Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 83 • enero 2009 • página 13
Este artículo{*} intenta ser una ventana abierta hacia el mundo de las vanguardias liberales, laicistas y cientificistas sudamericanas en los años de la transición entre los siglos XIX y XX. Intentaremos analizar el itinerario intelectual y político de una mujer que actuó en el medio de las contra elites intelectuales de cuatro países del cono sur y que fue evolucionando en sus ideas a partir de un complejo y rico proceso de interacción con la realidad de su tiempo
De Lima a Santiago
La doctora Margarita Práxedes Muñoz nació en Lima, según algunos de sus biógrafos en 1862, según una tradición familiar en 1848. No siendo este el único dato de sus primeros años de vida de cuya certeza se duda{1}. Doña Margarita era miembro de una familia de tradición liberal y laicista. Su abuelo era el político liberal Juan Zalazar, en cuyo hogar comenzó a imbuirse de la atmósfera que rodeaba a los ámbitos de vanguardia del Perú decimonónico. La joven Margarita realizo estudios secundarios y luego ingreso a la Universidad de Lima de donde se recibió como Bachiller en Ciencias. Título que en el contexto epocal equivalía a un grado intermedio que permitía ejercer la medicina como auxiliar. La tesina presentada por Muñoz para optar al título de bachiller consistió en un comentario a las doctrinas monistas de Ernesto Haeckel. En este interesente trabajo la joven estudiante limeña se proponía analizar las teorías científicas de Haeckel desde su intersección con la filosofía. Luego del impacto de la teoría darwinista de la evolución, Haeckel con su interpretación monista había intentado una explicación general de la evolución de la materia desde los elementos inorgánicos y los primeros organismos unicelulares hasta el hombre. En este esquema, que proponía superar la división de la naturaleza en tres reinos y que postulaba un origen común para todos los seres, Muñoz creía encontrar la idea de un principio rector que sirviera de base para la interpretación de la realidad.
«Obrero inconsciente de la energía vital, el humilde átomo de carbono teje sin cesar la misteriosa tela que confeccionada por la sabia Naturaleza y adaptada admirablemente a las condiciones del medio en que se manifieste, desarrollara las innumerables modalidades de la vida, en esa caprichosa multitud de seres que pululan en sus inmensos receptáculos.» (Margarita Práxedes Muñoz, 1902 (L); págs. 51.)
De Santiago a Buenos Aires
Luego de aquellas primeras incursiones intelectuales Muñoz se radico en Santiago de Chile en 1885. Ya en el ámbito más modernista de la capital trasandina continúo sus estudios en la Facultad de Medicina de esa ciudad. También comenzó a trabajar en la cátedra neurológica del celebre medico chileno Augusto Orrego Luque. Fruto de esta experiencia de cuatro años de trabajo en los hospitales santiaguinos será su estudio sobre la histeria publicado años después. En este interesante trabajo Muñoz realizo una síntesis introductoria sobre los estudios mas actualizados sobre el histerismo (Charcot, Janet, &c.) para luego explicar sus conclusiones producto de su experiencia hospitalaria.{2} El interés que revisten los escritos médicos de Muñoz consiste en que permiten apreciar su visión epistemológica de la medicina como una ciencia empírica-descriptiva. Una ciencia de la mirada como la calificaría Michel Foucault en su libro El nacimiento de la clínica.
En Chile Margarita se incorporó de lleno a los ámbitos intelectuales y políticos de vanguardia. Fue una testigo atenta del ascenso y caída del gobierno progresista de Balmaceda a quien le dedicara algunos comentarios en artículos periodísticos que escribiría tiempo después.{3} Pero la experiencia intelectual más importante de Muñoz en su periodo santiaguino fue su vinculación con el Apostolado Positivista orientado por los hermanos Juan y Enrique Lagarrigue. Años después Muñoz recordaba en estos términos la atmósfera que rodeaba a las reuniones en el círculo de los comteanos santiaguinos a los que pertenecían los doctores Lattaste y Benavente y el diputado Guillermo Puelma Tupper:
«Cada día un escogido auditorio, compuesto de médicos, servidores de la nación y comerciantes acude a oír el evangelio del futuro, saliendo siempre con nueva fe en el alma y mas segura esperanza en la regeneración humana: Tales son las reminiscencias que me han quedado de la iglesia positivista chilena.» (Margarita Práxedes Muñoz, «El positivismo y su obra en Sud America», en LFP, 25 de marzo de 1898, pág. 7.)
Muñoz mantendría siempre una gran admiración por el líder de los comteanos chilenos Lagarrigue con el que seguiría manteniendo una relación epistolar y de colaboración intelectual luego de radicarse en Buenos Aires. Al respeto que sentía por el hecho de ser Lagarrigue un importante difusor del pensamiento de Comte en América del Sur se sumaba que el chileno, a tono con el pacifismo comteano, había sido un firme defensor de la devolución de los territorios arrebatados por Chile a Bolivia y Perú durante la guerra del Pacífico.{4} Durante los últimos tiempos de su etapa chilena Muñoz comenzó un interesante debate epistolar con su compatriota el coronel José Madueño, ex gobernador de Iquitos y difusor de las doctrinas de Comte en el Perú. Luego que el gobierno de su provincia fuera intervenido por la dictadura de Pierola, Madueño emprendió el camino del exilio a la Argentina y luego a España. En el intercambio de cartas entre doña Margarita y Madueño en 1895-1896 puede apreciarse dos lecturas diferentes de la realidad latinoamericana de ese momento, ambas inspiradas en el pensamiento de Comte. El ex gobernador de Iquitos hacía una defensa del parlamentarismo en América Latina frente a las dictaduras personalistas y cesaristas. Muñoz le contestó señalando que los parlamentos en Iberoamérica habían sido, en muchas ocasiones, un arma de la reacción que los usó para agitar a la masa ignorante para impulsarla a derrocar a gobiernos progresistas. La doctora peruana se pronunciaba a favor del sistema de dictadura «vitalicia» formulado por Comte en sus escritos tardíos como la forma de gobierno más adecuada para Latinoamérica. Pero la defensa que hacía Muñoz de este sistema de gobierno autoritario remitía a las aristas más utópicas del positivismo doctrinario:
«Tengamos también en cuenta que este sistema solo podría tener feliz éxito en una sociedad organizada según el régimen positivista en que los ciudadanos recibiesen educación positiva que desarrolla a la vez el corazón, la inteligencia y el carácter; en el que el dictador no tendría los medios de transformarse en tirano pues carecería del ejército para imponer su autoridad (...). Las funciones de la autoridad civil quedarían sumamente reducidas en el régimen positivo. Tan solo se limitarían a la administración de las rentas nacionales y a la conservación del orden publico. Un verdadero inmenso poder surgiría entonces y la soberanía popular no seria, como hoy, un irrisorio mito.» (M. P. Muñoz, 1896 (F. 1); pág. 11.)
