptar medidas prudenciales que le permitan votar al candidato que más conecte con sus intereses, delegando en él las decisiones políticas, se conforman. Pero cuando la Nación Política todavía no ha logrado la refundición de grupos étnicos o «indígenas», en una sola Nación Cultural, entonces será difícil que se apele democráticamente a una democracia indirecta representativa. Por lo tanto, en cambio, se tenderá a un tipo de democracia en que tengan participación directa los individuos parte de una etnia, de una cultura, &c., y no los individuos de una Nación Política común, es decir, no como ciudadanos. Así, la democracia participativa se asemejará a una especie de Estado confederado, guiado por la idea contradictoria e imposible de un «nación política de naciones políticas», una suerte de confederación confundida a veces con un Estado federal, otra contradicción in términis, ya que un Estado federal deja automáticamente de serlo cuando los Estados federados ceden su soberanía al llamado Estado federal (de facto, y con gradaciones, siempre central). Es posible una Nación Política con multitud de Naciones Étnicas, pero el concepto de una Nación Política multinacional y multiétnica es incompatible con una Nación Política democrática. ¿Se puede calificar entonces el populismo de izquierdas? Sí, pero, salvo cambios en el futuro, los populistas deberán ser clasificados dentro de las Izquierdas Indefinidas, ya que su relación con la Nación Política, con el Estado-Nación, no es en absoluto clara, más si apoyan el indigenismo, un movimiento que, al fundamentarse en principios particularistas y revelados, ha de ser encuadrado en la derecha política. La alianza populismo-indigenismo, por otra parte, está mostrando en el momento de escribir este artículo su fracaso práctico y su irracionalidad teórica en el, si nada lo remedia, acuciante proceso de balcanización de Bolivia.

b) La alternativa materialista al populismo: la necesaria sinexión entre socialismo genérico y socialismo específico como punto de partida para una séptima generación de izquierda políticamente definida en Iberoamérica, tomando Iberoamérica según la definición de Ismael Carvallo en sus Tésis de Gijón

Entonces, ¿qué clase de Séptima Izquierda políticamente definida podría formarse en el Continente Hispánico? Aquí es donde entran las «Tésis de Gijón». Tésis que, junto con «El materialismo filosófico como incompatible desde un plano estructural con toda forma de derecha política» de Javier Pérez Jara{33}, entre otros textos, configurarían un punto de arranque para un proyecto político a medio y largo plazo, un proyecto revolucionario no sólo para el Continente Hispánico, sino para todas las sociedades humanas existentes. Pero ya decimos que el futuro está abierto porque no está en absoluto escrito.

Sí podemos decir que el materialismo filosófico distingue entre varias ideas de socialismo, en concreto dos: la de socialismo genérico, en sentido filosófico, y la de socialismo específico o socioeconómico, El socialismo genérico se opondría al particularismo y al individualismo y se entendería, por tanto, como universalismo (para todos los hombres, sin excepción –aquí hombre se toma como idea filosófica, con lo que dentro de esta idea entrarían tanto la mujer como el varón–). El socialismo específico haría referencia a la noción de una sociedad sin clases. Tras el derrumbe de la Unión Soviética, el término socialismo ha quedado bastante defenestrado. Además, hay que tener en cuenta que en las democracias homologadas, socialismo se asocia a socialdemocracia y a Estado de Bienestar, lo que dista de ser la izquierda por antonomasia. Entonces, ahora en el presente, el término socialismo sólo puede ir asociado al concepto de universalismo, una vez derrumbados o deformados los socialismos realmente existentes. El materialismo filosófico toma el término socialismo en un sentido más amplio que aquellos que lo circunscriben sólo a las Izquierdas Socialdemócrata, Comunista y Asiática. El socialismo es genérico, pero no sólo específico al campo político. Además, es trascendental a todas las Izquierdas Definidas como condición constitutiva suya necesaria, incluidas las «izquierdas burguesas» (jacobinismo y liberalismo, en tanto que defienden proyectos universalistas). La verdad revelada de la derecha particularista, incluso de las derechas socialistas (católicas, islámicas, fascistas, nacionalsocialistas, nacionalbolcheviques, nacionalrevolucionarias, budistas, &c.) son totalmente incompatibles con el materialismo. También el materialismo es totalmente incompatible con el individualismo liberal burgués de derecha, que piensa que la propiedad privada y el individuo son independientes del Estado.

