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El Catoblepas, número 91, septiembre 2009
  El Catoblepasnúmero 91 • septiembre 2009 • página 2
Rasguños

Cuestiones de hermenéutica

Gustavo Bueno

Un comentario sobre el acto anual de afirmación socialdemócrata celebrado en Rodiezmo en la primera semana de septiembre de 2009

Acto de afirmación socialdemócrata celebrado en Rodiezmo, 6 septiembre 2009

El pasado domingo 6 de septiembre una representación de la cúpula política del PSOE –en el medio, su Secretario General y Presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, a su derecha la vieja guardia, José Ángel Fernández Villa y Alfonso Guerra, y a su izquierda la joven guardia femenina, Leire Pajín y Bibiana Aído– se reunió en Rodiezmo, un lugar del norte de León próximo a la raya de Asturias, como suele hacerlo desde hace tres décadas, en un «acto de afirmación ya tradicional» que se celebra al final del verano cara al nuevo curso político.

Pero la celebración de este año ha tenido una singular repercusión mediática, debido probablemente a que la situación de la crisis política (los estatutos de autonomía y las críticas internas al presidente por parte de algunas corrientes internas de su partido) y de la crisis económica en la que España está sumergida, confería a este acto simbólico una connotación peculiar: «los pobres del mundo» del himno La Internacional (con letra de Eugène Pottier, 1871, y música de Pierre de Geyter, de 1888, que aún produce algún beneficio a sus herederos a título de derechos de autor) y los «esclavos sin pan» significaban ahora, vibrando en las gargantas de la cúpula, algo muy distinto, sobre un fondo de tres millones y medio de parados, saliendo de las bocas de unos dirigentes y dirigentas que llegan a cobrar 18.000 euros mensuales. La famélica legión que habita lejanos lugares de África, Asia o América, y que dan lugar a la solidaridad del 0,7%, quedaba ahora muy lejos.

De hecho es esta situación de enfrentamiento cada vez más agria entre el partido del gobierno del PSOE y su oposición la que puede explicar la sorprendente reacción mediática a la clausura del acto de Rodiezmo. El gobierno socialdemócrata, derechista por naturaleza en su praxis política, se manifiesta optimista y dice tener controlada la situación política y económica, a través de medidas que va ofreciendo sobre la marcha. La oposición, pero también algunas voces de su propio partido, acusa al gobierno de incompetencia, de gobernar pagando a los parados como si quisiera generalizar el PER andaluz, de debilidad, de haber tomado un rumbo equivocado que puede llevar al naufragio del partido o incluso de la nave en la que partido y oposición están encerrados.

Se comprende pues que el acto de afirmación de Rodiezmo, precisamente por su carácter simbólico, haya producido una gran conmoción desencadenada sin duda por los informes que sobre el acto ofreció la prensa, la radio y la televisión.

Y, si no me equivoco, entre los desencadenantes más activos del escándalo, cabría destacar la fotografía publicada en El Mundo, y reproducida una y otra vez por los medios, en la que aparecía la susodicha cúpula cantando La Internacional con el puño en alto, lo que sugería que ella estaba asumiendo las posiciones más izquierdistas del socialismo preconstitucional, el que impulsó la Revolución de Octubre en Asturias y León en 1934, o el Frente Popular de 1936 –el puño en alto de las Brigadas Internacionales– que la transición democrática hacia el Estado de Derecho habría terminado por borrar por iniciativa del ala más derechista del partido, la que encabezó Felipe González, promoviendo la renuncia al marxismo (y por supuesto al leninismo), y la entrada final (aunque al principio «de entrada no», en la OTAN y en la Unión Europea).

Al parecer la fotografía de El Mundo tuvo algo de montaje de otras dos fotografías directas, y fue denunciada como tal montaje por los medios socialdemócratas, sugiriendo que se trataba de una composición delictiva, de lo que resultaría una información falsa o deformada de la realidad; cuando ese montaje no era otra cosa sino la recomposición técnica de los negativos orientada precisamente a restituir la imagen ajustada a la realidad que la cámara no podía reflejar en una sola toma.

