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El Catoblepas, número 109, marzo 2011
  El Catoblepasnúmero 109 • marzo 2011 • página 1
Artículos

¿Quién lleva las riendas de la globalización?

José Luis Pozo Fajarnés

La vigencia del Ensayo sobre las categorías de la economía política
de Gustavo Bueno

Gustavo Bueno, Ensayo sobre las categorías de la Economía Política, La Gaya Ciencia, Barcelona 1972

1. Introducción

En 2004 Gustavo Bueno publicó La vuelta a la caverna. Terrorismo, Guerra y Globalización. En este texto analiza dos de los fenómenos más importantes de entre los que se han dado durante esos cuatro primeros años del recién estrenado siglo XXI: los movimientos contra la Guerra de Irak de 2003 y las manifestaciones antiglobalización que se desarrollaron en esos pocos años. Este segundo fenómeno es el que nos va a interesar aquí, pues lo que se trata de estudiar tiene mucho que ver con lo que sea la «Globalización». Para poder hablar con rigor de este fenómeno, tan cotidiano ya pero tan importante, el propio autor hace referencia a otro de sus libros, el publicado por la editorial «La Gaya Ciencia» en 1972 y que lleva por título Ensayo sobre las categorías de la economía política{1}. Un libro que fue fruto de las aportaciones que Gustavo Bueno llevó a cabo para el desarrollo de un congreso sobre economía que se celebró dos años antes de la publicación. El marxismo oficial español de la época, desde su peregrina situación de semiclandestinidad, no dio al «Ensayo sobre las categorías de la economía política» una buena acogida. Algo un tanto obvio, pues en él se propone una «vuelta del revés» en planteamientos que son fundamentales en la propuesta de Marx. En concreto, Gustavo Bueno invierte la afirmación de que en la base de la sociedad humana esté una economía que adolece de definición, de manera que no puede dar razón de todo lo que sobre ella se quiere fundamentar. Este es el fundamento del «materialismo histórico» y en el «Ensayo sobre las categorías de la economía política» queda abolido. En la base de la sociedad humana ha de haber algo distinto, pero eso lo veremos más tarde.

La ortodoxia marxista de la época no supo aprovechar lo que tenía delante, quizá porque el imperialismo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas parecía mostrarse pujante todavía frente al de los Estados Unidos. El «Ensayo» es una herramienta que permite una nueva lectura de «El capital» y que en los tiempos en que se presentó, de haber sido aprovechado por los marxistas de la época, quizá hubiera podido conseguir que mantuviera su vigencia. La debacle que sobrevino en el movimiento comunista podría haberse quedado en mera calamidad y no haber llegado al auténtico desastre que fue el derrumbamiento completo de su sistema menos de veinte años después de la publicación del libro: en 1989 cayó el muro de Berlín y en 1991 desaparecería la URSS y, con ella, tanto la teoría económica y la filosofía que la fundamentaba, como el denominado «comunismo científico», el cual marcaba el camino que quería llevar a la emancipación y conformación del «Género humano».

En este estudio de las propuestas de Gustavo Bueno vamos a seguir la secuencia de análisis marcada por sus textos. En primer lugar trataremos del «cierre categorial» de la economía. Una economía que es siempre política, pues para que se dé es necesario el marco del Estado. Un «cierre categorial» además que no es total, como puede ser el cierre operatorio de otras ciencias, ya que la racionalidad económica no puede construir modelos aislados como sí pueden hacerlo las ciencias antes citadas. Pese a tal déficit en la finalidad del «Ensayo», su eficacia y necesidad es incontestable. La racionalidad económica busca la recurrencia en un sistema de referencia posible, susceptible de manejabilidad, pero sobre el campo que va a actuar, tal, es imposible pues lo que se desarrolla históricamente es la «sociedad universal», que en lugar de caracterizarse por la posibilidad de distribución entre una multiplicidad de individuos –necesario al mecanismo económico– tiende a la «unicidad»: «por estos motivos, la «Razón económica» académica no puede aspirar nunca a construir «cierres categoriales» tan rigurosos como la Geometría o la Física; la cientificidad de la Economía política es muy precaria –no por ello menos urgente– y la «Razón económica» tiene siempre tanto de 'prudencia' como de 'ciencia'».{2}

El autor del «Ensayo» también nos muestra la vaguedad de los términos («producción», «riqueza», «consumo») que tratan de definir el marco de la economía. La clarificación de términos que emana del cierre operatorio deriva de la independencia que la ciencia económica logra mediante tal operación. Lo característico de una categoría es su independencia, pues la categoricidad tiene como fundamento la segregación de la parcela de la ciencia que sea. El materialismo filosófico defiende la economía como una idea tecnológica –el materialismo filosófico afirma el origen tecnológico de todas las ciencias–que está asociada al intercambio de objetos producidos por los individuos que viven en el seno de una sociedad.

Como vemos, el texto de 1972 comienza por una contundente crítica de la economía del bloque del Este dominado por el gigante soviético, pero no se queda aquí sino que en él también enfrenta su propuesta clarificadora a las de la economía liberal. Desde Adam Smith hasta autores como Pierre Naville que en 1972 estaba desarrollando todavía sus tesis, pasando por otros como William Stanley Jevons. Unos y otros son analizados y pasados por el tamiz crítico de la filosofía de Gustavo Bueno. Tras la desmembración de la URSS, a partir de 1991, el liberalismo es la única forma económica que continúa en la práctica, la teoría económica protagonista de una economía mundial que hoy día está marcada por el fenómeno de la «globalización». Esta globalización, que se define en muchos contextos como cosmopolita, se ha conformado como ideología política en estas dos últimas décadas en las que el capitalismo campa por sus fueros. La globalización, tal y como se habla de ella en la actualidad en todos los informativos, en la prensa escrita, en Internet… es una «Idea» que considera que su radio de acción efectiva es la de un inexistente Estado planetario asociado a la totalidad de los seres humanos que lo deberían conformar (unos párrafos más arriba señalábamos, en similares términos a la «sociedad universal»).

Gustavo Bueno nos muestra en el texto de 2004 –cuando Gustavo Bueno escribió su «Ensayo», el fenómeno de la Globalización no se mentaba– como la economía sigue su movimiento habitual de mercado con su consiguiente rotación de los intercambios y como ese movimiento centrífugo no es un movimiento normal por darse en una situación ficticia, que es la de un irreal «Estado Universal» que abarcaría a la también irreal sociedad universal. Gustavo Bueno estudia el fenómeno de la Globalización comenzando, como es obligado en el sistema del materialismo filosófico, por su conceptualización. Para ello, aprovechará una categoría que ya está definida, la «categoría económica» que ha expresado en su «Ensayo». El análisis del fenómeno de la Globalización llevará, en primer lugar, a la trituración de las ideas que habitualmente se tienen en cuenta cuando se trata de expresar qué es el fenómeno en cuestión y, después, a la propuesta taxonómica de los distintos tipos de globalización que se dan hoy día.

Y, sin más preámbulos, pasamos a analizar el cierre categorial que de la economía política nos propone Gustavo Bueno en el «Ensayo sobre las categorías de la economía política».

2. La «vuelta del revés del marxismo»

2.1. Las categorías de la economía política

Gustavo Bueno, Tabla de categorías de la Economía política, Ensayo sobre las categorías de la Economía Política, La Gaya Ciencia, Barcelona 1972, página 47
Tabla de categorías de la Economía política (en Gustavo Bueno, Ensayo sobre las categorías de la Economía Política, La Gaya Ciencia, Barcelona 1972, página 47.

Vamos a expresar a partir de aquí y sucintamente la propuesta de categorización de la economía política de Gustavo Bueno. La clarificación de los términos económicos nos va a permitir ver de otra manera cualesquier tratados anteriores sobre este tema. Bueno nos enmarca estas nuevas definiciones en un diagrama –la matriz compuesta por números y letras de más arriba– que revela las categorías de la economía política: «Una disposición matricial que sugiere multitud de relaciones entre los términos y que por ello mismo, a pesar de su apariencia analítica, no debe considerarse de forma estática»{3}. La propuesta de Gustavo Bueno comienza por categorías como son las de «módulo» y «bien» (los primeros elementos del diagrama), para pasar a las de «producción», «moneda», «intercambio»… La nueva categorización propuesta para la economía política va a procurar que términos como el de «producción» se invistan de un contenido económico del que adolecían. Por ejemplo, si tenemos en cuenta la teoría marxista, observaremos que allí tal significación, debido a su amplitud, se diluía en su interacción con otros conceptos económicos que estaban también poco clarificados:

«Presuponemos, en resolución, que los «bienes» son el término formal de la Producción, en su sentido económico. Es cierto que, con frecuencia, el concepto de «Producción» se extiende a la «reproducción de módulos» o a la «reproducción de relaciones sociales». Y, sin duda, salvo para quien sea ‘economicista’, el concepto de «praxis» no se agota en la categoría económica. Pero si la noción de «Producción» se amplía tanto que se superponga prácticamente al concepto de «praxis», entonces la «producción» pierde todo su sentido económico.» (pág. 52.)

Los números de la fila superior del cuadro son individuos o grupos, «módulos», susceptibles de poseer bienes o de no poseerlos.{4} Los individuos considerados en este diagrama categorial no son lo que entendemos habitualmente por seres biológicos sino que son tenidos en cuenta como individuos económicos, los cuales tienen capacidad reflexiva (no en el sentido cartesiano del término, que es lo mismo que considerarlo como mero subjetivismo, sino en sentido de las matemáticas. Así es como consideramos este concepto en el materialismo filosófico. La reflexividad, por ello, guarda una estrecha relación con otras dos importantes propiedades: la simetría y la transitividad).{5} La consideración de «módulo» agrupa tanto a los individuos como a los grupos o a las clases. Estas últimas están compuestas por individuos que pueden definirse en tanto que «organismos o sujetos (o clases de organismos) que mantienen, entre sí, relaciones sociales de intercambio, o de cualquier otro tipo (relaciones sociales en general)»{6}. Los módulos tienen la capacidad de operar opcionalmente de manera que escogerán, o no, distintos productos que el mercado les va a ofrecer y que pueden ser «bienes» productivos o improductivos (de consumo). Las categorías «módulo» y «bien» son las centrales, y primeras, para el «cierre categorial» de la ciencia económica pues interactúan contantemente entre sí y con las demás. Otras categorías muy relevantes en nuestro análisis y que también se relacionan directamente con la categoría de «producción», son las categorías que el marxismo considera como categorías económicas fundamentales y que en el esquema del materialismo filosófico pasan a un segundo plano: las «fuerzas productivas» y las «relaciones de producción».