Cabe aclarar que otras lecturas positivistas latinoamericanas prescribían la necesidad de gobiernos fuertes, resguardados de las presiones populares, para modernizar la sociedad. Pero mientras los intelectuales de los equipos gubernamentales solían propiciar la instalación de regímenes cesaristas en el presente, como una etapa preparatoria de una futura democracia plena; Muñoz proyectaba esa necesidad hacia el futuro en el marco de una sociedad organizada de acuerdos con los principios positivistas. Esta defensa de los gobiernos fuertes y centralizados se oponía por el vértice a la defensa de los gobiernos dictatoriales llevada adelante por los positivistas mexicanos admiradores de Porfirio Díaz; por el apostolado positivista brasileño o por los defensores del «Unicato» en la Argentina. En la América Latina de fines del siglo XIX el grado de doctrinarismo en la obra de un intelectual solía ser inversamente proporcional a su relación orgánica con el poder.
En una segunda carta, fechada en Buenos Aires, donde se había radicado en 1895, Doña Margarita traza un panorama del Perú bajo el gobierno dictatorial de Pierola. En ese derrotero denunciaba la represión de la oposición en las provincias amazónicas y los ataques de una turba clerical contra la Universidad de Cuzco, bastión del laicismo y el liberalismo peruano. Luego de reseñar estos sucesos, la médica limeña se pronunciaba a favor de fortalecer las autonomías provinciales para defender a los gobiernos progresistas locales de los atropellos de las dictaduras apoyadas por las regiones más atrasadas de cada país. En este folleto la discípula de Comte acusa cierta desviación de su pacifismo doctrinario en pasajes donde atribuye la derrota peruana en la guerra de 1879 a la falta de patriotismo de la oligarquía de ese país:
«La ambición personal ahogo la noción del deber. Si los hombres de Montan hubieran tenido el patriotismo de San Martín o de Bolívar, el Perú habría reproducido la heroica resistencia paraguaya y el pacto de Ancon, esa humillante bofetada del invasor, no enrojecería nuestras mejillas.» (M. P. Muñoz, 1896 (F. 2); págs. 6-7.)
Es en Santiago de Chile en 1893 donde Muñoz publico la que sería su obra más revisitada por los analistas modernos. La Evolución de Paulina es una novela sociológica en donde la historia de vida de la joven Paulina –alter ego de la autora– es un pretexto para la exposición y comentario de las ideas de Comte. Es esta obra la muestra de ortodoxia comteana más estricta que encontramos en todo el corpus muñoziano. El punto donde se separa más de su maestro es en algunas reservas que tiene para con la reivindicación que hace Comte del papel histórico del cristianismo («el teologismo»). Formada en la tradición laicista del liberalismo peruano Muñoz no terminaba de asimilar completamente la reivindicación de la religión del último Comte aunque hace suya la doctrina de la Religión de la Humanidad. Distancia con las ideas del maestro que también se dejaran apreciar en los trabajos comteanos de su periodo argentino.
En relación con el rol de la mujer en la sociedad moderna La Evolución... muestra fuertes deudas con las concepciones patriarcalistas de Comte. En esta obra se hace presente la idea de la mujer como «Ángel guardián del hogar» y otros conceptos por el estilo. La única reivindicación de Muñoz para las mujeres en este momento de su trayectoria es el derecho a acceder a la educación. A esto se debe a que algunas aproximaciones sobre su obra la hayan presentado como una cerrada opositora a cualquier tipo de movimiento a favor de los derechos de la mujer.{5} Pero, como veremos, Muñoz evolucionaría de manera profunda, en ese terreno, en los años siguientes.
De la ortodoxia comtiana al feminismo librepensador
Muñoz llegó a la Argentina a comienzos de 1895. En Buenos Aires se vinculó con el pequeño núcleo de exiliados peruanos que venían huyendo del gobierno populista y pro clerical del Califa Pierola. Este círculo estaba integrado por el ex presidente de Perú General Avelino Cáceres, su hija Eva Angelina, José Arnaldo Porras, Juan Márquez y el ya mencionado José María Madueño.{6} Con posterioridad a la llegada de Muñoz se incorporarían al círculo de exiliados peruanos la escritora liberal y luchadora por los derechos de la mujer Mercedes Cabello de Carbonera y la novelista Clorinda Matto de Turner autora de la novela indigenista Aves sin nido y directora de la revista Búcaro Americano que contará con la colaboración de Doña Margarita. Pero el campo de acción de la doctora limeña en Buenos Aires excedería en mucho el ámbito de los exiliados peruanos. La doctora Muñoz mantuvo relaciones epistolares y de frecuentación social con el estanciero y dirigente espiritista Felipe Senillosa, con el educador hispano argentino Enrique Santaolalla, con el positivista francés radicado en Buenos Aires, Pedro Lacalde; con el periodista Carlos Vega Belgrano y con el escritor y poeta Carlos Guido y Spano que la invitará a disertar en el Ateneo popular.
En sus primeros tiempos en Buenos Aires Muñoz se incorporaría de pleno en el espacio del liberalismo librepensador de cuño anticlerical que en esos años comenzaba a ganar audiencia en la capital argentina y otras ciudades del litoral. El primer trabajo publicado por Muñoz en Buenos Aires fue un folleto de corte anticlerical. En Dos mártires del Librepensamiento nuestra autora relata el derrotero de los liberales chilenos Francisco Bilbao y Emiliano de la Barra refugiados en Buenos Aires huyendo de la reacción de su país. En esos primeros meses de estadía en Buenos Aires Muñoz comenzó a desarrollar actividades como pionera del movimiento por los derechos de la mujer en la Argentina. En ese terreno fundó la logia 8 de marzo de 1895. Primer logia masónica argentina formada por mujeres y niñas. Esta logia, en la que también participaría Aspasia Muñoz, la hija de Dona Margarita; se propuso como programa luchar por ampliar el trabajo de la mujer en el campo social diferenciándose de las instituciones católicas de beneficencia. Su acción en el terreno social debía orientarse hacia la filantropía con los desvalidos y a dictar cursos para mujeres y adolescentes sobre ciencias y nociones útiles en la vida social. La labor de esta agrupación fue saludada por las revistas masónicas que le atribuían la misión de luchar por la emancipación de la mujer de las garras del clero. Aun dentro de lo modesto de este programa la acción de Muñoz en este periodo muestra un apartamiento del rígido patriarcalismo comteano en lo referente a su visión de la mujer en la sociedad.{7} Esta brecha en relación a las ideas sobre la mujer expuestas en La Evolución... se irá ampliando en los dos años siguientes a medida que Doña Margarita se fue involucrando más en el ámbito del liberalismo librepensador y anticlerical en Buenos Aires.
