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El Catoblepas, número 92, octubre 2009
  El Catoblepasnúmero 92 • octubre 2009 • página 12
Artículos

Mujeres Libres

Jesús Mª Montero Barrado

Una revista y una organización anarquista (1936-1939)

Mujeres Libres

1

Ha escrito el historiador Francisco Moreno que la generación del movimiento obrero de los años 30 del siglo XX desarrolló una pedagogía emancipadora, de autoestima y de conciencia de su protagonismo en la historia{1}. Una pedagogía donde aunó tanto la práctica política y sindical como la teoría. Fue una generación que aprendió a organizarse mejor, en sindicatos y partidos principalmente; que mejoró sus formas de lucha y las extendió más por los pueblos y ciudades; que trató de tú a tú a sus patronos; que aprendió a dirigir ayuntamientos y otros ámbitos de la administración del estado, incluidos ministerios; y que llegó a crear nuevas formas de organizar y gestionar la sociedad desde bases igualitarias.

Un aspecto muy revelador de estos cambios fueron las ansias por ampliar su cultura, aprendiendo a leer y cultivándose en la lectura de periódicos, revistas y libros. El régimen republicano instaurado en 1931 fue muy sensible en la extensión de la educación y la cultura{2}, a su democratización, para lo que construyó más escuelas, aumentó el profesorado en número, dio un carácter racional y laico a los contenidos académicos, &c. También promocionó la cultura en el medio rural con lo que se llamaron entonces las Misiones Pedagógicas o con grupos de teatro, algunos muy conocidos como La Barraca (dirigido por García Lorca) o El Búho (de Max Aub), iniciativas donde participaron jóvenes intelectuales y artistas llenos de entusiasmo. La actividad intelectual y la presencia del intelectual, entendido como grupo socio-profesional (con dedicación a la docencia, la escritura, la ciencia, el periodismo, la medicina, &c.), alcanzaron una presencia desconocida en nuestro país.

En todo esto no podemos olvidar ni menospreciar el papel jugado por los grupos obreros, especialmente los del movimiento libertario, donde se había creado una tradición cultural propia y de gran importancia, en el que se valoraba la cultura como un pilar de capacitación para la lucha y la libertad{3}. Así se entienden las escuelas obreras, a las que no fueron ajenas las escuelas racionalistas, los ateneos y los centros culturales de los medios libertarios, en mayor medida, o las casas del pueblo socialistas, centros que venían algunos del siglo XIX, pero que se extendieron en número e influencia durante estos años. Hubo hasta quienes, con más decisión, se atrevieron a escribir (artículos, pequeños ensayos, novelas) y fundaron revistas y editoriales. Conocida es la obra novelística publicada desde principios de siglo en Barcelona en torno a las colecciones La Novela Ideal y La Novela Libre, con la familia Montseny como protagonista{4}, pero en otros lugares, como la provincia de Cádiz, no podemos olvidar la labor de tres anarquistas, José Sánchez Rosa, Vicente Ballester y Diego Rodríguez Barbosa, que fueron autores, entre otras cosas, de un buen número de novelas{5}.

Por todo esto se puede decir que las gentes de esta generación del movimiento obrero aprendieron a sentirse, quizás por primera vez en nuestra historia, como personas.

2

Estos cambios se pueden extender, en cierta medida, al marco de las relaciones entre los géneros. La Constitución de 1931 estableció, por primera vez en la historia de nuestro país, la igualdad jurídica entre varones y mujeres. Fue muy explícita en este sentido, como también lo fue la legislación que le siguió, desarrollándola: en el voto, en el matrimonio, en el acceso a cargos y empleos públicos o a la educación, en el divorcio, en las reglamentaciones laborales, en la normativa penal en asuntos como el adulterio o el amancebamiento, en las medidas protectoras de la maternidad para las trabajadoras...

La consecuencia inmediata fue una mayor incorporación de las mujeres a la esfera de lo público: en el trabajo extradoméstico y en la militancia en los grupos políticos, sociales y culturales. No debemos olvidar nombres de las diputadas Clara Campoamor, Victoria Kent, Margarita Nelken, Matilde de la Torre, Veneranda García, María Lejárraga, Dolores Ibarruri o Francisca Bohigas. Dolores Ibarruri, comunista, y Federica Montseny, anarquista, alcanzaron puestos relevantes en sus grupos, y De la Torre, Campoamor y Kent llegaron a ser nombradas altos cargos de ministerios. La propia Federica Montseny llegó a ser en 1936, ya iniciada la guerra civil, la primera ministra de nuestra historia.