Sin duda, el montaje técnico es el que sirvió en este caso para recomponer en imagen la situación del escenario fotografiado, el orden de sus protagonistas y la actitud de los mismos con la boca abierta (se supone que cantando La Internacional, que estaba sonando) y el puño en alto. Lo que habría faltado a la verdad hubiera sido publicar las dos mitades del escenario que sacó la cámara; porque entonces no se habría representado la alineación efectiva en primer plano de esa cúpula, pudiendo dar la impresión de que esa alienación no se habría producido. Por ello resultaban muy sospechosos los clamores que denunciaban un montaje-trucaje; se diría que quienes clamaban y se rasgaban las vestiduras ante un montaje técnico que buscaba la verdad y no la apariencia, lo que querían sugerir es que la escena no era real, desviando así la atención sobre la que aparecía ante los ojos.

La vieja guardia, José Ángel Fernández Villa y Alfonso Guerra en el acto de afirmación socialdemócrata celebrado en Rodiezmo, 6 septiembre 2009

Sin embargo la escena no tenía nada de novedosa: durante años se ha repetido en Rodiezmo, cada septiembre, este acto de afirmación socialdemócrata. ¿Por qué entonces este revuelo en el año 2009?

Seguramente, como decimos, por producirse en épocas de debates feroces entre el gobierno y la oposición del PP, y de otras corrientes incluso socialdemócratas, con motivo de la crisis real, política y económica. Ver y escuchar en estas circunstancias a una representación distinguida de la cúpula del PSOE, con pañuelos rojos al cuello, los puños en alto y cantando La Internacional, sugirió a muchos, por no decir a la mayoría, que en el fondo, el partido del Gobierno o su corriente izquierdista, se manifestaban como reclamando un cambio de rumbo, o simplemente como si tuviesen mala conciencia (entre otras cosas porque incluyendo a la sección femenina de la cúpula, se sabe que los protagonistas cobran muchas veces más que los «parias de la Tierra» o que los «pobres del Mundo» que ellos invocan).

Y a esta interpretación contribuyó muy especialmente la misma disposición estética de la fotografía: la vieja guardia a la derecha del presidente (personas de experiencia que habían conocido los últimos años del franquismo) con semblantes sombríos o crispados rememorando, no precisamente con nostalgia, sino acaso con remordimiento y propósito de enmienda, la revolución fracasada; y, a su izquierda, la cuota femenina que, aún ocupando puestos de primera fila en el partido, daban una imagen totalmente distinta, la imagen de unas vírgenes ingenuas sin experiencia pero llenas del entusiasmo propio de novicias o de colegialas muy bien educadas y aseadas con un puño en alto blando y nada crispado, pero con la expresión de estar «transportadas» por los mensajes del himno, del puño levantado y del pañuelo rojo que sus mayores les habían inculcado.

En medio de este bosquecillo de puños en alto, el presidente, Rodríguez Zapatero, en el centro, con semblante profesionalmente relajado, y cantando, con los brazos hacia atrás, sin pañuelo rojo y con camisa blanca. A primera vista pareció a muchos, acaso por un efecto gestáltico en la percepción de la estética del ritual, que también tenía el puño levantado y el pañuelo rojo anudado al cuello. Yo mismo padecí este espejismo en el recuerdo de la primera ojeada del acto televisado. Pero en la segunda ojeada ya advertí lo que de otro modo, sin duda, habría advertido en la primera, a saber, que el presidente Zapatero tenía los brazos cruzados hacia atrás, que no llevaba pañuelo al cuello, y que la expresión de su rostro era más profesional que entusiástica (como quería serlo el rostro de Alfonso Guerra y por supuesto los rostros más «ingenuos» de la sección femenina).

Todo esto era sin duda paradójico, aún cuando es cierto que entre los comentaristas de la escena en los días sucesivos no se dio demasiada importancia a esta paradoja. Por ello agradece quizá algún comentario especial.

Sin duda Zapatero ya llevaba tomada la decisión de no ponerse el pañuelo rojo y de cruzar los brazos hacia atrás. Pero, ¿por qué no hacia adelante? ¿acaso para controlar mejor algún «pronto» que le llevase, por el propio efecto gestáltico, a levantar el puño contagiado por el entusiasmo de sus compañeros y por la letra del himno?

