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El Catoblepas, número 80, octubre 2008
  El Catoblepasnúmero 80 • octubre 2008 • página 10
Artículos

Una introducción al pensamiento estético
de Antonio Caso y José Vasconcelos

Raúl Trejo Villalobos

La ampliación de la geografía de la experiencia estética en la época moderna y la fundación del pensamiento estético en México

Antonio Caso (1883-1946)José Vasconcelos (1882-1959)

Antonio Caso (1883-1946) y José Vasconcelos (1882-1959) son, sin lugar a dudas, los fundadores del pensamiento filosófico contemporáneo en México. Desde dentro de la academia (Caso) o fuera de ella (Vasconcelos), ambos crearon sus respectivos sistemas filosóficos; ambos reinstalaron la metafísica, después de cuatro décadas de positivismo. Como punto de partida, los dos sistemas son similares en cuanto inician con una filosofía de la naturaleza y/o cosmología, de acuerdo a su tiempo. En cuanto al punto de llegada o la finalidad última de la existencia, toman caminos distintos. En este sentido, si bien es cierto que los dos comparten una concepción cristiana del mundo, también es cierto que, mientras para Caso el camino es de lo estético a lo ético, para Vasconcelos lo es de lo ético a lo estético. La obra capital del sistema de Antonio Caso lleva por título La existencia como economía, como desinterés y como caridad y fue editada en 1916, 1919 y 1943. A diferencia de éste, el sistema de Vasconcelos consta de tres volúmenes: Tratado de metafísica (1929), Ética (1932) y Estética (1935){1}.

No obstante que las ideas centrales de la filosofía de Caso se encuentran en el texto antes citado, cabe advertir que publicó, entre otras obras, dos textos sobre temas estéticos: Principios de estética (1925 y reeditado en 1944) y Dramma per música (1920).

Ahora bien, lo que enseguida presentamos tiene como propósito no ir más allá de lo que ya señala el título de nuestro trabajo. Para ello, primero exponemos el pensamiento estético de Antonio Caso; después, pasamos con el de Vasconcelos; y, finalmente, agregaremos algunos comentarios.

La estética de Antonio Caso

La doctrina estética de Antonio Caso es entendida, al mismo tiempo, como la existencia en tanto que desinterés. Procede de la existencia como economía o como egoísmo y antecede a la existencia como caridad. De un extremo a otro, la existencia se explica con una doble fórmula: la primera de éstas consiste en el mínimo de esfuerzo y el máximo de provecho; la segunda, en el máximo de esfuerzo y el mínimo de provecho. Entre una y otra, el arte y la visión artística del mundo rompen la ley del menor esfuerzo y crean las condiciones para el cumplimiento del máximo esfuerzo: el darse por el darse, el sacrificio, la caridad.

Las tesis centrales de la doctrina estética del autor que estamos tratando en sí mismas constan básicamente de dos partes: la teoría de la intuición creadora y la teoría del arte. En la primera de éstas se abordan una introducción cosmológica a la estética, mediante la idea de la demasía vital, misma que explica, a su vez, una teoría del juego y el arte. Se abordan, además, las teorías de la intuición creadora y de la empatía (Einfühlung o proyección sentimental) tanto en una fase contemplativa como en una expresiva. En la segunda de éstas, la teoría del arte, la axiología o los valores estéticos, la clasificación de las artes, la psicología del placer estético y el arte como fenómeno social.

No queremos dejar de señalar que hay una tercera parte. En ésta, Antonio Caso expone un conjunto de ideas y apreciaciones sobre el arte contemporáneo (principios del siglo XX), mismo que concibe como decadente.

Teoría de la intuición estética

¿Qué es lo que explica la existencia del arte en la vida del hombre? Para responder a esta pregunta, Antonio Caso cree conveniente empezar por una ley cosmológica: «el incremento cuantitativo de la causa, produce no sólo la multiplicación correlativa de los efectos, sino su diferenciación cualitativa.»{2} En el mundo de la naturaleza –es decir, en la física, la química y la biología- esta ley explica la creación y la producción de fenómenos nuevos en la naturaleza misma. Esta ley, sin embargo, también es aplicable a la vida y la historia del hombre y de la sociedad: el crecimiento de la población creó no solamente más población sino también un crecimiento de necesidades, además de una diversificación en los modos de producción.

