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El Catoblepas, número 96, febrero 2010
  El Catoblepasnúmero 96 • febrero 2010 • página 10
Artículos

La nación elegida

Eduardo Porretti

El rol de la religión en la política exterior de los Estados Unidos de América

In God we Trust
In God we Trust

A pesar de una imagen popularmente asociada con rasgos característicos de la Modernidad, la sociedad estadounidense estuvo siempre conformada por fuertes trazos conservadores. Esta circunstancia es el resultado del establecimiento de un proyecto nacional basado en el progreso económico, usando como base comunitaria ciertos patrones culturales en los que algunos rasgos originarios (religiosidad, obediencia a la ley, participación social) adquirieron la categoría de permanentes. La Norteamérica profunda es, para sorpresa de extraños, nítidamente conservadora y entusiastamente religiosa.

Así, nítidos lazos sociales fortalecieron conductas tales como el compromiso comunitario, la obediencia a la ley y el ascenso social como particular símbolo de salvación religiosa. Esta suerte de religión civil se fue erigiendo también en derredor de ideas fuerza de notable vigencia, como el concepto de excepcionalidad norteamericana, la noción de Destino Manifiesto y el rol de los EE.UU. en el mundo como autoproclamado líder de la libertad, conformando una política exterior con rasgos imperiales que no desdeñó cierto mesianismo vinculado con la idea calvinista de la predestinación.

La fuerte religiosidad norteamericana, que estuvo siempre presente en los grandes debates políticos a lo largo de la historia norteamericana (el fin de la esclavitud, la Guerra Fría, la lucha por los Derechos Civiles), fue un elemento importante en el diseño de la política exterior, colaborando con la interpretación del mundo y la auto-percepción del rol de los EE.UU. en la arena internacional, siendo funcional a los intereses convencionales (comerciales, políticos y estratégicos) de la política exterior.

La ciudad sobre una colina

Desde su mismo origen como nación, los Estados Unidos experimentaron una fuerte vinculación con las cuestiones religiosas, tanto en materia de prácticas específicamente espirituales, como por el papel que iban a desempeñar los valores de la religiosidad en la vida social. La mayoría de los emigrantes al Nuevo Mundo pertenecían a las llamadas iglesias «non conformistas» (calvinistas, bautistas, congregacionalistas, entre otras) que habían escapados del Reino Unido para encontrar un refugio de las persecuciones religiosas que sufrían en el país.

Tal como lo sostiene una experta (Fediakova, 2004) los colonos trataron de establecer en sus nuevas comunidades una mayor libertad espiritual, pero al mismo tiempo crearon un clima de profundas convicciones religiosas, pureza moral y disponibilidad a luchar por sus principios.

Muchos de ellos eran puritanos, esto es, descendientes de la rama calvinista del protestantismo. La «Empresa Puritana», como la define el historiador Jim Cullen, jugó un papel de extraordinaria importancia para definir el perfil que adoptaría la sociedad norteamericana. Más allá de las infinitas divisiones y múltiples denominaciones, los puritanos coincidían en un aspecto: el mundo es un lugar corrupto, pero puede ser reformado: «This faith in reform became the central legacy of American Protestantism and the cornestone of what became the American Dream» (Cullen, 2003).

En esta singular combinación de exigencia puritana, mesianismo político y vocación reformista, basamento de lo que luego sería la excepcionalidad estadounidense, tiene un momento fundacional en el sermón del lider religioso John Wintrhop, cuando los inmigrantes se dirigían a América en 1630, en el que afirma «debemos ser como una ciudad sobre una colina, los ojos de todos están sobre nosotros».

Las ideas de los Padres Fundadores

Además de la fuerte influencia de John Locke, la forma de gobierno formada por los Founding Fathers combina la idea de una democracia radical rusoniana –crítica del principio de la representación– con la noción de un gobierno mediado (con una distancia institucional del pueblo al que representa), mediante las formulaciones de James Madison y John Hay. Otra lectura (John Pocock, 2002) advierte sobre la presencia de la tradición republicana (el momento maquiavélico) en la Revolución Norteamericana, para sentar un modelo que resista la imposición tiránica de una mayoría.