En esta decisión tuvo parte obviamente el ejemplo de muchos de sus compañeros socialdemócratas de España y de Europa que, desde hace años, ya tienen decidido, una vez consolidado el Estado democrático de derecho, no levantar el puño ni cantar La Internacional, ni ponerse un pañuelo rojo al cuello, para no resultar discordantes con sus ideas sobre la paz, el no a la guerra, la repugnancia hacia todo tipo de violencia y la alianza de las civilizaciones.

Sin embargo, debo confesar que la primera explicación que se me ocurrió sobre la marcha, cuando advertí que Zapatero no levantaba el puño y no llevaba pañuelo rojo (sin duda por el recuerdo de la conducta de Zapatero cuando tuvo la ocurrencia de permanecer sentado al paso de la bandera de los Estados Unidos, y de las consecuencias que ese pronto le acarreó ante el presidente Bush II) fue esta: Zapatero no levanta el puño, ni se ha puesto como otras veces el pañuelo, resistiendo su tendencia natural a hacerlo, por temor a que las fotografías las viera Obama y le alinease definitivamente en la fila de Fidel Castro, de Hugo Chávez o de Evo Morales.

En cualquier caso lo cierto es que la actitud del presidente enfriaba la temperatura simbolizada en la fotografía del acto, e invitaba a ver a los protagonistas, ante todo, como actores de una representación teatral (sin perjuicio de que alguno de ellos, como le ocurrió a San Ginés, actor y mártir, en sus representaciones ante el césar Galerio, estuviese a punto de identificarse con su papel, de creérselo).

Pero nada de esto sirvió para que el simbolismo que encerraba la escena fuese interpretado, sobre todo por la oposición, y en el contexto de la lucha a brazo partido en el Parlamento y en los medios, en su sentido directo y principal, a saber, el de ser una expresión de un espíritu revolucionario, no bien definido sin duda, por parte de las corrientes de la izquierda socialdemócrata, frente a las demás corrientes del partido, acaso excesivamente acomodadas a las rutinas de una democracia burocrática, reblandecida, «derechista».

La joven guardia femenina, Leire Pajín y Bibiana Aído en el acto de afirmación socialdemócrata celebrado en Rodiezmo, 6 septiembre 2009

En cualquier caso, de lo que se habló principalmente en los comentarios en torno a la fotografía de Rodiezmo, fue de hermenéutica, de interpretación de símbolos y de su historia, y desde el supuesto de que los protagonistas de la escena, no planeaban en modo alguno volver a las barricadas. ¿Cómo atribuir semejantes proyectos a las jóvenes dirigentes de la sección femenina a quien su acomodada posición no ha logrado sin embargo enfriar el calor de sus ideas más puras? Y no porque estuvieran fingiendo, puesto que podía concederse que estaban sin duda «viviendo» el simbolismo, creyendo en el valor simbólico mítico de lo que representaban, sin que por ello se salieran ni un milímetro del terreno en el que se despliegan las emociones propias de un escenario que se sabe va a ser presenciado, a través de la televisión, por millones de ojos.

Desde este punto de vista podría decirse que muchos representantes de la oposición, sobre todo del PP, exageraron al interpretar públicamente el acto de Rodiezmo como un mensaje peligroso en una situación de millones de parados, muy próximos a la desesperación, a un mensaje que pudiera sugerir a muchos la idea de un levantamiento violento con barricadas y con armas que devolviera a la socialdemocracia a sus «verdaderos principios», entre ellos a la recomposición, junto con Izquierda Unida y los anarquistas del Frente Popular. A emprender de nuevo la revolución que tantas veces se había considerado traicionada y fracasada (olvidando que su fracaso fue debido principalísimamente a la total falta de acuerdo entre las fuerzas componentes de aquel Frente Popular: comunistas, anarquistas y socialdemócratas).

