Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas • número 85 • marzo 2009 • página 9
El Quijote contiene tal cantidad de materiales de orden social, que no es de extrañar que haya sido motivo de toda suerte de exégesis sociales, sociológicas o sociohistóricas. Ahora bien, aquí sólo nos incumbe investigar las interpretaciones sociales de carácter simbólico. Dejamos, pues, fuera de nuestro examen crítico las interpretaciones sociales directas o no simbólicas. Una interpretación social de la magna novela no tiene por qué ser simbólica, sino que se puede limitar a entenderla como una pintura de la sociedad de su tiempo, basándose en lo que literalmente se dice o tácitamente se sugiere en la obra, y a procurar, a la vez, entenderla a partir del conocimiento de que disponemos de la sociedad de la época cervantina.
De hecho, algunos de los mejores estudios sociales sobre la novela cervantina se inscriben en esta línea hermenéutica directa o no simbólica. Tal es el caso de Estado social que refleja el Quijote (1905), de Ángel Salcedo Ruiz, el mejor ensayo de esta índole publicado en la primera mitad del siglo XX; o de El mundo social del «Quijote» (1986), de Javier Salazar Rincón, el más completo y detallado ensayo sobre el tema publicado hasta la fecha y que supera en calidad a cualquier otro. Ambos se centran en el análisis de la sociedad española del tránsito del siglo XVI al XVII como una sociedad estamental, de cuyos diversos estamentos o estados, así como de las minorías sociales no encuadrables en éstos (conversos judíos, moriscos, bandidos) se nos ofrece un cuadro basado en fuentes históricas que las páginas del Quijote no hacen sino corroborar e ilustrar y desde esta perspectiva social se pretende derramar luz para comprender la novela desde la sociedad en la que se gestó y cuyo sello ha quedado impreso en ella.
El segundo de los autores, Salazar Rincón, va más lejos y no se conforma con presentar la gran obra como producto de un tipo de sociedad determinada y un reflejo de la misma, sino que además ensaya, en el último capítulo, una interpretación de los dos personajes principales desde los condicionamientos sociales que gravitaron sobre ellos, de manera que su vida y destino se nos explican en virtud de un cierto determinismo social. Así los sueños caballerescos de don Quijote que le impulsan a escalar en la jerarquía social engranan con los pujos de grandeza de muchos nobles de aquel tiempo; y los sueños de Sancho de gobernar una ínsula o de ser conde y de enriquecerse engarzan con el ansia de medro que se apoderó de muchas gentes de la España cervantina. En palabras del autor:
«Los errores y desvaríos de don Quijote y Sancho no están motivados únicamente por las quimeras caballerescas... El engaño que padecen el labrador y el hidalgo manchego, es también un reflejo abreviado de aquella sociedad en que los pujos de grandeza y las ganas de medrar habían llegado a ser una obsesión generalizada, en que, según indicaba Peñalosa, todos eran «unos en apetecer lustre, nobleça y honra», desde el señor de vasallos que sueña con hacer de título a su hijo (I, 44), hasta el mercader que logra para sus herederos el hábito de un orden militar [personaje de El coloquio de los perros] , o la moza que sirve en la venta y presume de hidalga (I, 16)». Op .cit., Gredos, pág. 306.
Se nos pinta así unos personajes tan influidos por su entorno social, que los engaños y fracasos tanto del hidalgo como del escudero se deben a que «viven dominados por impulsos externos e inauténticos» de carácter social, de suerte que, según Salazar, es la sociedad la que los induce al error (op. cit., pág. 311). Ahora resulta que Sancho tiene ansias de medro, de ser conde o gobernador, «porque las gentes que le rodean han trastornado su juicio con vanas promesas», esto es, porque las gentes de su medio social están obsesionadas por ser más de lo que son y habrían arrastrado al pobre Sancho, que sólo aspiraba a ganar algún dinero para atender a las necesidades de su familia, a alimentar sus sueños de ascenso en la escala social. Pero aunque, contra la visión de Salazar, no sea la sociedad o una suerte de fuerza social lo que guía a la pareja inmortal, induciéndoles al error, sino su propio impulso, que en el caso de don Quijote emana de su enajenación y en el de Sancho de su ambición y su ingenua simplicidad, el autor no se sale del marco de una exégesis directa del Quijote, en que se atiende al sentido manifiesto de lo que en él se dice y no a la atribución de un sentido oculto de carácter simbólico. Pero si no se sale de ese marco, en cierto modo cabe sostener que roza, en este último capítulo, el campo de la hermenéutica alegorista.
En realidad, las aproximaciones simbólicas en clave social del Quijote se remontan a la primera mitad del siglo XIX, siendo Agustín Durán el primero en esbozar un enfoque de esta laya. Pero antes de nada definamos qué entendemos por una concepción de este tipo. Entendemos por interpretaciones simbólicas de carácter social aquellas que leen la gran novela como una alegoría en que los personajes centrales así como sus dichos y hechos se glosan como símbolos de hechos sociales o de grupos, clases, estamentos, castas o colectivos sociales del nivel que sean, o de la estructura de la sociedad española o de los conflictos sociales de la época. Naturalmente, tal alegoría social tiene un sentido satírico, pero la sátira ahora no va preferentemente dirigida contra los libros de caballerías, sino que la crítica a éstos no hace más que encubrir la crítica contra la sociedad española cervantina o contra ciertos estamentos o sectores sociales y los comportamientos de sus miembros. El Quijote se transforma ahora en una novela esencialmente social cuyo mensaje oculto, tras el disfraz de invectiva del género caballeresco, no es sino un mensaje social.
Dentro de las interpretaciones sociales, distinguimos dos orientaciones hermenéuticas: aquellas que a la hora de comprender el Quijote como alegoría social suponen como telón de fondo que la organización o estructura de una sociedad es un hechos primario; y aquellas que en su enfoque social del magno libro suponen que la organización o estructura de la sociedad no es una realidad primaria, sino que depende de hechos más básicos que los determinan, tal como los factores económicos. De acuerdo con esto, a las primeras las vamos a denominar interpretaciones sociales no marxistas, normalmente emprendidas por críticos de tendencia liberal, y a las segundas interpretaciones sociales marxistas. Comenzamos por las del primer tipo por la sencilla razón de que históricamente han precedido a las segundas como método simbólico de investigar el sentido social de la magna obra cervantina.
