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El Catoblepas, número 86, abril 2009
  El Catoblepasnúmero 86 • abril 2009 • página 20
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El hombre-máquina
en el espacio gnoseológico

Pedro Insua Rodríguez

Crítica de la crítica al enfoque gnoseológico de la TCC como deudora de una concepción «mecánica» del sujeto operatorio; respuesta a un artículo de Juan Bautista Fuentes y Natalia S. García Pérez

En la revista Logos. Anales del Seminario de Metafísica, ligada al Departamento de Metafísica de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense, aparece publicado un artículo (vol. 40, 2007, págs. 119-139), firmado por Juan Bautista Fuentes y Natalia S. García, en el que se presenta una objeción hacia la Teoría del Cierre Categorial (TCC) por la que esta adolecería de un error de raíz, pero también de bulto, en su enfoque sobre las ciencias.

En el artículo, titulado «La raíz común de los enfoques 'epistemológico' y 'gnoseológico' de la pregunta por la ciencia del materialismo gnoseológico: el dualismo cartesiano», la TCC aparece deudora de una concepción sustancialista (cartesiana) del sujeto operatorio que la hace mostrarse especialmente errática en referencia a los sujetos responsables de la constitución de las ciencias, y es que en la TCC, dicen los autores, los sujetos se incorporan convertidos, a fuerza de tomar distancia frente al mentalismo idealista, en puros autómatas cuya funcionalidad operatoria se reduce a un «juntar y separar mecánico». Digamos que los sujetos operatorios conceptuados desde la TCC, según la crítica desarrollada en el artículo, tienen más que ver con la robótica o con la cibernética que con la psicología, la antropología o la etología, desvirtuando así la verdadera naturaleza del sujeto operatorio. Todo ello, además, a pesar de querer mantenerse desde la TCC, de ahí el error –un error que resulta especialmente grave para la teoría–, en una perspectiva constructivo-operatoria sobre las ciencias; una perspectiva que, a la postre, la TCC no representaría por fallida en tal sentido.

Y es que, entienden los autores, es precisamente en la crítica que desde la TCC se realiza al enfoque epistemológico de las ciencias, en contraste con el enfoque gnoseológico que la teoría del cierre reclama para sí, en donde esta pone de manifiesto sus carencias como doctrina; es por razón de su concepción mecánica del sujeto por lo que la TCC se mantiene ciega a una necesaria consideración epistemológica sobre las ciencias. La idea de «conocimiento científico», postulan los autores del artículo, no puede quedar en modo alguno marginada, y menos negada, en una adecuada teoría de la ciencia.

Dicho de otro modo, la TCC rechaza el enfoque epistemológico de las ciencias en virtud de su concepción mecánica del sujeto, siendo este considerado en ella más como un simple autómata que como lo que realmente es: un sujeto que opera inteligentemente. Digamos, reformulando de una vez la objeción presentada en el artículo, que en el «espacio gnoseológico» en el que según la TCC se realizan las ciencias, se produce un vaciado mecanicista del sujeto operatorio por el que este pierde, justamente, su condición operatoria.

En este sentido, ante este error de bulto presente en la TCC (un error hasta pueril, nos atreveríamos a calificar nosotros, de ser cierta la objeción), sería necesario a juicio de los autores, y siempre tratando de situarse en una perspectiva constructivo-operatoria adecuada, restaurar el enfoque epistemológico (y con ello termina el artículo), recuperando el carácter cognoscitivo de los demiurgos responsables de la constitución de las ciencias, y que se supone la TCC les niega. Una restauración que solo podría proceder a partir de una noción de sujeto (operatorio) que se mantuviera distante del cartesianismo en el que todavía se mueve al parecer la TCC. Así pues, frente a esta concepción «desalmada» del sujeto propia del materialismo gnoseológico (dicen los autores parafraseando a Ortega, aunque sin citarlo, cuando este habla del espíritu hegeliano), se reclama desde su crítica un «nuevo» enfoque que recupere la noción de «conocimiento científico», pero a partir de una concepción aristotélica del sujeto operatorio por la que este se concebirá como una «unidad funcional orgánica de cuerpo y alma» y que vendría, por fin, a superar ese dualismo cartesiano que aún arrastra el enfoque de la gnoseología materialista.