Pero no puede decirse, a la vista de la abundante información de que disponemos, que esta interpretación del simbolismo de Rodiezmo fuera la común entre los militantes o dirigentes del PP. La prensa nos ha informado ampliamente de cómo los diputados, de vuelta al Congreso tras las vacaciones estivales, se tomaban a broma la escena de Rodiezmo: parlamentarios del PP saludaban irónicamente, puño en alto, a sus compañeros del PSOE, y éstos no se lo tomaban a mal, sino que sonreían como diciendo: «A mí me lo vas a decir...»

Desde esta perspectiva parece también completamente distorsionada, al menos en el terreno de la más estricta hermenéutica, la interpretación que se dieron a las palabras de Rajoy al criticar al mensaje simbólico (puño en alto, himno, pañuelo rojo) como antiguo y arcaico, «similar a levantar la mano al modo del saludo romano-fascista» (constantemente se ha repetido la discutible tesis de que este saludo no tuvo nada que ver con la tradición romana, vía D’Annunzio o Mussolini, sino que fue la reacción de las SA –Sturm Abteilung– o de las SS –Schutz Staffel– ante el puño en alto de los comunistas del Rot Front). Seguramente Rajoy no había necesitado expresar esta analogía que los más ultras de la socialdemocracia, rasgándose las vestiduras otra vez, interpretaron como una vergonzosa equiparación de un símbolo pacifista y progresista con un símbolo reaccionario y genocida. Porque, si no lo entendí mal, lo que Rajoy estaba diciendo, en el terreno de la pura hermenéutica, era que saludar hoy con el puño en alto nos conduce de hecho a una época antigua, es decir, ya pretérita, época en la que también se saludaba mano en alto, sin que con esto se quisiera entrar en la confrontación de los contenidos de ambas simbolizaciones. De lo que trataba Rajoy, así me lo parece, era de subrayar que el simbolismo del puño en alto, el pañuelo rojo y La Internacional eran de otro tiempo, el de las manos en alto, la época del Frente Popular, y que por tanto, y aún manteniéndose en el terreno mismo de los símbolos, se podían hoy considerar como un símbolo vacío propio de otra época que, en todo caso, revelaba la mala conciencia o, como también se dice, la «empanada mental» de la cúpula socialdemócrata.

Como era de esperar los militantes, parlamentarios, ministros y simpatizantes socialdemócratas que ya no levantaban el puño y habían olvidado la letra de la internacional, ni se ponían pañuelos rojos en los mítines, cerraron filas, es decir, se solidarizaron con los protagonistas de Rodiezmo ante la interpretación de Rajoy, e intentaron justificar, pero siempre en el terreno hermenéutico, la actualidad de su simbolismo, volviendo a interpretaciones ya anteriormente ofrecidas por sus correligionarios: «el puño en alto –es la interpretación más repetida, casi la oficial– sólo simboliza la unidad de los trabajadores, que se agrupan, no ya para atacar a nadie –¡qué horror, en un Estado de derecho y de no violencia!–, ni siquiera para defenderse –¿para qué están los tribunales de justicia del Estado democrático de derecho?– sino sencillamente para expresar su fraternidad o su solidaridad».

Pero esta interpretación, nadie debiera dudarlo, es enteramente artificiosa, y parece destinada a neutralizar el componente agrio y agresivo, sea ofensivo, sea defensivo, que tiene un puño levantado en alto de un individuo con el rostro amenazador. Es una interpretación que busca, en los tiempos en los cuales la socialdemocracia predica la paz y la no violencia, ocultar el significado genuino del puño en alto, poniéndole una rosa encima.

Estamos situados, según esto, en una cuestión de hermenéutica, y damos por supuesto que los símbolos, sin perjuicio del significado metafórico que algunos puedan atribuirles según sus fines operantis, tienen una significación objetiva, según en finis operis, cuando se trata de signos «naturales» y a veces icónicos en los cuales el significante (aquí el puño en alto) está vinculado al significado de un modo no arbitrario.

