Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas • número 84 • febrero 2009 • página 12
El Corporativismo, como modalidad histórica de la Política Social, sigue siendo una de las asignaturas pendientes de la historiografía de las ideas europeas. La «contaminación fascista» que afectó, en grado sumo, a sus elaboraciones doctrinales y a sus realizaciones institucionales, especialmente durante el Interbellum, le hizo ocupar un papel marginal en la ciencia política y social de la segunda mitad del siglo XX. Su propio término se asoció bien, usando el neologismo anglosajón «corporatismo», a ciertas prácticas extraparlamentarias de las democracias occidentales, bien a la defensa profesional de intereses económicos o mercantiles. Pero como en otras obras hemos demostrado{1}, el Corporativismo fue una doctrina social generada en el siglo XIX sobre el organicismo social tradicionalista y funcionalista, que participaba de la tendencia contemporánea, en este caso grupal, hacia la «tecnificación de la política».
Pero el paradigma esencial de esta idea y esta doctrina se sitúa, polémicamente, en los años centrales de la «Guerra civil» europea [1917-1945], como señala Ernst Nolte; y en especial en la obra de un singular escritor rumano, acuñador de la categoría histórico-política del «siglo del Corporativismo»: Mijail Manoilescu [1891-1950]{2}. De él escribió J. Molina que fue «una notable figura intelectual de los años 30», clave para «comprender de que modo las ideas del siglo XIX se proyectaron sobre los métodos del siglo XX»; F. Veiga lo define como un «tecnócrata de pura sangre»; y Alfonso Lazo apunta que «resulta ser uno de los pocos teóricos fascistas que intento precisar la ideología sin recurrir a expresiones místicas o metáforas inasibles», siendo de notable relevancia doctrinal en los ámbitos científicos de Francia, Alemania y especialmente Italia durante los años treinta, especialmente en torno al debate corporativo{3}. Pero además, este debate demuestra la existencia de un fenómeno historiográfico no siempre advertido y muchas veces denostado: el «socialismo jerárquico»; un fenómeno que explica las semejanzas de doctrina y de estrategia entre los totalitarismos continentales, difumina las tradicionales divisiones ideológicas entre izquierda y derecha, y nos adentra en el «papel del trabajo organizado» como factor técnico y supuestamente antiideológico de organización de la participación y la representación político, tanto en las versiones nacionales del fascismo como en la realidad patriótica de un comunismo llamado «internacionalista».
Las distintas etapas de su vida y obra, que culminarán con la teorización integral del Corporativismo, se encuentran ligadas por su aspiración político-social de unir la realidad de lo político y de lo económico a través del criterio esencial de la técnica (el impacto del industrialismo). El orden político-social, articulado sobre las corporaciones profesionales, se regiría por principios de racionalidad funcional, ajenos a la subjetividad de la ideología partidista y a la división clasista del sindicalismo. Por ello, tanto la crítica a la economía liberal desde un proteccionismo nacionalista, como sus posteriores alabanzas a los modelos de «Estado total», corrieron bajo un signo funcionalista y unitario en lo político, que se aún se manifiesta, ex professo, en los crecientes mecanismos tecnocráticos y burocráticos en la gestión de lo público, ajenos al ideal de la soberanía popular que enarbolan los miembros de la partidocracia occidental, pero que los mismos utilizan como instrumentos no sólo de cooptación ideológica, sino de tratamiento eficaz y racional de «la cosa pública» (de ahí la explicación del fenómeno del «neocorporativismo»){4}.
1. La génesis de un tecnócrata: la crítica a la economía liberal
Los primeros datos sobre Manoilescu nos muestran a un ingeniero de caminos, canales y puertos (diplomado en 1915), que a los 35 años ya había detentado los cargos de Subdirector y Director de industria del Ministerio de Industria y comercio en el gobierno Averescu (1921-1926){5}, y Subsecretario y Ministro de Finanzas (1926-1931). Con una amplia formación lingüística, científica y humanista, y como miembro del Partido del pueblo de Averescu, ejerció puestos de responsabilidad en el gobierno rumano. A ello se unió una notable carrera como economista político en el mundo científico europeo (especialmente francés) desde la Cátedra de Economía, organización y racionalización de la Escuela politécnica de Bucarest (1931), que explica como, paradójicamente, sus obras se tradujeron antes en francés que en rumano, razón que bien puede explicar su resonancia intelectual en Europa y su olvido pragmático en Rumania. En esta primera etapa, Manoilescu se definió como un técnico de ideología liberal-social{6}.
