Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 103 • septiembre 2010 • página 8
1
La geografía de los griegos y romanos es un fiel reflejo de su visión exclusivista y etnocéntrica. El mundo habitado está centrado en la zona templada del norte y más concretamente en el Mar Mediterráneo, única habitación verdaderamente digna del hombre. Incluso cuando los pitagóricos, los filósofos de la Academia y el Liceo, y los científicos del Museum consiguen establecer para siempre la esfericidad de la Tierra y sus dimensiones, encierran la ecumene en esos estrechos límites. Más allá de ese espacio privilegiado sólo hay de este a oeste un océano insuperable por su extensión, y de norte a sur unas zonas inhabitables por sus temperaturas.
Según Aristóteles la tierra tiene cinco zonas que se diferencian por sus climas. Las dos extremas, situadas en el polo Ártico, debajo mismo de la Osa, y en el otro polo que a falta de un posible conocimiento directo recibirá el nombre de Antártico, están sometidos a una temperatura bajísima. Al contrario la zona central es vecina al sol y esa circunstancia la hace sufrir un calor insoportable. En cambio los dos trópicos tienen un clima templado al recibir de forma inclinada los rayos del sol.
Lo más interesante son las consecuencias que esta doble disposición de los climas tiene para el hombre, y particularmente para quienes viven en su parte habitada. Las dos zonas polares son inhabitables para los seres vivientes y las mismas plantas al estar cubiertas perpetuamente de hielo y carecer en consecuencia de pastos. La zona tórrida del centro es insuperable, porque el calor continuo y altísimo produce un desierto muy extenso, también sin vegetación ni agua y los dos trópicos no pueden comunicarse entre sí al estar cortados por la zona tórrida. Por consiguiente el hemisferio austral, en el caso de estar habitado, funciona como otro planeta inaccesible y desconocido.
2
Los astrónomos del siglo III protagonizan una serie de descubrimientos, que afectan al tamaño relativo de la tierra con relación a la luna y al sol y a su extensión absoluta, pero al describir la ecumene siguen con ligeras variantes el modelo propuesto por Aristóteles. El primero de ellos, Dicearco de Messina, ha sido miembro del Liceo y al elaborar su mapa siguiendo las enseñanzas del maestro contrae las dimensiones de África y de la India en el sentido de su longitud para mantener las tierras conocidas dentro de la latitud media. Después divide la zona habitada en dos partes matemáticamente iguales, por medio de una línea horizontal que divide el Mediterráneo desde las columnas de Hércules hasta la costa sur del Asia Menor.
Eratóstenes, una de las figuras más brillantes del museum de Alejandría trabaja sobre la geografía de Dicearco y construye una carta de la tierra habitada que sitúa entre los paralelos sesenta y seis y doce más allá de los cuales están las zonas heladas y tórridas. Como Eratóstenes ha logrado medir la circunferencia terrestre con una exactitud sorprendente tiene que dar razón de las partes del globo no habitadas: desde la India en el extremo este hasta Iberia en el Finisterre de Occidente hay una extensión de mar tan inmensa que la navegación por esa parte templada de la tierra es imposible. Y el sur de la ecumene está deshabitado o es inaccesible, o bien por la distribución del globo en zonas según el esquema de Aristóteles, o bien por estar todo él cubierto de agua.
Una atenta consideración de los mapas de Dicearco y Eratóstenes permite deducir con bastante seguridad su proceso de construcción. Como al sur del Mar Rojo la costa de África tiene la forma de un cuerno que apunta en dirección a la península Arábiga, es fácil prolongar su curva en sentido opuesto, cerrando el sur del continente hasta las Columnas de Hércules. Al mismo tiempo procuran que el extremo de Asia, y concretamente la península del Indostán y la isla de Ceilán se mantengan dentro de los mismos grados de latitud, todavía dentro de la zona templada del norte. En cuanto al resto de la esfera, los científicos de Alejandría ni siquiera se toman la molestia de representarla, pues sólo se preocupan de la mínima parte de tierra centrada alrededor del Mediterráneo.
