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El Catoblepas, número 102, agosto 2010
  El Catoblepasnúmero 102 • agosto 2010 • página 13
Artículos

¿Hay evidencia histórica
a favor de la resurrección de Jesús?

Gabriel Andrade

Se evalúan los argumentos apologistas según los cuales
hay evidencia histórica a favor de la resurrección de Jesús

Giovanni Bellini, Resurreción de Cristo, 1475

Los apologistas señalan tres hechos fundamentales: 1) el sepulcro vacío; 2) las apariciones a los discípulos; 3) la disposición al martirio por parte de los discípulos. En su opinión, sólo la resurrección histórica de Jesús puede explicar estos hechos. Si bien estos argumentos tienen cierta plausibilidad, no son del todo convincentes.

La doctrina respecto a la resurrección de Jesús es, lo mismo que la doctrina de la resurrección general, un artículo de fe. Pero, muchos apologistas creen que existen pruebas históricas que conducen a la conclusión de que Jesús efectivamente resucitó. El Nuevo Testamento incluye testimonios de cuatro resurrecciones como milagros perpetrados por Jesús: la de la hija de Jairo (Marcos 5:21-23), el hijo de la viuda de Naín (Lucas 7:11-17), Lázaro (Juan 11:1-44), y por supuesto, la propia resurrección de Jesús narrada en los cuatro evangelios. Puesto que es poco lo que podemos conocer con certeza respecto a la vida de Jesús, y no contamos con información fuera del Nuevo Testamento respecto a su ministerio, los apologistas no consideran que se pueda demostrar con plenitud de evidencia las resurrecciones de estos personajes. Pero, los apologistas consideran que sí existe plenitud de evidencia para demostrar la resurrección de Jesús.

La mayor de los apologistas que consideran que existen pruebas históricas de la resurrección de Jesús construyen su argumento como un silogismo en el cual, si se aceptan sus premisas, entonces la inferencia más racional es aceptar que la resurrección de Jesús es un hecho histórico. Así, apologistas como William Lane Craig{1}, Gary Habermas{2} y N.T. Wright{3}, entre otros, postulan como premisas una serie de hechos históricos que, a su juicio, no son controvertidos. La conjunción de esos hechos, alegan los apologistas, implica la resurrección de Jesús como hecho histórico.

El primero de esos hechos es que, tras su crucifixión, Jesús fue sepultado. La crucifixión de Jesús es un hecho histórico bastante seguro: si bien no tenemos confirmación independiente contundente de la crucifixión de Jesús, aparece en los cuatro evangelios. Además, sabemos que en el mundo romano la crucifixión era un castigo bastante frecuente para los criminales, y que la crucifixión no es un hecho que los primeros cristianos habrían inventado, pues claramente habría sido motivo de vergüenza el hecho de que aquel a quien seguían, sufrió una pena tan humillante. Los eventos vergonzosos no suelen ser inventados, y si aparecen en las crónicas, probablemente son históricos.

Ahora bien, después de su crucifixión, Jesús habría sido sepultado. Si bien algunas de las epístolas atribuidas a Pablo probablemente no fueron escritas por el mismo apóstol, el consenso entre historiadores es que I Corintios sí es una epístola auténtica, y por ende, uno de los documentos cristianos más tempranos. En I Corintios 15, Pablo ofrece una suerte de testimonio que parece ser una recapitulación de una tradición oral que circundaba entre la más temprana comunidad de cristianos. En ese testimonio, Pablo asegura que Jesús fue sepultado (I Corintios 15:4); de manera tal que la tradición de que Jesús fue sepultado es bastante antigua, en vista de lo cual no puede ser considerada un añadido posterior.

La tradición respecto a la sepultura de Jesús también aparece en los relatos de los evangelios. Marcos, probablemente el evangelio más temprano (y el cual sirvió de base para la redacción de Mateo y Lucas), incluye una narrativa sobre la sepultura de Jesús (Marcos 15:42-47), y probablemente a partir de la narrativa de Marcos, los evangelios de Mateo y Lucas también incorporan una narrativa sobre la sepultura de Jesús (Mateo 27:57-61; Lucas 23:50-55). Juan es un evangelio muy distinto a los otros tres, y a partir de ello se ha inferido que Juan es independiente del resto de los evangelios; es decir, el autor de Juan no empleó a los otros evangelios como fuente para su redacción. La narrativa sobre el sepulcro también aparece en Juan 19:38-42, de manera tal que el hecho de que Jesús fue sepultado es confirmado por tres fuentes aparentemente independientes entre sí:Pablo, el autor de Marcos, y el autor de Juan.

De esa manera, esto haría inadmisible el alegato de que el cuerpo de Jesús sufrió otro destino (por ejemplo, que fue incinerado, o devorado por los perros, o dejado colgar en la cruz como escarmiento a los rebeldes).

Ahora bien, los apologistas insisten en que Jesús fue sepultado en unas circunstancias muy específicas. En I Corintios 15:4, Pablo se limita a sostener que el cuerpo de Jesús fue sepultado, pero no especifica cómo. Si bien es poco probable, este testimonio permitiría una sepultura en una fosa común. No obstante, los cuatro evangelios narran que Jesús fue sepultado por José de Arimatea, un miembro del Sanedrín (el consejo judío que, según la narrativa de los evangelios, buscó la ejecución de Jesús). José solicitó a Pilatos que le concediera el cuerpo de Jesús, y Pilatos accedió a esta solicitud; luego José enterró a Jesús en un sepulcro nuevo excavado en una roca. Así, Jesús no habría sido enterrado en una fosa común, sino en un sepulcro especialmente seleccionado por José de Arimatea, el cual albergaría exclusivamente los restos de Jesús.

Si bien la participación de José de Arimatea no es confirmada por el testimonio de Pablo, sí es confirmada por dos fuentes independientes, Marcos y Juan. De manera tal que la participación de José de Arimatea no es tan aceptable como el hecho de que Jesús fue sepultado, pero aún así, cuenta con el respaldo de más de una fuente.

Y, se alega, no hay motivo para dudar de la noticia de que José de Arimatea enterró el cuerpo de Jesús. En primer lugar, la historia parece creíble, pues no tiene ningún embellecimiento que haga pensar que se trata de una tradición posterior con motivaciones teológicas. Y, en segundo lugar, sería muy poco probable que José de Arimatea sea un personaje inventado, o que no enterró a Jesús. Pues, se narra que José de Arimatea era un miembro del Sanedrín, y en el entendimiento de los primeros cristianos, el Sanedrín era el responsable de la ejecución de Jesús. A la luz del recelo en contra de los judíos por parte de los primeros cristianos, es improbable que se hubiese inventado una historia en la cual uno de los miembros del Sanedrín tuviese un gran gesto de piedad respecto a Jesús, ya fallecido. Por ende, José de Arimatea probablemente sí enterró el cuerpo de Jesús.