El ámbito cultural y político del Buenos Aires de fin de siglo en que actuaría Muñoz era un universo de foros y conferencias en donde convergían un arco ideológico que iba desde los liberales anticlericales hasta las vanguardias obreras. En ese contexto Margarita se haría conocida como conferenciante de temas científicos y filosóficos en el Ateneo de Buenos Aires y en el Centro Socialista Obrero del recientemente fundado Partido socialista. En este ultimo círculo Muñoz pronunció una conferencia titulada «Augusto Comte y el problema social». En esta alocución Dona Margarita expuso una síntesis de la doctrina comtiana leída en clave de liberalismo librepensador con algunos toques que la acercaban a una concepción socialista elitista y tecnocrática:
«Separación de la Iglesia y del Estado. Modificación del art. 6 de la Constitución Nacional, aboliendo la intervención de los Estados federales con fines políticos. Transformación del ejército permanente en guardia nacional activa. Naturalización de los extranjeros. Limitación del voto a los ciudadanos que, por lo menos, saben leer y escribir. Repartición equitativa de las tierras, según el proyecto de Rivadavia de 1826. Inmigración espontánea. Educación popular. Supresión del presupuesto oficial universitario. Estudios y enseñanzas libres. Establecimiento del librecambio. Abolición de todo proteccionismo interno y externo. Viabilidad telegráfica y férrea de La Pampa, Patagonia, Misiones, Chaco, y con las naciones circunvecinas. Expropiación de toda propiedad industrial del fisco. Fomento de la iniciativa individual en la industria, en el arte y en la ciencia, o concentración del capital material, moral e intelectual, en los capaces de explotarlo en bien de los demás.» (Margarita Práxedes Muñoz, «Augusto Comte y el problema social» en La Educación, 15 de junio de 1898 y 1 de julio de 1898; págs. 132-134.)
Este programa reflejaba una lectura bastante particular de la ortodoxia comtiana a tono con una serie de ideas que ganaban consenso en el espacio de las vanguardias contraculturales laicistas y cientificistas pero manteniendo claros puntos de ruptura con el socialismo obrerista. Estas ideas serán las que inspiraran el emprendimiento intelectual más original y trascendente que llevaría adelante la médica limeña. Entre junio y diciembre de ese 1898 vería a la luz la revista La Filosofía Positiva dirigida por Muñoz y con la participación de destacados colaboradores nacionales y extranjeros. Entre los primeros tenemos a Enrique de Santa Olalla, Felipe Senillosa, Luis Mohr, Maximio Victoria, José Ingenieros, Alfredo Palacios y otros. Entre los extranjeros a referentes positivistas como los franceses Juan Francisco Robinet, Ernesto Delbet y Paul Ritti y el chileno Juan Lagarrigue. También Muñoz contó en este emprendimiento con la colaboración de algunos de sus compatriotas exiliados. Entre ellos a Eva Angelina Cáceres, hija del ex presidente peruano Andrés Avelino Cáceres y el ya mencionado José María Madueño que envió colaboraciones desde España.
En su breve pero intensa vida La Filosofía Positiva fue la caja de resonancia de una serie de procesos políticos nacionales e internacionales. Esta pequeña publicación positivista apoyo la campaña del Comité Liberal orientado por Felipe Senillosa para enviar un petitorio pidiendo la separación de la iglesia y el estado a la convención constituyente reunida en Buenos Aires ese año. También reflejó la actividad y la lucha ideológica que distintos grupos de educadores comtianos o afines venían llevando adelante desde espacios de poder acumulados en el área educativa de distintos gobiernos provinciales. En ese orden mantuvo intercambios con la revista La Escuela Positiva de Corrientes, órgano oficioso de la Dirección de Escuelas de esa provincia en donde actuaba un grupo comtiano inspirado por J. A. Ferreira y Ángel Bassi.{8} También celebró la designación del joven escritor socialista Leopoldo Lugones como Inspector General de Escuelas y denuncio la exoneración del comtiano Maximio Victoria de su cargo como Director de Escuelas de la provincia de Tucumán, fruto de presiones del clero sobre el gobierno de esa provincia.{9} La Filosofía Positiva intervino también en la campaña que los sectores liberales, socialistas y anarquistas llevaron adelante contra el clímax pre bélico entre la Argentina y Chile. En el último número de esta publicación se reprodujo una interesante polémica entre el positivista chileno Juan Enrique Lagarrigue y el joven argentino José Ingenieros alrededor de la guerra hispano norteamericana. Lagarrigue condenaba la ocupación norteamericana de las colonias españolas en el Caribe y el Pacífico como un acto bárbaro y regresivo dentro de la concepción comtiana del desplazamiento de las soluciones bélicas por las relaciones armónicas entre las naciones. Por su parte Ingenieros introducía en el análisis de la guerra un esquema de interpretación marxistizante.{10}
Sin duda alguna La Filosofía Positiva fue un episodio intelectual que condensaba una serie de referencias e influencias que ganaban espacio en los ámbitos contraculturales porteños. Por un lado reflejo una breve primavera comtiana doctrinaria que se produjo en la Argentina en el último lustro del siglo XIX. Como ya dijimos un comtismo un poco más ligado a la tradición liberal anticlerical que otras apropiaciones contemporáneas de Comte en Sudamérica. Se trataba de una lectura de Comte en la que la categoría de totalidad, «la Humanidad como organismo superior» en lenguaje comtiano, tiene un peso central. Como ya la tenía en el pensamiento de Muñoz durante su vieja adscripción a las doctrinas de Haeckel y la seguiría teniendo en futuras adscripciones a otros universos de ideas. Y es este eje el que tal vez explica la proximidad que en las páginas de La Filosofía Positiva presentan las lecturas de Comte con referencias provenientes de medios espiritualistas. En efecto, en dos breves cuentos ambientados en la antigüedad clásica y publicados en La Filosofía..., el joven anticlerical, y futuro diputado socialista, Alfredo Palacios, exponía de forma alegórica la doctrina teosófica de la evolución del alma hasta su integración con el ser supremo.{11}
En clave teosófica
En el ultimo número de La Filosofía Positiva apareció un suelto saludando la futura aparición de una revista de filiación teosófica en el medio porteño. En ese suelto se traía a colación que la líder teósofa Annie Besant había tenido un periodo de inspiración comtiana en su juventud.{12} Pocos meses después vio a luz la revista Philadelphia, órgano de la rama argentina de la sociedad teosófica. Esta publicación contará entre sus colaboradores a los principales inspiradores de cenáculos teosóficos argentinos como Alejandro Sorondo, Carlos Collet, los jóvenes socialistas Leopoldo Lugones y Alfredo Palacios; y Margarita Práxedes Muñoz que iniciaría su acercamiento a las corrientes espiritualistas y al estudio comparado de las religiones.
