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El Catoblepas, número 83, enero 2009
  El Catoblepasnúmero 83 • enero 2009 • página 20
Libros

Noticia historiográfica
sobre ciencia y Revolución francesa

Lino Camprubí Bueno

A propósito de la Idea de holización de la sociedad política

Ciencia y Revolución francesaCiencia y Revolución francesa

Prominentes historiadores de la ciencia y la técnica alrededor de la Revolución francesa manejan ideas parecidas a la de holización, propuesta por Gustavo Bueno. En las páginas que siguen, se reseñan brevemente algunas de las obras de esos historiadores persiguiendo la idea de holización.

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Las ideas de Izquierda y Derecha, que han atravesado y atraviesan la teoría política de los últimos dos siglos, son un terreno privilegiado para el ejercicio de la Filosofía de la historia. Gustavo Bueno ha dedicado dos de sus obras a estas ideas (El mito de la Izquierda y El mito de la Derecha), lo que le ha permitido redefinir otras ideas afines de muy amplio alcance, tales como «Nación política» u «holización.»{1} De entre estas ideas, la presente breve noticia historiográfica se centra en esta última. Según Bueno, la holización es el modo específico de racionalidad de las izquierdas y su origen histórico corre en paralelo a las metodologías de la ciencia moderna y de los científicos vinculados a la Revolución francesa. El principal objetivo de las páginas que siguen es medir el alcance de esta última tesis en una pequeña muestra de la historiografía sobre la Revolución francesa escrita desde el punto de vista de la historia sociológica de la ciencia y la técnica. La selección de las obras históricas que se reseñan aquí no pretende ser exhaustiva, pero sí representativa de la literatura anglosajona y francesa pertinente, puesto que son obras de amplia circulación y que defienden tesis diferentes entre sí o que atañen a aspectos diversos de las relaciones entre ciencia moderna y Revolución francesa.

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A modo de introducción, es pertinente recordar brevemente las líneas principales de la idea de holización tal como aparece en las obras citadas.

«La holización, como procedimiento de racionalización, puede considerarse o bien en su fase analítica, o bien en su fase sintética. La fase analítica es la transformación de un todo atributivo en un conjunto de partes formales a título de átomos homeoméricos [es decir, en el contexto del todo de la sociedad política y de la teoría holótica, de todos y partes, del materialismo filosófico, iguales unos a otros según ciertos parámetros pero diferentes al todo de partida]; y la fase sintética es la recomposición del todo del que hemos partido y de sus características globales, pero dadas en función de la composición de las partes formales átomas previamente establecidas, según las relaciones o interacciones que puedan ser definidas entre ellas.»{2}

Los ejemplos que se ofrecen en El mito de la Izquierda de estas dos fases de la racionalidad holizadora (fases que se suelen dar intercaladas más que en estricta sucesión) en las ciencias modernas atañen a muy diversos campos: la mecánica, la geometría, la teoría celular, la teoría cinética de los gases, la química, la biología, &c. La tesis de Bueno, que sitúa la holización en el corazón de tan diversas ciencias es de una importancia incuestionable para la historia y filosofía de las ciencias, modernas y merecería amplios desarrollos empíricos. Desde la Teoría del Cierre Categorial, el lugar en el espacio gnoseológico de una racionalidad institucionalizada al modo de la holización podría tal vez corresponder al de las normas en el eje pragmático y al de los modelos como modos gnoseológicos. En efecto, decir que muchas ciencias modernas constituyeron sus contextos determinantes mediante análisis y síntesis holizadoras es decir que los sujetos gnoseológicos, los científicos, se guiaron predominantemente por modelos-normas holizadoras a la hora de organizar sus campos.{3}

En el caso de la teoría celular, la aplicación de la holización al campo de los organismos vivos habría consistido en el análisis (o regressus) desde las partes anatómicas de un organismo hasta las células como partes formales suyas e iguales entre sí (de acuerdo a ciertos parámetros) y la reconstrucción (o progressus) del organismo a partir de ellas. En el caso de la Revolución francesa, la aplicación de la holización al campo de la política habría consistido en el análisis de la sociedad política hasta sus partes formales mínimas e iguales entre sí (de acuerdo a ciertos parámetros) y la reconstrucción del todo de partida a partir de éstas. Los revolucionarios franceses detuvieron el análisis, el regressus, en los individuos, y así los constituyeron en partes formales del campo político.