En 1929 publicó en París, a través de la editorial Girad, su obra Thèorie du protectionnisme et de l’echange international, traducida en poco tiempo al alemán y al italiano, dónde atacando el sistema de «economía de mercado», redefinió una metodología económica intervencionista. Esta obra, y su papel como Ministro de Industria y comercio y gobernador del Banco Nacional de Rumanía, le lanzaron a una notable carrera intelectual en Europa, participando activamente en los principales debates económicos europeos de la primera mitad de la década de los treinta (recogidos sistemáticamente por Manoliu{7}). Asimismo, desde su Cátedra de Bucarest desarrolló esta teoría económico-política crítica con la doctrina clásica y el orden capitalista internacional, donde el intervencionismo estatal y la planificación centralizada ocupaban un papel rector en la necesaria «regeneración del liberalismo decimonónico»{8}. Esta teoría, articulada en torno a los conceptos de protección y equilibrio, se desplegó a través de varias dimensiones: agrícola, comercial, industrial, financiera y monetaria. Los temas transversales versaron sobre la revisión de la teoría económica clásica, el proteccionismo comercial, la racionalización y organización laboral, y el diseño final de una política económica adaptada a las necesidades y realidades rumanas; tesis que concluyó con un diagnostico peculiar de la desigualdad de la organización económica internacional. Así se posicionó en su primera conferencia internacional, fechada en París en 1929 (los ecos de su teoría proteccionista llegarían hasta Madrid en 1936{9}).
2. Sus pretensiones político-sociales: la centuria corporativa
La falta de aplicación práctica de estos principios proteccionistas en la política económica rumana de los años veinte, provocaron una evolución teórica de su planteamientos político-sociales, que conduciría hacia la teorización corporativa. Su formación tecnocrática y su reflexión económico-política convergían en el fenómeno funcional de corporativismo; un fenómeno universal que conllevaba la sustitución del modelo socioeconómico liberal no por una mera acción proteccionista, sino por un orden capaz de acelerar la industrialización nacional y acabar con la desigualdad presente en el Mercado internacional. A lo largo de los años 30 se consagró, como señala Veiga, «como uno de los ideólogos más depurados del corporativismo».
El funcionalismo sociológico (Durkheim), el nacionalismo ortodoxo rumano, el gremialismo francés (Saint-Leon y Lavergne), el socialismo no estatista (Saint-Simon, fueron sus primeras referencias al respecto. Tras abandonar su despacho como tecnócrata en los ministerios de hacienda y economía, y centrarse en sus reflexiones corporativistas, Manoilescu entró en el Senado rumano como político independiente con un programa corporativo por la «Unión general de Industriales» (U.G.I.R.){10}. En 1932 creó la Liga Nacional Corporativa, sociedad de estudios que englobaba a algunos intelectuales nacionalistas burgueses y numerosos simpatizantes universitarios, y que poseía su propia revista mensual, Lumea Nova (Nuevo Mundo), órgano de difusión publica de las propuestas corporativas, creando «una verdadera escuela corporativa rumana»{11}. Pero la influencia de los doctrinarios fascistas Spirito, Alfieri, Gianni y Ferri, le hizo redefinir sus posiciones.
En mayo de 1932 fue invitado a la famosa Conferencia sobre el corporativismo celebrada en la ciudad italiana de Ferrara, dónde se reunieron economistas, sociólogos y politólogos de toda Europa (Weber, Sombart, Bottai, Spann) interesados en dicho fenómeno corporativista y en la experiencia económica estatista fascista. Para Manoilescu, en el «espíritu de libertad» que se respiraba en la Conferencia parecía posible convertir al corporativismo en una verdadera alternativa político-social, capaz de cambiar la faz ideológica e institucional del Viejo continente.
3. El orden socio-económico: el Corporativismo integral y puro
Así, en 1934, vio la luz también en París, en la editorial F. Alcán, Le siècle du corporatisme. La doctrine du corporatisme intégral et pur. Este texto capital sistematizaba una doctrina integral del corporativismo que le situó en primera línea del debate teórico corporativo en Europa; fue acogido favorablemente en Italia por Bortolotto o Marchesi, aunque con reservas por Costamagna (quien defendía la paternidad y originalidad fascista). Su evolución teórico-política alcanzó su máximo grado con la publicación de Le Parti Unique (1936) en el que, atraído por el desarrollo del Estado fascista, analizaba el fenómeno del partido único y llegaba a la conclusión de la necesidad transitoria de estos regímenes totalitarios o autoritarios, en el proceso de construcción del «corporativismo puro»{12} (definido como el paradigma antiliberal por P. C . Schmitter){13}.