Decíamos, por tanto, que hay dos ideas en torno al concepto de socialismo: la idea de socialismo genérico se fundamenta en la crítica a la implantación gnóstica de la filosofía y en la crítica al individualismo metafísico (toda filosofía haga hipóstasis del Ego es una falsa filosofía, ya que el Ego es el resultado intersubjetivo de la moldeación por causas intrasubjetivas, extra-psicológicas y materiales). La filosofía materialista y el socialismo filosófico genérico, están sinexados –la sinexión es el vínculo que necesariamente enlaza términos distintos, que tiene en el materialismo filosófico el sentido de cuenta de relaciones de identidad sintética, material, que caracteriza a las verdades científicas–, y por extensión su relación está lejos de ser irracional y metafísica. Es con éste socialismo, que trasciende a otros campos del saber como la ontología, la filosofía de la historia o la antropología filosófica, con el que el materialismo filosófico mantiene una conexión fuerte, y porque trasciende la filosofía, es Genérico. La filosofía es constitutivamente social, no individual, y por ende, la dialéctica, ya que toda sociedad está compuesta de grupos cada uno con su ideología y enfrentados entre sí, hace que haya que elegir de entre ellos mediante el método apagógico –mediante el razonamiento consistente en probar una tesis por exclusión o refutación de todas las tesis alternativas–, para no caer en el dogmatismo. Mientras, con la idea de socialismo específico o económico-político, y es lo que enfrenta al materialismo filosófico con el marxismo clásico, ya que en la sociedad sin clases seguirían existiendo los mitos y las revelaciones, tratándose por tanto de una especie de secularización del Reino de los Cielos de las religiones monoteístas. Por ello, el materialismo filosófico no establece una conexión fuerte con este socialismo. El socialismo económico y político, específico, no puede ser jamás la plataforma en la cual se desarrolle el mayor grado de racionalismo filosófico, no puede ser la consumación de la filosofía, por lo que hay una desconexión entre ella y el socialismo específico. Pero esto no quita que haya relaciones entre socialismo genérico y socialismo específico, aunque no tenga la formulación fuerte marxista similar a la «República de los filósofos» de Platón.

En la sociedad sin clases el movimiento de regressus-progressus{34} que lleva del sujeto psicológico a la materia trascendental y al contrario, que retira la sustantividad al Ego, es un movimiento no contingente y necesario, ya que sin éste regressus se volvería a caer en el individualismo y una concepción gnóstica de la filosofía, ambas cosas incompatibles con un socialismo racionalista. El socialismo positivo requiere, por tanto, de un regressus a estructuras materiales y sociales supra-subjetivas que impidan la hipóstasis del individuo y, a la vez, lo envuelvan. Además, el regressus a la materia trascendental es necesario para la negación de toda forma de «verdad revelada» surgida de las religiones y para abrazar el ateísmo. En una sociedad de clases éste regressus es completamente contingente, más en una sociedad política basada en mitos irracionales. Es necesario en una sociedad sin clases no basada en principios revelados que exista una filosofía que triture los constantes mitos que intenten abrirse paso, sin concesiones y sin remordimientos. Sin una fuerte disciplina racionalista, una sociedad sin clases tendería a identificarse con los socialismos irracionalistas propios de las religiones o de las derechas derivadas del fascismo o el neofeudalismo, o con el particularismo de cualquier signo filosófico-político.