Interpretaciones sociales no marxistas del Quijote
Durán
Agustín Durán, en el prólogo a su Romancero general, de 1849, es el pionero en ofrecer una visión de la novela cervantina como una alegoría social, cuyo referente simbólico es la sociedad española coetánea, de su organización social, de modo que sus dos personajes centrales junto con el cura se erigen en símbolos de las tres clases en que se articulaba aquella sociedad, según la visión de Durán. Así, don Quijote representa obviamente a la aristocracia o clase alta; el cura, la clase media; y Sancho, la clase baja. Siguiendo este esquema, el autor interpreta a don Quijote como una caricatura de la aristocracia, sobre todo de su propensión a cultivar un falso caballerismo, un caballerismo exagerado e inútil del que los nobles cortesanos se dejaban impregnar a través del gusto por los libros de caballerías en detrimento del antiguo espíritu caballeresco, castizo y patriótico, mediante el cual se culminó exitosamente la Reconquista; Sancho, por su lado, simboliza a un pueblo llano timorato y egoísta cuya negativa personalidad moral moldearon el despotismo y la Inquisición; en cambio, el cura, a quien Durán ve a través de las lentes deformantes de un liberal de la primera mitad del siglo XIX, como símbolo de la clase media liberal.
En resumidas cuentas, el mensaje social oculto del Quijote se nos manifiesta como una sátira de la aristocracia española y de la clase baja y como un elogio de la clase media liberal y cristiana, de la que formaría parte el mismo Cervantes. He aquí el pasaje decisivo en que se condensa lo esencial de la concepción social que Durán nos traza de la novela cervantina:
«Cervantes caricaturizó en su obra el espíritu ridículamente exagerado de las altas clases, contraponiéndole el sesudo y razonable de las medias, y el prosaico de la gente vulgar, cuyo carácter tímido, receloso, desconfiado y egoísta se formó bajo el despotismo y la inquisición. Don Quijote, el Cura y Sancho Panza forman la unidad compleja de la sociedad española en aquel tiempo: todos los demás incidentes son el desarrollo y las combinaciones y graduaciones de los tres principales tipos». Romancero general, pág. XIII, n. 11.
Sin embargo, Durán no va más allá de trazar este bosquejo de interpretación programática: no lo desarrolla sistemáticamente ni lo pone a prueba analizando los episodios del Quijote desde la perspectiva hermenéutica así delineada. Contiene, empero, en germen los elementos esenciales que van a conformar las posteriores interpretaciones de la novela en clave social de todo tipo, tanto las de orientación no marxista como las marxistas: no sólo el simbolismo social de los personajes principales y a veces hasta secundarios que los convierte en símbolos de estamentos, clases, grupos o castas sociales determinados, sino además el simbolismo político que suele acompañar al primero. Como preanuncia Durán, el Quijote se leerá como una alegoría en que los personajes representan a sectores sociales determinados junto con su función y aspiraciones políticas. La alegoría social termina siendo sociopolítica.
Benjumea
Después de Durán, disponemos de un buen ejemplo ilustrativo de lo que acabamos de decir en la escuela esotérica de Benjumea y sus seguidores. Proclive a ver no uno sino múltiples sentidos ocultos en la gran novela cervantina, como él mismo reconoce, también admite en ella un simbolismo social, en que Sancho representa al estamento llano y sus aspiraciones democráticas; pero el simbolismo social del Quijote queda incompleto, pues, contra lo que parecería normal, no asigna a don Quijote un referente simbólico social que cabría esperar que fuera la aristocracia. Pues don Quijote es, para Benjumea, un desclasado, una figura trascendental, cuyo significado universalista desborda cualquier límite social, estamental o de clase. Es un visionario cuyo papel se cifra en señalar a las «clases bajas y populares» representadas por Sancho el camino de su emancipación social y política, y en educarlas o instruirlas para tal fin, como sucede en los consejos de buen gobierno que le da antes de encaminarse a desempeñar el cargo de gobernador, dándole así la oportunidad de mostrar la aptitud del pueblo llano para el ejercicio del gobierno y de compartir con las clases dirigentes el gobierno de la sociedad.
No importa, pues, el nacimiento aristocrático del ilustre hidalgo, sino la riqueza de su alma, una riqueza que engendra un príncipe en un mísero hidalgo, un aristócrata del espíritu, cuya fuerza espiritual vuelca en transformar al pueblo llano en un pueblo social y políticamente liberado. Como apunta Benjumea, el hecho de que don Quijote saque a Sancho de ser esclavo del terruño, de convertirlo en partícipe de sus empresas caballerescas y de educarlo durante sus peregrinaciones, simboliza fielmente esa transformación de las clases bajas y populares y su acceso a una esfera más elevada, en que, como Sancho, éstas puedan demostrar su competencia para gobernar y su derecho a compartir con la nobleza el gobierno de la sociedad, como Sancho comparte con don Quijote sus empresas.
Villegas
Luego de Benjumea, otros miembros de la escuela esotérica desarrollaron el simbolismo social del Quijote. Baldomero Villegas, el más excéntrico de los esoteristas, propone un simbolismo social más diverso, en que don Fernando y el barbero aparecen como representantes o agentes de la monarquía; el vizcaíno tiene como referente simbólico a la nobleza; el cura, al clero; y Sancho, al pueblo llano. Estos personajes simbolizan no sólo a los sectores sociales citados, sino también sus respectivos ideales e intereses. Como en Benjumea, la figura de don Quijote carece de referente simbólico social y, a pesar de su origen noble, encarna el ideario liberal progresista del propio Cervantes y que, contando con el respaldo del estamento llano, representado por Sancho, aspiraría a instaurar en España una república democrática de signo liberal. El Quijote se nos dibuja así como reflejo de una sociedad conflictiva, en que el pueblo llano, guiado por don Quijote, se enfrenta con la monarquía, la aristocracia y el clero inquisitorial para hacer prevalecer sus principios liberales y republicanos, de acuerdo con los cuales se aspira a organizar España. Pero cuando Villegas se mete a interpretar las aventuras quijotescas siguiendo estos principios no para de incurrir en dislates, de los cuales ya dimos una muestra al analizar su interpretación política, que se entrelaza con la de carácter social.