El germen del corporativismo integral se situaba, en el esquema de Manoilescu, en el hecho económico fundamental: el atraso de los países rurales (en especial su Rumania natal) y la desigualdad económica internacional (evidenciada tras la I Guerra mundial). Por este hecho de naturaleza económica conllevaba implicaciones de carácter social: la desestructuración de la sociedad; una situación de la que era responsable liberalismo político y económico «individualista» incapaz de asumir las nuevas necesidades de organización funcional y sectario a la hora de comprender la «moderna idea de Dictadura como sistema completo de funciones». Ahora bien, esta situación también era responsabilidad de movimientos «mixtos» (sindicales) y estatistas (socialistas) que establecían falsas soluciones políticas a un «problema social» de naturaleza económica{14}. La solución pasaba por una reforma integral.
En un primer momento, su proyecto se orientaba en una solución nacional, en un régimen monárquico diseñado institucionalmente en dos ocasiones (tal como recuerda en sus Memorias), y donde Carol II que él sería un «ministro-soberano»{15}. El gobierno sería elegido en función de principios meritocráticos, en base a la formación profesional de los miembros y no por la pertenencia a un determinado partido político. Este gobierno de personalidades (para el que contaba con Vilcovici, Ionescu-Sisesti o Cantacuzino, y que más tarde casi se realiza con Nicolae Iorga) suspendería el Parlamento temporalmente, e iniciaría un amplio programa de reformas para articular el país de manera corporativa. Cuando Carol II volvió a Rumania, Manoilescu diseñó «Mangalia», el futuro régimen corporativo antiliberal y antiparlamentario de Rumania, creyendo que la gran misión del monarca sería dirigir un gobierno meritocrático capaz de implantar este régimen y sumar al país al nivel de Europa occidental{16}. Frente a un Parlamento convertido en arena de inútiles escándalos y luchas entre partidos, Manoilescu proponía una nueva relación representativa entre individuos, sociedad y Estado. Se basaría en una unión funcional y espiritual entre los tres actores fundamentales: sociedad de estructura armónica, poder funcionalmente distribuido, y economía al servicio de la comunidad nacional
Pero las pretensiones de Manoilescu se situaban en el ámbito internacional y en una dimensión histórica. El «siglo del corporativismo» situaba a este fenómeno como el «imperativo central del siglo XX»; en él, las Corporaciones supondrían la base legislativa e institucional del poder político, el fundamento social del organismo colectivo y público «que integraba a toda persona física y jurídica con funciones nacionales». El interés económico nacional impelía a interrelación y coordinación de estas corporaciones «nacionales» (rumanas), «unitarias», «totalitarias (comprenden todos los aspectos de la nación)», «abiertas» (libertad de elección y entrada) y «no exclusivas» (la profesión no era el único criterio de entrada); pero sentido político «totalitario» no vinculado a un sometimiento al poder arbitrario y exclusivo del Estado, sino a una integración armónica de todos las dimensiones de la vida nacional.
La integración corporativa partía así, de una duda epistemológica clave: el problema de la influencia recíproca entre ideas y hechos en la evolución de los pueblos. De ella nacía lo corporativo como actualización una idea tradicional de origen gremial, que en su época se popularizaba como una «idea colectiva» influyente y decisiva. Una idea surgida inicialmente de la abstracción y reflexión individual, pero condicionada por la elección y selección colectiva de dichas elaboraciones individuales. «La Nación, la colectividad y el egoísmo de grupo intervienen cuando se trata de escoger entre las diferentes elaboraciones individuales» apuntaba el rumano. Éstas, que pueden ser contradictorias, son seleccionadas a partir de la de la multiplicidad ideológica, según se adapten a los intereses y necesidades de convivencia o lucha de la colectividad (siguiendo el darwinismo social); así se elegirían «conforme a su instinto, a sus intereses históricos», haciendo de ellas «un patrimonio común» y un «arma» al servicio de la Nación. Los años treinta eran para Manoilescu la «oportunidad histórica del corporativismo», ya que representa en la época «una nueva forma óptima de la organización de las fuerzas nacionales de cada país y que el movimiento corporativo contemporáneo es una manifestación del instinto profundo de los pueblos más amenazados por la descomposición de los antiguos sistema políticos y sociales»{17}.
