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El Catoblepas, número 76, junio 2008
  El Catoblepasnúmero 76 • junio 2008 • página 15
Libros

Por qué leer a Diógenes Laercio

Carlos Moreno Guerrero

Sobre el libro de Diógenes Laercio, Vidas y opiniones de los filósofos ilustres, traducción, introducción y notas de Carlos García Gual, Alianza Editorial, Madrid 2007, 607 páginas

Rafael, La escuela de Atenas (fragmento), 1509-1510

Uno de los libros griegos que más se han leído a lo largo de la historia es Vidas y opiniones de los filósofos ilustres. En él se expone un panorama de la tradición filosófica griega en el amplio decurso histórico que se extiende desde Tales de Mileto (c.624-c.546 a.C.) hasta Sexto Empírico (acmé 200 d. C.). Diógenes Laercio aporta de cada filósofo detalles biográficos y un rico anecdotario, con el que trata de caracterizarlos psicológica y moralmente; su adscripción a una escuela; así como sus ideas principales y su bibliografía. Busca la interrelación entre la vida y las ideas de cada autor. Característica de las Vidas son las largas listas de obras de los filósofos, de las que en la mayoría de los casos sólo han llegado hasta nosotros sus títulos. El tono del libro desprende naturalidad y muestra un tratamiento de la materia con el objeto de entretener e informar al curioso lector. El carácter de clásico del libro viene dado por el hecho de que su lectura ha sobrevivido diecisiete siglos y porque ha sido y sigue siendo una cantera indispensable para el conocimiento de la historia de la filosofía antigua. Curioso destino el de Diógenes Laercio, escritor de comienzos del siglo III d. C. del que ignoramos hasta sus más elementales hechos biográficos y cuya obra conserva y transmite datos y fragmentos de obras perdidas, muestras significativas del importante legado filosófico de las escuelas cirenaica, académica, peripatética, cínica, estoica, pitagórica, y epicúrea.

Aunque Diógenes trata de mantener un cierto equilibrio en su exposición de las «opiniones» de los filósofos, es desigual su tratamiento de las distintas escuelas, en cuanto a su actitud y en cuanto a su extensión y profundidad. Ordena la exposición de los diferentes autores y escuelas, desde los presocráticos hasta las filosofías helenísticas, partiendo de unas pocas ideas y de un sencillo esquema: la filosofía es una invención griega, con dos inicios: en Anaximandro, la escuela jónica, y en Pitágoras, la escuela itálica; distingue entre los filósofos dogmáticos (a los que define, significativamente, como «los que se expresan sobre las cosas como si fueran comprensibles») y los efécticos (escépticos); y diferencia tres partes en la filosofía: física, ética y dialéctica. Diógenes Laercio no hace explícitas directamente sus preferencias doctrinales. Generalmente se acepta que su posición está alejada de la de Platón, los metafísicos y los estoicos, y más cercana a la de los escépticos y epicúreos. El capítulo más divertido, por el desparpajo y variedad de las anécdotas, es el capítulo relativo a los cínicos; y el más valioso desde el punto de vista de la historia de la filosofía, el dedicado a Epicuro, pues al incluir las denominadas tres Cartas (a Heródoto, Pítocles y Meneceo) y las Máximas Capitales, aseguró una importante conservación textual.