Es bien sabido, por ejemplo, que los estoicos, siguiendo al fundador, Zenón de Chipre, levantaban el puño para simbolizar que su entendimiento (representado por la mano) había logrado aprehender (formar un concepto, agarrarlo, antes con la garra del dragón que con la mirada especulativa de la lechuza que, sin embargo, también es ave de rapiña) una verdad, que su fantasía cataléptica mantenía bien segura y sujeta:

«Vosotros, en cambio, decís que nadie sabe nada sino el sabio. Y esto Zenón lo explicaba con el gesto; en efecto, mostraba la palma de la mano abierta y decía: «la apariencia es así», luego cerraba un poco los dedos y añadía: «así el asentimiento»; a continuación cerraba la mano completamente y apretaba el puño y decía que aquello era la comprensión, poniéndole por analogía con esto un nombre que antes no existía, καταλημψιν. Finalmente acercando la mano izquierda y apretando el puño fuertemente y enérgicamente decía que así era la ciencia en la que nadie sino el sabio domina. Pero quien es o quién fue el sabio ni siquiera ellos suelen decirlo.» (Cicerón, Académica, 2, 145.)

Ahora bien, el puño en alto de comunistas, socialdemócratas y anarquistas, entendido como símbolo de la necesidad de la agrupación proclamada en el himno de La Internacional, mediante la interpretación gratuita de los dedos de la mano como símbolos de los individuos menesterosos, es sólo el resultado de una analogía rebuscada tanto o más como pudiera serlo la interpretación que Zenón el estoico hacía del puño.

Tommie Smith y John Carlos en la ceremonia de entrega de medallas de los 200 metros lisos en los Juegos Olímpicos de México, 16 octubre 1968

Lo que el puño cerrado simboliza primariamente es el gesto de amenaza (de iniciación de un puñetazo, o de algo aún más contundente) que alguien dibuja contra quien se le enfrenta, le insulta o lo mantiene oprimido. El significado simbólico propio del puño cerrado es el de una amenaza genérica, que sólo podrá ser determinada presentando la figura concreta de aquel a quien va dirigido el puño (el ladrón, el capitalista, el negrero, el maestro, el jefe, el patrón...). Esta es la razón por la cual el puño en alto lo encontramos desde hace mucho, y en las más diversas sociedades, como signo de amenaza indiferenciada, hasta que no se determina el destinatario de la amenaza. En la época del llamado segundo imperio, el de Napoleón III, se levantaba el puño como símbolo de protesta contra los verdugos capitalistas. Pero también, ya en nuestros días, el puño en alto seguía utilizándose, no tanto como saludo individual, sino como gesto colectivo que identifica al grupo que se manifiesta por la calle contra algo o alguien, y sin la menor intención de expresión de militancia en alguna organización o partido político, aunque, eso sí (sobre todo en el caso de manifestaciones reivindicativas antirracistas: el caso de los atletas Tommie Smith y John Carlos, que en los juegos de 1968, levantaron el puño en el podio), con alguna connotación tomada en préstamo del puño en alto comunista o anarquista. Es también el caso de los puños en alto de los empleados de una empresa que, sin la menor intención revolucionaria, piden a sus patronos una subida de salario o una jubilación anticipada.

La institucionalización partidista del puño en alto fue obra, al parecer, del Frente Rojo (Rot Front), una formación paramilitar del Partido Comunista Alemán de los años veinte del pasado siglo. Los comunistas de los diversos países, tras la Revolución de octubre, adoptaron el gesto del puño (aunque el ejército soviético no incorporó el puño en alto a su saludo militar); si bien los comunistas levantaron el puño con la mano derecha, mientras que los socialdemócratas comenzaron a levantar el puño de la mano izquierda, y los anarquistas, más próximos, aunque sin saberlo, a la fase última del gesto de Zenón, alzaron algunas veces ambos puños aunque entrelazados por encima de sus cabezas. En el caso de la primera y segunda postguerras mundiales, el alzamiento del puño entre los militantes de partidos políticos que a su vez cantaban La Internacional en sus diferentes versiones fue extendiéndose aunque con muchas gradaciones y ambigüedades. En Alemania, en Francia, en Italia... el saludo con el puño en alto y La Internacional fue decayendo al mismo ritmo que decaían el marxismo y el leninismo. En España lo continuó el PCE; y fue eliminado prácticamente cuando González abandonó el marxismo en el PSOE, a pesar de lo cual se mantuvo de un modo nostálgico-estético-teatral en las generaciones sucesivas, representadas aquí magníficamente por jóvenas dirigentes socialdemócratas como Pajín y Aído.