En estos años también nacieron y se desarrollaron numerosas asociaciones de mujeres, y los partidos y sindicatos crearon secciones o secretarías específicas{6}. Feministas y ligadas a las clases medias eran la Asociación Nacional de Mujeres Española (fundada en 1919), la Unión Republicana de Mujeres (de Campoamor) o el Liceum Club (presidido por María de Maeztu). Vinculadas a los partidos de izquierda, sobre todo obreros, estaban Mujeres Antifascistas, la Unió de Dones de Catalunya o Mujeres Libres. En los partidos de derecha destacaron la Asociación Femenina de Acción Popular (de la CEDA) o la Sección Femenina (de Falange Española, dirigida por Pilar Primo de Rivera).

Fue, sin embargo, una incorporación lenta, limitada, cargada de problemas y polémicas, incluso entre las propias mujeres, como la ocurrida entre Campoamor y Kent en 1931 en torno a la conveniencia o no de reconocer el derecho de voto{7}. La primera defendió ardientemente que se recogiera en la Constitución, mientras la segunda argumentó que no era el momento, temerosa de que sus votos fueran a parar a los grupos monárquicos y de derecha. Esta desconfianza hacia las mujeres era una idea muy extendida.

3

El movimiento libertario no fue ajeno a estos cambios. En su seno apareció un grupo, Mujeres Libres, que buscó aunar la liberación social y la de la mujer trabajadora. Historiadoras como Mary Nash y Martha Ackelsberg han sido pioneras en su estudio y las principales aportadoras a su conocimiento{8}. De su gestación y sus primeros pasos es de lo que trata en mayor medida este trabajo{9}.

Inicialmente lo que surgió fue una revista, denominada Mujeres Libres, que salió en su primer número el 1 de mayo de 1936. En total fueron 13 los números publicados hasta 1938. Sus fundadoras fueron tres mujeres ilustradas del movimiento anarquista: la poetisa, vanguardista en su juventud, y periodista madrileña Lucía Sánchez Saornil{10}; la polifacética barcelonesa Mercedes Comaposada (montadora de cine, periodista, escritora, profesora, se dice que abogada...); y la médica zaragozana, y divulgadora de buenas prácticas de la salud, Amparo Poch y Gascón{11}.

De las tres mujeres mencionadas Lucía Sánchez Saornil fue el alma de la publicación durante su gestación y durante los primeros meses de andadura. De ella surgió la idea inicial de una revista, a la que llamó Mujeres Libres buscando la síntesis de un proyecto que aunase la liberación social y la de las mujeres trabajadoras. El proyecto lo hizo público en la prensa anarquista en noviembre de 1935, a la vez que rechazaba la oferta de Mariano R Vázquez para que elaborara una página femenina en el periódico Solidaridad Obrera:

«Mis ambiciones van más lejos; tengo el proyecto de crear un órgano independiente.»{12}

Paralelamente estuvo contactando con mujeres de diversas lugares con el fin de recabar apoyos y sentar las bases de la revista, tanto en la redacción como en la difusión por la geografía española. Tenemos una muestra en la correspondencia que sostuvo con una militante anarquista guipuzcoana:

«Me parece que muy bien tus proyectos para interesar a las mujeres. Por mi parte estoy dispuesta a ayudarte en lo poco que mis mermados conocimientos puedan dar de sí.»{13}

Según testimonios posteriores a la existencia del grupo, se ha dicho que hubiera sido más lógico el nombre de Mujeres Libertarias, pero no se atrevieron a esto último por temor a un rechazo de las mujeres{14}. Este temor lo expresaron con frecuencia, como cuando se dirigieron a Federica Montseny:

«Ten en cuenta que no hemos querido darle carácter confesional a fin de que sea más fácil su labor de captación entre mujeres. La palabra anarquía les asusta aún demasiado. Sin embargo, observarás en todo su contenido la orientación libertaria.»{15}

Es posible buscar una explicación en el hecho de que existían en aquella época temores hacia las mujeres, incluso desde las propias mujeres, a las que se creía más vinculadas a las ideologías tradicionales, sobre todo a través de la Iglesia Católica. Lo hemos visto ya en el debate en torno al voto, que provocó, sin embargo, que Clara Campoamor llevara el estigma de ser la responsable de la victoria electoral de los partidos monárquicos y de derecha en 1933, en lo que fue una acusación injusta{16}. Ese temor partía, no obstante, de un hecho innegable, como era la situación social y cultural en que se encontraban las mujeres.