De las Vidas de Diógenes Laercio desde hace más de dos siglos sólo disponíamos de la en su momento estimable traducción al español realizada en 1792 por José Ortiz Sanz, quien en el prólogo a su versión dice: «Apenas hay otro libro antiguo que tantas noticias nos haya conservado de la antigüedad; y es al mismo tiempo su lección tan amena y sabrosa, que quien empieza a leerlo no sabe dejarlo de la mano hasta concluirlo». Esa versión quedó anticuada, contiene imprecisiones y, además, está lastrada por la censura derivada de las concepciones morales del traductor, que, como reconocía en el prólogo a su traducción, le llevaron a de disfrazar palabras o expresiones indecentes y a seguir la doctrina de la Inquisición ante opiniones ajenas a la sana moral cristiana. En la presente versión, Carlos García Gual ha trasladado a palabras actuales, a un excelente español, y sin contaminaciones moralistas el texto de Diógenes Laercio. Veamos alguna muestra de la actualización realizada. En un paso de la carta de Epicuro a Idomeneo, Ortiz Sanz escribe: «tanto es el dolor que nos causan la estranguria y la disentería, que parece no puede ser ya mayor su vehemencia. No obstante, se compensa de algún modo con la recordación de nuestros inventos y raciocinios»; mientras que García Gual da la siguiente versión: «Me siguen acompañando los dolores de la vejiga y del vientre, que no disminuyen el rigor extremo de sus embates. Pero contra todos ellos se despliega el gozo del alma, fundado en el recuerdo de las conversaciones que hemos tenido». Dónde Ortiz Sanz traduce, refiriéndose a Diógenes: «Haciendo una vez en el foro acciones torpes con las manos, decía: ¡Ojalá que frotándome el vientre no tuviese hambre!», García Gual escribe: «Una vez que se masturbaba en medio del ágora, comentó: ¡Ojalá fuera posible frotarse también el vientre para no tener hambre!». Carlos García Gual ofrece un texto fiable, claro y con una frescura que sin duda acrecienta el placer de la lectura. En la presente versión sólo está anotado uno de los diez libros, el libro de los cínicos, si bien García Gual anuncia para más adelante una versión totalmente anotada.

Con la recepción crítica de la obra de Diógenes Laercio ha habido muchos malentendidos, el principal de todos ellos juzgarla exclusivamente como si se hubiera tratado de una historia de la filosofía o de las ideas dirigida a filósofos o profesores, a la que se pudiera exigir un rigor metodológico y crítico académico, en lugar de considerarla como lo que parece que quiso y pudo hacer el autor, un curioso impertinente, un escritor orientado literariamente, que pretendió informar sobre una tradición y entretener, y que no obstante aportó fuentes y textos para el trabajo filosófico posterior. El libro ofrece entretenimiento para el curioso lector hedónico, y una mina incomparable para el estudio de la historia de la filosofía. Desde la filología se ha calificado a Diógenes Laercio de «amontonador de opiniones», «chismorreador superficial y fastidioso» (Hegel), «vulgar plagiario», y Jonathan Barnes ha constatado que «es un lugar común entre los estudiosos tomar a Diógenes por un imbécil». También es cierto que ha contado con los elogios de lectores admirables como Michel de Montaigne o Friedrich Nietzsche. La lectura de las Vidas ha sobrevivido pese al monumental varapalo crítico de que ha sido objeto.

Un importante valor añadido de la ejemplar edición de García Gual, uno de nuestros más importantes humanistas, director de la extraordinaria serie helénica de la Biblioteca Clásica Gredos y poseedor de un envidiable olfato para detectar textos con encanto, es su espléndido ensayo introductorio: Los discretos encantos de Diógenes Laercio. Reivindicación de un erudito tardío, que informa con competencia de los avatares críticos del libro y del estado actual de la cuestión laerciana, de innegable revalorización, además de reivindicar razonadamente los atractivos de la lectura actual de Diógenes Laercio. Para García Gual el libro es «uno de los textos más atractivos del legado helénico, por su información minuciosa, desde luego, pero también por su amenidad; y por su bagaje filosófico y literario, por sus muchísimas noticias sobre los sabios antiguos, si no por su pedestre estilo». La lectura de García Gual tiene una orientación coincidente con la que ya anticipó Fernando Báez –el autor de la indispensable Historia universal de la destrucción de libros (Destino, 2004)– en Diógenes Laercio o la indiscreción satisfecha (en la desaparecida revista Casi Nada, número 30, septiembre 1998, http://solotxt.brinkster.net/csn/30diogen.htm), quien confesó que las seis o siete relecturas que ha hecho de las Vidas le han deparado siempre una «felicidad inexplicable», y quien concuerda con la aguda observación de Robert Genaille –traductor de las Vidas al francés–, de que el testimonio de Laercio, «semejante a los de Luciano, Aristófanes, Tucídides, restituye a los griegos antiguos un carácter de normal humanidad en contraposición con quienes sólo desean ver en ellos superhombres...».

