Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas • número 81 • noviembre 2008 • página 16
El Libro del cavallero Çifar recoge una detallada e interesante versión del cuento del joven que dice tener cien amigos y al que su padre que le dice que él sólo tiene un medio amigo, y de la prueba a la que somete a los cien amigos simulando llevar el cadáver de un enemigo, que en realidad es un puerco. Aquí el padre, el hijo y el medio amigo se sientan a una misma mesa para comerse «cocho y asado» al enemigo fingido, y el hijo, después de algunas resistencias, les sorprende diciendo: «nunca comí carne que tan bien me supiesse como esta»{1}. Alarmado, el padre procura desengañarlo, previniéndole de que «muy cruel cosa sería y contra natura el hombre comer carne de hombre, ni aun con fambre». El hijo le agradece la información y le dice que si la carne de enemigo «así me supiera como esta carne que aquí comemos, no quedara hombre de quien no cobdiciasse comer y, por esto que agora me dexistes, aborresceré yo más la carne del hombre».
Quizá este parecido del cerdo con la carne humana sirviera a los judíos para justificar las leyes de pureza. Maimónides, a pesar de ligar las leyes de pureza con el Templo (Mišneh Torah, Tumat Okelim 16, 8-9) y de citar la frase de Galeno que considera al cerdo la carne más beneficiosa de todos los animales que caminan sobre cuatro patas (De probis pravisque alimentorum succis , 6), también cita aquella que la considera la más parecida a la humana (De alimentorum facultatibus, 3, 1), lo que puede ser la causa de su salubilidad y al mismo tiempo de su inconveniencia moral. De hecho, el propio Galeno (De simplicium medicamentorum, 10, 2) cuenta el caso de los huéspedes de una taberna que descubrieron dedos humanos en su plato{2}. El tópico del tabernero sin escrúpulos es abundantísimo en nuestras letras y especialmente en Quevedo, pero no nos detendremos aquí sobre este tema sino en otro artículo, dedicado a la antropofagia en España con fines no médicos, sino meramente gastronómicos. Baste decir por ahora que Ciro Bayo estaba de acuerdo con Galeno{3}.
Tampoco nos dedicaremos a registrar el consumo accidental o involuntario de carne humana, sino que hablaremos de su uso plenamente consciente y amparado en la prescripción facultativa, ya sea emanada de físicos o albéitares judíos, cristianos o musulmanes.
Es bastante indicativa de la frecuencia de este uso la propia existencia de la palabra caromomia (o carne momia){4}, con la variante «Mihamumia, mumia disoluta»{5} (en estoraque, se entiende). Juan José Domenchina se recrea en el vocablo, relacionando las premisas galénicas con el moderno concepto de opoterapia{1}:
«(También el fraile deglute latericio soconusco:
mixtura opoterápica de su propio intelecto.)
Lo sé: de lejas tierras viene la palabra marrano,
que los etimólogos tienen por cosa prohibida,
aunque el Sanedrín se pronuncia por los
suculentos perniles del Inmundo,
harto más gustosos al paladar que la caromomia
de Egipto».
Desde luego, para nadie era un misterio la procedencia y naturaleza de la caromomia. En las Andanças e viajes de Pero Tafur se lee:
«É partimos del Cayro, é yendo por aquellas arenas muertas del Egypto con muy grande trabajo é grande peligro, la calor tan grande, que dudaba onbre de poderlo sofrir. En estas arenas dizen que se faze la momia, que es carne de onbres que mueren allí, é con la gran sequedat non podresçen, mas consumiéndose aquel humillo radical, queda la persona entera é seca, tal que se puede moler.»{7}
En un anónimo Libro de astrología de finales del XV o principios del XVI, bastante mejor informado, que
«la çibdad de Alexandria es una çibdad grande, ribera de la mar, e es una de las çibdades maravillosas del mundo, que ay mucha mas obra debaxo de tierra, cuevas labradas de boveda, muchas & muy grandes & anchas, que pasan de las unas a las otras & non pueden entrar dentro sinon con mucha lunbre de candelas; e pueden ir dos leguas & tres debaxo destas cuevas & fallan alla dentro tallaças de laton & de marmol, de figuras de animales de camellos & de vacas & de bestias fieras & de aves & de omnes; otrosi se falla en ellas thesoros escondidos & muchas sepulturas de marmol & de aranbre & aun algunas de oro & en cada sepultura un omne muerto & esta tal como el dia que fue y puesto & algunos ay que tienen el cuero seco pegado con el hueso & la grasa del corrido en la sepultura; e destas fuesas sacan la momia, que es una espeçia de que se sirven los çirujanos en las curas de las quebraduras & otras cosas; & en algunas fuesas se fallan collares de plata & de piedras preçiosas & oro & plata que tenia cada uno de aquellos muertos, segund el grado de cada uno. E esta escripto en la mas de las sepulturas en letras griegas: “este es fulano, rey & este es fulano, conde & bivio tantos annos”.»{8}