Una vez que se ha establecido que Jesús fue sepultado por José de Arimatea en un sepulcro específico, los apologistas señalan el hecho de que, el domingo después de la muerte de Jesús, unas mujeres fueron al sepulcro a embalsamar el cuerpo. Al llegar, encontraron el sepulcro vacío, y desde entonces, ha prevalecido la tradición respecto al sepulcro vacío de Jesús.

De nuevo, esta tradición aparece en al menos dos fuentes independientes: Juan 20:1-10, y Marcos 16:1-8; probablemente Mateo 28:1-8 y Lucas 24:1-10 dependan de la narrativa de Marcos. El hecho de que procede de fuentes independientes aumenta su grado de probabilidad histórica.

Y, una vez más, no parece haber motivo para dudar de su historicidad:ninguno de los textos tiene una elaboración teológica que haga sospechar de su veracidad, ni tampoco la narrativa está embellecida con elementos sobrenaturales.

El hecho de que, según la narrativa, fueron mujeres quienes encontraron el sepulcro vacío, contribuye a su probabilidad histórica. Pues, si el relato sobre la tumba vacía fuese ficticio, se hubiese narrado que el sepulcro vacío fue descubierto por hombres, no mujeres. La sociedad judía era marcadamente patriarcal, y el testimonio de las mujeres no tenía valor, al punto de que no tenían la facultad de servir como testigos en los procedimientos judiciales. Si la historia sobre el sepulcro vacío es ficticia, se habría narrado que unos hombres descubrieron el sepulcro vacío, a fin de darle más credibilidad. En otras palabras, el protagonismo de las mujeres es vergonzoso, y una vez más, los detalles vergonzosos son probablemente históricos, pues es implausible que se invente una historia con detalles vergonzosos.

Además, el hecho de que el sepulcro de Jesús no era venerado en la tradición, aumenta la probabilidad de que el sepulcro estaba vacío. Una antigua costumbre semita propiciaba que los seguidores de algún maestro veneraran sus restos, y los sepulcros se convirtieran en lugar de peregrinaje. Si el sepulcro no estuviera vacío, los primeros cristianos habrían convertido la tumba en lugar de peregrinaje y veneración, pues ahí reposaba el cuerpo de Jesús. Pero, sabemos que, desde el mismo inicio, no hubo tal veneración; por ende, probablemente el sepulcro estaba vacío.

Así, Jesús habría sido enterrado por José de Arimatea, y cuando las mujeres fueron a embalsamar su cuerpo, encontraron el sepulcro vacío. Junto a estos dos hechos, los apologistas añaden otro hecho:Jesús se apareció a sus discípulos y a otras personas. Hemos visto que I Corintios es un documento que antecede los evangelios, y refleja el testimonio más temprano de la comunidad cristiana. Pues bien, en I Corintios 15:5-7 Pablo asegura que Jesús se apareció a Cefas (Pedro), a los doce discípulos, y luego a más de quinientas personas a la vez, algunos de los cuales, según Pablo, estaban vivos en el momento en que redactaba la epístola. También, según Pablo, Jesús se apareció a Santiago (su hermano), y por último, a Pablo mismo.

Marcos, el evangelio más temprano, tiene un ciclo narrativo en el cual Jesús se aparece a María Magdalena, a dos discípulos que iban camino a una aldea, y luego al resto de los discípulos (Marcos 16:9-20). Si bien Mateo y Lucas dependen de Marcos, parecen incluir narrativas independientes sobre las apariciones de Jesús. Mateo narra una aparición a las mujeres (Mateo 28:9-10), y otra aparición a los discípulos en un monte en Galilea. Lucas narra una aparición a dos discípulos camino a Emaús (Lucas 24:13-35) y al resto de los discípulos en Jerusalén (Lucas 24:36-43). Juan narra que Jesús se apareció a María Magdalena en el mismo sepulcro (Juan 20:11-18), a los discípulos excepto Tomás (Juan 20:19-24), a Tomás y el resto de los discípulos (Juan 20:24-28), y a otros discípulos en el Lago Tiberíades (Juan 21). De esa manera, al menos cinco fuentes (aparentemente independientes entre sí) documentan que los primeros cristianos tuvieron experiencias de haberse encontrado con Jesús resucitado.

Por último, los apologistas dirigen su atención al hecho de que hubo una repentina transformación en los discípulos después de la muerte de Jesús. Al momento del arresto de Jesús, sus discípulos lo abandonaron (Marcos 14:50; Mateo 26:56). Incluso, Pedro negó cualquier asociación con él (Marcos 14:66-72; Mateo 26:69-75; Lucas 22:54-62; Juan 18:15-18). Pero, los discípulos repentinamente se transformaron, y retomaron con gran entusiasmo el movimiento iniciado por Jesús, al punto de que muchos estuvieron dispuestos a morir por sus creencias. El caso de Pablo y Santiago es, a juicio de los apologistas, especialmente significativo. Pues, Pablo inició como perseguidor de los adherentes al movimiento de Jesús, y Santiago rechazó a Jesús mientras vivió. Tanto Pablo como Santiago cambiaron significativamente su recelo en contra de Jesús y su movimiento, y lo mismo que los discípulos, asumieron con gran entusiasmo el movimiento, al punto de sufrir maltratos y, al menos en el caso de Santiago, el martirio.

La disposición a morir por sus creencias es asumida por los apologistas como prueba de que los discípulos de Jesús tuvieron la experiencia de algo profundamente significativo. Así, sus alegatos respecto a la tumba vacía y las apariciones habrían sido sinceros, pues nadie estaría dispuesto a morir por algo en lo que no se cree.

Así, los apologistas sostienen cuatro hechos fundamentales que ameritan una explicación histórica:Jesús fue enterrado por José de Arimatea; las mujeres encontraron el sepulcro vacío; los discípulos tuvieron la disposición de morir por sus creencias. Los apologistas consideran que la única explicación plausible es la resurrección de Jesús. Sólo en la medida en que se postule la hipótesis de que Jesús resucitó, se podrán explicar coherentemente los tres últimos hechos fundamentales; a saber, el sepulcro vacío, las apariciones, y la disposición de los discípulos a morir por sus creencias. Cualquier otra explicación sería implausible, en vista de lo cual, la única alternativa restante es la postulación de la misma resurrección de Jesús.

