Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 85 • marzo 2009 • página 21
Sería raro que muchos lectores comprasen este libro como lectura de entretenimiento; el mercado editorial tiene muchas secciones, por así decir, y son de esperar pocos despistes entre los consumidores habituales de libros. Sin embargo, uno de los propósitos de esta reseña, es dar a entender que el libro de José Manuel Rodríguez Pardo, sin perjuicio de su densidad y erudición, puede ser adquirido, pero sobre todo leído, por un público mucho más amplio que el constituido por profesores de filosofía o interesados específicos por alguno de los términos del título; no hay que olvidar que no es estrictamente imprescindible un seguimiento estrecho de la bibliografía o de las notas para un satisfactorio aprovechamiento de cualquier «obra literaria». Sin embargo, no se trata de un libro dado a lectura rápida, debido a la sutileza de la forma argumental que mantiene hasta el final; sutileza que, más que un recurso retórico, incide en mostrar de modo claro y meridiano las tesis que mantiene.
La explicación de este interés público de la obra es que, sencillamente, está de plena actualidad, llamémosle, «el fenómeno de los animales»: derechos de los animales, Proyecto Gran Simio, establecimiento de horarios de trabajo y descanso para ellos, penas jurídicas de relevante dureza al maltrato, &c. El contenido de este libro va directamente a un momento histórico, que se puede considerar con la expresión de «punto de inflexión» sobre todas estas consideraciones actuales sobre los animales –además de muchas otras, como por ejemplo el hecho, empírico, de atribuirles capacidades extraordinarias, sextos sentidos, &c.
Como no es posible hablar desde o hacia ningún sitio, no vamos a obviar que, en El alma de los brutos en el entorno del Padre Feijoo, se habla de animales no humanos. Hay que decir también, y puede sonar gracioso, que una gran parte de la población de habla española –por no decir la mayor parte– al leer el título, va a creer que trata de personas rudas y toscas de una época pretérita, obsoleta, superada, y de la mayor ignorancia, en lugar de animales. También es ahora el momento de decir que quisiéramos para esa población –además de para nosotros mismos– el juicio y la sabiduría de Fray Benito Jerónimo Feijoo. Por otra parte, vamos a decir que, las «lógicas relaciones» de la Iglesia coetánea con este sabio no son buenas, no sólo porque no fue un «creyente mojigato», sino porque pensaba; pero pensaba él mismo, y no «a través de Dios»; pensamiento este último que consideramos falso pensamiento verdadero.
Uno de los «vicios» con los que debate José Manuel Rodríguez, es la fácil tendencia, metafísica, de pretender agotar un todo en una de sus partes; para lo que recurre eficazmente a la Teoría de los Todos y las Partes, la Teoría Holótica Materialista; vicio en el que creemos incurren los dos grandes sistemas aristotélicos –averroísmo musulmán y tomismo católico– que han de fenecer más tarde o más temprano, bajo el empuje del materialismo filosófico.
Por otra parte, todo lector de esta reseña ha de saber que José Manuel Rodríguez Pardo elabora en El alma de los brutos en el entorno del Padre Feijoo una Teoría sobre el Alma –sobra decir «filosófica»– puesto que no es posible una Teoría del Alma de otra índole; y esto, aunque estén en el mercado cientos y cientos –algunas de ellas avaladas con el mayor prestigio de las más prestigiosas Universidades del globo.
Es además una teoría verdadera, pues sigue los procedimientos que ha de seguir toda Teoría filosófica que se precie: la tradición platónica y la aristotélico-escolástica.
Una de las afirmaciones esenciales de El alma de los brutos en el entorno del Padre Feijoo es que los animales están dotados de voluntad y entendimiento, afirmación y –según creemos nosotros también– hecho que choca frontalmente con todas las tesis, teorías o afirmaciones barruntadas de términos científicos que pretenden otorgar al hombre, concretamente a su cerebro, capacidades que no tiene; a saber, cualquier tipo de continuidad de cada cerebro humano en otros formatos o contextos aún desconocidos, pero que se creen o se presumen existentes. Ha de remarcarse esto, ya que las teorías de la inmortalidad del Alma, entendida como ente propio de los cerebros humanos, que no perece al cesar la actividad electroquímica vital de la masa encefálica –el cerebro de un fallecido presentará el registro electroquímico propio de su composición orgánica a medida que se va ‘descomponiendo’, pudriendo–, recaen en un formalismo corporeísta. Pero el Alma, invisible, intangible, ¿podría pulular por algún lugar del universo engastada en algún ‘sistema’ o ente razonador, o quizás entendedor; o incluso ‘ejecutor’ de ciertas cosas en la vida de los que aún conservamos nuestro cerebro?
