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El Catoblepas, número 76, junio 2008
  El Catoblepasnúmero 76 • junio 2008 • página 19
Libros

Bernardo del Carpio
y la batalla de Roncesvalles

Iván Vélez

Sobre el libro de Vicente José González García,
Bernardo del Carpio y la batalla de Roncesvalles, Oviedo 2007

«Se da un paso más si es corta la espada»
Bernardo del Carpio

Vicente José González García, Bernardo del Carpio y la batalla de Roncesvalles, Oviedo 2007 Con motivo de las conmemoraciones englobadas bajo el rótulo Oviedo Doce Siglos, la Fundación Gustavo Bueno ha tenido a bien editar el libro Bernardo del Carpio y la batalla de Roncesvalles,{1} obra debida a don Vicente José González García en la cual el historiador asturiano concentra y sistematiza todos los trabajos que con ejemplar tenacidad y rigor ha llevado a cabo durante las últimas cuatro décadas en torno a la figura del héroe carpiano.

Los fastos ovetenses se articulan en torno a dos centenarios: el primero de ellos será la Batalla de Roncesvalles en la que Bernardo del Carpio, sobrino de Alfonso II el Casto venció al héroe francés Roldán, sobrino de Carlomagno; el segundo, otro episodio bélico, será la Guerra de la Independencia, también contra el francés, de la cual se cumplen los doscientos años de su inicio.

La tesis fundamental del libro consiste, a grandes rasgos, en la demostración de que en Roncesvalles ocurrieron dos batallas, una en el año 778, llamada del Yugo de los Pirineos, acaecida en la cara francesa de los Pirineos, en la que las tropas de Carlomagno son derrotadas por los gascones y a la que ni Bernardo ni Roldán, por ser todavía niños, asistieron; y otra, la verdadera Batalla de Roncesvalles, en suelo español, en la cual se produce la catástrofe francesa con la célebre muerte de Roldán a manos de Bernardo del Carpio que, unido en alianza con las tropas musulmanas de Marsilio, ataca al ejército carolingio.

El libro, sustentado en un impresionante aparato documental, es un claro ejemplo de investigación histórica apoyada en relatos y reliquias a la manera que expone Bueno en su ya clásico artículo «Reliquias y relatos: construcción del concepto 'historia fenoménica'».{2} En efecto, González García muestra a lo largo de las páginas del libro su constante recurrencia a relatos (cantares de gesta, crónicas y documentos escritos de diversa índole) y a reliquias institucionales de la época que han sobrevivido al paso del tiempo (obras arquitectónicas, tumbas, joyas, espadas, &c.). Con este abundantísimo material, el autor procederá al cruzamiento de pruebas y a la aplicación de una correcta cronología para ir desbrozando su camino de confusiones y erróneas interpretaciones. Mediante este proceder, el autor reconstruye el árbol genealógico de la monarquía asturiana hasta su interrupción en la figura del rey Alfonso II el Casto. La falta de descendencia de éste, debido a ser «quito de mujeres», propiciaría el ofrecimiento del reino a Carlomagno, hecho que, unido al cautiverio al que tenía sometido el rey al padre de Bernardo, Sancho Díaz, conde de Saldaña –casado «a furto» con Jimena, hermana de Alfonso– propiciaría el distanciamiento del guerrero con su tío, hasta el punto de llegar a afincarse en León, desde donde combatiría al propio monarca antes de su alianza con los musulmanes para atacar a Carlomagno en la célebre batalla pirenaica.

De la ausencia de descendencia de Alfonso II, González García deduce una explicación para la ausencia de Bernardo en numerosas crónicas posteriores. La línea dinástica ramirense, tras su ascenso al trono, habría propiciado la ocultación de pruebas, borrando a Bernardo, legítimo aspirante al trono, de la documentación.

Por lo que respecta a la batalla, el error que habría propiciado la interpretación de la figura de Bernardo como un personaje meramente literario, como una contrafigura creada ad hoc del héroe francés, Roldán, partiría, como hemos dicho más arriba, entre otros factores que analizaremos más adelante, de la confusión entre la batalla del año 778, o del Yugo de los Pirineos, con la del año 808, la verdadera Batalla de Roncesvalles. González García, sin embargo, demuestra la existencia de dos batallas mediante la utilización de varias fuentes en las cuales se hace referencia a una batalla anterior, lo cual prueba la existencia de una segunda. En el Poema de Fernán González, cantar de gesta compuesto posiblemente en el siglo XI, aparecen los siguientes versos:

«Fueron a Zaragoza a los pueblos paganos,
Besó Bernald del Carpio al rrey Marsil las manos...
Touo la delantera Bernaldo es(s)a vez,
Con gentes espannoes, gentes de muy gran(d) prez,
Vencieron es(s)as oras frrancesas rrefez
(byen) fue es(s)a mas negra que la primera vez...»{3}

Por su parte, García de Góngora y Torreblanca ya en el año 1628 refiere lo que sigue:

«De algunas entradas que Carlo Magno hizo en su tiempo en España, las dos fueron por la parte de Roncesvalles, la una el año 778 y la otra el año 809 que fue 31 años, después siendo ya creado por Emperador de Occidente, por León II el qual padeció, dos rotas en diferentes tiempos, aunque ay varias opiniones sobre esto, porque algunos dicen en sus escritos, y en particular Fray Antonio de Yepes, en las Centurias de S. Benito, que la primera la hicieron solos los Bascongados destas montañas y niega la segunda rota, mas otros afirman constantemente, que en la segunda del año 809 murió Roldán de edad de quarenta y dos años, con otros de los Doce Pares, y personas señaladas de Francia, y que en la primera no se pudo hallar, por no tener aun onze años cumplidos.»{4}

Será precisamente la derrota de 778 la que propicie el final de Roldán, pues Carlomagno, tomando buena nota de lo ocurrido en el Yugo de los Pirineos, habría dejado a Roldán con sus tropas cubriendo la retaguardia de su ejército en su regreso a Francia desde la Marca Hispánica, circunstancia aprovechada por Bernardo para el ataque. González García añade datos de las consecuencias que tendría este segundo fracaso. Años más tarde, Ludovico Pío, hijo de Carlomagno, en un nuevo paso por Roncesvalles, se habría protegido de posibles ataques mediante el uso de escudos humanos, en concreto de mujeres y niños vascos que habrían cubierto su paso hacia tierras francesas evitando así un nuevo ataque hispano.

Tras estas consideraciones, creemos que es imprescindible abordar un aspecto esencial en el asunto carpiano, nos estamos refiriendo a su valor simbólico, a su carácter de héroe mítico que encarnaría algunos de los atributos esenciales de los españoles. Gustavo Bueno, en su artículo «Bernardo del Carpio y España»,{5} tratará al héroe desde la perspectiva del Imperio Español ya prefigurado desde los inicios de la monarquía asturiana. Así, afirmará que:

«El significado histórico y, por tanto, la historicidad formal de la figura de Bernardo del Carpio deriva de su inserción en la tradición canónica española.»

Abundando en estas tesis, y al margen de la historicidad material de Bernardo, hemos de señalar que dicha historicidad, que ahora González García refuerza con esta obra, no se cuestionó hasta el siglo XVII. Por todos es conocida la reivindicación que de él hace don Quijote. El personaje cervantino, si bien pondera sus hazañas, no duda de su existencia en ningún momento:

«En lo de que hubo Cid no hay duda, ni menos Bernardo del Carpio, pero de que hicieron las hazañas que dicen, creo que la hay muy grande.» (cap. XLIX).

El interés mostrado por el escritor alcalaíno en torno a la cuestión carpiana queda patente en el hecho de que cuando la muerte le sorprendió, tenía muy avanzada una obra que se llevaría por título El famoso Bernardo. A este proyecto inacabado hemos de añadir otra conexión entre Cervantes y Bernardo del Carpio: su conocida asistencia a la madrileña Academia de los Nocturnos, patrocinada por Diego Gómez de Sandoval, conde de Saldaña, y descendiente, por lo tanto, del propio Bernardo. Nada hay, sin embargo, de particular en este interés mostrado por el autor del Quijote, pues otros escritores de la época apreciaban la figura del legendario héroe, destacando entre ellos el mismo Lope de Vega, que se ufanaba de su segundo apellido: Carpio. Al margen de estas dos figuras, numerosos escritores coetáneos tratarán de Bernardo en sus obras, personaje convertido ya en arquetipo de héroe español que se enfrenta, además, al enemigo francés. No hemos de olvidar que Francia era por entonces aliada del Turco al que se derrota en Lepanto.

Sin embargo, y a pesar de la reivindicación cervantina, será a finales de su siglo cuando la figura del Bernardo real comience a difuminarse para abrir paso a un Bernardo literario y fabricado como contrafigura hispana del Roldán francés, de cuya existencia, sin embargo, nadie dudará.