Tempranamente, la religión y la política se vieron imbricadas en el debate ideológico que precedió y sucedió a la revolución norteamericana. Los Padres Fundadores establecieron un célebre muro de separación entre la Iglesia y el Estado, en el artículo IV de la Constitución: «No religious test ever be required as qualification to any office or public trust under the United States» y en el Bill of Rights, prohibiendo el establecimiento de una religión oficial y cualquier tipo de limitación en materia de libertad de cultos. Pero lo que hoy suele interpretarse como una defensa de la condición laica del Estado, fue diseñado para preservar la intromisión de la política en los asuntos confesionales.

Fe y progreso: capitalismo abrahámico

La mirada convencional occidental, concibe al progreso junto al despliegue de la Modernidad, el uso eficiente de la técnica, el abandono de la superstición y su reemplazo por un enfoque racional del mundo. Así, se asocia religiosidad extrema con inadecuación a la racionalidad provista por la Ilustración, incapacidad para adaptarse a los cambios políticos, poca institucionalidad, sociedad patriarcal y subdesarrollo económico. Sin embargo, los Estados Unidos son una clara excepción a esa mirada convencional, al punto que Fareed Zakaría sostiene que los Estados Unidos son el resultado de una «extraña mezcla de capitalismo radical y moralismo ferviente».

Tanto en su célebre trabajo La ética protestante y el espíritu del capitalismo como en su obra posterior sobre sociología de la religión, Max Weber demostró de qué modo los valores éticos y religiosos calvinistas habían ejercido una importante influencia en el desarrollo del capitalismo.

La politología contemporána (Russel Mead, 2008), afirma que la noción convencional del origen secular del progreso se ve así fuertemente contrastada por la experiencia norteamericana, en la que fe y progreso, lejos de contradecirse, se vinculan inextricablemente: «Dynamic religion –religion that is opened to change and that accords change in a positive role in its sacred narrative- explain Anglophone ascendancy. Religion and myth are not always conservative».

The Chosen Nation

Junto a las dimensiones mencionadas, en el marco del histórico proceso de búsqueda de identidad nacional, dos conceptos impactaron de manera decisiva en la conformación del mainstream ideológico de los EEUU: la noción de excepcionalismo y la idea de Destino Manifiesto.

La idea basal del excepcionalismo es que la sociedad norteamericana es única y difiere cualitativamente del resto del planeta, por lo que está llamada a jugar un rol también único en la historia universal. El excepcionalismo norteamericano suele tener distintas fuentes: explicaciones míticas (el designio divino en seleccionar a los futuros americanos como ejemplo para el mundo), interpretaciones raciales (población anglosajona original) y condiciones ambientales (clima, recursos naturales, estructura social, etc.).

Este concepto es funcional con la idea de Destino Manifiesto. Los Estados Unidos se encontraban en medio de una implacable marcha hacia al oeste, expandiendo la frontera política y económica hacia el territorio de lo que sería el continente americano (Baldwin, 2005), cuando John O. Sullivan publicó en 1839 un editorial que sostiene «we are the nation of progress, of individual freedom, of universal enfranchisement (…) from its birth until the present moment, we have advocated the manifest destiny of the America Republic.» Según John Judis (2008), más allá del contexto histórico específico, siempre sobrevuela sobre la política exterior coyuntural el principio ordenador de considerarse la Nación Elegida, por el cuál siempre habrá salvajes que civilizar, antiguos que modernizar, oprimidos que liberar, un mundo imperfecto que mejorar.

Polémicas culturales y políticas

La histórica identidad estadounidense se vería reformulada una y otra vez por los avances de la Modernidad. En su obra sobre la religión cívica americana, el sociólogo Robert Bellah (1992) sostiene que en tres momentos históricos los EEUU experimentaron una fuerte crisis sobre lo que también denomina credo americano: «Once in each of the last three centuries America has faced a time of trial, a time of testing so severe that...the existence of our nation has been called in question...the spiritual glue that had bound the nation together in previous years had simply collapsed. The founding of the nation is the first period. The Civil War and the 1960s were the other two periods.»

Este choque frontal de mentalidades tendría distintas consecuencias socio-políticas, una de las cuales está vinculada a este artículo, ya que el impacto de la última oleada de la Modernidad generó en los EEUU una reacción todavía más radical, trasladando definitivamente el centro geográfico del mainstream ideológico hacia el sur (el sun belt, pletórico de jubilados, casas de veraneo, nacionalismo militarista y fanatismo patriótico), desplazando la mentalidad conservadora hacia irreductibles posiciones de extrema derecha. La salida de la plaza pública y la derrota de la batalla cultural en los sesenta haría que el movimiento conservador volviera veinte años después a imprimir su marcada influencia en la política norteamericana de la mano del fundamentalismo patriotero.

