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El Catoblepas, número 83, enero 2009
  El Catoblepasnúmero 83 • enero 2009 • página 6
Desde mi atalaya

Guerras Mundiales y Globalización

José María Laso Prieto

Publicado en 2002 en Abaco

Recientemente fui invitado, por el Instituto «Rosario Acuña» de Gijón, a desarrollar una conferencia sobre el tema de la globalización, que después expuse también en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Oviedo, invitado por la Asociación «Wenceslao Roces» y, posteriormente, en el Club de Prensa Asturiana de Oviedo, presentado por el profesor Gustavo Bueno. La idea inicial, de desarrollar tales conferencias, partió del profesor Pablo Huerga –autor de la excelente obra La ciencia en la encrucijada– y a él se debe también el título. Pablo Huerga consideró que, al ser yo un estudioso de temas militares, podría ser interesante que, en mi exposición, señalase la incidencia que sobre la globalización han tenido las dos guerras mundiales y, más ampliamente, el fenómeno de la guerra considerado en general.

I. Guerra e Historia

La más popular de las definiciones que existen del fenómeno de la guerra, es la que, en su día, enunció el célebre teórico militar prusiano von Clausewitz. Es decir, la que considera la guerra «como la continuación de la política por otros medios». De plantearse el problema de los orígenes de la guerra, como fenómeno humano, habría que tener en cuenta también otras consideraciones. Así, la lucha armada entre los seres humanos ha existido desde que nuestros antepasados, en su proceso de hominización, pasaron de la dieta vegetariana inicial a la alimentación carnívora, que les permitió adquirir las proteínas animales necesarias para culminar tal proceso de hominización.

Sin embargo, no eran guerras propiamente dichas las luchas que se suscitaron en la etapa del desarrollo humano que se denominó salvajismo. Eran luchas caóticas por la supervivencia entre hordas y grupos humanos poco numerosos. Para que se desarrollase el fenómeno de la guerra, en el sentido técnico del término, se requirió un cierto grado de civilización que permitiese organizar las iniciales luchas promiscuas desde una perspectiva logística, estratégica y táctica. Así se logro en grandes imperios territoriales, como el Imperio Persa, en ciudades-Estado –como las polis de Esparta y Atenas– y con los sucesivos avances en los instrumentos bélicos.

Por su parte, el célebre autor de la Historia social de la ciencia, el profesor John D.Bernal, describe muy bien cuando se pudo considerar que se inició la guerra propiamente dicha. En su obra La libertad de la necesidad, precisaba:

«En la sociedad primitiva, sin embargo, la lealtad y los buenos sentimientos estaban circunscritos a la tribu; las obligaciones no se extendían más allá de los grupos de parentesco. Esto no significaba que las tribus se hallasen siempre en guerra. De hecho, la guerra todavía no se había inventado, puesto que no era necesaria en una escala de importancia. Los grupos tribales necesitaban campos de caza extensos, que abandonaban con frecuencia por otros mejores, y rara vez entraban en contacto con las tribus vecinas. La mayor parte del año no existían excedentes disponibles para ninguna empresa que no fuera la satisfacción de las necesidades cotidianas (...). La Institución de la guerra nació como consecuencia del desarrollo de las ciudades. Ya no se trataba de una disputa por un campo de caza, que podía resolverse entre una veintena de hombres pertenecientes a dos tribus, con poca más violencia que un partido de fútbol. Se trataba ahora de millares de hectáreas de buena tierra, para ganar la cual centenares de campesinos armados y acorazados, y dirigidos por sus señores en sus carros de guerra, combatían y se mataban durante días y semanas.»{1}

Prosiguiendo el desarrollo bélico, mediante el incremento de los ejércitos y de sus instrumentos de combate, el perfeccionamiento de las armas y de las técnicas bélicas experimentó, a lo largo de la historia, verdaderos saltos cualitativos, como los producidos con la invención de la pólvora, el desarrollo metalúrgico e industrial, la aplicación bélica de la aviación y las divisiones acorazadas y la reciente invención de las armas atómicas y termonucleares. Ha habido siempre una fuerte conexión entre los fenómenos bélicos y la economía que suscitó la atención de Marx y Engels acerca de las tesis de Clausewitz, ya que éste utilizaba en sus trabajos un método materialista. Así, en su introducción a la obra Clausewitz y el pensamiento marxista, el autor italiano Clemente Ancona precisó muy bien la relación entre guerra y economía:

«Engels, al establecer el nexo entre guerra y economía, no tiene en cuenta la economía entendida como acción económico-política, o como acción económica "tout court", sino el desarrollo de la producción: por lo tanto, observa el nexo entre la potencia económica y la potencia militar.»{2}

En todo caso, en la realidad también se produce un proceso de acción recíproca ya que, como observa Clemente Ancona: «Marx y Engels, al menos a partir de cierto momento, se dieron cuenta del carácter dialéctico del pensamiento y del método Clausewitziano». A su vez, el célebre biógrafo de Marx, Franz Mehring, afirmó que Clausewitz, en su trabajo principal, se situaba totalmente no sólo en el espíritu sino en el lenguaje de Hegel, ya que había caracterizado a la guerra como un proceso dialéctico experimentado a través de contradicciones que continuamente se disuelven en una unidad superior». Por otra parte, contrariamente disuelven en una tendencia que se desarrolla, a veces, en ciertos medios, que se pueden considerar como propios del denominado idealismo progresista, forman parte de la cultura humana, en su amplio sentido, máquinas destructivas como un carro de combate, como el famoso tanque soviético T-34, la guillotina, la silla eléctrica, &c.

Como todo fenómeno que es considerado dialécticamente, la guerra debe ser analizada en sus contradicciones. De una parte la guerra tiene una faceta totalmente negativa, ya que causa destrucciones masivas, millones de muertes y grandes sufrimientos humanos; de otra parte, la guerra posibilita e impulsa grandes avances, técnicos y científicos, en todos los campos de la actividad humana. La necesidad que tienen los diferentes Estados de defenderse y atacar, impulsa a sus instituciones y entidades científicas a mejorar sus armas, comunicaciones, &c., impulsando así el desarrollo de la química, la aviación, la cohetería (misiles), las armas nucleares e, incluso, la energía nuclear pacífica, &c., así como el desarrollo industrial y científico en general. Así surgieron nuevas ramas de la industria y los transportes y, un alto perfeccionamiento de las anteriormente existentes.

La guerra ha tenido también fuerte influencia en el campo de la planificación económica y de la coordinación estatal de las diferentes ramas de la economía, para lograr un objetivo común que, en términos bélicos, permitió alcanzar grandes resultados defensivos u ofensivos. Asimismo permitió costear los extraordinarios gastos que originaron las guerras contemporáneas.

II. Guerras Mundiales

La primera Guerra Mundial (1914-1918) supuso un salto cualitativo en las guerras nacionales que se habían librado en Europa a partir de la Revolución Francesa. En la batalla de Valmy, las desarrapadas tropas revolucionarias derrotaron, al grito de ¡Viva la nación!, a los ejércitos mercenarios de las monarquías absolutas europeas. Siguieron las grandes victorias napoleónicas y su derrota final en Waterloo. Guerras nacionales, como la franco-prusiana, impulsaron el desarrollo de nuevas armas e industrias bélicas así como que la economía de los Estados se pusiese al servicio de las nuevas necesidades bélicas.

Un nuevo salto cualitativo, en el desarrollo de las guerras, se produjo con el desencadenamiento de la Primera Guerra Mundial, una vez que ésta, denominada inicialmente Guerra Europea, desbordó sus límites originales. Aunque fue una guerra iniciada e impulsada por el desarrollo de los nacionalismos, pronto se rebasaron los límites de las guerras nacionales que se basaban en la confrontación bélica de Estado contra Estado. En su célebre obra El imperialismo, fase superior del capitalismo{3} Lenin estudió el origen y desarrollo del imperialismo que hacía inevitable que se produjesen guerras periódicas entre las diversas potencias imperialistas. Lenin demostró como la fusión entre el capital bancario y el capital industrial producía el capital financiero que caracteriza el imperialismo. Tal capitalismo financiero, se ve obligado a expandirse en busca de nuevos mercados para sus productos e inversiones, así como para adquirir nuevas materias primas y fuentes de energía. O, dicho de otra forma, el capital financiero impone al capitalismo una fuerte fase de expansión supranacional para la obtención de materias primas y energías, así como la conquista de nuevos mercados que ampliasen los de la propia metrópoli. Ello originó una serie de guerras coloniales de conquista de nuevos territorios –Guerra de Argelia, Guerra de Indochina, Guerra de los boers, &c.– así como las denominadas «Guerras del Opio», o la apertura forzosa del mercado nipón, que la Escuadra del Comodoro Perry impuso al Mikado.