Saldías
Ha correspondido al más moderado de los discípulos de Benjumea, el jurista argentino Adolfo Saldías, desarrollar la más sistemática de las interpretaciones en clave social salida de la escuela esotérica. En su Cervantes y el Quijote (1893) ensaya una concepción según la cual don Quijote y Sancho constituyen símbolos sociales, de la aristocracia el primero, y del estado llano el segundo, y juntos representan los intereses y aspiraciones de los estamentos más importantes integrantes de la sociedad española. A diferencia de Durán y de Villegas, no ve necesario seleccionar un personaje como representante del clero, ya sea un clero en la línea de un humanismo cristiano, como sugiere Durán, o de un clero inquisitorial, como defiende Villegas. Y se distancia de Benjumea en que el caballero manchego pasa a ser un símbolo de una parte de la sociedad, en vez de ser una especie de guía visionario del pueblo llano al que orienta hacia la reorganización de España como nación republicana y democrática, aunque, al final, por influencia de Sancho, don Quijote experimenta una transformación democrática. Y como todos ellos une al simbolismo social el político, de modo que la nobleza española se guía por el principio del conservadurismo y del autoritarismo, mientras que el pueblo llano por el principio democrático. El propio Saldías resume así su posición:
«En estos dos personajes Cervantes quiso poner de relieve las dos tendencias que se disputaban el predominio y el gobierno de la sociedad: la aristocracia conservadora y la democracia pura. Don Quijote es el aristócrata fiero de las prerrogativas del linaje, y poseído de la idiosincrasia de aparecer más arriba que el hombre del común. Sancho es esa entidad anónima que se ha llamado estado llano, y personifica el buen sentido popular, la capacidad del pueblo para gobernarse a sí mismo». Op. cit., Félix Lajouane, Editor, pág. 89
Sentado este simbolismo social y político, se sigue como consecuencia inevitable que los rasgos, actitudes y comportamientos de los personajes serán a la vez manifestativos de los correspondientes rasgos, actitudes y comportamientos de los colectivos sociales que personifican, si es que el simbolismo postulado no es gratuito, sino fundado en una analogía entre el caballero manchego y su escudero, de un lado, y los estamentos sociales que se dice encarnan. De acuerdo con esto, el método ensayado por Saldías va a consistir en analizar el perfil moral y social de ambos personajes para, de este modo, revelarnos el perfil moral y social de los sectores sociales que en ellos se personifican. Bastará, pues, con conocer las cualidades, preocupaciones, hábitos y aspiraciones de don Quijote y Sancho para conocer las cualidades, preocupaciones, hábitos y aspiraciones de las partes de la sociedad española que alegóricamente representan. El desarrollo de este programa, de acuerdo con este método, constituye el núcleo de la investigación de Saldías.
En los dichos, actitudes y hechos de don Quijote ve perfectamente representados los principios y valores de la aristocracia española. Examina las diversas situaciones en que el perfil moral y social de don Quijote se va definiendo por el conservadurismo, el autoritarismo, el orgullo del linaje o de la sangre noble junto con el desprecio del linaje plebeyo («Sirve sólo de acrecentar el número de los que viven, sin que merezcan otra fama, ni otro elogio sus grandezas») y la defensa de sus prerrogativas como miembro de la nobleza (así cuando reclama su derecho a sustraerse a la justicia ordinaria o a no pagar impuestos). Este retrato moral y social del héroe nos proporciona correspondientemente, en clave simbólica, el retrato moral y social de la parte de la sociedad que encarna como personaje, el de una aristocracia enferma, según Saldías, de apego a la tradición, de preocupación autoritaria, de orgullo del linaje, de celo por la preservación de sus privilegios estamentales. La misma locura de don Quijote, su monomanía, tendría un significado simbólico de carácter social, de manera que en ella habría querido personificar Cervantes la ciega preocupación de la nobleza en favor de sus derechos exclusivos a dirigir los destinos de la sociedad.
No es difícil presentar a don Quijote como un retrato alegórico de la aristocracia autoritaria y celosa de sus prerrogativas, pues, como ya hemos anotado en el análisis de las interpretaciones políticas, son numerosos los pasajes y situaciones en que don Quijote se nos muestra con los rasgos característicos de la nobleza española de la época. Tampoco es difícil ver en Sancho un representantes típico de los villanos o plebeyos. Lo difícil, por no decir imposible, es querer ver, como hace Saldías, encarnadas en el perfil moral y social de Sancho las aspiraciones libertarias, igualitarias y democráticas de éstos.
No obstante, el autor no se detiene ante la dificultad y se pone manos a la obra para dibujarnos un Sancho «comunero, igualitario y demócrata» (op. cit., pág. 124). Por igualdad entiende el liberal Saldías el principio moderno de igualdad ante la ley, cuyo conocimiento atribuye a Sancho basándose en dos pasajes. En el primero de ellos, en las palabras con que éste responde a la pretensión de su amo de estar sustraído a la justicia ordinaria («¿Y dónde has visto tú u oído jamás que caballero andante haya sido puesto ante la justicia por más homicidios que hubiera cometido», II, 10): «Yo no sé nada de omecillos, dice Sancho, sólo sé que la Santa Hermandad tiene que ver con los que [cursivas de Saldías] pelean en el campo» (I, 10). Lo que Sancho quiere decir es que la Santa Hermandad tiene potestad para detener a los que cometan delitos en las áreas rurales, sin que para ello sea un obstáculo la condición noble del delincuente, por lo que, después del enfrentamiento con el vizcaíno, le recomienda que se oculten para eludir la acción de la Santa Hermandad. Ahora bien, es ridículo ver en las palabras del escudero la invocación del principio de igualdad ante la ley, pues el poder de la policía rural de prender a cualquiera que cometa atropellos en el campo, sea noble o villano, no chocaba con las prerrogativas jurídicas, penales, económicas, sociales y políticas de la nobleza.
