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El Catoblepas, número 106, diciembre 2010
  El Catoblepasnúmero 106 • diciembre 2010 • página 12
Libros

Retrato patético de un lider catalanista

Pedro Carlos González Cuevas

Sobre el libro de Pilar Rahola, La máscara del rey Arturo.
El enigma de Artur Mas,
RBA, Barcelona 2010

Pilar Rahola, Séneca en Auschwitz, La máscara del rey Arturo. El enigma de Artur Mas, Barcelona 2010 Antiguo miembro de Izquierda Republicana de Cataluña, filóloga, periodista y, ante todo, tertuliana radiofónica y televisiva, Pilar Rahola y Martínez intenta darnos, en esta obra, un retrato del líder catalanista Arturo Mas y Gavarró, saliendo al paso de los estereotipos y leyendas dominantes en la sociedad catalana y española sobre su figura, ideas y proyecto político. Rahola presenta a Mas como un hombre de «mirada expectante y recelosa», enmascarado de una forma que le hace «impenetrable». Un personaje de «notable condición intelectual», «un buen discoduro, pero no un consumidor voraz de letra escrita», educado en el Lycée Françáis y en la escuela Aula, que dirigía el independentista Pedro Ribera y Ferrán. Un hombre, por otra parte, «demasiado hierático, demasiado tieso, demasiado candidato», «eternamente hiperresponsalizado», «un autético self made man». En su semblanza, la autora compara a Mas con Jorge Pujol, de quien el actual líder de Convergencia Democrática de Cataluña no es amigo, y a quien presenta como una especie de «Rey Sol», «un hombre difícil, extraño, sin amigos en el sentido común de los mortales, y con una severa mala conciencia como padre y, probablemente, como hijo». Por el contrario, Mas «siempre está pendiente de su alguno de los suyos se encuentra enfermo», «un calvinista puro, con una estricta moral calvinista, que se aplica a sí mismo, y aplica a los demás»; mientras que Pujol era y es «un católico de abadía, uno de aquellos que conspiraban en las abadías del norte de Italia en el siglo XVI». Según parece, el propio Mas dijo: «Pujol es barroco. Yo no». Sus formas de liderar Convergencia son completamente distintas: «Artur ha ejercido el liderazgo de una forma muy distinta. No ha buscado halago, no ha necesitado crear fidelidades indestructibles a su alrededor, no ha prometido nada que no pudiera cumplir». «Pujol era un ideólogo que intentaba ejercer de gestor, no siempre con éxito. Mas es un gestor que, además, quiere convertirse en ideólogo». «Pujol siente amargura porque Artur Mas no le cuida»; y es que, según parece, el nuevo dirigente de Convergencia necesita alcanzar su madurez: «Tengo 54 años, he sido dos veces candidato, y me parece que me toca hacer de mí». Coinciden ambos, no obstante, en su tacañería: «Los dos son igual de tacaños. Unos grandes tacaños».

No deja de ser curioso que Mas coincida con Charles Maurras en su definición de la política como «el arte de hacer posible lo necesario». En lo relativo a sus convicciones religiosas, Mas de autodefine como un creyente algo heterodoxo: «No se trata de un Dios dogmático, mis creencias no forman parte del escaparate. No es una idea irracional, tiene que haber una continuidad de la vida, tal vez una continuidad cósmica, no sé, formar parte del universo, tirar de algún hilo…No parte de la ortodoxia, me interesa la mirada racional y mística al mismo tiempo». Políticamente, se autodefine como «primero catalán, después catalanista y finalmente convergente». «Ser de CIU es una forma de ser catalanista. Y ser catalanista es una forma de ser catalán». En su vida privada, destaca «su fuerte sentido familiar» y su «sentido muy austero del dinero». Mas se ufana de no hablar nunca en castellano ni con sus hijos ni con su esposa: «Por lo tanto, el mito aquel, otra coña que han ido divulgando, que Artur habla castellano = con su mujer…es una mentira absoluta. Eso lo han hecho correr Carod y compañía para desacreditarme y causarme daño». Y sostiene: «Cataluña posee un idioma propio, el catalán. El castellano es el idioma de muchos catalanes. Pero el catalán es el idioma del propio país. Y eso debe entenderse y aceptarse. Las cosas que se han de comunicar, deben hacerse el catalán. La rotulación debe hacerse, como mínimo, en catalán. No el nombre del establecimiento, pero sí la información al consumidor. 1000 años de historia: 850 años de catalán. Tenemos el derecho y la responsabilidad de preservar esa herencia. El catalán no es el idioma fuerte. Es el idioma débil».