En definitiva, concluiríamos, según el diagnóstico ofrecido en el artículo de la revista Logos. Anales del Seminario de Metafísica, lo que desde la TCC se considera como una «virtud» en ella, su enfoque gnoseológico, es lo que precisamente los autores consideran como una «necesidad» para la doctrina, una necesidad derivada de una conceptuación mecanicista del sujeto operatorio por la que se pierde de vista la ineludible perspectiva epistemológica acerca de las ciencias. La TCC, haciendo pues «de la necesidad virtud», reclama un enfoque gnoseológico precisamente por su opacidad (mecanicista) ante el enfoque epistemológico (que los autores reivindicarían).

Varias observaciones quisiéramos realizar al respecto de esta crítica, a modo, sí, de objeciones a la misma, a modo pues de «crítica de la crítica». Unas observaciones que irán dirigidas como contra-objeción, por un lado, al planteamiento metodológico desarrollado por los autores en su crítica y, por otro, al planteamiento temático (doctrinal) relativo a su interpretación y diagnóstico acerca de la TCC que allí se ofrece.

Contra-objeciones de método

1. En primer lugar, parece seguirse aquí con esta objeción (objeción que, en todo caso, remueve los cimientos de la TCC, o eso pretende), la misma estrategia que siguió, en su día, Juan Bautista Fuentes, uno de los autores del artículo, en la elaboración de su crítica a la filosofía materialista de la historia (de España) vertida por Gustavo Bueno en España frente a Europa.{1} Una estrategia que llevaba al autor, en efecto, y como observó el propio Bueno en su respuesta, a decir lo mismo, pero para afirmar lo contrario{2}. Así, en este caso, en el artículo de Logos. Anales del Seminario de Metafísica, se asume como evidente, sin mostrar las razones que conducen a ello, la necesidad de restablecer un enfoque epistemológico acerca de las ciencias tal como este es dibujado heurísticamente por la propia TCC, siendo así que la razón de su adopción, la razón de la adopción del enfoque epistemológico por parte de los autores es, sin más, su oposición en espejo a la perspectiva gnoseológica. Se aparenta así guardar distancia sobre el materialismo gnoseológico, pero para terminar por responderle «con su propia medicina», por así decir, porque, en efecto, las razones esgrimidas para el mantenimiento del enfoque epistemológico se alimentan de las mismas razones que mueven al materialismo a distanciarse de él. Desde tal posición, a hombros del propio materialismo gnoseológico, aunque con la pretensión de mantenerse a distancia suya, se subrayan sus carencias (previamente proyectadas ad hoc sobre el mismo) para terminar por caricaturizar a la TCC desdibujando algunas líneas suyas características.

Y es que solo pidiendo el principio de la consideración de las ciencias como «conocimientos científicos», por parte de los autores de la crítica, que es justamente lo que se discute, se busca a continuación por su parte una razón ad hoc por la cual la TCC no se ajusta a tal consideración epistemológica. La razón es esa concepción mecánica (¿mecanicista?) –no manifiesta pero sí implícita– del sujeto operatorio que los autores atribuyen a la TCC. De este modo, lo que representa seguramente el principal hallazgo de la TCC y del materialismo gnoseológico en general, la idea de sujeto operatorio (opuesta a todo género de mentalismo), termina por serle arrebatada, negada, para, recogido el hallazgo por sus críticos, proyectar sobre la TCC carencias en este sentido.

2. Además, y con todo, existe en la crítica una indefinición importante (que deviene en ambigüedad) en cuanto a la posición (filosófica) que la propia crítica quiere representar. En los términos en los que está expresada, no se sabe si la crítica busca una precisión o rectificación sobre la TCC, pero situándose en ella, o si, más bien, se trata de una crítica que conlleva una confrontación in toto hacia la propia Teoría del Cierre Categorial. En cualquier caso, ni siquiera se determina con claridad, habiendo también incertidumbre en esto, si la crítica se hace desde el materialismo, apareciendo este como mejor representado en la crítica que en la teoría criticada, o, más bien, la crítica busca distanciarse también del materialismo que se supone representa la TCC. A lo más que se llega es a reclamar una perspectiva «constructivo-operatoria» acerca de las ciencias que, parece ser, la TCC no acierta a representar por su mecanicismo.

