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El Catoblepas, número 82, diciembre 2008
  El Catoblepasnúmero 82 • diciembre 2008 • página 16
Libros

Los monstruos políticos de la modernidad

Miguel A. Díaz Paniagua

Sobre el libro de María Teresa González Cortés, Los monstruos políticos de la Modernidad. De la Revolución francesa a la Revolución nazi (1789-1939), Ediciones De la Torre, Madrid 2007, 568 páginas

María Teresa González Cortés, Los monstruos políticos de la Modernidad. De la Revolución francesa a la Revolución nazi (1789-1939), Ediciones De la Torre, Madrid 2007, 568 páginasHace unos meses apareció en Ediciones De la Torre un estudio histórico titulado Los Monstruos políticos de la Modernidad. De la Revolución francesa a la Revolución nazi (1789-1939). El libro de María Teresa González Cortés tuvo eco en Internet, aunque no se explicó lo suficiente su temática{1}.

Los Monstruos políticos de la Modernidad es una historia de los movimientos utópicos de Occidente, una historia que abarca de 1789, punto de arranque de la Revolución francesa, a 1939, momento cenital de la Revolución socialista nazi. Y a lo largo de las cinco partes en que se divide el recorrido por 150 años del pasado de Europa, su autora, la filósofa González Cortés, procede no solo a revisar todo el andamiaje barroco edificado conceptualmente en torno a las ideologías revolucionarias contemporáneas, sino a demostrar (por medio de textos filosóficos, discursos políticos y estudio de legislaciones) cómo el culto a dichas ideologías entrañó, y desde su base, unos elevados umbrales de déficit democrático, causantes, en el siglo XX, del curso asesino del Estado.

Pero, ¿por qué hacer hincapié en la deriva genocida de las ideologías contemporáneas? De un lado, porque el revolucionarismo que puso en marcha la Revolución francesa provocó el desarrollo y expansión del nacionalismo ideológico. (Recordemos que en la Revolución francesa se sitúa el punto de arranque de la nación francesa.) Y, de otro lado, porque ese revolucionarismo de tintes nacionalistas conllevó, desde el aparato administrativo del Estado, la puesta en marcha de políticas de represión y persecución contra la antipatriótica ciudadanía. Ahora bien, el despotismo y la tiranía no fue solo un recurso en el que cayeron con facilidad los líderes del pasado. Asimismo, el despotismo y la tiranía constituyeron el ideal político por excelencia de la clase intelectual europea, pues durante 150 años buen número de pensadores y filósofos prefirieron, como demuestra la autora, adentrarse en los caminos platónicos de la ficción y materializar sus proyectos políticos de transformación al margen y por encima del respeto a la vida de las personas. De este modo, «desde Campanella a Weitling, desde Morelly a los sant-simonianos, desde Winstanley a Marx, desde Robespierre a Nin..., la dictadura ha sido un elemento consustancial de las utopías revolucionarias»{2}.

La tesis central del libro giraría, pues, en torno al colectivismo despótico de la Revolución bolchevique y de la Revolución socialnacionalista, colectivismo que tiene sus antecedentes en la Revolución francesa, toda vez que «la explosión de la Revolución francesa produjo en Europa el advenimiento de las guerras ideológicas del siglo XIX. Y si se tiene la impresión de que solo hay un socialismo, solo una izquierda, es porque históricamente fueron una a una aniquiladas, desde el socialismo anarquista hasta el socialismo liberal, todas las tendencias del socialismo europeo a manos del sector autoritario de los socialmarxistas».{3}

Este dato es importante tenerlo en cuenta, ya que explicaría las dificultades y los muchos prejuicios que existen a la hora de romper (sobre todo, en los centros de Bachillerato y en las Universidades) el esquema dominante de que solo existe una izquierda verdadera: la marxista. Pero asimismo, este hecho, la aniquilación al estilo jacobino de los movimientos no marxistas, explicaría, entre otras cosas, las luchas de Marx por controlar la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT), luchas que le condujeron a adoptar la decisión final de aniquilar tal organización para impedir el ascenso de los anarquistas. Con lo cual, y como recuerda la profesora González Cortés, la AIT no falleció de muerte natural, sino de manera premeditada por el afán de poder de Marx.

La Historia, en consecuencia, apunta a que el izquierdismo fue mucho más que un solo movimiento político determinado. De ahí que Los Monstruos políticos de la Modernidad ofrezca, junto a las teorías del Doctor Terror Rojo, como así denominaban al fundador del marxismo, una panorámica de las ideas de los grupos liberales, anarquistas, eco-pacifistas, feministas, &c.