3
El último científico de la escuela de Alejandría es Claudio Tolomeo, que vive en el siglo II en el imperio de los Antoninos. Tolomeo, que ha sometido su astronomía a un tratamiento matemático, descomponiendo la órbita de los planetas en un sistema de deferentes y epiciclos , va a hacer lo mismo con la geografía, pues representa la tierra esférica en un arco de círculo, por medio de una doble proyección geométrica cónica y seudocónica. En su esquema los meridianos y paralelos están distribuidos en intervalos regulares y computados en grados y minutos para medir la tierra en longitud y latitud.
Tolomeo sitúa el paralelo 0º en el polo y el 90º en la línea del ecuador y los extremos de la tierra habitable en el grado 63º por el norte y encima del 10º por el sur, aproximadamente los mismos que había señalado Eratóstenes. En cuanto a los meridianos son en la proyección cónica líneas rectas que convergen en el polo y miden la longitud de la ecumene desde el 0º en occidente de las Canarias hasta el 180º en el término de China mientras que en la proyección seudocónica se convierten en líneas circulares unidas en el norte y abiertas hacia la zona equinoccial.
Aunque desde el punto de vista formal la construcción matemática de Tolomeo es de una exactitud y un virtuosismo sorprendente, no sucede lo mismo cuando describe el contenido de su geografía. Su imagen del mundo conocido es bastante exacta, pero cuando su imaginación queda libre para dibujar las zonas desconocidas del extremo oriente y del continente africano hacia el sur, su Imago mundi es un retroceso con relación a la de los maestros del Museum.
Esta circunstancia es tanto más grave cuanto que su Guía Geográfica va a tener una influencia considerable en la Edad Media, y junto las ideas de Aristóteles presentará unos obstáculos invencibles a cualquier exploración de la tierra austral desconocida. Según su testimonio casi universalmente aceptado, la costa de África no tiene límites y se prolonga hasta el infinito, uniéndose con el extremo suroriental de Asia y convirtiendo el Indico en un mar interior. Esa gigantesca media luna, situada por debajo de la línea ecuatorial está completamente desierta, y sometida a un sol insoportable es totalmente inaccesible.
4
La mayor parte de los geógrafos árabes –Al Istakhri en el siglo X, Al Wardi en el 1001, Al Qazwini en el 1032, Al Biruni en el 1029 y Al Kashgari en el 1076, y todavía en el siglo XIV Al Hurrumi– construyen su mapamundi en forma de diagrama, sacrificando la complicación de los accidentes geográficos a la sencillez de la geometría. La figura de África –un semicírculo que ocupa casi prácticamente toda la mitad sur de la sistema– es igual en todas estas cartas, gracias a la común herencia de Tolomeo.
La influencia de la Guía Geográfica afecta también a los árabes que abandonan estos diagramas simples y tratan de retratar con exactitud el contorno de las tierras y los mares. Ya a finales del siglo X, en el 980, Ibn Hawqal construye un mapa en forma ovalada, donde se representa muy toscamente la figura del mundo. Lo que más llama la atención en su cuadro es la parte sur de África, que toma la forma de un plato que se extiende de extremo a extremo de la tierra, mientras que el Indico ya no es interior y tiene comunicación con los otros mares a través del océano.
En el 1154 Al Idrissi, construye en la corte de Roger de Sicilia, gracias al informe de los navegantes que recalan en la isla una carta mucho más perfecta que la de Hawqal, aunque sustancialmente respeta su estructura. El hemisferio norte –sobre todo la zona tropical– aparece retratado con bastante fidelidad y las dimensiones de Europa y Asia parecen mucho más ajustadas . Pero una vez más África es el rigor de las desdichas: su volumen es mucho mayor que el de los otros dos continentes juntos, y su costa está trazada a compás manteniendo la figura clásica de una media luna.