* * *

La argumentación anterior procede, a la manera silogística clásica, mediante dos pasos. Primero, establece unas premisas; y segundo, de esas premisas abstrae una conclusión. De esa manera, la argumentación anterior puede ser sometida a dos procedimientos críticos. Primero, pueden disputarse los hechos de los cuales los apologistas parten. Y, segundo, puede sostenerse que, aun si las premisas de los apologistas son verdaderas, la inferencia abstraída no es válida. Veamos, en primer lugar, si las premisas de las cuales parten los apologistas son sostenibles.

No hay motivos para asumir, con plena seguridad, que Jesús fue enterrado. El historiador J. D. Crossan ha documentado que la usanza romana era no enterrar a los criminales ejecutados en la crucifixión{4}. Los cadáveres eran bajados de la cruz y abandonados como comida para perros y aves. Crossan admite que pudo haber alguna excepción a esta regla, pero Jesús no habría sido un buen candidato para esta excepción, pues no contaba con el respaldo de alguna figura influyente que apelara a las autoridades romanas para conseguir que permitieran la sepultura. Por razones que veremos más adelante, es plausible que José de Arimatea sea un personaje ficticio, de manera tal que el cuerpo de Jesús, en ausencia de amigos influyentes, habría sido abandonado y devorado por animales.

Otro motivo por el cual el cuerpo de Jesús pudo haber escapado la costumbre romana de no enterrar los cuerpos, es que los judíos se apresuraran a enterrarlo como seguimiento del mandato de su Ley Mosaica, expuesto en Deuteronomio 21:22-23, el cual ordena enterrar a los reos ejecutados. Pero, Crossan duda de que esto haya ocurrido así, pues no hay motivos para pensar que los romanos, encargados de custodiar los cuerpos de los crucificados, concedieran el permiso a los judíos. Y, sin sepultura, por supuesto, se puede prescindir también de los relatos sobre el sepulcro vacío.

Aun si Jesús sí fue enterrado, no hay motivo para tener plena seguridad de que fue enterrado en una tumba privada. Antes bien, es plausible pensar que fue enterrado en una fosa común junto a otros criminales, por sus propios ejecutores. En un discurso recapitulado en el libro de Hechos de los apóstoles, el propio Pedro parece sostener esta hipótesis: los enemigos de Jesús lo habrían ejecutado, y ellos mismos lo habrían enterrado (Hechos 13:29).

Si Jesús no fue enterrado, o fue enterrado en una fosa común, ¿cómo podríamos explicar los relatos sobre José de Arimatea? Quizás sean ficticios, un añadido posterior; e incluso, quizás José de Arimatea no sea un personaje real; habría sido inventado para paliar la humillación de un entierro en una fosa común, o el haber sido devorado por los perros. Nuestra fuente más temprana, Pablo, da testimonio de que el cuerpo de Jesús fue enterrado, pero no menciona nada respecto a José de Arimatea y su tumba. Esto podría ser un indicio de que la historia sobre José de Arimatea habría sido un añadido posterior, pues aparece por primera vez en el evangelio de Marcos, escrito unos veinte años después de las epístolas de Pablo, y unos cuarenta años después de la crucifixión.

Hemos visto que, en estimación de los apologistas, José de Arimatea fue un personaje real, pues los primeros cristianos, hostiles hacia los judíos, no habrían inventado un retrato favorable de un miembro del Sanedrín.

Pero, por otra parte, hay motivos para pensar que José de Arimatea no es un personaje real. Marcos retrata a José como un miembro del Sanedrín que, a la vez, tiene simpatías por Jesús («esperaba el reino de Dios») (Marcos 15:42-43). Pero, en otro lugar, Marcos narra que todos los miembros del Sanedrín buscaron la ejecución de Jesús (Marcos 14:55). En el relato de Marcos, entonces, José habría deseado la muerte de Jesús, y al mismo tiempo, habría sido su simpatizante y le habría rendido honores funerarios. Resulta bastante incoherente.

Pareciera que los autores de los evangelios posteriores reconocen esta incoherencia en Marcos, e intentan enmendarla, haciendo a José de Arimatea menos judío, y más cercano a Jesús. En Mateo, José ya no es un simpatizante, sino un discípulo de Jesús, y además, ya no es miembro del Sanedrín (Mateo 27:57). Lucas, por su parte, sí postula que José era miembro del Sanedrín, pero se apresura a advertir que no había estado de acuerdo con la decisión del consejo (Lucas 23:50-52). Y, Juan, el más tardío de los evangelios, hace de José, junto a otro personaje, Nicodemo, un discípulo secreto de Jesús. La transformación de José desde un personaje ambiguo en Marcos, hasta un supremo ejemplo de virtud en Juan, hace pensar que no se trata de un personaje real, o al menos que nada tuvo que ver en la sepultura de Jesús. Pues, de nuevo, la fuente más temprana sobre la participación de José, el evangelio de Marcos, es incoherente al respecto, y los evangelios que presentan una visión más coherente sobre este episodio son posteriores; claramente, para darle más credibilidad a la historia, los autores de los otros evangelios habrían modificado el relato para presentar a José más favorablemente.

Dondequiera que haya sido enterrado Jesús, también parece haber dificultades para aceptar que ese sepulcro estaba vacío. Hemos visto que, según los apologistas, hay buenos motivos para pensar que sí estaba vacío En primer lugar, nadie inventaría un relato en el cual las mujeres son testigos, pues en la sociedad judía, el testimonio de las mujeres no valía. Pero, en realidad, el testimonio de las mujeres sí conservaba validez, si no había hombres testigos. El mismo evangelio de Juan narra que, en cierta ocasión, los samaritanos creyeron en Jesús debido al testimonio ofrecido por una mujer (4:39). De manera tal que no es plenamente implausible que se inventara un relato con las mujeres como testigos.

Según los apologistas, el hecho de que los primeros cristianos no veneraron la tumba de Jesús es señal de que estaba vacía. Este alegato tiene plausibilidad, pero resulta más plausible aún pensar que, si los primeros cristianos no veneraron la tumba de Jesús, entonces hubo de ser porque no hubo una temprana tradición respecto al sepulcro vacío. Pues, si la historia del sepulcro vacío es real, los cristianos hubieran venerado ese lugar desde un principio, no propiamente como el lugar donde yace el cuerpo de Jesús, pero sí como el lugar donde ocurrió el milagro de la resurrección. Es más probable que se venere el lugar donde ocurrió un milagro, que el lugar donde yacen los restos de un maestro recordado{5}.