La «cuestión del Alma» está hoy de tan plena actualidad como en los años de Feijoo. No se puede dar por supuesto que la idea que está funcionando en el globo sea que los hombres tienen alma y los animales no, puesto que alguna religión considera que nos habremos de reencarnar en animales o, incluso, que somos reencarnaciones de animales. Porque, ¿quién sabe?, entre tanta onda electromagnética de teléfonos móviles, satélites, ¿no podría haber algún tipo de actividad físico-química que aún se nos escapa y en la que, como ya dijimos, se incorpora parte de nuestra conciencia, la que no perece, la del alma? Uno de los argumentos a favor de esto, son las llamadas experiencias postmortem, que coinciden en ser como túneles con fondo luminoso blanco, tras los que a veces se ven personas ya fallecidas que nos dicen que vayamos o que vengamos, y, cuando se vuelve, cuando no se traspasa el túnel, vamos volviendo a la vida; resultando casi obvio que cuando se traspasa el túnel y se queda, o, sencillamente se entra y no se sale, uno ya no vuelve a la vida. La capacidad de visión estetoscópica del cerebro no se tiene en cuenta a la hora de procesar estas cosas, y, tampoco, si se registra actividad eléctrica alguna en esos cerebros; puesto que, de registrarse, aún tendrían algo de vida.
Con respecto a las teorías no filosóficas sobre el alma, cabría decir muchas cosas. Acudo ahora a un término lingüístico, cuyo calado no está, en absoluto, «consensuado» en las distintas Filosofías: el humanismo –aunque, de modo práctico y cotidiano, y, mal que bien, se entiende–. Vinculamos el humanismo, de un modo identitario, a «población global». En esta «población global», total, numéricamente tratable, de modo ordinal, con un margen de error pequeño, distintos grupos humanos pugnan en la actualidad –como vino siendo siempre– por hacerse con la «propiedad» del Globo. Esta pugna, al día en que escribimos estas palabras, está protagonizada por dos grandes lecturas de Aristóteles: el averroísmo y el tomismo. Consideramos al materialismo filosófico una tercera lectura que habrá de ir tomando cuerpo y volumen en los próximos siglos. No tenemos duda de la mayor verdad de la lectura tomista, como explica José Manuel; mayor verdad que presenta sobre la averroísta.
Por otra parte, la velocidad y capacidad de manipulación de la realidad que aportan las ciencias a las tecnologías hace que se presenten los próximos siglos como realmente complejos; siglos en los que este Sistema filosófico podrá ejercer todo su potencial; de aquí a poco, con o contra los sistemas del viejo «Imperio del Sol Naciente».
Volviendo a la «mayor verdad» de la Suma Teológica, es imprescindible decir que, parte de ella, consiste en que «incorpora» a los sujetos afectos de averroísmo: los incorpora al calor de Jesucristo, a la imagen de su rostro, y a los filosofemas a él atribuidos. Aunque algún musulmán podría matarnos por decir esto... Pero, volviendo al Imperio del sol naciente, están tan desarrolladas las «ceremonias de cruce» (de cruce topográfico entre dos personas –dos o más, naturalmente–) que se podría evitar esa muerte y derivar en una amable conversación socrática, o, tal vez, en una sobre el libro III del Alma (aún más amable, en este caso), como leemos en el libro de José Manuel, si las cosas se empezasen a poner mal.
En vista de los resultados obtenidos con el estudio de José Manuel, consideramos muy verosímil, que el sistema con el que está elaborado, pueda ejercer las funciones que estos siglos atrás vinieron desempeñando tanto el averroísmo como el tomismo. De todos modos, el tomismo, cuenta con las «calendas 'jesuíticas'» –de Jesús, no de los Jesuitas– que pesan como una losa; no sabemos cómo ni cuándo habrá un acontecimiento de la índole suficiente para acabar con esta «circunstancia» (decimos «circunstancia» evitando términos más apropiados, para no herir la sensibilidad de ningún lector).
Una de las particularidades y cambios drásticos con los dos predecesores nombrados, es que el materialismo filosófico no admite el «culto a la personalidad» (creyentes en la personalidad de Jesucristo, en el caso de los creyentes, tanto en Jesucristo como en Dios). No cabe pedirle a José Manuel algo así como una nueva «traducción crítica» de Aristóteles, –pues está hecha; hecha y haciéndose, en el materialismo filosófico. Pero lo que sí cabe pedirle es que no sea este su último trabajo, para estímulo e ilusión de sus lectores.