Por otra parte el mar Atlántico sigue teniendo, lo mismo en Idrissi que en todos los árabes la categoría de un mito. Todos ellos le llaman Mar Envolvente y Circulante un nombre y una idea que corresponde al Okéanos de los antiguos, pero además le dicen Mar Tenebroso y Mar de las Tinieblas, y le adornan con todas las leyendas y relatos fantásticos. El mismo Idrissi justifica el temor de los marineros a entrar en el Atlántico: «Nadie sabe lo que hay detrás de este Mar Tenebroso ni nadie ha dado noticia, por la dificultad de atravesarlo, su escasa visibilidad, el fuerte oleaje, las frecuentes tormentas, el control que ejercen en él sus animales y la fuerza de los vientos. Ningún capitán lo ha recorrido a lo ancho ni por alta mar, sino que solamente navegan a lo largo de la costa, sin separarse de ella.»
5
Desde el siglo XI la visión de una tierra esférica y de sus cinco zonas, tal como la enseñaban primero los griegos y después los árabes y con alguna vacilación los primeros escritores medievales cristianos, se convierte en Europa en una doctrina universalmente admitida. Durante todo el siglo XIII el texto de Johannes Sacrobosco «De sphaera mundi» es lectura obligada para los estudiantes de todas las universidades. Así el conocimiento de la figura de la tierra y de su clima habitable y accesible forma parte de la enseñanza obligatoria de todos los hombres cultos, pero a la vez describe los obstáculos que se van a plantear a cualquier proyecto de exploración.
Según los mapas de Dicearco y de Eratóstenes, quienes se arriesgan a esa empresa encontrarán aproximadamente el límite sur del continente a la altura del golfo de Guinea, todavía en la zona templada y habitable del norte, y desde allí se trasladarán de este a oeste, en forma de media luna hasta encontrar la península de Arabia . Este sería el camino que los científicos alejandrinos atribuyen con seguridad a los posibles navegantes, en caso de que tengan conocimiento y den fe a los relatos antiguos de viajes de circunnavegación alrededor de África.
Mucho más grave es lo que sucede en los cálculos de Tolomeo, que por una parte es el geógrafo más conocido entre los árabes, y el que está de acuerdo con la figura del mundo de Sacrobosco, con las tradiciones más tremendistas que se vienen arrastrando desde Aristóteles y con el imaginario de la época. Según su mapamundi el contorno de África se prolonga primero hasta atravesar la línea ecuatorial y desde allí sigue hasta unirse con el extremo suroriental de Asia.
Todas estas circunstancias permiten calibrar las dificultades y la grandeza de la aventura portuguesa que se gesta lentamente a lo largo de todo el siglo XV por pasos sucesivos. Cuando se inician los viajes de exploración no se conoce ni siquiera la décima parte de la costa de África y el resto, según la ciencia de los entendidos y la imaginación popular no tiene término hacia el sur y es un inmenso desierto inhabitable, castigado por un sol insoportable y totalmente inaccesible a los hombres.
6
Afortunadamente unos pocos pensadores medievales, lo mismo musulmanes que cristianos, se han atrevido a desafiar la creencia del pueblo y de los sabios. Su opinión no tiene la verdad incontestable de un principio científico, pues ello haría innecesaria e imposible la condición contingente de un descubrimiento. Es simplemente una opinión que empieza a dudar de una creencia universalmente admitida y que por consiguiente pone en funcionamiento esa original forma de interrogar que es la exploración.