En el Congreso Internacional de Berlín (1884-1885), las grandes potencias imperialistas dominantes culminaron el reparto del mundo, mediante el reparto de África donde todavía existían territorios independientes o por dominar. Sin embargo, algunas potencias llegaron tarde a tal reparto. Tales potencias fueron fundamentalmente Alemania, Italia y el Japón que, a su vez, trataron de expansionarse mediante la conquista de Libia y Abisinia, por parte Italia, y de Manchuria y Formosa, por parte del Japón, mientras que Alemania conquistó territorios en el este y el oeste del continente africano. De ahí surgieron nuevas guerras coloniales y la importante guerra ruso-japonesa que, a su vez, sirvió de detonador para el desencadenamiento de la Primera Revolución Rusa.

Alemania, que sólo obtuvo los restos del reparto anglo-francés de África (África Oriental y Namibia) trató de expandirse también en el Norte de África, dando lugar a incidentes internacionales provocados por el Kaiser, a los que se trató de poner fin mediante la Conferencia Internacional de Algeciras (1905). Todas estas contradicciones del imperialismo, fueron creando las condiciones para la Primera Guerra Mundial entre los denominados Imperios Centrales (Austria-Hungría y Alemania) y la Entente Franco-británica. El atentado de Sarajevo (1914), realizado por un nacionalista serbio, sirvió de pretexto para desencadenar la Primera Guerra Mundial.

Por la complicación de las alianzas, la guerra que se inició como un enfrentamiento entre dos coaliciones europeas, con la participación de EE. UU., Japón y otros países, se convirtió en la I Guerra Mundial. Como tal, constituyó igualmente un salto cualitativo en el proceso de la mundialización ya en curso de desarrollo. Los países beligerantes y neutrales se interconexionaron todavía mucho más, tanto en sus contactos bélicos como comerciales. Las distancias entre unos y otros se acortaron y, posteriormente, se vieron obligados a negociar en las distintas Conferencias de Paz. Una de las consecuencias más relevantes de la I Guerra Mundial fue la Revolución Soviética, ya que en su desencadenamiento desempeño una función decisiva la crisis orgánica del Imperio Zarista, a su vez generada por causa de la Guerra Mundial. Por otra parte, la cruzada internacional anticomunista, originada por el triunfo de la causa soviética, dio lugar a la creación del Ejército Rojo –la intención inicial de Lenin era que la Revolución Soviética hubiese sido sólo defendida por las milicias obreras de la Guardia Roja– y a que contra la joven república soviética interviniesen los ejércitos de catorce estados imperialistas, incluidos los de los EE. UU. y el Japón. El denominado «Cordón Sanitario», creado contra el poder soviético, constituyó la primera forma de globalización ideológica que, más tarde, adquirió la forma de Pacto anti Komintern.

Un paso decisivo hacia el fenómeno de la mundialización actual, fue el desencadenamiento, y las consecuencias, de la Segunda Guerra Mundial. Los errores cometidos al concertar los Tratados de Paz de Versalles y Saint Germain, el auge de los nacionalismos estatales y no estatales, y la llegada al poder del nazismo en Alemania, &c., contribuyeron al origen de guerra tan catastrófica. Por sus consecuencias, la II Guerra Mundial contribuyó todavía mas que la primera a la mundialización, es decir, a hacerla todavía más mundial. Se pueden precisar así algunos de sus efectos:

Ya en 1943, en el libro Un Mundo, de Wendell L. Willkie –candidato republicano frente a Franlin D. Roosevelt en las elecciones presidenciales de 1940– se descubría que el globo terráqueo se había «achicado» y estaba cada vez más intercomunicado{4}. Desde entonces, la Mundialización dio pasos de gigante hasta convertirse en el pretexto actual para actuar contra el «Estado del Bienestar» (Welfare State) así como contra el ya escaso nivel del Tercer Mundo.