Momias egipcias de El Fayum, del período grecorromano
«La mejor parte dellas es la cabeça»,
según López de Ayala
Pero no no sólo Egipto produce momias. Francisco López de Gómara escribe de los indios:
«Son mentirosos, ladrones, crueles, sométicos, ingratos, sin honra, sin vergüença, sin charidad ni virtud. Sepúltanse debaxo la tierra, y algunos embalsaman echándoles un licor de árboles olorosíssimos por la garganta, o untándolos con gomas; en la sierra se conservan infinito tiempo con el frío, y assí ay mucha carne momia.»{9}
Para João de Sousa la momia viene de Arabia:
«A mumia em todo o Oriente he a parte carnosa do corpo humano, que sica enterrado nas arêas da Arabia dezerta, quando os Mahometanos vaõ á peregrinaçaõ de Mecca, que por causa dos grandes, e repentinos ventos que se levantão naquelles sitios, ficaõ muitos enterrados,e ahi se mirraõ; e na volta da peregrinaçaõ os achaõ já descobertos por outros ventos contrarios. Destas partes carnosas, que ordinariamente são as coxas das pernas, usaõ os Medicos Orientaes, desfazendo huma pequena porçaõ en agua morna, e a daõ a beber para as quédas, e pizaduras, que he remedio muito efficaz.»{10}
Feijoo, hablando de las «Mumias Egypciacas» da cuenta de que
«Unos dicen, que los árabes la pusieron en esse crédito. Gente tan embustera merece poco o ningún assenso, especialmente si los que acreditaron la mumia hacían tráfico de ella. Otros dicen, que un médico judío, maliciosa o irrisoriamente, fue autor de que estimássemos esta droga. Peor es este conducto que el primero, pero como tal vez sucede lo de salutem ex inimicis nostris, la experiencia debe decidir la questión.»{11}
Como vemos, no piensa Feijoo que «muy cruel cosa sería y contra natura el hombre comer carne de hombre», si esta carne, amojamada, se prueba beneficiosa. El mayor problema es la adulteración:
«Pero lo peor que hai en la materia es que la mumia legítima, esto es, la egypciaca, no se halla jamás en nuestras boticas. Assí lo testifican el Mathiolo sobre Dioscórides, y Lemeri en su Tratado Universal de drogas simples. Este último dice, que la que se nos vende es de cadáveres, que los judíos (y también acaso algunos christianos), después de quitarles el celebro y las entrañas, embalsaman con myrra, incienso, azíbar, betún de Judea y otras drogas.»{12}
Desde luego, los judíos fueron tan partidarios de la carne de hombre como detractores de la del cerdo, especialmente Yosef Abraham ibn Waqar de Toledo (Don Abraham el Alfaquí), que la recomienda continuamente para los halcones: «E si uieren que an ensangostamiento de fuelgo por apertamiento de los pechos, tomen de la momia e deslíanla con olio de lilio, e mezclen con ello un poco de manteca por desleýr, e un poco d’olio d’alicimín e de bolo arménico, e sí mejoraren con esto»{13}; «Si no, denles carne de mures pequennos, o carne de cabra, o si no tomen de la mumia tanta quanta entendieren que avrán mester, e desfáganla con olio d’alicimín o con olyo d’alnargez»{14}; «E tomen de la mumia peso d’una sesma d’un dinero de plata, e del bolo arménico peso d’una tercia d'un dinero de plata; e mezclen estas melezinas con peso de dos dineros de plata de agua de la regaliza que dixiemos, e atíbienlo e fágangelo beuer, e déxenlas estar quanto un ora e después céuenlas»{15}; «Si no, tomen del escoria del fierro e de la ceniza de las fojas de las auellotas, e del bolo arménico e de la mumia, tanto de lo uno como de lo ál; e muélanlo con agua luvia o con agua corriente clara, e fagan tragar d'ello, a las aues menores, peso d’una sesma d’un dinero de plata»{16}; «Si no, pónganlas en logares lóbregos, por tal que se non debatan, e después tomen del bolo arménico e de la mumia, de cada uno, peso d’una sesma d’un dinero de plata; e del orpiment amariello peso d’un grano de trigo. E muélanlo e mézclenlo, e pónganlo en un pedaçuelo de carne picada e déngelo a las aues menores, e a las mayores segund su guisa»{17}; «E quando les acaeçier que se les descoyunten los picos, métanles en aquellos logares descoyuntados de la mumia, o del engrud, o de leuadura; e si se les crebantare algo en los picos, úntengelos con ungüento de lilio, o de eneldo, o con otro ungüento qualquier que sea caliente, segund estos{18}.