Una variante de esta ley explica la existencia del juego y el arte en el mundo biológico: la demasía vital o la potencia superflua es «el incremento de la causa…» Por ejemplo, el hombre o cualquier animal, después de que atiende y satisface sus necesidades vitales y todavía tienen un excedente de energía, juega o hace otra cosa que no atienda a dichas necesidades. Pero entre el animal y el hombre, hay una diferencia significativa: el paso del juego a la intuición estética: «el rompimiento de la ley animal, merced a la transformación del instinto de juego, en una facultad nueva: la intuición estética.»{3}

Al decir de Caso, la teoría de la intuición estética tuvo una primera fase cuando Kant planteó el carácter de finalidad sin fin del arte y la belleza, tuvo una segunda fase cuando Schopenhauer planteó el desinterés –entendido éste como un alto momentáneo en el incansable querer de la voluntad- y tuvo una tercera fase, de consolidación, cuando Bergson plateó a la intuición como una manera de conocimiento distinta a la del conocimiento racional y científico.

En este momento, es preciso señalar (o reiterar) que en la existencia como economía, para Caso, la vida, en general, es interés, lucha, egoísmo; y el conocimiento racional, en particular, también lo es: lo uno y lo otro se caracterizan por ser un «propósito esencial de acaparamiento».

De aquí que exista, a su vez, otra diferencia significativa, ya no entre el animal y el hombre, sino en el hombre mismo: el científico y el artista. Mientras el primero se rige por la ley del menor esfuerzo, por la existencia como economía, –es decir, conoce por un interés específico y reduce a fórmulas–, el segundo se rige por un pensamiento intuitivo, desinteresado, contemplativo: conoce las cosas en su individualidad.

Desde esta perspectiva, «la contemplación estética, fundada en el desinterés, implica la potencia superflua que la hace posible. Distingue, suficientemente, el arte del juego; pero no basta a explicar, sin la Einfühlung, ese poderoso movimiento total del espíritu, que termina, victoriosamente, en la expresión de la intuición estética, en la obra de arte como ser diverso del artista creador.»{4}

He aquí, pues, la segunda parte de la teoría de la intuición estética: la de la proyección sentimental. Si en la primera parte la teoría de la intuición atiende tanto al juego como al arte, en esta segunda se atiende, grosso modo, al arte como a la mística.

En este punto, Antonio Caso no pasa por alto, entre otras cosas, la difícil cuestión de la relación entre el espíritu y la materia que ha existido en la historia del pensamiento; o, dicho en términos estéticos, el problema de la interiorización y exteriorización del alma.

Según el filósofo mexicano, siguiendo en esto a T. Lipps en un sentido básico, la proyección sentimental es una identificación de un sujeto sobre un objeto. Y, siguiendo parcialmente a Kant –en lo que concierne a la apercepción trascendental– no toda proyección sentimental es estética: existen, además, una lógica y una mística-religiosa.

«Toda creación –ya sea una teoría científica, una obra de arte o un culto religioso– procede de una exteriorización del alma, que se aplica, insistentemente, sobre lo que la incita o conmueve»{5}. En este sentido, por un lado, sin apercepción trascendental –base del entendimiento, en el sentido kantiano del término–, sin proyección del yo puro, no hay lógica; y, sin la proyección del yo empírico, por otro lado, no hay estética; sin la proyección del temor y la esperanza en la naturaleza y sin la proyección de la admiración del hombre sobre algunas cualidades de algunos animales, no hay mito, mística, religión.

Teoría del arte

De esta parte, las dos ideas que nos parecen importantes para desarrollar son las que conciernen a la de los valores y la de la clasificación de las bellas artes.

Con respecto a la primera tenemos que señalarla diciendo que en la discusión que se dio a inicios del siglo XX entre el ser y el valor, el filósofo mexicano tomó una postura de manera categórica: «nos es imposible concebir algo que valga sin ser.» Desde esta perspectiva, la belleza, así como lo fue para Kant, es el valor estético por antonomasia.

