Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 95 • enero 2010 • página 19
La ya numerosa obra de Agapito Maestre, con hitos de relevancia que no necesitan ser descubiertos, adquiere con el título que ahora presenta la editorial Tecnos una nueva inflexión, naturalmente sobre el firme fraguado de las muchas páginas de un autor abundante y reconocido. Inflexión porque los temas fundamentales de la filosofía política moderna, que Agapito Maestre no deja de abordar, se articulan aquí en torno a la muy concreta vida o la figura singular de D. Ángel Herrera Oria, en su compleja trama de vínculos públicos o personales. D. Ángel Herrera Oria como arquetipo de la democracia cristiana española cuya posibilidad histórica, acaso fracasada según sostiene el autor, se conjuga con las figuras señaladas de otras doctrinas políticas modernas: Azaña, Luca de Tena o Gil Robles –entre sus coetáneos– o Bergamín y Zubiri –entre los nuevos cristianos– y fundamentalmente Pedro Laín Entralgo pero, sobre todo, José Ortega y Gasset –como arquetipo del moderno liberalismo español–. En la vida misma de estas figuras históricas arraiga de modo plástico la controversia política que el autor aborda; en la realísima circunstancia histórica de la España que habitan, y a cuya comprensión no podrán dejar de orientarse.
Agapito Maestre siempre ha insistido en la profunda intimidad de vida y filosofía según enseñanza que, magistralmente tematizada por Ortega, caracteriza la entera tradición filosófica española. En este libro queda recogida la honda conjugación de la persona y su circunstancia de modo que los problemas fundamentales de la filosofía de la historia de España, y en general de la filosofía política moderna, no se ofrecen en la forma del tratado abstracto, sino en la peripecia dramática de la vida común de unos hombres que han alcanzado, para bien o para mal, el rango de figuras o arquetipos en el difícil espacio de la historia y la política españolas del siglo XX. Y aquí radica la inflexión que esta obra representa, un giro nuevo que pudiera parecer meramente estilístico en la obra de A. Maestre, pero que encierra un nuevo grado de hondura real, capaz de contemplar las ideas políticas a través de la lente de aumento de la vida del cardenal Herrera Oria en el entorno de otras vidas envolventes. No es una biografía evenemencial –como reconoce A. Maestre– pero no deja de ser biografía ideal de un hombre cuya vida es plenamente existencia histórica. Y es la biografía ideal de un fracaso determinante, o tal es la conclusión del autor.
Siguiendo el magisterio de León XIII sostuvo Herrera una firme lealtad a la Segunda República, como más tarde no dejaría de ser leal al régimen resultante de la guerra civil tras adquirir garantía de permanencia, siempre al amparo de la doctrina de la contingencia de las formas políticas: acatar y sostener el orden político constituido y resistir, a partir de esta fundamental lealtad, sus eventuales leyes injustas. En suma, se trata de hacer valer en el marco político establecido las posiciones propias del catolicismo, lo que, en la frágil democracia republicana, pasa por ejercer el voto y actuar en la vida pública fundamentalmente a través de la prensa (El Debate), la educación y la propaganda (ACNP) en defensa, como es natural, de las propias ideas y creencias. Actitud que presupone el enfrentamiento dialógico y la búsqueda de acuerdos compartidos con fundamento en el bien común, de suerte que el oponente se contemple antes como adversario político que como enemigo.
La filosofía política que subyace a esta sucinta formulación se presenta como base para una posible, aunque recurrentemente frustrada, síntesis entre el liberalismo y el cristianismo político moderno o democracia cristiana. Síntesis urgente ante las condiciones del absolutismo político revolucionario que niega el pan y la sal a toda consideración teológica de la acción política, en una reducción característicamente moderna de todo horizonte metapolítico al plano de la mera-política, lo que –naturalmente– supone la plena apoteosis del Estado. Ese horizonte metapolítico define la necesidad que subyace a la contigencia de las formas políticas en la citada doctrina vaticana. Tal apoteosis del Estado, en que se cifra el absolutismo político moderno, no reconocerá otra fuente de legitimidad que la emanada del propio Estado. Y aquí yace la aporía encerrada en la idea misma del ciudadano cristiano, cuya posibilidad habría tratado de hacer valer la filosofía práctica del cardenal Herrera Oria.
La dificultad fundamental para el entendimiento del problema radica, pues, en el citado fundamento metapolítico al que se subordina la acción política cristiana y desde el cual puede abrirse el espacio para una resistencia a leyes injustas. Puede expresarse recurriendo a las precisas palabras de Agapito Maestre relativas, en este punto, a la relación entre Herrera y Gil Robles:
«Si tuviera que resumir el alejamiento de Gil Robles de Herrera Oria, no dudaría en reconocer que la doctrina posibilista vaticana fue aceptada por el primero como un mero asunto táctico, mientras que para el segundo era una cuestión de principios. En otras palabras, Herrera Oria era cristiano antes que monárquico, y por supuesto antes cristiano que franquista, mientras que Gil Robles, por el contrario, siempre ponía su defensa del tradicionalismo monárquico, y su antifranquismo, por encima de su compromiso de ciudadano cristiano.»