«Intentamos despertar la conciencia femenina hacia las ideas libertarias, de las cuales la inmensa mayoría de las mujeres españolas –muy atrasadas social y culturalmente– no tienen el menor conocimiento.»{17}

Se ha escrito que el analfabetismo afectaba casi al 50% de las mujeres en 1930, aunque en los años siguientes fueran descendiendo los niveles gracias a la mayor incorporación a la escuela de las niñas{18}.

En las cartas que conocemos relacionadas con los inicios de la revista (158, escritas entre marzo y julio de 1936, salvo una, de noviembre de 1935) se reflejan las dificultades con las que se encontraron dentro del propio movimiento libertario o las diferentes, y hasta cambiantes, sensaciones que fueron mostrando quienes participaban en el proyecto. Hay sentimientos de euforia en el primer número, porque la venta había superado las previsiones, pero también de preocupación y cierta decepción en el tercero, porque la venta había bajado y se habían topado con una realidad llena de prejuicios sexistas. Están escritas en su mayoría por personas humildes y expresan la frescura de lo espontáneo, algo que no tiene por qué ser sinónimo de inconsciente. Se detecta sencillez y, con frecuencia, deficiencias formales (ortografía, sintaxis, puntuación...), si bien propias en muchos casos de personas que apenas sabían escribir, cosa, esta última, lógica, dado el origen social, netamente obrero, de la militancia anarquista, y porque en su mayoría quienes enviaban las cartas eran mujeres fuertemente castigadas por la incultura académica y el analfabetismo.

Entre todas estas mujeres merece la pena destacar a tres, voluntariosas y de distinta procedencia geográfica: Trini Urién, de San Sebastián; Mª Luisa Cobos, de Jerez de la Frontera; y Josefa de Tena, de Mérida. Las tres eran corresponsales (Mª Luisa Cobos decía de sí misma «corresponsala»), es decir, encargadas de la distribución de la revista en su zona, y Trini Urién y Mª Luisa Cobos ya habían conocido la publicación de artículos sobre la mujer en la prensa anarquista. Las tres mujeres también ofrecieron información acerca de problemas o conflictos existentes en sus lugares de residencia. De Trini Urién intentó pacientemente Lucía Sánchez, sin conseguirlo, que le diese información acerca de los pescadores guipuzcoanos. Josefa de Tena envió detalles de la huelga de trabajadoras textiles habida en su comarca.

De Mª Luisa Cobos{19} es de la que tenemos mayor número de cartas, que eran también las más extensas y las que reflejan con mayor crudeza la realidad de las mujeres de su tiempo y de su clase. Llegó a relatar sus andanzas como dirigente de un sindicato de mujeres en Jerez, adscrito a la CNT y al que denominaron Sindicato de Emancipación Femenina. Pero también hay una denuncia del sexismo de los compañeros, incluido el de las relaciones en el ámbito doméstico. Suyas son estas líneas:

«Mi compañero, que lo es en todo, en sus mejores momentos es el macho, es el Amo. Sólo es que yo le corrija una falta de ortografía y en aquel momento soy su mayor enemiga. Te digo que son todos igual. De harta que estoy me entran ganas de gritar. A veces cojo la pluma y cuando llevo un gran número de cuartillas las rompo y veo cuán inútil soy en el momento que me aprisionan las más dulces cadenas, las más sublimes, pero en el fondo cadenas. Deseo a veces que me procesen y me manden lejos donde no pueda ser dirigida, pues contra la sociedad entera se puede una rebelar, pero contra los pequeños tiranos, no. Lo has observado tú, no quieren ellos que seamos libres, nos subyugan en todo momento. Lo vemos nosotras y lo ven también los contrarios.»{20}

Ante las dificultades para la distribución de la revista en Barcelona llegaron a solicitar la ayuda de carácter organizativo a Diego Abad de Santillán, director de la revista Tiempos Nuevos y uno de los dirigentes anarquistas más reconocidos del momento. En su nombre, y para intentar paliar el problema, jugó un papel destacado Lola Iturbe (más conocida en esos años como Kyralina):

