Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 88 • junio 2009 • página 8
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Ramón Llull acaba de llegar del norte de África, después de su accidentada aventura misional, en Bugía, ciudad de sarracenos donde estuvo prisionero seis meses. Hay que decir, en descargo de sus perseguidores, que su actitud no fue precisamente un alarde de prudencia, pues recién desembarcado, y seguramente convencido de la eficacia de su método de demostración, se había presentado en la plaza pública, declarando ante una enfurecida multitud de ciudadanos comunes, y además en un árabe impecable para que se le entendiese bien, que su doctrina era equivocada y mentirosa. Ya en la cárcel había recibido la visita de un grupo de doctores que querían convertirlo al Islam, y él por su parte contestaba con razones a favor de la ley cristiana: por fin el sultán, que no veía con agrado aquella puesta en cuestión del Corán, le expulsó a Italia, y todavía siguió su mala fortuna, porque su nave naufragó cerca de Pisa, alcanzando él la ciudad casi desnudo en una balsa.
En estos últimos meses de 1307 Ramón tiene ya setenta y cinco años, pero no ha perdido nada de su increíble vitalidad. Nada más llegar a Pisa, se ha puesto a trabajar en la simplificación del método, con el que se ha propuesto deducir de forma necesaria y automática los primeros principios de la teología monoteísta y las verdades del cristianismo, que tanta oposición y rechazo provocan en los musulmanes. Tomando una idea de hace ya más de quince años, construye una máquina de calcular mucho más sencilla y manejable, termina el Arte General Ultima, y sobre todo escribe el Arte Breve, que enseña un uso de su aparato de extrema facilidad. Además redacta de nuevo la Disputación del Cristiano Ramón con el Sarraceno Homero, que había perdido en el naufragio y que viene a ser una aplicación de su Arte, tal como la había experimentado en sus discusiones de la cárcel de Bugía.
En realidad esta decisión de predicar el Evangelio a los musulmanes por un procedimiento por lo menos original, databa de hacía ya más de cuarenta años, cuando recién convertido a la penitencia en plena juventud, compró un esclavo árabe, que le había enseñado su lengua a través de un lento aprendizaje. Corría entonces la década prodigiosa de los años sesenta, cuando los frailes franciscanos quisieron realizar las profecías escatológicas de Joaquín de Fiore, que había anunciado la conversión de los hebreos y los musulmanes y el reinado de un santo pontífice universal.
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La empresa ecuménica había tomado dos caminos bien diversos: en primer lugar el papa y el rey Luis de Francia enviaron embajadas de frailes franciscanos –Juan de Carcopino en 1247 y Guillermo de Rubruquis en 1253– al imperio de los tártaros, para lograr su alianza y su conversión, y tomar en pinza a los mahometanos, forzando a largo plazo la eliminación de su gobierno y su ley. Con las noticias que habían traído a Europa los dos misioneros, otro franciscano, Rogerio Bacon, se erigió en el teórico de este proyecto, elaborando en 1265 una historia y una filosofía común a todos los pueblos, potenciando el conocimiento de los idiomas, y confundiendo a los orientales con la apabullante superioridad técnica de los cristianos. Esta aventura, tan imaginativa como audaz quedó interrumpida poco después, por la muerte de San Luis y de Clemente IV, sus dos valedores.
Ramón Llull, un laico cercano a los espirituales, había elegido otra vía de conversión de los infieles, buscando una lengua que por una parte fuese común a todos los hombres, y que además se impusiera con la neutralidad y la necesidad de un cálculo. Ya muy temprano, en 1274 tenía preparado su aparato lógico, pero desgraciadamente su presentación en París, más de diez años después, había fracasado, y hasta había sido recibido con general rechifla por las autoridades universitarias. Ramón había llegado a la conclusión de que las razones de esta decepción eran la excesiva complicación de la maquinaria –tenía hasta dieciséis cámaras– y sobre todo el abandono de los símbolos lógicos y la introducción de un vocabulario gramatical enteramente desconocido por los latinos.
Esta vez Ramón Llull, que prepara un nuevo viaje a París para presentar su Arte toma toda clase de precauciones para no sufrir otra desengaño en el difícil mundo académico de la Sorbona. Ya en Montpellier prepara una extensa aplicación de su cálculo a la teología, siguiendo. una formulación mucho más simple: construye una rueda compuesta por nueve cámaras, a las que corresponden otras tantas letras del alfabeto (B, C, D, E, F, G, H, I, K ). Estas nueve cámaras representan dignidades o axiomas es decir, principios absolutos y no derivados. Desde cada una de ellas traza una línea recta hacia todas las demás, significando relaciones binarias de identidad. Como la figura es circular, estas relaciones son convertibles, de forma que el grupo BC equivale al CB y así sucede con todos los demás.