Quien primero defiende la templanza y hasta la excelencia de esa zona central es ya en el año mil el filósofo árabe Avicena, que habla del tema en su Doctrina Segunda. Ya en Europa en el siglo XIII Alberto Magno en su obra De Natura Loci afirma lo mismo de forma por cierto contundente: Toda la zona tórrida es habitable, el hemisferio sur no es enteramente acuático, y está poblado hasta los cincuenta grados de latitud austral. «Y es una vulgar ignorancia (vulgaris imperitia) la creencia de que puedan caerse quienes tienen los pies opuestos a nosotros «. Las teorías de Avicena y de Alberto se van extendiendo en el siglo XIV gracias a Nicolás de Oresmes en su Tratado de la Esfera, y a Pedro de Ailly, que en su «Imago mundi» dedica hasta seis capítulos a las zonas habitables, exponiendo todas las doctrinas sobre la zona tórrida y el hemisferio austral, aunque prudentemente no se inclina a ninguna.
Pero quien difundirá por Europa esta novedosa doctrina será un viajero, Juan de Mandeville, que escribe en el 1356, el «Libro de las maravillas del mundo», destinado a convertirse en el Bestseller de la Edad Media. En medio de una serie de descripciones fantásticas, tomadas de lecturas de Plinio, Bruneto Latini, Vincent de Beauvais, Chretien de Troyes y Marco Polo, Mandeville intercala datos geofísicos muy cercanos a la exactitud: habla de la existencia de la estrella Antártica, opuesta a la Polar, y de los antípodas, «que igual que nos parece que ellos están debajo, a ellos les parece que somos nosotros los que estamos debajo de ellos». Además defiende la habitación de los dos hemisferios y por supuesto la redondez de la tierra.
7
Con esa magra y contradictoria serie de documentos los portugueses, ayudados por los navegantes italianos, van a iniciar ya en el siglo XV la colosal empresa de descubrir un nuevo continente, hasta entonces protegido por amenazas temibles y por obstáculos insuperables. Ya a finales del siglo XIII, una nueva circunstancia política obliga a los pueblos de Europa, sobre todo a los que habitan en la cuenca del Mediterráneo, a ensayar un camino hacia el oriente a través del mar: en 1291 los turcos conquistan San Juan de Acre, la última fortaleza que los cruzados conservaban en tierra santa, y cortan toda comunicación con los países europeos, abandonando la sabia cultura ecuménica de sus antepasados musulmanes.
Para los europeos esto representa una catástrofe comercial, tanto más cuanto que el camino de la ruta de las caravanas y de los tesoros de las Indias parece definitivamente suprimido. Pero una vez más se cumple el principio según el cual la historia, al mismo tiempo que plantea nuevos problemas, proporciona su solución: los europeos conocen una serie de instrumentos que van a hacer posibles y cada vez más fáciles las expediciones marinas. Son además de la brújula, descubierta por los chinos y trasmitida por los árabes, la vela triangular que permite navegar con los vientos a favor o en contra y facilita largos viajes de ida y vuelta, y el único timón de popa para dirigir la marcha.
Con estos nuevos ingenios –también el carabo árabe posiblemente origen de la carabela, y el cabotaje, con el que desde Al Idrissi se quieren evitar las amenazas del interior del Océano– los portugueses se decidirán a contornear el África en busca de un camino nuevo de comunicación con la India. Hay que insistir en que ningún documento ni carta náutica puede dar razón de su descubrimiento: ni las doctrinas antiguas sobre la configuración de la tierra, ni los mapas de los alejandrinos, ni la simbología teológica de los Beatos, ni los esquemas políticos de los romanos, ni los diagramas geométricos árabes, ni los mapas de Hawqal o Idrissi, calcados de su maestro Tolomeo. Al revés, toda esa universal limitación de la zona habitada, nacida de la visión antiecuménica de griegos y latinos presentan en principio un obstáculo invencible a su proyecto.
8
La aventura portuguesa dura casi un siglo, atraviesa tres momentos y a pesar de las correspondientes interrupciones –a veces de muchos años– se abre a proyectos cada vez más atrevidos. El protagonista de la primera época es el tercer hijo de Juan primero, el infante Enrique, un producto típico de la última Edad Media. Es a la vez un humanista por su formación , un caballero y un cruzado, fuertemente influido por el espíritu medieval, y un moderno por sus inquietudes científicas. Su empresa de exploración de la tierra desconocida tiene tal éxito, que gracias a su primer impulso y a los adelantos técnicos en navegación y en cartografía, se prolonga más allá de su muerte, consiguiendo resultados mayores de cuanto él pensaba en principio.