Nos interesa destacar que las operaciones en qué consiste la holización suponen que los términos que se quieren constituir como términos simples no tienen por qué ser considerados como términos primitivos.{4} Son partes formales constituidas tras el análisis operatorio del todo de partida. La diferencia con el individualismo de revoluciones previas a la francesa es mayúscula, al menos en un plano emic (de los agentes históricos). Y también lo es con respecto a operaciones parecidas a la holización pero basadas en mitos, como pudiera ser la consideración de los individuos humanos como seres dotados de almas espirituales por parte de la Iglesia católica, lo que en el protestantismo se interpretó como justificación del individualismo (y que Hegel utilizó para entender la Revolución francesa según el «principio de los átomos», una versión idealista de la holización no muy distinta de la de Hobbes, Rousseau o Kant;{5}). En efecto, no se trata ahora de que los supuestos individuos atómicos previamente dados pacten entre sí con miras a constituir una sociedad estatal o extra-terrena, sino que esos individuos atómicos han de ser derivados de la destrucción operatoria –por parte de ciertos grupos de individuos pertenecientes a la sociedad política– de las partes anatómicas que componen el Antiguo Régimen, por ejemplo, de los estamentos sociales. La Revolución francesa postula a los individuos como partes formales por vía revolucionaria y lleva tal postulado hasta dónde sus fuerzas se lo permiten; en este sentido, los límites de la Revolución se convierten en los límites de la holización. Tal reorganización del campo político exigía una remodelación de las relaciones entre los términos derivados, los individuos, así, por ejemplo, las relaciones de «igualdad, libertad y fraternidad.» Sin embargo, para que esas relaciones fueran formalmente políticas (es decir, referidas a la eutaxia del cuerpo político),{6} tenían que referirse a las partes atómicas del todo al que había sido aplicada la operación holizar, esto es, a la Francia del Antiguo Régimen. La reconstrucción del todo de partida tras su descomposición en partes atómicas es una transformación del mismo que re-aparece ahora como Nación política.

La necesidad de referir el comienzo de la holización al campo de la Nación política, más que a toda la Humanidad, trajo consigo una contradicción interna en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. En efecto, para hacer operativos los derechos del ciudadano, lo primero que se debía hacer era definir la nación de ciudadanos frente a otras y defender sus fronteras frente a otros hombres. La única vía de escape de la contradicción era el imperialismo. El universalismo francés de los Derechos del Hombre reflejaba una voluntad imperial más que una realidad (es útil contrastarlo con el equivalente español, donde la Constitución de 1812 se refería a los españoles de ambos hemisferios, es decir, al imperio realmente existente, aunque ya en proceso de fragmentación).

Más efectiva podía ser la realización de los derechos del ciudadano, considerado ahora como átomo resultante de la operación de holización. Sin embargo, aún en el caso de los derechos del ciudadano dentro los límites de la nueva nación política francesa, la holización no logró todos sus objetivos. Podemos decir que la Idea de holización como la Idea de imperio universal son ortogramas políticos de imposible realización efectiva, lo que no merma su racionalidad, al menos en tanto se oponen a las ideologías del gnosticismo de sabidurías Reveladas y del particularismo de grupos privilegiados.{7} La política no es una ciencia, aunque por analogía quepa analizarla al modo como se analizan éstas, y por tanto, el regressus (análisis) a sus partes formales es más intencional que efectivo, e imposible en el límite. De hecho, la operación de holización prácticamente no afectó al campesinado francés hasta el último tercio del siglo XIX. Aunque la guillotina supuso el pistoletazo de salida, la construcción de la Nación francesa frente al Antiguo Régimen continúo durante todo un siglo por otros medios: hasta principios del siglo XX, los campesinos vivían «en una Francia en la que muchos no hablaban francés, no conocían –y mucho menos usaban– el sistema métrico, donde pistoles y escudos eran monedas más familiares que los francos, donde las carreteras eran pocas y los mercados distantes y donde una economía de subsistencia era reflejo de la prudencia más común.»{8}

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En este contexto, la pregunta que este breve comentario quiere responder es sencilla, ¿deja entrever la historiografía sobre la Revolución francesa procesos fenoménicos que recuerden la holización y su origen operatorio científico? La teoría se presenta en El mito de la Izquierda en base a materiales históricos positivos, pero es propiamente filosófica en tanto intenta entender el significado esencial de la Revolución. Sin embargo, cabe esperar que entre los historiadores haya teorías de la Revolución que se aproximen más a la idea de holización que otras. Dado que Bueno sitúa el origen de la racionalidad holizadora de las izquierdas en las operaciones científicas, se justifica que en el presente comentario nos centremos en la historiografía sobre ciencia y Revolución, sin ninguna pretensión de abarcarla en su totalidad.