Fue en ese contexto histórico que tuvo lugar un cambio radical en la estrategia conservadora. Luego de años de batirse en retirada en el campo cultural, los líderes de la derecha religiosa y cultural consideraron que era hora de enfrentar la hegemonía cultural liberal. La victoria de Ronald Reagan en el reagrupamiento de los sectores más conservadores fue un fenómeno de doble vía: catalizó un proceso histórico previo y colaboró en la consolidación de la identidad cultural de sectores de la sociedad americana agotados del mensaje y la agenda política liberal, mediante una retórica con referencias escatológicas.

La religión en la política internacional

Durante el siglo XX, tanto en círculos académicos como en los sitios de decisión política de alto nivel y en la diplomacia internacional, las cuestiones religiosas estaban por lo general fuera del análisis del conflicto, no participaban del diagnóstico de la situación y no formaban parte de la batea de soluciones en danza. Madeleine Albright relata su perplejidad sobre la no inclusión del costado religioso en el análisis politico: «I did not view the great issues of the day through the prism of the religion, either my own or that of others. Michael Novak got it right as asserted in the early 1960: ´As matter of now stand, the one word that could not be used in the serious conversation without upsetting is God´» (Albright, 2006)

Contra esa tendencia, la religión experimentó un notable auge reciente en los asuntos internacionales. La revista británica The Economist, en su edición del 1º de noviembre de 2007 sostiene que «by the end of the 1970s this counter-revolution was in full swing. America had elected its first proudly born-again Christian, Jimmy Carter; Jerry Falwell had founded the Moral Majority; Iran had replaced the worldly shah with Ayatollah Khomeini; Zia ul Haq was busy Islamising Pakistan; and an anti-communist Pope had become head of the Catholic Church. The first reason is a series of reactions and counter-reactions. Fundamentalist Islam, for instance, has helped spur radical Judaism and Hinduism, which in turn have reinforced the mullahs' fervour. Hamas owes much to Israel's settlers».

La religión cumple un rol importante en el marco general de referencia que las personas tienen de sí mismas, de su sociedad y de los otros modos de vida. Como lo afirma Samuel Hungtinton (2006) «religion is one component of a people's culture. There are other things, such as language that are centrally important, but religion is also vitally important because it provides the framework in which people look out at the world. Language enables them to communicate with the world. Bur religion provides the framework, in most cases».

El regreso de la Historia

Los atentados terroristas que tuvieron lugar en territorio estadounidense en 2001 generaron un profundo impacto en la estrategia externa, así como en la política interna y la vida cotidiana norteamericanas. El primero de los datos es la percepción de fin de la impunidad, marcada por el hecho brutal de los atentados terroristas en su territorio. El segundo dato, más profundo, tiene que ver con la el impacto de los atentados en la propia identidad norteamericana, en cuanto tiene de fenómeno especular, es decir, de identidad construida a partir de la percepción del Otro.

Sobre este tópico, Stanley Hofman (2008) sostiene que en los atentados EUA perdió su sensación de inocencia, no su falta de culpabilidad, golpeando sobre la propia percepción de su rol en el mundo: «It wasn´t the innocence that the United States lost on September 11, 2001. It was its naivete. Americans have tended to believe that in the eyes of others the United States has lived up to the boastful clichés propagated during the Cold War (…) we were seen, we thought, as the champion of the freedom (…) as the advocates of the social progress». A nivel externo, este cambio estratégico implicó el abandono del prestigio que el multilateralismo gozó brevemente en la diplomacia americana luego de la implosión de la Unión Soviética, para sumergirse en una época de unilateralismo manifiesto.

Los analistas coinciden en señalar que la retórica de la Guerra contra el Terror fue inflamada por el lenguaje de la Derecha Religiosa, en una agenda de política exterior de flagrante unilateralismo empapado de certezas morales y de vocación por el enfrentamiento maniqueo, en el que los estadounidenses enfrentaron a los infieles musulmanes desde un patriotismo perturbador, vengativo, de invocaciones crispadas, pletórico de militarismo (Bernstein, 2006).

La identidad nacional y la política exterior

La política exterior norteamericana, al tiempo de ser un producto que resulta de la combinación de las tendencias políticas coyunturales y la visión de las burocracias intervinientes (especialmente, la subcultura del Departamento de Estado), ha venido siendo receptiva a las perspectivas y las agendas de ciertos actores políticos internos relevantes.