Más arriba incidíamos en la dinamicidad que tiene esta disposición matricial de las categorías económicas. En la tabla de categorías se da el fenómeno de la «rotación recurrente» de una forma sistemática. Esta rotación tiene un efecto centrifugador expulsando todo posible sustancialismo de los conceptos que ella contiene, alejándolos así de toda consideración metafísica de los mismos. Las categorías económicas se van así constituyendo, mediante el dinamismo de esta matriz: como ya hemos señalado, en un primer momento articula las dos categorías –los «módulos» y los «bienes»– que se colocan como abscisas y ordenadas. En su movimiento constante los módulos irán generando sin parar bienes y los bienes, a su vez, generarán módulos. Con la idea de módulo vamos más allá que con la consideración de simple individuo, pues la idea de módulo tiene el sentido dado por el álgebra –antes ya lo adelantábamos al señalar las tres propiedades de simetría reflexividad y transitividad– y así podemos entender que lo que el módulo también nos señala es la característica de la invariabilidad (|3 ∩ d| = d). Un sujeto cualquiera es un módulo al interactuar con un bien, sea este producido o consumido por él, y así, «cuando el sujeto «3» consume, se apropia, o entra en relación con un bien «d», retira este bien del mercado, por ejemplo y, en principio, «genera» la necesidad de la reposición (por tanto de la producción) de un nuevo bien «d». (pág. 50.)

De esta manera los individuos, los módulos, que son a la vez consumidores se identifican con los bienes y así, cada vez que un módulo consume un bien, el que sea, el bien consumido debe reponerse y esta relación hace que el individuo deje de ser considerado como consumidor meramente biológico para ser considerado parte de un proceso distinto, el proceso de la producción. En relación al proceso de producción tenemos que tener en cuenta además el carácter principal que siempre ha tenido y nunca se ha tenido en cuenta hasta ahora: la producción es, de manera esencial, «producción cultural». Con esta importantísima afirmación que expresa Gustavo Bueno, entramos de lleno en la relevante propuesta que, para la transformación del esquema marxista nos propone. Con esta consideración se inserta un término considerado por Marx superestructural –la cultura– en la base del sistema económico, de manera que estamos ya señalando el factor más importante que nos llevará a expresar más adelante «la vuelta del revés del marxismo». Los bienes producidos son «bienes culturales» y son los objetos de la producción material, los bienes son por tanto siempre «objetivos», y eso quiere decir que tienen las tres dimensiones pertinentes de todo objeto.{7} Si los bienes no fuesen objetos, cuerpos, no serían susceptibles de intercambio, pues no se le podría dar valor.

Otro aspecto directamente relacionado con la objetividad de los bienes es su relación con el valor. La producción de objetos y, por ende, de valores económicos, debe ser perfectamente entendida por todos los módulos (individuos productores y consumidores){8}, pues si así no fuera, tal producción no tendría valor (aquí debemos tener en cuenta algunas excepciones como son por ejemplo las de ciertos objetos de arte que sí adquieren valor pese a no ser «entendidos», ni siquiera por algunos consumidores que se atreven y pagan por ellos cantidades astronómicas). O sea, que en el seno de la producción el bien que un módulo elabora deberá ser entendido por otro perfectamente, y ello sucederá siempre que la producción esté presidida por las propiedades matemáticas que hemos señalado más arriba, las propiedades de reflexividad, transitividad y simetría:

«Entonces tenemos que poder presentar el campo de la racionalidad económica (como concepto dialéctico que incluye la referencia a lo pre-racional) como un campo tal en el que los términos aparezcan precisamente definidos por las relaciones circulares{9} (simétricas, transitivas y reflexivas), en cuanto establecidas por la mediación de bienes.»{10}

La racionalidad del proceso de producción nos lleva también a otra importante cuestión, a la de que la posibilidad de una forma de producción individual es totalmente inviable. De esta manera podemos entender, por ejemplo, como las acciones cotidianas que Robinson Crusoe –el protagonista de la obra más importante de Daniel Defoe– lleva a cabo para su supervivencia no se pueden considerar producción, ya que en tales condiciones de individualidad, las acciones que lleva a cabo, no tendrían en ninguna consideración a las tres relaciones anteriores que, como ya hemos visto, son necesarias para la existencia de relaciones económicas. Y es que en la absurda situación de una producción individual el intercambio no podría darse, de manera que serían absurdos también los conceptos económicos de distribución y consumo.

La racionalidad del proceso de producción se muestra al constatar que nadie puede producir si tal acción no se da en el seno de instituciones ya conformadas, heredadas. Esto es lo mismo que decir que nadie puede generar algo de forma absoluta desde el origen, a partir de la nada, sino que, lo que sucede es que un productor se apoya en lo heredado, en lo que está a su disposición en el seno de las instituciones a las que pertenece. La producción es, por todo lo dicho, histórica, y se da a lo largo del tiempo, en el transcurso de generaciones y generaciones. Por otra parte, también vemos que la producción tiene un carácter histórico al observar que los bienes producidos siempre son perecederos, que tienen un principio y un final, además de que, como es de suponer, se deterioran a partir del mismo momento en que tienen su origen.

Dejamos aquí solo apuntado que términos como los de intercambio, distribución o consumo se relacionan también con las categorías de la tradición económica liberal, a la que se enfrentó la tradición económica marxista desde su origen, y que Gustavo Bueno también pone en su sitio en el «Ensayo sobre las categorías de la economía política». En la tradición liberal las categorías más conspicuas son las de «oferta» y «demanda». Y en la propuesta de Gustavo Bueno ambas categorías también son muy relevantes, formando parte de la matriz de la página 47 del «Ensayo». Las dos están siempre presionando a los «módulos» y a los «bienes». Estas cuatro categorías dibujan el primer paralelogramo, y la diagonal del mismo es otra importante categoría de la cual ya hemos adelantado su importancia, la categoría de «intercambio».

2.2. El intercambio

La categoría del «intercambio» puede tenerse en cuenta en dos sentidos distintos, el de la «distribución de bienes» y el del «intercambio comercial». El segundo de los dos tiene una complejidad más marcada pero, con todo, ambos sentidos del intercambio se clarifican por mor de la racionalidad implícita en el sistema productivo, una racionalidad que, como ya hemos corroborado, debe darse siempre en el seno de instituciones, y con la consideración añadida de que los intercambios regidos por las propiedades que ella soporta implican necesariamente el transcurrir histórico.

Cuando se incide en el segundo sentido del intercambio, de los dos expresados más arriba y del cual hemos ya apuntado su mayor complejidad, deberemos tener en cuenta un factor de la mayor importancia, el monetario. El dinero, la moneda, tiene en todo este entramado la máxima relevancia, por ser el factor más importante para la consolidación de la racionalidad económica: «a la manera como la rueda constituye, también, un acontecimiento en la historia de la racionalidad mecánica» (pág. 43). La moneda ya se usaba en formas rudimentarias en los pueblos primitivos. De ello nos ha dado distintas muestras la Antropología cultural desarrollada en el siglo XIX y principios del XX. Entre estos pueblos salvajes{11} se daban diversas formas de bienes dinerables, los cuales tenían un carácter biológico (conchas, colmillos de jabalí), pero este uso monetario era demasiado rudimentario. La racionalidad económica se desarrolla con la institucionalización de la moneda fabricada y, por lo tanto, acuñada como objeto de intercambio.

«Por debajo del nivel de la Ciudad-Estado, las categorías económicas son cada vez menos perceptibles (como, por debajo del «amphiosus» es cada vez menos perceptible la estructura de los vertebrados). El «cierre categorial» es cada vez más débil. En las sociedades más rudimentarias, no hay ni siquiera intercambios de bienes entre familias; aquí hay «razón económica» en el mismo sentido en que hay Geometría antes del descubrimiento del compás, o Mecánica antes del descubrimiento de la rueda. Esta perspectiva 'evolucionista' parece la más adecuada para situar los debates sobre la llamada «Antropología económica» o «Economía de los pueblos ágrafos».»{12}

La moneda, en sus orígenes, no tenía la complejidad que hoy día alcanza en su consideración de «bien dinerario», por lo que en sus primeros usos su valor era tal que le permitía ser intercambiada por multitud de otros bienes. Desde su origen se ha dado la circunstancia de que los que tenían grandes cantidades monetarias han tendido a multiplicarla su posesión muchas veces. La moneda es la que ha facilitado la acumulación de riqueza en las manos de unos pocos y, esta característica, ha llevado a que ciertos individuos o grupos puedan definirse en virtud de la posesión de gran número de bienes y, en sentido diametralmente opuesto, a definirse por no tener acceso a productos con un valor que supere unas mermadas posibilidades económicas. A estas dos posiciones se le pueden intercalar múltiples posibilidades en cuanto a esta tenencia de bienes, desde organizaciones económicas en que los que ocuparían las posiciones intermedias son minoritarios hasta las que su número –en muy diversas escalas de esa «riqueza» intermedia– es el más importante de los tres considerados. Pese a ello, el hecho de que exista economía lleva a que los productos siempre están en movimiento, en rotación, aun dependiendo de esas distintas posibilidades económicas que tienen los distintos módulos. Es más, podemos afirmar que la idea de economía está asociada a la presencia constante del intercambio, a una incesante rotación a distintas escalas.

La moneda permite en su interacción constante con las demás categorías de la tabla lo que Bueno denomina «metábasis». La metábasis es el proceso de «destrucción» de las propias categorías y se da de forma progresiva y regresiva, de manera que tiene un doble efecto dialéctico reforzado: «el desbordamiento del «cierre categorial» y la inmersión de la categoría en el reino de las «Ideas» –es decir, de la Filosofía–» (pág. 110). Así vemos que los contenidos categoriales no están «agotados» por la categoría en la que se realizan. La destrucción no se produce de una vez, sino que se realiza según se va dando el mismo proceso de constitución de las categorías, las cuales se renuevan cíclicamente y de maneras muy distintas. En la dialéctica del «progressus» alcanza sus cotas de máxima intensidad en los momentos en los que las categorías entran en crisis revelándose como apariencias de sí mismas, y en el sentido contrario o «regressus»: «La esencia de la dialéctica categorial destructiva, en la dirección del «regressus», puede declararse de este modo: dada una categoría, y dados los términos y relaciones categoriales (pongamos por caso: la Moneda, en la categoría económica) que sólo en el «cierre categorial» pueden realizarse, resulta que los propios contenidos categoriales no están 'agotados' por la categoría en la que se realizan» (pág. 113).