¿Cuál es su programa político? En primer lugar, lo que denomina «Cataluña sin límites», es decir, «desacomplejamiento soberanista», «la convicción del callejón sin salida que representa el modelo autonómico, la decepción de España…». En segundo lugar, «derecho a escoger». En tercer lugar, el logro de una «Casa Grande del Catalanismo», o sea, «la construcción del país por encima de las derechas o las izquierdas». En cuarto lugar, «superar la crisis, levantar Cataluña». Su visión del conjunto de España es abiertamente negativa: «En muchos aspectos, España se ha regenerado. En otros, simplemente degenera». Desde su perspectiva, «esto no tiene solución desde el punto de vista de nuestra seducción sobre ellos». A ese respecto, Mas se siente «cada vez menos Cambó», «muy Prat de la Riba, porque creo en la obra de gobierno». «Cada vez soy más Maciá», concluirá. Y, según Rahola, percibe que «la vía de España está cerrada. Y los sueños…los sueños son libres». Y es que en España «se viaja mal», «las gentes son medio negras». «Castilla es muy seca y dura». El Kremlin es más bello que El Escorial. Y es preferible bailar la sardana que estar en el «castillo de Felipe».

Al mismo tiempo, el líder catalanista se muestra muy crítico con José Luis Rodríguez Zapatero, a quien acusa, no ya de mentiroso, sino de traidor. En ese sentido, describe su reunión con el presidente del gobierno en la Moncloa, a la hora de pactar el contenido del Estatuto catalán, como «interminable». «Al cabo de dos horas hablando de la Agencia Tributaria, Zapatero estaba agotado. No sabía ni de lo que hablaba. Necesitó a sus asesores para entenderlo». No obstante, lo más negativo fue la negociación sobre las reglas del juego político en Cataluña, es decir, que gobernara el partido más votado. Rodríguez Zapatero le prometió que no habría tripartito, y no lo cumplió. A ese respecto, Mas no duda en calificar a Rodríguez Zapatero de «traidor». Con respecto al Partido Popular se muestra hoy más moderado, más cauto. Ahora ya no presentaría ante notario su decisión de no pactar con Rajoy. El líder convergente explica que lo del notario fue un «cortafuegos», porque en aquellos momentos el Partido Popular era «bestial»; era el Partido Popular del «antiEstatut, la Iglesia en contra nuestra, los militares». El Partido Popular era «bestial, ahora no tanto». De cara a su triunfo electoral, Mas se muestra partidario de un «gobierno con mentalidad de empresa productiva». «Si bajamos impuestos y vienen tiempos complicados, os pido que hagamos pedagogía y que tengáis comprensión. No habrá dinero para subvenciones…Y ha prometido que sacará el impuesto de sucesiones, y lo hará».

¿Quiénes son sus colaboradores? La autora señala, entre otros, a David Madí, Francisco Homs, Luis Corominas y Oriol Pujol, es decir, la denominada «Generación Cataluña», crecida a la sombra del poder; a quienes sus detractores denominan «los talibanes» o «el hueso». Los miembros de este núcleo no ocultan que entre sus objetivos se encuentra la independencia. «Son independentistas antes que convergentes». En ese sentido, Mas señala que no descarta un referéndum por la independencia y que votaría afirmativamente. No obstante, su partido no lleva la independencia en el programa por motivos meramente electorales, porque cree que ello le haría perder votos: «Sería un héroe, pero en vez de 60 diputados, sacaría 30». Y es que la idea de independencia no es, según él, «tarea para impacientes, sino para perseverantes». «Los datos son claros: si vota el 50-55 % del censo, gana el SI. Si la participación rebasa el 55% gana el NO».

En otro orden de cosas, lo que resalta en este núcleo es su profundo resentimiento contra Izquierda Republicana de Cataluña y contra el tripartito: «¡Ser nacionalista y hacer presidente a Montilla! ¡Qué barbaridad!». Los hombres de Izquierda Republicana proceden, según ellos y la autora del libro, de «las alcantarillas insidiosas de los partidos». Montilla, por su parte, es «el peor presidente de la historia de Cataluña». «Un mediocre sin ninguna otra capacidad que escalar en el partido». Con el tripartito, Cataluña es «el paraíso de la mediocridad». «Extraño país éste, donde, para dirigirlo, es un mérito no tener estudios, y un demérito ser el primero de clase».