El Dancus Rex, en su traducción castellana, recomienda: «Quando ouiere la gota en la cabeça & en las rrenes connoçer lo as ques non puede bacir a lexos. & toma la mumia & los pelos de la liebre & dagelo a comer con la carne del gato ix dias & ssino lo camiare es ssano»{19}. El canciller Pero López de Ayala recomienda llevar siempre medicinas para los halcones, empezando por «Mvy buena mumia. que es la mas preçiosa medeçina. para los quebrantamjentos del falcon que puede ser & es fecha de carne de hombre confaçionada. & lo mejor della es la cabeça»{20}. El Modo de meleçinar las aves, de finales del XVI o principios del XVII insiste: «Cuando el ave huviere gota en la caveça o en las renes, conocerlo as que no puede batir lejos, toma momia o los pelos de la liebre e dáselo a comer con la carne del gato, e si no resifare es sano»{21}. Fadrique de Zúñiga y Sotomayor toma las mismas precauciones que López de Ayala:
«Toma carne momia que tienen los boticarios, y la pez, y la zaragatona, y la simiente de la suelda menos, simiente de mastuerzo. Y después de molido, tomen de la carne momia peso de un real, de la suelda menor peso de la mitad, de la simiente del mastuerzo la cuarta parte, y de suelda colorada tanto como de la suelda menor, ques peso de medio real, y júntense todos estos polvos y téngalos el cazador en un saquito de baldrés, porque no tomen humidad ni se salgan como se saldrían, si en lienzo lo traxesen, y tráyalos siempre consigo para las semejantes necesidades, porque es polvo muy aprobado para soldar cualquiera quebradura de las aves.»{22}
Plácida imagen del Canciller Don Pero López de Ayala
descansando en la capilla de la Virgen del Cabello,
en el monasterio de Quejana, Álava
Pero, naturalmente, no todo queda en albeitería y en dar de comer de la cabeza de un egipcio a las aves de presa. La momia está justificada en medicina por autoridades como Guido de Cauliaco{23}, Gordonio (como tratamiento contra las almorranas, por ejemplo){24} y Gilberto, quien a su vez se ampara en la autoridad de Avicena{25}. En el Tesoro de la medicina de la Colombina se lee: «Jtem el çumo de los puerros con la sal & con el albin & con el almeztaque. & con la sangre de dragon. & con la mumia & con el agmidon & con las claras de los hueuos todo seco a la sombra. & molida & cernido & poluos fecho. & echado. o empllastrado sobre la laga restana la sangre de las lagas»{26}; en el Tratado de patología, «E la cura por la mala conplision fria es con las melezinas calientes sotiles & las viandas atales; & beva el buen vino de buen olor & tome la mumia & huela olores calientes & unte los pechos con olio nardino; & faga enplasto en los pechos con sandalos & cost & junça & girofle & fojas de mirto & lo quel semeja»{27}. Además, demuestra que la momia es igual de buena para huesos de halcones y hombres:
«Reçebta de enplasto para toda caida o ferida & machucamiento, quando salliere dende sangre o non saliere: toma dos onças de mumia & arroz llavado, mollido & alunbre de febra turrado, de cada uno dos aureos, bolo armenico, siete aureos, llaca mondada de sus fustes, quatro onças, ruibarbaro, dos onças, açafran, onça & media, mirra, media onça, arsenico, dos onças, castor & alfolva & rubia, de cada uno una onça, ayuntenlo todo, mollido & çernido, & amasenlo con agua de garvanços remojados & cunpla con ello los llogares doloridos; & es muy bono.»{28}
También aparece el portentoso ingrediente en la Suma de la flor de cirugía de Fernando de Córdoba{29}. Pero sin duda se lleva la palma esta receta de Jerónimo Soriano:
«Azeyte marauilloso para los paraliticos, inuencion propria. Toma rayzes de lirio cardeno, y de aristholostria redonda cada dos onças, de consuelda mayor, de camedreos, de iua arthetica, y de iua muscada, de yerua paralisis, de pimpinela, de ruda, y de seluia, de cada qual vn manojo, de bayas de laurel, y de henebro, cada seys dragmas: de flores de canthiuesso, y de romero, cada vn puño y medio: de galanga, de zedoaria, y de gingibre, de clauos de gilofe, de nuezes de especias, y de canela, cada tres dragmas: de lignoaloes vna onça, de encienso, y de almastiga, cada diez dragmas, de myrrha, de aziuar hepatico, de sarcotola, de bdeli, de galbano, y de sangre de drago, cada onça y media: de labdano escogido, de espigasil, de mumia si se hallare lo que es, de carpo balsamo, de açafran, de goma arabiga, y de estoraques liquidos, cada quatro dragmas: de castoreo media onça, de goma elemmi dos onças, de diachilon ireado, tres onças: de aguardiente tres onças, de almizque media dragma: de trementina bonissima, tanto como pesare todo lo dicho. Todo esto mezclado, pongase en alquitara de vidrio, y saquese el azeyte, el qual se guardara en vn vaso de vidrio bien atapado. Es tan efficaz, que todos los que con el se han vntado el origen de los neruios, y las partes paraliticadas, curaron muy bien. Entre ellos fue Pedro Andres de Oluja, hombre principal, y rico, para el qual se hizo la primera vez este azeyte.»{30}
En la medicina actual, la utilización de material humano en medicina es algo frecuente y que a nadie escandaliza, en el caso de las transfusiones y los transplantes. Algo muy distinto es su empleo como materia prima en la industria farmacéutica. No es lo mismo un transplante que la elaboración de un producto a base de seres humanos: y eso a pesar de que los órganos humanos también se han convertido en un objeto de comercio, ilegal y detestable, por supuesto, pero real y presente.
Inventos como las vendas con colágeno humano de Shmuel Shoshan, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, se asimilan a esta concepción del hombre como materia prima. Sin embargo, pueden considerarse, aún, una forma de transplante.
Pero ¿qué se puede sentir al leer un texto como este?:
«Colándose entre la censura que impera sobre los medios chinos, estos días apareció en la prensa nacional una noticia con un titular sorprendente: «La Policía descubre una fábrica de cadáveres». El macabro hallazgo se produjo en Xiaogushan, un pequeño pueblo de la provincia de Liaoning, al nordeste del país. En este mísero villorrio los agentes encontraron más de 30 cadáveres alineados en lo que fuera una explotación de ganado. […] Y es que la siniestra empresa, de capital extranjero y denominada Dandong Science & Art Technology, se encargaba de ‘manufacturar’ cadáveres con fines científicos y médicos. Tan oscuro caso ha vuelto a levantar las sospechas que se ciernen sobre numerosas firmas de cosméticos, tanto chinas como internacionales, acusadas de utilizar la piel de los fallecidos para obtener el colágeno con el que se elaboran las cremas de belleza femeninas. […] Los responsables de la planta descubierta en Xiaogushan no deberán hacer frente a responsabilidades penales.»{31}
Televisión Española comunicó tan festivo descubrimiento llevando el peso de la noticia sobre la ausencia de controles sanitarios para la carne de reo, y la posible transmisión de enfermedades a través de los cosméticos, y dio un mensaje tranquilizador de las autoridades diciendo que esta era altamente improbable.
Entre las autoridades comunitarias, Catherine Stihler formuló la siguiente pregunta al Consejo (nº 26 H-0723/05):
«El martes 13 de septiembre de 2005, el periódico The Guardian informaba de que una empresa china de cosmética utiliza piel de cadáveres de ajusticiados para desarrollar productos de belleza destinados a la venta en Europa. Agentes de dicha empresa han señalado a los posibles clientes que están desarrollando un colágeno para tratamientos de labios y de arrugas a partir de piel de presos ajusticiados. Los agentes dicen que algunos de los productos fabricados por la empresa se han exportado al Reino Unido (y muy probablemente a otros Estados miembros de la UE), y que la utilización de piel de condenados es algo «tradicional» y que no hay «por qué escandalizarse». Los médicos y los políticos dicen que este descubrimiento pone de relieve los peligros derivados del creciente número de personas que tratan de mejorar su aspecto. Dejando de lado las consideraciones de carácter ético, existe también un riesgo potencial de infección. A la vista de estas alarmantes revelaciones, ¿qué tiene intención de hacer el Consejo para introducir normativas destinadas a controlar los tratamientos cosméticos como el colágeno y a poner fin a este comercio atroz?»