Es igualmente ridículo ver el conocimiento del principio de la igualdad ante la ley por Sancho en el hecho de que a la invitación de don Quijote de que se siente a su lado, en torno a la comida que los cabreros les ofrecen, el escudero decline aceptarla, alegando que se come tan bien a solas y de pie «como sentado a la par de un Emperador». Para disponerse a comer bien es indiferente que al lado tengamos o no un comensal aristócrata; las palabras de Sancho las podría pronunciar igualmente un noble en las mismas circunstancias, sin que por ello esté invocando la igualdad ante la ley. ¿Y de hecho qué tiene que ver la igualdad ante la ley con la colocación ante la comida? Aun en las actuales sociedades democráticas y fundadas en la igualdad ante la ley, ésta es compatible con la desigualdad de colocación ante la mesa, de acuerdo con un protocolo que establece una jerarquía a la hora de sentarse ante ella. En realidad, en la situación que comentamos, como bien supo ver Benjumea, es don Quijote y no Sancho quien condesciende a un trato igualitario con su escudero al invitarle a comer a su lado, pero dejando bien claro (lo que, en cambio, Benjumea no quiso ver) que la igualdad ante la mesa de los cabreros no equivale a disolver las jerarquías sociales existentes, como bien se ve en el hecho de que don Quijote acompaña su invitación con las palabras: «Que soy tu amo y natural señor», como queriendo decir que la desigualdad estamental entre ellos no empece el trato familiar en la mesa.
Su empeño en querer ver en Sancho la propensión al igualitarismo y a la democracia le conduce a pintarlo como desdeñoso de la nobleza, la cual no ejercería seducción alguna sobre él. Saldías es consciente de que sostener esto no es fácil y él mismo reconoce que la imagen de Sancho como comunero, igualitario y demócrata parece disiparse ante la imagen del mismo que surge en la plática con su mujer (II, 5), donde lo vemos infatuado hasta lo ridículo y entregado a veleidades aristocráticas, pues reprende a su mujer por querer casar a su hija con alguien de su mismo rango social en ver de casarla con alguien de la nobleza, ahora que don Quijote le ha prometido ser gobernador o conde. La salida de Saldías es que con esto lo que Cervantes persigue es fustigar la impaciencia de los plebeyos por encumbrarse socialmente, pero no contradecir los principios de igualitarismo y democráticos, supuestamente defendidos por el propio Cervantes, que se nos retrata así como una especie de liberal avant la lettre. Claro que Cervantes no se propone contradecir estos principios, pero sencillamente porque tales principios son totalmente ajenos a él y a Sancho y porque el objetivo del autor es simplemente ridiculizar las absurdas esperanzas de un escudero deslumbrado por las vanas promesas de don Quijote de encumbramiento social. Además, no es verdad que Sancho no se vea seducido por la nobleza. Después de abandonar el cargo de gobernador, que acaba aborreciendo, aún sueña con ser conde, pues, como comenta el narrador, «todavía deseaba volver a mandar y a ser obedecido, que esta mala ventura trae consigo el mando, aunque sea de burlas» (II, 63, 1034).
Pero el rasgo central de la fisonomía moral y sociopolítica de Sancho es, como ya había sostenido Benjumea, la capacidad para gobernarse, un eco a su vez de la capacidad de gobernar y gobernarse del hombre común, del pueblo llano, rasgo que se manifiesta en la esperanza del escudero de gobernar una ínsula, tarea para la que el propio don Quijote lo ve capacitado y desde luego él mismo. Así el propio escudero comenta engreídamente acerca de sus posibilidades y aptitudes: «Y debajo de ser hombre, puedo venir a ser papa cuando más gobernador de una ínsula» (I, 47); y en otro lugar: «Gobernadores he visto por ahí que a mi parecer no llegan a la suela de mi zapato, y con todo eso los llaman ‘señorías’» (II, 3, 570); y en un tercer lugar: «Que yo he tomado el pulso de mí mismo y me hallo con salud para regir reinos y gobernar ínsulas» (II, 4, 579).
Saldías no advierte que todo esto tiene un tono burlesco: que las autoalabanzas de Sancho son simétricas de las de don Quijote cuando se cree el mejor caballero del mundo y que en ambos casos el autor censura las veleidades caballerescas y escuderiles de uno y otro respectivamente. No persigue, pues, mostrar las aptitudes de gobierno de Sancho, sino fustigar sus ínfulas que le llevan a imaginarse poder ser un gobernador o conde sin más bagaje que el de ser cristiano viejo, como declara en una ocasión (I, 21, 197), o, como admite en otra, el de tener en la memoria el Christus, esto es, le basta con saber hacer la señal de la cruz estampada en la cartilla del abecedario, el cual él mismo confiesa no saber (II, 42, 867). Las declaraciones de don Quijote en pro de la aptitud de Sancho para gobernar no se deben tomar en serio sino como teñidas de ironía por parte del autor; y no digamos las observaciones burlescas de Sansón Carrasco o del Duque halagando la vanidad de Sancho en relación con sus esperanzas de gobierno.
Como Benjumea, también Saldías interpreta los episodios del gobierno de Sancho como la expresión simbólica de la capacidad del pueblo para gobernarse a sí mismo (como si el pueblo sin más pudiese gobernarse por sí mismo sin grupos organizados que lo movilicen, lo organicen y dirijan sus pasos) y para participar del gobierno de la sociedad al lado de la clase dirigente aristocrática. Remitimos a la crítica que ya hicimos al examinar la interpretación política de Benjumea y sus discípulos en El Catoblepas del mes de Octubre de 2008. Recordemos tan sólo que Cervantes se propone burlarse de las fantasías escuderiles de Sancho de gobierno de una ínsula, remedo burlesco de los libros de caballerías, inducidas por don Quijote y que alimentan su desmedida ambición de poder y que el propio autor, cuando el escudero parte para desempeñar su cargo, nos prepara para la burla con esta petición: «Deja, lector amable, ir en paz y en enhorabuena al buen Sancho, y espera dos fanegas de risa que te ha de causar el saber cómo se portó en su cargo» (II, 44, 879).