Por nuestra parte diremos que la posición desde la que se habla en la crítica, aunque tampoco ello se patentiza en el artículo de modo nítido, se mantendría muy cercana a la Epistemología Genética. Así, si bien la posición se equilibra por momentos entre ambas doctrinas, en una suerte de eclecticismo ambiguo, acaba por resolverse decantándose en favor de la Epistemología Genética con la que coincide hasta en las fórmulas{3}. Lo que no parecen tener en cuenta los autores, ahí situados, es que desde esa posición epistemológica en espejo se desdibuja, hasta el abandono, la distinción entre ambos enfoques, el epistemológico y el gnoseológico, tal como es presentada en la TCC –y a pesar de que en principio parecía ser asumida por los autores–, quedando reducida finalmente la teoría de la ciencia a teoría del conocimiento de un modo muy afín al piagetiano, pero, de nuevo, sin mostrar las razones que conducen a este abandono.

3. Por último, creemos que el artículo de la revista Logos. Anales del Seminario de Metafísica adolece en su análisis, al ceñirse a un solo escrito de Gustavo Bueno, de cierta confusión entre la trama expositiva del mismo, característica de esta obra, el opúsculo ¿Qué es la ciencia?, y la trama doctrinal de la TCC, cuya exposición no se agota ni en esa obra y ni siquiera en las obras del autor del opúsculo.

Para evitar esta confusión creemos sería necesario, así lo haremos nosotros en esta «crítica de la crítica», recurrir a otras referencias en las que se desarrolla el cuerpo de doctrina de la Teoría del Cierre Categorial evitando así alimentarse, como hacen los críticos al reexponer la doctrina, de esa única obra.

No decimos con esto, desde luego, que esa obra no sea representativa, o siquiera, que se desvíe de las líneas fundamentales características de la TCC; tampoco sugerimos, o no lo queremos hacer, que los autores de la crítica ignoren esas otras referencias de las que hablamos (y es que sabemos que no es así). Lo que decimos es que, ya que las referencias a las que podemos remitirnos son amplísimas en este sentido (para empezar los cinco tomos publicados de momento al respecto en Pentalfa), vemos necesario acudir a las mismas, ante la gravedad que para la doctrina representaría una concepción del sujeto operatorio semejante (de ser cierta la proyección que los críticos realizan sobre ella), para comprobar si, en efecto, la crítica está justificada y prospera o no en dicho cuerpo doctrinal. Digamos que hay cierta desproporción entre las pretensiones de la crítica, por su magnitud y alcance para la TCC, y su recorrido por el corpus de la misma, además de que la alternativa que se propone, más bien disyuntiva, se queda en el mero anuncio, pero sin desarrollar. Tampoco insinuamos con esto que el poco recorrido de la crítica por el cuerpo doctrinal sea razón suficiente para la falta de fundamentación de la misma. Si la crítica nos parece gratuita, como en efecto nos parecerá, lo será también por razones doctrinales y no por su cortedad en las referencias.

Pues bien, por nuestra parte, y ya lo adelantamos, creemos que las críticas de los autores del artículo, ciertamente, y así lo trataremos de mostrar, van a terminar por diluirse en ese cuerpo doctrinal (como un azucarillo en el café). Veamos.

Contra-objeciones de doctrina

El artículo, según figura en el resumen inicial, se divide en tres partes sobre las que, nosotros, ateniéndonos a ese orden, procederemos a comentar una a una:

«El presente trabajo trata de demostrar, en primer lugar, [1] que el enfoque «gnoseológico» de la pregunta por la ciencia defendido por Gustavo Bueno corresponde en rigor únicamente al materialismo gnoseológico, la teoría propuesta por Bueno, mientras que el adecuacionismo, el teoreticismo y el descripcionismo serían teorías de la ciencia que genuinamente adoptarían el enfoque «epistemológico». [2] En segundo lugar, se sostiene que los enfoques epistemológico y gnoseológico se generan en la alternativa planteada por el dualismo cartesiano alma/cuerpo, pues mientras el primero concibe al sujeto que hace las ciencias como una mera mente que opera con proposiciones o conceptos «sobre las cosas», el segundo lo entiende como un cuerpo mecánico (desalmado) que construye las ciencias operando «con las cosas mismas». Puesto que en Descartes es el alma la instancia que conoce, la opción por el cuerpo del materialismo gnoseológico explica su (auto)posición al margen de la cuestión del conocimiento. [3] Por último, se examinan algunos problemas que esta noción cartesiana del sujeto conlleva para la concepción de las «ciencias humanas y etológicas» del materialismo gnoseológico.»