El hecho de que no hubiera veneración del sepulcro de Jesús parecer ser indicativo más bien de que los discípulos no sabían dónde había sido enterrado Jesús. Pues, si fue enterrado en una tumba privada y el cuerpo permaneció siempre ahí, se habría esperado la veneración de esa tumba. Y, si la tumba estaba vacía, también se habría esperado veneración. Por ende, la conclusión viable parece ser que no hubo veneración, sencillamente porque los discípulos no sabían dónde estaba la tumba. Esto, por supuesto, iría también en contra del alegato de que José de Arimatea enterró el cuerpo de Jesús en una tumba privada.

Los apologistas sostienen que el sepulcro estaba vacío, pues cuando los primeros cristianos empezaron a proclamar que Jesús había resucitado, las autoridades judías que los enfrentaban sólo necesitaban señalar dónde estaba el cuerpo, suficiente para su refutación. Pero, quizás las autoridades judías sencillamente habían olvidado dónde estaba enterrado Jesús, especialmente si asumimos que fue enterrado en una fosa común. Y, aun si no hubieran olvidado dónde estaba enterrado, habría sido difícil reconocer el cuerpo, pues los discípulos esperaron al menos cincuenta días para empezar sus proclamas, tiempo suficiente para que el cuerpo de Jesús ya estuviera descompuesto. De nuevo, esto también iría en contra del alegato de que José enterró el cuerpo de Jesús en una tumba privada.

Uno de los principales motivos que hace pensar que la historia sobre el sepulcro vacío es ficticia y ajena a la más temprana tradición cristiana, es el silencio de Pablo al respecto. Este tipo de argumentos es riesgoso, pues es sabido que el argumentum ex silentio es muchas veces falaz:que no se tenga noticia de un evento no implica que ese evento no sucedió. Quizás algún periódico nepalés no reseñó que Italia ganó la Copa del Mundo de fútbol en el año 2006, pero con base en ese silencio no se puede inferir que el evento en cuestión es ficticio.

Pero, en algunas ocasiones, el argumento ex silentio puede no ser falaz. Este tipo de argumento funcionaría en aquellas situaciones en las que cabría esperar mención del evento, y aun así, no hay noticia de ello. En el caso del sepulcro vacío, sí esperaríamos que Pablo ofreciera alguna referencia al respecto, sobre todo dada la importancia que la resurrección ocupa en su pensamiento. I Corintios 15, el mismo capítulo en el que ofrece el testimonio al cual ya hemos hecho referencia, también pretende ser un argumento a favor de la resurrección general y la resurrección de Jesús, frente a aquellos que la colocaban en duda. En este contexto, cabría esperar que Pablo hiciera alguna referencia al sepulcro vacío, pues habría sido una estrategia eficaz para convencer de que Jesús había resucitado.

El silencio de Pablo, entonces, sugiere que el sepulcro vacío aparece en una tradición posterior, redactada por primera vez en Marcos. Y, a medida que aparecieron los otros evangelios, la historia se habría embellecido más. Esto explicaría las notorias discrepancias en los relatos de los evangelios sobre el sepulcro vacío.

Marcos narra que tres mujeres descubrieron el sepulcro vacío, Mateo narra que sólo fueron dos, Lucas narra que fueron al menos cinco, y Juan narra que fue sólo María Magdalena. Según Marcos y Lucas, las mujeres fueron con el propósito de llevar especias para embalsamar el cuerpo, según Mateo, el propósito era observar la tumba. Mateo narra que la tumba no estaba abierta cuando llegaron las mujeres, los otros evangelios narran que sí estaba abierta. Según Marcos, en la tumba había un joven; según Mateo un ángel; según Lucas dos hombres; y según Juan, dos ángeles. Ni Marcos ni Mateo hacen mención de la presencia de Pedro en la tumba, mientras que Lucas y Juan sí narran que Pedro estaba presente.

Aunado al silencio de Pablo, estas discrepancias hacen pensar que el relato sobre el sepulcro vacío debió tratarse de una leyenda posterior a Pablo. Si fuera un hecho histórico conocido desde la tradición más temprana, se habría mantenido un mejor registro de sus detalles, de forma tal que se evitaran las discrepancias.

Los relatos en los evangelios sobre las apariciones tampoco parecen ser confiables. Estos relatos son muy disímiles entre sí, y en lo único en que parecen coincidir es que Jesús se apareció a sus discípulos. La diferencia entre los relatos respecto a las apariciones hace pensar, de nuevo, que estas historias debieron ser elaboraciones de una tradición más temprana. Pero, pareciera que las tradiciones sobre las apariciones de Jesús datan de al menos cuarenta años después de la crucifixión.

Hemos visto que el evangelio de Marcos, el más temprano de todos, incorpora unos relatos sobre las apariciones en sus últimos versículos (16:9-16:20). Pero, es muy probable que estos versículos sean un añadido posterior, y que originalmente el evangelio de Marcos concluyera con el relato sobre el sepulcro vacío (16:1-16:9). Hay dos razones fundamentales para pensar que el final de Marcos es un añadido posterior:en primer lugar, el estilo es muy diferente al resto del evangelio; pero más importante aún, en los manuscritos más antiguos de este evangelio, los últimos once versículos no aparecen{6}.

Si el evangelio más temprano no tiene relatos sobre las apariciones de Jesús, entonces es razonable pensar que el autor de Marcos no conocía estas tradiciones y que, por lo tanto, son posteriores a él, y por ende, no son confiables en tanto están alejadas del supuesto hecho original. Y, como habría de esperarse, entre más tardío es el evangelio, más elaborado es el relato sobre sus apariciones. En Mateo, Jesús se aparece en Jerusalén a las mujeres, y en una montaña en Galilea. Lucas, posterior a Mateo, narra la aparición de Jesús a los discípulos camino a Emaús, y además, a los discípulos en Jerusalén, con instrucciones más elaboradas. Juan, el más tardío de los evangelios, es mucho más extenso y elaborado en sus relatos sobre las apariciones:el mismo Jesús aparece en la tumba, se aparece a los discípulos atravesando las puertas, se aparece nuevamente a los discípulos y a Tomás, y aún otra aparición en el lago de Tiberíades para propiciar una pesca milagrosa.