Con respecto a la clasificación de las artes y los sentidos estéticos, Caso parte de la tesis, comúnmente aceptada, que había planteado Hegel, pero no las admite, no las acepta. Es decir, no acepta que existan sentidos intelectuales (vista y oído) y sentidos que deban ser excluidos porque son sentidos desprovistos de toda ingerencia en el mundo de la belleza. Volviendo a algunas ideas de su sistema, dice: «los sentidos, primordialmente, hubieron de servir, con probabilidad máxima, a fines no estéticos ni intelectuales, sino para asegurar el éxito de la vida en cada ser viviente; procurando su inserción, cada vez más eficaz y perfecta, en las condiciones del ambiente. La vista y el oído, como el olfato y el gusto, como el tacto, están involucrados en la acción de vivir, y sólo por excepción pueden prestarse a fines estéticos. Pero la potencia superflua, la demasía vital acumulada, realiza la posibilidad de lograr que los órganos consagrados y elaborados para el cumplimiento de fines egoístas y biológicos, puedan no obstante, servir de asiento y conducta a la contemplación desinteresada de la realidad, a la proyección sentimental del espíritu, a la intuición poética.»{6} A partir de lo anterior, Caso considera que la clasificación de las artes de Hegel, no es sino una clasificación subjetiva. Pero no sólo eso. Tomando en cuenta o partiendo del supuesto de que el fin del arte es «la expresión de la individualidad en movimiento», plantea un ordenamiento objetivo que se fundamenta en la intuición estética, de la siguiente manera:

I. Artes de la vista (representan «el ser que se ha movido»): arquitectura, ornamentación.

II. (o bien que representan «el ser que se mueve»): escultura, pintura.

III. Artes de ambos sentidos: (vista y oído). (Representan «el ser y su movimiento»): Danza, drama.

Junto con esta clasificación, finalmente, es preciso señalar que A. Caso critica a Hegel en el sentido de que en el arte no puede haber jerarquías. Lo que en todo caso habría, y este es otro punto de su clasificación, son artes puras e impuras. Dentro de éstas, considera a la caricatura, la oratoria, la historia y la crítica. La razón por la cual las considera impuras consiste en que éstas son una expresión de la intuición desinteresada, pero llevan, aunque sea en un grado menor que la ciencia, implícitamente, un fin intelectual.

La estética de José Vasconcelos

La doctrina estética de José Vasconcelos, al igual que la de Antonio Caso –como ya dijimos- está inscrita en un sistema metafísico: el monismo estético. En un primer momento de éste, en su cosmología, nos refiere que la totalidad de la existencia, de la realidad, está compuesta por tres órdenes o ciclos de una misma sustancia, la energía: la materia, la vida y la conciencia. Aunque es una la sustancia, cada uno de éstos órdenes o ciclos de la energía tienen una forma peculiar y una dinámica. Para referirnos a éstos en otros términos, podemos hacerlo de la siguiente manera: el mundo del átomo, el mundo de la célula y el mundo de la conciencia. El primero es una estructura que se caracteriza por el acto repetición, el segundo es un organismo que se caracteriza por el acto finalidad y el tercero es una conciencia, que se caracteriza por ser un espíritu creador.

En un segundo momento, nos refiere particularmente, lo siguiente: «Algo de las tres etapas cósmicas se repite abreviadamente en el vivir de nuestra conciencia, desplegado según se sabe, en los procesos que siguen: Inteligencia que discierne y ordena los hechos y las cosas, según la índole de nuestra sensibilidad. Vida que nos obliga a consumar actos, a inventar dispositivos y planes, mediante juicios de conducta cuyo propósito difiere del propósito de realidad física y al transformarla engendra realidad ética o el mundo del querer. Se sustituye, de esta suerte, al mundo de lo que es, el mundo de lo que debiera ser, el cual no sólo es descubrimiento nuestro, sino también obra nuestra, invención de nuestro anhelo. En tercera y más alta categoría viene el proceso genuino del espíritu. En él nuestra actividad se desenvuelve, creando con la imaginación, arreglos poéticos sin equivalente en la realidad física, componiendo situaciones y previendo el estado sobrenatural, y dichoso de la energía, cuando conquista la gracia o adviene a ella.»{7}

Las ideas centrales de la estética de Vasconcelos en sí mismas consta de una gnoseología estética (en la que se expone el conocimiento sensorial, intelectual y emocional), la tesis del a priori estético (en la que se expone primordialmente la interpretación musical del mundo –el ritmo, la melodía y la armonía–; y, las categorías de la belleza –lo apolíneo, lo dionisiaco y lo místico) y la clasificación de las bellas artes (Plástica, danza, música, poesía, liturgia).