En el periodo 1900-1901 los teósofos de la Argentina gozaron de un especial interés de parte de la opinión pública porteña siempre tan sensible a las novedades intelectuales. En los primeros meses del siglo XX visitaría la Argentina el coronel Olcott, presidente de la Sociedad Teosófica con sede en Benarés (India) y colaborador inmediato de la líder teósofa Annie Besant y anteriormente de Helena P. Blavatsky, fundadora de esta corriente. Olcott habló en varios foros porteños y en la Biblioteca Pública de La Plata.{13} Como decíamos Margarita Práxedes se sumó con la fe militante del converso a este nuevo credo. Y en los escritos de esta nueva etapa podemos encontrar elementos ligados con las anteriores etapas de su obra e incluso elementos vinculados con futuros giros ideológicos que experimentaría la doctora peruana. En Philadelphia Margarita dio a conocer dos artículos. El primero de ellos fue una reseña bibliográfica y doctrinaria de la fundadora de la teosofía H. P. Blavatsky.{14} El segundo, mucho más interesante, se titulaba «Una profecía por cumplirse». En este segundo artículo Muñoz desarrolló un tema que había tocado de pasada en su conferencia pronunciada en el centenario del nacimiento de Comte. El sentido universalista del mensaje de Jesús y sus puntos de contacto con la doctrina de otros maestros fundadores de religiones como Buda. En un nuevo giro sobre este tema Muñoz especuló con que en los primeros siglos del cristianismo se frustró la posibilidad de una convergencia entre el mensaje universalista de Jesús y lo mejor de la filosofía greco-latina y oriental y de la fe con el pensamiento científico. Según Margarita el naciente poder teocrático había desnaturalizado en esos siglos un proceso natural de unión que hubiera galvanizado a la humanidad por la vía hacia estadios superiores de progreso material y ético.{15}
Metida de lleno en las actividades de las logias teosóficas Muñoz se traslada en 1902 a Montevideo donde comenzó a trabajar con la rama uruguaya de la Sociedad Teosófica. En el teosofismo de Muñoz es palpable la influencia de Eduard Schure y su libro Los grandes iniciados (1899) al que Muñoz tradujo parcialmente al castellano.{16} La obra de Schure gira alrededor de la idea que existía un derrotero esotérico de la historia de la humanidad signado por la aparición de grandes maestros reveladores de verdades trascendentales (Moisés, Rama, Buda, Pitágoras, Platón, Jesús, Hermes-Trigemisto, Krishna), partes de una verdad superior que encarna la verdad última del universo. Estas creencias fueron expuestas por Margarita en una conferencia pronunciada en el Ateneo de Montevideo con el título de «La Ciencia Esotérica de Oriente». Partiendo del análisis de la antigua religión védica hindú Muñoz explicó a su auditorio cómo en distintas vertientes del pensamiento antiguo podían encontrarse intuiciones o aproximaciones hacia una verdad superior que condensaba el «Alma universal» que sólo podía presentarse a la humanidad como revelaciones transmitidas en el lenguaje de las religiones y toscas creencias que los hombres ideaban para explicar lo incognoscible. Esa Alma universal, Gran Ser o primer principio como explicación panteísta del cosmos actuaba sobre la humanidad a través de los Devas (seres superiores que guían a la humanidad) que inspiran a su vez a los Mahatmas (Sabios) cuyas enseñanzas encierran retazos de la verdad suprema.{17}
Es en este periodo teosófico donde va madurando la posterior revalorización que hará Doña Margarita del cristianismo. En una conferencia titulada «Desarrollo progresivo de la autoridad espiritual del mundo Antiguo» la médica peruana sostiene, que en la antigüedad clásica y preclásica, fue la formación de una casta sacerdotal la que galvanizó a la sociedad con sus enseñanzas y su guía moral que fortalecían todo el cuerpo social. En este orden Muñoz comienza a transitar por un camino al que se había mostrado renuente a avanzar en su periodo de ortodoxia comtiana. Ya hemos señalado su particular lectura de la Religión de la Humanidad desde una perspectiva que se enganchaba con la tradición liberal anticlerical. La reivindicación del cristianismo que realizaba Muñoz en la conferencia del centenario de Comte (1898) se limitaba rescatar el mensaje universalista de Jesús. En su artículo en Philadelphia hacía extensiva esta revisión al cristianismo de los tiempos apostólicos y la patrística hasta la consolidación de la iglesia como un poder teocrático y dogmático en el siglo IV. En «Desarrollo progresivo...» va bastante más lejos y reivindica el papel del clero como artífice de la civilización medioeval como había sostenido Comte en sus obras de madurez. Por encima de la inquisición, la intolerancia y otras miserias, el cristianismo había logrado erigir la civilización occidental que fue el antecedente del mundo moderno. Por este camino se comienza a anunciar una reivindicación de la iglesia como una institución clave que a lo largo de la historia supo infundir en todo el orden social las ideas y las enseñanzas que aseguraron una evolución de la humanidad sin rupturas, barbaries y desordenes:
«Hay dos distintas funciones en el orden social, la una se cimenta por medio de la fuerza, la otra por la persuasión; al poder político pertenece la primera, al poder espiritual la segunda. Jamás debe la una invadir el terreno de la otra, so pena de producir en la sociedad, el desorden, la confusión y la ruina de toda creencia; la fórmula moderna de La Iglesia libre en el Estado Libre, vendría a resolver este gran problema, de amparar a la vez, los fueros sagrados de la conciencia y las legítimas aspiraciones de la libertad: Tal es la tarea que debe realizar el porvenir.» (M. P. Muñoz, 1905 (L), pág. 86.)
En búsqueda de un cristianismo alternativo
Muñoz regresó a Buenos Aires en 1905. En la Argentina, primero en Buenos Aires y luego en Santiago del Estero, transcurrirían sus últimos años de vida y la última etapa de su no muy larga pero intensa trayectoria intelectual. El interés mostrado por la historia de las religiones y la reivindicación del papel del cristianismo en la formación de la cultura occidental prenunciaba el último de los varios giros doctrinarios que jalonaron su trayectoria. En los últimos trabajos de Doña Margarita es evidente una toma de distancia del laicismo militante y una aproximación al catolicismo. Aunque, como veremos, el catolicismo con el que se reconcilió Muñoz era parte de una construcción intelectual muy personal.
En 1907 Muñoz publico un folleto con un título bastante peculiar: «Devuelvo el obsequio y formulo mi profesión de fe liberal.» Este trabajo se abre con una explicación de Muñoz que comenta un suelto de prensa que la había calificado como librepensadora. Doña Margarita no acepta la calificación y señala que los móviles y objetivos que encarnó el librepensamiento como corriente de ideas y como movimiento ya se habían alcanzado, ya que la libertad de pensamiento estaba plenamente asegurada en el mundo moderno. Luego desarrolla la idea que las banderas del librepensamiento estaban siendo esgrimidas para promover actitudes anti religiosas tanto o más sectarias que las que la iglesia había tenido para con sus enemigos antaño. Muñoz dice que haciendo un balance del anticlericalismo que se desarrolló en occidente desde el periodo anti religioso de la revolución francesa hasta comienzos del siglo XX que este sólo ha servido para promover violencia, barbarie y desorden. Pero fue sobre dos episodios mucho más cercanos en el tiempo sobre los que centró su atención. Uno fue el Congreso Internacional de Librepensamiento que se había realizado en Buenos Aires unos meses antes (20-22 de septiembre de 1906). En su folleto Margarita calificaba a las resoluciones de ese conclave internacional como rosario de posiciones anticlericales enrage.{18} El otro episodio que horrorizaba a la médica limeña y, que en su momento, había sido celebrado en los ámbitos anticlericales porteños, era la expulsión de las ordenes religiosas en Francia, por el gobierno radical de Waldeck-Rosseau que había llegado al poder detrás de la oleada liberal que siguió al «Affaire Dreyfus».