«Te aseguro que estábamos muy descorazonadas de Barcelona (...). Que tú te hayas solidarizado tan cordialmente con nosotras nos ha resuelto dos necesidades fuertemente sentidas: la primera, asegurarnos la difusión en Barcelona.»{21}

Relacionada con este problema estuvo la carta enviada, en tono muy duro, al director del periódico Solidaridad Obrera{22}, que era entonces el de mayor tirada del movimiento:

«No sabemos qué interpretación dar a vuestra conducta para con nosotras. Te hemos enviado un anuncio de nuestra revista, sujetándolo a tarifa para no robar espacio gratuitamente al periódico; te hemos remitido dos ejemplares de nuestra revista, esperando hallar en las columnas de nuestra SOLI la acogida que, por el esfuerzo desinteresado a que nos entregábamos, creíamos tener derecho. Te hemos remitido también un aviso que hubiera simplificado mucho nuestro trabajo de administración, ya que nos evitaba tener que contestar particularmente a la abrumadora cantidad de pedidos que se nos hacen. Y todo ello ha sido contestado con el mas desesperante de los silencios.»{23}

No faltaron ofrecimientos de colaboración, en su mayoría hechos por mujeres, tanto individuales como desde los distintos grupos del movimiento anarquista. Pero denegaron las colaboraciones escritas hechas por varones{24}, un hecho que partía del deseo de hacer el trabajo intelectual de la revista sólo por mujeres, pero que, como veremos en otra parte del trabajo, también obedecía a la falta de idoneidad por parte de los varones a la hora de trasmitir el problema de la mujer:

«Sabemos por experiencia que los hombres, por muy buena voluntad que pongáis, difícilmente atináis en el tono preciso.»{25}

La elaboración intelectual de la revista Mujeres Libres fue, por tanto, exclusiva de mujeres. Además de las redactoras, hubo colaboraciones desde el principio de figuras como la anarquista norteamericana de origen ruso Emma Goldman o la entonces joven escritora y poetisa Carmen Conde, que muchos años después, en 1978, se convertiría en la segunda mujer que ingresó en la Academia de la Lengua. Más tardías, ya durante la guerra, fueron las colaboraciones de Federica Montseny y la activista Lola Iturbe (que firmaba como Kyralina).

En el fondo de todo ello aparecía siempre una idea: la capacitación de las mujeres por sí mismas, la adquisición de la cultura y/o educación necesarias como requisito imprescindible para lograr la transformación social. Las alusiones al déficit que las mujeres tenían en relación a los varones fueron frecuentes y claras y antepusieron esa necesidad de capacitación por encima de otra cosa:

«Verás que no es un periódico de lucha, sino un periódico de orientación. Antes de que la mujer entre en batalla hay que enseñarla a ver con ojos nuevos.»{26}

Esa prioridad la mantuvieron hasta el final, cuando buscaban el reconocimiento por parte de las otras organizaciones del movimiento libertario:

«Afirmamos también que el estado intelectual y moral de la mujer necesita una formación aparte, tan rápida, tan acelerada, como las circunstancias lo imponen y lo necesita la revolución en marcha.»{27}

Ante las dificultades que tenían para llevar a cabo sus proyectos intentaron buscar apoyos en aquellas mujeres que por su formación podían aportar su ayuda:

«Atraer a nuestros medios un grupo grande de mujeres cultura media que nos son muy preciosas para emprender esta labor de educación general femenina.»{28}

Pero cuando hablaban de capacitar, no lo hacían con un fin en sí mismo, sino para atraer, para captar. Pero teniendo en cuenta la valoración que hacían de las circunstancias en que vivían las mujeres, veían necesario actuar con mucha cautela:

«Queremos una cosa puramente educativa, no de combate, porque esta condición es la primera para la mujer; una revista que, conservando la amenidad suficiente para hacerla agradable, vaya enseñando a la mujer los nuevos conceptos de la vida, los conceptos más puros libertarios sin que ellas lo adviertan.»{29}

4

En el plan de Lucía Sánchez Saornil estaba la creación de instrumentos para que las mujeres aprendieran a actuar por sí mismas en la lucha liberadora. La revista sería el primero:

«No quedará todo en la revista.»{30}

Y las organizaciones específicas de mujeres serían el paso siguiente. Así lo expresó en varias cartas y así volvió a hacerlo al año siguiente:

«Inmediatamente comenzamos a planear la segunda parte de nuestro proyecto. A cargo de una compañera corrió un ciclo de conferencias que se pronunciaron en varios ateneos libertarios y cuando comenzamos la creación de grupos de cultura que habían de ser las bases más amplias de una acción de porvenir, estalló el levantamiento militar.»{31}

El hecho de que las mujeres fueran accediendo en mayor grado a la esfera de lo público durante estos años tuvo su repercusión también en el interés que los distintos grupos políticos pusieron tanto por reclutarlas como militantes o afiliadas como en su captación a la hora de conseguir el voto. Estos cambios fueron tenidos en cuenta por Lucía Sánchez Saornil y de ahí que se quejara de la actitud de muchos compañeros de la CNT:

«¿No debería [la CNT] tener otro millón, cuando menos, de simpatizantes entre las mujeres? ¿Qué trabajo costaría entonces organizarlas si se estima necesaria su organización? Como vemos, no está ahí la dificultad, la dificultad está en otra parte: en la falta de voluntad de los propios compañeros.»{32}

Cuando se propuso dar los pasos de crear una revista y una organización de mujeres, estaba concretando la forma de manifestar el deseo de aprovechar la ocasión para iniciar un cambio de actitud en el movimiento libertario hacia la integración de las mujeres en la lucha. Teniendo en cuenta que los otros grupos políticos no estaban perdiendo el tiempo en la captación de mujeres, desde el movimiento libertario había que hacer lo propio:

«En España, después del advenimiento de la República, se había establecido entre los Partidos Políticos un verdadero pugilato de captación, [aunque] sólo las organizaciones anarquistas no habían sentido o no habían sabido comprender toda la importancia de esta labor.»{33}

Este primer paso, en los tres primeros números de la revista, se daría, si embargo, en un contexto diferente al segundo, ya que la guerra civil marcó un antes y un después. Fue durante el conflicto bélico, desencadenante de un profundo y diverso proceso revolucionario, cuando nació Mujeres Libres como organización. El núcleo principal fue el que se formó en 1935 en torno a la revista, con Lucía, Mercedes y Amparo, y que estaba radicado en Madrid. Paralelamente se había formado en Barcelona el Grupo Cultural Femenino, también en 1935, integrado por mujeres que, según testimonios de algunas de sus protagonistas hechos bastantes años después, eran más inexpertas y con menor capacitación. Era el caso de veteranas del anarquismo, como Pilar Granjel y Áurea Cuadrado, junto con otras como Nicolasa Gutiérrez, las hermanas Apolonia y Felisa de Castro o la joven Conchita Liaño, entre otras{34}. Aunque los dos núcleos sabían de su existencia mutuamente, no llegaron a contactar hasta empezada la guerra, cuando acabaron conformando junto con otros grupos de la provincia de Madrid y de Guadalajara, quizás en setiembre, lo que ya sería la organización Mujeres Libres. Según Mary Nash se extendió prácticamente por todas las provincias del bando republicano, llegando a alcanzar unas 20.000 afiliadas. En agosto de 1937 celebraron el congreso fundacional en Valencia, por entonces capital del bando republicano, constituyéndose formalmente la Federación de Mujeres Libres. La revista, con el mismo nombre, sería su órgano de expresión.

Su influencia social fue relevante: en el campo de la educación y de la cultura, a través de sus publicaciones y fundando el Casal de la Dona Treballadora en Barcelona, institutos en Madrid y Valencia o numerosas escuelas de alfabetización y formación elemental; en la economía, fomentando la incorporación de las mujeres al trabajo extradoméstico; en la guerra, como milicianas en los primeros momentos y en acciones de solidaridad posteriormente; en la sanidad, con campañas por la higiene, la sexualidad responsable, contra la prostitución, &c.

Un hecho de gran importancia en la breve historia de Mujeres Libres fue el intento de ser reconocidas como la cuarta rama del movimiento libertario, junto a la CNT, la FAI y la FIJL, para lo cual se celebró un pleno de dichas organizaciones en octubre de 1938. No lo consiguieron, pese a sus esfuerzos y pese a la ayuda que prestaron anarquistas influyentes como Emma Goldman{35}. Se ha buscado como explicación más recurrente la incomprensión en el seno del movimiento hacia los objetivos y las formas organizativas de Mujeres Libres. Se ha destacado también por parte de Jesús López Santamaría{36} que la mayor beligerancia partió de la FIJL, con quien se disputaba la militancia más joven.