III. Mundialización y Globalización

El proceso de mundialización de la economía no es nuevo. Ya hace más de siglo y medio, Marx y Engels lo previnieron, al exponer las causas del origen y desarrollo del mercado mundial. Tal exposición de una de las partes más brillantes, y actuales, de su célebre Manifiesto Comunista{5}. A partir, sobre todo, de la Segunda Guerra Mundial, se intensificó, todavía más que en las etapas anteriores, el proceso de internacionalización de las fuerzas productivas. En ese sentido, la denominada Mundialización constituyó otro salto cualitativo en el desarrollo del proceso. Con la utilización indistinta, que se suele hacer, de los términos «Mundialización» y «Globalización» se produce confusión. Por ello, vamos a tratar de discernirlos mediante algunas necesarias precisiones. Respecto a la Globalización, el Premio Nobel de Economía R. M. Solow, dijo en una ocasión: «La globalización es una maravillosa excusa para muchas cosas.» Por su parte, el profesor Jorge Verstrynge, en una conferencia que desarrollo en Oviedo invitado por la Fundación Isidoro Acevedo, afirmó contundentemente: «La globalización no es otra cosa que la actual etapa de desarrollo del Capitalismo.»

Según el citado profesor Solow, «Globalización se ha convertido en un término tópico. Responde, en parte, a la verdad de un fenómeno y de un proceso, pero se ha convertido también en un arma que esgrimen los poderosos para mantener o prolongar situaciones injustas»{6}. Por otra parte, Globalización es una palabra extraordinariamente ambigua. En una primera aproximación, puede entenderse que designa a un proceso de interconexión financiera, económica, social, cultural, &c. que se acelera por el abaratamiento de los transportes y la incorporación a algunas entidades –empresas multinacionales, algunas familias, grupos y clases sociales– de tecnologías de la información y la comunicación (TIC), en un contexto de crisis económica (1973), de victoria política del capitalismo (1991) y de cuestionamiento de las grandes ideas que surgieron a partir de la Ilustración y de la Revolución Francesa. Esta interconexión, que algunas empresas multinacionales aprovechan, induce a un cambio que revoluciona el funcionamiento de las sociedades industriales y que, de momento, ha acelerado la exclusión de áreas geográficas, de colectivos humanos y de culturas enteras, de los procesos internacionales de desarrollo.

La globalización se puede estudiar desde tres vertientes:

  1. El nivel tecno-económico está relacionado con los niveles de supervivencia de los individuos y contempla el surgimiento de nuevas tecnologías y su utilización en los procesos económicos de producción y distribución.
  2. El nivel socio-político está relacionado con las necesidades humanas de convivencia y se centra en los grupos sociales y en las formas de poder político.
  3. Por último, el nivel cultural tiene relación con la necesidad de sentido para las personas e , incluso, las ideas y los valores de los grupos humanos, traducidos en instituciones que ordenan la vida de las personas.

Otra definición de la globalización pertinente, es la que desarrolla el profesor Joaquín Estefanía en su obra «La nueva economía de la globalización», donde sostiene:

«La globalización es la principal característica del poscapitalismo. Se trata de un proceso en el que las economías nacionales se integran progresivamente en la economía internacional, de modo que su evolución dependerá cada vez más de los mercados internacionales y menos de las políticas económicas de los Gobiernos. Ello ha traído mayores cotas de bienestar en muchos lugares, pero también una obligada cesión de poder de los ciudadanos, si debate previo, sobre sus economías y sus capacidades de decisión, en beneficio de unas fuerzas indefinidas que atienden al genérico de mercados. La globalización es, pues otro hito histórico tras la caída del «socialismo real» y la autoanulación de los paradigmas alternativos al capitalismo. Esta parcial, pues no llega a amplias zonas del planeta como, por ejemplo, el continente africano; alguien ha denominado también a este proceso mundialización mutilada{7}

La entrada en el nuevo milenio, abre una nueva época de rápidos cambios debidos, en parte, a la introducción acelerada, desde mediados de los años setenta, de las TIC en las formas de producción de mucha gente, especialmente en los países industrializados. La capacidad de la población mundial para recibir mensajes a través de la televisión, y el uso de Internet, han alcanzado proporciones considerables. Por último, la diferencia entre la primera y la segunda fila, muestra que la incorporación de las TIC es muy desigual, según se trate de un país industrializado o pobre.