De manera creciente, se ha verificado el aumento de la importancia de los medios de comunicación y los sectores académicos en la definición de la opinión pública, instancias claves en la creación de la subjetividad política hegemónica. Un elemento fundamental en esa operación es el rol desempeñado por el substrato cultural implícito tanto en la percepción del escenario internacional como el rol propio en dicho escenario, especialmente en materia de objetivos políticos y normativas éticas. Al parecer, existe una conexión entre estos elementos y el rol de la religión, en tanto factor funcional a una auto-percepción mesiánica/excepcionalista de los EUA en la humanidad, agenda política que al mismo tiempo busca establecer parámetros en la definición de la identidad nacional.

En un trabajo sobre el impacto del pensamiento religioso conservador en la agenda del Partido Republicano, Kevin Phillips (2006) sostiene que esta obsesión religiosa no contradice ni encubre la agenda de intereses concretos de los EEUU, sino que la complementa: «In addition to its concerns with oil and terrorism, the White House is courting end-times theologians and electorates for whom the Holy Lands are a battleground of Christian destiny».

Naturaleza de la influencia

Susan George (2008), partiendo del concepto gramsciano de hegemonía, afirma que el movimiento ultraconservadorha tomado por asalto en los últimos años los principales bastiones culturales (medios de comunicación, escuelas, universidades, gobiernos, jerarquía eclesiástica, laboratorios científicos).

Esta particular combinación de hechos habría generado las condiciones que permiten la influencia de grupos religiosos conservadores en la agenda de la política exterior norteamericana. Como lo afirma Fediakova (2006), «actualmente, el fundamentalismo protestante norteamericano es altamente militante, extremadamente nacionalista y profundamente patriótico. Por esta razón, una de las esferas de mayor influencia se ejerce en la política exterior y la geopolítica estadounidense».

Más que una agenda concreta de política exterior, el poderío de las ideas sostenidas por los grupos religiosos en la Política Exterior Norteamericana se verifica en el establecimiento de dimensiones tácitas previas al diagnóstico concreto. De tal modo, la función de estos grupos ha sido la de implementar la validez de un sistema de creencias en los que se insertará la percepción del mundo, una mirada global, una cosmovisión que incluye dos elementos claves: la auto-percepción y la construcción del Otro.

Sin embargo, más allá de brindar un patrón general de interpretación de la realidad propia y ajena, los grupos religiosos conservadores han sido asimismo determinantes en algunos tópicos específicos de la agenda concreta de la política exterior norteamericana:

Libertad religiosa. Los evangelistas más conservadores han influido decisivamente para que la libertad religiosa sea considerada un objetivo central de la política exterior norteamericana y tal como lo afirma un miembro del Council of Foreing Relations (Russel Mead, 2006): «they have made religious freedom –including the freedom to proselytize and to convert– a central focus of their».

Medio Oriente. Richard Bernstein (2006), analiza el impacto del discurso mesiánico/religioso en el enfoque utilizado por la Administración Bush sobre la situación en Medio Oriente y afirma que «no hay duda de que la derecha religiosa ha ejercido una creciente influencia en la política norteamericana (…) su llamado a combatir el mal y a llamar al mal por su nombre proviene directamente de la Cristiandad apocalíptica (…) debemos recordar que decenas de millones de norteamericanos tiene una visión apocalíptica del mundo».

Israel. El nivel de influencia de los grupos evangélicos más conservadores resulta evidente en el caso del apoyo a la política del Estado de Israel, a partir de lo que consideran un conflicto entre el Bien y el Mal. Un artículo del diario The New York Times sostiene que esta perspectiva tiene su origen en nociones bíblicas: «many conservative Christians say they believe that the president’s support for Israel fulfills a biblical injunction to protect the Jewish state, which some of them think will play a pivotal role in the second coming». (Kirkpatrick, 2006).

Iraq. Algunos analistas sostienen que la retórica de la Administración republicana sobre la necesidad de ir a la guerra se combinó de manera particular con la idea mesiánica del rol de los EUA en la difusión de la democracia en el mundo. El motivo plural de la invasión habría comprendido así no sólo a intereses tangibles (económicos y estratégicos), sino a la temprana posición de que la instalación de un régimen político a imagen y semejanza en Medio Oriente generaría un efecto dominó, propagando valores occidentales y generando una estabilidad política regional que redundaría en seguridad para el Estado israelí.