Si se descarta la llamada «República de los filósofos» lo que habrá que saber es cuál es la cantidad necesaria de racionalistas que ha de tener una sociedad socialista para conservar su Eutaxia política. Sin duda, tendrá que ser una cantidad muy superior a la actualmente existente en países como España, Méjico, Venezuela, Brasil o Argentina, por citar algunos. Por ello, será necesario en la sociedad sin clases un moldeamiento fuerte de los sujetos operatorios, desde la infancia primaria, en el racionalismo radical, para que existan los máximos racionalistas posibles dentro de esa sociedad política socialista. Sólo desde la concepción ontológica y gnoseológica propia del materialismo filosófico, que interpreta al Ego como sujeto operatorio determinado intersubjetívamente por otros egos y por la experiencia del error –y cuyas facultades de formación gnoseológica de verdades residen en operaciones apotéticas deterministas con cuerpos, operaciones que cuajan en la formación de relaciones o esencias del tercer género de materialidad M3–, es posible llegar al socialismo filosófico. Un socialismo filosófico que deberá negar que el Ego sea una sustancia, pero también que haya verdades sólo disponibles para unos pocos individuos («verdades reveladas»), que son el germen del particularismo y del individualismo elitista. El proceso de formación de verdades se fundamenta en estructuras corpóreas causales, que son cognitivamente comunes a todos los seres humanos, y nos referimos tanto a las verdades como identidades sintéticas de las ciencias como a las verdades apagógicas de la filosofía. El materialismo filosófico defiende que todo sujeto operatorio, salvo que sea un deficiente mental sin remedio, está al alcance de cualquier verdad.

El socialismo solidario del materialismo filosófico es totalmente incompatible con toda sociedad política regida por mitos particularistas. Pero decir esto no basta para establecer la conexión entre materialismo filosófico y socialismo. Por ello, es necesario determinar claramente las propiedades del socialismo filosófico, las del socialismo positivo –si éste hace referencia a una sociedad sin clases– y las relaciones de sinexión, incompatibilidad e independencia entre uno y otro, u otros (ya que puede haber varias formas de socialismo positivo). Establecer las conexiones entre filosofía y socialismo es una tarea imprescindible. El papel de la filosofía no es el de decirle a la gente por dónde ir, ya que ella está intercalada en el mismo proceso del mundo. Esto entronca con la famosa «XI Tésis sobre Feuerbach» de Carlos Marx: «Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata es de transformarlo». La conexión entre racionalismo y socialismo tiene la forma de una sinexión. Desde una perspectiva materialista, la igualdad racional socialista sólo puede ser resultado de un nivel razonable de igualdad efectiva de los sujetos operatorios afectados. Sólo la medida de ese nivel de socialismo racional se dará por el grado de igualdad racional que pueda sostenerse. La posibilidad de implantación política de un socialismo filosófico reconoce ya de por sí la relación entre un socialismo genérico y la filosofía.

El nexo de unión entre socialismo y racionalismo operatorio se establece a partir de la igualdad originaria entre sujetos operatorios que constituyen grupos sociales de la misma especie, partiendo de un estadio determinado de desarrollo. Lo que vale racionalmente para uno vale racionalmente para los demás, en virtud de presupuestos materiales (el racionalismo es, por tanto, originariamente «democrático» –independientemente del concepto de democracia política del voto o de la opinión– y universalista). Es irracional que alguien o un grupo minoritario se arrogue para sí privilegios individuales en cuanto a sus capacidades racionales. Por tanto, cuanto más racionalista y universalista sea una esfera cultural, más superior será a las demás. Esa sociedad socialista superior deberá controlar el mercado existente para que éste deje de ser pletórico, es decir: un Estado fundamentado ideológicamente en un socialismo genérico, para entrar en conexión con un socialismo positivo, ha de prohibir, eliminar y triturar toda forma de negocio empresarial sustentado en premisas irracionalistas, ya sean editoriales sobre espiritismo, ya sean sectas, ya sean servicios de cartomancia (superchería en definitiva). El Estado socialista de esta clase, por tanto, habrá de eliminar toda forma de charlatanería de su sociedad política.