En cifras absolutas, en 1997, se calculaba que había 1.260 millones de espectadores, 690 millones de abonados al teléfono y unos 200 millones de ordenadores operativos. En cuanto a la perspectiva futura en el desarrollo de las TIC, se puede añadir que el desarrollo de los correos electrónicos gana al correo postal por 10 a 1, y que Internet ha ganado 50 millones de clientes en 5 años, resultado que los ordenadores personales consiguieron en 16 años y la TV en 13.

El desarrollo de las TIC permitió una recuperación del sistema capitalista después de su crisis en 1973. Sin embargo, los cambios que llevaron a esta recuperación del crecimiento económico, tuvieron consecuencias negativas en la distribución de las rentas. Dentro del Primer Mundo, así como entre 1950 y 1980, las clases medias, entre 1988 y 1994, perdieron ingresos a favor del 20% de la población más rica, que pasó de controlar el 55,8% a hacerse con el 64,2% de los ingresos mundiales. En conjunto, pues, la desigualdad ha aumentado en los últimos años.

En Julio de 1999, Kofi Annan, Secretario General de la ONU, anunció en Ginebra que «el número de pobres en el mundo se había duplicado desde 1974. Así, de los 6.000 millones de habitantes del mundo, en 1999, la mitad tenían que sobrevivir con tres dólares al día, y uno de cada dos, de estos pobres, no ganan más que un dólar al día.» Los resultados palpables de la globalización, en el mundo del trabajo, han sido pues de una cronificación del paro, el aumento de la precariedad laboral y social, en los países industrializados, y también un incremento de la desigualdad de ingresos.

Hemos comprobado que la globalización tiene por causas generadoras fenómenos objetivos y subjetivos. Conviene precisar tal distinción, ya que es importante por sus consecuencias. Entre los fenómenos objetivos, figura en primer plano el proceso de la mundialización. Por tal mundialización, se entiende un proceso mediante el cual la internacionalización de las fuerzas productivas culmina en un fenómeno mediante el cual los diversos Estados quedan integrados en una única economía mundial basada en el mercado único mundial. Como indicamos anteriormente, ya hace más de 153 años Marx y Engels habían previsto, en su famoso Manifiesto del Partido Comunista, como la burguesía de los países avanzados se veía obligada, por las leyes de concentración de capital, a rebasar sus mercados nacionales iniciales, expandiéndose fuera de sus metrópolis en búsqueda de materias primas, fuentes de energía y nuevos mercados que, al conjuntarse, llegaban a constituir el mercado mundial.

El mercado mundial existe desde el siglo XIX, pero es en las últimas décadas cuando ha experimentado un salto cualitativo. La creciente internacionalización de las fuerzas productivas, impulsada fuertemente –entre otros factores– por las dos Guerras Mundiales que ha sufrido la Humanidad, ha hecho omnímodo al mercado mundial. Este proceso hace el proceso de mundialización, y el de globalización, sí se asimilan ambos conceptos, objetivamente ineludible. Existe también otro elemento objetivo de la globalización que se ha desarrollado en los últimos años. Con el desarrollo de la denominada «revolución científico-técnica», especialmente en las áreas de la telecomunicación y la informática, se ha creado una red objetiva de interconexiones financieras que permite dominar el círculo financiero mundial, desde el centro nuclear del sistema, pudiendo así producir alzas o bajas espectaculares en los valores de las bolsas internacionales. Como es lógico, de ello se derivan fuertes consecuencias económicas y sociales.