Ante una opinión pública interna dividida y una internacional francamente contraria, la posición asumida por la Derecha Religiosa fue decisiva. La ex Secretario de Estado Madeleine Albright afirma que «these argumentes were sufficient to win the support of conservative and some moderate Christians and Jewish groups (…) the National Association of Evangelicals call the proposed invasion an act of self-defense» (Albright, 2006).

Moralidad y política exterior. La moralidad es una dimensión de creciente importancia en la política internacional. Sobre esa temática, una de las expresiones más vívidas de influencia religiosa fue la coacción de los grupos conservadores en contra de las decisiones adoptadas por consenso internacional durante la Cuarta Conferencia Mundial para la Mujer (Plataforma de Beijing para la Acción) en 1995, destinada a combatir la discriminación femenina y a apoyar la planificación familiar. La presión de los sectores religiosos norteamericanos fue notoria y así lo relata la principal protagonista, Madeleine Albright, quien recuerda cómo los líderes religiosos conservadores llamaban a la conferencia «the biggest threat to the family that´s ever occurred in the world».

Otro de los ejemplos concretos de la influencia de la Derecha Cristiana en la política exterior norteamericana es el cambio en materia de combate al HIV y el flagelo del SIDA. Los EEUU, por presión de los grupos religiosos más conservadores, han abandonado los programas de lucha contra el SIDA a partir de la educación sexual y la distribución de preservativos, particularmente en África, donde esa pandemia alcanza niveles alarmantes: «evangelicals inside and outside the administration have spun out a myth, completely contradicted by scientific data, that promoting abstinence and marriage can prevent HIV» (Kaplan, 2006)

Perspectivas

La Administración demócrata brindó señales continuidad en la línea de pensamiento hegemónico del mainstream cultural americano descripto por este trabajo. Si bien algunos gestos políticos de contenido simbólico deben ser valorados en su justa expresión, mostrando cierta vocación por el cambio, está claro que Barack Obama respeta las tradiciones americanas. Así, el Presidente Obama basó su alocución en nociones manifiestamente bíblicas, parafraseando parábolas tomadas de versículos de Corintios 13:11 (la primera carta de San Pablo) sobre la necesidad de abandonar la inmadurez, reafirmar el espíritu y trabajar por el futuro.

Este mensaje se vincula con las reiteradas invocaciones de unidad solicitadas por Barack Obama inicialmente como candidato presidencial y ahora como Presidente electo para abandonar las profundas diferencias políticas y culturales que dividen al país. Sheila Kennedy (2007) sostiene que el origen de las diferencias y la agresividad del debate se debe al origen religioso de la disputa: «much of what divides America these is rooted in our particular religious histories, and that our seeming inability to address our differences constructively is exacerbated by a profound misunderstanding of the ways in which those religious roots manifest themselves».

De tal modo, resulta probable que la actual Administración haga un uso cohesivo de la religión en la arena pública, evitando los extremismos, pero aprovechando la militancia popular y el involucramiento activo en la problemática social, rasgos tan característicos de sus principales referentes. Un ejemplo concreto de esa posición sería el dictado de una orden ejecutiva levantando el veto a la financiación de los grupos que practican o informan sobre el aborto en el extranjero y la expansión de las faith based offices (asistencia a problemáticas sociales a través de instituciones religiosas).

El nuevo mapa del entusiasmo

Por afuera de la hegemonía ejercida por el pensamiento conservador en las últimas décadas en las fuerzas religiosas que operan en la política nacional y exterior de los EUA, los analistas afirman que un grupo creciente de voces liberales y progresistas ha venido ocupando importantes posiciones, especialmente durante la última campaña presidencial de 2008.

Algunos grupos –como Sojourners– han estado conectados a los asuntos públicos desde hace un tiempo, pero otros (Faith in Public Life y Catholics United), son relativamente nuevos. Otros grupos (Red-letter Christians) combinan las visiones ortodoxas en materia teologal y el liberalismo político, mientras que otras iniciativas (National Council of Churches) son liberales en lo teologal pero moderados en política.