Para Gustavo Bueno la moneda tiene la misma función que las variables lógicas y aritméticas, y considera que la propia institución de la moneda llevó al uso de variables en el campo del Algebra: «Podríamos decir, simplemente, que si las monedas parecen variables, es debido a que las variables han comenzado por ser ellas mismas «metáforas monetarias». El mismo nombre de valores que damos a los argumentos de las variables no puede ocultar su parentesco con la terminología económica. El valor de una moneda es su capacidad adquisitiva, su capacidad para ser sustituida por ciertos «argumentos» que son los bienes que con ella podemos adquirir» (págs. 115-116). Para Gustavo Bueno la moneda en su condición de «variable», de «universal», es una suerte de Idea platónica y comparte con ella algunas de sus más importantes características, por ejemplo, la de que al ser participada por una multiplicidad no se agota, no pierde nada de lo que tiene por esencia. Y si por el hecho de ser un objeto material pierde algo de volumen, debido a cierto desgaste, esa pérdida es solo aparencial pues mediante el troquel podemos generar un nuevo objeto que sustituya al desgastado y que tendrá su mismo valor. Por eso nos decía Gustavo Bueno al definir la metábasis en su sentido de «regressus» lo siguiente: «el análisis regresivo de los propios contenidos que se sostienen en la categoría y la constituyen, nos remite más allá (metábasis) de la categoría, y nos presenta la propia categoría como una 'apariencia'» (pág. 113).

Las categorías de «moneda» o de «intercambio» tal como las hemos considerado aquí nos vuelven a llevar a una de las cuestiones más importantes apuntadas por Gustavo Bueno, la de que es imposible la economía sin la existencia de una sociedad política en el que se pueda desarrollar. No se puede hablar por tanto tampoco de una economía política si se adolece de esta moneda que debe ser obligatoria para todo ciudadano que lleve a cabo una transacción –cualquier intercambio entre módulos lleva aparejado un pequeño porcentaje para beneficio de todos, lo que denominamos «impuesto»–. El que establece la moneda que debe imponerse en el mercado es el Estado, determinando la cantidad de moneda a acuñar y los distintos valores de cada una de las distintas divisiones materiales de la categoría, sean en billetes o en monedas físicas de las distintas aleaciones y tamaños: «no es posible hablar de una economía política sin una moneda de curso legal y obligatorio».{13} El nivel mínimo de categorización de la economía solo puede funcionar si hay un Estado en su base. La polis griega hizo posible ya la economía, y en su seno fue por primera vez estudiada, en primer lugar por Aristóteles y más adelante por su discípulo Teofrasto, el cual distinguió entre estas distintas clases de economía: regia, satrápica, política e individual.

Gustavo Bueno en su texto de 2004, La vuelta a la caverna. Terrorismo, Guerra y Globalización, hace su propia clasificación de la economía a partir de la fructífera idea de la «rotación recurrente» de los intercambios. Señala tres distintos valores de la idea funcional de economía, los cuales no están separados pues actúan entre sí en diferentes círculos abstractos. Los «bienes producidos» no son el factor más importante de la tripartición sino que el factor determinante es «la sociedad» en cuyo seno se producen. Estas son las tres:

  1. Las «economías particulares o privadas»
  2. Las «economías públicas, economías nacionales o políticas», en éstas el parámetro de la función rotación es el Estado, mientras que en la anterior era la familia, o también la empresa
  3. Las «economías globalizadas»

En relación a estas últimas Gustavo Bueno hace hincapié un una importantísima cuestión. Pese a que el término «globalizadas» parece que deja de lado las fronteras estatales, esto es mera apariencia pues el Estado está necesariamente presente en este valor de la idea funcional de economía. La propaganda del Imperialismo depredador trata de ocultarlo para su propio beneficio pero su presencia es un hecho. Esta propaganda va desde lo más vulgar, como puede ser la «alianza de las civilizaciones» defendida por el presidente español José Luis Rodríguez Zapatero,{14} a otras que han alcanzado cierto prestigio, como pueden ser la de el famoso «fin de la historia» de Francis Fukuyama o la idea de «geoeconomía» de Luttwak y Lorot, economistas estadounidense y francés respectivamente{15}. Pero para que haya economía política es necesario el Estado. Esta importante tesis de Gustavo Bueno, que pone al Estado como fundamento de la economía, da la vuelta del revés al marxismo pues invierte sus relaciones estructurales. Para la periodización de la historia de Marx, el Estado era parte de la superestructura ideológica.

2.3. Vuelta del revés del marxismo

El fenómeno que está en la base de cierre categorial de la economía es la «rotación recurrente». Ésta es una rotación de bienes y servicios que son todo lo heterogéneos que podamos imaginar. La «rotación recurrente» es un proceso constante que se da en las vías cotidianas del mercado tras que las fuerzas productivas hayan generado tales bienes y servicios y los consumidores se hayan beneficiado de ellos. Es un movimiento incesante, desde la producción hasta su consumo, derivado de una demanda constante y efectiva. Por ello hemos afirmado más arriba que la «rotación recurrente» de los intercambios es el fenómeno conformador de todo el proceso económico y, por lo mismo, de las categorías de la economía política. Con el importante papel clarificador de los conceptos económicos pues mediante su efecto centrifugador expulsa todo posible sustancialismo de los mismos, alejándolos, como ya hemos dicho, de toda consideración metafísica.

El intercambio de productos que en una sociedad se da puede ser entendido como una suerte de «rotación» –que como cualquier otro concepto de cualquier otra ciencia tiene un origen tecnológico– que está sugerida en la observación del «ciclo estacional». Tal sugerencia es el fundamento tecnológico de la idea de «rotación de la mercancía», de su intercambio. Así pues, afirmamos que la idea misma de economía, no solo sus conceptos, tiene un origen tecnológico, como lo tienen también cualesquier otras ciencias. La «presión» que ejerce la rotación recurrente, con su movimiento incesante desde la producción hasta su consumo, derivado de una demanda constante y efectiva, expulsa del esquema económico lo que Marx consideraba la base común a todos los «modos de producción», la cual fundamentaba también el mecanismo social e histórico. La rotación recurrente, igual que había expulsado ya a todo lo metafísico del esquema, expulsa a la misma infraestructura económica de su privilegiado lugar. La centrifugación que ejerce la rotación recurrente provoca la fuga de lo que en el esquema marxista era primero y coloca en su lugar al propio proceso en movimiento.

La distinción que Marx expresa en el materialismo histórico entre base y superestructura no tiene consistencia dado que es un puro artificio en el que la superestructura es prácticamente la totalidad de las cosas siendo lo que está en su base la economía. Esta idea está expresada con toda rotundidad en el «Ensayo sobre las categorías de la economía política»: la economía como infraestructura del sistema del materialismo histórico no está explicada, no sabemos de dónde sale, el esquema marxista adolece de definición. Base y superestructura deben ser reinterpretadas para que el esquema cobre sentido. Todo lo considerado por el alemán superestructural (filosofía, teología, derecho, religión…) tiene papel en el proceso transformador. No son solamente una mera derivación del modo de producción y de la economía que lo sustenta pues todas ellas son motores de los cambios históricos. De manera que, lo que para Marx es último para Bueno es primero y, así, lo superestructural y fruto de las relaciones económicas va a ser lo fundamental en esta vuelta del revés del marxismo.

Para Gustavo Bueno la economía dejará de ser ese débil, indefinido, soporte de todo el armazón y en su lugar se colocará el armazón mismo. El armazón es una suerte de esqueleto generado por el funcionamiento del sistema, que como todo esqueleto es posterior pues lo genera el propio organismo: «Un soporte que ha brotado del propio zigoto, que no es él mismo la fuente de los demás tejidos (aunque algunos broten incluso a su través), sino que se constituye conjuntamente con la diferenciación del todo, al cual, sin embargo, sostiene»{16}. En esta vuelta del revés de la teoría de Marx, la base de todo el sistema es producto de su mismo funcionamiento, de manera que lo que se denomina en la teoría marxista superestructural, como es la ideología, la historia, el arte… es todo lo contrario, pues todo lo que denominamos «cultural» es parte constitutiva –el esqueleto– del lugar en el que a posteriori se llevara a cabo la propia actividad económica:

«Quien afirma, por tanto, que la base es un determinante ‘en última instancia’, resulta tan sorprendente como aquél que se declaraba panteísta moderado... ¿por qué la base habría de necesitar una conciencia, por qué habría necesidad de expresarse en el arte, en la religión —a la manera como la libido de Jung necesitaba metamorfosearse en símbolos? Esta hermenéutica convierte al materialismo histórico en una disciplina similar a esa clase de Frenología que, apoyada en las relaciones efectivas entre el cráneo y el cerebro, y recogiendo de paso conexiones del máximo interés, concluye que es el cerebro el que ha sido creado por el cráneo.» (pág. 83.)

El marxismo está patas arriba, pues Gustavo Bueno ha demostrado que lo cultural es anterior a lo económico, que para que haya economía política es necesario el Estado, que tiene que haber una patria. La definición del materialismo filosófico para la «patria» es que ésta es la tierra de los padres, la tierra en que está la riqueza y que se tuvo primero en cuenta como el «suelo» para la agricultura y la ganadería. Esta tierra fue fruto de una apropiación originaria, una apropiación que no es generadora de ningún derecho, pues el derecho emanará de la organización social que, con el paso del tiempo, se desarrollará en ese territorio. El territorio se mantendrá como propio a lo largo del curso histórico y, de forma casi inexorable, pues así nos lo señala el devenir histórico, tras ejercer los ocupantes/propietarios la defensa del mismo ante otros intentos de apropiación (con esta afirmación nos enfrentamos tanto a la afirmación de propiedad de la «tierra santa» por parte de los hebreos o a la que señalan algunos musulmanes hoy día respecto de la que llaman –con prurito de propiedad– «al-Ándalus». En el sentido opuesto a los absurdos derechos de propiedad que defienden en España los vascos o los catalanes).