El a priori estético

«El esquema estético –dice Vasconcelos– no es un sistema cerrado como el lógico, por la sencilla razón de que da cuenta, no de simples objetos que cualquier geometría engloba más o menos, sino de una realidad cambiante y más rica que la objetiva, la realidad del espíritu. A este desenvolvimiento se le ha llamado libre y desinteresado, lo que es un error porque también tiene su ley. Para encontrarla acudimos al sistema de pensamiento específico que nosotros denominamos el a priori estético. El cual por primera vez, que yo sepa, se estudia aisladamente y se fundamenta como lo hago en la presente obra.»{8}

Tres comentarios nos sugiere la cita anterior: primero, la similitud entre Vasconcelos y Caso en cuanto a diferenciar a la lógica y el pensamiento racional de la estética; segundo, la diferencia entre uno y otro en cuanto a la fundamentación de la estética: la existencia como desinterés y el a priori estético; y, tercero, el anuncio del a priori estético como algo novedoso, el anuncio de su aporte más importante a la filosofía estética, según repetirá años más tarde el autor.{9}

A manera de introducción al a priori estético debemos resaltar que éste se fundamenta, epistemológicamente, en el conocimiento emocional, mismo que se distingue del empírico-sensorial y del abstracto racional. O, lo que es más, se fundamenta en la emoción. Según Vasconcelos, ésta es el fondo común de toda existencia y todo filosofar: pensar la cosa, dice, es incorporarla en el seno de la emoción.

Desde la perspectiva del a priori estético como tal, comenta Vasconcelos que los elementos propios de la estética son, por un lado, las imágenes; y, por otro, las formas específicas de la conciencia artística –un equivalente a las ideas y los conceptos en las filosofías racionalistas e idealistas–: ritmo, melodía y armonía.

La cuestión primordial del a priori estético, sin embargo, está en aquello que precede a las imágenes y las formas de la conciencia artística: un sexto sentido, el sentido estético por excelencia: el sentido de la orientación.

Vasconcelos advierte que éste es un sentido interno, a diferencia de los sentidos que nos mantiene en contacto con la exterioridad: el tacto, el gusto, la vista, el oído y el olfato (sentidos que se caracterizan por ser, al decir del autor, pre-estéticos). El sentido de la orientación, afirma más adelante, es aquel del que dependemos para que «atinemos con el tipo de acción, el tono vibrátil, el timbre sonoro que mejor realiza nuestra comunión con los objetos o las imágenes.»{10} Es este sentido, pues, el que «nos pasea por las rutas de la sensibilidad espiritual, y nos asoma al mundo de la esencia.»{11} Pero, sobre todo, es éste el que fundamenta las categorías de la belleza.

De acuerdo a esto último, creemos conveniente traer a colación un comentario de uno de sus estudiosos. Según éste, la estética para Vasconcelos no es la ciencia de la belleza, según reza una definición que se ha planteado tradicionalmente, sino la ciencia que realiza la transmutación de seres y cosas al plano del espíritu.{12} De hecho, esta idea la vemos en un brevemente pero significativo comentario que hace para definir su sistema filosófico. En este dice: «Concebía una esencia multiexpresiva, que llamamos materia si la tocamos con los sentidos y la calculamos con el número, pero que se vuelve espíritu cuando la contemplamos con la conciencia o la amamos con el corazón.»{13}

Con respecto a la cuestión de la belleza, sin embargo, necesitamos agregar que si bien no es la cuestión de mayor importancia, tampoco la excluye; o, mejor dicho, no excluye una categorización de la misma.