Similitudes ideológicas

En Los Monstruos políticos de la Modernidad se muestran los casos, muy abundantes, de afinidad entre el gobierno jacobino francés y el gobierno revolucionario de Lenin y Hitler. (A algunas de dichas semejanzas puede cualquiera asomarse leyendo el artículo de González Cortés editado por El Catoblepas y titulado «Los peligros de la anti-Ilustración. A propósito de los nacionalismos».) Pero existieron más similitudes que las propiamente nacionalistas. Recordemos el uso de la violencia tanto en la Revolución francesa como en la Revolución rusa y alemana y siempre en nombre del «Estado del Pueblo». Recordemos también que la legislación jacobina contra sospechosos reaparecerá con éxito en la jurisprudencia leninista, estalinista y hitleriana pudiendo el despliegue del Terror «democrático» de Robespierre resucitar en los crímenes contra la ciudadanía ejecutados con esmero desde la pragmática «socialmarxista y socialnazi», pragmática que, por cierto, rescataba aquella sentencia famosa de Sun Tzu (c. s. V a. C.) al inicio de su ensayo El Arte de la Guerra: «la guerra es de vital importancia para el Estado; es el dominio de la vida o de la muerte, el camino hacia la supervivencia o la pérdida del Imperio».

¿Pragmática «socialista» de Hitler? Sí, por supuesto, pues como escribe la autora, Hitler (que, no olvidemos, admiraba a Mussolini y que inició su carrera política afiliado al Partido de los Trabajadores) en sus conversaciones con Herman Rauschning «no solo se declaraba un socialista de pro, sino el genio político que iba a hacer posible la encarnación del marxismo. «No soy únicamente el vencedor del marxismo, [...] soy su realizador», le decía Hitler a Rauschning. Y por lo mismo, no es un simple capricho histórico que Kurt Malaparte, un declarado defensor de Mussolini, escribiera un libro con el título El buen Lenin (1931), y tampoco es una eventualidad sin más que el nazi Woltman hubiera sido marxista, o que Battisti que comulgaba con el ideario ultra derechista de D’Annunzio fuera socialista, o que Sorel que elogiaba a Mussolini llegara a admirar a Lenin, o que Pierre Eugène Drieu la Rochelle que se declaraba socialista acabara abrazando el fascismo como tabla de salvación, [o ...] que Máximo Gorki saliera de la Italia fascista en donde plácidamente vivía y se acomodara en la Rus= ia comunista con idéntica placidez para convertirse en el vate, en el rapsoda, en la voz del régimen de Stalin, [o ...] que Enrico Fermi, un intransigente defensor de la ortodoxia marxista, se afiliara al fascismo, o que Mussolini cuyo nombre, Benito, le fue adjudicado en recuerdo del revolucionario mexicano Benito Juárez fuera un antiguo militante del partido socialista italiano».{4}

Y sigue la autora sacando a flote más y más olvidos, muchos de ellos relegados a la nada historiográfica, toda vez que «en nuestro tiempo y con algunas variaciones habría que decir, sobre lo que apuntó Gorgias, que «la verdad no existe. Y no tanto porque no exista, sino porque la verdad no es publicada». El control de la información se nutre, en el mundo contemporáneo, de las prácticas del enterrador, no de las viejas prácticas de pirómano», como hizo Julio César al prender fuego a la Biblioteca de Alejandría.{5}

Por tanto, y aunque se procure hablar del Bien del Pueblo en nombre de la Nación (jacobinismo) o en nombre de la Raza (nacionalsocialismo) y se quiera legitimar por medio de la violencia la hora de una Clase, la proletaria, en nombre de una Sociedad sin clases (socialmarxismo), es innegable que la filosofía que animó a estos movimientos revolucionarios occidentales fue tan netamente liberticida como idénticamente antidemocrática. De ahí, los paralelismos y las semejanzas ideológicas entre el fascismarxismo y el nazifascismo, en terminología de González Cortés.

Cuestión de falangismo

Al inicio de El pasado de una ilusión (1995), un ex miembro del Partido Comunista, François Furet, intentaba explicar el embrujo que en Occidente produjo el comunismo. Y señalaba Furet: «no fue algo parecido a un error de juicio que, con la ayuda de la experiencia, se puede reparar, medir y corregir; más bien fue una entrega psicológica comparada a la de una fe religiosa, aunque su objeto fuese histórico. [...Y añade:] Lo más enigmático es que este "cambalache" intelectual haya provocado sentimientos poderosos y alimentado tantos fanatismo individuales».{6} Pues bien, apoyándose siempre en fuentes documentales directas, lo cual es de agradecer porque permite retirar montañas de comentarios ad hoc y, por tanto, volver a encontrar el rostro original de las palabras, González Cortés enseña el modo en que se filtraron, por el pensamiento utópico, los sueños de infinitud redentorista. Es por esto por lo que en el ámbito de la política no hubo lugar para el debate, y sí espacio para la ira como ejercicio público de la fe política propia. Y es por esto también por lo que la guerra de ideologías que provocaron la Revolución francesa, luego la Revolución bolchevique y, más tarde, la Revolución nazi fue, de principio a fin, una guerra de creencias:

«Igual que las guerras de religión enturbiaron el desarrollo del Estado moderno durante los siglos XVI y XVII dejando a su paso riadas de sangre, de la misma forma la aparición del Estado revolucionario provocaría otro largo reguero de víctimas. De este modo las guerras de religión fueron sustituidas por guerras de ideologías, y bajo un nuevo formato pudieron proseguir su curso asesino.
Pero, matar por convicciones religiosas (guerras de religión) o por convicciones políticas (guerras patrióticas) supone siempre asesinar por creencias».
[Y comenta la autora:] «En estas condiciones tan aptas para el fanatismo resulta bastante imposible saber si es factible eso que defendía Kant cuando hablaba de «la libertad de pluma», pues ¿cómo va a haber libertad de pluma si el intelectual, convertido en soldado de la ideología dominante, aprende a vivir entre servidumbres y consiente en militarizar sus escritos –«firmes, que voy a disparar», decía Pablo Neruda–, y tras abandonar voluntariamente la libertad de pluma acaba usando las palabras como armas de fuego? Dicho de otra forma. ¿Cómo va a haber espacio para que crezca la libertad si desde el objetivo despótico de aniquilar a los enemigos políticos abandonamos por patriotismo intelectual toda brizna de espíritu crítico e incluso consideramos que el trabajo de los intelectuales pasa, como anhelaba Gramsci, por hacer del yo propio un nosotros, «un intelectual colectivo»?»{7}

Allende cualquier «logomaquia», es decir, lejos de cualquier debate que se queda en la superficie atendiendo solo a las palabras y nunca al fondo del asunto, Los Monstruos políticos de la Modernidad constituye un texto imprescindible si queremos entender los movimientos políticos contemporáneos y si asimismo queremos arqueológicamente rastrear los orígenes tan antidemocráticos como elitistas de las ideologías revolucionarias contemporáneas. Es más, haciendo un ejercicio muy brillante de «dogmatomaquia», de combate contra los principios doctrinalmente cerrados, la autora se atreve a abrir los baúles del pasado, a quebrar las trincheras del falangismo ideológico y a proponer la vuelta al ideal ilustrado del «sapere aude», pues

«son muchas, quizás demasiadas, las ocasiones en que creemos estar ubicados en la franja de lo correcto. Y, lo que es peor, sin necesidad de razonamiento alguno. También son numerosas las veces en que aceptamos que defendemos la opinión más elevada, más justa y más adecuada. Al margen increíblemente de cualquier evidencia en contra. Y mientras nos movemos en medio de tales excesos de megalomanía, resulta que apenas nos permitimos salir del espacio de la autocomplacencia y, por lo mismo, apenas sentimos la obligación de poner en entredicho la tierra de nuestras ideologías. Pero tanto orgullo, tanto ensimismamiento, tanto napoleonismo, lejos de enriquecernos, deshumaniza y hiere, además de que la pereza y el miedo a pensar nunca pueden formar parte de ningún proyecto político serio. [...] Es, pues, necesario volver al espíritu crítico que, por diversos motivos históricos, hemos dejado durante años que permaneciera enterrado bajo las zanjas de las cunetas».{8}

Estamos, pues, ante un libro historiográficamente muy completo, un libro que por la visión novedosa que aporta puede compararse con la perspectiva rupturista que, en su momento, dio el historiador alemán Götz Aly sobre La Utopía nazi (2005). Y, finalmente, por citar algunas de las figuras con las que entronca su trabajo, podríamos decir que la labor de González Cortés se sitúa en la tradición de esa izquierda crítica y desmitificadora, en la que espléndidamente sobresalieron Bernstein, Jan Waclaw Makhaiski, Eleuterio Quintanilla, Orwell, Camus, Simone Weil o Margarete Buber-Neumann, entre otros.

Notas

{1} http://www.elconfidencial.com:80/cache/2008/05/10/10_otras_novedades.html
http://www.tiempodehistoria.com/modules.php?name=3DNews&file=3Darticle&sid=3D1044
http://www.ateneodemadrid.com:80/abril08.htm

{2} María Teresa González Cortés, Los monstruos políticos de la Modernidad. De la Revolución francesa a la Revolución nazi (1789-1939), Ediciones de la Torre, Madrid 2007, 495 páginas.

{3} María Teresa González Cortés, La izquierda contra las izquierdas, en: http://www.edicionesdelatorre.com/boletines/boletin_017.pdf

{4} María Teresa González Cortés, Los monstruos políticos de la Modernidad, págs. 472-473.

{5} Ibídem, págs. 525-526.

{6} François Furet (1995), El pasado de una ilusión. Ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1996-2ª reimpr., págs. 11, 17.

{7} María Teresa González Cortés, Los monstruos políticos de la Modernidad, págs. 137, 516.

{8} Ibídem, pág. 552.

 

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