Más adelante analizaremos de dónde surge el fundamento de la economía política capitalista, de dónde surge por tanto el derecho de propiedad. Mientras, y continuando con lo que estamos tratando desde hace unas páginas, relativo a la economía marxista, señalaremos que para el marxismo la propiedad es fruto de la lucha de clases, y esta última es el «pecado original» de la «humanidad», el origen de la alienación. Esta afirmación fundamental de la doctrina del marxismo es, sin embargo, un auténtico dislate, una argumentación que pide el principio afirmado pues la humanidad no existe, la humanidad no ha existido nunca. El concepto de «humanidad» es una sustancialización de lo que no es sustancia. No podemos rastrear en la historia semejante sujeto: ni en el origen de nuestra especie, pese a los intentos de explicación de Rousseau cuando señala como origen de la sociedad humana al «buen salvaje» (o mejor dicho a la calificación que de él hace como «bondadoso»), ese que comenzó a organizarse en sociedades más complejas que los simples, pese a ser supuestos también, rudimentos de la actual familia. Ni tampoco en las sociedades posteriores más complejas pues la unidad que pide el concepto «humanidad» no se ha dado nunca. No se dará siquiera en el final utópico de Marx –precisamente por esto mismo, por ser utópico y, por lo mismo, ucrónico–, cuando la humanidad surja como una organización comunista y justa por definición. Por otra parte, la alienación como tal estaba ya definida en Saulo de Tarso, aunque en un sentido opuesto al marxista pues para los cristianos alienarse es meterse en uno mismo. En base a estas afirmaciones que ahora estamos criticando y fundándose también en el fenómeno denominado como «lucha de clases», y cuyo fruto perverso es la señalada alienación, Engels afirmó que los explotadores habían inventado el Estado para defender y mantener sus propiedades frente a los que eran sus explotados:

«Pero acababa de surgir una sociedad que, en virtud de las condiciones económicas generales de su existencia, había tenido que dividirse en hombres libres y en esclavos, en explotadores ricos y en explotados pobres; una sociedad que no sólo no podía conciliar estos antagonismos, sino que, por el contrario, se veía obligada a llevarlos a sus límites extremos. Una sociedad de este género no podía existir sino en medio de una lucha abierta e incesante de estas clases entre sí o bajo el dominio de un tercer poder que, puesto ostensiblemente por encima de las clases en lucha, suprimiera sus conflictos públicos y no permitiese la lucha de clases más que en el terreno económico, bajo una forma sedicente legal. La «gens» había dejado de existir. Fue destruido por la división del trabajo, que escindió en clases a la sociedad, y fue remplazada por el Estado.»{17}

Sin embargo, lo que realmente sucede es que a partir de que surja el «derecho al territorio» surgirá también el «derecho a la propiedad», solo con la primera condición cumplida tendrá cabida lo segundo. De esta manera lo explica Bueno: en primer lugar estaría la apropiación de un territorio, de un territorio que es la plataforma de supervivencia y también de riqueza de los que lo ocupan. El derecho a tal territorio emanará solo de la fuerza que muestren a resistir, pues no hay derecho consolidado a lo largo del tiempo, ni siquiera al autoproclamarse «primeros ocupantes». En segundo lugar tendremos la «propiedad» que es la distribución y continua redistribución de la apropiación anterior. Con ello surgirá el «derecho de propiedad», su rudimento será el del «derecho del más fuerte» y su consolidación se dará en los distintos códigos expresados en las distintas sociedades estatales dadas a lo largo de la Historia. De esta secuencia emana la imposibilidad de unas clases, poseedoras y desposeídas, que pudieran darse antes de la conformación del Estado. Esta es la tesis de Gustavo Bueno: las clases surgirán dentro del Estado. Con ella se opone frontalmente a la tesis del marxismo relativa a la conformación del Estado como fruto de una lucha de clases originaria y que hemos podido leer en el anterior fragmento de Engels.

Para Marx, el grado de explotación de los poseedores de los medios de producción respecto de los desposeídos viene dado por la «plusvalía», que es un valor que el capitalista roba a los productores. Este robo se lleva a cabo mediante la apropiación de un «plus de trabajo» que el asalariado no cobra pues el patrón se hace con él a cambio de nada. El plus de valor surge de una mercancía que tiene la facultad de ocultarse como tal, tal mercancía es «fuerza de trabajo» no remunerada, no comprada por el capitalista. Marx afirmó que el capitalista no se percataba de tal apropiación indebida.{18} Para el autor del «Ensayo sobre las categorías de la economía política» la plusvalía en la teorización marxista esta expresada «ad hoc». La plusvalía recuerda a la tesis del flogisto –expresado por Stahl como un principio inflamable, descendiente directo del "azufre" de los alquimistas y más remoto que el antiguo elemento "fuego"– que formaba parte de los cuerpos combustibles, de manera que cuanto más flogisto tuviese un cuerpo mejor combustible era. Lo que tienen en común ambas «sustancias» es que son efectivas –ostentan la efectividad de los objetos metafísicos- pero sin poder demostrar cómo y por qué funcionan. O sea, que les ocurre lo mismo que a las «almas», a «Dios» o a la misma «humanidad» antes señalada: su existencia da sentido, ayuda a «comprender», en cierta forma, muchas cuestiones (a quienes no buscan con otras herramientas, como son las de las ciencias, un conocimiento mucho más complejo).

Gustavo Bueno señala que la plusvalía tiene explicación lejos de la anterior sustancialización espuria. Si nos preguntamos cómo es posible que el capitalista multiplique su dinero la respuesta es por la teoría de la moneda. La plusvalía se genera en el mercado y no surge del plus de trabajo expresado «ad hoc» por Marx. La mercancía que en un momento determinado obtiene un capitalista puede ser susceptible de mayor demanda (a veces mucha demanda) y encarecerse por ello. La mayor ganancia del capitalista es fruto del propio mercado y no de un robo por parte del capitalista al trabajador. Los errores de la teoría marxista están aquí expresados, Gustavo Bueno nos los ha mostrado con toda rotundidad. El problema ahora es que si en base a una teoría errónea se había levantado un Imperio, ¿qué podía suceder con él?{19}

2.4. ¿La caída de la URSS fue el final del marxismo?

En el «Ensayo sobre las categorías de la economía política» se hace referencia a que la racionalidad económica no termina al acabar la fase capitalista, sino que renace con un vigor nuevo en el curso del modo de producción socialista. Para Bueno «socialismo» en este contexto se identifica, no con comunismo, sino con la misma idea de «filosofía», la cual se enfrenta por definición al individualismo. La filosofía no era, ni es, una actividad individual sino más bien todo un proceso institucional, cultural, que surge en el momento en el que hay una sociedad ya conformada con leyes complejas que la organizan y sustentan, por lo tanto, la filosofía es un producto de la Historia, con una inmensa tradición a sus espaldas y que supone dada una organización totalizadora perfectamente organizada, un Estado (Atenas, Roma –la Iglesia de Roma después de ésta–, España, la URSS). El socialismo al que se refiere Gustavo Bueno es el «socialismo» de los Estados, de los Imperios, pero no de Imperios depredadores, como es el caso del estadounidense actual, sino de Imperios universales, católicos. Este socialismo es el que todavía hoy puede pujar por ser protagonista de la historia.{20} Pero el socialismo al que estamos más acostumbrados no tiene este aspecto positivo, el socialismo que la URSS profesó y que defendían los amigos de la misma era el heredero de las tesis marxistas, el socialismo que iba a fracasar.

Por lo mismo, antes de cualquier otra disquisición debemos responder por tanto a la pregunta que hemos efectuado en el epígrafe. Una contestación que para tener la forma más apropiada debe contemplar la premisa relativa a que en los años en que se fraguó el «Ensayo sobre las categorías de la economía política» la URSS se suponía, por parte de los interesados en el mismo sobre todo, como un proyecto viable pero, como ya hemos adelantado más arriba, solo hizo falta el paso de un par de décadas para que aquel supuesto se negara. Gustavo Bueno señaló que tal proyecto era la misma prueba del marxismo, de manera que si fracasaba, fracasaba el propio marxismo. Además la hipótesis del materialista filosófico, en este caso coincidía en algunos aspectos con lo que consideraban los propios protagonistas, aunque el sentido de la misma era diametralmente opuesto pues el primero, desde su postura crítica observaba los errores fundamentales de la teoría, demoliéndola. El éxito del proyecto socialista primigenio era, para los propios comunistas de dentro y de fuera de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, imposible que no se diera. Pero contrariamente a lo que hemos leído en el «Ensayo», el convencimiento de éstos era una cuestión de fe ciega, y aunque sin darle tal calificativo, así lo trasmitían o todo el que los quisiera escuchar.

El proyecto pues tenía que resultar, el éxito del mismo era trascendental para dar sentido a todo lo anterior. El proceso de consecución de la sociedad comunista era un proceso en el que lo que se esperaba conseguir –la sociedad comunista– parecía pervivir en lo que realmente sucedía. Ese comunismo virtual es la «idea aureolar» que hace ver «lo que no es todavía» pero debe ser «necesariamente», y esto es conseguido de una forma tal que algunos incluso creían ver la realidad virtual del comunismo como realidad incontestable. La URSS es para el materialismo filosófico una idea aureolar, una idea de las que admiten el calificativo de «realmente existente», calificativo que piden también otras ideas, también aureolares, como lo son: el Imperio universal, la Democracia, la Globalización, la Iglesia católica o Dios.{21}

En este marco que vamos dibujando se va conformando la cultura humana, la cual se ha desarrollado paralelamente al desarrollo de la razón económica. De manera que en el conflicto capitalismo/comunismo del siglo XX hemos atendido a los logros científicos más importantes, que decir de lo que nos espera en este siglo recién estrenado, y que al parecer no va a ser socialista –comunista mejor dicho–, máxime si la situación geopolítica no cambia en un futuro que, casi seguro, no es cercano. La teoría que había tratado de destruir Marx se hizo –contrariamente a su intento– más fuerte. Pero esta última doctrina también tiene grandes debilidades teóricas, las cuales son también tratadas en el «Ensayo».

3. La crítica a la economía liberal

En la tabla de la página 47 del texto que estamos estudiando de Gustavo Bueno se van dibujando cada una de las categorías de la economía política y se van intersectando unas con otras a todos los niveles. La tabla plasma, como es de suponer, dos dimensiones del espacio, de manera que en el plano del dibujo se esquematiza una sola economía, la que se da en un Estado concreto. En el cuadro, la «E» simboliza una unidad política en la que se nos presentan sus estructuras económicas. Unas estructuras que necesitan para su correcto funcionamiento un soporte territorial, lo que antes hemos señalado como la patria, como el territorio que enmarca las fronteras del Estado que sea. El Estado presente en el cuadro es una ficción por no poder darse nunca un Estado como un fenómeno aislado, de manera que, para que el cuadro fuera verdaderamente representativo de lo que sucede realmente, debería representar a todos los Estados.

La solución que nos propone el autor es que el círculo interior de la tabla, en el que interactúan las diversas categorías, debemos verlo como una suerte de corte del espacio tridimensional en el que otros círculos, otros Estados, conformarían la esfera completa. Los Estados representados en estas tres dimensiones estarían, como es de suponer, en conflicto entre sí dado que el conflicto es inherente a la esencia de la economía capitalista que los sostiene. Este esquema completo representaría a toda economía que fuese pujante, que interactuase con todas las demás en el mercado mundial. Solo en ese caso el esquema sería la representación perfecta de la dialéctica actual de los Estados, que hoy día conviven unos contra otros en una compleja situación que tiene cada vez más a complejizarse. Y ello, pese a las falsas pretensiones de una tendencia actual a un equilibrio, en el marco de un nuevo mundo globalizado, tendente a una falsa armonía, a una inexistente paz cada vez más nombrada pero, sin embargo, en una proporción inversa a su mención, y que desde luego no plasmada en lo cotidiano como podemos comprobar si seguimos las noticias que nos muestran –y las que nos tratan de ocultar– los informativos.