1. Enfoque gnoseológico y enfoque epistemológico

Lo primero que quisiéramos subrayar es que, desde la TCC, esta distinción (gnoseológico/ epistemológico) no es contemplada como una dicotomía, como sin embargo así es recogida por sus críticos en el artículo proyectándola inmediatamente bajo este modo sobre la TCC:

«En la elaboración de su teoría filosófica de las ciencias –el 'materialismo gnoseológico'– Gustavo Bueno ha defendido la necesidad de adoptar un enfoque 'gnoseológico' de la idea de ciencia frente al 'epistemológico'»,

dicen los autores, obviando que además de estos, la TCC contempla otros enfoques (el psicológico, el sociológico, el informático, el lógico, &c.), y que a los autores, buscando la dicotomía, no les interesa mencionar{4}. Enfoques a los que se refiere la teoría del Cierre, incluyendo el epistemológico, no para integrarlos a todos ellos, dice explícitamente Gustavo Bueno, pero tampoco para rechazarlos de plano, por más que la TCC defienda un enfoque de cuño gnoseológico como más adecuado frente a los demás. De hecho el enfoque gnoseológico sostenido desde la TCC mantiene, dice Bueno,

«una afinidad originaria con el enfoque lógico-material y con el enfoque histórico-cultural; pero al componerse con ciertas Ideas ontológicas (materia, mundo, realidad, causa, &c.), desborda estos enfoques, incorporando además muchos componentes sociológicos, psicológicos, &c. (no todos de modo integrador), instaurando una situación polémica con otras filosofías de la ciencia alternativas.»{5}

La Teoría del Cierre se sitúa pues, por aproximación, más cerca de unos enfoques sobre las ciencias que de otros, pero no existen relaciones dicotómicas entre los mismos de tal modo que por asumir un enfoque por parte de la filosofía de la ciencia ello suponga, eo ipso, negar en bloque alguno en particular y, menos aún, negar, por erróneos, todos los demás.

Sin embargo, reformulando dicotómicamente la distinción, ambos enfoques, el gnoseológico y el epistemológico, se convierten, en la reexposición que realizan los autores del artículo y que proyectan sobre la TCC, en enfoques dioscúricos, de tal manera que ante el mantenimiento de uno, el otro desaparece absolutamente siendo necesario elegir, por la vía de la disyunción fuerte, entre uno u otro (obviando, insistimos, todos los demás) representando cada uno la negación absoluta del otro. Así, se dice en el artículo,

«según esto, sólo el materialismo adoptará un enfoque genuina o propiamente gnoseológico, siendo el resto de teorías incorrectas desde su punto de vista precisamente por no respetar el enfoque gnoseológico de partida (definido y propuesto por quien va a defender la única teoría que lo adopta)» (pág. 123.)

Desde este planteamiento dicotómico (epistemológico/gnoseológico), Fuentes y García Pérez reorganizan a continuación la clasificación que ofrece la TCC acerca del sistema de las doctrinas gnoseológicas y que contempla las cuatro familias básicas: descripcionismo, teoreticismo, adecuacionismo y circularismo. Una reorganización la que llevan a cabo los críticos, canalizada dicotómicamente, que deforma completamente el planteamiento de la TCC en este sentido.

Así, dicen los autores, que lo que realmente hace la TCC en su enfrentamiento dialéctico con respecto a otras doctrinas de la ciencia es situarlas en una perspectiva epistemológica (así tanto al descripcionismo como al adecuacionismo y al teoreticismo) para impugnarlas como erróneas precisamente porque, sea como fuera, mantienen una perspectiva mentalista (absorción de las ciencias en el sujeto, como «conocimientos» del mismo) que trastoca o perturba un análisis adecuado sobre las ciencias. De tal modo, dicen los autores, el enfoque gnoseológico, tal como es comprendido desde la TCC, aparece ceñido al «materialismo gnoseológico» mientras que el resto de perspectivas (descripcionismo, teoreticismo y adecuacionismo) aparecen, en realidad, desplazadas al enfoque epistemológico.