«Librepensadores expoliando Iglesias y arrojando de sus asilos a hombres pacíficos y mujeres piadosas que ellos califican de fanáticos porque así se les antoja, persiguiendo a los creyentes de un dogma que no se han tomado el trabajo de estudiar nunca seriamente, me hace el mismo efecto que la inquisición española enviando a las llamas por centenares a judíos y herejes, antes que emprender la meritoria labor de enseñar...» (M. P. Muñoz, 1907 (F), págs. 7-8.)
Doña Margarita que había adscrito al liberalismo anticlerical en sus vertientes más moderadas, retrocedía espantada frente a lo que veía como una nueva fuente de intolerancia, pero más aún, como el desmantelamiento de un elemento que podía ser central para la evolución de la humanidad hacia formas superiores de civilización. Muñoz cuyo pensamiento siempre había sido evolucionista y que había expresado temores frente al rol que desempeñaban las masas ignorantes cuando se proyectaban en el escenario de la historia comenzaba a buscar en el catolicismo esa doctrina unitaria capaz de asegurar el respeto al orden social y promover el progreso sin anarquía. Esa misma síntesis ética que había buscado antes en el catecismo positivista y luego en los tratados teosóficos.
Igual que para Chateaubriand en El Genio del cristianismo, el cual Muñoz había traducido al castellano, el catolicismo para Margarita Práxedes era más que una iglesia y un poder teocrático; más que una doctrina con un dogma. Era una cultura que había permitido el desarrollo de los pueblos de Europa occidental hacia la concreción de una civilización superior y unitaria y había impedido el naufragio de los mejor de la cultura clásica bajo el embate de los bárbaros. El catolicismo era el pensamiento patrístico buscando traducir al lenguaje cristiano lo mejor de la filosofía pagana. Eran los maestros platónicos de la Alta Edad Media, el movimiento cluniacense unificando la cultura de la Europa occidental después del año mil, el renacimiento cristiano del siglo XII, la alta escolástica bajo medioeval, los humanistas cristianos del renacimiento, el catolicismo barroco de Bosuet, Fenelon y otros. Todos estos ejemplos eran una muestra de que la religión podía ser aliada de la ciencia al contrario de lo que había sostenido el liberalismo desde la ilustración hasta el siglo XX.
Pero este redescubrimiento del cristianismo está hecho desde un ángulo difícil de encuadrar en cualquiera de las corrientes ligadas al catolicismo de ese entonces, aun las más aperturistas. De estas las simpatías de Muñoz estaban con el catolicismo belga de larga tradición liberal y con distintos referentes del liberalismo católico francés como, por ejemplo, Jhosefin Peladan, a quien le dedico un artículo apologético aparecido en 1907 en el Búcaro Americano.{19} Una incansable forjadora de utopías como Doña Margarita terminó construyéndose un catolicismo propio. Un catolicismo que entre otras cosas era visto como un puente entre los valores éticos de la antigüedad clásica y los nuevos valores traídos al mundo por la palabra de Jesús. Idea que está presente en un artículo de la doctora limeña, titulado A Leónidas, en donde compara el ejemplo ético de sacrificio del héroe pagano de las Termópilas con el sacrificio de Cristo en el Gólgota.
«La poesía canta tus glorias: ¡Quien hay como tú Leónidas!; tu estirpe aunque mutilada, no se ha extinguido sobre la tierra. Nadie te ganará en abnegación pero tu valor y los ecos de tu fama han repercutido por todo el orbe, inflamando corazones y despertando heroísmos. Diste el ejemplo del sacrificio augusto, supiste luchar contra los muchos, luchar sin esperanza por obedecer las leyes del honor y acatar el santo mandamiento de tus padres; tan pura es tu gloria y tan grande, que no encuentro mortal à quien poder asimilar: sólo un ser divino puede competir contigo. Tú moriste en las Termópilas por una patria, Cristo muere en el Gólgota por todo el género humano.» (M. P. Muñoz, A Leónidas, en Búcaro Americano, 1º de enero de 1907, subrayado en el original.)
Pero este esfuerzo de situar al cristianismo como un proceso de rescate superador de la antigüedad clásica esta expuesto con mayor transparencia en el folleto La Novela de Juliano de 1908. Este folleto es una crítica a la obra homónima del escritor ruso Dimitry Merejkowsky. Este pertenecía al grupo de literatos rusos liderado por Sinaida Hippius. Se trataba de escritores de formación socialista que luego del fracaso de la revolución rusa de 1905 iniciarían un paulatino proceso de redescubrimiento de la religión. En esta novela Merejkowsky analizaba la figura del emperador romano Juliano el Apostata, que lideró la reacción pagana a la muerte del emperador cristiano Constantino, como un guerrero de última trinchera contra el cristianismo triunfante. Muñoz, en su crítica al libro del novelista ruso, acomete la tarea de reivindicar la memoria de Juliano. Según nuestra autora Juliano había sido digno continuador de la tradición de los emperadores filósofos y teólogos. Hombres como Marco Aurelio, Aureliano y, particularmente, del sirio Alejandro Severo que había querido fusionar el pensamiento de todos los grandes fundadores de religiones (Orfeo, Brahma, Abraham, Jesús, Pitágoras) en una síntesis ecléctica capaz de guiar a la civilización clásica tardía hacia más altos y elevados horizontes. Según Muñoz, Juliano, discípulo de los neoplatónicos, había querido dotar de un sentido ético y filosófico al viejo paganismo greco-romano. Proyecto que lo colocaba, aun sin proponérselo, en el camino de tener que converger tarde o temprano con el cristianismo:
«Juliano tuvo un gran pensamiento; su espíritu sintético y altamente religioso soñó quizá con un imposible: quiso transfundir en el alma decrepita del imperio la rica savia del evangelio, cuyas máximas deletreó primero, antes de estudiar la filosofía en Atenas; de aquí el empeñó en restaurar los Misterios, es decir, la base esotérica del culto helénico, ese culto que tenía en su esoterismo tantas afinidades con el espíritu cristiano, lleno como él, de promesas y de esperanzas. Quizás pensaba en su magnánimo corazón acercar de este modo las almas nobles de uno y otro credo y hacer cesar ese antagonismo injusto que surgía entre los fieles de la antigua religión de los griegos y los prosélitos de la nueva fe predicada por Cristo.» (M. P. Muñoz, 1908 (F), págs. 5-6.)