El socialismo no se deriva del racionalismo, pero el socialismo sí es constitutivo del racionalismo operatorio en un plano esencial o estructural. La evolución de los sujetos operatorios parte de una situación de desigualdad, que se reproduce cada vez que nace un nuevo sujeto. Por tanto, la transformación de ese sujeto sólo puede llevarse a cabo mediante la racionalización por holización que lo socialice en un ámbito completamente racional. Y aunque el universalismo no implica racionalidad (como ocurre con las grandes religiones –budismo, cristianismo, judaísmo, Islam– y algunas sectas –urantianos, raelianos, cienciología, &c.–), la racionalidad si implica el universalismo, esto es, el socialismo. La universalización no implica la igualdad uniforme de todos los hombres a través del Entendimiento Agente –que hace que los objetos materiales sean inteligibles para el alma espiritual– como pensaba Averroes y sus discípulos y seguidores, sino como la propagación de patrones uniformes o de rutinas uniformes, como un entretejimiento en Symploké de posibilidades combinatorias resultantes de una misma condición lógica, la propia del «animal racional». Desde una perspectiva materialista, es necesario contar desde el principio con una pluralidad de categorías racionales y con su inconmensurabilidad (incluida la de los propios lenguajes), por lo que la racionalidad lógica resulta una racionalidad dialéctica. Por tanto, la virtualidad universal de la racionalidad habrá de ser entendida como la capacidad de integración de nuevos individuos o grupos de otras culturas o de nuevas generaciones que se vayan incorporando dentro de esa misma cultura racional-universalista a sus círculos de racionalidad ya consolidados, tanto en lo tecnológico y científico como en lo social. Racionalidad que, incluso, estaría en condiciones de sobrepasar los límites de la especie humana, con todas las consecuencias políticas y sociales que ello implique –con esto último no nos referimos al proyecto Gran Simio, sino a dejar abierta la posibilidad a sujetos operatorios no humanos, si es que llegan a existir este tipo de «animales racionales», a ser integrados en esa sociedad racional-universalista.

Para llegar a todo esto, o lo que es lo mismo, para llegar a la materia trascendental (MT) por vía del regressus, que refuta al individualismo metafísico, sólo cabe una vía: la revolución socialista. Una revolución que instaure un Estado lo suficientemente potente y grande (una plataforma continental unida en un gran Imperio Generador con vocación universal y universalista) para realizar la racionalización revolucionaria de los sujetos operatorios que viven bajo su abrigo e influir revolucionariamente en el resto de los sujetos operatorios de las distintas esferas culturales humanas. Una vez sabido que el Estado jamás desaparecerá –al menos, mientras existan «animales racionales»–, su misión tras la revolución será la de instaurar sin dilación la sinexión entre racionalismo y socialismo, entre socialismo positivo y socialismo filosófico, y permitir que su desarrollo no se detenga, por lo que tendrá que participar de la mayor cantidad posible de ciudadanos en esta profundización de la construcción de la racionalización revolucionaria universalista, para lo que tendrá que moldear individuos racionalistas constantemente, y estos a su vez actuar para que esa racionalización revolucionaria se amplíe, superando de paso cualquier sobresalto u obstáculo en el camino.

Por ello, en lo que respecta a la plataforma continental hispánica o Continente Hispánico, el populismo no basta, ya que el populismo no es una solución al problema, sino uno más de los síntomas de que hay un problema (aunque, por ejemplo, los éxitos alfabetizadores en Cuba o Venezuela sean tenidos en cuenta desde la perspectiva materialista; no así el apoyo al indigenismo, una clara forma de derecha política, o la instauración en Bolivia de la justicia tradicional indígena basada en la decisiones de supuestos sabios tribales, en nombre de un engendro llamado «pluralismo jurídico», que supone un paso atrás en la racionalización holizadora del país). Por otra parte, el fracaso de la Unión Soviética no significa que la aplicación del materialismo socialista en la construcción de sociedades políticas lleve al fracaso seguro, sino que el fracaso de la Unión Soviética y de otros socialismos positivos se debe a los componentes no racionalistas y no materialistas que el marxismo llevaba acarreado de la tradición monista-armonicista hegeliana e incluso anterior (el idealismo alemán). Para ello, el materialismo filosófico propone dar la «vuelta del revés» al marxismo{35} en aquellos lugares en que conecta con esa tradición monista-armonicista propia del humanismo occidental y que, entre otras cosas, han derivado en el nefasto progresismo actual.

