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El Catoblepas, número 95, enero 2010
  El Catoblepasnúmero 95 • enero 2010 • página 15
Comentarios

El Ateneo de la Juventud en la Universidad y en la Secretaria de Educación Pública (1920-1924):
notas para un estudio

Raúl Trejo Villalobos

Vasconcelos, Caso y Henríquez Ureña intervinieron en la fundación del Ateneo en 1909 y mantuvieron el proyecto desde sus nuevas responsabilidades

José Vasconcelos (1882-1959)Pedro Henríquez Ureña (1884-1946)Antonio Caso (1883-1946)

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Considero pertinente iniciar refiriendo alguna bibliografía para justificar el título del presente texto, independientemente de que la pueda hacer, a la vez, como parte de un estado de la cuestión sobre el Ateneo de la Juventud.

La bibliografía es la siguiente: Revolution and Renaissance in Mexico: El Ateneo de la Juventud, de John S. Innes; Gabino Barreda, Justo Sierra y el Ateneo de la Juventud, de Martín Quirarte; y, El Ateneo de la Juventud y la Revolución, de José Rojas Garcidueñas, publicados en la década de los setenta. Además, El ateneo de México (1906-1914). Orígenes de la cultura mexicana contemporánea, de Alfonso García Morales; El ateneo de México, de Álvaro Matute; y, La revuelta: interpretación del Ateneo de la Juventud (1906-1929), de Fernando Curiel Defossé, publicados en la década de los noventa. Por último, e independientemente de las dos ediciones de Las Conferencias, Nosotros, la juventud del ateneo de México, de Susana Quintanilla, publicado hace apenas algunos meses.

Como podrá advertirse por los títulos –y, obviamente, por sus contenidos–, a excepción del libro de Fernando Curiel, los demás tienen como marco de referencia los primeros años del Ateneo, los años de la juventud –pese a que Vasconcelos haya manifestado su inconformidad por llamársele así–. Otra cuestión que prevalece en estos, en mayor o en menor medida, radica en saber cuántos y quiénes conformaron la Asociación Civil fundada en 1909. Vistas así las cosas, parte de la justificación del título, tiene que ver con el hecho de que, a mi parecer, además del ateneo de la juventud, también hay uno de la madurez y otro más, el de la senectud, adoptando la terminología de Ortega y Gasset. Desde este punto de vista, cabe llamar la atención sobre la cuestión de que, no obstante que la conferencia «Gabino Barreda y las ideas contemporáneas» y el ensayo «Pasado inmediato» son fuentes primarias, también son, a la vez, una conferencia de un joven Vasconcelos y un ensayo del maduro Reyes. Dicho en otros términos: un escrito tiene necesariamente una connotación hacia el futuro, lo porvenir; mientras que el otro hacia el recuerdo, la remembranza.

Por otro lado, una última bibliografía: José Vasconcelos. Los años del águila (1920-1925), de Claude Fell, publicado a fines de los ochenta. Una posible lectura, de las múltiples que pueda tener este texto, consistiría en considerar que lo hecho en esos años es tarea de una persona, de José Vasconcelos. Esta sería una lectura a lo Carlyle, según la cual considera que la historia la hacen los héroes. Hay, sin embargo, otra lectura de la historia, la cual consiste en que la historia la hacen las generaciones, según Ortega y Gasset.

He aquí el por qué del título y la idea central de este comentario: sin restarle, en lo absoluto, ningún mérito a Vasconcelos y aun a pesar de las querellas entre éste y Antonio Caso y Henríquez Ureña, considero apropiado y deseable ver a la Universidad y la creación de la Secretaria de Educación, en estos años, además que como una preocupación vasconceliana, también como una tarea y una ocupación de la generación. Es, pues, parte de la obra del ateneo de la madurez.

Ahora bien, cabe advertir que esta idea, la de la edad de las generaciones aplicadas a la historia cultural de México, no es nada nuevo. En este sentido, solo cabe recordar que Luis González y González lo aborda en su libro La ronda de las generaciones; y, además, Enrique Krauze, en dos ensayos: «Cuatro estaciones de la cultura mexicana» y «Los últimos nihilistas: una lectura generacional de la crisis universitaria». El problema con estos textos, con respecto a lo que vengo señalando, radica en que el marco de referencia histórica es más general. En efecto, mientras que el primero considera desde la generación de la reforma hasta la generación del 15 y en un sentido amplio de la historia, el de Krauze, aunque lo refiere a la cultura, de todos modos es general en el sentido que abarca casi todo el siglo XX. Finalmente, aunque el segundo ensayo de Krauze, está referido específicamente a la universidad, también es general en el sentido que abarca el todo el siglo –esto, dicho sea de paso, independientemente que tenga cierta orientación que, en lo particular, no es del todo aceptable, según mi punto de vista–.