La cuestión fundamental, de cuyo carácter aporético en las condiciones políticas modernas acaso de fe el fracaso de Herrera, estriba en la anteposición o postposición de las condiciones de ciudadano o de cristiano. ¿Es Herrera antes ciudadano que cristiano o cristiano antes que ciudadano? Ha de verse el caso en que, acatado el orden político constituido, sin embargo, haya de oponerse a sus determinaciones desde la dogmática de un catolicismo capaz de resistir a sus leyes injustas.
El Estado moderno respondió históricamente a la necesidad de suspensión de la guerra civil religiosa que asolara Europa tras el hundimiento de la Cristiandad, lo que supone la retirada de la fe al antro privado de la propia conciencia. El umbral doctrinal del proceso de constitución de este moderno absolutismo político se encuentra en la obra de Th. Hobbes. La posterior Era de la Crítica que avanzara sobre Europa al calor del Estado Absoluto –garante de la paz y la seguridad– desde el espacio cultural y pretendidamente apolítico de la sociedad civil, acabará conquistando el Estado, pero ahora desde los contenidos de un racionalismo moral ilustrado que ya no admite, y no puede entender, el fundamento mismo de la vieja fe y cuya única salida lleva al relativismo cultural que nos anega. El proceso ha sido detallado con mano maestra por C. Schmitt o R. Koselleck entre otros. En este proceso, España, cuya estructura política tan mal se aviene a la forma del Estado nacional moderno, ha ocupado un difícil lugar marginal, de donde proceden sus tardíos problemas para dar de sí un cristianismo político moderno.
Agapito Maestre, acreditado conocedor de la filosofía política moderna, refleja en el drama vital de los personajes de esta biografía ideal lo que podríamos llamar la tragedia de la modernidad, cuya inviabilidad patente puede formularse, en efecto, mediante el vínculo cada vez más necesario pero a la vez imposible entre cristianismo y ciudadanía. El conflicto estalla en nuestros días inexorablemente en la misma pretensión política de una educación para la ciudadanía cuyos contenidos han de resultar opuestos, sin duda, a los contenidos de la educación católica, pero cuya misma fuente de legitimación no podrá ser asumida por la Iglesia.
Desde estas coordenadas la modernización del catolicismo es ya una enorme fuente de dificultades a la que ha de añadirse, además, la urgencia de una síntesis y alianza con un liberalismo que siempre ha buscado la asimilación de España a la nueva Europa: «España es el problema, Europa la solución» (Ortega). Alianza de urgencia que buscaría resistir y acaso vencer la pujanza de una socialdemocracia que no reconoce –no puede reconocer– al cristiano como ciudadano, dado que ha hecho de la ciudadanía –como entiende bien el difícil aliado liberal– toda la substancia de la existencia humana. La figura de Ortega surge de las páginas de Agapito Maestre como interlocutor necesario –más allá de su mutua incomprensión histórica– de la posición democristiana.
Se urge así la alianza del liberalismo europeísta de Ortega con el cristianismo moderno de Herrera, como medio de salvaguardar la democracia española. El degradado regreso a las rancias posiciones del reduccionismo político moderno por parte de la socialdemocracia española de nuestros días –única posición ideológica que puede seguir alimentando su errático gobierno– hace más apremiante la necesidad de esta síntesis. Alianza mal fijada, señala A. Maestre, bajo los gobiernos de J. M. Aznar, porque lo fue antes por razones de supervivencia y táctica políticas que por efectiva elaboración doctrinal. Pero es ésta la que acaso esté condenada a fracasar porque es la cifra íntima de un imposible histórico: nuestra modernidad. Y, sin embargo, como sucede con cualquier imposible histórico esta conclusión no nos exime de seguir reflexionando sobre la mencionada síntesis, única forma de seguir (sobre)viviendo políticamente en la España contemporánea, porque no podemos renunciar a seguir siendo lo que somos: católicos, españoles, ciudadanos.
Estas son las condiciones de un fracaso, el de Herrera Oria, que alcanza dimensiones de tragedia cuando se contempla el rostro real de nuestra guerra civil, rostro escondido por la potente propaganda revolucionaria y cuyo velo rasga nuevamente Agapito Maestre en las páginas finales de este libro. Es la guerra civil el indudable efecto real de la íntima aporía que acabamos de cifrar. Tenemos que agradecer a Agapito Maestre la renovada presentación de un problema filosófico político fundamental.