No obstante, los evangelios no son la única fuente de los relatos sobre las apariciones de Jesús. Pues, hemos visto que en I Corintios, un texto bastante temprano, Pablo da testimonio de que Jesús se apareció a Cefas (Pedro), a quinientas personas a la vez, a Santiago, y luego al mismo Pablo. Hay espacio para discutir si las apariciones que Pablo refiere son de la misma naturaleza que las apariciones narradas en los evangelios. Allí donde los relatos de los evangelios retratan a un Jesús resucitado en pleno, con encuentros casi cotidianos con sus discípulos (Lucas narra que incluso come con ellos), algunos textos dan la impresión de que Pablo pensaba que las apariciones de Jesús eran meramente espirituales; a saber, habrían sido visiones y revelaciones, y no propiamente encuentros vívidos y cercanos.

En todo caso, es bastante probable que Pablo sí creyera tener alguna experiencia de Jesús. Y, con base en el temprano testimonio de Pablo, también es probable que los otros discípulos creyeran tener experiencias de Jesús. En ese sentido, no es muy disputable el hecho señalado por los apologistas, a saber, que los primeros discípulos alegaron haber tenido apariciones de Jesús. Pero, estas apariciones no habrían sido las narradas por los evangelios. Y, hay una diferencia importante entre la posibilidad de que Jesús se haya aparecido a los discípulos, y la posibilidad de que los discípulos hayan creído que Jesús se les aparecía. Es poco disputable que los discípulos hayan creído tener una experiencia real de Jesús, pero sí es disputable que los discípulos hayan realmente tenido una experiencia de Jesús. Quizás sencillamente estaban alucinando; volveremos sobre esta posibilidad más adelante.

El cuarto hecho invocado por los apologistas, a saber, la disposición de los discípulos a morir por sus creencias, tampoco es muy disputable, a pesar de que suscita algunas dudas. Si bien tenemos noticias sobre el martirio de los primeros cristianos, no fue tan extenso como tradicionalmente se ha supuesto. El mismo Orígenes de Alejandría, un autor cristiano del siglo II-III sugería que el número de mártires cristianos era pequeño. Y, estos mártires habrían sido de generaciones posteriores a los discípulos de Jesús; las noticias que tenemos sobre el martirio de los discípulos son dudosas. Y, si acaso sufrieron el martirio, algunos parecieron obedecer más a razones políticas que a razones religiosas{7}.

* * *

De esa manera, de los cuatro hechos invocados por los apologistas, dos son seriamente disputables (la sepultura de Jesús, y el sepulcro vacío), uno es aceptable con modificaciones (las apariciones a los discípulos), y otro también es someramente aceptable (la disposición de los discípulos a morir por sus creencias, y la transformación de Pablo, Pedro y Santiago). Si la historia del sepulcro vacío es legendaria, entonces el escenario más plausible habría sido que el cuerpo de Jesús fue enterrado en una fosa común y nadie supo de su paradero pero, los discípulos habrían tenido experiencias de las apariciones de Jesús que suscitó en ellos una transformación y disposición a morir por sus creencias; y después la tradición habría inventado el relato sobre el sepulcro vacío y las apariciones de Jesús narradas en los evangelios. Éste es el escenario por el cual yo más me inclino.

Pero, no es necesario disputar los hechos invocados por los apologistas para rechazar la conclusión de que Jesús resucitó; y esto constituye el segundo procedimiento crítico al cual puede someterse la argumentación de los apologistas, a saber, que si bien las premisas no son disputables, la inferencia abstraída de esas premisas no es válida. Pues, los hechos de que Jesús fue enterrado, su sepulcro se encontró vacío, se apareció a los discípulos, y éstos estuvieron dispuestos a morir por sus creencias, no implican que Jesús resucitó. Estos hechos podrían explicarse sin necesidad de invocar la resurrección de Jesús.

Contemplemos algunas posibilidades. Desde el siglo XVIII, se ha considerado el escenario de que Jesús sobrevivió a la crucifixión, es decir, bajó vivo de la cruz, si bien con la apariencia de estar muerto. Habría estado en la tumba un tiempo recuperándose, y habría salido. Cuando las mujeres llegaron, habrían encontrado el sepulcro vacío. Jesús, aún vivo, se habría aparecido a sus discípulos, y éstos habrían creído que había resucitado, a partir de lo cual estuvieron dispuestos a morir por sus creencias.

Marcos 15:44 narra que Pilatos se extrañó al enterarse de que Jesús había muerto tan rápidamente. Ello es indicativo de que, por lo general, las crucifixiones duraban mucho más de lo que duró la de Jesús. Y, si Jesús no estuvo tanto tiempo sometido en la cruz, entonces quizás sí pudo haber sobrevivido. Los soldados romanos acostumbraban quebrar las piernas a los crucificados, a fin de acelerar su muerte, pero en el relato de Juan 19:33, los soldados no quiebran las piernas de Jesús, cuestión que pudo haber aumentado la probabilidad de sobrevivir la crucifixión. Sin embargo, Juan señala que sí le atravesaron el costado con una lanza; con todo, la noticia respecto a no haberle quebrado las piernas y el haberle atravesado las lanzas tiene motivaciones teológicas para hacer cumplir profecías mesiánicas, de manera tal que no es una noticia muy confiable.

No obstante, esta hipótesis es muy improbable. La crucifixión era un suplicio terrible, y habría muy poca probabilidad de sobrevivirla. Aun si Jesús hubiese sobrevivido a la crucifixión, sería muy difícil explicar cómo logró mantenerse vivo en el sepulcro, mover la piedra que la tapaba, y además, evadir a los guardias que la custodiaban según Mateo 27:62-66 (sin embargo esta historia no es muy confiable, pues no tiene corroboración en otra fuente). Si Jesús salió del sepulcro y se encontró con los discípulos haciéndoles creer que había resucitado, los habría engañado deliberadamente, pero por lo que sabemos, Jesús no era una persona con disposición al fraude.

Podemos pensar en otro escenario. Quizás el cuerpo de Jesús fue robado para propagar la proclama de que había resucitado. Esta teoría, no obstante, tendría que explicar cómo los ladrones pudieron evadir la custodia de los guardias (asumiendo, por supuesto, que había guardias; quizás la mención de los guardias en Mateo sea un artificio para hacer creer que el cuerpo no pudo haber sido robado). Además, si los discípulos robaron el cuerpo, entonces habrían tramado un gran fraude. Pero, sabemos que los discípulos estaban dispuestos a morir por sus creencias, y es poco probable que alguien esté dispuesto a morir en la defensa de un fraude.