La escritura de Diógenes Laercio se caracteriza por su sobriedad, su sencillez, su falta de pretensiones y la variedad de registros que presenta. Escribe para que se le entienda, si bien en su libro menudean las incorrecciones y descuidos. En la parte biográfica, el libro es una crónica desprejuiciada, indiscreta, ligera, a ratos punteada por el humor, que huye de idealizar a los filósofos y logra dar detalles que los humanizan y los acercan al lector. Tras escuchar a uno que leía el Lisis de Platón, comentó Sócrates: «¡Por Heracles!¡Qué montón de mentiras cuenta de mí ese jovenzuelo». Y cuando Aristóteles se separó de Platón, comentó éste: «Aristóteles da coces contra mí, como los potrillos recién nacidos contra su madre». Más que a la obra de un historiador o ensayista, las Vidas se acercan a lo que hoy es una crónica periodística, y en ocasiones recuerda a la crónica rosa –de Zenón, por ejemplo, se dice que «raramente tuvo tratos con muchachos, y sólo una o dos veces con una meretriz para no pasar por misógino»–, o a la de denuncia: Bión «acostumbraba a tomar como hijos adoptivos a algunos muchachos para servirse de ellos en sus placeres...». Explica Diógenes las variaciones del carácter de los personajes sin reparar en el tamaño de la indiscreción en que incurre: de Periandro cuenta, siguiendo a Aristipo, que «su madre Cratea estaba enamorada de él y se unía con él en secreto, y él se complacía. Pero al descubrirse el incesto, se volvió severo contra todos, a causa del remordimiento por quedar descubierto».

En ocasiones el dato biográfico ilustra cómo cada orientación filosófica se manifiesta en un modo de vida peculiar. Otras veces el comportamiento cotidiano es un contrapunto cómico o irónico respecto de las ocupaciones teóricas: «Se dice que (Tales) salía de su casa acompañado de una vieja para contemplar las estrellas y cayó en un pozo. Cuando se lamentaba, la vieja le dijo: Y tú, Tales, que no puedes ver lo que tienes ante tus pies, ¿crees que vas a conocer las cosas del cielo?». Cuenta Diógenes de Laercio que Diógenes (de Sinope): «se extrañaba de que los matemáticos estudiaran el sol y la luna y descuidaran sus asuntos cotidianos. De que los oradores dijeran preocuparse de las cosas justas y no las practicaran jamás». En otros casos se ilustran los entrecruzamientos entre la vida filosófica y los demás aspectos del vivir: discutía Estilpón con Crates cuando aquél se marchó a toda prisa a comprar pescado, ante lo que éste le preguntó: «¿Abandonas el razonamiento?», a lo que respondió Estilpón: »Yo no. Mantengo el razonamiento, pero te dejo a ti. Porque el argumento se mantendrá, pero el pescado van a venderlo». Tampoco renuncia Diógenes a incorporar historias inverosímiles, como la que atribuye a Epiménides el haberse quedado dormido en una cueva durante cincuenta y siete años, al cabo de los cuales despertó y reanudó su vida con naturalidad.

En suma, la presente edición de las Vidas permite disfrutar de la grata lectura de una excelente y actualizada versión de las biografías, historias, anécdotas, ideas, opiniones y sentencias de ochenta y tres filósofos de la tradición helénica clásica, una tradición que influye en nuestro mundo y que es reconocible en nuestra vida cotidiana.

 

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