* * *

Recuerdo que, cuando ejercía de dirigente de Izquierda Republicana de Cataluña, la señora Rahola era conocida en Barcelona, con el sobrenombre de «La Bien Plantada». Un sobrenombre que, como es obvio, recordaba al célebre libro de Eugenio D´Ors, en cuyas páginas el pensador noucentista concebía a Cataluña, representada por el arquetipo de Teresa, como portavoz de la razón, del límite, de la armonía y el orden. A ese respecto, no me cabe la menor duda de que el autor de Tres horas en el Museo del Prado, se hubiese escandalizado de semejante paralelo. Con toda seguridad, D´Ors hubiera visto a Rahola no como representante del clasicismo, sino más bien, tanto a nivel físico como intelectual, de su antítesis, es decir, del barroco, o sea, el triunfo de la pasión, de la exaltación del inconsciente, de lo irracional. Para llegar a tal conclusión, basta no sólo contemplar su físico abotargado, sino sus intervenciones en las diversas tertulias radiofónicas y televisivas donde participa, en particular las del repulsivo programa La Noria, de Tele 5.

Y es que, desde hace algo más de un siglo, las elites políticas e intelectuales catalanistas han pretendido ofrecer, contra no pocas racionalidades y evidencias, al resto de España la imagen de una Cataluña perfecta, trufada, eso sí, de psicologismo, fantasías y etnocentrismo. A través de Teresa como arquetipo, D´Ors, influido por Charles Maurras y Maurice Barrès, inventó una Cataluña portadora de la razón frente a una Castilla mística, ardiente, amarilla y áspera. Otro pensador más o menos catalanista, José Ferrater Mora defendía, en su libro Formas de vida catalana, que el rasgo primordial del supuesto carácter nacional catalán era el seny, la ironía y la mesura; y eso que era un filósofo afín al neopositivismo anglosajón y, por lo tanto, totalmente contrario a la metafisica. Por su parte, el historiador Jaime Vicens Vives, que pasa por ser el difusor en España del paradigma historiográfico de la Escuela de los Annales de Marc Bloch, Lucien Febvre y Fernand Braudel, tampoco escapó a tales delirios esencialistas; y en su obra Noticia de Cataluña, intentó una interpretación de la mentalidad colectiva catalana: Cataluña era un país de «Marca», como un pasillo entre continentes y culturas diversas. La clave de la historia catalana era el «pactismo», que, para el catalán, era poco menos que una «ley moral». Vicens Vives nunca puso en duda la existencia de una entidad orgánica catalana, de un ser colectivo, de un espíritu de la raza que trascendía las diferencias sociales. Y nada más revelador a ese respecto que su análisis de la historia del movimiento obrero en Cataluña, cuando distinguía entre una clase obrera inmigrante y portadora, por tanto, de gérmenes revolucionarios; y una clase obrera autóctona «pactista».

Cada uno a su modo, D´Ors, Ferrater Mora y Vicens Vives fueron unos románticos, pese a sus posiciones clasicistas, analíticas y sociológicas. ¿Cómo puede hablarse con seriedad de racionalidad, seny o pactismo en una región que ha cultivado el modernismo, la arquitectura de Gaudí, el anarquismo revolucionario o la pintura de Salvador Dalí? No deja de ser significativo, por otra parte, que estos tres pensadores catalanes fracasaran en sus respectivos proyectos culturales y políticos. D´Ors fue defenestrado de sus cargos en la Mancomunidad de Cataluña; se trasladó a Madrid, donde se convirtió en uno de los ideólogos del nacionalismo español: Teresa dejó paso a Isabel La Católica como arquetipo de la nación española; fue acusado, entre otros, por Juan Estelrich de casarse con una novia rica no querida, es decir, con el castellano (luego, Estelrich durante la guerra civil fue uno de los catalanes de Franco); finalmente se convirtió en la figura intelectual más importante de la España nacional, hasta que, en 1946, retornó Ortega y Gasset de su exilio. Menos político y exiliado tras la guerra civil, Ferrater Mora terminó rechazando el conjunto de su obra filosófica, dedicándose a la literatura. El caso de Vicens Vives fue distinto. Apostó, en un primer momento, por la II República; luego, por el falangismo, como lo demuestran sus significativos escritos sobre geopolítica; posteriormente, basculó entre diversas alternativas políticas. Según su amigo Josep Pla: «Con el tiempo, Vicens se convirtió en un hombre complejo, nadie sabía si era del Opus, si era socialista, si era capitalista o si era, simplemente, un ser ambicioso».