No se trata de tirar por la borda a Marx, ni mucho menos, ya que el materialismo histórico supone el último gran bastión del racionalismo que ha producido Occidente, y que hace suyo el materialismo filosófico, su heredero histórico y su necesaria continuación, esta vez en español. La «vuelta del revés» del pensamiento de Marx que realiza el materialismo filosófico es una marcha hacia delante del marxismo, destinada a desprenderle de sus componentes utópicos, y a separarlo por completo del humanismo, que en ningún momento puede constituirse como alternativa suya. Además, toda forma de derecha política –Derecha Racionalista Particularista (Neoliberalismo y derivados), Derecha Irracionalista Particularista (sectas religiosas, fascismos y neofascismos varios, nacionalsocialismo, neofeudalismo) y Derecha Irracionalista Universalista (la de las grandes religiones: budismo, cristianismo, judaísmo e Islam, además de las sectas)– han de ser combatidas. Además, el materialismo filosófico, aunque pueda ser compatible en algún momento con cada una de las Izquierdas Definidas, mantiene sus distancias con respecto a todas ellas. Una forma de socialismo genérico sería también el «socialismo de mercado» defendido por David Sweickhart{36} y puesto en práctica actualmente, según Sweickart, en la República Popular China y en la República Socialista de Vietam, la cual pretende convertirse, según el propio Gobierno vietnamita, en un «Estado Socialista de Bienestar».

Podría caber la posibilidad de que se considere al capitalismo, por universalista, un socialismo genérico{37}. Pero pierde esta condición y se convierte en una forma particularista y específica de socialismo cuando la apropiación de los medios de producción por parte de particulares o de grupos conduce a una diferenciación de clases sociales tal que nazcan una serie de elites degeneradas, satisfechas de sus modos de vida, de su ideología y de sus mensajes propios particulares. La degeneración gnóstica del capitalismo se representa además en ciertas instituciones suyas que son por completo irracionales, como la lotería, la bolsa o los casinos, ya que los juegos de azar son irracionales (las leyes estadísticas por las que se rigen gran parte de sus actuaciones, a pesar de su racionalidad –particularista, o sea, de derecha política– no suprime la aleatoriedad de las decisiones de los inversionistas, lo que lleva a la formación de elites gracias al azar, lo cual es irracional, y ha de ser también combatido).

En todo caso, si llega a ocurrir la formación de una Séptima Generación de Izquierda Definida en el Continente Hispánico –y ya existe un precedente histórico y jurídico de racionalización revolucionaria por Holización en él: la Constitución de Cádiz de 1812{38}–, y a pesar de que, a priori, desde coordenadas materialistas no es posible establecer los parámetros y perfiles que definirían a ese Socialismo Genérico en sus aspectos más concretos, mundanos, deberemos tener muy presentes entonces, si llega a ocurrir, estas palabras de Fidel Castro:

«Una revolución no es un lecho de rosas; una revolución es una lucha a muerte entre el futuro y el pasado».

Notas

{1} Gustavo Bueno, El mito de la izquierda: Las izquierdas y la derecha, Ediciones B, Barcelona 2003.

{2} Enciclopedia Symploké (E. S. en adelante):
http://symploke.trujaman.org/index.php?title=Materialismo_filos%F3fico

{3} (E.S.): http://symploke.trujaman.org/index.php?title=Holizaci%F3n

{4} Acta Constitucional de 24 de junio de 1793, Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de la Revolución Francesa:
http://www.der.uva.es/constitucional/verdugo/constitucion_fr_1793.html

{5} Carlos Marx, «Crítica del Programa de Gotha», Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pequín, 1999:
http://www.marx2mao.com/M2M(SP)/M&E(SP)/CGP75s.html

{6} (E.S.): http://symploke.trujaman.org/index.php?title=Derecha

{7} Gustavo Bueno, «El mito de la izquierda: Las izquierdas y la derecha», Ediciones B, Barcelona, 2003, págs. 299-300.

{8} Pelayo García Sierra, «Diccionario Filosófico: Manual de Materialismo Filosófico», Biblioteca Filosofía en Español, Oviedo, 2000 (D.F. en adelante): http://www.filosofia.org/filomat/df584.htm. (Entrada 584 –D.F. 584–

{9} (D.F. ): http://www.filosofia.org/filomat/df583.htm

{10} Gustavo Bueno,»Dialéctica de clases y dialéctica de Estados», Revista El Basilisco, 2ª época, nº 30, 2001, págs. 83-90:
http://www.filosofia.org/rev/bas/bas23008.htm

{11} Ismael Carvallo Robledo, «Tésis de Gijón: Hacia la séptima generación de la izquierda; necesidades tácticas y necesidad histórica», Revista El Catoblepas, nº 53, julio 2006, pág. 4: http://nodulo.org/ec/2006/n053p04.htm