Esa grandeza de Juliano se manifestó en toda su magnificencia en el momento de su muerte en el cual el emperador filósofo vislumbra la existencia de la eternidad como una comunión del alma humana con una verdad superior. Siguiendo el relato de Amiano Marcelino, Doña Margarita traza un paralelismo entre la muerte de Juliano con la de Sócrates relatada por Platón. Para Margarita era en ese mundo que asistió al ocaso del paganismo y el alba del cristianismo en el que se frustró la esperanza del triunfo de la fe aliada al pensamiento para ser luz que alumbrara al mundo hacia estadios cada vez más excelsos. Muñoz miraba hacia el mundo mediterráneo de los siglos III y IV d. C. y lo resignificaba de forma simétricamente opuesta al cuadro que por ese entonces había trazado Anatole France en su novela Thais, la cortesana de Alejandría. En esa época había sido sembrada la semilla sin germinar del cristianismo en el que pensaba Muñoz. Una línea de alianza entre la fe y la razón para religar a la humanidad en una doctrina única que guiara sus pasos.
Muñoz avanzaría más por esta senda en su último libro Calamidades del Presente publicado en 1908 en Santiago del Estero donde Margarita se había establecido para trabajar como médica en los obrajes rurales. En esta obra las referencias a autores católicos incluyen a Lamennais, a Enrique Sienkiewicz, a Cantú, al abate Constant y a un legitimista reaccionario como el Conde De Maistre. En Calamidades… se plasma un cuadro pavoroso de lo que nuestra autora denomina: «la disolución, el libertinaje y la anarquía reinantes.» El presente que estigmatizaba Muñoz era el de la Argentina de la primera década del siglo XX donde los conflictos sociales habían adquirido características insurreccionales. El elitismo de viejo cuño de Práxedes se sentía confirmado en sus peores pronósticos. Ante lo que consideraba el advenimiento de una época de desorden y decadencia la médica limeña repartía mandobles a diestra y siniestra. Contra los científicos ateos, los anarquistas, las mujeres frívolas, los anticlericales rabiosos y hasta con los escritores románticos y naturalistas como Muset, George Sand, Balzac y Zola. Incluso el autor de La Taberna y Nana no se salva de que Doña Margarita lo califique de pornográfico. Dando rienda suelta a cierta vocación entre novelesca y profética traza un cuadro apocalíptico de lo que sería la persecución de la iglesia por parte de una futura dictadura atea cimentada en la manipulación de las masas ignorantes:
«En seguida los esbirros de la tiranía colectiva, la peor de las tiranías, se desparraman por todo el radio de su imperio, saquean las iglesias, se ensañan contra esos humildes proletarios que visten la túnica cenobita. Con aullidos y blasfemias invaden las moradas de la santidad y del sosiego, los religiosos son arrojados de sus hogares y se les persigue hasta las fronteras de su patria. La impía y desnaturalizada soldadesca se encamina ahora en busca de las inermes religiosas que con piadoso celo cumplen la sabia máxima de la iglesia: enseñar al que no sabe. Los asilos donde se alberga la niñez proletaria son profanados en nombre de la autoridad y se notifica a su pacíficos moradores que los desocupen en el acto.» (M. P. Muñoz, 1908 (L), pág. 45, subrayado en el original.)
Más allá de estas apocalípticas profecías sobre los furores del terror rojo o ácrata la nueva fe de Margarita presenta una curiosa mixtura de elementos de nueva y vieja data en sus escritos. En esta nueva etapa Muñoz parece haber terminado aceptando la concepción teísta cristiana de un dios creador del universo. En ese orden repudia en varios pasajes su antigua adhesión al culto de la Humanidad como sustituto del dios creador. Pero, pese a esto, podemos apreciar que en otras páginas de su última obra reaparecen vestigios de su antigua adscripción a la doctrina teosófica y a una teodicea de tipo panteísta. En particular algunos pasajes en los que habla de entidades que median entre los hombres y las verdades superiores y en otros donde vuelve a reivindicar al brahmanismo hindú y a la escuelas de Pitágoras y Platón como corrientes que prefiguraron la idea de un principio único como una verdad inconmensurable para el hombre.{20} Sin duda no son pocos los rasgos de espiritualismo teosófico presentes en Calamidades… En el capitulo IV Muñoz habla de facultades, formas de saber intuitivos y percepciones extrasensoriales imposibles de conocer por la vía de la comprobación empírica (poder de la oración, telepatía, &c.).
«Nuestro cerebro emite constantemente pensamientos que toman forma y hasta contenido en el Éter; ellos cargan y saturan la atmósfera mental del espíritu y producen una especie de contajio (sic) morboso en las almas, cuando emanan de seres perversos; confortan al contrario en la virtud sí el efluvio parte de seres puros.» (M. P. Muñoz, 1908 (L), pág. 36.)
Dando nuevas muestras de una erudición poco común en Calamidades… Práxedes pasa revista a debates historiográficos que desde décadas se estaban desarrollando alrededor de la alta crítica bíblica y la historicidad de los hechos fundantes del judaísmo y el cristianismo.{21} Vieja y fervorosa creyente en la ciencia, aún en su etapa de reconciliación con la fe, Muñoz seguía sintiendo la necesidad de legitimar sus creencias por medio de la demostración empírica. Por ese camino recupera su optimismo vapuleado por el espectáculo de «la anarquía y la inmoralidad reinantes». El prólogo de Calamidades... comienza hablando de la «ley cíclica de las sucesiones» que permitía albergar la esperanza que el advenimiento de una era de «Verdad y Justicia» pudiera regenerar a la humanidad de su actual decadencia y vacío de ideales.{22} El libro concluye anunciando un futuro reinado de la fe aliada a la razón:
«Este momento no puede estar lejano, la anarquía tanto tiempo apoderada de los espíritus nos ha dado las más funestas experiencias, ruinas y escombros han dejado por toda partes en el orbe, tiempo es ya que cese su reinado tenebroso y que el Cristo rey, el suave cordero inmolado por el mundo, restaure junto con la unidad de su iglesia la paz y la dicha, en este planeta ennoblecido con su augusto sacrificio.» (M. P. Muñoz, 1908 (L), pág. 85.)
Este cuadro no sería completo si no diéramos cuenta que aún en medio de este pánico frente a la anarquía y el desorden reinante, Muñoz siguió levantando algunas banderas políticas bastante avanzadas. Y aún, incluso, radicalizando algunos planteos en relación con otras épocas. Es que pese a su espanto por la «crisis y la anarquía» del mundo moderno Muñoz seguía rescatando muchos elementos de la etapa de la historia de la humanidad que ella entendía que había desembocado en una crisis. Margarita rescataba el desarrollo del liberalismo político y la democracia entendida como el gobierno de los más capaces, el desarrollo de las instituciones liberales como un proceso gradual, la difusión de la educación, los avances tecnológicos, las ideas de tolerancia y el librepensamiento siempre que no se lo entendiera como anticlericalismo militante. En un artículo publicado en el diario Santiagueño El Siglo en 1908 Muñoz defiende el derecho de la mujer a votar y actuar en política. E incluso lo reivindica como una bandera inscripta de lleno en el ideario del catolicismo contemporáneo:
«Volvamos la vista a un país esencialmente cristiano, y libre por fortuna de la influencia deprimente del islamismo; veamos lo que sucede ahora en Bélgica, esa monarquía modelo de la Europa civilizada, donde el catolicismo ha sembrado a manos llenas las semillas de las más preciosas libertades. Acaban estas de obtener su más grandiosa coronación con la ley del sufragio que acuerda a la mujer el derecho de elegir y ser elegida, de entrar de lleno en la vida ciudadana, aportando al estado el contingente de sus luces, de su entusiasmo y de su prudencia.» (M. P. Muñoz, «Los derechos de la mujer», en El Siglo. Colección de recortes de la señora Maritxu Lafert. Sin indicación de fecha de edición.)
