Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 104 • octubre 2010 • página 13
Los artículos publicados por Gabriel Andrade en los números 101 y 102 de El Catoblepas, tienen la buena virtud de tratar de forma más o menos directa, uno de los temas centrales de la teología del siglo XX, el de la desmitificación o desmitologización del Nuevo Testamento. Voy a completar las citas del autor con una referencia a dos de los representantes más conocidos, Alfred Loisy y Rudolf Bultman, pues sus ideas –por ahora del todo heterodoxas– son el acto final de una larga historia, centrada en la interpretación de los textos bíblicos.
Todo empezó por una lectura de los documentos del Antiguo Testamento, que adoptan una rica variedad de géneros literarios. Los relatos cosmológicos, epopeyas, poemas, cantos de amor, libros sapienciales, profecías, sustituyen a una historia científica, que nunca ha existido hasta los tiempos modernos. Hay que decir que esta primera crítica textual se ha llevado con tanta brillantez como rigor.
Pero el éxito de esa empresa hermenéutica hace casi inevitable su extensión a los escritos del Nuevo Testamento, sobre todo a los temas más sensibles para una mentalidad actual como son los episodios de milagros y los relatos de Pascua, centrados en el acontecimiento de la resurrección.
Hay que decir que la jerarquía católica se opone tenazmente a esa crítica libre de los textos, que en un tercer momento se ampliará a las resoluciones conciliares, forzosamente sujetas a la forma de entender el mundo de la época en que han sido formuladas.
Estos brevísimos comentarios –no pasan de tres páginas en el procesador de textos del ordenador– sólo pretenden completar los artículos a que me he referido, con un análisis de los documentos contenidos en los evangelios y en las cartas apostólicas, análisis tanto más urgente cuanto que muchas veces hace innecesaria la crítica de los hechos de los que esos documentos hablan.
Los relatos pascuales
Los testimonios sobre la resurrección de Jesús están contenidos en una serie de cortos relatos, que cierran los cuatro evangelios. Marcos describe una enigmática aparición a las mujeres, quienes anuncian a los discípulos el posterior y solemne encuentro en Galilea. Con estos escasos datos, Mateo construye una narración más completa, que termina con el encargo de una misión «a todas las gentes», y con una liturgia y una teología mucho más elaborada que la de la época de redacción del evangelio.
Todos estos textos parecen ser anacrónicos. En efecto si nos atenemos a los escritos del Nuevo Testamento, resulta que la carta de Pablo a los gálatas, uno de los primeros documentos de la edad apostólica, describe una comunidad, que desconoce esta misión universal, hasta el punto de que se plantea el problema de la circuncisión para los prosélitos del judaísmo. El mismo Loisy, que corrige enérgicamente los datos del Concilio de Jerusalén, convirtiendo a Bernabé –y no a Pablo– en el presidente de la delegación de misioneros de «los gentiles», afirma la realidad y la fecha de la reunión, el año 49.
Pero hay más, Pedro en su discurso en la asamblea relata un precedente sucedido en su larga estancia en Joppe, no muchos años después de la muerte de Jesús. Después de recibir una embajada enviada desde Cesarea por el centurión Cornelio, un prosélito, se atreve a entrar en su casa y conversar con él, a pesar de «que es totalmente ilegal que un judío se llegue a un extranjero». A su vuelta a Judea, los apóstoles y hermanos le censuran duramente, y sólo después de una larga explicación reconocen llenos de perplejidad «que también Dios ha concedido a los gentiles la penitencia para la vida».
En resumen, la primera comunidad de Palestina desconoce la misión a todas las naciones, tal como se narra en los evangelios y por consiguiente desconoce también la aparición de Jesús en Galilea. El evangelio de Lucas la sitúa en Jerusalén, pero con un contenido análogo: «estaba escrito que el Enviado resucitase de entre los muertos, y en su nombre se predicase la penitencia para remisión de los pecados a todas las naciones». En todos estos casos se trata de relatos tardíos, destinados a asegurar la predicación de una Iglesia ya constituida, a todos los pueblos.