Pero esta reformulación de la clasificación de las cuatro familias básicas de doctrinas gnoseológicas no es sino, decimos, producto de esta proyección dicotómica desarrollada por los críticos; una dicotomía que, insistimos, desaparece en el corpus de la TCC en donde las familias no circularistas (descripcionismo, teoreticismo y adecuacionismo) son, desde luego, tan genuinamente gnoseológicas como las circularistas (entre las que se encuentra la Teoría del Cierre Categorial). Y es que de ninguna manera la distinción sujeto/objeto permanece ajena, aún prevaleciendo el epistemológico como enfoque sobre las ciencias, a la distinción materia/forma que reaparece en cada una de las familias básicas (según el peso relativo en ellas, respectivamente, de la materia y de la forma). Así, por ejemplo en Kant, no desaparece la distinción materia/forma en la caracterización de las ciencias por más que su doctrina esté presidida, desde luego, por la presencia de un «sujeto transcendental» del que proceden, a través de la facultad del entendimiento, los conceptos que dan forma a esa «masa bruta de impresiones sensibles», obtenida a través de la facultad de la sensibilidad, dando como resultado la unidad de la experiencia (contenido fundamental de las proposiciones o juicios científicos). Ese sujeto transcendental no pierde en ningún momento, en la doctrina de Kant, y por más que prevalezca en el Idealismo transcendental el enfoque epistemológico, su condición de dator formarum, y por tanto, no desaparece del planteamiento kantiano el enfoque gnoseológico en su doctrina sobre las ciencias.

Del mismo modo, desde la TCC, por más que se sitúe en un enfoque gnoseológico, ello no significa que los «conocimientos» se queden «fuera» de la misma, como sugieren los autores, sino que serán reinterpretados gnoseológicamente como componentes o aspectos subjetuales de las ciencias, presentes en las figuras de la llamada capa metodológica de los cuerpos científicos (la constituida por aquellas figuras que terminan siendo neutralizadas en el proceso de cierre: operaciones; fenómenos; autologismos, dialogismos y normas), pero no en efecto en las figuras de la capa básica de las ciencias (aquella cuyas figuras forman parte estructural de la verdad científica ya constituida: términos, relaciones; referenciales, esencias). Precisamente las figuras de la capa básica se conforman como resultado de la neutralización de los «conocimientos» así considerados –toda vez que «el conocimiento» siempre es considerado por el MF desde un punto de vista operatorio, desenvolviéndose en contextos apotéticos (alejar / aproximar fenoménicos)– y, por tanto, será a través de la neutralización de las figuras propias de la capa metodológica, ligadas a estos contextos apotéticos, operatorios, cómo se constituya la capa básica, cuyas figuras representan el núcleo desde el que se define la verdad como identidad sintética.

En definitiva, sostener un enfoque gnoseológico no significa en ningún momento, desde la TCC, marginar o incluso eliminar, como insisten constantemente los autores, al «conocimiento» de los campos científicos, sino que, bien al contrario, la textura operatoria de todo conocimiento es esencial para la constitución de las ciencias según estas se entienden desde la TCC.

Partiendo pues los autores de este proton pseudos dicotómico, por el que ambos enfoques se vuelven incompatibles en la TCC, proceden a interpretar así las causas por las que se produce esta presunta opacidad de la TCC sobre el enfoque epistemológico.

2a. El mecanicismo y la TCC

Y la causa no es sino, tal como lo ven los autores, el mecanicismo en el que recae la TCC:

«pero lo que justamente queremos hacer ver es que en la medida en que la perspectiva gnoseológica ha querido definirse como independiente de la epistemológica, o sea externa al conocimiento, esto sólo puede ser así en cuanto que el cuerpo operatorio con el que ella cuenta formal y efectivamente es como decíamos un mero cuerpo mecánico que aproxima o separa objetos. De este modo, lo que sostenemos es que si el materialismo es la única de las cuatro teorías consideradas que ya no podría presentarse desde la perspectiva epistemológica, ello es así en la medida en que aquel sujeto, en cuanto que sólo vale como cuerpo mecánico, resulta incapaz de conocimiento. Así pues, Gustavo Bueno recupera el cuerpo del sujeto en la génesis de las ciencias frente al mentalismo de la perspectiva epistemológica, porque tiene una concepción no representacional sino constructivo-operatoria de la ciencia. Veremos más adelante que, sin embargo, lo pierde precisamente por tomarlo a la postre como un mero cuerpo mecánico que aproxima o separa» (pág. 128.)