Por supuesto, D´Ors, Ferrater Mora y Vicens Vives se encuentran años luz de la inefable Pilar Rahola. Ahora bien, cada uno a su modo, son tributarios de una mentalidad barroco-romántica; y lo mismo le ocurre al personaje del libro, Arturo Mas y Gavarró. En todos ellos, existe una clara primacía del pathos sobre el logos. Tras su victoria en las elecciones autonómicas de noviembre de 2010, la figura de Arturo Mas ha adquirido una dimensión nacional española. Seguramente, él y su partido tendrán, por desgracia, un papel significativo en la configuración de la política española. De ahí la necesidad de conocer algo de su personalidad y de sus ideas. Desgraciadamente, la señora Rahola no ha estado, al menos en mi opinión, a la altura de las circunstancias. El libro es un conjunto más bien caótico. Se mezclan las anécdotas con las opiniones críticas y con los esquemas generales. Hay opiniones que se repiten decenas de veces y en los lugares más distantes; sobre todo, lo de «Guapooo». Por lo que se refiere a Mas, la posición de la autora no es directamente apologética, pero sí matizadamente favorable. No hay un solo juicio rotundamente adverso. En los temas más polémicos, Rahola encuentra una exégesis comprensiva. Frecuentemente, los gestos políticos del líder convergente son puestos, con énfasis, en relieve. Hoy, la izquierdista Rahola apuesta, sin duda, por la derecha representada por Mas. No obstante, pese a los intentos de la autora, el retrato del líder catalanista no llega, a mi modo de ver, a cuajar de manera positiva. A la hora de la verdad, su personalidad aparece desdibujada, difusa y, sobre todo, demasiado «local», demasiado catalana; sería mejor decir, demasiado catalanista. Hoy por hoy, parece un pequeño Pujol, eso sí más alto y apuesto. Según se deduce de algunas de sus respuesta al cuestionario de Rahola, parece que Pujol resulta molesto a Mas. El fundador de Convergencia aparece subliminalmente como una especie de padre tiránico y castrador.

El perfil intelectual de Mas apenas está esbozado. No se hace referencia a sus lecturas, salvo que en su biblioteca aparece un libro de Juan Bautista Culla y Clará, uno de los historiadores más sectarios del catalanismo de izquierda. De la misma forma, su proyecto económico, aparte de algunas vaguedades, permanece en la penumbra. Ni una palabra sobre su reivindicación de un concierto económico catalán, como el vasco. No obstante, estamos seguros de que no se le ha olvidado. Sus convicciones religiosas tampoco aparecen de forma nítida, con claridad; por su vaguedad, podrían interpretarse desde diversas perspectivas. Lo único que aparece tenebrosamente claro es el antiespañolismo radical de Arturo Mas. No debería olvidarse que el actual líder convergente recomendó hace algunos años a los atletas catalanes que, en las Olimpiadas, se inscribiesen en el equipo de Andorra; y que emplazó a Pablo Gassols a elegir entre Cataluña y España. Naturalmente, ni Gassols ni nadie le hizo el menor caso. A ese respecto, resulta de pésimo gusto, incluso insultante, aunque muy significativa, la diatriba antiespañola, donde los españols aparecen como «gentes casi negras»; y se prefiere el Kremlin y la sardana al Escorial. Faltaba sólo la reivindicación del porrón y la berretina. Tampoco deja de ser significativa la preferencia de Mas por la figura de Maciá. Cada individuo elige a sus sabios y a sus líderes intelectuales y políticos, definiéndose con ello a sí mismo. Elegir a Maciá es definirse política e intelectualmente; y no, desde luego, a mi modo de ver, en sentido positivo. El lúcido Pla describió al político catalán como un «gaga», cuyo pensamiento político resultaba un misterio. En el fondo, era, a su juicio, un superviviente de las guerras carlistas «en lo que tienen de mentalidad estrecha y fanática».

