Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org


 

El Catoblepas, número 100, junio 2010
  El Catoblepasnúmero 100 • junio 2010 • página 4
Los días terrenales

Sobre la Revolución

Ismael Carvallo Robledo

Comentario breve, preparado para la revista bimestral mexicana Consideraciones, en el que se abre tentativamente un ángulo de interpretación histórico sobre la idea de Revolución

Revolución francesa: partera histórica de la nación política soberana

I

Pocas ideas han tenido la fuerza y el arrastre ideológico y político a lo largo de los dos últimos siglos como la idea de Revolución. Si el siglo XIX puede ser considerado como el siglo de la revolución francesa y el de su desdoblamiento dialéctico por la vía bonapartista, el siglo XX puede ser considerado como el siglo de la revolución bolchevique y el de su correspondiente desdoblamiento dialéctico por la vía leninista y soviética de organización del Estado (porque así como, según Pirenne, Carlomagno no se entiende sin Mahoma, Hitler no se entiende sin Lenin).

Y no se debe tanto al hecho de una eventual novedad del concepto o de la realidad misma de la que brotaba, pues procesos revolucionarios, revueltas o rebeliones los ha habido siempre, como por ejemplo constata Chateaubriand en su Historia de las revoluciones antiguas, o como puede observarse en la revisión de cualquier historia clásica de Roma cuando se estudia la época de la revolución de los Gracos, en el siglo II a. C.

Pero tampoco se trata del carácter violento o intempestivo en el que tales procesos se manifiestan (guerra de movimiento y guerra de posiciones es, por ejemplo, el par de criterios centrales desde los que Gramsci hacía la distinción entre una revolución –digamos que– violenta, en el caso de la primera, y una revolución estratégica o hegemónica, en el caso de la segunda), pues, además de la inoperatividad política de un concepto tan vago y genérico como el de violencia (y que ahora lo invade todo como una de las más eficaces plagas ideológicas de lo políticamente correcto: violencia de género, violencia infantil, violencia psicológica, violencia sexual, violencia contra animales, violencia contra la tierra), no es ésta en todo caso privativa de procesos considerados como revolucionarios, sino que es más bien un componente orgánico, en su más concreta plasmación histórica, de la política y la guerra mismas.

Es muy común observar a quienes, presas de un psicologismo y un sociologismo elemental y rudimentario, y desde un analfabetismo histórico y político de similares proporciones, ante la sola mención del término revolución se imaginan escandalizados escenas de muerte y enfrentamientos militares (bien sea por vía guerrillera, bien sea por vía militar), ecualizando hasta el reduccionismo revolución con violencia con la lógica propia de alguien que no ha tenido contacto con la idea de dialéctica ni ha tenido noticia alguna de la historia universal.

Y mucho menos puede considerarse que el peso y arrastre que la idea de Revolución ha tenido en los dos últimos siglos se debe a la manera en que puede encontrarse manifestada simbólicamente en los gestos y en las camisetas de tantos y tantos manifestantes y activistas que en una ocasión sí y en otra también gritan consignas contra el neoliberalismo, contra la guerra o contra el fascismo (además de que el fascismo fue considerado por quienes lo apoyaron como una revolución nacional, precisamente), pensando que con su rebeldía tan psicológicamente radical (infantilismo de izquierda, le llamará Lenin) el suelo tiembla allí y solo allí donde ellos pisan.

Es común también, por otro lado, que sea desde este tipo de criterios juveniles desde los que sea trámite obligado, para poder ser considerado revolucionario, vestirse según un código de atuendos muy particular.

Así pues, tenemos que no es ni la novedad histórica (en el sentido absoluto de no tener precedentes) ni el sociologismo o el psicologismo, pero tampoco la violencia, lo que ha hecho que la idea de Revolución haya cobrado tanta potencia a lo largo de los siglos XIX y XX, y que hace que todavía al día de hoy, en pleno siglo XXI, puedan estar teniendo lugar procesos rubricados como revolucionarios, como pueden serlo la revolución bolivariana o cualquier otra revolución nacional o de liberación que pueda acaso estarse dando en algún lugar del continente o del planeta.

Lenin y un miliciano del pueblo

II

La escala de configuración desde la que la idea de Revolución puede a nuestro juicio apreciarse en su más alto grado de significación a lo largo de los dos últimos siglos, debe ser una escala histórico-universal lo suficientemente amplia como para poder apreciar la diferencia estructural –ontológica en términos tanto económicos como políticos e ideológicos– dada entre el modo en que el Antiguo Régimen, a partir del siglo XVI, hubo de configurarse, frente a la vía por la que el Nuevo Régimen, a partir de fines del siglo XVIII, lo hizo.

Porque mientras el Antiguo Régimen fue el resultado de la transformación de los reinos medievales europeos en imperios universales de régimen absolutista a partir del descubrimiento de América (la vía fue la de los descubrimientos), lo que dio lugar a los primeros procesos de organización del capitalismo mercantil, el Nuevo Régimen fue la transformación por vía revolucionaria (la de la Revolución francesa) de esos imperios universales en naciones políticas con régimen constitucional (republicano o monárquico). El planeta está hoy roturado según las muy variadas y complejas, aunque similares en sus fundamentos, dialécticas de organización de Estados nacionales canónicos recortados –como restos de imperios universales– con arreglo al modelo jacobino. En otras palabras, la Revolución como figura histórica concreta y como partera de la nación política soberana tiene tan sólo dos siglos de existencia.

La clave decisiva en uno y otro caso, además de la diferencia igualmente fundamental entre la vía de los descubrimientos y la vía revolucionaria como metodología de transformación política, es la idea o doctrina de la soberanía nacional con base popular, es decir, con asentamiento en el pueblo. Porque mientras que en el Antiguo Régimen el pueblo estaba al margen de la soberanía del Estado, en el Nuevo, a partir de la Revolución francesa, el pueblo no es otra cosa, según esta doctrina, que la encarnación de la soberanía nacional. Y decimos esto al margen de la oscuridad y confusión que encontramos en la doctrina de la soberanía popular, pues lo fundamental, a efectos de nuestro propósito concreto en estas líneas, es señalar el cambio drástico de coordenadas ideológicas acaecido, porque lo cierto es que, aun siendo la soberanía popular otra ideológica orgánica (componente esencial del fundamentalismo democrático), lo es también ofreciéndosenos como cobertura nematológica de una realidad histórico-política nueva, en tanto que, por ejemplo, los ejércitos nacionales obligatorios son fenómenos exclusivos del Nuevo régimen.

Habría luego que analizar la idea de Revolución socialista, comunista, nacional o fascista, lo que por ejemplo nos remite, en el marco exclusivo del Nuevo régimen (siglos XIX y XX), a Marx, a Lenin, al Ché Guevara, a Lázaro Cárdenas, a Franco, a Mussolini o a Hitler. Porque ¿no fueron acaso todos ellos, en un sentido u otro, genuinos revolucionarios? Esta es la cuestión.

 

El Catoblepas
© 2010 nodulo.org