Nosotros, ante esta interpretación acerca de la definición del enfoque epistemológico frente al que se posiciona la TCC, hemos negado que ello signifique que el materialismo gnoseológico se mantenga ajeno o al margen del «conocimiento», siendo así que difícilmente admitiremos, sin más, que tal deriva tenga una causa. Ahora bien, si ello fuera así, admitiendo como hipótesis tal deriva –la de la marginación del «conocimiento» como componente de las ciencias desde el enfoque gnoseológico– sería hasta descabellado pensar que su causa se debiera a una concepción mecánica del sujeto operatorio por parte de la TCC, como si cupiera en ella algo así como un «mero cuerpo mecánico que aproxima y separa».

Y es que desde el materialismo filosófico «aproximar» y separar» jamás podrían concebirse como operaciones mecánicas, al requerir tales operaciones un espacio apotético en el que desenvolverse. Un «autómata» no se determina por aproximación ni separación en relación a los cuerpos envolventes, sino que requiere de relaciones de contigüidad –paratéticas– sin solución de continuidad entre las mismas (precisamente la acción de un autómata cesaría si se produce algún tipo de desconexión con el medio envolvente que lo alimenta). La operación de «aproximar», sin embargo, requiere de solución de continuidad entre los cuerpos de referencia distanciados por un «vacío» intercalar entre ambos, es decir, requiere de un espacio apotético a través del cual el sujeto operatorio que lo introduce actúa estableciendo las relaciones de aproximación entre los cuerpos del entorno{6}. «Aproximar y separar» requiere pues la perspectiva de un sujeto operatorio, nunca mecánico, en el que tales operaciones, ceñidas a un espacio apotético, pueden desarrollarse (sin perjuicio, naturalmente, de los vínculos paratéticos, fisicalistas, que los cuerpos mantienen entre sí).

Difícilmente, pues, puede ser esta la causa que los autores buscan, cuando desde el materialismo filosófico, y aquí las referencias bibliográficas del corpus del «filomat» son tan amplias que nos atreveríamos a afirmar que esta idea es omnipresente en él, nunca se podría admitir la posibilidad, lógico-material, de una operación «mecánica» de aproximar o separar, pues ambas operaciones siempre requieren, en sus determinaciones, la presencia de un sujeto operatorio (que se desenvuelve en un espacio apotético). Es más, «aproximar y separar» son la definición misma de «conocimiento», desde el materialismo filosófico, en cuanto que este es concebido como operatorio (y no mental-representacional) siendo así que el contenido del conocimiento remite inmediatamente, se resuelve íntegramente, en las operaciones de juntar/separar apotéticos. Así de claro lo dirá Bueno en un libro, decisivo en este sentido, y que los autores no mencionan para nada:

«El materialismo filosófico comienza rechazando, como mera reliquia del mentalismo subjetivista, el concepto mismo de «conciencia representativa» o reflexiva (= capaz de reflejar), que no hace sino duplicar el «Mundo real» en un «Mundo representacional» (y aún vuelto del revés) [...] en el lugar de esta conciencia representativa, en el lugar de estos «reflejos invertidos del ser social del hombre», el materialismo filosófico se sitúa en la perspectiva de los sujetos operatorios, nada inocentes, que tienen que enfrentarse continuamente, por razones prácticas, con los fenómenos corpóreos que interactúan en el Mundo apotético y, entre ellos, con otros sujetos o grupos de sujetos. [...]. La oposición entre una «conciencia refleja interior» y un «ser exterior, natural o social» se sustituirá por la oposición «cerca» y lejos» [...]. La actividad operatoria de los hombres, como la de los animales, se mantiene en ese espacio apotético, componiendo o separando los cuerpos y determinando, por consiguiente, el desencadenamiento de las interacciones físicas, mecánicas o química (paratéticas) a que haya lugar.»{7}

En definitiva, un «mero cuerpo mecánico que aproxima y separa» es, sencillamente, un imposible para la gnoseología materialista: un «autómata» no actúa nunca en función de un espacio apotético y, por tanto, ni «aproxima» ni «separa».