Enrique el navegante es un extraordinario organizador, y cuenta además con todos los recursos materiales y humanos para llevar a cabo su proyecto. No tiene pretensiones al trono y en vista de la indiferencia y de la oposición de sus hermanos, incapaces al comienzo de calibrar la magnitud de su proyecto, traslada su particular capital a Lagos en el sur de Portugal. Después establece su base de operaciones para explorar el continente en Ceuta, que conquista en el 1415 y más tarde en el archipiélago de las Madeira, colonizada en 1425 por su escudero Joâo Gonçanves Zarco, y finalmente en las Azores exploradas también por un hombre de la casa del infante, Diego de Silves.
El príncipe Enrique completa la preparación de su empresa reuniendo a su alrededor un equipo de los más expertos navegantes y cartógrafos, y consigue fundar en el promontorio de Sagres una escuela de náutica, donde se reúnen , además de los marinos lusitanos, los italianos y mallorquines, y donde se descubren barcos más potentes, nuevas técnicas de navegación, aparatos de medida de la latitud y portulanos de las tierras que se van conociendo.
Esta empresa es verdaderamente gigantesca y necesita una financiación prácticamente infinita, pero el infante tiene la suerte de ser maestre de la Orden de Cristo, que ha heredado buena parte del tesoro inagotable de los Templarios. Después de esta primera inyección económica los portugueses seguramente se podrán autofinanciar gracias al comercio con el continente y sobre todo a las grandes cantidades de oro, que guardan las tierras todavía no exploradas.
9
Por aquellos años está todavía muy lejana la idea de alcanzar la India por la ruta del oeste, y los primeros objetivos del infante son el reconocimiento y el comercio con la costa noroccidental de África, el proselitismo religioso, y la búsqueda de caminos inexplorados y de tierras desconocidas. Todo ello está muy de acuerdo con el talante de Don Enrique, a partes iguales, cruzado, mercader y científico. Existe la lejana posibilidad de que aspirase a rodear África, por la ruta al norte del ecuador trazada en los mapas de Dicearco y Eratóstenes, imitando los supuestos viajes de los antiguos.
En todo caso el límite de toda posible navegación y el obstáculo insuperable para los marinos es entonces el cabo Bojador. Según las leyendas allí nada crece, ni siquiera las malas hierbas, el mar apenas tiene dos metros de profundidad y además hierve otra versión, igualmente terrorífica, dice que está sumergido en la bruma y rodeado de olas enormes, y como durante todo el año sopla el viento del noreste, quien se aventure al sur de ese maldito promontorio ya no podrá volver.
El infante Enrique con la obstinación de un visionario envía durante doce años barcos con la misión concreta de doblar el « cabo del miedo», pero todos los marineros se niegan a dar el paso decisivo. En 1433 construye un pontón que pone al mando de su escudero Gil Eanes, pero también la expedición fracasa. Vuelve a enviar al mismo navegante al año siguiente y esta vez Gil Eanes tiene la valentía bastante para rebasar el cabo infernal, y descubre que más allá de él no hay nada, ninguna maldición y ningún misterio. A su vuelta a Lagos el príncipe le recibe con todos los honores y «con el placer que se tiene de las cosas deseadas y perseguidas por tanto tiempo».
En 1435 Gil Eanes vuelven al cabo Bojador y navega más al sur, hasta los 24º de latitud norte y al año siguiente Afonso de Baldaia avanza todavía más hasta llegar a una bahía que bautiza Río de Ouro, pues parece la desembocadura de un río. Después se estas primeras hazañas se interrumpen las exploraciones durante cuatro años, por el fracaso del infante en su expedición a Tánger, los problemas dinásticos durante la minoría del nuevo rey, y sobre todo la atención a problemas técnicos que plantea una navegación con objetivos más ambiciosos.