La Francia de los años 1770 a 1820 fue escenario de los más profundos cambios científicos y políticos. Es de esperar que se puedan señalar conexiones entre la historia de la ciencia y la política en ese período, pero también esto se haga desde muy diversas perspectivas. De la amplia variedad de obras sobre historia de la ciencia en la Revolución francesa, nos interesan aquí las que últimamente han hecho hincapié en las conexiones entre la historia política y la historia de la ciencia. Precisamente lo que éstas hacen es intentar hallar conexiones internas entre las operaciones de los sujetos gnoseológicos y las de los sujetos políticos. Por lo demás, se obviará aquí cualquier cuestión de detalle de estas obras que el lector interesado podrá encontrar en ellas.

Probablemente, convenga empezar por citar a Charles Gillispie y sus enciclopédicos estudios de la historia de la ciencia en la Francia revolucionaria, pues este es el autor que menos peso otorga a la relación entre operaciones científicas y operaciones políticas en la época de la Revolución.{9} Según Gillispie, la relación entre científicos y políticos era una relación de simbiosis, pero la actividad de los científicos se mantuvo al margen de la de los políticos desde la perspectiva de la historia interna de ambas: «la integración de la ciencia en la historia ofrece mejores resultados cuando se estudia por medio de instituciones que por medio de configuraciones entre ideas o culturas…Durante todos los cambios de esos años, la conducta política de la comunidad científica contrastaba con la de otros grupos de intelectuales tales como escritores, artistas, filósofos y científicos sociales… La ciencia no fue la fuente del movimiento de reforma o del liberalismo.»{10} En su obra más reciente, Gillispie otorga una relación más directa a las operaciones científicas y políticas, pero de modo tal que cobran el sentido de un Zeitgeist, o metafísico espíritu de los tiempos, que permite a ambas actividades avanzar en paralelo hacia «la efectividad y la dinámica,» propias del positivismo, antes que a la contemplación y a las taxonomías estáticas propias de los philosophes anteriores.{11}

La posición de Gillispie tiene que ver con su teoría de la ciencia, que desde la Teoría del Cierre Categorial podríamos situar en el descripcionismo.{12} En efecto, en los años de la Guerra Fría, a Gillispie le parecía urgente atacar toda concepción sociologista de la ciencia de regusto marxista; para ello, el autor argumentaba que los científicos, para ser tales, han de trabajar en un clima de objetividad ajeno a toda implicación política. Cuando ocurre de otro modo, según Gillispie, tienen lugar aberraciones, como el cierre de la Academia de las Ciencias por parte de los revolucionarios o el caso Lysenko en la Rusia soviética (la comparación es suya).{13} Desde el materialismo gnoseológico, no es necesario postular tal «objetividad» en el finis operantis para explicar la neutralización del sujeto gnoseológico. Cuando se sitúa la necesidad de la verdad en un contexto esencial, no hace falta hacer distinciones drásticas entre los científicos que hacen «ciencia por la ciencia» y los que la hacen con objetivos «extra-científicos». Es más, la tesis materialista de la prioridad de las técnicas sobre las ciencias permite situar los contextos determinantes vinculados a prácticas no científicas, y en especial a la economía política, en la génesis de grandes tramos de las ciencias, desde la termodinámica y su vinculación con los motores de la Revolución industrial hasta la relatividad especial de Einstein y su relación con los telégrafos y los ferrocarriles.{14}

Los derroteros de la historia de la ciencia y de la técnica se han alejado en las últimas décadas de la posición de Gillispie. Abundan ahora los estudios sociológicos de historia de la ciencia. Cuando sus autores se sitúan próximos al teoreticismo, frente al descripcionismo, estos estudios hacen más por situar a los científicos en su contexto social que por entender cómo sus trabajos contribuyen a una historia sistemática de las ciencias. Otras veces, en casos de historiadores próximos a un circularismo ejercido capaz de derrumbar las hipóstasis tanto de la materia como de la forma en las ciencias (si bien, por su falta de pretensiones gnoseológicas, las filosofías representadas de la mayoría de estos historiadores suelen acercarse al adecuacionismo), las historias sociológicas de las ciencias muestran con gran efectividad el engranaje de los contextos determinantes en que operan los científicos con la economía política a que aquellos pertenecen. Estas historias son, a veces, incluso capaces de mostrar cómo diferentes partes de la realidad se transformaron en partes «internas», o mejor, formales, de una ciencia. En cualquiera de estos casos, la conexión entre ciencia y política en la Revolución francesa aparece subrayada.