Es más en cierto modo, se puede decir, y así lo dice el propio Bueno, que es aquí en donde reside la novedad introducida por el materialismo gnoseológico en su enfoque acerca de las ciencias: precisamente lo que esta doctrina de la ciencia introduce para conceptualizar la inteligencia operatoria de los sujetos es la distinción apotético/paratético en sustitución de la distinción cibernético-sustancialista interior/exterior. Aproximar y separar son concebidas por la TCC como actividades que, precisamente, insistimos, implican un espacio apotético en el que se desenvuelve el sujeto operatorio en su despliegue de tales actividades y, por tanto, nos parece gratuito, y hasta sorprendente, que por parte de los autores se atribuya al materialismo gnoseológico una impugnación semejante, la de mecanicista, en sus consideraciones acerca del sujeto operatorio. Desde un punto de vista doctrinal, pues, es del todo incompatible con el materialismo gnoseológico una concepción mecánica del sujeto operatorio.

2b. Cartesianismo y Materialismo gnoseológico

Sin embargo, los autores aún van más allá y, continuando en esta línea, suponen que este mecanicismo larvado (por supuesto no manifiesto) en el que según ellos recae a la postre la TCC, tiene su origen en sus compromisos, de nuevo no manifiestos pero sí objetivos, con el cartesianismo:

«Ahora bien, lo que aquí sostenemos es que si el enfoque gnoseológico va a permanecer al margen de la cuestión del conocimiento ello no se debe sino al hecho de que parte de una concepción cartesiana del sujeto en la que es el alma separada del cuerpo la instancia que conoce, a la vez que, y correlativamente, de una concepción, siquiera implícita, no menos cartesiana del cuerpo del sujeto gnoseológico, que no es sino la de un cuerpo mecánico que «aproxima o separa», o sea el mismo cuerpo desalmado que Descartes considera que se halla «unido» al alma. [...] El cuerpo del sujeto cartesiano, ese cuerpo que misteriosamente se «une» al alma, es un cuerpo con las mismas características mecánicas de los cuerpos que, a diferencia de él, no se hayan unidos a ningún alma, los cuerpos físicos. Y un cuerpo físico, que «aproxima o separa», es el que en rigor se encuentra en la génesis de las ciencias según el materialismo gnoseológico, pues sólo así puede concebirse a la perspectiva gnoseológica como ajena o al margen de la cuestión del conocimiento» (pág. 131-132.)

Insistimos que solo desde el enfoque dicotómico proyectado por los autores sobre la distinción entre el enfoque gnoseológico y epistemológico se puede derivar de aquí la consecuencia de que el enfoque gnoseológico «margina» la cuestión del conocimiento. Pero, además, que esta marginación se deba a un mecanicismo de raíz cartesiana, del que adolecería la TCC, ya nos parece completamente excesivo por romo.

Y es que frente al cartesianismo, el materialismo filosófico parte de un esquema de conjugación diamérica de conceptos, nunca sustancialista, al considerar las relaciones entre cuerpo y alma. El cartesianismo, sin embargo, comprometido con un esquema metamérico de conjugación, parte de una consideración sustancialista (entendidos cuerpo y alma como res extensa y res cogitans, respectivamente) que se escolla en el problema de la comunicación entre ambas. Así suponiendo que cuerpo y alma son sustancias, que «no necesitan de ninguna otra cosa para existir», no se ve cómo pueda resolverse el problema de los vínculos entre ambas («comunicación») una vez definidas por su autosuficiencia absoluta. Descartes, después de ponerse la zancadilla a sí mismo, por así decir, termina por resolver la cuestión de un modo completamente artificioso, por yuxtaposición, con la glándula pineal, equivalente en fisiología por sus funciones, a lo que pueda representar al éter o el flogisto en física (¿cómo un cuerpo puede recibir la influencia del pensamiento inextenso?; ¿cómo el pensamiento, inextenso, puede influir sobre un cuerpo, extenso, localizado?). Desde el materialismo filosófico, sin embargo, cuerpo y alma aparecen, decimos, comprendidos bajo un esquema diamérico por el que los componentes del «alma» aparecen conectados (codeterminados) a través de los términos del «cuerpo» y viceversa, de tal manera que el alma ni «reside en el cuerpo», como si fuera un piloto en un navío (es la hipótesis cibernética), ni le sobreviene ad extra (pudiéndole sobrevivir), como si el cuerpo fuese su cárcel, sino que el alma es más bien la codeterminación operatoria de las partes del propio cuerpo coordinado en función de un medio apotético.