{12} Gustavo Bueno, «Predicables de la Identidad», Revista El Basilisco, 2ª época, nº 25, 1999, págs. 3-30: http://filosofia.org/rev/bas/bas22501.htm

{13} (D.F. ) http://www.filosofia.org/filomat/df210.htm

{14} (D.F.) http://www.filosofia.org/filomat/df210.htm

{15} Gustavo Bueno, «Teoría del Cierre Categorial, Volumen 1: Introducción General, Siete enfoques en el estudio de la ciencia», Pentalfa Ediciones, Oviedo, 1992: http://helicon.es/pen/7848447.htm

{16} (E.S.): http://symploke.trujaman.org/index.php?title=Symplok%E9

{17} Santiago Javier Armesilla Conde, «Reformulación de los conceptos de sistema, antisistema, revolucionario, reaccionario y orden establecido», Revista El Catoblepas, nº 68, octubre 2007, pág. 13:
http://nodulo.org/ec/2007/n068p13.htm

{18} (D.F.) http://www.filosofia.org/filomat/df073.htm

{19} Gustavo Bueno, »Dialéctica de clases y dialéctica de Estados», revista El Basilisco, 2ª época, nº 30, 2001, págs. 83-90:
http://www.filosofia.org/rev/bas/bas23008.htm

{20} (D.F.) http://www.filosofia.org/filomat/df597.htm

{21} (D.F.) http://www.filosofia.org/filomat/df024.htm

{22} (D.F.) http://www.filosofia.org/filomat/df561.htm

{23} Gustavo Bueno, «El mito de la izquierda: Las izquierdas y la derecha», Ediciones B, Barcelona, 2003.

{24} Santiago Javier Armesilla Conde, «Reformulación de los conceptos de sistema, antisistema, revolucionario, reaccionario y orden establecido», Revista El Catoblepas, nº 68, octubre 2007, pág. 13:
http://nodulo.org/ec/2007/n068p13.htm

{25} Para evitar cualquier tipo de confusión sobre este punto remito al libro «España frente a Europa» (Alba Editorial, Barcelona, 1999), de Gustavo Bueno, y al artículo de Diego Guerrero «Notas sobre reformismo, imperialismo y Xavier Arrizabalo», Materiales del curso Materialismo Histórico y Teoría Crítica, impartido el 14 de marzo de 2003 en la Universidad Complutense de Madrid, España. (http://www.ucm.es/info/eurotheo/materiales/hismat/dguerrero4.htm)

{26} Gustavo Bueno, «El mito de la izquierda: Las izquierdas y la derecha», Ediciones B, Barcelona, 2003, págs. 299-300.

{27} Lenguas más habladas del mundo (hablantes nativos):

1. Chino Mandarín: 885 millones.
2. Español: 391 millones.
3. Inglés: 322 millones.
4. Hindi / Urdu: 250 millones.
5. Portugués: 218 millones.
6. Árabe: 200 millones.
7. Bengalí: 185 millones.
8. Malayo / Indonesio: 176 millones.
9. Ruso: 160 millones.
10. Japonés: 125 millones.

Lenguas más habladas del mundo (incluidos los hablantes de segunda lengua):

1. Chino Mandarín: 1200 millones.
2. Inglés: 515 millones.
3. Hindi / Urdu: 495 millones.
4. Español: 425 millones.
5. Ruso: 255 millones.
6. Árabe: 225 millones.
7. Francés: 230 millones.
8. Portugués: 220 millones.
9. Bengalí: 215 millones.
10. Malayo / Indonesio: 175 millones.

Fuente: Barbara F. Grimes, Ethnologue, Summer Institute of Linguistics, 13th edition, 1996:
http://web.archive.org/web/19990429232804/www.sil.org/ethnologue/top100.html y http://www.infoplease.com/ipa/A0775272.html

{28} José Andrés Fernández Leost, «Nueva derecha: ¿Extrema derecha o derecha divagante?», Revista El Catoblepas, nº 73, marzo 2008, pág. 11: http://nodulo.org/ec/2008/n073p11.htm

{29} Santiago Javier Armesilla Conde, «El neofeudalismo», Revista El Catoblepas, nº 72, febrero 2008, pág. 11: http://nodulo.org/ec/2008/n072p12.htm

{30} Este es un mapa en el que se puede ver cuál es, según Mackinder, el Área Pivote:

según Mackinder, el Área Pivote

Para más información sobre esta teoría: Haltford Mackiner, «The Geographical Pívot of History», The Geographical Journal, Londres, 1904, págs. 298-321.