El segundo grupo de relatos pascuales es todavía más tardío, y tiene la forma de una polémica contra los primeros gnosticismos, ya en el siglo segundo. Los gnósticos, lo mismo Marción que Basílides y Valentín y todas las escuelas derivadas, identifican la materia con el mal y a califican a los hombres inferiores de hýlicos, por oposición a los espirituales. Todos ellos siguen la doctrina docetista, negando que el salvador –nada menos que el hijo de Dios– participe de la condición material, y esté sometido al nacimiento y a una muerte dolorosa.
La aparición a los Once en el evangelio de Lucas sirve para resaltar contra todos estos primeros herejes la condición material del cuerpo de Jesús: «Ved mis manos y mis pies, que soy yo. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como yo tengo». Como los apóstoles no terminaban de creer, les pide algo de comer, «y como le dieron un pez asado, tomándolo, comió delante de todos».
El evangelio de Juan es el último de todos en el tiempo y se remonta ya claramente a la época de las primeras doctrinas docetistas. En dos relatos pascuales sucesivos, Tomás, uno de los doce, exige primero comprobar la realidad material de Jesús: «si no meto mi dedo en el lugar de los clavos, y mi mano en su costado, no creeré». En una aparición posterior, Tomás alarga los dedos y tiende la mano a las heridas del crucificado y en una confesión escandalosa para un gnóstico, le declara Señor y Dios. El final de las dos narraciones es claramente apologético, y muestra su carácter de redacción de la comunidad: «Bienaventurados los que sin ver han creído». La comida con los apóstoles en el mar de Tiberiades parece una ampliación del corto relato de Lucas.
El epílogo de Juan denuncia una vez más este carácter eclesial y se remonta a los tiempos, muy posteriores a la vida de la primera comunidad, porque afirma por tres veces el primado de Pedro, en una iglesia ya organizada, o a punto de organizarse jerárquicamente. Después de una triple confesión del apóstol, Jesús le da poder para apacentar «sus ovejas y sus corderos»: comunicando la forma jerárquica, que desde entonces va a tomar la comunidad.
Bultman considera con razón el episodio de los dos discípulos de Emaús descrito por Lucas, como el más auténtico, no por su forma –es parecido a los relatos mitológicos, donde una divinidad invisible conversa con los hombres– sino por su sentido. Se trata de identificar la parousia con la vivencia de la eucaristía: es al partir el pan cuando los dos caminantes reconocen a Jesús en el mismo momento que desaparece de su presencia. El relato, de inspiración paulina, mantiene al mismo tiempo un equilibrio entre la independencia de la revelación de Pablo y la primacía de Pedro.
I Corintios 15 no forma parte del cuerpo de la carta de Pablo a la comunidad. Mientras el resto de la epístola trata de cuestiones disciplinares –las reuniones litúrgicas, las disensiones en la iglesia local, los carismas, la continencia– el capítulo en cuestión, separado de todos los demás, enfrenta un problema doctrinal, y más parece un billete circular, destinado a ilustrar a las distintas comunidades. En todo caso el contenido del documento permite determinar con bastante exactitud la fecha de su redacción.
En primer lugar, teniendo en cuenta que desconoce el orden de las narraciones pascuales, y particularmente la primera comunicación a las mujeres, es sin duda anterior a la definición del canon evangélico por parte de la iglesia católica oficial. Por otra parte denuncia la existencia de miembros de la comunidad, que sin organización en escuelas siguen la doctrina gnóstica, negando la resurrección corporal. En fin, el orden de las apariciones no se preocupa tanto de su verdad histórica, cuanto de la primacía de quienes han sido los testigos iniciales de la resurrección.
Por eso mismo, Loisy sitúa la primera parte del texto donde se refiere ese orden de las apariciones, a los tiempos en que la Iglesia se dedica a conciliar la tradición de Pablo, subordinada a Pedro. Está redactada por consiguiente en tiempos del papa Clemente I hacia los años 90 al final del siglo. En cuanto a resto de la composición –la resurrección corporal– Loisy la coloca entre Pablo y Marción, pero mucho más cerca de Marción que de Pablo.
En resumen, los evangelios canónicos, al revés de lo que sucede con los gnósticos y con la literatura apócrifa, –y con la teología oficial del siglo XXI–, dedican una atención mínima a la vida ultraterrena de Jesús, y se aplican sobre todo, a describir su humanidad y su enseñanza. Pero además los escasos relatos pascuales aparecen en una época tardía y no se corresponden con la fe y la predicación de la primera comunidad.