La época en que comienza este fenómeno coincide con un Imperio español ya «cerrado», un imperio que ya conoce sus límites, unas fronteras tras las cuales comienza el desarrollo de imperios depredadores tales como el inglés o el holandés. Para interpretar esta situación creemos pertinente recurrir a otro trabajo de Bueno, en concreto el capítulo final del libro España no es un mito,{6} que lleva por título «Don Quijote, espejo de la nación española» donde el filósofo español sostiene la tesis de que Cervantes reivindicaba con su personaje no sólo la figura de Bernardo del Carpio o El Cid, sino también los que como éstos, y con un océano y varios siglos de por medio, continuarían el ortograma político imperial en el Nuevo Mundo. Nos estamos refiriendo a los Cortés, Pizarro, Orellana, &c., a los que el propio don Quijote hará alusión en diversas ocasiones contraponiéndolos a los héroes ficticios que pueblan los libros de caballerías. Sería con el decaimiento de este ortograma expansionista, cuando estas figuras perderían su sentido y se harían innecesarias, incluso incómodas, y por lo tanto, sus trayectorias podrían pasar al plano de la fabulación.

En contraposición con el curso seguido por el Imperio español, cuya fecha de defunción, coincidente con el nacimiento de los modernos nacionalismos fraccionarios, situamos en el año 1898 tras la pérdida de las provincias de ultramar, el Imperio carolingio, de mayor brevedad en el tiempo, tuvo un desarrollo mucho más débil, tanto en su componente expansivo, como en la propia cohesión interna del mismo. Nos explicaremos. El Imperio carolingio tiene como punto de partida la fabricación de la «Donación de Constantino», urdida en el año 754 por el papa Esteban II y Pipino. El final de dicho imperio se situará en el año 870, cuando éste es finalmente dividido entre Carlos el Calvo y Luis el Germánico mediante el Tratado de Meersen.

Al margen de su duración, el imperio carolingio distó mucho de tener la consistencia del hispano, pues tras la muerte de Carlomago en el año 814, su sucesor, Ludovico Pío, dividirá sus posesiones entre sus tres hijos (Pipino, Lotario y Luis), a los que se añadirá posteriormente Carlos, fruto de un matrimonio posterior al fallecimiento de su primera esposa. La inclusión de este cuarto heredero en el reparto de los territorios se tradujo en guerras civiles que fragmentaron el imperio hasta su desaparición como tal y dieron paso, además, a un acusado feudalismo de cuyos efectos, Cataluña, integrante de la Marca Hispánica, tardaría en librarse. Desde nuestras posiciones, consideramos que la disgregación del Imperio carolingio, al margen incluso de la superchería de la «Donación de Constantino», que habría tenido importantes efectos funcionales en su época, vendría producida por la ausencia de un programa expansionista, bien generador, bien depredador. Carencia esencial que comprometería, incluso, su calificación de imperio. Esta es la gran diferencia entre ambos imperios, pues en el caso del español, la presencia en el horizonte de los sarracenos, un horizonte que acabaría teniendo escala mundial, obligaba a continuar el avance en un intento de recubrimiento global.

Tras lo expuesto, consideramos que la importancia de este Bernardo del Carpio y la batalla de Roncesvalles que acaba de salir de la imprenta, habremos de buscarla en la inserción de esta obra dentro de una reconstrucción de la Historia de España que vaya en la línea apuntada anteriormente y frente a la que desde hace siglos se ha ido levantando, apoyada a menudo en argumentos y personajes mucho más confusos y oscuros que los tratados, una demoledora maquinaria conocida como Leyenda Negra.

Celebramos, por tanto, la publicación de esta obra que rescata los perfiles reales de un personaje histórico que, si bien mitificado, mantiene y recupera su fortaleza, virtud de la que carecen otros héroes míticos e inventados tales como los jaunes zurias, breoganes y duendes culebros que pueblan los panteones de las no menos míticas naciones de las que son sus pretendidos fundadores.

Notas

{1} Vicente José González García, Bernardo del Carpio y la batalla de Roncesvalles, Fundación Gustavo Bueno, Oviedo 2007, 269 págs.

{2} Gustavo Bueno, «Reliquias y relatos: construcción del concepto 'historia fenoménica'», El Basilisco (Oviedo), nº 1 (marzo-abril 1978), págs. 5-16.

{3} Vicente José González García, op. cit., pág. 80.

{4} Vicente José González García, op. cit., pág. 200.

{5} http://nodulo.org/ec/2008/n072p02.htm

{6} España no es un mito. Claves para una defensa razonada (Ed. Temas de hoy, Madrid, 2005), págs. 241-290.

 

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