¿Quién se atrevería a decir que los socialdemócratas de Rodiezmo, y si no los de la vieja guardia, sí las más jóvenes, y en particular aquellas con apariencia de colegialas que han pasado por la Universidad, estaban pensando cuando levantaron el puño cerrado en Zenón de Chipre? ¿Habría que pensar acaso que el ideal tan claro y arraigado que tenían en sus cabezas les hacía cerrar espontáneamente el puño y levantarlo para mostrarse mutuamente su convicción? No necesitaban haber leído a Cicerón, ni siquiera conocer su nombre, para reproducir espontaneamente el simbolismo estoico del puño cerrado, todo podía ocurrir, al menos en el terreno de le hermenéutica ficción.

Acto de afirmación socialdemócrata celebrado en Rodiezmo, 6 septiembre 2009

Pero resulta imposible comulgar con ruedas de molino. El simbolismo del puño cerrado está contenido en el puño cerrado mismo, porque cerrar el puño no es sólo un «objeto natural». Es parte de la operación o conducta de un sujeto que mantiene una orientación agresiva hacia alguien en función del cual se define. Por ello podría decirse, en cierto modo, que el significado del puño cerrado es su mismo significante. Se trata entonces de un símbolo etológico, propio de primates (el significado del gorila golpeando «ritualmente» su pecho con sus puños para mostrar al rival su fortaleza); un simbolismo etológico de estructura análoga, aunque tenga un significado opuesto, a la que tiene el despliegue de la cola ante la hembra del pavo real. El puño cerrado es un símbolo incoativo en el que percibimos el comienzo de la acción de golpear, sobre todo cuando el puño se nos muestra como la terminación de un brazo que a su vez forma parte de un cuerpo en movimiento, con un rostro crispado al estilo del que ofrecía Alfonso Guerra en la escena: aquí el puño en alto es sólo el fragmento de un movimiento global de amenaza. De otro modo: el puño cerrado tiene un momento tecnológico –el de golpear violentamente– y tiene un momento nematológico, o si se quiere, el puño cerrado a la vez es el fragmento de un rito y el fragmento de un mito. De un mito que está impregnando al rito, o de un rito que al realizarse manifiesta el mito.

Al levantar el puño los dirigentes socialdemócratas de Rodiezmo estaban desarrollando un rito, un ritual sin duda, pero un ritual muy elaborado que al realizarse iba revelando el mito que lo envuelve; un mito que se expresa además explícitamente en el canto que lo acompañaba, a saber, el himno de La Internacional.

La Internacional

Ahora bien, como ya lo hemos recordado, el himno de La Internacional fue compuesto en París, junio de 1871, en la época de la Comuna, y fue adoptado, con versiones distintas, y no meramente literarias, sino ajustadas a las diferentes corrientes o generaciones de la izquierda; en 1888 se le acompañó de una música vibrante acaso más profunda que la letra. Y con música y letra el ritual fue tomando forma.

La versión comunista, utilizada durante la Segunda República española y mantenida por el PCE, contiene fórmulas de inequívoca inspiración marxista:

¡Arriba, parias de la Tierra!
¡En pie, famélica legión!
Atruena la razón en marcha:
es el fin de la opresión.

Merece la pena subrayar que la versión española del PCE, acaso debido al origen clerical de muchos de sus militantes, contiene alguna estrofa que parece escrita como una contrafigura de ciertos dogmas del cristianismo, en cuanto movimiento salvador y redentor:

Ni en dioses, reyes ni tribunos,
está el supremo salvador.
Nosotros mismos realicemos
el esfuerzo redentor.

También dice el himno comunista que «la ley nos burla y el Estado oprime y sangra al productor; nos da derechos irrisorios, no hay deberes del señor».

La versión socialdemócrata ya no dice «¡Arriba, parias de la Tierra!» sino «¡Arriba los pobres del mundo!»; y tampoco dice que «la ley nos burla y el Estado oprime y sangra al productor». La socialdemocracia mantiene la fe en el Estado. ¿Y cómo podría decir que «la ley nos burla» cuando cree en el Estado de Derecho? El himno ya no irá dirigido contra la ley o contra el Estado, sino contra «todas las trabas que oprimen al proletario». Dirán que «el hombre del hombre es hermano» y que «la Tierra será el paraíso, patria de la Humanidad».