Hoy día ya no se dan dos economías políticas que se nieguen la una a la otra como ha sucedido hasta los últimos años del pasado siglo XX. La economía política capitalista es la que está imperando en cada uno de los Estados nacionales pujantes. Esta economía procura que tanto en el seno de cada uno de estos Estados como fuera de ellos también, circulen los bienes producidos. Y es que la riqueza propia de un Estado dependerá siempre de los bienes que de hecho tenga y de su correlato dinerario, sin dejar de lado el marco en el que se mueve, que es el de un conflicto continuo con los intereses económicos de los otros Estados. Estos bienes ya los hemos definido más arriba mediante dos parámetros, como corruptibles y como históricos, que los hacen susceptibles de reproducirse continuamente, sin interrupciones prefijadas. Para esta producción continua y repetitiva no hay por tanto ningún ritmo marcado. La constatación de este hecho lleva a que podamos afirmar que cuando hablamos de «crisis económica» en el capitalismo su causa es la falta de una ley que marque tiempos de producción. De todo esto, podemos concluir que la crisis se puede explicar tanto por la interrupción de la producción como por todo lo contrario, por la superproducción.

La economía del liberalismo impera desde la caída de la URSS el año 1989. Lleva por tanto casi tres décadas sin rival y hoy por hoy es la protagonista en la vida económica, en unos tiempos marcados por el fenómeno de la «globalización». La globalización tal y como se habla de ella en la actualidad en todos los informativos, en la prensa escrita, en Internet… no era objeto de análisis en el momento en que Gustavo Bueno escribía su «Ensayo sobre las categorías de la economía política». Pero años después, en 2004, analizó este fenómeno en el texto que ya hemos citado en este trabajo, en «La vuelta a la caverna». Ello no es óbice para considerar lo que Gustavo Bueno expuso sobre la débil fundamentación que del liberalismo defendían algunos de sus defensores. En el texto de 1972 no solo llevo a cabo una contundente crítica de la economía del bloque del Este, dominado por el gigante soviético, sino que también enfrentó su propuesta clarificadora a las de la economía liberal. Vamos a incidir aquí en diversos autores y problemas. De los autores –entre los que podemos nombrar a Adam Smith, a William Stanley Jevons o a Pierre Naville– Gustavo Bueno nos muestra sus déficits teóricos, y lo lleva a cabo mediante su propuesta de cierre operatorio de la economía política. Lo mismo hace con respecto a cuestiones fundamentales para la economía liberal como son el «principio de no intervención del Estado» o la «administración de los bienes escasos».

Este último es el primer teórico del movimiento marginalista y, paralelamente a los desarrollos teóricos de su coetáneo Marx, elaboró una lograda síntesis de teorías relativas al consumo, el intercambio y la distribución. Por su parte, Naville, fue sociólogo y crítico del marxismo, pese a haber surgido de sus filas. Tras su paso por distintas formaciones comunistas y trotskistas, una de sus más importantes tareas que llevo a cabo fue la de la reconstrucción sociológica de las aportaciones de Karl Marx. Estos dos autores, Jevons y Naville, críticos de la economía marxista, son cribados en el «Ensayo » mediante el tamiz del materialismo filosófico. De los dos, comenzaremos por el segundo, por estar, pese a su crítica al marxismo, más cercano a él.

Gustavo Bueno en el «Ensayo sobre las categorías de la economía política» coloca los bienes culturales {a, b, c, d… m} en su cuadro de categorías en la cabecera. Los bienes son soportes de cambio, por lo que sus relaciones no son dependientes de relaciones físicas sino que lo son de relaciones humanas, circulares. Y como ya hemos señalado, también interactuaran con la oferta y la demanda. Y sobre todo ello, la constante presión de la rotación recurrente, Frente a este esquema, que le da un papel concreto a los bienes, la tesis de Marx incide en la explotación capitalista y en la cuestión de la alienación, no solo de los bienes respecto del productor sino también del mismo productor en su propio ser. En este tratamiento de lo que puedan ser los bienes para Marx vamos a incidir en una cuestión a la que Naville le dio gran importancia, que es la de la explicación que dio Marx de los «bienes de producción». Según el alemán estos bienes generan dos distintos tipos: nuevos bienes de producción fruto de los primeros, por un lado, y bienes de consumo, por otro. Gustavo Bueno nos muestra que la propuesta de Marx no resulta clarificadora pero que el análisis que Naville hizo de ella tampoco lo es.

En el Ensayo se dice que la Idea de «rotación recurrente», cuando ésta se aplica a los bienes materiales, nos permite exponer con claridad la diferencia entre los dos tipos de bienes que Marx segregaba. Que según la tesis de este autor, el proceso económico en su totalidad está marcado por los primeros, por los bienes de producción. Así pues, Marx se expresa en términos de producción y tiene en cuenta estos dos sectores: el de los «medios de producción» y el de los «medios de consumo». La distinción entre ambos es la base de la matriz de «reproducción simple» que, en base a la fisiocracia de Quesnay, Marx expuso en el libro segundo, sección tercera, capítulo XX, de El Capital. El planteamiento de Marx es analíticamente clarificador, pero cuanto más claro se muestra en lo analítico más se obscurece su conceptualización, y sus planteamientos también tienden al reduccionismo fenoménico, a la abstracción. Gustavo Bueno observa que en «El capital» el concepto de «producción», expresado en la tabla, constantemente da sentido a otros como, por ejemplo, el de «circulación» o, también, el de «compraventa de bienes». Si el concepto donador de sentido, la «producción», deja de entrar en juego los segundos se obscurecen y la matriz de Marx deja de ser un instrumento que sirva de cierre operatorio para la economía. Esta pérdida de sentido que descubre Bueno en los planteamientos de Marx, sucede de forma similar en la crítica que Naville dedica al alemán. Esto es así, nos dice Gustavo Bueno, porque cuando Naville critica la distinción marxista que está en el origen de la controversia anterior, sobre los bienes de producción y de consumo, cae en una suerte de análisis humanista, de manera que sus ideas dejan pasar a su trasluz ideas ya expresadas por Kant. La crítica de Marx que hace Naville, por tanto, no puede sobrepasar el ideario materialista de Marx ni tampoco ir más allá de una forma de idealismo, por supuesto que mucho más débil, que el del filósofo de Königsberg:

«Naville, por ejemplo, traduce del siguiente modo la distinción clave de la matriz de Marx: «producción de medios (moyens) de producción (clase I o sección I de la terminología de Marx) y producción de fines (fins) consumibles (clase o sección II)». Ahora bien: ofrecer, como criterio de articulación entre los sectores I y II de Marx, la articulación existente entre medios y fines, equivale a una lectura extraeconómica («humanista», aunque sea verdadera) de la tabla de Marx. Y esto aun cuando los fines propios de una clase social (en el capitalismo) se sustituyan por los fines de todos los individuos: «la reproducción socialista se supedita al objetivo de elevar sistemáticamente el bienestar de todos los miembros de la sociedad, dando la máxima satisfacción a las necesidades materiales y culturales, sin cesar crecientes, de toda la sociedad, mientras que la reproducción capitalista sólo se propone garantizar a los capitalistas la ganancia máxima».»{22}

Naville lleva a cabo un análisis en armonía con su kantismo al ver lo humano como un fin en sí mismo, una afirmación que tiene una gran importancia en el ámbito de la moral pero que en el terreno de la economía su significación pierde toda la contundencia. Pero la crítica que en el «Ensayo» se hace del autor francés va más allá. Pues si atendemos a la distinción medios/fines como mera estructura psicológica, aunque ésta tenga influencia en lo económico, no puede tenerse solo eso en cuenta pues se dejan de lado muchas de las implicaciones que se dan en el seno del sector segundo. Es en este sector en el que las relaciones no se dan solo entre consumidores, como si éstos fueran los fines últimos del proceso económico, sino que se dan entre seres humanos que tienen el carácter económico de productores. Naville, al tener en cuenta solamente el plano del consumo parece querer alejar de la producción todo lo que tenga que ver con lo humano. Pero la producción es una parcela innegable de su acción. Bueno ejemplifica de esta manera la complejidad del concepto de «consumo» y su estrecha relación con la producción:

«Con frecuencia, además, este concepto de consumo se interfiere, se contagia con otro concepto de consumo que es también claramente extraeconómico: el consumo como destrucción del bien, como desgaste. Se trata de un concepto físico, que entraña indudablemente importantes implicaciones económicas, pero que, en manera alguna, puede ser utilizado para definir el concepto de bienes de consumo. La mejor prueba es que también los medios de producción se consumen en este sentido físico –no solamente se consume el petróleo de un motor de explosión, sino el propio motor de explosión. Pero no por ello clasificaremos al petróleo o al motor de explosión entre los bienes de consumo, en sentido económico del sector II.» (págs. 76-77.)

La segunda crítica del marxismo en que incidimos aquí es la de Jevons, que no solo se colocaría frente a ciertos postulados expresados en el capital sino que también se enfrentó a ideas expresadas por uno de los economistas más importantes del capitalismo triunfador del siglo XIX, David Ricardo. Y es que el propio Marx encontró en sus teorías del valor muchas ideas para fundamentar la suya del valor-trabajo. Jevons en esta cuestión afirmó que el valor del trabajo se determina por el valor del producto y no viceversa. Sus ideas le han colocado en el origen de una de las teorías más audaces entre las que hoy día están pujando frente al liberalismo, las defendidas por los «críticos del decrecimiento». Algunos de los que podemos nombrar en la actualidad son: el economista rumano Nicholas Georgescu-Roegen y el francés Serge Latouche. Jevons descubrió lo que hoy denominamos la «paradoja de Jevons», esta paradoja nos dice que pese a que la eficiencia lleva a un menor consumo, al aumentar el uso del modelo más eficaz, el consumo también aumenta en mayor proporción al ahorro primero. El ejemplo que pone es el derivado de los desarrollos de Watt, pues con la mayor eficacia conseguida en el funcionamiento de la máquina de vapor dado su menor consumo, se generó una proliferación de maquinaria eficaz pero con un incremento exponencial de combustible. La menor utilización de carbón se trasformo en mayor utilización. He aquí la paradoja. Los partidarios del decrecimiento defienden en base a ese principio contradictorio descubierto por Jevons que hay que llevar a cabo una parada en el progreso tecnológico.