El corporativismo no era la restauración del viejo gremio medieval, ni una copia del fascismo, ni un estatismo nacionalista sin más; surgía una nueva organización social y política «superior», basada en la racionalización funcional y nacional del capitalismo económico. Junto con los imperativos idealistas, nacionalistas y autoritarios descritos, el gran «imperativo histórico» del siglo XX, y al que respondía plenamente el corporativismo, era el de la organización o «natural evolución del proceso de reconstrucción social»: como medio de superar los conflictos entre clases sociales, e integrar a las diferentes fuerzas productivas en la empresa de desarrollo nacional (así se conseguiría un aumento de la productividad industrial y agrícola, la armonía interclasista y la cohesión nacional); como orden, unidad, disciplina, competencia, coordinación y continuidad, que acabaría «victoriosa sobre el beneficio capitalista» (mediante un «nuevo sistema de propiedad y producción» en la corporativización de los distintos cuerpos socio profesionales en los que se dividía la estructura social).
4. El medio político: el Partido Único
Pero este corporativismo integral y puro» se vinculó con la idea del «partido único». Manoilescu publicó de nuevo en París, esta vez en Oeuvres Françaises, Le Parti unique (1936), donde dotaba al pilar socioeconómico de la Corporación un nuevo pilar político{18}. La sociedad corporativa que presidiría el siglo, necesitaba de este pilar partidista, como instrumento político capaz de llevar la «unidad de mando». Así afirmaba que el siglo XX, que comenzó para él en 1918, se encontraba presidido por «dos instituciones que, cuando menos en su forma contemporánea, presenta una originalidad y una novedad incontestables y que se bastan por si solas para dar relieve al paisaje político contemporáneo: la Corporación y el Partido único».
Este instrumento completaba la crítica al Parlamentarismo liberal, por no representar al conjunto de la nación, al estar sometido a disputas particulares de partidos escasamente representativos, y al impedir la necesaria concentración de los esfuerzos productivos en pro del «interés nacional». Frente a esta institución agotada, el Partido único, expediente transitorio, ayudaría a fijar la consideración de la «función social» de la propiedad privada y a promover la corporativización de las organizaciones sociales y económicas{19}. Para Manoilescu consistía en un «partido político que posee exclusivamente de hecho o de derecho, la libertad de acción política en un país y que por tanto constituye una institución fundamental del régimen», de carácter universal, con múltiples fuentes, de generación espontánea, y de naturaleza nacional); un partido que sería el paso práctico previo en la constitución corporativismo como un sistema interclasista, basado en el espíritu nacional de colaboración, solidaridad y funcionalidad de las organizaciones socio productivas autónomas, y en una «moral social» de justicia colectiva, jerarquía funcional y aumento de la productividad{20}.
La Corporación y el Partido único cumplían, de esta manera, las condiciones o imperativos históricos que dictaban esta organización integral, este «medio de salvación». No era un simple «capricho» de algunos teóricos ni el «resultado fortuito de la voluntad del jefe de la revolución italiana»; era para el pensador rumano «la expresión lógica de una nueva fase histórica», producto de la «intuición general de algunos hombres filtrada por el instinto de los pueblos». Frente a la monotonía ideológica posrevolucionaria y la demagogia política, solo rota por la eclosión del marxismo, proponía la recuperación de la Política como generador de ideas y doctrinas político-sociales nuevas como el corporativismo moderno. «La dirección general de nuestra época –sostenía Manoilescu- es la organización de cada colectividad nacional por el corporativismo», convirtiéndolo en un fenómeno político-social aparentemente «inevitable». El carácter orgánico de la evolución social humana, que obliga a respetar los procesos evolutivos naturales, dictaba la «iniciativa de transformación social ejercida por las individualidades capaces de comprender la evolución y de influenciarla». Esta era una evolución con un «ritmo natural» avivado y precitado por ciertos factores socioeconómicos que imprimen una «evolución precipitada; esta era la época en la que el «imperativo de la adaptación» se hace que los pueblos comprendan y se suman a este movimiento corporativo, ya que si no se puede «morir, sin saber porqué»{21}.
5. La vuelta a Manoilescu: su paradójico regreso
El complicado debate sociológico y politológico sobre el epifenómeno del «neocorporativismo» durante mediados de los años 70, situó a Manoilescu en el centro del análisis sociológico sobre el impacto de los «grupos de intereses» en la sociedad política. Se convirtió en el símbolo mediático y en el paradigma intelectual del superado «corporativismo» tradicional.