5

Mujeres Libres fue un grupo de mujeres con unos planteamientos ideológicos y organizativos muy avanzados en su tiempo. También fueron peculiares, por no decir que únicos, pues ninguna otra organización de mujeres llegó a formularlos. Aunaron la liberación social, desde la vertiente anarquista, con la liberación de las mujeres. Hoy los caracterizamos categóricamente como feministas{37}, pero ellas lo rechazaron. ¿Por qué? Existía una idea muy extendida en el movimiento libertario mediante la cual se identificaba el feminismo con el sufragismo, algo que, como es lógico, no era propio del anarquismo{38}. El hecho de que los grupos confesamente feministas estuvieran integrados casi exclusivamente por mujeres de las clases medias y altas reforzaba la idea de su caracterización tanto de interclasista como burgués. Pero fueron críticas también hacia las organizaciones vinculadas a los partidos obreros, en especial hacia Mujeres Antifascistas, en la órbita del PCE. Este otro tipo de lucha de las mujeres, al que también identificaron como feminismo, lo desecharon porque estaba controlado por los varones y por ser fuente de poder.

El empleo frecuente del término «mujer» o «mujeres», a secas, que hay que interpretarlo en el sentido más amplio de «mujeres trabajadoras». Ese empleo de lo genérico (hombre/mujer) ha sido algo corriente en el pensamiento anarquista, que ha partido de la premisa de que la liberación social ha de basarse en el respeto de la individualidad frente a cualquier forma de poder (estado, propiedad, &c.){39}. Para las promotoras de Mujeres Libres la mujer era un sujeto revolucionario más que debía participar en su propia liberación como género y dentro del conjunto de la clase obrera.

Lucía Sánchez Saornil, de quien sabemos más, porque se prodigó más, bebió fundamentalmente de dos influencias: una, la tradición anarquista, defensora del individuo frente a todo tipo de dominación y de un modelo social igualitario. Una tradición donde también habían surgido personas, grupos y planteamientos que denunciaban la situación de las mujeres y reivindicaban la igualdad entre los géneros. En Barcelona ya había surgido en 1891 una Agrupación de Trabajadoras y durante los años 20 fueron apareciendo otros sindicatos formados por mujeres. Teresa Claramunt, luchadora infatigable, llegó a escribir a finales del siglo XIX:

«Nuestra dignidad como seres pensantes, como media humanidad que constituimos, nos exige que nos interesemos más y más por nuestra condición en la sociedad. En el taller se nos explota más que al hombre, en el hogar doméstico hemos de vivir sometidas al capricho del tiranuelo marido.»{40}

Dentro de esa tradición Lucía Sánchez Saornil tuvo que hacer frente, aunque no directamente, a las posiciones de otra mujer, con una fuerte personalidad y un gran prestigio dentro del movimiento anarquista, como era Federica Montseny, que negó el problema específico de la mujer, proponiendo como salida la autosuperación individual de la mujer («necesitamos afirmarnos en nosotras mismas», escribió){41}. También intentó superar lo que consideraba que era una insuficiencia, ante los intentos de algunos compañeros por incorporar a las mujeres a la organización y a la lucha, cuando planteaba que para entender el problema de la mujer debía partir de un cambio en el concepto de mujer:

«Hay muchos compañeros que desean sinceramente el concurso de la mujer en la lucha; pero este deseo no responde a la modificación de su concepto de mujer.»{42}

Muestras de este interés fueron el propio ofrecimiento de Mariano R. Vázquez a Lucía Sánchez Saornil para que se encargara de una página femenina en Solidaridad Obrera, la página que publicaba Tierra y Libertad a cargo de Lola Iturbe «Kyralina», los numerosos artículos favorables a las mujeres que aparecieron en las distintas publicaciones anarquistas de militantes o simpatizantes como Antonio Morales Guzmán, Mariano Gallardo Nieva, Santiago Valentí Camps, &c.