No es fácil entender cómo «personas adultas y civilizadas» pueden incurrir en la cursilería de seguir hablando del paraíso con la frecuencia con la que lo hacen (ya no hablan, como se decía antes del Edén, pero en cambio sigue hablándose de «Paraíso Natural» en Asturias y en Murcia; y para colmo, en Asturias, definen a Oviedo como «capital del Paraíso», como si un paraíso natural pudiera tener capital, cuando es bien sabido que las ciudades se construyen en los campos, con lo que éstos dejan de ser paraísos).

También los anarquistas, por ejemplo la CNT-AIT, adoptaron la música del himno, pero de la letra desapareció la internacional (acaso para echar un velo sobre la bronca entre Bakunin y Marx), sustituida por la «revolución social» o por la humanidad:

¡Arriba los pobres del mundo!
¡En pie los esclavos sin pan!
Alcémonos todos, que llega
la Revolución Social.

Esta versión también habla del paraíso en la Tierra, acogiéndose a la forma más primaria del mito.

Ahora bien, cuando nos interesamos por profundizar en la conexión entre el puño y el himno, como componentes fundamentales (rito y mito) del acto de Rodiezmo, tenemos que subrayar que todas las versiones mantienen la exhortación contenida en el siguiente estribillo o refrán del himno: «Agrupémonos todos», que figuraba ya en la letra originaria de 1871:

C’est la lutte finale:
Groupons-nous, et demain,
L’Internationale
Sera le genre humain (bis)

Y en efecto, ya que estamos hablando de hermenéutica, la más inmediata forma de realización simbólica e inofensiva actu exercito de la consigna «agrupémonos todos», cuando se han interpretado previamente los dedos como símbolos, no ya de números dígitos, sino de individuos humanos, sea juntar todos los dedos de la mano en un puño. Porque cerrar el puño es en efecto un mero caso particular de la consigna tomada en toda su generalidad «agrupémonos todos», en donde «todos» puede desde luego significar «agrupemos los dedos dispersos de la mano en una unidad compacta». Y, según la interpretación, agrupar los dedos en el puño significará, por decreto, agrupar cualquier individuo viviente con otro individuo, con el cual se siente solidario. Los dedos dispersos de la mano, en lo que tienen de dedos con solución de continuidad, distribuidos, forman una clase o totalidad atributiva cuando los dedos, sin solución de continuidad, forman el puño. Pero resulta que la solidaridad de las partes de un todo no se agota en las relaciones internas entre las partes que se han unido sin solución de continuidad y el todo, porque entonces la solidaridad sería redundante: toda unidad, sin solución de continuidad de las partes de un todo podría llamarse solidaria, aún cuando la continuidad fuera obligada, coercitiva o puramente mecánica. Cuando la idea de solidaridad alcanza su sentido pleno, en el terreno moral o político, es cuando esa totalidad cuyas partes se han agrupado en un conjunto compacto tiene lugar cuando la unidad de ese conjunto se mantiene frente a terceros, bien sea para atacarlos, bien sea para defenderse de ellos.

En particular, la solidaridad entre los individuos que pertenecen a un conjunto distributivo se establece cuando estos individuos contraen vínculos materiales relacionados con el ataque a otros grupos o con la defensa de ellos: los cuarenta ladrones se solidarizan cuando saben que deben permanecer unidos ante los guardias (ellos sí que podrían decir, cuando se ponen en campaña, «agrupémonos todos», aún cuando cada uno de ellos, que actúa por su propia iniciativa, esté dispuesto a desvalijar a su compañero en cuanto el peligro de los guardias desaparezca).