Juan Martínez Alier señalaba como un término político podía influir en la realidad política, al ser parte integrante de ella, al ser en sí una cuestión de distribución de poder; dependiendo su éxito en gran medida de la aceptación general o de la utilización por un sector social. El término «Corporativismo» se reutilizaba como «Corporatismo» en dos sentidos generales, en función del adjetivo que le acompañara, aunque cada autor difiriera en el contenido de ese corporativismo moderno{22}. Por un lado se hablaba del «autoritario, viejo o estatal» y por otro del «liberal, nuevo o social»; por ello, conceptualmente se intentaban definir dos tipos de «Corporativismo»: el antiguo, una simple doctrina o ideología, y el nuevo, una «actual» realidad en busca de una ideología que no sea explícitamente corporativista. Ello demostraba que cada concepto político-social «depende de la posición política de autores y lectores y de su visión del curso de la historia», siendo todavía este «un concepto en litigio»{23}.
El gran gurú del «renacimiento neocorporativo», P. C. Schmitter, fundamentando su hipótesis neocorporativa a partir del estudio de las estructuras de los regímenes autoritarios ibéricos y mediterráneos, nacidos de periodo de entreguerras, rescató las controvertidas hasta esa fecha tesis de Manoilescu{24}. A partir de su construcción conceptual, Schmitter definía el Corporatismo como un «sistema de representación de intereses en el que las unidades constituyentes están organizadas en un número limitado de categorías singulares, obligatorias jerárquicamente ordenadas y funcionalmente diferenciadas, reconocidas o autorizadas (cuando no creadas por el Estado), a las que se les concede un deliberado monopolio representativo en el seno de esas categorías a cambio del respeto a ciertos controles en la selección de sus dirigentes y en la articulación de demandas y apoyos»{25}. De ello distinguía un corporativismo social organizado desde abajo, con organismos autónomos y con capacidad de penetración aunque con límites borrosos (en Suiza, Holanda o Escandinavia), incardinado en sistemas políticos con unidades territoriales diversificadas y relativamente autónomas, con procesos electorales abiertos y competitivos y sistemas partidistas, autoridades ideológicamente plurales basadas en coaliciones (incluso con subculturas políticas muy estratificadas o fuertemente cimentadas). Era un componente correlativo, aunque no ineludible, de las sociedades capitalistas avanzadas, postliberales y democráticamente organizadas en el Estado del Bienestar; y un corporativismo estatal, organizado desde arriba con organismos dependientes que resultan penetrados (Portugal, España, Brasil, Grecia, México...). En ellos, las subunidades territoriales estaban rígidamente subordinadas al poder burocrático central, donde las elecciones no existen o tiene carácter plebiscitario, y el sistema de partidos esta dominado o monopolizado por un partido único, las autoridades ejecutivas son ideológicamente excluyentes, y se reprimen las subculturas políticas basadas en la clase, la etnia, la lengua o el regionalismo (es elemento definitorio y necesidad estructural del Estado neomercantilista, antiliberal, autoritario y en sociedades de capitalismo retrasado).
Paralelamente, durante los años 70, la dimensión económica (proteccionista) de su obra fue, no tan paradójicamente, reutilizada por pensadores situados en supuestos márgenes ideológicos extremos. Diversas teorías económico-sociales latinoamericanas situada al abrigo de la izquierda política pro-revolucionaria, recogía sus tesis sobre el comercio internacional y el proteccionismo antiliberal para redefinir, teórica e ideológicamente, la situación de dependencia comercial de diversos países latinoamericanos en el contexto internacional, y en especial en su relación con los EEUU. Buscando un modelo de Economía política no recurrentemente marxista, se reutilizaban las tesis proteccionistas y catalácticas de Manoilescu (y las del propio Wagemann), conectándolas explicativamente con las situaciones de subdesarrollo estructural del subcontinente latinoamericano. Las denominadas como corrientes dependistas, en la línea marcada por argentino Raúl Presbich y la CEPAL, rescataba «las categorías primigenias «centro» y «periferia»{26}. Estos conceptos explicativos poseían la aparente virtud de sancionar la realidad de un intercambio estructuralmente desigual entre el conjunto de naciones que conocieron tempranamente la revolución industrial y los países latinoamericanos que se atascaron en las actividades primarias. Esta perspectiva del análisis de las relaciones económicas internacionales pretendían demostrar que los países que participan en el comercio internacional no presentan caracteres similares ni se benefician en igual cuantía, ya sea por razones económicas, por la posible elasticidad desigual de la demanda de los productos intercambiados, o por circunstancias y asimetrías políticas{27}.