Por otra parte, no tenemos que asumir que hubo una conspiración para robar el cuerpo. Quizás un profanador de tumbas lo hizo aisladamente. O, en un escenario que el historiador Bart Ehrman sólo asoma como posible, quizás dos discípulos de Jesús acudieron al sepulcro para llevar el cuerpo a la tumba de los familiares; a medio camino cargando el cuerpo fueron capturados por una patrulla de soldados romanos, tuvieron un forcejeo, murieron los dos discípulos, y ahora la patrulla romana tenía tres cuerpos. Con esos tres cuerpos, decidieron enterrarlos en una fosa común{8}.

Sea por el robo del cuerpo, o por el infortunado traslado a otra tumba, las mujeres habrían encontrado el sepulcro vacío. O, incluso, quizás las mujeres fueron a una tumba equivocada, y confundidas, creyeron encontrar el sepulcro vacío. Ninguna de estas teorías, no obstante, podrían explicar las posteriores apariciones; a no ser, por supuesto, que se interpreten esas apariciones como añadidos posteriores de la tradición.

Con justa razón, los apologistas señalan muchísimas otras dificultades que estas explicaciones enfrentan. En función de eso, cabe admitir que son muy improbables. Pero, la dificultad que debe enfrentar el apologista es que su explicación es aún más improbable que estas explicaciones. Pues, el apologista pretende que la única explicación para los hechos fundamentales anteriormente señalados, es que un milagro ocurrió, a saber, que Jesús efectivamente resucitó. Y, el milagro, por definición, siempre es menos probable que cualquier hecho natural, no importa cuán improbable sea.

Esto conduce a una discusión filosófica respecto a si es racional o no aceptar que los milagros ocurren. Un milagro puede definirse como un evento que desafía las leyes de la naturaleza que hasta ahora conocemos. En rigor, no es imposible que los milagros ocurran. Pero, el filósofo David Hume estimaba que, aun si es posible que ocurra, nunca es racional creer que un milagro ha ocurrido. Pues, la veracidad del testimonio sobre los milagros siempre será más improbable que su falsedad. Hume sostenía que, a la hora de evaluar si un milagro ha ocurrido o no, debemos proceder como en un juicio, en el cual nosotros somos jurados. De una parte, está la persona que alega que el milagro ocurrió, mientras que de la otra parte, está la persona que alega que el testimonio sobre el milagro es falso, bien sea por un fraude deliberado, o por una simple equivocación. Supongamos que ambas personas son íntegras, no se les conoce como mentirosos, ni enfermos mentales. ¿A quién deberíamos creer?

Hume estima racional creer a quien alega que el testimonio es falso, por una razón muy sencilla. En igualdad de condiciones, ambas personas parecerían tener la misma credibilidad. En función de eso, habría que recurrir a la fuerza de la experiencia para determinar cuál de los dos testimonios es el más confiable. La persona que alega que el milagro ocurrió no tiene el respaldo de la experiencia a su favor. Pues, esa misma persona está alegando un evento que, bajo su misma confesión, no ha ocurrido antes; en otras palabras, no tiene antecedentes a su favor. Por otra parte, la persona que alega que el testimonio sobre el milagro es falso, sí tiene el respaldo de su evidencia a su favor. Pues, así como no hay experiencia previa de eventos milagrosos, sí hay experiencia previa de falsos testimonios. Por ende, el falso testimonio siempre será más probable que el hecho milagroso. En palabras de Hume: «ningún testimonio es suficiente para establecer la existencia de un milagro, a no ser que el testimonio sea de tal tipo, que su falsedad sería más milagrosa que el hecho que pretende establecer»{9}.

Por ende, frente a un testimonio sobre un milagro, vale preguntarse:¿es más probable que un evento violó las leyes de la naturaleza, o que se está dando un falso testimonio al respecto? La probabilidad se calcularía en función de las experiencias pasadas. Anteriormente, no se ha visto a cadáveres regresar a la vida, pero sí se ha visto a personas ofrecer falsos testimonios, sean deliberados o no. Por ende, siempre será más probable el falso testimonio. Y, si es improbable que una persona sobreviva la crucifixión o que unas personas estén dispuestas a morir por un fraude, es más improbable aún que un cadáver regrese a la vida.

Los apologistas, no obstante, consideran que la resurrección (y cualquier milagro) sería improbable sólo si se asume el naturalismo que excluye a la participación interventora de Dios en el mundo. Pero, si se acepta la existencia de un Dios que interviene y altera el curso de las leyes de la naturaleza, entonces sí podríamos asumir a los milagros como probables, siempre y cuando se den en unas circunstancias muy específicas. En el caso de la resurrección de Jesús, habría sido probable que Dios interviniera para hacer resucitar a Jesús, pues esto habría formado parte del plan salvífico para la humanidad.

Esta argumentación es débil. No es del todo seguro que debamos asumir la existencia de Dios. Pero, aun si fuese así, la aceptación de los milagros nos conduciría a permitir como legítimo los alegatos de muchas otras religiones. En rigor, el permitir los alegatos de milagros en otras regiones no excluye la posibilidad de aceptar la resurrección de Jesús. Pero, la mayor parte de los cristianos se adhieren a un entendimiento exclusivista de su religión, y consideran que, si la religión cristiana es verdadera, el resto de las religiones son falsas. Y, si se acepta la resurrección de Jesús, entonces no pueden aceptarse los milagros alegados por las otras religiones.

Pero, con base en una argumentación muy parecida a la esbozada por los defensores de la resurrección, puede hacerse una defensa del milagro de, por ejemplo, la revelación de las planchas doradas a Joseph Smith. Según el testimonio de Joseph Smith, el ángel Moroni se le apareció para revelarle la ubicación de unas planchas doradas escritas en un lenguaje antiguo. Con la ayuda del ángel, Smith tradujo las planchas, a partir de lo cual surgió el contemporáneo Libro de Mormón. Junto a Smith, hubo primero tres testigos de este acontecimiento, y luego, ocho testigos.

Lo mismo que los discípulos de Jesús, Smith sufrió una transformación profunda tras ese acontecimiento, y estuvo dispuesto a morir por sus creencias; de hecho, murió como mártir en 1844. Y, sus seguidores enfrentaron todo tipo de persecuciones, frente a las cuales no se doblegaron. Casi todos los testigos originales de Moroni y las planchas doradas fueron eventualmente expulsados de la naciente religión mormona, pero ninguno de ellos alegó que Joseph Smith era fraudulento, señal de que, de nuevo, tenían la firme convicción de que su experiencia había sido real, pues de lo contrario, habrían denunciado el fraude después de su expulsión.