La otra influencia era la teoría de la diferenciación de los sexos, tan en boga en esos años en algunos círculos intelectuales{43}. Entre sus principales difusores estuvo el médico Gregorio Marañón, que la utilizó desde una orientación conservadora y determinista con el fin de justificar la relegación de las mujeres al hogar como esposas y madres. Esta teoría también llegó a algunos círculos anarquistas, en concreto en la revista Estudios, donde Santiago Valentí Camps defendió que la mujer disponía de una mayor sensibilidad por las cosas, un sentido más estético y hasta un mayor pragmatismo y donde en mayo de 1936 se dijo que, no existiendo inferioridad intelectual de la mujer, su inteligencia era de otro tipo, a la que se atribuían facultades pasivas como la abnegación, la emotividad, la intuición, la dulzura o la sensibilidad. Lucía Sánchez Saornil fue clara en su interpretación emancipadora: consideraba que la marginación era una construcción social desarrollada en la historia, a lo que añadió la distinción entre errores masculinos y valores femeninos. Entre los primeros estarían:

«Exceso de audacia, de rudeza, de inflexibilidad (…), <que > han dado a la vida este sentido feroz por el que los unos se alimentan de la miseria y el hambre de los otros.»{44}

De los segundos, los valores femeninos, planteaba que había que aprender:

«La ausencia de la mujer en la Historia ha acarreado la falta de comprensión, de ponderación y afectividad, que son sus virtudes.»{45}

¿Cómo llamaron a eso? Federica Montseny había utilizado en los años 20 el término humanismo para oponerlo al de feminismo. Conscientes estas mujeres de que la civilización masculina estaba llegando a su fin, plantearon también la superación del feminismo, para lo que hicieron uso del término humanismo integral, originario de Francia{46}. Esa superación debería basarse, en lo que quizás sea una de las claves del pensamiento innovador de Mujeres Libres, en el reconocimiento de que había un «complejo diverso», el formado tanto por mujeres como por varones, pero en el que era necesario que las mujeres actuaran autónomamente, es decir, con su identidad propia:

«Mujeres Libres quiere (...) hacer oír una voz sincera, firme y desinteresada: la de la mujeres; pero una voz propia, la suya.»{47}

De esto se deriva un hecho de importancia: la defensa que hacían en Mujeres Libres de la diferencia entre los géneros y de que las mujeres se dotaran de una voz propia lo que hay es un claro ejercicio de autoestima colectiva:

«Nos ha emocionado tu carta al ver cómo la mujer se interesa ya por sí misma. Bastante tiempo se ha interesado ya por los demás. Era hora de que estuviera en el concierto de los comunes intereses.»{48}

Y aquí, quizás, se puede encontrar unas de las claves de la incomprensión sufrida desde buena parte de las personas que componían en movimiento libertario. Montseny habló de autoestima de las mujeres desde el esfuerzo individual como medio para equiparse con los varones. Las intenciones de Lucía Sánchez Saornil y sus compañeras eran un claro exponente de la lucha contra el modelo social dominante, incluyendo la dimensión de género, y sobre el papel que debían jugar las mujeres en una sociedad nueva, pero desde la autoestima colectiva. Toda una apuesta arriesgada en un contexto difícil: oponerse al orden social establecido y con éste, al orden patriarcal, pero también oponerse tanto a los planteamientos que podemos considerar «oficiales» del movimiento libertario como a la mentalidad y los hábitos sexistas tan extendidos en el mundo de lo cotidiano. Todo un compendio de transgresión ideológica y social.

En suma, una experiencia histórica peculiar, por ser única y adelantada a su tiempo, pero bonita, meritoria y digna, en la medida que sus protagonistas anhelaban un mundo mejor, donde varones y mujeres actuaran por igual y entre iguales. Por ello merece la pena conocerlas y recordarlas.

Bibliografía y documentación

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Notas

{1} Moreno (2001).

{2} Tuñón de Lara (1984), Fuentes (1980), Mainer (1989) y Puelles Benítez (1991).

{3} Litvak (1998 y 2001).

{4} Tavera (2005).

{5} Varios autores (1989) y Gutiérrez Molina (1998 y 2001).

{6} Nash (1989) y Folguera Crespo (1997).

{7} Fagoaga y Saavedra (1986).

{8} Nash (1976 y 1981) y Ackelsberg (1999).

{9} Montero Barrado (2003).

{10} Martín Casamitjana (1996).

{11} Rodrigo (2002).

{12} Carta de Lucía Sánchez Saornil a Mariano R. Vázquez, director de Solidaridad Obrera, con fecha 8-11-35, citado en Nash (1976).