Jevons no está de acuerdo con la explicación marxista que pone el trabajo como motor económico, por lo que busco un mecanismo que lo explicase mejor. En lugar del trabajo señaló el viejo criterio de la utilidad como causa del crecimiento económico. Jevons considera que la utilidad proporcionada por un bien se relaciona inversamente con la cantidad de ese bien previamente poseída. El valor de cualquier producto va a depender siempre de su utilidad y no del trabajo como habían señalado Ricardo y Marx. De manera que la oferta y la demanda dependen de unas leyes naturales que marcan la variación de la utilidad. Esta variación deriva en lo que podemos considerar el grado final de utilidad y que él denominó «utilidad marginal». Jevons es por tanto el primer defensor de lo que luego se consolidaría como la teoría marginalista. Esta teoría sería defendida poco después por su coetáneo, Carl Menger, el padre de la actual «Escuela Austriaca de Economía». Menger, en la misma línea de Jevons señalaba que la relación que se da entre bienes y necesidades genera «valor de los bienes», por lo que el valor no deriva, en primer lugar, y como decía el liberalismo, de los mismos bienes producidos y, en segundo lugar, como afirmaba el marxismo, del trabajo. La utilidad marginal será la más importante pues si tenemos en cuenta toda necesidad, cualquiera que sea, ésta se debe ordenar en una escala de necesidades que se relacionará, en su ascenso, con un movimiento contrario, en la misma escala, de la satisfacción. Para la contabilización del valor será la satisfacción que este produzca la que consideremos «última unidad del bien» y será la medida justa de la «utilidad marginal»{23}:

Pero las afirmaciones de Jevons, en relación al criterio de utilidad que está en la base de la teoría marginalista de los austriacos, son contrarrestadas en el «Ensayo». Gustavo Bueno niega taxativamente que el concepto «utilidad» pueda cerrar el «espacio» de la economía política, de manera que lo que ocurre con Jevons fue algo que después le sucedería a Naville, que cae en una suerte de psicologismo al definir los objetivos de la racionalidad económica. Y así, mediante su discurso utilitarista, señala la consecución de la mayor felicidad mediante la adquisición de placer a cambio de pagar con el mínimo dolor y este binomio place/dolor solo se puede relacionar –dejando de lado su contexto normal que es el de la psicología– de forma gratuita con lo puramente económico:

«Jevons parte de presupuestos psicológicos para definir el objetivo de la Razón económica: «maximizar la felicidad mediante compra del placer más alto al más bajo dolor posible». Pero inmediatamente, este placer y dolor quedan desbordados de su contexto psicológico al ser relacionados por la categoría (‘circular’) de ‘compra’. Y la utilidad marginal desborda también inmediatamente el contexto psicológico-metafísico (satisfacción de necesidades atribuidas a un sujeto) por cuanto, en primer lugar, las necesidades de los sujetos ‘marginalistas’ son necesidades históricas (es decir, creadas ‘circularmente’ por la propia oferta) y porque la utilización del concepto de «coeficiente diferencial » (que Marshall, ‘Principies’, pág. 690, hubo de corregir sustituyendo la ‘derivada’ de Jevons por la ‘diferencial’) permite a Jevons advertir que es posible comparar utilidades económicamente sin necesidad de conocer la ‘utilidad absoluta’ (que sería acaso una noción extraeconómica, a la manera como –pensamos nosotros– el físico puede comparar las variaciones ΔE de la entalpia de un sistema sin necesidad de conocer la energía interna U del mismo).» (pág. 108.)

La crítica a Jevons se hace demoledora a pasar por el tamiz clarificador del cierre operatorio, el placer y el dolor no explican nada pues lo que se da es una relación entre módulos, una relación que se da en el seno del «espacio antropológico», en su eje circular. Las necesidades de los sujetos marginalistas –o mejor dicho, de los «módulos»– son necesidades históricas y no meramente subjetivas. El cierre operatorio que propone el materialismo filosófico llevará a la clarificación de la economía política

La novedosa y potente propuesta de Gustavo Bueno tiene un jalón insoslayable en el análisis del papel del Estado en la economía pues con este elucidador planteamiento se opone de nuevo de forma tajante a las premisas liberales. Para dar cuenta de esta tesis debemos considerar en primer lugar que la economía en un hecho humano, y solamente humano. Los animales no tienen conducta económica. La etología nos enseña los rudimentos, las trazas, racionales de algunos animales, unas trazas que llevan a que se les denomine «raciomorfos», pero eso no es suficiente para fundamentar una posible conducta económica. El hecho de que algunos de ellos escondan parte de su alimento no significa que ahorren, ni siquiera si esto se relaciona con la alimentación de las crías. En el seno de las especies animales, salvo la humana, no podemos hablar de un núcleo familiar, en cuyo seno pueda darse «economía», como la denominó Aristóteles en su «Política». Tampoco podemos hablar de economía si pensamos nuevamente al personaje de Defoe, en Robinson Crusoe, pese a que, en la soledad de su isla, llega a criar ganado para que no le falte leche y carne, de manera que cambia la caza por esas formas de conseguir alimentos menos arriesgadas y más seguras. Tampoco podemos hablar de economía cuando Robinson plantea su horario de actuaciones, y pese a que el motor de la preocupación por ese plan sea tener siempre alimento. Esta tarea es la que lleva a cabo cuando aparece Viernes, de manera que el famoso náufrago reelaboraba su plan de necesidades: era necesario aumentar la tierra de cultivo y sembrar más grano, además de secar más uvas. Con todo, todas estas actuaciones siguen sin procurarnos que podamos hablar de economía en sentido estricto y solamente lo podemos hacer en sentido figurado pues, como ya hemos apuntado más arriba, la economía no puede ser individual sino que tiene que tener una organización social –o mejor, estatal– para que se desarrolle en su seno.

El materialismo filosófico niega la posibilidad de la economía sin una sociedad política que como base que la sustente. Ello se opone al postulado liberal que señala para un perfecto funcionamiento de la economía el «principio de no intervención del Estado» (el denominado «postulado de Say»). Adam Smith en el siglo XVIII había hablado del mercado en términos de la metafísica leibniziana pues veía su funcionamiento como la «armonía preestablecida»: «Los individuos de Adam Smith son, al parecer, escoceses interesados, ahorradores, calculadores: pero en seguida empiezan a funcionar como mónadas de Leibniz» (pág. 106). Desde estas premisas metafísicas no puede darse economía sino que hace falta una base que la pueda sustentar, este fundamento necesario es el Estado. Ni la armonía preestablecida de Leibniz, ni la acentuación kantiana de los fines defendida por Naville, ni el utilitarismo psicologista de Jevons ni, por último, los planteamientos también metafísicos defendidos por Jean-Baptiste Say, son viables para que la economía política pueda ser expresada mediante términos definidos con el rigor de categorías científicas.

Volvemos a la anterior afirmación: para poder hablar de economía política es necesario, como hemos apuntado más arriba, llevar a cabo el «cierre categorial» de la economía. Una vez que se dé el cierre operatorio estaremos en el terreno de la «Razón económica» y manejaremos unos conceptos lo suficientemente claros para saber a qué atenernos. Así, saldrán a la luz las deficiencias de anteriores criterios utilizados, y los cuales son defendidos por marxistas y liberales aún en nuestros días. Esto ya lo hemos podido comprobar en los casos tratados hasta ahora de Naville, Jevons, Say, o el caso del marxismo, analizado en el capítulo anterior.

En este mismo sentido y siguiendo con la crítica al liberalismo, observamos que según sus postulados es un hecho de la mayor importancia en la maquinaria económica lo que se denomina la «administración de los bienes escasos». El liberalismo defiende esta metodología pese a tener enfrente potentes argumentos derivados de los estudios llevados a cabo por la Antropología social y cultural que la contradecían de forma contundente. Podemos señalar, para ejemplificar alguno de ellos, la labor de campo realizada por Frank Boas en el noroeste americano a finales del siglo XIX. Allí estudio del fenómeno del «potlach» de los indios Kwakiutl, que es un sistema de producción a gran escala, una producción que luego se destruía para mayor prestigio del jefe productor. Una forma económica basada en la sobreabundancia que se extendía por muchas organizaciones sociales –algunas muy complejas, pues solían estar muy estratificadas– situadas en la costa actual del noroeste de los Estados Unidos y su continuación en la costa del Pacífico canadiense.

Señala Gustavo Bueno que, pese a la anterior objeción antropológica, George B. Richardson tomó muy en serio este criterio. Este economista inglés tiene en cuenta los problemas de la «Razón económica» como problemas de mera asignación de recursos a términos objetivos que puedan ser calculados. Sin embargo, la cuestión no es esa, pues ni la escasez ni los recursos son ponderables, ya que ni la una ni los otros son datos objetivos. En relación a los recursos, ni la tierra ni el trabajo son susceptibles de medida en estos términos: están ahí y su consideración como «cantidad» es ficticia pues no tiene en cuenta muchos factores que les hacen no permanecer fijas, medibles. Además, como nos dice Bueno, una consideración así solo sería mínimamente viable a nivel de una empresa y nunca de un Estado. Pero lo más importante es la consideración de lo que es escaso, pues la escasez no es nunca de lo que los módulos tienen ante sí de forma natural (eso sucedía en las sociedades de cazadores/colectores, en todo caso) sino que es algo más sofisticado y complejo, es la propiedad de ciertos bienes culturales, los cuales son producidos, o es necesario que se produzcan, dadas ciertas necesidades o una cierta demanda:

«Por ello, cuando los bienes son pensados como formando parte de un 'mundo posible', del que deben simplemente ser seleccionados, se incurre en la ilusión de que esos bienes existen ya, y existen como escasos, cuando en rigor lo que ocurre es, sencillamente, que no existen, sino que deben ser producidos (y esto es lo que significa que son posibles). Decir que los recursos son escasos es un modo oblicuo de decir que los bienes económicos deben ser producidos. Pero al utilizar el criterio de la escasez, se sugiere que los bienes existen ya, pero escasos. Y, con ello, la «Razón económica» aparece contraída a la tarea de selección o combinación entre esos recursos.» (pág. 87.)

La tesis de la escasez para Gustavo Bueno es una tesis fallida pues no tiene en cuenta ciertas partes de la economía que son muy importantes. Bueno reconoce, de alguna manera, que los bienes sí tienen la característica de la escasez, pero ello deriva de la consideración de los bienes como «culturales», y son escasos porque los bienes no están dados en la naturaleza y es necesario producirlos. Incluso el agua que sale de los grifos de las casa tiene que ser producida, tratada, por lo que es necesario todo un mecanismo ingenieril de transformación. O la tierra, que debe tratarse para elaborar cementos o tierras limpias y tamizadas para la construcción. Pero la escasez para Gustavo Bueno no es el motor de la racionalización en la economía pues no da cuenta, por ejemplo, de las grandes crisis de producción por «exceso», que son crisis de «sobreabundancia» de bienes. La racionalidad económica es vista por Bueno como la maquinaria que maneja la sobreabundancia de bienes y no la escasez.

La demostración, por parte del autor del Ensayo, de estas afirmaciones de más arriba, va a llevarse a cabo con una de las herramientas analíticas más apropiadas para tal fin y una de las más eficaces, de todos los tiempos, también: la «Historia de la Filosofía». Javier Delgado Palomar define con precisión esta cuestión en su artículo titulado «Para la elaboración de un esquema histórico de las doctrinas económicas», publicado en El Catoblepas de julio de 2002:

«Entenderemos por doctrina económica, en general, a cualquier reflexión sobre la realidad económica misma, independientemente, en principio, de que este regressus desde las realidades de la producción e intercambio hacia las Ideas económicas pueda ser diagnosticado como religioso, científico o filosófico. Será en el progressus, que en la Teoría económica se realiza a través de la política misma, interviniendo, normalizando o domesticando la realidad económica, y también en las efectivas polémicas que mantuvieron y mantienen estas diferentes doctrinas entre ellas, donde cada una muestre su auténtico carácter y capacidad para analizar y transformar la realidad.»{24}

La filosofía es por tanto el terreno desde el cual puede darse respuesta o pueda ponerse en claro el instrumento definitivo, o el mejor, para saber a qué atenernos cuando nombramos y tratamos de entender qué es la «economía política».