En síntesis: así como dijo García Maynez sobre Vasconcelos en cuanto que todavía no se había escrito el libro sobre el Ulises Criollo, en su «Oración fúnebre», también puedo afirmar que el libro sobre la historia de la generación del ateneo, en sus respectivas etapas, aun no se ha publicado{1}. Es decir: el ateneo de México no es solamente su juventud sino que también es su madurez y su senectud, por un lado; y, por otro, lo que se hizo en la Universidad y en la Secretaria de Educación no es obra solamente de un hombre sino también de una generación. Y, lo que es más, si ya se han hecho apuntes sobre la historia de la generación, aun hace falta enfatizar no solamente en el inicio de la década de los veinte sino también en las décadas sucesivas.

2

Ya centrados en la cuestión del ateneo en la Universidad y en la Secretaria de Educación, lo que presento enseguida no son sino sólo algunos trazos. Por principio de cuentas, la siguiente pregunta: ¿Quiénes de los que estuvieron en la asociación civil fundada en 1909 y en las Conferencias del Centenario vuelven a aparecer en estos años? Respuesta: tres de «los cuatro grandes»{2}, es decir: Vasconcelos, Caso y Henríquez Ureña. El caso de Reyes, es asunto aparte. Quiero decir, estuvo de otra manera.

Si bien es cierto que, cosas que ya de alguna manera se saben, Antonio Caso pasó a ocupar la rectoría de la Universidad cuando Vasconcelos fue declarado ministro, en 1921, también es cierto que Caso acompañaba a Vasconcelos, desde antes, en algunas giras cuando las campañas contra el analfabetismo. Si bien es cierto, por otro lado, que Henríquez Ureña pasó a ocupar algunas asignaturas, cuando Caso fue nombrado rector, también es cierto que desde enero de ese mismo año, 1921, Henríquez Ureña fue nombrado «Jefe Segundo del Departamento de Intercambio Universitario», desde donde posteriormente se creó La Escuela de Verano.

Antes que detenerme en la querella de Vasconcelos con Antonio Caso y Henríquez Ureña o de ellos contra él, según se le quiera ver, para efectos del asunto que estoy tratando, creo más conveniente traer a cuenta algunas palabras de la conferencia que ofreció Henríquez Ureña en Argentina, en 1922, con las cuales la presencia de estos es doblemente significativa: no solamente están ellos, también está la idea y la utopía de América.

Dice Henríquez Ureña:

«No vengo a hablaros en nombre de la Universidad de México, no sólo porque no me ha conferido ella su representación para actos públicos, sino porque no me atrevería a hacerla responsable de las ideas que expondré. Y sin embargo, debo comenzar hablando largamente de México porque aquel país, que conozco tanto como mi Santo Domingo, me servirá como caso ejemplar para mi tesis. Está México ahora en uno de los momentos activos de su vida nacional, momento de crisis y de creación. Está haciendo la crítica de su vida pasada; está investigando qué corrientes de su formidable tradición lo arrastran hacia escollos al parecer insuperables y qué fuerzas serían capaces de empujarlo hacia puerto seguro. Y México está creando su vida nueva, afirmando su carácter propio, declarándose apto para fundar su tipo de civilización.»

A mi parecer, Henríquez Ureña es consciente de las tareas de su generación y se sabe parte de lo que se está haciendo en México y que esto tiene proyección continental. En este sentido, manteniendo el espíritu de su generación, dice más adelante:

«Si el espíritu ha triunfado, en nuestra América, sobre la barbarie interior, no cabe temer que lo rinda la barbarie de afuera. No nos deslumbre el poder ajeno: el poder es siempre efímero. Ensanchemos el campo espiritual: demos el alfabeto a todos los hombres; demos a cada uno de los instrumentos mejores para trabajar en bien de todos; esforcémonos por acercarnos a la justicia social y a la libertad verdadera; avancemos, en fin, hacia nuestra utopía. ¿Hacia la utopía? Sí: hay que ennoblecer nuevamente la idea clásica. La utopía no es vano juego de imaginaciones pueriles: es una de las magnas creaciones espirituales del Mediterráneo, nuestro gran mar antecesor.»

Dije que el caso de Reyes, es asunto aparte. Con respecto a él es necesario advertir que estuvo en los planes de Vasconcelos para traerlo{3}; asimismo, que Julio Torri ocupó un puesto que iba a ser para Reyes, según podemos constatar en una carta del primero al segundo{4}; y, por último, que Reyes escribió una Cartilla moral, misma que iba a ser empleada para repartirse en toda la República. En pocas palabras, estuvo con ellos a la distancia.