El antiespañolismo radical de Mas se muestra en sus opiniones sobre el castellano y el catalán. Tanto es así que, como hemos visto, considera una virtud política e incluso patriótica no hablar en castellano con su esposa e hijos. Y es que la defensa del catalán por parte de los nacionalistas no tiene por principal objetivo la conservación de la lengua vernácula, sino la erradicación del castellano como representante de la nación española. Y no es cosa de hoy. A la altura de 1952, en pleno franquismo, el poeta Vicente Aleixandre expresaba su temor de que «los catalanes no se contentarán con que puedan publicar sus libros en catalán, lo que es enteramente justo, sino que en una nueva etapa, cuando llegue, si es que llega, la democracia, querrán que toda la enseñanza en Cataluña se dé en catalán, y el castellano quede completamente desplazado y se estudie como un idioma más, como el francés». En eso estamos. No obstante, creo que la clase dirigente catalana debería meditar sobre las consecuencias sociales, políticas y culturales de semejante opción. El catalán es un idioma europeo no menos extendido que el sueco o el holandés, pero en el que durante cuatro siglos se ha escrito poco. Su restauración literaria data de mediados del siglo XIX. Las fuerzas que impulsaron ese retorno a la coyuntura lingüística medieval fueron una cultural –el romanticismo- y otra política –el regionalismo, luego el nacionalismo-; y ya no tiene sentido dilucidar si la operación fue regresiva o progresiva. Se trata de un hecho consumado; y lo que importa es el futuro. Ahora bien; el catalán en solitario sería, comos señaló hace años Julián Marías, un factor de tibetanización, es decir, de aislamiento. Por eso, creo que el castellano o español no es un competidor del idioma regional, sino precisamente lo que le hace viable históricamente. Unido al español, el catalán puede ser el instrumento y la expresión de su personalidad plena. Además, sólo el Estado español puede defender eficazmente, a nivel internacional, la pervivencia del catalán.

En este librejo, Arturo Mas da poco menos que por muerta a la nación española como proyecto político viable; y dice apostar por la independencia, aunque de momento no juzgue conveniente electoralmente convocar un referéndum sobre la independencia. En esto, parece tener razón. Las consultas independentistas celebradas en Cataluña a lo largo de 2010 han sido un fracaso, ya que la participación no ha llegado al 40%. Sin embargo, creo que este fracaso no debería hacernos llegar a la falsa conclusión de que el independentismo catalán es un mero tigre de papel. Y es que el hecho de que estas consultas hayan podido celebrarse normalmente y que gocen de aceptación social, demuestra que la táctica catalanista va, desgraciadamente, por buen camino. El catalanismo ha optado gramscianamente por la guerra de posiciones, en la búsqueda de su hegemonía social y política. No es totoresista, sino aparentemente cívico y pragmático; lo que se ha proporcionado importantes éxitos. Dada la ley electoral y la situación española, con los dos partidos hegemónicos ayunos de proyecto nacional y en permanente litigio, el catalanismo tan sólo tiene que esperar al resultado de las elecciones y a la política de pactos, en la que se desenvuelve como león en la selva; luego, a semejanza Shylock, demandará su libra de carne, es decir, competencias y concesiones políticas y económicas; o lo que es lo mismo, más nación. Como señaló hace años Alejo Vidal Quadras, la táctica de los partidos nacionales españoles frente al catalanismo es su derrota en el campo electoral, intelectual, moral y político. Lo primero parece sencillo, dada lo endeble del discurso político catalanista; pero no lo es, porque el catalanismo es un fenómeno muy complejo en el que se insertan junto a las valoraciones de orden sentimental, emotivo, las crudamente económicas. A ese respecto, hay que recordar a Mas y sus acólitos, lo mismo que el conjunto de la clase dirigente catalana, que la independencia no les saldría gratis, que tiene una serie de costes sociales y económicos. Cataluña es una región estrechamente vinculada al mercado nacional español y al mercado europeo. Los nacionalistas como Mas fían la viabilidad de su propuesta independentista a la estabilidad que, para las relaciones económicas y comerciales, proporcionaría su permanencia en la Unión Europea. Ahora bien, este supuesto es muy poco realista, porque la Unión Europea está integrada por los Estados, que, en el curso de su formación, se han ido adhiriendo a ella, y que precisamente han sido aceptados unánimemente por todos los miembros. Además, sus tratados constitutivos no contemplan la posibilidad de que cualquiera de sus territorios pueda separarse de ellos, con que el Estado que surgiera de una operación de este tipo quedaría apartado de la Unión Europea. Entonces, tendría que negociar su adhesión y cumplir los requisitos que la Unión exige a sus miembros. Y lo mismo puede decirse con respecto a la Unión Monetaria, donde la integración es aún más exigente. Todo lo cual exigiría una serie de ajustes y de sacrificios económicos que la mayoría de la población catalana no estaría dispuesta a asumir. Por pura lógica política, España tendría que imponer su veto a la adhesión del nuevo Estado.