Veamos, en primer lugar, el caso de Ken Alder, para quien la cuestión principal es qué tipo de política «tienen» los artefactos de la Francia de antes de la Revolución, es decir, los objetos fisicalistas propios de la cultura objetiva.{15} Alder explora la respuesta en el caso de las piezas de artillería de los últimos años del Antiguo Régimen y argumenta que éstas respondían a un proyecto incipiente que enlaza con la Revolución: mediante la promoción de piezas para mosquetes reemplazables unas por otras los «ingenieros de artillería» estarían no solamente rebajando a los artesanos a la mera función de trabajadores mecánicos poco cualificados, sino también, y sobre todo, ofreciendo, mediante la remodelación del ejército, un modelo para la nueva nación francesa en ciernes, uno en el que el mérito y la capacidad técnica habrían de reemplazar a las divisiones estamentales de la sociedad del Antiguo Régimen. Ecualizar las piezas de artillería equivalía a homogeneizar a la nación, permitiendo su control central (en el Mito de la Derecha se cita a Mirabeau: «La idea de no formar más que una clase de ciudadanos hubiese agradado a Richelieu: esta superficie igualitaria facilita el ejercicio del poder», pág. 253).

El contraste con la posición de Gillispie no puede ser mayor y la polémica entre él y Alder no tardó en surgir.{16} Para Gillispie, la respuesta de Alder, e incluso la pregunta que este formula acerca de la política de los objetos culturales, es poco más que fruto de una moda pseudomarxista pasada por Foucault, en la que toda actividad técnica e incluso científica se ve como un medio de control de masas (concepto genérico e indeterminado) antes que entender su funcionalidad en su propio campo. Aunque en cierto modo no le falte razón a Gillispie, aunque sólo fuera porque hay que admitir que muchos objetos se segregan de los usos que sus primeros fabricantes o inventores les querían dar, Alder se preocupa por aclarar que la manufactura de piezas intercambiables fracasó en Francia por diversos motivos, lo que, en su opinión, hace dudar de que su supuesta idoneidad técnica sirva para explicar su aparición y promoción entre los artilleros.

Más aun, en lo que no podemos estar de acuerdo con Gillispie es en su defensa de situar en el «gobierno» el sentido estricto de la «política.» Para un enfoque materialista, la ordenación del gobierno no es más esencialmente política que la del ejército o la de la producción. Los planes y programas de una parte de la sociedad política para con el resto puede encarnarse en los objetos que esta parte produce y distribuye por toda la sociedad política. Así, aunque en el Primer Ensayo sobre las Ciencias Políticas se dice que «las operaciones tales como fundir (metales, aunque sea con destino a la fabricación de cañones), cultivar (la tierra), curar, &c., &c., no son operaciones formalmente políticas», (pág. 293) también se dice que forman parte del campo semántico de la política y que toda teoría materialista de la política tiene que incluir al campo semántico y no sólo sintáctico. Las operaciones políticas no constan de una sola dimensión sino que se desarrollan en un «cuerpo» tridimensional cuyas capas se realimentan unas a otras. «Cabría decir, por tanto, que las ideas se hacen presentes no como «contenidos de una mentalidad», sino como las formas mismas de los automóviles que se utilizan (o se desea destruir), de las lámparas que alumbran, de los materiales con los cuales se construyen las autopistas, las casas, los trajes, y hasta los alimentos y las medicinas. Estas son las «ideas» que mueven a la historia, éstas son las «superestructuras» o, por lo menos, allí están como principios activos.» (Primer ensayo sobre las categorías de las «ciencias políticas», pág. 161).

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Un importante libro de Antoine Picon centrado en los ingenieros franceses de los años anteriores a la Revolución retoma el proyecto «materialista» de Alder y argumenta que los arcos de los puentes de Luis XIV eran la realización misma del proyecto de los promotores del Corps Royal du Genie y de la Ecole de Ponts et Chaussées.{17} En efecto, estos ingenieros estaban convirtiéndose en una elite técnica con intención de manejar, como gerentes, los asuntos del país. Esta generación de ingenieros eran los sucesores civiles de los ingenieros militares estudiados por Alder. No se trata sólo de repetir que, ya en la Francia del XIX, la importancia de los ingenieros hizo de la política algo «tecnocrático» o racional, sino de entender cómo las diferentes formas de «tecnocracia» dependen del cuerpo político al que se apliquen, así como de las técnicas y ciencias que los sujetos operatorios manejen. La idea de tecnocracia, a menudo usada acríticamente por historiadores políticos, requiere de parámetros.