El mapa de Andrea Bianco, datado en 1432 y anterior por tanto al paso del cabo Bojador, define un perfil de África con las islas descubiertas y dibuja la costa del norte de Marruecos con bastante exactitud. En cuanto al resto del continente se prolonga en horizontal de acuerdo con los mapas árabes, que dejan abierto el océano Indico, aunque lo consideran prácticamente inalcanzable por su lejanía.
10
La escuela de Sagres aprovecha esta pausa para resolver los problemas planteados por la exploración en mares más peligrosos y alejados y sobre todo por las dificultades de los viajes de vuelta. Hasta principios de siglo los navíos se habían construido para navegar con Inglaterra, Francia y Holanda, y estaban ausentes todo lo más una semana, con lo cual los suministros no constituían ningún problema. Ahora que los marinos portugueses navegan más allá del cabo Bojador es necesario un nuevo barco, bastante grande para almacenar provisiones y bastante seguro para regresar con viento contrario.
En los arsenales de Sagres se construyen carabelas mayores –hasta de 50 toneladas–, provistas de dos mástiles y de velas latinas triangulares de tamaño considerable. Gracias a este ingenio será posible navegar en zigzag contra la dirección dominante del viento. Esta maniobra es totalmente necesaria para realizar viajes de ida y vuelta y navegar a distancias prácticamente infinitas en las zonas donde no hay regímenes de vientos ni de corrientes. Y lo más importante: desde ahora el miedo abandona definitivamente a sus protagonistas.
Las condiciones de estas nuevas naves y la presencia en la escuela marítima de Sagres de los más grandes cartógrafos de Portugal, Italia y Mallorca van a determinar el carácter de los viajes de exploración que después de esta primera interrupción se van a emprender. La progresión de norte a sur es posible gracias a la posición invariable de la polar y a los aparatos que la miden –el astrolabio, el cuadrante, la balestilla de Levi Gershon– todos bien conocidos por geógrafos y marinos. En cambio es prácticamente imposible, la determinación de la longitud del meridiano, y la navegación segura mar adentro en sentido este oeste y los descubridores lusitanos sólo se apartan de la costa por poco tiempo y cuando están obligados a ello por las condiciones naturales. A medida que los exploradores avanzan hacia el sur en una marcha tan segura como lenta, sus portulanos únicamente describen el contorno de África.
11
Desde el año 1441 el protagonista de las exploraciones es otro servidor del infante, Nuno Tristâo, que llega ese mismo año al cabo Blanco a 21º de latitud norte todavía al norte de la actual Mauritania, y que regresa a Portugal con los primeros indígenas negros. Enrique el navegante solicita al papa que conceda al reino todas las tierras que sus marinos descubran en África, pero el esperado documento se hace esperar hasta catorce años y sólo en 1455, Nicolás V en su bula, «romanus pontifex» accede a la petición del infante.
En 1444 Nuno Tristâo alcanza por fin la desembocadura del río Senegal que entonces se consideraba afluente del Nilo. El descubrimiento tiene una importancia simbólica, parecida a la del paso de cabo Bojador, pues el Senegal marca la frontera entre los beréberes de raza blanca y los negros africanos. Los portugueses llaman a los territorios que van desde el río recién descubierto hacia el sur, Guinea, que será desde entonces tanto como decir África negra.
Desde ese año de 1444 los navegantes avanzan de una forma mucho más decidida. Dinis Dias visita el cabo Verde y sus islas en la ensenada de Dakar, y en el 46 otra vez Nuno Tristâo llega a la desembocadura del Gambia, y allí encuentra la muerte en lucha con los indígenas. La exploración no se detiene y justamente ese mismo año Álvaro Fernándes alcanza lo que ahora es Guinea Bissau y en 1447 avista las costas de Sierra Leona.