Recibió la respuesta de que «de conformidad con el artículo 95 del Tratado CE, únicamente la Comisión puede presentar propuestas legislativas en ese ámbito», con lo que remitió la misma pregunta a la Comisión, de la que recibió la siguiente respuesta (nº 80, H-0772/05):
«La Comisión se siente consternada por la información que avanza su Señoría según la cual la piel procedente de los cuerpos de reos ejecutados podría utilizarse para desarrollar productos cosméticos de venta en Europa. En primer lugar, la legislación comunitaria no considera que el colágeno humano para el tratamiento de los labios y las arrugas sea un producto cosmético. La Comisión desea señalar igualmente que, en todo caso, la legislación comunitaria prohíbe el uso de células, tejidos y productos de origen humano para la fabricación de productos cosméticos debido al riesgo de transmisión de enfermedades infecciosas. Por consiguiente, estos productos entran en el ámbito de aplicación de la Directiva sobre tejidos y células. La Unión Europea adoptó esta Directiva en el mes de marzo del año pasado, y en ella se establece la calidad y los requisitos de seguridad que deben cumplir los tejidos y células de origen humano. Esta Directiva no permite prácticas como las descritas en los medios de comunicación para obtener colágeno para fabricar productos de belleza. La Directiva (2004/23/CE) garantiza que el creciente número de pacientes que son tratados con tejidos y células en Europa puedan confiar en la seguridad y la buena calidad de dichas sustancias».
Como vemos, la mayor preocupación es la transmisión de enfermedades y la salud de los pacientes europeos. Podría verse como una actitud hipócrita de las autoridades europeas el condenar el comercio de material humano sin control sanitario y no condenar el comercio con un país sin ningún tipo de control, en ningún sentido, y que mantiene una reproducción constante del último de los Cuatro estadios de la crueldad de William Hoghart. La consternación de la Comisión es muy relativa.
Desde el punto de vista médico, como quería Feijoo, lo único que importa es si los productos sirven o no.
Desde el punto de vista de las leyes del mercado, un eventual mal estado de la mercancía es un problema menor. Sí que es un verdadero problema el abastecimiento y producción. Si se consideran los cadáveres humanos una materia prima, y un país tiene una manera institucionalizada de obtención y explotación de ese recurso, sólo necesita asumir unos controles de calidad aceptados internacionalmente para ponerse a la cabeza del mercado.
Desde el punto de vista de un Ministerio de Salud de cualquier nación, lo que importa es exclusivamente la salud de sus ciudadanos. Pero desde el del Gobierno en su conjunto, al menos en Europa, interesa también su tranquilidad moral.
Que las boticas españolas sigan conservando carne de hombre en sus tarros depende exclusivamente de la ingeniosa compaginación de estos puntos de vista.
Notas
{1} Anónimo, Libro del cavallero Çifar, ed. de Juan Manuel Cacho Blecua, Universidad de Zaragoza, Zaragoza 2003, fol 4vº.
{2} Cfr. Elinor Lieber, «Maimonides the Medical Humanist», en Arthur Hyman (coord.), Maimonidean Studies, Yeshiva University, Nueva York 2000, págs. 39-60, pág. 58.
{3} «Entre numerosas aventuras, que no hay aquí sitio para contar, y que pertenecen, en realidad, al dominio literario del señor Bayo, ocurrióles que en un rancho de indios, que había tenido un encuentro guerrero la víspera, fueron obsequiados con una carne asada. Más tarde, un jesuita, al que visitaron en las proximidades, les anunció que habían comido carne humana de las víctimas de la escaramuza. Cuando le preguntaron cómo sabía, contestó Bayo solemnemente: –Tenía un ligero sabor a cerdo», Pío Baroja, Desde la última vuelta del camino. Memorias, Biblioteca Nueva, Madrid 1978, págs. 851-852.
{4} Anónimo, Inventario y tasación de la botica del doctor Apolinario Velázquez [1624], ed. de Mariano Maroto, CORDE, Madrid 1998.