En el seno de la Historia de la filosofía se ha ido definiendo paso a paso la Economía política. La Historia de la filosofía ha sido protagonista de excepción del surgimiento de las diferentes teorías económicas, y de los consiguientes procesos de transformación social que paralelamente a esas teorías se han ido sucediendo en nuestra civilización. Así pues, el cierre operatorio de la economía política va a poner en claro el problema planteado más arriba de la «escasez de bienes» siguiendo para ello con la crítica a los planteamientos leibnizianos introducidos por Adam Smith. Hemos apuntado, con relación a este problema, la tesis de la «armonía preestablecida» de Leibniz y, paralelamente, su propuesta sustancialista de las «mónadas». Además, ahora tendremos en cuenta otro de sus principios fundamentales, el de «Razón suficiente». El análisis de este último nos pondrá en una perspectiva nueva respecto de la armonía preestablecida. El «Principio de Razón suficiente» desde el «impropio»{25} punto de vista de Dios puede ser visto como una especie de «razón económica» (divina), una economía «de altura», jocosamente hablando, que no es nunca de escasez sino de todo lo contrario. El principio definido por el racionalista alemán tiene como premisa fundamental que el universo creado es en el que es posible la mayor variedad posible y en el que las relaciones de los individuos serán de índole económica:

«Y el problema fundamental de la Razón económica no será tanto "elegir entre posibilidades alternativas", sobre un horizonte de escasez, cuando "elegir alternativas de composibilidades" (de la compatibilidades con otros términos posibles), sea en la escasez, sea en la superabundancia, pero de tal suerte que la recurrencia del sistema quede asegurada. Pero el número de «composibilidad» aumenta al aumentar la complejidad de la producción cultural: por ello aumenta la intensidad de los problemas económicos. «En nuestra tesis, lo que hace necesaria la Razón económica no es formalmente la realidad de la escasez, cuanto la existencia de incompatibilidades y de inconmensurabilidades entre recursos acaso superabundantes, pero cuya composición coyuntural es capaz de bloquear la recurrencia del sistema». Estas incomposibilidades se producen en el curso mismo del proceso económico, en el Tiempo económico, puesto que dependen, en gran parte de la cantidad de los propios factores que se componen.»{26}

Podemos concluir por todo esto que la Razón económica se opone frontalmente a la individualidad, a la escasez, pues supone todo lo contrario, supone la superabundancia en un contexto de múltiples posibilidades que surgen y surgen pero teniendo en cuenta que no todas ellas son composibles: «Todos estos son los problemas que, en el sistema leibniziano, logran ser formulados en términos de «composibilidad de los posibles», que se regula por un principio no mecánico, pero no por ello menos racional -el principio de razón suficiente, el «principio de lo mejor»» (págs. 164-165). Pero lo mejor aquí incluye el conflicto de manera que los «incomposibles» deben ser destruidos, eliminados. Leibniz nos muestra, en este aspecto, un pensamiento que le acerca a Heráclito, a Hegel, pues tal forma de ver la cuestión es puramente dialéctica.

Cuando Leibniz defiende su tesis de la armonía preestablecida esta prefigurando los modelos armonistas que hemos estudiado al analizar el cierre categorial de la economía política que nos propuso Gustavo Bueno. Estos sistemas también armonistas han sido los de Adam Smith, Jean-Baptiste Say, Frédéric Bastiat o Henry Charles Carey. En sus sistemas también está incluido aquel aspecto negativo que acompaña a la economía política como es la lucha, la guerra, aspecto que ya hemos señalado es parte fundamental en la tesis leibniziana. La idea de «armonismo», pese a su gran contenido metafísico, conduce al «cierre categorial económico», pues aunque se dé un constante conflicto entre individuos y Estado, entre individuos solos, o entre Estados… lleva implícita la recurrencia del sistema, un recurrencia que se funda «en el supuesto de que todo lo que suceda, en tanto siga sucediendo, ha de tener una razón suficiente («todo lo real es racional») es decir, una Razón económica que conduce a la situación óptima» (pág. 165). Que las leyes de la historia nos conduzcan a una situación óptima es lo que se denomina el «postulado del optimismo». Este postulado está implícito en todo sistema político sea este capitalista o sea marxista, aunque el optimismo final será representado de forma muy diferente en unos y en otros. Aunque para los segundos el optimismo desapareció, dejo de ser un referente, cuando se derrumbo el proyecto aureolar que podía hacer tanto por los seres humanos, cuando desapareció la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

4. El fenómeno de la Globalización y el «fin de la historia". ¿Los EEUU son el motor de la Globalización?

4.1. Globalización y categoría económica

La globalización es un fenómeno del que nadie se puede sustraer en nuestros días, dado su gran protagonismo. Su origen es muy controvertido, de manera que algunos señalan para el mismo la fecha del descubrimiento de América, hace ya más de quinientos años, otros consideran que su origen está en el fenómeno del colonialismo del siglo XIX. También se suele apuntar el momento de consolidación de las necesidades expansionistas del capitalismo, y nos pondríamos ya en los primeros años del siglo XX. Pese a todos estos hitos tan importantes con relación al origen del fenómeno, debemos señalar que según la tesis que se considera como «oficial» para definir la «Globalización», el suceso que es la clave para que hoy estemos hablando de ella es que la URSS dejara de tener un papel importante en el esquema del mundo. Un papel que, por paradójico que pueda parecer, y como veremos en el desarrollo de este análisis, era también globalizador.

Aquí consideramos el fenómeno de la Globalización desde la perspectiva del materialismo filosófico. El texto fundamental para exponer las ideas que van a seguir es el «La vuelta a la caverna. Terrorismo, Guerra y Globalización»{27} de Gustavo Bueno. Con relación a lo apuntado en el párrafo anterior vemos que se tienen en cuenta, entre los distintos analistas, comentadores y protagonistas del fenómeno, varios sentidos. La última que hemos apuntado es la que promovió el país de los soviets, que era globalización pero en otro sentido al mencionado con el calificativo de «oficial». A la antigua URSS y a sus aspiraciones de ampliación de fronteras, o mejor dicho de control político de otros Estados y Naciones, la consideramos como una forma de imperialismo «generador». Esta característica también la habían tenido otros Imperios anteriores como el Imperio español que estaba, del soviético, relativamente cercano en el tiempo, sobre todo si tenemos en cuenta el primer gran Imperio generador, el Imperio romano.

La globalización «oficial» se sustenta en la falsa apariencia de que se da armonía dentro del capitalismo y que si esto todavía no es así, lo será en el futuro, pues allí conseguiremos una situación ampliada a todo el orbe de la Isla de Tomás Moro, o más ajustado el mito a la realidad actual, la «paz perpetua» de Kant. Esta globalización, en su práctica real, se sustenta en organizaciones nacionales que van desde las más importantes naciones europeas al Imperio estadounidense que es sin ningún género de duda, el que marca el ritmo de la economía mundial. Al desarrollo de este «moderno» fenómeno parece que colaboran también las naciones de oriente, comenzando por la japonesa, aunque lleva casi dos décadas muy debilitada, y siguiendo por la que hoy se muestra como imparable República Popular China, que ha tomado con mucha decisión e ímpetu el testigo que parece haberle pasado su archipiélago vecino. A estas dos podemos añadir otras muchas naciones orientales receptoras de empresas de Occidente, las cuales van creciendo en «producto interior bruto» y van acercándose a una altura de desarrollo que podría llevarlas a ser economías pujantes.

Esta globalización posterior a la caída de la URSS, y que vamos a llamar «oficial», se suele relacionar con la política agresiva de libre mercado tanto de Ronald Reagan en Estados Unidos como de Margaret Thatcher en el Reino Unido, políticas ambas que tuvieron mucho que ver en la aceleración del desmoronamiento de la economía socialista soviética. Pero la cuestión no es tan simple como parece pues el «mercado universal» implícito en la propuesta de moderna «Globalización» –a la que podemos también llamar «Globalización cosmopolita»– es muy anterior. Gustavo Bueno cita en nuestro texto de referencia, un manual de Economía muy poco posterior a la Segunda Guerra Mundial y que ya nos dice que «el gran industrial de nuestros días, no vende para un mercado limitado y conocido, sino para el mercado universal»{28}.

El protagonismo de este fenómeno es hoy día omniabarcativo debido a los medios de comunicación de masas, de manera que podemos afirmar que la globalización es muchísimo más mentada hoy que lo fue Dios desde los púlpitos de los templos medievales. Y es que las posibilidades de los actuales medios de comunicación de masas multiplica muchas veces a las de los –pese a su arcaísmo, también eficaces– púlpitos mencionados. El caso es que se habla de globalización como un fenómeno muy cercano a lo que entendemos hoy por divino: «un «fenómeno luminoso», última manifestación de la modernidad, efecto imparable del progreso que anuncia (al empresario, al comerciante, al consumidor, al turista…) una ampliación de los horizontes de su libertad, de su bienestar y aun de la fraternidad universal» (pág. 187).

Gustavo Bueno en La vuelta a la caverna… comienza su estudio del fenómeno por su conceptualización, y para ello utiliza una categoría que sirva para tal cometido por el hecho de estar ella ya definida, y aun a sabiendas de que el concepto la va a sobrepasar. La categoría que sirve de plataforma clarificadora es la «categoría económica». Mediante su enclasamiento se permitirá que la borrosidad del término «globalización» muestre ciertas estructuras imposibles de ser percibidas desde el exterior, desde la vulgaridad de su habitual tratamiento ideológico. Este habitual tratamiento muestra la globalización como algo inabarcable, e incluso indefinible, pues no podemos expresar los márgenes que la delimitan. La elección de la categoría económica nos procura una posición mucho más adecuada para llevar a cabo la clarificación del fenómeno, dado que sobre la economía ya se ha efectuado un cierre operatorio que la ha colocado en una posición inmejorable para acometer esta ardua tarea. Además, la elección de la categoría económica es algo que no necesita discusión pues la consideración económica de la globalización es habitual en casi todos los mensajes cotidianos, sea de prensa escrita o sean de radio, de televisión, de la cada vez más abarcativa Internet... Esta consideración económica también se da de forma habitual entre los tratadistas de la globalización ya que la inmensa mayoría de ellos son de esa especialidad del saber. Con todo, no podemos dejar de observar que los economistas, al tratar del fenómeno de la globalización, suelen atender a otros componentes no económicos, como son los políticos, los culturales, o incluso los antropológicos (cada uno de ellos podrá tomarse como calificativo en paralelos fenómenos de globalización), pues consideran que son relevantes para que ésta pueda desarrollarse y se dé de hecho.