Veinte años después de su muerte, Manoilescu reapareció bruscamente en la escena intelectual y científica, gracias al interés de diversas universidades americanas y británicas, y al diverso uso de teóricos y estadistas latinoamericanos. Jacob Viner y la ECLA (CEPAL) discutieron sobre el uso de sus tesis, y Joseph Love (Universidad de Illinois) comenzó el estudio de las relaciones teóricas entre Manoilescu y Raul Prebisch. Prebisch, autor del manifiesto de la ECLA en 1949 («The Economic Development of Latin America and its Principal Problems»), fue considerado como el principal reactualizador de las ideas del rumano. Su interés se hace visible en dos de las principales instituciones «de desarrollo» en la que participó: la ECLA (CEPAL), y el UNCTAD (United Nation’s Conference on Trade and Development). Manoilescu aparecía a sus ojos como el gran teórico del proyecto de nuevo orden económico mundial (moratoria del pago de deudas, acuerdos multilaterales...){28}. Llegó incluso a ser uno de los más importantes economistas de la Rumania comunista, usado, pese a su rechazo oficial por el régimen comunista, por Gheorghe Dolgu y Gheorghe Cucu; mientras que la Rumania postcomunista permitió superar la censura sobre su obra, tras el doctorado de Vasile C. Nechita en 1970 o la introducción de Mihail Todosia en 1986 sobre la Teoría del proteccionismo. En Francia, el primer ministro Raymond Barre, mencionó la obra de Manoilescu en 1970, y la algunas de sus reflexiones históricas (el Dictado de Viena) fueron publicadas en Magazin Istoric.{29} Una situación de similar y paradójico regreso lo encontramos en su compatriota y coetáneo Mircea Eliade, igualmente seguidor del nacionalismo radical de la Guardia de Hierro y de su Conducator Condreanu, y hoy en día un famoso antropólogo y literato de prestigio contemporáneo.
Notas
{1} Sergio Fernández Riquelme, Corporativismo y Política Social en el Siglo XX. Un ensayo sobre Mijail Manoilesco, Isabor, Murcia 2005.
{2} La literatura española o en castellano sobre Manoilescu es muy rara. Existen contadas notas sobre algunos aspectos de su pensamiento, como la reseña de Luis E. Nieto sobre la edición chilena del Partido Único titulada «El Partido y la revolución» en Universidad católica bolivariana, vol. II, nº 22, Santiago de Chile, agosto-diciembre de 1941; o la de Sergio Fernández, «Mihail Manoilesco en España», en Empresas políticas, nº 3, Murcia 2003, págs. 107-111. Roxana Bobulescu, «El Proteccionismo general de Mihail Manoilescu» en Empresas políticas, nº 3, Murcia 2003, págs. 93-99; o la de Joseph L. Love, «Acotaciones a la influencia de las ideas económicas de Mihail Manoilescu en Portugal y España» en Empresas políticas, nº 3, Murcia 2003, págs. 101-105.
{3} Jerónimo Molina, «Representación, asociación, participación», en Anuario Filosófico, XXXVI/1 2003, págs. 455-471. Cfr. Francesc Veiga, La mística del ultranacionalismo (Historia de la Guardia de Hierro). Barcelona, Universidad Autónoma de Barcelona 1989. El autor señala como «la preeminencia de Manoilesco es este periodo (los anos 30) no constituía un mero biombo, sino un síntoma de que la tercera vía no era simplemente un negocio fraudulento a gran escala»; Alfonso Lazo, La Iglesia, la falange y el fascismo. Sevilla, Universidad de Sevilla 1998, págs. 34-35; Luis Vila: «Política social europea», en C. Alemán Bracho, y J. Garcés Ferrer, Política social, McGrawHill, Madrid 1996, págs. 105-106.
{4} Gonzalo Fernández de la Mora: «Neocorporativismo y representación», en Razón Española, n° 16, marzo de 1986, págs. 136-137.
{5} Procedente de una familia tradicionalmente conservadora, y tras participar en la retaguardia rumana en la Gran guerra (1915), entró en la administración liberal de Vintila Bratianu (1919–21), y en el Ministerio de Industria y Comercio bajo el gobierno de Averescu y la Liga del pueblo (1919) como subdirector del Departamento de reconversión industrial. Sus proyectos de ley sobre Trust, estandarización de productos industriales y de sindicación industrial, fueron la antesala de la publicación de la primera «Estadística industrial de la Gran Rumania» en septiembre de 1921 y la fundación y presidencia de la «Sociedad general de funcionarios públicos» (Sociatatea Generala a Functionarilor Publici). Estos primeros pasos económico-políticos respondían ya a ideales procorporativos, indicando el camino para una organización disciplinada de los sectores productivos. Su departamento celebró la primera expresión industrial de la Gran Rumania en 1921, dónde advirtió el apoyo de Carol II a su proyecto económico, y colaboró con Cezar Popescu, Seibulescu, Ioanitiu y Faur.