No hay manera, en definitiva, de ver aquí una recaída del materialismo en el cartesianismo, completamente incompatibles en este punto.

3. Epistemología de las ciencias humanas y materialismo filosófico

Como consideración final, los autores plantean una salida «epistemológica» ante lo que ellos consideran una ceguera propia de la gnoseología materialista, restaurando, dicen, el concepto de «conocimiento científico» para la teoría de la ciencia.

«En lugar de moverse, en definitiva, en la alternativa planteada por el dualismo cartesiano, escogiendo el cuerpo en vez del alma para establecer en qué consiste la ciencia, sugerimos que quizás se deba adoptar una perspectiva epistemológica adecuada a una concepción ontológica (como ya hemos sugerido antes, de estirpe aristotélica) del hombre –y en general de los animales– como una unidad funcional orgánica de cuerpo y alma. Esta perspectiva podría tener la virtualidad, en primer lugar, de poder seguir reconociendo el carácter constructivo-operatorio de la ciencia sin tener por qué negar que es un tipo de conocimiento; o mejor, de reconocer en general el carácter constructivo-operatorio de todo conocimiento, incluido el de los animales, y así mismo de ese tipo sin duda muy especial, por su especial objetividad, de conocimiento humano que es el constituido por las ciencias. Y, en segundo lugar, dicha perspectiva podría quizás hacerse cargo del carácter ya no meramente fenoménico de las relaciones apotéticas y teleológicas que estudian las ciencias humanas, sino asimismo estructural o esencial, pero sin que dichas estructuras, que son las formas sociales y culturales objetivas, se entiendan como desprendidas de las operaciones, es decir, de modo que toda «forma social o cultural» objetiva y toda «función (operatoria)» subjetiva se sigan necesariamente viendo como mutuamente conjugadas, con todo lo que ello implicaría respecto de la metodología y las pretensiones de cientificidad de estas «ciencias». El desarrollo de estas últimas ideas, aquí meramente mencionadas, desborda desde luego en una medida muy amplia los límites de este trabajo, pero no queríamos terminarlo sin dejar siquiera de apuntarlas» (pág. 138.)

Una «solución» (a un pseudo-problema, según nos parece a nosotros) tan esquemática y tentativa que, nos parece, resulta más bien confusa: y es que lo que tiene de «original» sobre la TCC o bien es redundante con respecto a ella o bien contradictorio, resultando una especie de eclecticismo entre epistemología genética y materialismo filosófico realmente ininteligible.

Notas

{1} Crítica de Juan Bautista Fuentes de la que, algún tiempo después, se retractó, dándole la razón a Bueno, según podemos ver en esta misma revista. Hay que decir, en favor de Fuentes Ortega, y al margen de la polémica y sus contenidos, que una rectificación semejante (en todo caso muy matizada) es rara avis para lo que suele ser actualmente el discurrir de una polémica en la mayoría de los foros de debate filosófico. Para todo ello ver nodulo.org/ec/2005/n039p23.htm.

{2} Gustavo Bueno, «Dialéctica de clases y dialéctica de Estados», El Basilisco, nº 30, págs. 83-90.

{3} Ver Piaget, La Epistemología Genética, editorial Debate, p. 32.

{4} Bueno, Teoría del Cierre Categorial, Tomo 1, págs. 227 y ss.

{5} Bueno, Teoría del Cierre Categorial, Tomo 1, pág. 366.

{6} Bueno, «Los predicables de la identidad», El Basilisco, nº 25, pág. 19.

{7} Bueno, Televisión: apariencia y verdad, Gedisa, págs. 320-321.

 

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