¿Deberíamos, con base en esa evidencia, aceptar el milagro de las planchas doradas? A excepción de los mormones, responderíamos que no. Sería improbable que un ángel se apareciera para revelar las planchas con el contenido de un antiguo libro. Pero, el apologista mormón puede pensar en todo tipo de justificaciones teológicas para sostener que, en su caso, sí habría probabilidad del milagro:Dios quiso restablecer la fe en América tras la corrupción en que había caído el cristianismo; Joseph Smith era un hombre destinado a ser un nuevo profeta, etc.

Sería arbitrario aceptar la resurrección de Jesús pero rechazar el milagro de las planchas doradas. Ambos resultan sumamente improbables, y la invocación de razones teológicas para asumir como probable un evento que no parece probable es, sencillamente, un procedimiento ad hoc demasiado sospechoso. Además, sirve para defender milagros mutuamente excluyentes. Puesto que nunca hemos visto un cadáver regresar a la vida, la teoría que invoca a la resurrección para explicar los hechos fundamentales señalados por los apologistas es la menos probable. Y, por ende, teorías tan improbables como, por ejemplo, que Jesús tuvo un hermano gemelo que robó el cuerpo y se hizo pasar por él, son menos improbables que la resurrección.

Con todo, podemos contemplar una explicación que no resulta improbable, y hacia la cual me inclino. Se trata de la explicación defendida por el historiador Gerd Ludemann{10}. Jesús habría sido crucificado en Jerusalén, probablemente junto a otros criminales presumidos de ser agitadores políticos, y en ese sentido, su ejecución no habría sido un hecho singular para las autoridades romanas. Por ello, seguramente fue sepultado, junto a los otros reos, en una fosa común. En el momento de su arresto, sus discípulos lo habían abandonado, y probablemente regresaron a Galilea.

Pero, en Galilea, alguno de los discípulos alegó haber tenido alguna visión de Jesús. Ludemann estima, en concordancia con el testimonio de Pablo en I Corintios 15, que ese discípulo habría sido Pedro. Probablemente, Pedro habría tenido un intenso sentimiento de culpa por haber abandonado a su maestro durante su arresto, y la noticia de su ejecución habría generado en él una gran inestabilidad emocional. Esta inestabilidad emocional abrió el camino para que Pedro tuviera visiones de Jesús.

Pedro habría comunicado esta visión a los otros discípulos, quienes también habrían estado afectados por la trágica muerte de su maestro. Así, los discípulos se habrían contagiado de esas visiones, y eventualmente, se convencieron de que Jesús había resucitado. Santiago, el hermano que rechazó a Jesús inicialmente, pudo haber sentido una profunda tristeza y, lo mismo que Pedro, un sentimiento de culpa al saber que su hermano había sido crucificado. Entre la culpa y la tristeza, estuvo susceptible a contagiarse de las visiones de los discípulos. Y, así, fue creciendo el número de personas que tuvieron esas visiones. Pudo haber llegado un momento en que quinientas personas a la vez tuvieron una visión de Jesús. En vista de esto, regresaron a Jerusalén para proclamar la resurrección de Jesús y la continuidad de su mensaje.

Las autoridades judías no habrían dedicado especial atención a esta pequeña secta, pues apenas era una entre varias. Pero, frente al alegato de que Jesús había resucitado, no podían hacer mucho, pues o bien no sabían dónde estaba enterrado Jesús, o sencillamente el tiempo transcurrido ya no permitía identificar el cuerpo en la fosa común. Quizás la incapacidad de las autoridades para identificar el cuerpo, así como la vergüenza suscitada por el entierro en una fosa común, propició que surgiera el relato posterior según el cual un prominente miembro del Sanedrín enterró a Jesús en una tumba privada, y unas personas que fueron a visitar la tumba la encontraron vacía. Puesto que entre los seguidores de Jesús había mujeres, y probablemente éstas también se contagiaron de las visiones de los discípulos, la tradición atribuyó a unas mujeres el haber sido quienes encontraron el sepulcro vacío.

Por su parte, Pablo habría sido un fanático perseguidor de quienes proclamaban la resurrección de Jesús. Pero, como suele ocurrir entre fanáticos, su inestabilidad psicológica pudo propiciar un repentino cambio en sus creencias. Y, al escuchar el testimonio de quienes él perseguía, Pablo mismo sucumbió frente a las visiones del Jesús resucitado. Años después, se habría reunido con sus antiguos perseguidos, y habría conocido un poco más los detalles de las visiones.

Para la siguiente generación, unos veinticinco años después de la visión de Pablo, las tradiciones respecto a las visiones originales se habrían modificado en la transmisión oral. Y, al momento de componerse el evangelio de Mateo (el primer evangelio en incluir noticias sobre las apariciones de Jesús resucitado, pues como hemos visto, los relatos incluidos en Marcos son adiciones muy posteriores), los relatos sobre las apariciones de Jesús ya no eran meramente visiones, sino encuentros muy cercanos.

Bajo esta explicación, Jesús no fue enterrado en una tumba privada, y el relato sobre el sepulcro vacío es una leyenda posterior a la más temprana creencia en la resurrección de Jesús. Pero, se conservan los otros hechos defendidos por los apologistas:los discípulos vivieron apariciones de Jesús, pero éstas habrían sido eventos meramente subjetivos sin un estímulo externo, es decir, alucinaciones. Y, tan reales parecieron estas experiencias a los discípulos, que los transformó radicalmente, lo suficiente como para estar dispuestos a morir por sus creencias.

He admitido que las otras explicaciones no milagrosas me resultan improbables, pero ésta no me resulta implausible. No obstante, los apologistas se apresuran a señalar algunas críticas. En primer lugar, los apologistas sostienen que las alucinaciones no son colectivas; antes bien, son fenómenos privados, producto de la configuración psicológica de cada quien, y en función de ello, es muy improbable que la misma alucinación se reprodujera en diferentes personas.

A esto, se puede responder que, si bien las alucinaciones suelen ser privadas, la psicología no desecha la posibilidad de alucinaciones colectivas. Si un grupo logra ejercer suficiente presión sobre sus miembros, al punto de incluso someterlos a alguna sugestión, los miembros pueden coincidir en tener visiones, si bien no idénticas, al menos parecidas. Los discípulos de Jesús no necesariamente habrían tenido la misma alucinación, pero sí habrían podido coincidir en que veían a Jesús, si bien el contenido preciso de cada alucinación pudo haber variado. Las alucinaciones son contagiosas. Si un discípulo carismático, como Pedro, alegaba haber visto a Jesús, quizás aquellos discípulos sobre quienes Pedro ejercía influencia, estaban más proclives a tener esas alucinaciones.