Y aquí es donde Antoine Picon se acerca mucho a las tesis de la holización, puesto que se propone estudiar qué tipo de «razón» querían aplicar a la sociedad política los miembros de la Ecole de Ponts et Chaussées. Dice Picon que la máquina de vapor no hizo furor en Francia en sus comienzos y lo explica porque los ingenieros civiles, que prácticamente monopolizaban la actividad tecnológica francesa en los últimos años del Antiguo Régimen, dirigían todos sus esfuerzos a la «racionalización» más que a la innovación. Pero, ¿cuál era el modelo de tal racionalización? Picon cita la definición de «análisis» de Condillac: «L»analyse est (…) la decomposition entière d»un object, et la distribution des parties dans l»ordre où la generation devient facile.» Y la extiende a otras áreas de interés para estos ingenieros de impresionante formación científica: «descomponer y componer para lidiar con las operaciones tanto físicas como morales; bien podría éste considerarse el núcleo de la reflexión tecnológica de las Luces» (pág. 304). Sus ejemplos son muchos: análisis matemático, análisis químico, historia natural, descripción de oficios en la Enciclopedia, urbanismo, &c. El primero de todos ya aparecía en Alder: la misma organización de la escuela de ingenieros no según estamentos sociales sino según individuos y su reagrupamiento por méritos, muchos de ellos dependientes de una amplia formación matemática. El esquema, trasladado a todo el reino, suponía la demolición de la anatomía del Antiguo Régimen (incluyendo intencionalmente, como se ha dicho más arriba, los patois) y la reorganización de la sociedad política a partir de los individuos atómicos resultantes: los ciudadanos franceses.

Resta citar una obra de Theodore Porter que incide en el aspecto de la atomización de la sociedad política a manos de los estadistas, utilizando esta palabra en su doble sentido.{18} En efecto, mientras que la política aritmética buscaba la correcta administración de los reinos, «la estadística transformó este punto de vista a principios del siglo XIX: «ecualizó» [las comillas en el original son difíciles de interpretar; probablemente, «ecualized» se refiere aquí más a una metáfora con los aparatos ecualizadores que a la operación lógica de abstraer suficientes propiedades de dos o más clases disyuntas haciéndolas retroceder a una clase común] a los sujetos como partes atómicas de la sociedad y reconoció que éstos tenían reglas propias que los gobiernos necesitaban considerar (un ejemplo famoso lo proporcionaría la ley de crecimiento maltusiano)» (pág. 25). Como se ve en el ejemplo, Porter, que dedica la mayor parte del libro a estudiar el nacimiento de la estadística en la Francia de después de la Revolución (y de las revoluciones posteriores de 1830 y 1848), estudia también su difusión por otros países a lo largo del XIX, especialmente Inglaterra. Para Porter, la ciencia revolucionaria, cuando se aplica al campo político, ecualiza a los sujetos de una sociedad política dada mediante la abstracción de sus adscripciones estamentales y los ecualiza en tanto que átomos, a partir de los cuales habrá que reconformar la sociedad de partida.

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Como se ha hecho patente en esta noticia historiográfica, los historiadores de la ciencia y la técnica han ejercitado el diagnóstico de operaciones análogas a la de holizar, en algunos casos en sentido muy preciso, en cada una de las capas del cuerpo político: la conjuntiva (Porter), la basal (Picon) y la cortical (Alder). Estos testimonios no cumplen la función de pruebas de la teoría filosófica de la holización: en filosofía, las «pruebas» son muchas veces apagógicas, contra el contrario, y las ideas de todo y parte, de racionalidad o de Nación política son Ideas filosóficas por cuanto desbordan el campo de cualquier disciplina positiva, como pueda ser la antropología, las ciencia políticas o la historia de la ciencia. Pero, aunque estas obras no constituyan pruebas de la teoría de la holización, sí la refuerzan empíricamente y demuestran que su escala no está muy alejada ni de los procesos fenoménicos de relación entre la ciencia y la política revolucionarias ni de la historiografía acerca de los mismos.