No resulta claro si el avance del progresismo religioso será suficiente como para desafiar el rol dominante ejercido por la Derecha Religiosa en los asuntos públicos en las décadas recientes: «one would be cautios about assuming that the religious right´s organizations, leaders and voters have left politics. They have not.» (Pew Forum, 2009) Un ejemplo de ello es la victoria de la Derecha Religiosa en los estados de California, Arizona y Florida a partir de la imposición del Sí en la Propuesta 8, que prohibe los matrimonios entre homosexuales. Al parecer, la derecha religiosa mantendrá su papel en los asuntos públicos, cambiando el estilo comunicativo y el acento político en la agenda, incorporando temáticas (pobreza y medio ambiente) ya existentes en su agenda de política exterior en el pasado, pero con una relevancia más marcada.

Un escenario probable

Buscando alejarse del uso exacerbado del militarismo y el accionar unilateral del gobierno republicano (Hillary Clinton, 2007), la diplomacia de la administración demócrata podría apropiarse del concepto de smart power, retomando el legado wilsoniano, llenando la agenda externa de conceptos próximos al liberalismo político, propagando los valores de la cultura política americana. Según la creadora del concepto (Suzanne Nossel, 2004), los líderes norteamericanos tienen ahora una oportunidad real de reorientar la política exterior, apoyando una agenda progresista.

Desde los grupos religiosos habría un fuerte apoyo al involucramiento activo del gobierno norteamericano en la ayuda internacional, el refuerzo de los programas de asistencia técnica e incluso a la diplomacia multilateral. Esto es un cambio importante que establece de modo definitivo y formal un rol para los grupos religiosos dentro de la política exterior: «the major turnaround that evangelicals have made on issued about foreing aid and foreign investments is quite significant. Today, for example, evangelicals are very, very positive, very high on USAID and the State Department» (Lindsay, 2008)

Conclusiones

A primera vista, parece exagerada la idea de que grupos religiosos puedan influir en la agenda política de una potencia de las características de los EEUU, el paradigma de lo que se consideraba una sociedad abierta y secular. Esta interpretación desconoce el peso de las ideas religiosas en la América Profunda, el rol de la religión en la agenda política en los últimos dos siglos y la forma en que las ideas religiosas pueden combinarse con intereses concretos.

Otro error es suponer que la particular alianza establecida entre los grupos religiosos ultraconservadores, intereses económicos de sectores del complejo militar industrial, una extensa red de instituciones escolares y académicas y la clase política ha sido sólo una característica de la Administración Bush y que tal situación cambiará con un gobierno demócrata. Esta es una visión optimista y equivocada de la política doméstica en EEUU y desconoce los lazos profundos de Barack Obama ya existentes con sectores evangélicos, no sólo con los sectores religiosos moderados sino también con sectores ultraconservadores anteriormente vinculados con la Administración de G.W. Bush (Broder, 2008).

Para comprender cabalmente la importancia actual e imaginar el futuro rol desplegado por parte de los sectores religiosos –particularmente en el caso de los sectores más conservadores–, en la política exterior norteamericana, debemos considerar cuatro elementos:

1. Las ideas religiosas, si bien no determinan estrategias específicas dentro de la agenda concreta (aunque retienen capacidad de veto para frenar iniciativas que consideran negativas así como iniciativa suficiente como para forzar decisiones sobre problemáticas puntuales), colaboran fuertemente con una interpretación binaria del estado del mundo y del rol de los EEUU en el planeta, según la cual, quienes no acompañan las políticas exteriores de Washington son enemigos de la libertad, del progreso económico, de los valores culturales occidentales y del cristianismo.

2. Los líderes religiosos seguirán influyendo de manera decisiva sobre la clase política por su notable capacidad organizativa, su vocación electoral (suelen ser votantes registrados) y su interés militante (en una sociedad con tendencia a la apatía política).

3. Muchos rasgos de la concepción del mundo religiosa-conservadora (mirada paranoica sobre el resto del planeta, lógica de amigo-enemigo, militarismo de suma cero e intolerancia para comprender la alteridad) coinciden perfectamente con las necesidades de las agencias responsables del aparato militar y de seguridad norteamericano, lo que genera una alianza política natural.

4. Finalmente, porque al influir sobre la política exterior norteamericana, la derecha religiosa busca definir el perfil del país frente al mundo y consigo mismo, es decir, lucha –al parecer, exitosamente– por la definición de la identidad nacional, una cuestión fundamental por la que religiosos, políticos y líderes seculares han venido batallando desde el arribo de los primeros colonos en América del Norte.

 

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