La solidaridad de los dedos de un puño en acción (y no la mera contigüidad de los dedos de una mano enferma de parálisis cuyos dedos inertes han terminado formando una masa informe) está determinada por tanto por los cuerpos exteriores a los que busca golpear. Y esto tanto si la mano empuña un puñal –y al empuñarlo para apuñalar a alguien, también los dedos se agrupan todos solidariamente en torno al puñal– como si la mano se empuña sobre sí misma simplemente para golpear a otro como lo hace un púgil (porque también el término púgil deriva de puño, como puño deriva del latín pugnus, de pugnare, que significa luchar, pelear, pugnar). Y en torno a este concepto de puño como instrumento de lucha y de violencia se crean conceptos que envuelven la idea de polémica o de combate, a veces meramente académicos: «propugnar», «impugnar» o «repugnar»; «inexpugnable» sería entonces aquello que resiste a la acción directa, o a través de instrumentos, de unos puños cuyos dedos solidarios golpean sobre él.

Por ello, el himno de La Internacional, intimaba a todos los pobres o proletarios a agruparse, pero no para abrazarse contándose sus penas o llenos de amor en una masa amorfa de individuos que formasen un único cuerpo místico como símbolo de la comunión eterna de los santos (muy próximo al abrazaos millones de la oda de Schiller que se canta en la Novena Sinfonía); el «agrupémonos todos» es el «agrupémonos en la lucha final» o en «la lucha social», a fin de hacer añicos al pasado, al Estado, a los reinos, a los explotadores.

El ritual del puño en alto, mientras se cantaba La Internacional, tenía un inequívoco significado de arenga, de animación a la lucha revolucionaria, a la acción violenta, de amenaza a los opresores «que mantienen sobre nosotros una tutela odiosa». Y cuando al compás de este ritual el partido de Lenin consiguió destruir efectivamente el imperio de los zares e instaurar en él la dictadura del proletariado, como antesala de la revolución comunista final, los puños en alto, compañeros de La Internacional, que surgieron por todas las partes del mundo, alcanzaron la plenitud de su significado práctico, y sólo en función de él podía tomárseles en serio, aunque fuera como peligro, porque simbolizaba la acción en marcha de millones de hombres cuya dispersión iba quedando atrás ante la perspectiva de una lucha solidaria contra el esclavismo y el capitalismo que veía cerca el reino de la libertad y de la igualdad.

¿Qué podrán significar entonces estos puños en alto y estos himnos de los parias de la Tierra cuando la Unión Soviética, casi un siglo después, se derrumbó y cuando el capitalismo («el llamado modelo capitalista», como si hubiera otro realmente existente), con muy ligeras suavizaciones, volvió a reproducirse (acaso porque nunca desapareció) aunque aliado con la democracia, el Estado de derecho y el Estado de bienestar, la Paz y el No a la Guerra se puso como bandera? Es evidente que entonces el ritual de los puños y de los himnos proletarios quedaba, como la propia idea de proletariado (transformado en los trabajadores intelectuales o manuales, pero con una manualidad que tenía muy poco que ver con la manualidad de los peones) quedaba desguazado, vaciado (salvo que la rosa que cubre el puño sólo tuviera el alcance de un camuflaje, o de una trampa).

Los partidos comunistas fueron desapareciendo poco a poco, aunque sus residuos sigan cantando desde sus catacumbas.

Por eso más que decir que estos «actos de afirmación» son antiguos y arcaicos (lo serían si quienes los protagonizan estuvieran dispuestos a llevar adelante los programas y los planes expresados en sus ritos y en sus mitos) acaso habría que decir que son actos desajustados con los planes y programas mismos del partido, y que únicamente pueden tomarse en serio no en sentido político, sino en sentido teatral o estético, a la manera como puede decirse que toma estéticamente en serio a una Misa mayor el ateo que asiste a ella con máxima curiosidad y atención cuando suena el órgano y resuena la voz del predicador que habla desde el púlpito.

La cúpula del partido socialdemócrata español, levantando el puño en Rodiezmo y cantando La Internacional, por lo menos una vez al año, más que un acto de afirmación política, representa una especie de misa, jubileo o representación teatral que acaso tiene los efectos de una catarsis que produce, más allá de la mera nostalgia en los espectadores, algo similar a lo que pudiera producir en sus fans un concierto de Elvis Presley o de Michael Jackson, insignes difuntos.

 

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