Notas

{1} Gustavo Bueno, El mito de la Izquierda, Ediciones B, Barcelona 2003; Gustavo Bueno, El mito de la Derecha, Temas de Hoy, Madrid 2008.

{2} Gustavo Bueno, El mito de la Izquierda, pág. 110.

{3} Gustavo Bueno, Teoría del cierre categorial, 5 vols., Pentalfa, Oviedo 1992-93, págs. 121-126 y 141-143. Gustavo Bueno, ¿Qué es la ciencia? Gustavo Bueno, «Hacia una teoría antropológica de las instituciones,» El Basilisco, 37:3-52. La institucionalización de la racionalidad científica holizadora como modelo sintáctico y como norma pragmática será formalmente gnoseológica sólo en tanto tenga relación con la verdad científica entendida como verdad sintética, es decir, sólo si en el momento de síntesis consigue «cerrar» los términos del campo sin agotarlo, como lo consigue la teoría celular. Cabe ensayar estudios históricos de otras racionalidades científicas, como se logra, con mayor o menor profundidad gnoseológica, respecto de la deducción en geometría en Reviel Netz, The Shaping of Deduction in Greek Mathematics: A Study in Cognitive History, Cambridge University Press, Cambridge 1999.

{4} Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las «ciencias políticas», Biblioteca Riojana, Logroño 1991, págs. 53-54.

{5} Gustavo Bueno, El mito de la Derecha, págs. 130-131 y 207.

{6} Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las «ciencias políticas», pág. 60.

{7} Esta imposibilidad de la realización total de la operación de holización, así como las diferentes posibilidades abiertas en el camino de la re-composición del Todo de partida, justifica que nuevas generaciones de Izquierda trataran más tarde de llevar a término operaciones similares, incluso en la propia Francia, cosa que no hubiera ocurrido de haber sido la holización completa y unívoca. Esto no hubiera impedido, sin embargo, que aparecieran otras izquierdas en otros Estados, pues, como se ha dicho, la holización sólo podía referirse al Todo de un determinado Estado; así se entiende que la Izquierda española surgiese tanto contra la francesa cuanto como reestructuración del Antiguo Régimen español.

{8} Eugene Weber, Peasants into Frenchmen: The Modernization of Rural France. 1870–1914, Stanford University Press, Stanford 1976, pág. x.

{9} Charles Gillispie, Science and Polity in France at the End of the Old Regime, Princeton University Press, New Jersey 1980. Charles Gillispie, Science and Polity in France: The Revolutionary and Napoleonic Years, Princeton University Press, New Jersey 2004.

{10} Charles Gillispie, 1980:549-550.

{11} Charles Gillispie, 2004:695. Parecida conclusión acerca del paso de taxonomías estáticas a ciencias dinámicas, pero justificada no apelando a un espíritu de los tiempos, sino determinados «instrumentos» como contextos determinantes, puede encontrarse en Norton Wise, «Work and Waste: Political Economy and Natural Philosophy in Nineteenth Century Britain (I, II & III),» History of Science; I: XVII, Septiembre 1989, págs. 263-301; II: XVII, Diciembre 1989, págs. 391-449; III: XVIII, Junio 1990, págs. 221-61.

{12} Gustavo Bueno, Teoría del cierre categorial.

{13} Charles Gillispie, 2004:288-289.

{14} Para estos dos ejemplos, puede verse Crosbie Smith & Norton Wise, Energy and Empire: A Biographical Study of Lord Kelvin, Cambridge University Press, Cambridge 1989; Peter Galison, Relojes de Einstein, mapas de Poincaré; Los imperios del tiempo, Crítica, Barcelona 2005. Ver: http://nodulo.org/ec/2005/n042p24.htm

{15} Ken Alder, Engineering the Revolution, 1997. La pregunta de Alder viene inspirada por Langdon Winner, «Do Artifacts Have Politics?», Daedalus, vol. 109, nº 1, 1980.

{16} C. Gillispie & K. Alder, «Egineering the Revolution. Exchange», in Technology and Culture, vol. 39, nº 4 (Oct., 1998), págs. 733-754, The Johns Hopkins University Press on behalf of the Society for the History.

{17} Antoine Picon, L»invention de l»ingénieur moderne: L»École des Ponts et Chaussées, 1747-1851, Presses de l»École Nationale de Ponts et Chaussées, París 1992.

{18} Theodore M. Porter, The Rise of Statistical Thinking, 1820-1900, Princeton University Press, New Jersey 1986.

 

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