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El Catoblepas, número 95, enero 2010
  El Catoblepasnúmero 95 • enero 2010 • página 4
Los días terrenales

Evocación de José María Laso

Ismael Carvallo Robledo

Ante la muerte de José María Laso (1926-2009)

José María Laso Prieto

«El sabio estoico no se propone una vida “sin desarrollo de vida”, sino una vida absolutamente dinámica, lo que responde ya a su propia concepción de la naturaleza, que es la concepción heracliteana, dinámica, viva, en desarrollo, mientras que para los epicúreos es la mors immortalis, como dice Lucrecio, el átomo, el principio de la concepción de la naturaleza, y en vez de la “vida activa” se representa como ideal de vida el ocio divino, por oposición a la divina energía de Aristóteles.» (Carlos Marx y Federico Engels, La ideología alemana.)

I

No fue hasta los X Encuentros de Filosofía de Gijón de 2005 cuando conocí personalmente a José María Laso Prieto. Ya había tenido noticia suya, algunos años antes, cuando, además de la lectura de sus artículos en El Catoblepas, tuve ocasión de encontrar en el Ateneo de Madrid un ejemplar de su espléndida Introducción al pensamiento de Gramsci, habiendo sido de altísimo interés para mí la lectura del prólogo del profesor Gustavo Bueno, titulado «El materialismo histórico de Gramsci como teoría del Espíritu objetivo».

E importante fue también el descubrimiento de ese potente compendio dialéctico Laso-Gramsci-Bueno, pues no fue otra sino la de Gramsci, desde interpretaciones británicas (Perry Anderson, Robert Cox), la vía por la que tuve el primer contacto con el marxismo y con la racionalidad materialista en general. Las interpretaciones sistemáticas de Bueno y Laso sobre él y su obra, por tanto, además de iluminarlos desde nuevas coordenadas filosóficas (las del materialismo filosófico español), desplazaron mis horizontes de entendimiento sobre cuestiones de ontología política.

Al conocer a Laso en persona, se encontraba ya con una notable afectación física, siendo la de caminar su principal dificultad. Por la señal y noticia que tenía ya de él, era la persona que, junto con el profesor Bueno, suscitaba mayor fascinación para mí conocer. Procuré estar cerca de él lo más posible. Laso era de esa clase de personas que, para todo hispanoamericano como yo, inspiran de inmediato una muy peculiar ternura, remitiéndonos a la figura del abuelo español que no deja de hablar de política y de la revolución un segundo. Juan Francisco Casero Lambás, de Tribuna Ciudadana, estaba también, de manera permanente, cercano a Laso. Fue también un placer haberlo conocido.

En uno de los descansos del Encuentro, me acerqué al grupo de Laso para ir a tomar un aperitivo. Casero Lambás y algunos otros (entre ellos, si mal no recuerdo, Fernando López Laso), lo acompañaban. Era Laso como siempre el punto de referencia de la improvisadísima y entrecortada charla. Engarzaba su discurso en cualquier momento y sobre cualquier tema con solvencia y firmeza en sus planteamientos, mostrando la solera de los buenos conversadores españoles que con tanta distinción y decoro se destacan para oídos americanos. En esa ocasión, a propósito de no recuerdo bien qué punto de la charla, Laso dijo que, para él, tres habían sido los más grandes dirigentes militares del siglo XX: Winston Churchill, José Stalin y Juan Negrín.

Por la noche, y fiel a mi propósito de mantenerme cerca de Laso, volví a incorporarme al grupo que de entre los que se formaban de manera dispersa al acabar las sesiones, hubo de concentrarse en torno suyo: éramos Casero Lambás, Silverio Sánchez Corredera, los hermanos López Laso y yo. Decidimos entrar en un restaurante, situado en la plaza contigua a la Colegiata del Palacio de Revillagigedo, de nombre el Entre Plazas. La dinámica, como era de esperarse, se repitió: una charla nutrida y amena, con temática y anécdotas de índole variada (del 23F, la transición y la dimisión de Adolfo Suárez, a la filosofía moral de Gustavo Bueno y el problema ontológico político de la pena capital) y con una sutil orquestación de Laso, quien solía acotar el curso de las intervenciones de uno y de otro con puntualizaciones o matizaciones siempre interesantes, y muchas veces de gran humorismo, como cuando recordó que, de las cosas más importantes que había aprendido en Rusia, la de beber vodka en grandes cantidades se destacaba de manera significativa, habiendo sido en particular ardua la faena –por necesidad de mantener “la antorcha española”– de aguantar a un camarada del PCUS en su empeño por terminarse, mano a mano, una botella de vodka todas las noches con él.

La tertulia cobró tal interés y cautivación para mí –pocas cosas tan estimulantes, no sólo para el entendimiento, sino para el oído, que una buena e inteligente tertulia con españoles o con cubanos– que tomé provecho de las cintas y la grabadora que llevaba conmigo para guardar registro de lo que, en efecto, ha quedado consignado como la inolvidable “Tertulia del Entre Plazas” con Laso y amigos.