Un aspecto importante de la interpretación de Saldías es su tesis de la transformación del perfil moral y sociopolítico de ambos ilustres personajes. Don Quijote, por su lado, evoluciona desde la defensa de una aristocracia celosa del linaje basado en la sangre, autoritaria y exclusivista a ser el representante de una nueva aristocracia cimentada sobre la virtud y el mérito, democrática y dispuesta a compartir con el estado llano el gobierno de la sociedad. En cuanto a esto de un nuevo tipo de nobleza, es algo que el autor argentino cree descubrir en la parte del discurso sobre los linajes en que don Quijote, al describir la primera suerte de ellos, los que, principiando como humildes, alcanzaron la suma grandeza, hace una apología, según Saldías, de la elevación del hombre por su propio mérito y con ello propone un tipo renovado de nobleza, grande e ilustre, lo que ha de mostrarse en la virtud, riqueza y liberalidad de sus miembros y, si uno de éstos es pobre, su nobleza debe residir en llevar una vida virtuosa: «Al caballero pobre no le queda otro camino para mostrar que es caballero sino el de la virtud, siendo afable, bien criado, cortés y comedido y oficioso, no soberbio, no arrogante...y, sobre todo, caritativo» (II, 6, 592). Pero de los tres linajes nobles que distingue no muestra preferencia por uno de ellos y ciertamente propone como ideal un tipo de aristocracia cuyos miembros destaquen por su virtud, riquezas y liberalidad, tesis sin duda compartida por la nobleza española coetánea.
En cuanto a la evolución democrática de don Quijote, Saldías la percibe en el reconocimiento por parte de éste de la idoneidad y competencia de su escudero para gobernar, reconocimiento que alcanza su culmen cuando Cervantes pone en boca del hidalgo los consejos político-morales sobre la manera como Sancho ha de gobernar la ínsula; unos consejos que, según el cervantista argentino, Cervantes reviste de una forma «democrática y humanitaria» (op. cit., pág. 184) y en los que proclama una especie de «síntesis progresista y humanitaria», una síntesis sociopolítica integradora en virtud de la cual se reconcilian los dos principios que pugnaban por predominar en el gobierno de la sociedad y que renuncian ahora a su respectivo exclusivismo social y político: la aristocracia autoritaria y el pueblo llano democrático (op. cit., pág. 186). La sociedad conformada por la pareja inmortal, en que ambos se necesitan y se limitan mutuamente, constituye un símbolo de la síntesis social y política integradora de los dos grandes sectores componentes de la sociedad española cervantina.
Ahora bien, leer las máximas de gobierno de don Quijote a su escudero como si fuesen una especie de declaración solemne de una carta o constitución democrática que despierta la fibra sensible de Saldias hasta casi el éxtasis es un dislate: «Esa página hirió siempre la fibra de mi sentimiento cívico...Y al cerrar el libro mi espíritu se identificó con el espíritu democrático que como savia de libertad de esa página fluía. Franklin, Tocqueville, Spencer y Smiles no han fijado principios más sencillos, ni máximas más sanas» (op. cit., pág. 185).
Varios de los consejos que da el hidalgo son desde luego humanitarios, en la línea del humanismo cristiano, sobre todo los relativos a los que exhortan a los jueces a impartir una justicia en armonía con la misericordia, exhortación que Sancho ejercitará más adelante. Pero los tres principios fundamentales que preceden la lista, el temor de Dios, la práctica del autoexamen y la exaltación de la vida virtuosa, ¿qué tienen que ver con la democracia? ¿Acaso un rey o los miembros de un gobierno aristocrático necesitan menos practicar el autoconocimiento y la virtud que los de un gobierno democrático? De hecho, estos principios y demás máximas de don Quijote en los que Saldías ve fluir el espíritu democrático de Cervantes son los mismos consejos que, como ya dijimos en su momento, los moralistas políticos de la época inculcaban a los príncipes y futuros reyes del Antiguo Régimen.
Sancho, por su lado, también se transforma, pero su transformación es menos drástica que la de su amo, a quien, por cierto, atrae hacia las ideas democráticas. Saldías pone énfasis en el progreso del sentido moral de Sancho, un sentido moral que se va ilustrando desde su comienzo como un tosco labriego hasta su desempeño como gobernador, lo que simboliza el progreso del estado llano desde su servidumbre a la aristocracia hasta el ejercicio del gobierno para compartir con ésta los destinos de la sociedad. La convergencia de ambos en el principio democrático y la defensa de la libertad conducen a una «síntesis social moderadora», en que cada estamento renuncia a dominar sobre el otro y se erige como una muralla defensiva que necesita de todas las fuerzas sociales para sostener la democracia, la libertad y la igualdad.
Pero esta transformación moral y sociopolítica de los dos grandes personajes es una fantasía del cervantista liberal argentino. Sancho ciertamente pule su personalidad, pero ello nada tiene que ver con una evolución social y política en el sentido de la democracia liberal. Y don Quijote se mantiene invariablemente como un hombre del Antiguo Régimen y fiel a los valores e ideales aristocráticos. Es ridículo ver, como pretende Saldías, un pronunciamiento contra la nobleza autoritaria y exclusivista en las palabras con que, una vez recobrado el juicio, en el último capítulo, don Quijote se declara «enemigo de Amadís de Gaula y de toda la caterva de su linaje [cursivas de Saldías]: yo conozco mi necedad». Pues esto es sólo la expresión del aborrecimiento del que ha vuelto a ser Alonso Quijano de los libros de caballerías y de los fantásticos caballeros andantes que los pueblan, nada que ver, pues, con la condena de la nobleza.
Además, don Quijote, después de haber abrazado supuestamente el principio democrático antes de impartir sus consejos políticos a Sancho, sigue manifestando sus querencias nobiliarias. Primeramente, el objetivo invariable del hidalgo en su calidad de caballero andante, nunca abandonado por él hasta que recupera la cordura, es el de llegar a ser rey o emperador. Por otro lado, derrotado y ya de regreso a su aldea, para convencer a Sancho de que se propine los azotes necesarios para desencantar a Dulcinea, no duda en recordarle que él es su señor y el escudero el vasallo, «pues tú eres mío» y por ser don Quijote su señor está obligado a socorrer a Dulcinea, quien, en cuanto dama del caballero, pasa a ser ipso facto señora igualmente del escudero (II, 67, 1060).
Y de todos modos, aunque fuera cierto que don Quijote y Sancho se transforman de la manera en que apunta Saldías, da igual, el simbolismo social y político que ambos presuntamente encarnan carece de apoyo en la realidad social y política de la España cervantina. La transformación democrática de don Quijote no tiene referente simbólico en la aristocracia española que estaba muy lejos, desde luego, de lo que significa la democracia liberal. Y lo mismo le sucede a Sancho, pues al pueblo llano que es su supuesto referente simbólico, bastante conforme con las instituciones del Antiguo Régimen, le faltaban aún siglos para enterarse de lo que es el espíritu democrático.