Las categorías de la belleza, pues, son: lo apolíneo, lo dionisiaco y lo místico. Éstas, a su vez, son las que permiten reformular la idea hegeliana de que el arte se divide en tres grandes periodos históricos, simbólico, clásico y romántico; y, además, formular una clasificación de las bellas artes.

Con respecto a lo primero, dice Vasconcelos que lo clásico es todo lo «que subordina el asunto a la forma, sin redundancias ni faltas. En este sentido es clásico todo arte apolíneo, así como resulta báquico o dionisíaco, todo arte romántico, trabajado por el desequilibrio, el ímpetu de las pasiones.» Y, agrega: «el arte místico es sublime, porque en él se sobrepone el asunto a la forma, no por incapacidad del artista, sino por superioridad, inefabilidad de lo interpretado».{14}

Lo más importante de todo esto, según alcanzamos a ver, consiste en que las artes particulares, no están ordenadas según lo planteó Hegel, sino que cada una de éstas pueden recorrer los tres momentos, lo apolíneo, lo dionisiaco y lo místico en las distintas culturas que han existido en diferentes momentos históricos. Por ejemplo, Grecia no se caracteriza por ser nada más clásica o apolínea –en el sentido de Vasconcelos–. Se caracteriza por ser también dionisiaca –o romántica–, aunque no alcanzó, al decir del filósofo mexicano, lo místico.

Con respecto a lo segundo, la clasificación de las bellas artes, en un momento, Vasconcelos ofrece una clasificación abreviada. En ésta, ordena a las artes de la siguiente manera: plástica, danza, música, poesía, liturgia. Pero en otro momento, y tomando en cuenta a las categorías de la belleza, las ordena de la siguiente manera: I. Artes apolíneas (artes de la imaginación): dibujo, talla, pintura, escultura, canción; II. Artes dionisiacas (artes de las pasiones): danza, poesía, teatro, tragedia, literatura, música; y, III. Artes religiosas y místicas: danza religiosa, música sacra, arquitectura religiosa y poemas universales.

«Según se ve –dice–, hay artes que participan de los tres estadios como la música, que va de la canción primitiva, a la composición sacra; la arquitectura que comienza en el monolito conmemorativo, y termina en la cúpula bizantina. Otras artes más especializadas corresponden a una sola etapa; por ejemplo: la tragedia, que sólo es dionisiaca, pues no supera los conflictos de la voluntad. O como la liturgia, que aunque tiene antecedentes en los ritos primitivos, conserva el sentimiento del poder trascendental.»{15}

Con la idea de cerrar este apartado, sólo queremos señalar, por un lado, que, como filósofo del continente hispanoamericano, su clasificación incluye el arte precolombino de los mayas; y, por otro lado, que el paso de la estética a la mística lo plasma sobre todo, en la liturgia de la iglesia católica. O, aun más, identifica a la estética con la mística bajo el signo del ordo amoris de San Agustín. Con esto, concluye: «Lo bello no es paradigma del arte, ni su necesidad, sino el resultado del movimiento que sigue las leyes y secuencias del ordo amoris. Las formas exteriores de este ordo amoris son la melodía, el ritmo, la armonía. La tarea del arte es una imitación de la obra redentora de Dios, una participación del alma en el milagro de la transfiguración de todas las cosas en el Espíritu Santo.»{16}

Comentarios finales

Belleza y metafísica: he aquí las dos grandes líneas que caracterizan a la estética de los dos pensadores mexicanos a la mitad del siglo XX, cuando desde la segunda parte del siglo XIX, con Baudelaire y Rimbaud, la belleza había dejado de ser elemento de la reflexión estética; y, cuando, desde esa primera mitad del siglo XX, la estética había tomado un giro hacia la ontología del arte. Desde este punto de vista, quizás la estética de Caso y Vasconcelos no digan nada nuevo. O, quizás si. Por ejemplo, que la experiencia estética de la época moderna había ampliado su geografía.

