Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org


 

El Catoblepas, número 96, febrero 2010
  El Catoblepasnúmero 96 • febrero 2010 • página 5
Voz judía también hay

Ruidosa y judaica modernidad

Gustavo D. Perednik

Un papel destacado en la conformación de lo moderno

ImprentaCibernetica

Aunque no habría unanimidad de criterios para definir la modernidad, podemos identificar sus características esenciales al contrastarlas con las del medioevo. Una síntesis didáctica podría agrupar las virtudes modernas en cinco, bajo el acróstico de «Ruido»: raciocinio, unidad, investigación, democracia y optimismo.

Las compuertas de la nueva cosmovisión se abrieron con el antropocentrismo renacentista, que fue dando lugar a una vida signada por la libertad y sus riesgos.

La revolución cultural del quattrocento fue, en efecto, la primera de las seis revoluciones que moldearon al hombre moderno, a saber:

En todas ellas cabe señalar la distintiva contribución judía.

La revolución cultural tuvo como disparador a la invención de la imprenta, que impidió que el aprendizaje renacido se circunscribiera a una pequeña elite. Los hebreos, hijos de una tradición que siempre puso el énfasis en el estudio, valoraron prestamente el potencial del nuevo arte.

En 1444 (seis años antes de que Johannes Gutenberg inventara oficialmente la imprenta) un contrato firmado en Avignon entre un artesano alemán y un miembro de la comunidad israelita, disponía cortar tipos hebreos «de acuerdo con el arte de escribir artificialmente».

Si no quedó vestigio de esa imprenta fue debido a las persecuciones de marras contra la literatura hebrea. Unos lustros años antes, en el Concilio de Basilea (1431), una bula del papa Eugenio IV había prohibido expresamente el estudio talmúdico.

Con todo, es sabido que, en Portugal, la imprenta hebrea comenzó en 1478 mientras la latina nació en 1485 y la portuguesa en 1495.

Cuando se expulsó a los judíos de Portugal, llevaron consigo la técnica y los equipos. El primer libro que se publicó en el continente africano fue Abudrahim, una guía litúrgica en Fez; en los Balcanes, el código hebreo de Jacob ben Asher (Constantinopla, 1493); en Asia (europea) el comentario del Libro de Esther (Safed, 1577).

En El Cairo, mientras la imprenta europea se inició con la expedición napoleónica, la hebrea había comenzado ya en 1577. Se considera que la fábrica de papel más antigua de Europa fue establecida por judíos en Jativa, cerca de Valencia.

Todo ello indica que la participación de los judíos en la creación de la imprenta fue mucho mayor de lo que pudieron admitir abiertamente, debido a las restricciones que reprimían su vida cultural.

Podría suponerse que en lo que concierne a la segunda revolución (la religiosa) poco podrían haber tenido que ver los judíos, ya que resultó de un cisma que competía exclusivamente al cristianismo.

Sin embargo, la Reforma protestante sucedió a la denominada «Batalla de los Libros», aquella tormentosa polémica desatada en Alemania entre 1510 y 1520, que tuvo como epicentro el intento de confiscar y destruir los libros hebreos.

Lo que empezó a la sazón como un enfrentamiento entre Johannes Pfefferkorn y Johannes Reuchlin (quien una década antes había sido discípulo de un prohombre del Renacimiento hebraico, Ovadia Sforno), se expandió ulteriormente para transformarse en un conflicto de mayores dimensiones que abarcaba otras lides: franciscanos contra dominicos, Austria contra Francia, y finalmente la mayoría de los humanistas contra los eruditos reaccionarios, para quienes se acuñó el apodo de "oscurantistas" y a quienes se los ridiculizó en la última obra de Reuchlin.

La nueva cosmovisión iba agregando así, a la pasión por el libro, la idea de la centralidad de la responsabilidad individual.

La tercera revolución, la científica, tampoco nació en el vacío cultural. Sus precedentes delatan la inspiración de las fuentes hebraicas.

Cabe señalar que, a diferencia de lo que frecuentemente se sostiene, el blanco fundamental de la Edad de la Ciencia (la teoría geocéntrica) había sido una enseñanza del helenismo y no del hebraísmo. La autoridad desplazada de su pedestal por el método científico no fue Moisés sino Aristóteles.

Para los helenos, la verdadera «ciencia» era la matemática, y aun la observación de la naturaleza era concebida primordialmente como una búsqueda de formas matemáticas en el orden natural. Ese era el punto de partida para la observación, aun la del más sagaz y cuidadoso observador de la naturaleza, como fue Aristóteles.

Hoy sabemos que lo fundamental en la ciencia no es la observación en sí, sino el método empírico en el que ésta se asienta. Para que la moderna ciencia pudiera ponerse en marcha, tenía que liberar al espíritu europeo de los lazos de la pseudociencia griega. Los científicos de vanguardia en el siglo XVI no reanudaron una investigación que los antiguos griegos habían abandonado; se entregaron a una nueva aventura, cuya inspiración provino de la civilización hebrea.