Claro está que Saldías, heredero de una interpretación de la historia de España que se remonta a los liberales de las Cortes de Cádiz y que también hicieron suya Durán y Benjumea, nos pinta un cuadro histórico en que la Edad Media española es una especie de edad dorada en que debido a los pactos que tanto los reyes de Castilla como de Aragón suscribieron con los nobles y el estado llano, contando con la conformidad de ambos estamentos, florecieron las libertades, pero en el siglo XVI esa edad dorada se habría terminado con el despotismo «deslumbrador» de Carlos V, que pasa a ser «sombrío» con Felipe II, en cuyos reinados hay dos fechas fatídicas para la libertad, la derrota de los comuneros en Villalar (1521) y la de los aragoneses defensores de sus fueros en Épila (1591). Ver en los fueros medievales, igualmente acatados por la nobleza y el pueblo llano, «el símbolo vivo de la libertad» y en los reyes Sancho de Castilla (parece aludir a Sancho IV), Pedro III de Aragón y Fernando el Católico «tronos democráticos» (op. cit., pág. 225), no deja de ser un despropósito. ¿Qué tienen que ver las libertades y fueros medievales, que presuponen un marco social en que se admiten las prerrogativas de todo tipo de la nobleza y el clero, con la libertad moderna, que entraña el rechazo de la constitución misma estamental de la sociedad junto con las prerrogativas asignadas a los estamentos privilegiados? ¿Qué tiene que ver la democracia medieval orgánica o corporativa de las Cortes medievales, que lleva a Saldías a encomiar las Cortes de Castilla y de Aragón, con la moderna democracia liberal?
Pero el jurista argentino no se para en barras. Y nos presenta gratuitamente a Cervantes como heredero del espíritu democrático e impulsor de las libertades supuestamente contenido en la legislación y práctica políticas de los reinos de Castilla y de Aragón, de manera que el Quijote sería la respuesta de su autor al «drama histórico» que supuso para España la ruptura por parte de lo despóticos Carlos V y Felipe II con esa tradición de libertades, siendo la batalla de Villalar y la de Épila las dos cotas de ese drama. El despotismo de ambos reyes, rodeados de una nobleza más celosa de su exclusivismo social y político que nunca, habrían roto con el equilibrio social entre ésta y el pueblo llano que les precedió a favor de la libertad. No obstante, Cervantes, que sentía las palpitaciones de la sociedad y que confiaba en el carácter generoso del pueblo español y en la índole caballeresca de la nobleza española, se propuso restablecer el equilibrio social a favor de la libertad y a esta necesidad de restablecer el equilibrio social responde precisamente el Quijote al recordarnos a través de don Quijote y de Sancho que los dos grandes factores que en el pasado medieval mantuvieron el equilibrio social entre los dos estamentos sociales y la Corona, el principio aristocrático de la nobleza y el principio democrático del estado llano, constituyen la clave de su mantenimiento en el futuro en favor de la libertad. Tal sería el mensaje social y político de la magna novela para la posteridad.
Obsérvese, no obstante, cómo el simbolismo social y político que atribuye a don Quijote y Sancho y al que dota de un contenido histórico, no encaja con el cuadro que el propio Saldías nos ofrece de la evolución sociopolítica de España en el tránsito de la Edad Media al siglo XVI. De acuerdo con su fresco histórico, la sociedad española habría experimentado una involución en que una aristocracia proclive a las libertades, a la igualdad y a la democracia, habría abandonado este espíritu volviéndose más celosa de sus privilegios y defensora del principio autoritario, mientras que en el pueblo llano se habría extinguido su espíritu democrático o, al menos, habría quedado aletargado. Pero justamente la transformación de los dos grandes personajes cervantinos es la inversa de la evolución histórica, según la describe el propio crítico argentino, de los dos estamentos sociales que simbolizan.
Mientras don Quijote empieza guiándose por el principio aristocrático y se nos presenta como adalid del principio democrático cuando da los consejos de gobierno a Sancho, la nobleza española comienza siendo proclive a la libertad y a la democracia y termina, en el siglo XVI, abrazando el principio autoritario y contrario a las libertades, y mientras Sancho es, desde el principio el símbolo de las libertades y de la democracia, el espíritu democrático del pueblo llano en la España cervantina brilla por su ausencia. Bien es cierto que a Saldías le gusta comparar a Sancho con los labriegos aragoneses que respaldaron al Justicia Mayor Juan de Lanuza en la defensa de sus fueros. Pero aparte de que este episodio no se puede presentar como representativo del conjunto del estamento llano de la época, ¿qué tiene que ver la defensa de los fueros aragoneses con la defensa de la idea moderna de libertad política, de igualdad ante la ley y de democracia? Lo aragoneses que se rebelaron contra Felipe II en apoyo de sus fueros no lo hacían por estas ideas, sino por unos fueros que formaban parte de las instituciones del Antiguo Régimen.
No es ésta la única debilidad de la argumentación del cervantista argentino. Además toda ella se funda en la interpretación de los personajes según algunos de sus dichos. Pero no pone a prueba su concepción social de la novela analizando las aventuras de don Quijote. No nos dice cómo entenderlas desde su enfoque social. ¿Habría que entender que el héroe manchego emprende sus hazañas para defender el principio aristocrático y autoritario? ¿Y que Sancho, símbolo del espíritu democrático del estado llano, acompaña absurdamente a don Quijote contra sus propios intereses y aspiraciones? ¿O es que le acompaña para traerlo al redil de la democracia? ¿Y qué aventuras se podrían entender de esta manera? Por otro lado, después de su conversión democrática, no se sabe cómo, ¿sus aventuras deberían entenderse como realizadas por causa del principio democrático? Y si es así, ¿su derrota final ante Sansón Carrasco habría que interpretarla como una derrota del principio democrático, que ni don Quijote ni su aliado el pueblo llano simbolizado por su escudero Sancho, consiguen hacer triunfar, contradiciendo así el mensaje final que Saldías extrae de la obra, como hemos visto más arriba? Y finalmente, ¿tiene algún sentido interpretar de este modo un duelo que en realidad es una burla en que supuestamente el móvil del mismo es cuál de las damas inexistentes de ambos ficticios caballeros es más bella?