De hecho, así parecen operar las apariciones de criaturas como el Chupacabras: primero, un pastor, bien sea por diversión, bien sea por alguna alucinación, alega haber visto en la lejanía una figura como el Chupacabras. Al enterarse de esta noticia, otro pastor alega haber visto al Chupacabras, esta vez ofreciendo detalles más precisos sobre la experiencia. Y, así, el rumor se va corriendo y va creciendo el número de apariciones del Chupacabras, hasta que al final, alguien reporta sinceramente haber tenido encuentros muy vívidos con el Chupacabras. Lo mismo ocurre con Pie Grande y los extraterrestres.

Los apologistas insisten en que es poco probable que las alucinaciones ocurran a diferentes personas simultáneamente. Pero, de nuevo, el control que ejerce el grupo sobre el individuo puede propiciar una sugestión colectiva, al punto de que muchas personas tengan la misma alucinación. Además, la hipótesis de que la aparición de Jesús se trató de una alucinación colectiva no implica que todas las personas tuvieran la misma alucinación con los mismos detalles; sólo implica que varias personas tuvieron alguna visión de Jesús, sin necesidad de precisar el contenido de esa visión.

Y, en todo caso, el testimonio que Pablo ofrece en I Corintios 15:6, según el cual Jesús se apareció a quinientas personas a la vez, no es del todo confiable. Si bien es bastante probable que ese pasaje proceda originalmente de Pablo, su veracidad podría ser sospechosa. Pablo es el único testigo ocular que da testimonio de este acontecimiento, y bien podría haber sido que Pablo alucinó que Jesús se aparecía a quinientas personas.

También los apologistas insisten en que el encuentro de los primeros discípulos con Jesús debió haber sido real, y no una mera alucinación, pues los encuentros con Jesús son muy vívidos, al punto de que en las apariciones narradas en los evangelios, Jesús no es un mero fantasma, sino un cuerpo resucitado que come y bebe, y que es tocado por otras personas. Y, además, si el encuentro con Jesús hubiera sido una mera alucinación, los discípulos no habrían estado dispuestos a morir por sus creencias.

A este alegato se pueden presentar varias respuestas. En primer lugar, quienes sufren alucinaciones las creen reales. Las alucinaciones no solamente representan visiones, es perfectamente plausible alucinar con encuentros muy cercanos. Las alucinaciones no son exclusivamente visuales; pueden, de hecho, involucrar a todos los sentidos, incluyendo el tacto. De manera tal que los discípulos no habrían distinguido entre un encuentro real y una alucinación. Precisamente por esta razón, los discípulos habrían estado dispuestos a morir por sus creencias, pues sin duda, tuvieron la experiencia de un encuentro real. Pero, el hecho de que los discípulos creyeran haber tenido un encuentro real no implica que ese evento fuera real en sí mismo. Muchas personas están dispuestas a morir por alguna creencia derivada de alucinaciones, pero ello no implica que esa creencia sea verdadera.

Por último, los apologistas sostienen que, para que ocurra una alucinación, debe haber un condicionamiento previo a tenerla. Pero, los discípulos no tenían expectativa en la resurrección de Jesús, pues el judaísmo de aquel entonces no contemplaba un Mesías que muriera y resucitara, y la resurrección de los cuerpos sólo ocurriría al final de los tiempos. Así, puesto que los discípulos no tenían expectativa respecto a la resurrección, es implausible que tuvieran alguna alucinación al respecto.

No obstante, sí resulta plausible que los discípulos tuvieran expectativa respecto a la resurrección de Jesús. En primer lugar, ¡el mismo Jesús anunció varias veces que él resucitaría! (Marcos 8:31; Mateo 16:21; Lucas 9:22). Por supuesto, haríamos bien en suponer que los pasajes en los que Jesús anuncia su propia resurrección no reflejan dichos auténticos, sino que son añadidos posteriores para anticipar una profecía cumplida.

Con todo, el evangelio de Juan narra la resurrección de Lázaro, y los otros tres evangelios narran la resurrección de la hija de Jairo. Si estas historias se remontan a la más temprana tradición, entonces tendríamos evidencia de que la resurrección no era algo tan inesperado.

Además, la atmósfera apocalíptica del momento permite pensar que los discípulos creían estar viviendo el final de los tiempos. Y, en medio de esta expectativa apocalíptica, habrían tenido anticipación respecto a la resurrección; de hecho, habrían creído que la resurrección de Jesús marcaba el inicio del evento apocalíptico que Jesús, junto a muchos otros predicadores de la época, venían anunciando. Inclusive, Mateo 27:52 narra que, tras la muerte de Jesús, todos los difuntos de Jerusalén resucitaron; un signo inconfundible de expectativa apocalíptica respecto a la resurrección entre los primeros cristianos.

En definitiva, si bien parece estar sustentada por más evidencia que otros hechos milagrosos, la resurrección de Jesús sigue siendo un milagro que sólo puede ser sostenido por adhesión a la fe, y el cual no puede ser demostrado como hecho histórico. La evidencia no permite probar que Dios resucitó a Jesús y, por extensión, el argumento que pretende demostrar la resurrección general indirectamente a través de la demostración histórica de la resurrección de Jesús, termina por ser muy débil.

Notas

{1} William Craig, Reasonable Faith:Christian Truth and Apologetics. Crossway Books. 2008.

{2} Gary Habermas, In Defence of Miracles. Inter Varsity Press. 2002.

{3} N. T. Wright, The Resurrection of the Son of God. Fortress Press. 2006.

{4} J. D. Crossan, Jesus:A Revolutionary Biography. Harper Collins. 2009.

{5} Hoy, por supuesto, se venera el Santo Sepulcro en Jerusalén, pero es bastante seguro que la veneración de este lugar apenas empezó con la visita de la madre del emperador Constantino a Jerusalén, en el siglo IV.

{6} Bart Ehrman, Misquoting Jesus. Harper San Francisco. 2005.

{7} Farrell Till. «How did the Apostles Die?». En la página web: http://www.theskepticalreview.com/tsrmag/4front97.html Última fecha de consulta: 27-05-10

{8} Bart Ehrman, Ob. Cit., p. 177

{9} David Hume, An Enquiry Concerning Human Understanding. Nuvision Publications. 2008, p. 92

{10} Gerd Ludemann, The Resurrection of Christ: A Historical Enquiry. Prometheus. 2004.

 

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