{13} Carta de Trini Urien, de San Sebastián, 19-11-35, PSM-AGGCE. Las siglas se refieren a la sección Político-Social Madrid del Archivo General de la Guerra Civil Española, ubicado en Salamanca. Los números de las carpetas de todos los documentos de este archivo pueden verse en Montero Barrado (2003).

{14} Varias autoras (1999).

{15} Carta a Federica Montseny, mayo de 1936, PSM-AGGCE.

{16} Fagoaga y Saavedra (1986) y Villaláin García (2000).

{17} Carta a Emma Goldman, 17-4-36, PSM-AGGCE

{18} Nash (1989) y Folguera Crespo (1997).

{19} Mª José Ruiz Piñero está trabajando en una biografía de esta luchadora jerezana, para lo que ha recopilado una información interesante.

{20} Carta de Mª Luisa Cobos, julio de 1936, PSM-AGGCE.

{21} Carta a Lola Iturbe, 15-5-36, PSM-AGGCE.

{22} En esos momentos el director del periódico era Manuel Villar, siguiendo a Casanova (1997).

{23} Carta al director de Solidaridad Obrera, 28-5-36, PSM-AGGCE

{24} Se conocen cuatro ofrecimientos de colaboración, dos de ellos, Antonio Morales Guzmán y Mariano Gallardo Nieva, de militantes anarquistas que habían tratado el problema de la mujer desde una perspectiva favorable.

{25} Carta a Hernández Doménech, 27-5-36, PSM-AGGCE.

{26} Carta a Luisa García, 18-6-36, PSM-AGGCE.

{27} Dictamen del Pleno Nacional de Mujeres Libres, sin fecha, posiblemente de otoño de 1938, PSM-AGGCE.

{28} Carta a Martín Pago 4–7-36, PSM-AGGCE.

{29} Carta a Santiago Álvarez, 18-6-36, PSM-AGGCE.

{30} Carta a Pedro Vicéns, 4-6-26, PSM-AGGCE.

{31} Lucía Sánchez Saornil: «La mujer en la Guerra y en la Revolución», citado en Varias autoras (1999).

{32} Carta de Lucía Sánchez Saornil a Mariano R. Vázquez publicada en Solidaridad Obrera, con fecha 26-9-35, citado en Mary Nash (1976).

{33} Razones de existencia de «Mujeres Libres», octubre de 1938, PSM- AGGCE

{34} Testimonios de Soledad Estorach y Conchita Liaño, en Varias autoras (1999).

{35} Hay testimonios en esa dirección de Sara Berenguer y Pepita Carpena en Varias autoras (1999).

{36} López Santamaría (1991).

{37} Mary Nash (1999) se ha referido a este feminismo como anarcofeminismo, en la medida que aúna la liberación de las mujeres como el anarquismo. En la obra ya citada del autor de este trabajo (2003), además de utilizar en el título también este término, se alude a un feminismo implícito.

{38} Nash (1975), Ackelsberg (1999) y García-Maroto (1996).

{39} Como muestra, las palabras de la propia Lucía Sánchez Saornil: «para un anarquista antes que todo y por encima de todo está el individuo» (Solidaridad Obrera, 15-10-35).

{40} Teresa Claramunt, «A la mujer», revista Fraternidad, Gijón, 1899, citado en Horowitz (1996)..

{41} Nash (1976).

{42} Carta de Lucía Sánchez Saornil a Mariano R. Vázquez, publicada en Solidaridad Obrera el 2-10-35, citado en Mary Nash (1976).

{43} Nash (1999) y Ackelsberg (1999).

{44} Editorial de Mujeres Libres, n. 1, mayo de 1936, PSM-AGGCE.

{45} Editorial de Mujeres Libres, n. 1, mayo de 1936, PSM-AGGCE.

{46} En el editorial del primer número se hacía referencia a que el término había sido acuñado por el periodista francés Leopoldo Lacour. Ya en 1908 se había publicado en Barcelona la obra de este escritor Humanismo integral: el duelo de los sexos. Federica Montseny, a su vez, ya lo había utilizado en 1924 en el artículo «Feminismo y humanismo» del número 33 de la Revista Blanca.

{47} Editorial de Mujeres Libres, n. 1, PSM-AGGCE.

{48} Carta de Lucía Sánchez Saornil a Mª Luisa Cobos, junio de 1936, PSM-AGGCE.

 

El Catoblepas
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