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Usando este mecanismo, Ramón figura la divinidad por una esfera cerrada, que no admite ningún principio exterior a ella, y que por así decirlo, se basta a sí misma. Los nueve axiomas o dignidades, guardan con el alfabeto la siguiente correspondencia B = Bondad; C = Grandeza; D = Eternidad ; E = Poder; F = Sabiduría; G =Amor; H = Virtud; I = Verdad; K = Gloria. Cada uno de los principios no puede derivarse de los demás, y en este sentido no tiene valor el razonamiento “propter quid”, de la causa al efecto, pero todos ellos guardan con todos una relación binaria de identidad recíproca. A ella corresponde un nuevo tipo de juicio, “per equiparantiam”, el único posible en teología, que conjuga felizmente la simplicidad de Dios y su riqueza.
Además traduce estas relaciones de identidad a una tabla de juicios convertibles según esta figura
En total la representación circular y la tabular suman 36 juicios convertibles de identidad: 9.(9–1):2.
Estas relaciones de identidad no son puramente estáticas, como al decir “la bondad es grande” o su equivalente “la grandeza es buena”, y punto final, sino que discurren dinámicamente, a través de relaciones transitivas de identidad, traducidas a juicios y razonamientos “per equiparantiam”. Para poner de manifiesto este dinamismo interno, Ramón utiliza un nuevo aparato lógicomecánico, compuesto de tres ruedas concéntricas, cada una de ellas ordenada, siempre de la B a la K. La exterior permanece fija mientras que las otras dos giran alrededor de su centro común, y esas combinaciones ternarias representan la infinita riqueza de la vida de Dios. No es sólo que la bondad es grande, es que además a través de la grandeza se identifica con la eternidad, y lo mismo sucede en las demás dignidades. En total las treinta y seis parejas de principios han de multiplicarse por los siete restantes, haciendo en conjunto 9. (9-1). (9-2) : 2 = 252, el mismo número que señala el Arte Breve.
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Ramón comprueba con satisfacción que esta primera parte de su arte –la Ars Dei– da razón del universo teologal, y al mismo tiempo tiene la claridad y la contundencia de un artificio lógico, que se impone a los espíritus más romos y rebeldes. Con esta preciosa máquina se dirige a Poitiers para entregarla en persona a Clemente V, el gran valedor de los espirituales y al rey Felipe, que le facilitará una entrada feliz en París, y consigue interesar y hasta entusiasmar a los dos soberanos. Al mismo tiempo escribe una serie de obras, para completar su método y para preparar el terreno ante su próximo viaje a la capital francesa.
Queda todavía la parte más difícil del cálculo, porque la divinidad no sólo es independiente, infinita por sus principios en sencillez y riqueza, no sólo tiene un dinamismo interno, sino que además actúa sobre el mundo en la creación y la encarnación. Ahora bien, según Ramón un acto se distingue por tres momentos correlativos de cada dignidad, y la gramática correspondiente es para los latinos delirante (bonificante, bonificado, bonificar; magnificante, magficable, magnificar; eternizante, eternizable, eternizar; sapiente, sabible, saber), y por eso los maestro de París se han burlado del Arte en su primer viaje. Además la rareza de esta sistema de lenguaje impide comunicarse con otro cualquiera, y argumentar a favor de la propia teología. El misionero mallorquín percibe la posible solución a este problema, pero necesita consultarlo con un gran amigo, seguidor de los espirituales y conocedor del habla latina y arábiga.
Para eso se traslada a Marsella donde en este momento está el doctor en medicina Arnau de Vilanoba, que conoce el árabe y ha traducido desde esta lengua al latín buena parte de las obras de los médicos de la antigüedad y la Edad Media. Los dos amigos se ponen enseguida de acuerdo en un punto : aunque la conjugación de los principios absolutos es gramaticalmente artificial y forzada, su sentido teologal es de una sencillez total. Quiere decir que la suprema realidad de Dios se despliega en cada una de sus dignidades en una trinidad y por ello no permanece ociosa, sino que, como significa su infinitivo final, se proyecta fuera de sí en la creación y la encarnación. Vilanoba con firma además las palabras de Ramón que a raíz de su primera y negativa experiencia había recomendado estudiar la forma de hablar de los árabes, pues sus verbos admiten sin ninguna violencia esta terna en sus participios y su nombre de acción.