De ésta derivaba la fe en la regularidad de la naturaleza, en la racionalidad del universo, en contraste con la pagana arbitrariedad del destino. A los efectos de la ciencia, el universo no puede ser asumido como fortuito y arbitrario. Recuérdese que Kepler, Pascal, Newton y los hombres de ciencia del siglo XVII dedicaron tanta atención y esmero a la reflexión bíblica como al estudio de los objetos de interés científico. Fueron conocedores de las fuentes hebraicas los que catapultaron la gran premisa de Sapere aude, «atrévete a saber» (o a usar la razón), como lo proclamara Kant citando una carta de Horacio (siglo I) en la que describía las andanzas de Ulises, y que bien puede rastrearse a los bíblicos proverbios hebreos (24:14).

Entre la economía y la cibernética

La cuarta revolución (la económica), partió de la Revolución Industrial que marcó la era de mayores transformaciones sociales concentradas, desde el período del neolítico seis milenios antes. El hombre reemplazaba la trilla de cereales con la venta de su faena y productos; abandonaba el trabajo manual y facilitaba una economía basada en la industria, a partir de la mecanización de la rama textil y del desarrollo de los procesos del hierro.

El derivado fue la expansión del comercio, favorecida por la mejora de las rutas de transportes y el consecuente nacimiento del ferrocarril.

El rol de los israelitas en la economía ha sido menos estudiado de lo pertinente, debido al deseo de evitar la manipulación de datos con la que los judeófobos de todas las épocas construyeron el mito de los judíos como un grupo de ubicua y oculta dominación.

Aunque en rigor, los factores económicos no crearon ni crean la judeofobia; sólo la exacerban, ya que los judíos fueron perseguidos en los estados económicos más diversos, y no necesariamente cuando fueran ricos. Además, la posición socioeconómica de los hebreos fue la consecuencia (no la causa) de la judeofobia. Cuando judíos se dedicaron a prestar dinero, fue porque tanto la posesión de tierras como otras profesiones les estaban vedadas por corporaciones que sólo aceptaban cristianos. En palabras de Ernest Renan: «La Edad Media le reprochó al israelita la misma profesión a la cual lo condenó».

El hecho es que la larga historia de prejuicios traba el análisis equilibrado acerca del rol que les cupo a los judíos en la economía, como paladines del préstamo y del comercio internacional, gracias a sus contactos entre diversas comunidades dispersas.

Ya hasta el siglo X, judíos comerciaban desde España hasta la China. Políglotas, hablaban las lenguas necesarias para las travesías y, junto con los sabios judíos de diversas disciplinas, su presencia era alentada por varios reyes que los creyeron un factor importante en el desarrollo económico.

Gracias a los vínculos que desarrollaron, fueron creando el sistema que permitía transferir deudas y órdenes de pago, que dio un impulso formidable al crédito y al comercio. A diferencia del derecho romano, la ley judía aceptaba la transmisión de deudas de una persona a otra. No arbitrariamente escribe Montesquieu en El espíritu de las leyes (1748) que los judíos inventaron la letra de cambio.

La venta a plazos, asimismo, fue una innovación de Isaac Singer (1811-1875), quien la aplicó para vender en cantidades sus populares y prácticas máquinas de coser.

Asimismo, Paul Johnson muestra que la contribución de los israelitas a la eficiencia económica resulta de su protagonismo en la creación de las bolsas de comercio (método rápido para reunir capital), y de métodos novedosos de comercialización y ventas.

Todos estos cambios fueron generando un ser humano cada vez más dueño de su propio destino, circunstancia que se confirmó con la revolución política en el siglo XIX, generadora de la democracia moderna tanto en Europa como en América, de la que los judíos se sintieron primeros beneficiarios.

Hoy en día, el hombre moderno debe lidiar con dos fuerzas que lo asedian: de un lado los premodernos que intentan retrotraer la humanidad al medioevo, y del otro los postmodernos que desprecian los logros de la modernidad y su «ruido»:

Los logros de la modernidad han sido complementados por la revolución cibernética del siglo XX, que promueve una humanidad comunicada como jamás en el pasado, y más consciente de sí misma. También en esta metamorfosis el rol de los judíos es notable, y aquí se incluye al del Estado de Israel, a la vanguardia de los sistemas de comunicación.

Cuando Norbert Wiener publicó Cibernética en 1948, no nacía sólo el término, sino una disciplina que empezó siendo una rama de la matemática binaria, continuó por identificarse con la informática... y terminó por invadirlo todo. Wiener (1894-1964), quien descubriera tardíamente su identidad judía, fue pivote de un tema crucialmente moderno: la automatización y las comunicaciones. Wiener teorizó que toda conducta inteligente es el resultado de mecanismos de retroalimentación, que podían perfectamente ser estimulados por máquinas. Como la estructura de un órgano vivo se encuentra en las máquinas, el sistema nervioso pasó a ser percibido como un mecanismo de control similar al de los ordenadores de avanzada.

(Otro destacado es John von Neumann, diseñador de lógica arquitectónica del moderno ordenador. Su ensayo Debate Preliminar del Diseño Lógico de una Computadora Electrónica (1946) es considerado el más influyente.)

Dijimos que el hombre moderno puede ser considerado como el resultado de seis revoluciones, en todas las cuales el rol de los judíos o el de su cultura es tan ostensible, que cabe verlos como «ruidosos» promotores de la modernidad.

 

El Catoblepas
© 2010 nodulo.org