Así celebraba Muñoz la concreción por parte del catolicismo liberal belga de una propuesta que todavía era tabú para muchos de sus ex correligionarios librepensadores y que obviamente no contaba con la simpatía de la Iglesia católica a la que Muñoz le atribuía un rol tan importante en el futuro de la humanidad. Mientras tanto la intensa vida de Doña Margarita llegaba a su fin. Luego de trabajar varios meses como médica en los obrajes santiagueños murió victima de una enfermedad contraída en el desempeño de su tarea como médica en la localidad de Añatuya el 21 de enero de 1909.
Aunque sea un ejercicio intelectual discutible no podemos evitar hacernos la pregunta de cómo hubiera evaluado la Dra. Muñoz las bruscas, vertiginosas y radicales transformaciones que se sucederían en el mundo en el decenio siguiente a su muerte. Si hubiera vivido unos años más habría asistido a las violentas huelgas de Buenos Aires en el bienio 1909-1910. A la proclamación de la república en Portugal y el establecimiento de un gobierno anticlerical radical que buscó eliminar de manera drástica toda influencia de la iglesia católica en ese país. Hubiera sido testigo de la revolución mexicana, la primera guerra mundial y la revolución bolchevique. Y seguramente todos estos hechos le hubieran confirmado algunos de sus peores temores pero tal vez también la hubieran hecho reflexionar que esa alianza entre la razón y la fe, la ciencia y el dogma era mucho más difícil de concretar de lo que ella había pensado. A nuestro juicio la vida de Margarita Práxedes Muñoz fue un muy personal recorrido entre el amanecer y el ocaso de la fe en el progreso como una fuerza sin límites. Un recorrido entre la luz del alba que parecía anunciar que la humanidad estaba a punto de alcanzar sus últimos horizontes y las primeras sombras que anunciaban el crepúsculo final de aquella ilusión.
Conclusiones
Pese a su adscripción sucesiva a diferentes credos políticos o religiosos en poco más de dos décadas de labor intelectual la evolución del pensamiento de Doña Margarita presenta más continuidades que rupturas si lo sometemos a una lectura atenta y aguda. Esto es así al punto que antes que de tensiones nos parece más apropiado, en la mayoría de los casos, hablar de desplazamientos para denominar los cambios que acompañaron la adscripción de esta autora a universos de ideas distintos e incluso antagónicos. Por debajo de los cambios en los diagnósticos y de las referencias a partir de la cual armaba sus lecturas de la realidad el corpus muñoziano presenta una serie de elementos constantes: a) la centralidad de la categoría de totalidad en sus distintas construcciones conceptuales; b) la necesidad de una doctrina unitaria que sirviera de guía a la humanidad en su evolución a un estadio superior; c) la mutua determinación entre progreso ético y progreso material; d) el dogma racionalista de la elevación de las masas por medio de la educación y la propaganda; e) la concepción elitista del sujeto.
Respecto al primero de estos elementos es interesante analizar cómo de la celebración de la unidad de la materia inspirada en Haeckel, a la divinización de la Humanidad del último Comte y luego al culto del Alma Universal o Gran Ser de la teosofía hay un elemento que se mantiene invariante. Una concepción monista de la realidad que parte de una primera causa o razón de la que proviene o hacia la que converge todo lo existente. Tanto en su etapas materialista, positivista o teosófica el opus muñoziano le concede al concepto de totalidad como categoría el primer orden de importancia. Esta impronta monista se ve atemperada en su etapa final durante su descubrimiento del cristianismo pero sólo en parte. Esto es así dado que la aceptación de la idea de un dios creador no significó el abandono total de la visión del cosmos como una realidad unitaria en la que es difícil distinguir la creación del creador. Quizás en este último tramo de su trayectoria sí podemos hablar de una tensión entre la adscripción al teísmo cristiano y los elementos panteístas que siguen estando presentes en sus trabajos tardíos.
A partir de los trabajos teosóficos de 1900-1901 gana centralidad en el corpus muñoziano un esquema de la historia universal concebida como una serie de etapas o eras que concluyen en una crisis que obliga a buscar la síntesis que evite el naufragio de la civilización. Esta síntesis debe tener como ordenador central una doctrina unitaria capaz de impulsar el desarrollo científico y ético, espiritual y racional. El sujeto capaz de impulsar este tipo de síntesis es una elite que oriente ética e intelectualmente a las masas presentándole las verdades superiores por medio de formas que los espíritus simples sean capaces de entender. A partir de este esquema se comprende el interés que va ganando en su obra la historia de las ideas en el mundo mediterráneo durante los siglos III y IV de nuestra era. Es durante la crisis del bajo imperio y el proceso que llevaría al cristianismo a convertirse en la religión del estado del mundo clásico tardío en donde Muñoz cree encontrar el mejor ejemplo de lo acertado de su teoría sobre la superación de las crisis en las eras históricas. El cristianismo, que aparte de ser una religión constituyó una nueva civilización, fue capaz de salvar, aunque sea parcialmente, lo mejor del mundo clásico que caía bajo el embate de los bárbaros. Aunque Muñoz se lamentaba que no hubiera llegado a concretarse una síntesis de tipo eclecticista entre la filosofía pagana tardía y el pensamiento cristiano a causa de la historia de intolerancias mutuas concluía que la iglesia cristiana triunfante había sido la usina del nuevo mundo que nacía sobre las ruina del antiguo. De ahí su interés por resignificar la historia de la iglesia medieval y querer descubrir tenazmente tras las hogueras inquisitoriales elementos de racionalismo y humanismo cubiertos por el dogmático teocrático. El medioevo muñoziano no era la edad oscura de los iluministas sino el esplendor de la civilización cristiana basada en la administración del saber por la alta cultura eclesiástica, en valores fraternos y comunitarios; y en el amor cristiano. Es difícil no relacionar esta reivindicación del cristianismo medioeval con la antigua adscripción de Muñoz a la Religión de la Humanidad del ultimo Comte aunque, como señalamos, durante su periodo comtiano aun adhería a un modelo ideológico laicista y moderadamente anticlerical.