El mapa catalán está fechado en 1450 e incorpora todos los hallazgos portugueses dibujando la costa desde el Río de Oro hasta Guinea Bissau y Sierra Leona. A partir de este límite el cartógrafo, que probablemente tiene noticias de la inclinación de la costa hacia el Este, sólo dispone de su imaginación, y en consecuencia la figura de África se descompone en dos niveles. La costa norte está perfectamente trazada y su interior habitado en correspondencia con la ecumene de Eratóstenes y Dicearco. En cambio para dibujar el sur del continente –una gigantesca media luna totalmente desierta– sólo dispone de la enseñanza de Tolomeo.
12
Los catorce años siguientes son un enigma. Es cierto que las circunstancias políticas del reino pueden haber obligado a una nueva pausa en los descubrimientos, pero esto no basta para explicar que después del considerable avance de sus exploraciones desde la superación del cabo Bojador en el 1434 hasta la llegada a Guinea Bissau y la vista de Sierra Leona doce años después, el impetuoso infante Enrique se haya detenido, justamente cuando cuenta con el visto bueno del papa y cuando está a punto de tocar una zona de máximo interés en el gran golfo de Guinea. Y el misterio aumenta si tenemos en cuenta la política de sigilo, que oculta, por una parte los últimos adelantos en la navegación y los descubrimientos más importantes.
Los datos oficiales que cubren todo este período son decepcionantes y hablan sobre todo de la visita a territorios ya descubiertos en los años cuarenta y de un reconocimiento del interior del continente en una actividad ajena a las preocupaciones del Navegante. Concretamente en 1455 Alvise Ca´da Mosto, un veneciano al servicio de Portugal, explora hasta la desembocadura del Gambia, así como los estuarios y las islas de los ríos de Guinea Bissau, y un año más tarde recorre la costa africana hasta la región de Casamance en el Senegal. Finalmente un portugués Diego Gomes consigue las primeras noticias sobre el interior del África tropical, y Pedro de Sintra visita Sierra Leona.
Por otra parte todos los mapas fechados con mayor o menor seguridad en estas fechas parecen estar en contradicción con los escasos avances en el conocimiento de las costas del continente. Todos ellos, el de Giovanni Leardo en 1452, el catalán, también en la década del los cincuenta y el de Fray Mauro en el 1459, dibujan un gran golfo que se corresponde con bastante aproximación con el de Guinea ecuatorial, aunque desconocen su última desviación hacia el sur y lo consideran como una enorme cuña, que acerca el océano Atlántico y el Indico y separa las tierras conocidas y habitadas, del sur misterioso y desierto. El mapa Genovés de 1457 en vez de ese golfo en forma de cuña, supone que a esa altura el contorno de África se desvía hacia el este en el camino a la India.
Dejando de lado todo relato novelesco, según el cual los portugueses ya en esta época habrían reconocido todo el golfo, convencidos de haber llegado al fin de sus viajes, no parece aventurado afirmar que sí han podido avistarlo, por lo menos en sus prime-ras millas, y que no han querido comunicar ese descubrimiento para aprovechar en exclusiva sus preciosas consecuencias.
13
En todo caso, la muerte de Enrique el Navegante en 1460 es causa de una larga interrupción de las exploraciones. El rey Alfonso V está mucho más preocupado por el dominio de Marruecos que por los viajes hacia el sur , mucho más ahora, cuando el papa por medio de la bula Dum Diversa del año 1452 le ha dado autorización para hacer la guerra a los infieles y conquistar sus tierras. Sólo el infante Don Fernando como gobernador de la Orden de Cristo dispone de los medios económicos para financiar la empresa, pero tampoco demuestra ningún interés por los territorios de Guinea.