{5} Juan Alonso y de los Ruyzes de Fontecha, Diez privilegios para mujeres preñadas, ed. de Juan Mª Purificación Zabía Lasala, Arco Libros, Madrid 1999.
{6} Juan José Domenchina, Dédalo, ed. de Amelia de Paz, Madrid, Castalia-Comunidad de Madrid, Madrid 1995, pág. 302.
{7} “Pero Tafur”, Andanças e viajes de Pero Tafur, Imprenta de Miguel Ginesta, Madrid 1874, págs. 91-92.
{8} Anónimo, Libro de astrología, ed. de María Teresa Herrera, María Nieves Sánchez, Universidad de Salamanca, Salamanca 2000, fol. 36vº.
{9} Francisco López de Gómara, La primera parte de la Historia natural de las Indias, ed. de Irma Caballero Martínez, Universidad de Salamanca, Salamanca 2000, fol. 265.
{10} João de Sousa, Vestigios da lingua arabica em Portugal, ou Lexicon etymologico das palavras, e nomes portuguezes, que tem origem arabica, Academia Real das Sciencias, Lisboa 1789.
{11} Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro, Theatro crítico universal, o discursos varios en todo género de materias, para desengaño de errores, CORDE, Madrid 2003, pág. 311, §. XXV, 65. http://www.filosofia.org/bjf/bjft412.htm#t412pt68
{12} Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro, loc. cit., 69.
{13} Abraham ibn Waqar, Moamín. Libro de los animales que cazan, ed. de Anthony J. Cárdenas, Hispanic Seminary of Medieval Studies, Madison/ CORDE, Madrid 2003, fol. 139vº.
{14} Op. cit., fol. 155vº.
{15} Op. cit., fol. 165rº.
{16} Op. cit., fol. 166rº.
{17} Op. cit., fol. 168vº.
{18} Op. cit., fol. 179rº.
{19} Anónimo, Dancus Rex. Esc. V.II.19, ed. de José Manuel Fradejas Rueda, Hispanic Seminary of Medieval Studies, Madison 1995, fol. 153rº.
{20} Pero López de Ayala, Libro de la caça de las aves. BL Add. 16392, ed. de José Manuel Fradejas Rueda, Hispanic Seminary of Medieval Studies, Madison 1995, fol. 81vº.
{21} Anónimo, Modo de meleçinar las aves, ed. de José Fradejas Rueda, Caïrel, Madrid 1985, pág. 193.
{22} Fadrique de Zúñiga y Sotomayor, Libro de cetrería de caza de azor, ed. de Dámaso Gutiérrez-Arrese, Sociedad de Bibliófilos españoles, Madrid 1953, págs. 234-235.
{23} «Del salimiento de la madriz & del longaon. Sea fomentado con vino stiptico: & despues sea poluorizado con la poluora de la rays consuelde mastice in plus sangui. dragonis. boli armenico. mumia. mirra. nucis cipressi. balaustiarum. & alumine & ceruse in minus. & de aquel mesmo poluo con los blancos de los hueuos sea fecho emplasto», Anónimo, Traducción del Tratado de cirugía de Guido de Cauliaco. Madrid, BN I196, ed. de María Teresa Herrera y María Estela González de Fauve, Hispanic Seminary of Medieval Studies, Madison 1997, fol. 161rº.
{24} Anónimo, Gordonio. BNM I315, ed. de John Culi y Cyntia Wasick, Hispanic Seminary of Medieval Studies, Madison 1995: «E sy el vomito fuere por vlcera vse esta pocion. Reçepta mirra. sarcacola. momia. almastica. encienso[.] ana. onça .j. vino bueno dos libras: sea todo cozido & tomo dello noche & mañana en cada vez. onça .j. & .media. & comunmente fablando en todo vomito aprouecha este poluo sy los pusieren en el gouierno que comiere.»; sobre las almorranas, «Si estas vlceras fueren humidas aguosas veninosas quasi saniosas estonces fagan tal vnguento. Reçepta litargiro. onça .media. catiamia de oro & de plata: & aluayalde lauado & aloe lauado & almastica & encienso & sarcacola & las conchas delas ostias & agallas: & balaustias & momia & bolarmenico»; «Reçepta mirra & momia & nuez de acipres & almastica & encienso & agallas: & çumaque. ana. sea todo fecho poluos & metanlo. E en qualquier manera que saliere fumentenlo primero & despues vntenlo & despues eche los poluos encima»; «Reçepta faua inuersa: que enel vulgar delos prouinciales se llaman benadus. & las tres consueldas. & la correhuela. & llanten. & quinque neruia. visco quercino[.] ana .Manipulo .j. rosas & encienso. & almastica & mumia & sangre de drago. emathitis. bolarmenico. ana. drama .j. granos de arrayhan & çumaque. ana. onça .media. mastuerço. dramas .ij. agallas. dramas .iij Sea todo cozido en agua de lluuia: & añadan poluos de liebre quemados con todo. & açucar lo que abastare: & sea fecho axarope del qual vsara mañana & tarde», fol. 170 vº.