Esa resignificación muñoziana del pasado del mundo occidental se enlaza con su mirada sobre el mundo en los primeros años del siglo XX. Para Muñoz la civilización moderna que había nacido con la ilustración había entrado en crisis por haber descuidado la vertiente ética en su carrera hacia el progreso. También por haber carecido de una elite depositaria del saber intelectual y ético que hubiera podido jugar un rol semejante al que el clero católico había jugado en el milenio largo que medió entre el fin del mundo clásico y el nacimiento del mundo moderno. La vocación secularizadora y anticlerical del mundo moderno había matado en la raíz los instrumentos que hubieran garantizado un gradual acceso de las masas incultas hacia estadios superiores de racionalidad, espiritualidad y progreso moral. La era moderna se acercaba a su ocaso en medio de una crisis que recordaba a la que había marcado el crepúsculo del mundo clásico y en donde el papel de los bárbaros lo jugaban ahora las masas desatadas y los intelectuales radicales que impulsaban doctrinas materialistas vacías de contenido moral y espiritual.
Para Doña Margarita a comienzos del siglo XX, como en los primeros siglos de nuestra era, el cristianismo constituía la única fuerza capaz de evitar la involución del mundo hacia la oscuridad. El cristianismo era el único eje sobre el que se podía elaborar una nueva síntesis unitaria que reconciliara a la ciencia con la fe y la razón con la ética para evitar el naufragio general de la civilización. El progreso material no acompañado por el progreso ético había arrojado influencias nefastas sobre el mundo. Pero para Margarita todo esto no significaba que la era del liberalismo racionalista no hubiera producido elementos positivos que valiera la pena rescatar del naufragio. No hay en la resignificación del cristianismo medieval que hace la doctora limeña ningún llamado a reconstituir el mundo premoderno al estilo de Hilaire Bellocc o G. K. Chesterton. Creyente hasta el fin en la idea del progreso como poderoso motor de la historia Margarita se proponía religar la fe con la razón para salvar lo mejor de la era del liberalismo racionalista que estaba entrando en crisis. Si mil años antes los hombres que eran los guardianes del saber antiguo no habían sido capaces de hermanarse con los padres de la nueva fe, ahora había que cambiar la historia para evitar el crepúsculo final de la humanidad.
Bibliografía:
Diarios y revistas
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Folletos
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Libros
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Notas
{*} El autor quiere agradecer a la Sra. Maritxu Lafert, nieta de la Dra. Muñoz, por haberle facilitado obras de su abuela de muy difícil acceso y por haberle dedicado tiempo para reflexionar conjuntamente sobre su vida y obra.
{1} Kohn Loncarica, Alfredo y Sánchez, Norma Isabel, «La mujer en la medicina Argentina. Medicas del siglo XX», en Miguel Asua (comp.), La ciencia en la Argentina. Perspectivas Históricas, Ceal, Buenos Aires 1991, págs. 110-133.
{2} Margarita Práxedes Muñoz, «La histeria» en Las cartas y conferencias científicas, Tipo. y Enc, «Al Liceo ingles», Montevideo 1905, págs. 41-65.
{3} Margarita Práxedes Muñoz, Sobre las doctrinas de Augusto Comte. Respuesta al señor Mariano José Madueño, Imprenta La Elvezeriana, Buenos Aires 1896, págs. 6-7.
{4} Ver: Daniel Omar de Lucia, «Buenos Aires, 1898. El momento iberoamericano en clave positivista» en Cuadernos Hispanoamericanos, nº 577-578; julio-agosto de 1998, págs. 99-112.
{5} Isabelle Tauzin Castellanos, «El positivismo peruano en versión femenina: Mercedes Cabello De Carbonera y Margarita Práxedes Muñoz», en Boletín de la Academia Peruana de la Lengua, nº 27, 1996, págs. 95-100.
{6} Ver: Daniel Omar De Lucía, «Positivismo y exilio. Liberales peruanos en la transición entre los siglos XIX y XX», trabajo presentado en las I Jornadas «Los Terciarios hacen Historia», organizadas por el Departamento del ISP Joaquín V. González (2006) (en Internet).
{7} Labor femenina en LFP, 25 de marzo de 1898, págs. 1-2. Ver también Daniel Omar De Lucía; «El movimiento librepensador y la cuestión femenina», en Desmemoria, nº 16, octubre-diciembre de 1997, págs. 105-120.
{8} Margarita Práxedes Muñoz, «El positivismo hace camino, su obra en Sudamérica», en LFP, 25 de marzo de 1898; págs. 3-11. Ver también: Daniel Omar De Lucía, «Positivismo y educación en Corrientes (1893-1901)», en Propuesta Educativa, nº 21, diciembre de 1999, págs. 60-66.
{9} «La destitución del inspector general de escuelas de Tucumán», en LFP, 30 de mayo de 1989, págs. 8-14.
{10} José Ingenieros, «Las cuestiones internacionales ante el positivismo y el socialismo», en LFP, 16 de julio y 30 de agosto de 1898, pág. 25.
{11} Alfredo L. Palacios, «Lentulo», en LFP, 30 de mayo de 1898, págs. 21-29; y A. L. Palacios, «Shara», en LFP, 16 de julio y 30 de agosto de 1898, págs. 36-38.
{12} «La revista teosófica» y «Cuestionario teosófico», en LFP, 16 de julio y 30 de agosto de 1898, págs. 46 y 47 respectivamente.
{13} Ver: Daniel Omar de Lucia, «Buenos Aires, 1900. Imaginario cientificista y utopía del progreso», en Desmemoria, nº 26, 2º cuatrimestre de 2000, pág. 162.
{14} M. P. Muñoz, «Helena P. Blavatsky», en Philadelphia, 7 de diciembre de 1900, págs. 215-226.
{15} M. P. Muñoz, «Una profecía por cumplirse», en Philadelphia, 7 de marzo y 7 de abril de 1901, págs. 77-81.
{16} Eduard Schure, «Los grandes iniciados» (fragmento traducido por M. P. Muñoz) en Búcaro Americano, 28 de noviembre de 1906.
{17} M. P. Muñoz, «Ciencia esotérica en Oriente», en Margarita Práxedes Muñoz, Las cartas y conferencias científicas, Tipol. y Enc, «Al Liceo ingles», Montevideo 1905, págs. 87-110.
{18} Margarita Práxedes Muñoz, Devuelvo el obsequio y formulo mi profesión de fe liberal, Imp. A. Ceppi, Buenos Aires 1907, págs. 6-7. Ver también: Daniel Omar De Lucía, «Laicismo y cientificismo en la gran capital: el congreso internacional del librepensamiento», en Margarita Gutman & Thomas Reese (editores), Buenos Aires 1910. El imaginario para una gran capital, CEA-Eudeba, Buenos Aires 1999, págs. 185-195.
{19} M. P. Muñoz, «Josephin Peladan», en Búcaro Americano, 25 de agosto de 1907.
{20} M. P. Muñoz, Calamidades del presente, Talleres Gráficos Rodríguez, Santiago del Estero 1908, págs. 26-28.
{21} Ibídem, págs. 12-19.
{22} Ibídem, pág. 3.