{6} Angela Harre, «Mijail Manoilescu: Biografía política de un economista nacional», en Empresas políticas, nº 6, Murcia, Primer semestre 2005.
{7} Textos rumanos recogidos en la revista (editados en Universul), y citados por E. Manoliu en francés, op. cit., págs. 30-32: «Une activité parlamentaire corporative» (discursos en el Senado, 1933), «Philosophie et doctrine corporatiste» (1934), «Petres et professsours dans l’etat corporatif» (1934), »L’espace economique corporatif» (1934), y «La Roumanie état corporatif» (1934) El análisis de sus obras apenas revela el origen nacional del autor, ya que en ellas nunca aparecían reflejados los problemas económicos, político y sociales de Rumania, pese a que en plena II Guerra mundial, otra vez en el gobierno (como ministro de exteriores de I. Gurtu), defendió los intereses rumanos ante las aspiraciones territoriales húngaras y austriacas, buscando sin éxito el arbitraje italiano, como denuncia en su obra de 1940 Dictatul de la Viena .
{8} Para Veiga suponía una especie de «tercera vía» basada en «ideas para recrear el Liberalismo sobre una base ultraplanificada y corporativa», y donde «subyacía en sus proyectos el objetivo de modernizar la economía y la sociedad rumana mediante un relanzamiento acelerado de la industrialización, acompañado de un reajuste de la agricultura que le sirviera de soporte»; además señala como «la preeminencia de Manoilesco es este periodo (los anos 30) no constituía un mero biombo, sino un síntoma de que la tercera vía no era simplemente un negocio fraudulento a gran escala». Francesc Veiga, op. ult. cit., pág. 163.
{9} Podemos citar las suguientes conferencias: Mayo de 1929 en Paris; Noviembre de 1930 en Ginebra; Marzo de 1932 en Budapest; Abril de 1932 en Innsbruck; Mayo de 1932 en Ferrara; Octubre de 1932 en Basilea; Noviembre de 1932 en Roma; Junio de 1933 en Viena; Noviembre de 1933 en Sofia; Diciembre de 1933 en Viena; Mayo de 1934 en Viena; Enero de 1935 en Kiel; Junio de 1935 en Paris; Marzo de 1936 en Paris; Marzo de 1936 en Madrid y Lisboa; Noviembre de 1936 en Frankfurt, Stuttgart y Berlin,
{10} M. Manoilescu, Memorii, op. cit., pág. 323.
{11} Robert Paiusan, «La réceptión de l’oeuvre de Mihail Manoilesco daux le monde scientifique italien des annes 1930», en S. Martín, R. Dinu and I. Bulei (eds), Anuario. Istituto Romeno de Cultura e ricerca umanistica, Venice, nº 3 2001, p. 296-300
{12} M. Manoilesco, El Partido único. Zaragoza, Heraldo de Aragón, 1938, p. 204.
{13} Paradigma del Estado antiliberal y autoritario para P.C Schmitter, «Reflections on Mihail Manoilesco and the Politicals Consequences of Delayed-dependent Development on teh Periphery of western Europe» (págs. 117-139), en Kenneth Jowie (ed.), Social Change in Romania (1860-1940), Institute of International Studies, Uniersity of California, Berkeley 1978, pág. 117-138.
{14} M. Manoilesco, El siglo del corporativismo. Doctrina del corporativismo integral y puro. El Chileno, Santiago de Chile 1941, págs. 34-38.
{15} M. Manoilescu, Memorii. Bucaresti 1993, pág. 181.
{16} M. Manoilesco, El siglo del corporativismo, pág. 222.
{17} Ídem, pág. 56 ss.