{25} Anónimo, Traducción del Libro de recetas de Gilberto. Madrid, Biblioteca Palacio 3063, ed. de María Teresa Herrera y María Estela González de Fauve, Hispanic Seminary of Medieval Studies, Madison 1993, «iten dize abizena toma momja que es carne de omme & ençienso & almastica sangre de dragon todo por ygual peso & muelelo todo esto en vno & despues tostalo vn poco & mesclalo con açucar pan & dalo a beuer al paçiente por la mannana estrine por fuerte que sea el fluxo».
{26} Anónimo, Tesoro de la medicina (Tesoro de los remedios). Sevilla, Colombina 5117, ed. de María Teresa Herrera, María Estela González de Fauve, Hispanic Seminary of Medieval Studies, Madison 1997, fol. 62rº.
{27} Anónimo, Tratado de patología, ed. de María Teresa Herrera, Universidad de Salamanca, Salamanca 1997, fol. 57rº.
{28} Op. cit., fol. 143rº.
{29} «E a la postre, quando fuere cocho, pon y el aloe, e la mumia, e la sangre de drago, e dexalo cocer a tanto a manso fuego, fasta que salga la umidad toda. E si quisieres provar qu'es cocho, pon una gota dello en una losa; e si quisieres provar este glorioso enplasto sobre un ojo quebrado de un can bien ligado que en espaçio de VI oras sera el ojo soldado. […] E quando lo quisieres poner este enplasto, dale cada mañana a bever destos polvos: toma mumia onça I, pimienta negra y encienso, e bol armenico, e sangre de drago, e pedra sangenaria ani onça e media, tierra singilata, e gengibre, e canela ani onças II. Todo seha molido e cernido», Fernando de Córdoba, Suma de la flor de cirugía, ed. de José Ignacio Pérez Pascual, Toxoutos, Madrid 2002, págs. 144-145; «E, esto fecho, manda fazer este enplasto: toma ganbiva, qu'es cal viva onças III, almastica onça dos, mumia onças II, e sangre de drago onças II, tierra sigilata onça media», pág. 147.
{30} Jerónimo Soriano, Libro de experimentos médicos, fáciles y verdaderos, ed. de María Teresa Herrera, María Estela González de Fauve, Hispanic Seminary of Medieval Studies, Madison 1997, fol. 24.
{31} Pablo M. Díez, «Investigan el uso de cadáveres en China para hacer cremas», en La Verdad, Albacete, viernes, 16 de junio de 2006. Naturalmente, se trata de una corresponsalía redistribuida y la crónica se encuentra en muchos otros periódicos. El titular recuerda la literatura de cordel y los romances de ciego del siglo XIX sobre los sacauntos gallegos y demás sacamantecas, pero, como estos, se refiere a hechos reales. Es una verdad innegable que algunas gentes en España creían en los poderes curativos del «unto de moza», como plasma la Condesa de Pardo Bazán en su cuento «Un destripador de antaño», publicado en enero de 1890, paradójicamente, en La España Moderna (cfr. tb. Emilia Pardo Bazán, De siglo a siglo (1896-1901), Administración, Madrid, 1902, pág. 86). Pero el caso más destacable por sus presupuestos pseudo-médicos (que recuerdan la idea renacentista de la lepra que sólo puede curarse con sangre de infantes, usada por Erasmo como ejemplo de situación en la que es peor el remedio que la enfermedad) es, sin duda, el crimen de Gádor (cfr. José Vázquez Santiestaban, «El crimen de Gádor: estudio antropo-sociológico», en Revista general de legislación y jurisprudencia, 1911, 59, 118, págs. 88-127; cfr. Enrique Fernández Sanz, Enfermedades de las glándulas de secreción interna, Beltrán, Madrid 1912, pág. 17, n. 1).