En las últimas décadas, han sido las empresas multinacionales, o transnacionales, las que han pasado a controlar los grandes resortes de la economía mundial. Algunas de estas empresas internacionales, detentan capitales superiores a los de la mayoría de los Estados nacionales, controlan las bolsas internacionales y mantienen un capital especulativo que circula diariamente –de día y de noche–, con un importe de más de cuatro billones de dólares por dichas bolsas. El fenómeno de esa circulación especulativa ininterrumpida, es técnicamente posible debido a que los diferentes horarios de las bolsas de valores –según su situación geográfica y la rotación de la Tierra– hace posible que se desarrollen, casi ininterrumpidamente, operaciones bursátiles.

Junto a estos elementos objetivos de la globalización, ha surgido también un relevante elemento subjetivo. Es la utilización, que se efectúa constantemente de su elemento ideológico y político. A quienes se rebelan contra el dominio omnímodo del gran capital, que se ejerce con el pretexto de las leyes económicas que impone la globalización, se les presiona sosteniendo que la globalización es un proceso objetivamente inevitable, y por lo tanto, imposible de frenar. En consecuencia, hay que resignarse ante las normas que la globalización impone, por duras que éstas puedan ser para la gran mayoría de los trabajadores. De hecho, el concepto de globalización se ha convertido en el principal factor de la ofensiva neoliberal contra el «Estado del bienestar», o Welfare State. Es decir, de hecho, contra las conquistas sociales que los trabajadores consiguieron en más de un siglo de ardua lucha social.

Tal concepción de la globalización, se expresa teóricamente en el denominado pensamiento único, que pretende haber refutado la posibilidad de cualquier otra alternativa al sistema capitalista mundial. El pensamiento único alcanzó su culminación en las tesis de Francis Fukuyama, funcionario del Departamento de Estado de los EE.UU., quien pretende que la Humanidad ha alcanzando el fin de la historia, ya que con el derrumbamiento del denominado «socialismo real», ha finalizado definitivamente la lucha de clases. Así, según Fukuyama, el sistema de economía de mercado (Capitalismo), y la democracia representativa, han alcanzado la hegemonía mundial permanente. Sin embargo, la década transcurrida desde que Fukuyama elaboró su tesis, demuestra que la lucha de clases continúa desarrollándose, abierta o subterráneamente, como los recorridos del viejo topo metafórico al que se refirió Marx al hablar de la revolución. No es sorprendente la continuidad de la lucha de clases –inevitable mientras existan clases antagónicas– ya que la globalización de la economía mundial ha agravado el abismo que separa a los países pobres de los países ricos, haciendo que casi las tres cuartas partes de la Humanidad estén sufriendo un proceso de depauperización creciente. La globalización ha producido también un proceso de marginalización de amplios territorios (algunos de la amplitud del continente africano) que, para las empresas multinacionales, ya no resulta interesante su explotación.

En la interesante obra La Nueva Economía. La Globalización, de Joaquín Estefanía, se intenta sintetizar el proceso de la globalización de la siguiente forma:

«A resultas de la caída del muro de Berlín, y de todo lo que ella significaba, la economía sobre todo, pero también la cultura y la política, tendieron a hacerse mundiales. En la historia más cercana hay tres movimientos de apertura económica, el último de los cuales es el que conocemos ahora. En los años 60 hay una internacionalización de los intercambios organizada en el seno de la OCDE, es decir dentro de los países más ricos, en el contexto de un sistema monetario con tipos de cambio fijos; a principios de los 80 se da un nuevo impulso a la desaparición de las fronteras económicas, apoyado por las empresas multinacionales y en el que la moneda nacional va perdiendo su status de encarnación de la soberanía y deviene, poco a poco, en un activo representativo de la riqueza de un país; por último, una década más tarde, se acelera la unificación de un espacio económico mundial, basándose, como veremos, en la volatilidad de los movimientos de capitales y en la formidable revolución informática que hace banales los movimientos físicos del dinero».
Tras la Europa central y oriental van a entrar en esta onda globalizadora las naciones de la antigua URSS, los países emergentes del Sureste Asiático o América Latina, India y China. Permanecen excluidas las pequeñas zonas que aún practican la ortodoxia del socialismo real (Cuba, Corea del Norte, Vietnam) y, por otros motivos, casi todo el continente africano en vías de desintegración. Resumiendo, hay tres causas para la globalización: la aceleración de los ritmos de apertura económica y de incremento de los intercambios de mercancías y servicios; la liberación de los mercados de capitales que ha integrado las plazas financieras y las bolsas de valores de todo el mundo; y la revolución de las comunicaciones y la informática, que ha conectado el tiempo real con el espacio.»