Pero después de veinte años de su muerte, Enrique el Navegante tiene por fin un heredero capaz de rematar la obra iniciada por él. Juan II empieza a reinar sólo dos años después de la paz y pone todos los recursos del trono al servicio de un proyecto renovado. Ahora sus fines son mucho más ambiciosos, pues pretende doblar el extremo meridional de África y alcanzar navegando hacia oriente la India y tal vez el imperio del Preste Juan. La corona, que ha arreglado sus diferencias con Castilla, centraliza todos sus esfuerzos y pone sus recursos al servicio de un plan, cuidadosamente preparado.
En primer lugar el nuevo rey recién llegado al trono, construye en 1481. en el occidente de la actual Ghana, una fortaleza, el castillo de Sâo Jorge da Mina. Gracias a este seguro punto de apoyo, a medio camino entre la metrópoli y las más lejanas costas de África, serán desde ahora mucho más fáciles los viajes . El rey tiene la idea de organizar la exploración a través de padrones, que garantizan la llegada a la India por pasos sucesivos y seguros.
Desde ahora las expediciones van a recorrer espacios más extensos y tendrán resultados mucho más espectaculares gracias a esta cuidadosa preparación, a la claridad de objetivos, los esfuerzos de la corona en una dirección exclusiva y la desaparición de los antiguos miedos. Ya en 1482 Juan II encarga a Diego Câo la continuación de los viajes más allá del cabo Santa Catalina: cuando el navegante rebasa la desembocadura del gran río Congo y llega a Angola, el paso hacia el Océano Indico parece estar ya al alcance de la mano.
Juan II vuelve a enviar enviar a Diego Cao a África en un segundo viaje en el año 1485. El navegante comprueba que la costa se inclina de nuevo hacia el sur y que el límite del continente puede estar todavía lejos y en vista de eso continúa la exploración y planta dos nuevos padrones, el último en el cabo Cross a 21 grados de latitud sur. Su expedición es una mezcla extraña de afán evangélico –le acompañan frailes franciscanos para predicar al Monicongo y a sus súbditos la obediencia al papa de Roma– de comercio en oro y maderas preciosas, y de explotación de los indígenas, reducidos a la esclavitud. Pero lo que va a quedar de su empresa es otra vez el descubrimiento y el dibujo de una amplísima zona del continente, que empieza en las inmediaciones del Ecuador y llega prácticamente hasta la línea del trópico de Capricornio.
14
Dos años después, en 1487, Juan II confía a Bartolomeu Dias, un ciudadano de la baja nobleza, escudero de la real casa, el mando de una flota de tres carabelas. La expedición alcanza el punto extremo a donde había llegado Diego Câo en su segundo viaje y unos pocos kilómetros más al sur del cabo Cross descubre el Monte de los Reyes. Hasta entonces la navegación ha sido tranquila, pero entonces las carabelas están forzadas a abandonar la costa y un viento fuerte y persistente las arrastra hacia el sur durante trece días.
Cuando otra vez es dueño de la dirección, Bartolomeu Dias intenta corregir la primera desviación de las naves y gira hacia el este para alcanzar la costa, pero no aparece tierra por ninguna parte. Ha pasado el cabo sur sin verlo y ha alcanzado una bahía situada a mitad de camino entre la Ciudad del Cabo y el Puerto Isabel. Navega todavía un poco, lo suficiente para comprobar que está efectivamente en el Indico, y después de erigir un último padrón, da media vuelta hacia Portugal.
El regreso, después de que los marineros contemplen por fin el cabo, no tiene demasiadas complicaciones. Cuando los exploradores llegan a Lisboa, Juan II ya sabe que la comunicación de Europa por la ruta de oriente es posible, y que por consiguiente la exploración y el descubrimiento de África ha sido un éxito. Después de esto el rey no tiene demasiada prisa en organizar el viaje a la India, que de hecho sólo se emprenderá diez años después. Entretanto Henricus Martellus, un cartógrafo del Vaticano, dibuja en 1489 un mapamundi que recoge todos los puntos atravesados por los portugueses y que dibuja por fin la figura del continente.