Naturalmente, Saldías no responde a ninguna de estas preguntas, que ni siquiera se plantea, pero a las que desde su interpretación del Quijote en clave de alegoría social está obligado a responder. Sin embargo, como vamos a ver, éste es un problema que afecta no sólo al crítico argentino, sino a casi todos los comentadores de la gran obra en la línea de la hermenéutica social. El cervantista argentino tuvo su influencia en su patria. Así, por ejemplo, el historiador Ricardo Levene en el capítulo X de su interesante libro Las Indias no eran colonias, dedicado a comentar las ideas sociales y políticas del Quijote, se muestra deudor de las tesis fundamentales de Saldías al respecto.
Tubino
Las interpretaciones sociales del Quijote no fueron sólo cosa de los seguidores del método esotérico de Benjumea en la segunda mitad del siglo XIX. Un cervantista destacado, como Francisco María Tubino, aunque firme opositor a la hermenéutica esotérica y sus resultados, que impugna en su obra El «Quijote» y la estafeta de Urganda (1862), esboza, por su lado, en su Cervantes y el Quijote (1872), si bien de forma meramente programática, después de arremeter de nuevo contra Benjumea y sus seguidores, cuya doctrina esotérica moteja de nonada, una visión de la magna novela como una alegoría social de la España cervantina, muy similar a la de Durán. Don Quijote se nos presenta como símbolo de la aristocracia y Sancho, de la clase media burguesa y no de las clases bajas, como en Durán, o del estado llano, como en Saldías, pero, como en éstos representa los valores ilustrados y liberales - sin llegar a incluir, no obstante, la democracia- ,en conflicto con el feudalismo que simboliza don Quijote. Así resume Tubino su concepción:
«Alzábase tras la triste figura del caballero la total organización del feudalismo, con sus glorias y sus vergüenzas, con sus excesos y sus generosos desbarros, con todas las consecuencias posibles en las varias esferas sociales. Recordaba don Quijote la realeza de derecho divino; el castillo roquero con su adusto habitante; el señor de horca y cuchillo; el linajudo prócer que tomaba por propio derecho cruel venganza del menor agravio...; el noble que no reconocía límites a su albedrío, freno a sus caprichos, contraste a sus excesos...; la sociedad dispuesta en beneficio exclusivo de unos pocos...
Frente a frente de don Quijote, como su correctivo y a la vez su complemento, había puesto el vate una segunda figura de tosco modelado, aunque de... elocuente expresión. Bajo el mugriento coleto de Sancho alentaba un corazón lleno de esperanzas grandiosas y de sentimientos sublimes; el corazón de la burguesía. Ni era Sancho el proletario que gemía adherido al terruño, ni siquiera la democracia, mas la clase media, el burgués, que aherrojado y escarnecido por la gente autocrática, aprestábase a disputarle el imperio social, antes que con las antiguas armas de la fuerza, con las modernas de la ciencia y del libre examen». Cervantes y el Quijote, Librería de A. Durán, págs. 200-201.
El Quijote se nos muestra así como una crítica de los vicios y defectos de la aristocracia, que representa el pasado y el presente de la España contemporánea de Cervantes y un elogio de la clase media burguesa, que contiene los gérmenes de un porvenir en que, con las armas de la ciencia y de la investigación libre frente a las armas de la fuerza de la nobleza, ocupará su puesto en el gobierno de la sociedad.
Pero Tubino parece estar más interesado en el análisis de las costumbres viciosas, de orden caballeresco, de la aristocracia contemporánea de Cervantes, que supuestamente don Quijote encarna, que en escrutar la relación de éste con las lacras del feudalismo enumeradas, que supuestamente nos evoca también el hidalgo manchego. Pues luego de limitarse a enumerarlas, se detiene sobre todo en estudiar el gran libro como un retrato satírico de las viciosas prácticas caballerescas de los nobles de aquel entonces.
El supuesto de partida de Tubino es que el Quijote no es sólo una invectiva contra los libros de caballerías, sino además una censura de las huellas aún vivas de las costumbres andantescas en la aristocracia coetánea. Dedica todo un capítulo («La caballería andante y don Quijote») a rastrear la vigencia de tan viciosas costumbres en la España cervantina, de la que la novela, no se cansa de repetir Tubino, es una viva imagen. El resultado es el retrato de unos nobles propensos a las aventuras temerarias, a vengar los agravios movidos por un sentido del honor puntilloso; de una nobleza adicta a los carteles de desafíos, justas y torneos, justas y torneos que todavía formaban parte de muchas fiestas habidas en muchas poblaciones y ciudades españolas. Sin ir más lejos, en el propio Quijote se mencionan las justas de Zaragoza, celebradas como parte de las fiestas de san Jorge, y las de Barcelona, durante los festejos de san Juan, en las que el caballero manchego pensaba participar. Pues bien, la tesis de Tubino es que Cervantes compuso su novela teniendo presentes estos sucesos reales de su época y que su sátira de las aventuras quijotescas es una sátira de las costumbres andantescas o caballerescas aún vigentes entre los nobles españoles, aficionados a unos usos caballerescos cortados por el patrón quijotesco.
Más difícil lo tiene Tubino con Sancho. Pues, ¿qué relación guarda Sancho con la burguesía y con sus valores ilustrados, con su apoyo de la ciencia y cultivo del libre examen? En cuestiones como ésta, se ve cómo Tubino, al igual que su predecesor Durán, su coetáneo Benjumea o su sucesor Saldías (que escribió sin saber nada de Tubino, sólo influido por Benjumea) ofrece una interpretación del Quijote pasada igualmente por el filtro de su ideología liberal, que les conduce a una lectura de la novela acomodada a su ideario de este signo. En cualquier caso, relacionar a Sancho con las aspiraciones de la burguesía liberal no deja de ser un despropósito, carente de cualquier punto de apoyo en los textos.