Así, pues, la globalización se sitúa como el marco de referencia económica de nuestra época. El profesor Alain Touraine ha distinguido, metodológicamente, entre la mundialización, elemento continuador de las tendencias aperturistas que se aceleran en la segunda parte del siglo XX, y la globalización, fenómeno rupturista con el pasado «proceso nefasto según el cual los pueblos han cedido poder sobre sus economías y sociedades a fuerzas globales y antidemocráticas, talos como los mercados, las agencias de calificación de deuda, &c.»{8} La mayor parte de los estudiosos de la globalización coinciden en que la base tecnológica de la misma radica en el carácter cada vez más inmaterial de la producción, en el desarrollo informático de los medios de comunicación, en la transferencia de conocimientos y de gestión en tiempo real de los flujos financieros, en la estandarización –como consecuencia de lo anterior– de los mercados. Una masa considerable de capitales que navegan por el ciberespacio para dar rendimientos sin necesidad de la intervención de los otros factores de producción (trabajo y tierra); es decir, existe una forma de capital financiero que proporciona rentas considerables frente a la actividad productiva clásica». Son interesantes estas consideraciones críticas, proviniendo de estudiosos como Alain Touraine y Joaquín Estefanía, con posiciones socialdemócratas bien conocidas.

Podríamos extendernos sobre otras consecuencias también negativas de la globalización. Asimismo sobre la posibilidad de una alternativa a la globalización capitalista. Esta existe ya que tal globalización es sólo la de los capitales y no la de la mano de obra y otros factores. Se trata de una globalización fragmentada o mutilada y se podría alcanzar una globalización integral. A ello destinaremos, eventualmente otro trabajo.

Entre tanto, el 6 de Septiembre de 2001, el mismo profesor Joaquín Estefanía, ha publicado en el diario El País un artículo titulado «Enfriamiento global de la «nueva economía», en el que analiza la recesión económica que se está produciendo en los EE.UU. y sus consecuencias para el proceso económico actual. En su parte final, dice:

«Todo ello nos lleva ya a algunas conclusiones: la primera que la recuperación no se va a producir en este segundo semestre del año. La segunda que, al contrario de lo que predicaban los postulados de la nueva economía, la coyuntura se está sosteniendo –en lo que se sostiene– en base al consumo de los ciudadanos y no de la inversión, que está en caída libre (la producción industrial del G-7, en los últimos meses, es decreciente). Por último, que el efecto contagio de la crisis es muy fuerte y afecta a los países emergentes, carentes de entradas de capital (en las situaciones comprometidas se refugian en la calidad), y no digamos al Tercer Mundo y los más pobres. Del mismo modo que la globalización contagia algunos de sus aspectos positivos, actúa como un virus que propaga las infecciones económicas a todo el planeta...»{9}

Notas

{1} John D. Bernal, La Libertad de la necesidad, Editorial Ayuso, Madrid 1975, tomo I, págs. 64 y 69.

{2} Clemente Ancona, Clausewitz y los marxistas, Cuadernos de Pasado y Presente, Córdoba (Argentina) 1973, página 7.

{3} V. I. Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, Editorial Progreso, Moscú 1977.

{4} Wendel L. Wilkie, Un Mundo, Barcelona 1945.

{5} Marx y Engels, Manifiesto Comunista, Editorial Alba, Madrid 1996.

{6} Joaquín Estefanía, La Nueva Economía. La Globalización, Temas de Debate, Madrid 1996, página 9.

{7} Joaquín Estefanía, op. cit., pág. 13-ss.

{8} Joaquín Estefanía, op. cit., pág. 10.

{9} Joaquín Estefanía. «Enfrentamiento global de la nueva economía», El País, Madrid, 6 septiembre 2001, pág. 11.

 

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