Para ver cómo estuvo Alfonso Reyes con su compañeros de generación, es preciso considerar algunas de sus palabras a Vasconcelos, cuando éste dejó la Secretaría, en las que, aun cuando se refieren a Vasconcelos, no dejan de referirse a un «Nosotros». Dice Reyes:

«Tú, hombre activo por excelencia, has tenido que acentuar tus perfiles, que ser distinto, que provocar entusiasmos y disgustos. Sin embargo, todos –unos y otros– han reconocido la magnitud y la honradez de tu esfuerzo, que con razón te ha conquistado el aplauso de nuestra América y la atención de los primeros centros intelectuales del mundo. Con el tiempo se apreciará plenamente tu obra. Tú has dado todo a ella –buen místico al cabo… Saltando sobre la catástrofe, has cumplido algunos de los ideales que alimentaron nuestros primeros sueños en la Sociedad de Conferencias, el Ateneo de la Juventud, La Universidad Popular: –las mil formas y nombres que iba tomando, desde hace quince años, nuestro anhelo de bien social.»

Dije que no pretendía restarle ningún mérito a Vasconcelos. En este sentido, cabe destacar, en grandes líneas, que apenas tomó posesión en la rectoría, lanzó la campaña contra la alfabetización, creó los comedores universitarios, creó el lema de la Universidad y metió al Congreso el Proyecto de Ley para la creación de la Secretaría de Educación. Y ya en la Secretaría, a ésta la organizó con cierta semejanza a su esquema filosófico: Escuelas, Bibliotecas y Bellas Artes. Además, se creó la Escuela Tipo, se construyó la Biblioteca Hispanoamericana y se editaron los clásicos. Con respecto a esto último, no una palabras de Vasconcelos, sino otra estampa generacional. Torri le escribe a Reyes:

«¿Te comenté que los tiros de estas ediciones son de 25, 000 ejemplares cada una? Se venden admirablemente. En los tranvías encuentras gente leyendo a Homero. Te conmueves hasta las lágrimas, por poco sentimental que seas. Te ruego anotes las principales erratas. Lo mismo disparates, pues al paso que vamos pronto se agotarán las primeras ediciones.»

3

Los proyectos y las obras de la generación del ateneo, por supuesto, no terminan en 1924. Otros, entre los mismos, serán los protagonistas, los coordinadores. Hace falta la creación de la Casa de España, de la Editorial del Fondo de Cultura Económica. Y, por supuesto, la creación del Colegio Nacional.

Con respecto a este, una pregunta: ¿Quiénes de los que estuvieron en la Asociación Civil y en las Conferencias del Centenario, hacia 1909 y 1910; en la Universidad y en la Secretaría de Educación, entre 1920 y 1924, estuvieron en 1943, como miembros fundadores del Colegio Nacional?{5}: Reyes, Caso y Vasconcelos. En este caso, en el Ateneo que ya rebasa la madurez, Pedro Henríquez Ureña es una caso aparte. Está trabajando en Buenos Aires y, al poco tiempo de fallecer, en el mismo año en que falleció Antonio Caso, en 1946, se publicó Historia de la cultura hispanoamericana, un texto que se complementa, inevitablemente, con La raza cósmica, La última Tule, Notas sobre la inteligencia americana, Discursos a la nación mexicana y Nuevos discursos a la nación mexicana, por solo enumerar algunos.

Notas

{1} Y, aun más, es importante señalar que no todos tienen, a la fecha, el privilegio de tener publicadas y reeditadas sus Obras Completas, como lo comento en otro artículo.

{2} Esta expresión la tomo de Álvaro Matute, en el libro arriba indicado.

{3} En carta del 27 de julio de 1920, José Vasconcelos le escribe a Reyes: «Hay la idea persistente de crear otra vez la Secretaria de Instrucción, no sólo como funcionaba antes, sino con carácter Federal que le permita hacer extensiva su acción a toda la República. Si se llega a crear este ministerio y me encargo yo de él, como es el proyecto actual, quiero saber si estarías dispuesto a venirte, pues creo que entonces se te podría ofrecer la Subsecretaría». En Claude Fell, La amistad en el dolor. Correspondencia entre José Vasconcelos y Alfonso Reyes 1916-1959, El Colegio Nacional, México 1995, págs. 43-44.

{4} En carta de 22 de abril de 1921, Julio Torri le escribe a Reyes: «Desgraciadamente yo estoy abrumado de trabajo: me dieron el empleo que tu no aceptaste, de Director del Departamento Editorial». En Julio Torri, Diálogo de libros, FCE, México 1980, pág. 238.

{5} Se ha hablado de «los cuatro grandes». No obstante creo importante señalar que, por ejemplo, Diego Rivera, uno de los grandes del muralismo, estuvo en la Asociación, en la Secretaría y en el Colegio Nacional.

 

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