En cuanto a ver en don Quijote el referente simbólico de una nobleza asimismo quijotesca, aficionada a las prácticas caballerescas, aunque más razonable a primera vista, carece asimismo de respaldo en la obra. Cervantes satiriza las aventuras relatadas en los libros de caballerías, no las prácticas de la caballería histórica -como ya establecimos en El Catoblepas del mes de Noviembre de 2008 al abordar las concepciones de la novela como sátira de la caballería- tal como las prácticas caballerescas de los duelos, justas y torneos, sin perjuicio de que no contasen con su aprobación. Pero contasen o no con su aprobación, ello no desempeña papel alguno en la obra como crítica del supuesto quijotismo de la aristocracia. La costumbre todavía vigente de las justas, a la que se alude en el libro inmortal, sólo aparece como ocasión para ridiculizar las fantasías caballerescas del noble manchego, pero en ningún momento el autor reprende el hecho en sí de que en Zaragoza o Barcelona o en cualquier otro lugar de España se practiquen los duelos para amenizar unos festejos, ni cabe inferirlo de la ridiculización de los duelos de don Quijote, pues éstos son sólo un remedo burlesco de los duelos de los libros andantescos, no de los duelos del mundo real.
Por lo demás, la aproximación de Tubino en clave de simbolismo social al Quijote queda en un mero esbozo o proyecto, como en Durán o Benjumea. Pues no emprende un estudio sistemático y completo de todos los episodios del libro para poner a prueba la fertilidad de su método simbólico, que le conduce a leer el libro como si la historia del caballero manchego no fuese otra cosa que una alegoría social.
Américo Castro y Sánchez Albornoz
En un estudio de las interpretaciones del Quijote como alegoría social no puede faltar la referencia a Sánchez Albornoz y Américo Castro, quienes, bien entrado ya el siglo XX, nos han ofrecido muy elaboradas visiones de esta laya. Como ya los hemos abordado ampliamente en El Catoblepas del mes de Octubre de 2008, nos limitaremos a mencionar las principales líneas de sus aproximaciones sociales a la novela, sin entrar en detalles. Ambos coinciden en percibir en los personajes principales un simbolismo social y en buscar el referente simbólico de los mismos en la composición y estructura de la sociedad española, aunque difieran en la manera de entender su contenido concreto. En Américo Castro, supuesto que la sociedad española cervantina se halla organizada en tres castas en conflicto, el Quijote se nos presentará como la expresión alegórica y dramática de los conflictos entre castas, en que don Quijote se nos pintará como símbolo de la casta judeoconversa enfrentada social e ideológicamente a la casta mayoritaria cristiano-vieja. Pero ni la clave de los tiempos de Cervantes reside en la articulación de la sociedad española en tres castas homogéneas y disyuntas, ni don Quijote es un judeoconverso en rebeldía contra la casta cristiano-vieja, tesis de Castro que ya refutamos en El Catoblepas del mes de Julio de 2008, ni, por tanto, la gran novela es una alegoría social en que se dramatizan los conflictos intercastizos.
En cambio, en Sánchez Albornoz, para quien la tesis de Castro sobre el papel preponderante de las castas en la conformación social de España y sobre el carácter de éstas de haber sido el factor determinante de su historia no sólo social, sino también política y cultural, es una fantasía, nos propone una visión también sociohistórica, en que el Quijote pasa a ser la representación alegórica de una sociedad en que, como consecuencia de la Reconquista, desempeñan una función hegemónica los hidalgos y caballeros villanos, de una lado, y los campesinos libres, dueños de una heredad, en la configuración social de Castilla, primero, y a través de ella de España, así como de su destino histórico. Don Quijote viene a ser ahora un símbolo de los dinámicos hidalgos o caballeros villanos y de su mentalidad, aspiraciones e ideales, esto es, de un sector sólo de la nobleza, la nobleza inferior, y no de toda la aristocracia, como hemos visto que sucedía en Durán, Tubino o Saldías; Sancho, por su lado, tiene como referente simbólico a los campesinos libres de Castilla, cuya mentalidad, valores y aspiraciones también se forjaron durante la Reconquista. Don Quijote y Sancho son, pues respectivamente el hidalgo rural y el labriego medieval, castellanos redivivos.
Un breve apunte crítico sobre la exégesis en clave social del Quijote por parte de Sánchez Albornoz. Su interpretación es sin duda muy brillante, pero carece de respaldo en la novela, salvo de forma superficial, en tanto don Quijote es un hidalgo y Sancho es un campesino. Pero la forma de pensar de ambos, sus valores y metas nada tienen que ver con las de los hidalgos y caballeros castellanos, de una lado, y los labradores, de otro. El error de Sánchez Albornoz, como de tantos otros, reside en menospreciar la naturaleza de la gran novela de ser una sátira de los libros de caballerías, en la cual se nos presenta a ambos no como herederos o sucesores simbólicos de sus ancestros medievales, sino como émulos de personajes de los libros de caballerías.
El modelo de don Quijote no son los hidalgos villanos o rurales castellanos forjados en el espíritu de la Reconquista, sino Amadís de Gaula. Su forma de pensar, sus metas y aspiraciones son las de éste y demás héroes andantescos y no las de aquéllos. Su locura no le arrastra a resucitar el espíritu batallador de sus ancestros castellanos, héroes reales, sino las fantásticas aventuras caballerescas de los héroes fabulosos de las novelas caballerescas que nada tienen que ver con las proezas de aquéllos. Y aunque unos y otros buscan aumentar su honra y su gloria, la recompensa de los hidalgos o caballeros castellanos medievales se cifraba en el botín y riqueza que traía consigo la incorporación de nuevos territorios a Castilla, mientras que la recompensa que espera don Quijote es la de casarse con una princesa y heredar un reino o imperio que regir como soberano, que es lo que esperaban recibir los ficticios héroes caballerescos y no los históricos hidalgos castellanos.
Otro tanto cabe decir de Sancho, cuyas esperanzas nada tienen que ver con las de sus antepasados de los tiempos de la Reconquista. Mientras éstos, según Sánchez Albornoz, confiaban en recibir un lote de tierras para el cultivo, ateniéndose a su condición de labriegos, Sancho, a semejanza de los escuderos andantescos, aspira a ser recompensado en virtud de su nueva condición de escudero con la dignidad de gobernador de una ínsula o de conde, lo que nada tiene que ver con su extracción social campesina.