{31} Carlos Marx y Federico Engels, «Manifiesto Comunista», Básica de Bolsillo Akal, Madrid, 1997, especialmente el Prefacio a la Edición Rusia de 1882, págs. 9-11.

{32} Gustavo Bueno, «Notas sobre el concepto de populismo», Revista El Catoblepas, nº 53, julio 2006, pág. 2: http://nodulo.org/ec/2006/n053p02.htm

{33} Javier Pérez Jara, «Cuestiones relativas al Socialismo, la Izquierda y otras ‘categorías políticas’ desde la perspectiva materialista», revista El Catoblepas, nº 54, agosto 2006, pág. 1: http://nodulo.org/ec/2006/n054p01.htm

{34} (D.F.) http://www.filosofia.org/filomat/df229.htm

{35} Gustavo Bueno, «La vuelta del revés de Marx», Revista Nómadas, Sesión inaugural del curso ‘Materialismo histórico y teoría crítica’, 19 de octubre de 2001: http://www.ucm.es/info/eurotheo/materiales/hismat/apertura.htm

{36} David Sweickart, «Democracia Económica: Propuestas para un socialismo eficaz», disponible a través de internet:
http://www.fespinal.com/espinal/llib/es53.rtf

{37} Santiago Javier Armesilla Conde, «Conflicto político y violencia colectiva en el ‘Manifiesto Comunista’ de Marx y Engels y ‘El Estado y la Revolución’ de Lenin», Revista El Catoblepas, nº 69, noviembre 2007, pág. 1: http://nodulo.org/ec/2007/n069p01.htm

{38} Ismael Carvallo Robledo, «El olvido necesario: 1808, las revoluciones hispánicas y el problema americano (1)», Revista El Catoblepas, nº 72, febrero 2008, pág. 4:
http://nodulo.org/ec/2008/n072p04.htm

Bibliografía:

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· «Reformulación de los conceptos de sistema, antisistema, revolucionario, reaccionario y orden establecido», Revista El Catoblepas, nº 68, octubre 2007, pág. 13.

· «Conflicto político y violencia colectiva en el ‘Manifiesto Comunista’ de Marx y Engels y ‘El Estado y la Revolución’ de Lenin», Revista El Catoblepas, nº 69, noviembre 2007, pág. 1.

· «El neofeudalismo», Revista El Catoblepas, nº 72, febrero 2008, pág. 11.

Gustavo Bueno:

· «El mito de la izquierda: Las izquierdas y la derecha», Ediciones B, Barcelona, 2003.

· «Dialéctica de clases y dialéctica de Estados», Revista El Basilisco, 2ª época, nº 30, 2001, págs. 83-90.

· «Predicables de la Identidad», Revista El Basilisco, 2ª época, nº 25, 1999, págs. 3-30.

· «Teoría del Cierre Categorial, Volumen 1: Introducción General, Siete enfoques en el estudio de la ciencia», Pentalfa Ediciones, Oviedo, 1992.

· «Notas sobre el concepto de populismo», Revista El Catoblepas, nº 53, julio 2006, pág. 2.

· «La vuelta del revés de Marx», Revista Nómadas, Sesión inaugural del curso ‘Materialismo histórico y teoría crítica’, 19 de octubre de 2001.

· «España frente a Europa», Alba Editorial, Barcelona, 1999.

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· «Tésis de Gijón: Hacia la séptima generación de la izquierda; necesidades tácticas y necesidad histórica», Revista El Catoblepas, nº 53, julio 2006, pág. 4.

· «El olvido necesario: 1808, las revoluciones hispánicas y el problema americano (1)», Revista El Catoblepas, nº 72, febrero 2008, pág. 4.

José Andrés Fernández Leost, «Nueva derecha: ¿Extrema derecha o derecha divagante?», Revista El Catoblepas, nº 73, marzo 2008, pág. 11.

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