De aquéllos Encuentros no recuerdo haber podido convivir mucho más con él, de no ser por la coincidencia en la sala de conferencias o a la salida de las sesiones. Recuerdo que sus dificultades de desplazamiento ocasionaban los problemas habituales para llevarlo al automóvil o de un lado a otro, lo cual impidió que, por lo menos en mi caso, se pudieran haber dado nuevamente tan entrañables convivencias con Laso.

II

En los XI Encuentros de Filosofía de Gijón de 2006 volví a encontrarme con él. En esa ocasión, en virtud del hecho de que los Encuentros estaban dedicados a cuestiones hispanoamericanas, venía acompañado por dos colegas mexicanos en calidad de ponentes: Carlos Tello y Félix Martínez. Las problemáticas elecciones mexicanas de 2006 habían tenido lugar muy recientemente, y fueron pocos los días que pudimos estar en Asturias.

Mi convivencia con Laso en estos Encuentros fue menor, lo que no implica que no lo haya saludado o que no haya conversado con él.

Recuerdo en todo caso que fuimos a visitarlo, a su oficina del Partido Comunista, Gustavo Bueno Sánchez, Carlos Tello, Félix Martínez y yo. Cuando entramos por el estrecho pasillo en cuyo fondo está dispuesta la biblioteca y a cuyo costado estaba el despacho de Laso, advertimos que no se había percatado de nuestra presencia sino hasta poco tiempo después, y esto era así porque Laso estaba concentrado, como imagino que hizo sistemáticamente a lo largo de toda su vida y día con día, en la redacción de su próximo artículo.

Una vez que nos saludamos, nos mostró con orgullo evidente su fantástica biblioteca, regalándonos después unos ejemplares dedicados de dos ediciones especiales, una con artículos suyos, otra con artículos sobre él, de reciente aparición.

III

Para la duodécima convocatoria de los Encuentros, en 2007, no tuve posibilidad de asistir, así que no fue sino hasta la siguiente edición de los mismos, al año siguiente, cuando lo vi por última vez. Fue en la residencia especial de la ciudad de Oviedo, en julio de 2008.

Después de las actividades tanto de los Encuentros como del resto de cosas organizadas por mi querido amigo Gustavo Bueno Sánchez, y teniendo ya noticia con antelación sobre la recaída de Laso y de su internamiento hospitalario, fuimos pues a visitarlo poco antes de mi partida.

Lo encontré con la misma tenacidad, lucidez y firmeza, y con muchos kilos de menos. Para esos momentos estaba en el aire la posibilidad de poner en marcha, bajo mi dirección, la revista del Partido de la Revolución Democrática del DF, en la ciudad de México. Tenía preparado ya el primer número, que contaba con un artículo de Laso, El Marxismo y su historia, que aparece a su vez en el número 88 de El Catoblepas y del que dispuse con su autorización.

Desafortunadamente y por razones diversas, la revista no pudo ver nunca la luz, aunque no perdí la oportunidad de comentarle a Laso sobre los pormenores del proyecto en los momentos que estuve con él.

Y con la misma persistencia, aunque acaso ya no dentro de un esquema regular de redacción de artículos y ensayos, Laso escribió un artículo en La Nueva España comentando los Encuentros de filosofía que habían tenido lugar, añadiendo con extrema generosidad una mención a la visita que Gustavo Bueno Sánchez y yo le hicimos por aquéllos días. Al despedirme, me dijo que no dejara de luchar nunca por el marxismo.

Cualquiera que quiera saber quién fue José María Laso Prieto, debe leer el bello y grave artículo que, en su honor, Gustavo Bueno redactó para el libro En Homenaje a José María Laso, editado en 1998 por Tribuna Ciudadana, en Oviedo, y que puede encontrarse en la página electrónica de la Asociación Cultural Wenceslao Roces bajo el título José María Laso.

La expectativa y admiración extraordinarias con las que me fue dado conocer a Laso en 2005, se deben única y exclusivamente a la potencia y a la lucidez poética con las que su figura fue bosquejada por quien, junto con él, configuran una relación humana que es imposible no parangonar, por cuanto a la belleza estoica de su amistad, con aquella conformada por Carlos Max y Federico Engels.

Aunque fue muy poco el tiempo y muy tardía la ocasión en la que me fue dado conocerlo, su figura y su impronta, además de todo su trabajo, han sido no obstante para mí tan entrañables como definitivas.

Creo que la imagen que mejor recuerdo de él, y que nunca olvidaré, es aquella en la que lo vimos, en sus oficinas del PCE, redactando uno más de sus artículos, con la espalda y la cabeza ya muy inclinadas, pero con la firmeza y el empeño intactos: el universo, mudanza; la vida, firmeza. ¡Aquí hay un hombre!

Murió el mismo día en que yo nací, hace exactamente treinta y cinco años.

 

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