Y es que el proyecto catalanista radical resulta inviable, desde cualquier análisis mínimamente realista de la situación nacional e internacional. Un ejemplo claro de ello es la reivindicación de los llamados Países Catalanes, que comprenderían, al menos en el programa nacionalista primigenio, Cataluña, Valencia, el archipiélago Balear, la franja fronteriza entre Lérida y Aragón, el sur de Francia, etc. El planteamiento no es sólo utópico; es que genera, por su propia dinámica, no sólo rechazo, sino una auténtica mentalidad no anticatalana, sino anticatalanista. Su sólo planteamiento genera en Valencia fenómenos político-culturales como el blaverismo, que interpreta el catalanismo como un movimiento imperialista dispuesto a someter a Valencia a sus intereses y imponerle su lengua. Hubo un tiempo, ya muy lejano, en que el pancatalanismo tuvo cierta buena prensa, no en el conjunto de la sociedad valenciana, sino en un sector de su elite intelectual, capitaneado por el inefable Juan Fuster, cuya obra Nosotros lo valencianos, no fue sino una imitación simiesca de Noticia de Cataluña, de Vicens Vives. Por fortuna, hoy casi nadie, salvo algún que otro universitario desnortado, lee a Fuster y a sus discípulos. ¿Cuál es la razón de ese rechazo? Aparte de los evidentes motivos políticos, económicos, sociales y culturales, existe una razón mucho más profunda: la escasa capacidad de las elites políticas catalanistas a la hora de organizar sus proyectos políticos e incorporar a otros grupos. Cataluña no sabe mandar. En 1994, una encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas sobre estereotipos regionales constató que los catalanes encabezaban la lista de españoles más antipáticos, seguidos a distancia por los vascos. Y es que, como ya señaló Ortega y Gasset, el nacionalismo catalán se caracteriza por su particularismo, por su «señerismo», por su vocación de ser «pequeña isla de humanidad arisca, reclusa en sí misma»; lo que resulta, señalaba el filósofo, «a veces fatigoso para los demás». En ese sentido, la raíz del problema catalán se encontraba en los propios catalanistas. Y es que tanto en el imaginario como en el bestiario catalanista, los madrileños aparece como dominadores y ladrones; los andaluces y extremeños como vagos; los valencianos como traidores a su esencia catalana; y los «murcianos», según insinuó Vicens Vives, como subversivos ajenos a Cataluña. Demasiado altivos para caer simpáticos.

Por ello, destaca tanto en Mas como en Rahola su odio visceral no sólo al tripartito, sino a la figura de José Montilla. En mi opinión, resulta evidente que el tripartito ha sido una desgracia tanto para Cataluña como para el resto de España; y que Montilla, típico «charnego» acomplejado, es la representación de la mediocridad moral y política. Ahora bien; en la valoración de Mas, Rahola y sus acólitos existe algo más que una juicio político; sus opiniones exudan resentimiento, clasismo e incluso racismo. Les resulta insoportable que un andaluz, y para colmo de origen obrero, hay ocupado un cargo que ellos consideran como su patrimonio, su feudo, su chiringuito.

Para terminar, hemos de decir que el libro de la señora Rahola representa en sí mismo una mera anécdota que era necesario elevar, d´orsianamente, a categoría, por la situación en que se encuentra la sociedad española, de la que Cataluña sigue formando parte esencial. El Principado ha dejado de ser uno de los motores de la economía española. De la modernidad nunca lo fue en realidad. Ese lugar lo ocupa hoy Madrid como capital de España. Cataluña sufre hoy una profunda crisis moral, política, social, económica e identitaria. El nacionalismo no ha sentado bien a Cataluña en estos treinta y cinco años. Claro es que la situación del resto de España no es mucho mejor. El llamado Estado de las autonomías, tal como se ha desarrollado hasta ahora, resulta inviable desde el punto de vista político, y, sobre todo, del económico. La Cataluña de Arturo Mas y Gavarró va a ser, sin duda, un obstáculo, un lastre de primer orden a la hora de plantear y afrontar las necesarias reformas. De ahí que el mensaje que se desprende del libro de la señora Rahola sea cuando menos inquietante.

 

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