Y quizás diga más, si tomamos en cuenta que el pensamiento estético era inexistente en México en las cuatro décadas que van de los 1870 a los 1910; y, si tomamos en cuenta que ellos fueron los fundadores y el punto de partida para que en la actualidad se pueda hablar, incluso, de una historia de la estética en México. Dentro de esta historia estaría, sin lugar a dudas, Alfonso Reyes –compañero de generación, con sus poéticas y teorías literarias–, Samuel Ramos –alumno de Caso en la Universidad y Secretario particular de Vasconcelos; traductor al español de Arte y Poesía, de Heidegger–, Justino Fernández –teórico del arte precolombino, colonial y contemporáneo en México–, Octavio Paz, entre otros.

La ampliación de la geografía de la experiencia estética en la época moderna y la fundación del pensamiento estético en México: he aquí los dos posibles aspectos a valorar del esfuerzo de los dos filósofos.

Bibliografía mínima

Basave Fernández del Valle, Agustín. La filosofía de Vasconcelos, Diana, México 1973, XVI+517 pp.

Caso, Antonio. Estética. Obras completas. UNAM, México 1971, vol. V, LX+238 págs. (Prólogo de Justino Fernández.)

Discursos a la nación mexicana. El problema de México y la ideología nacional. Nuevos discursos a la nación mexicana. México. Obras completas. UNAM, México 1976. Vol. IX. XXVI+390 págs. (Prólogo de Leopoldo Zea.)

Fornet-Betancourt, Raúl. «El pensamiento filosófico de José Vasconcelos» En Cuadernos Salamantinos de filosofía, IX, Universidad Pontificia de Salamanca, 1982, págs. 147-177.

Krause de Kolteniuk, Rosa. La filosofía de Antonio Caso. UNAM, México 1985, tercera edición, 286 págs.

Ramos, Samuel. Estudios de estética. Filosofía de la vida artística. Obras completas. UNAM, México 1977. Vol. III. XXIV+337 págs. (Prólogo de Raúl Cardiel Reyes.)

Romanell, Patrick. «El monismo estético de José Vasconcelos». En La formación de la mentalidad mexicana (panorama actual de la filosofía en México). El Colegio de México, México 1954, págs. 109-150. (Presentación de José Gaos, trad. de Edmundo O´Gorman.)

Vasconcelos, José.  El monismo estético: Ensayos. México, Editorial Cultura, Imp. Murguía, 1918, 148 págs.

— «Tratado de metafísica». En Obras completas. Libreros Mexicanos Unidos, México 1959, vol. III, 1744 págs.

— «Ética». En Obras completas. Libreros Mexicanos Unidos, México 1959, vol. III, 1744 págs.

— «Estética». En Obras completas. Libreros Mexicanos Unidos, México 1959, vol. III, 1744 págs..

Notas

{1} Las obras fueron editadas por primera vez con distintos sellos editoriales, en los años ya señalados y en distintos países. Como son las obras que utilizaremos casi a todo lo largo del trabajo, principalmente, la última, posteriormente sólo aludiremos a su título, pero no en las ediciones originales sino en la edición de las Obras Completas, particularmente el volumen III que es en donde éstas se encuentran (Obras completas. México, Libreros Mexicanos Unidos. vol. III, 1959, 1744 pp.). En caso de que se tenga otra referencia, lo mencionaremos en su momento correspondiente.

{2} Antonio Caso, Estética. Obras completas, UNAM, México 1971, vol. V, pág. 77.

{3} Ibid., pág. 86.

{4} Ibid., pág. 98.

{5} Ibid., pág. 106.

{6} Ibid., pág. 134.

{7} José Vasconcelos, Estética, pág. 1137.

{8} Ibid., pág. 1315.

{9} Cfr. Patrick Romanell, «El monismo estético de José Vasconcelos». En La formación de la mentalidad mexicana (panorama actual de la filosofía en México). El Colegio de México, México 1954, págs. 109-150. (Presentación de José Gaos, trad. De Edmundo O´Gorman.).

{10} José Vasconcelos, Op. cit., pág. 1501.

{11} Ibid., pág. 1502.

{12} Agustín Basave Fernández del Valle, La filosofía de Vasconcelos, Diana, México 1973, pág. 287.

{13} José Vasconcelos, Tratado de Metafísica, pág. 397.

{14} José Vasconcelos, Estética, pág. 1508.

{15} Ibid., pág. 1521.

{16} Ibid., pág. 1710.

 

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