{18} Sergio Fernández, Corporativismo y Política social, pág. 95 y 96
{19} M. Manoilescu, El partido único, págs. 20, 21 y 25
{20} El Partido Único (1936) supuso el primer estudio genérico como fenómeno político, sociológico e histórico del Partido único, intentaba establecer una teoría explicativa de dicho fenómeno político como «problema general de nuestra época» y como instrumento político que se da en diversos países y que surge de raíces diversas (y que «se encuentra en la base de los regímenes mas distintos en cuanto concepciones sociales e ideales humanos»); pero que se concreta en la modernidad, al insertarse como elemento tutelar y transitorio del sistema corporativo por él diseñado. La obra se componía de dos partes temáticas: en la primera se analiza «el partido único como institución», afirmando su necesidad histórica como racionalización del Estado, reacción frente al parlamentarismo y su evolución natural (desde partido revolucionario a partido único y oficial). Señalaba las funciones transitorias (antes de tomar el poder) y permanentes (monopolio político), y describía su organización (principios de jefatura, jerarquía, juventud y militarización). En la segunda parte se describen someramente los «los grandes partidos únicos contemporáneos» (soviético, fascista, turco, español, portugués y nacionalsocialista). Ídem, pág. 204.
{21} Las conexiones entre socialismo y corporativismo se ejemplifican, nuevamente, en los últimos años de su vida. Preso de las tropas comunistas desde 1944, pese a ser liberado a los catorce meses por la necesidad del nuevo gobierno pro soviético de cuadros tecnocráticos, acabó muriendo en la cárcel en 1950 y enterrado en una fosa común. Las necesidades de políticas monetarias concretas, de fundación de oficinas industriales, de un régimen final de cooperativas, y de un plan de electrificación hicieron llamar de nuevo a Manoilescu por el nuevo régimen pro soviético. La defensa que hizo en 1930 del sindicalista Gheorghiu Dej, no fue olvidada por este en 1946. Comenzó a escribir sus memorias y publicó su último estudio «Productividad del trabajo y comercio exterior» en Santiago de Chile (1947), además de desarrollar estudios geotérmicos públicos en Suiza (bajo el nombre de su hijo Alexandru). En diciembre de 1948 fue nuevamente arrestado, acusado de publicación de ideas fascistas, y condenado a 15 años de cárcel.
{22} Algunos de los más destacados estudios internacionalies podrían ser el de Harris Competition and the corporate state (1972), de P. C. Schmitter, Trends toward corporatist intermediation (1979), de Maraffi, La società neocorporativa (1982), Mishra, The Welfare State in crisis (1984), de Van Waarden, Dimensions and types of policy networks (1992)... En español, pueden consultarse las obres de S. Giner & M. Pérez Yruela (ed.): «Corporatismo», en Revista Española de Investigaciones Sociológicas (31, julio-septiembre, 1985); de V. Pérez Díaz, «Empresarios, sindicatos y marco institucional» en Papeles de Economía Española (vol., 22, 1985); de G. Fernández de la Mora, «Neocorporativismo y representación política» en Razón Española (núm. 6, marzo-abril, 1986); de J. M. Serrano Ruiz-Calderón, «Neocorporativismo», en Revista de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense (1974) o de M. Ramírez Jiménez, España en sus ocasiones perdidas y la democracia mejorable, Mira Editores, Zaragoza 2000.
{23} J. Martínez Alier, «Viejas ideologías y nuevas realidades corporativas», en S. Giner y M. Pérez Yruela (ed.): El corporatismo en España, Ariel, Barcelona 1988, págs. 291-317.
{24} P. C. Schmitter, «Reflections on Mihail Manoilesco and the Politicals Consequences of Delayed-dependent Development on teh Periphery of western Europe» (págs. 117-139), en Kenneth Jowie (ed.), Social Change in Romania (1860-1940), Institute of International Studies, Uniersity of California, Berkeley 1978.
{25} Ídem, pág. 135
{26} R. Bobulescu, «El proteccionismo», op. cit, pág. 99.
{27} De esa manera pretendían fundamentar teóricamente sus postulados ideológicos, subrayando el origen estructural y neocolonial de las desigualdades dentro de la sociedad latinoamericana; condenaban asimismo las influencias desnacionalizantes de las grandes corporaciones y enclaves; censuraban el régimen consular o de cooptación surgido de la asimétrica relación imperial; y la denuncia, por último, de los privilegios y de los mecanismos ostensibles y ocultos de los cuales las elites dominantes echan mano para perennizarlos Y sentenciaban así que la prosperidad de los centros (especialmente los Estados Unidos) emanaba exclusivamente de la explotación de los recursos de la periferia. Con ello, los teóricos izquierdistas integraban en su discurso «antiimperialista» y en su análisis marxista, conceptos económicos teóricos y explicativos sobre la situación socioeconómica latinoamericana, situada desde esos años en la situación de dependencia comercial
{28} P. C. Schmitter, Reflections on..., op. cit., pág. 121.
{29} Ídem, pág. 7.