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—De todos modos –comenta Arnau– es enteramente imposible el diálogo entre los dos idiomas y las dos culturas, ya que el dominio del árabe quedará reservado a unos pocos maestros, que dando los fieles de las dos leyes en una incomunicación total. Y no sé cómo se podrá saltar sobre este abismo, a no ser que el Espíritu Santo inspirase a los hombres una máquina prodigiosa, capaz de anular toda la confusión de la torre de Babel. Mientras tanto no tendrás más remedio que afrontar otra vez la crítica de unos teólogos, demasiado engreídos de su sabiduría académica para prestar atención a los aparentes disparates de un laico ignorante.
—Entre otras cosas he venido a Marsella para presentarte esa calculadora prodigiosa, que he perfeccionado para que los maestros de París entiendan, o por lo menos no rechacen, mi método. Para eso empleo el álgebra, que como tú sabes es un invento árabe, pero puede pasar a ser una lengua de todos , sustituyendo con ventaja a cualquier idioma particular. Su uso es sobre todo necesario en el tema de los correlativos de la acción, pues de esa forma evitaré una serie de barbarismos, en que caería sin remedio, aplicando la gramática común. Estoy convencido de que la conversión de los infieles, especialmente los musulmanes, será a la larga inevitable cuando se entienda y se generalice mi arte. Ya conoces las tres ruedas de nueve cámaras, que figuran a la divinidad, su riqueza y su dinamismo. Figúrate ahora que coloco esas ruedas en su origen, de forma que los tres principios absolutos y las tres letras correspondientes coinciden (BBB, CCC, DDD, &c., tal como están en este diagrama ). Cada una de esas letras representan entonces el participio de presente, de pasado y el infinitivo de la bondad, la grandeza y las demás dignidades, y por consiguiente su carácter ternario y activo. Pueden además representar con facilidad a los dos participios y el nombre de acción del verbo árabe, con lo cual esa comunicación entre las dos culturas, que tú tanto echabas de menos, queda definitivamente salvada.
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Ramón, de ordinario tan quejoso por sus continuos fracasos misionales no puede ocultar su entusiasmo ante el éxito de su tercer estancia en París pues ya no tiene el rechazo de su primer viaje ni la indiferencia con que fue recibido en el cabo final del siglo XIII. A su llegada el rey Felipe vuelve a recibirle y le proporciona cartas de recomendación para la comunidad escolar, que asiste en masa a la presentación pública de la versión final del Arte, y lo que para él es mucho más importante hasta cuarenta doctores y bachilleres suscriben una carta, aprobando su Arte y reconociendo el valor del proyecto fundamental por el que estuvo trabajando durante toda su vida.
El método mecánico consigue su éxito primero en su polémica con los infieles averroístas, que en estos momentos son un poderoso partido en la Universidad de París. Ramón escribe hasta treinta extensas proposiciones “contra quienes afirman que la fe es verdadera, pero no según los principios del entendimiento”, y efectivamente su doctrina es el polo opuesto a la doble verdad, que separa la razón de la fe y hasta las hace contradictorias. Pero además = su primer diagrama niega la eternidad del mundo –pues la eternidad es una dignidad de Dios, en identidad mutua con todas las demás– y sobre todo la teoría y la presentación mecánica de los correlativos aplastan la idea de dos entendimientos, uno agente y separado, otro posible y común a todos los hombres. Pues la acción del intelecto, como cualquier otro acto, se compone de tres momentos inseparables, lo inteligente, lo inteligible y el entender. La intervención del misionero es tan decisiva que el Canciller de la Universidad certifica la conformidad de las obras de Llull con la teología católica y su eficacia contra las desviaciones doctrinales.
La carta que dirige a Felipe IV son como un resumen de todos los proyectos misioneros, que había querido realizar ya desde su juventud. Le pide que favorezca la fundación de tres colegios de lenguas orientales en Roma, París y Toledo , que suspenda la cátedra de los filósofos averroístas que atacan la teología, y finalmente que programe la predicación, los Viernes y Sábados, en las mezquitas y sinagogas, pero sin usar argumentos de autoridad, y recurriendo únicamente a la razón común a todos los pueblos y leyes, y a su calculadora prodigiosa, que por fin empieza a demostrar su incomparable eficacia.