En el segundo capítulo de este texto, nos hemos referido a los distintos valores que –por efecto de la fuerza motriz derivada de la acción constante de la «rotación recurrente»– toma la idea funcional de economía. Estos valores surgían al tener en cuenta los parámetros relativos a la sociedad y dejando de lado los bienes producidos. Estos valores son relativos a las economías particulares y a las públicas, de las cuales estas segundas son las más importantes pues el radio de rotación que favorece su funcionamiento es el Estado, el cual incorpora a toda empresa particular, haciéndolas partícipes de la economía nacional. Este mecanismo suele provocar formas de rechazo entre las empresas pues lo consideran una intromisión política en una tarea que desde su punto de vista es solo económica.{29} Por otra parte, esta cuestión es ya una cuestión muy antigua pues se asemeja a los debates entre los defensores del «libre–cambio» y los «del proteccionismo».

En esta clasificación de valores que toma la economía, teniendo en cuenta lo social más que lo productivo, Gustavo Bueno coloca como tercer elemento a las economías globalizadas. Estas economías no pueden definirse como las derivadas de sustituir los parámetros que antes definían a las economías públicas estatales por otros parámetros que demarcarían empresas «cosmopolitas», «globales». De manera que los que consideran que la Segunda Guerra Mundial, y la posterior Guerra Fría, acabó con el choque de intereses nacionales se confunden, pues tienen en cuenta una absurda y falsa tesis de «fin de la historia» que lleva a pensar que la globalización es una nueva era de comercio internacional, de paz democrática entre naciones cuyas fronteras parecen difuminarse. De manera que con tal desaparición desaparece también –y esto es más interesado– la misma economía política.

El fenómeno parece que tiene una referencia real si atendemos a la descentralización de las empresas, de manera que las multinacionales europeas, japonesas, americanas… elaboran sus productos finales a partir de la producción desagregada de las partes del producto final que se elaboran en otros países. Pensemos en coches, aviones, cohetes espaciales o cualesquier otros productos que sean lo suficientemente complejos. Y así, los motores, los fuselajes, los asientos… pueden ser fabricados en los lugares más lejanos entre sí que podamos sospechar, lo que importa para tomar la decisión del lugar en que se fabrican es el coste de producción. Una vez fabricada cada pieza, la empresa termina de montar el automóvil, el avión, o lo que sea, en cualquier país en el que haya decidido situarse, sea éste el de su sede social u otro en el que le resulte también más económica la producción final.

Pero un fenómeno que separe las empresas de sus Estados originales, como parece darse en estos tiempos, es mero espejismo, alimentado por el interés de que éste aparezca ante nuestros ojos como real. Tal actitud interesada no es nueva y nos quiere hacer ver incluso que los choques militares se han transformado en «civilizados» enfrentamientos comerciales. Para sacar a la luz la mendacidad de esta propuesta, Gustavo Bueno nos recuerda que a principios del siglo XX se dio una situación que nos trae luz en el fenómeno actual. Los años anteriores a 1914 fueron unas tiempos en los que algunas empresas europeas tenían características similares a las de hoy día, aunque a menor escala. Concretamente el fenómeno se daba con ciertas empresas alemanas y francesas. Las relaciones comerciales a que nos referimos tuvieron un papel protagonista en las causas que llevaron a la que se consideró la mayor guerra de la historia (pese a que tal «título» lo ostentara durante pocos años). Y la guerra se dio entre naciones políticas, como no puede ser de otra manera. Esta falsa transformación de las relaciones sociales que parecía llevar a que los choques bélicos se transformen en choques relativos a intereses económicos la bautizó Edward Luttwad como «geoeconomía».

La crítica de Gustavo Bueno desmantela esta nueva forma ideológica imperante en nuestros días. En La vuelta a la caverna para aplicar las categorías económicas a la idea de Globalización separa entre dos perspectivas, la «formal» y la «material». Respecto de la primera tendríamos que tener en cuenta que la ««economía globalizada» significará, por ejemplo, un sistema en el que existen «empresas globales», «ayudas financieras globales» de organismos internacionales tales como FMI, OMS, FAO…» (pág. 195). Pero las empresas globales (GLO-CO) y las «ayudas financieras globales» de las instituciones citadas, deberían autodefinirse como protagonistas de un mismo proceso globalizador que tendría la característica de ser «envolvente» respecto de otra realidad supuesta y totalmente gratuita como es la «Humanidad». Por otra parte, la perspectiva «formal» en la utilización de las categorías económicas es también necesaria, ya que esta perspectiva «obligará a mantener vinculadas las categorías económicas a la idea filosófica de la economía que haya sido adoptada, en nuestro caso, a la idea de la rotación recurrente de los intercambios. Por supuesto, la idea formal de economía solo tiene sentido cuando sea capaz de incorporar («críticamente») los conceptos categoriales materialmente utilizados» (págs. 195-196).

Si la idea de «economía globalizada» no diferencia entre los aspectos material y formal es por su borrosidad, aunque se debe decir mejor que, si no se puede distinguir entre materialidad y formalidad es porque la idea de economía globalizada es una idea borrosa. Una idea que considera que su radio de acción efectiva es la de un inexistente Estado planetario asociado a la totalidad de los seres humanos que lo deberían conformar, asociado a lo que comúnmente se suele denominar el «Género humano», el cual, como ya hemos señalado más arriba es tan irreal como el Estado planetario que acabamos de expresar que es una suerte de Estado único, sin oponentes, de características similares, por ejemplo a la que más arriba hemos ya mencionado, la propuesta fabulosa de Kant en su opúsculo La paz perpetua.

En las condiciones pacíficas y de unidad del «Género humano», que había expuesto Kant y defienden los que ahora consideran posible una «economía globalizada», la economía debe seguir su movimiento habitual de mercado con su consiguiente rotación de los intercambios, pero este funcionamiento que parece normal no lo es pues se da en una situación ficticia, la de ese irreal Estado Universal. Pero las categorías de la economía política no pueden darse en soportes ficticios. La conclusión a la que llega Gustavo Bueno a partir de aquí es que si no podemos hablar de «rotación recurrente» en una situación así, es porque no existe la propia situación, o sea, que no hay «economía global» propiamente dicha. La idea de esta economía cosmopolita es ucrónica pues pide como principio la existencia de un Estado universal que la sustente. De manera que es una falacia mostrar la «economía global» como presente hoy día y ni siquiera señalarla como posible, en un futuro, aunque sea lejano. La perspectiva formal antes definida no se puede sostener. Esta perspectiva que vincula las categorías económicas («rotación recurrente») a la idea filosófica de la economía adoptada («Género humano», «Estado Universal», «economía global») no es viable ya que no tiene un marco de acción. Concluimos, por todo ello, que desde las premisas del materialismo filosófico solo podemos tener en cuenta, al hablar de «economía global», el sentido material y tenemos que abandonar por inviable el formal.

El problema añadido es que lo que llamamos economía globalizada, en el sentido anterior denominado material, «poco tiene que ver con la globalización económica en sentido ideológico (que es, por otra parte, el que configura el fenómeno de la ‘globalización oficial’» (pág. 198). Las dificultades a la hora de analizar este complejo fenómeno se multiplican cuando observamos que, incluso los economistas que suelen expresarse a través de los medios de comunicación de masas, para referirse a la globalización dejan de lado este concepto positivo, material. No se desmarcan de la «idea oficial de globalización» que está cargada del formalismo que depende de su esquema ideológico. Su propuesta ideológica está implícita en conceptualizaciones frecuentemente usadas: ««deslocalización de empresas globales», frente a la empresa concentrada, o el concepto de «desintegración de la producción», frente a la fábrica de producción integral, o el concepto de «’dumping’ social», frente al concepto de «’dumping’ político», o el concepto de «empresa global», frente al concepto de «empresa multinacional»{30}. Pero esto no es nuevo, ya hemos señalado este tipo de manipulación ideológica cuando hemos señalado que antes de la Primera Guerra Mundial, en las más importantes naciones europeas, surgió la tendencia, en algunas empresas, a autodenominarse como «no estatales», enfocando su política de mercado hacia la extensión cosmopolita. Pero pese a tal política, estas empresas, tenían claros vínculos con sus Estados respectivos, lo que sucedía es que tales vínculos se ocultaban y solo salieron a la luz en los momentos en que la crisis económica se acentuó sobremanera. O sea, que a partir de estas falsas premisas muchos economistas, anteriores a los que utilizan los conceptos citados un poco más arriba, inferían la «existencia» del «Mercado universal» y lo nombraban de diversas maneras, algunas de las cuales pueden rastrearse en los manuales de la época –por ejemplo el «mercado no limitado» que cita Bueno en «La vuelta a la caverna» y que extrae del manual de economía de Kleinwächter–.

En la «Globalización» hay algo nuevo que no es ni que las empresas estén deslocalizadas ni la velocidad en llevar a cabo las transacciones, pues estas diferencias son meramente de grado. Lo que hace que el fenómeno «realmente existente» de la «Globalización» –que está hoy día a pleno rendimiento, concretamente desde que cayera el gigante soviético– se pueda ver como verdaderamente nuevo es que se ha conformado como una nueva «idea aureolar». Una idea aureolar, por definición, solo puede referirse a un fenómeno que pueda nombrarse como «realmente existente» y que se dé en el momento presente. Teniendo en cuenta que en ese darse, paralelamente envuelve a todo hecho relevante con una especie de «aureola». Esta aureola rodea completamente las referencias factuales que son «realmente existentes» mezclándolas con otras referencias que no son realmente existentes, pero que se ven como sí existentes en un futuro virtual. Cuando el futuro virtual, repleto de esas falsas referencias, se incorpora al mundo real, las primeras –las factuales realmente existentes– parecen cambiar, pues se reinterpretan en dependencia directa de la idea aureolada. Así, lo no realizado por ser meramente virtual se concibe como constitutiva de la que sí es real y que puede verse y medirse pues es una parte realizada. Esta parte realizada solo cobra sentido por ser parte del proceso que está en marcha y cuyo final vemos como cumplido sin estarlo.

Ya nos habíamos referido más arriba a estas ideas, cuando hemos analizado la caída de la URSS, allí ya señalamos que son «aureolares» las ideas que pueden asumir el calificativo de «realmente existentes», entre ellas el Imperio universal, la Democracia, la Iglesia católica, el comunismo, Dios… Y ahora incluimos entre ellas también a la idea que estamos analizando, a la «Globalización». Todas estas ideas son aureolares por el hecho de que no han existido ni podrán existir jamás. En el primer apartado de este cuarto capítulo también señalamos que son «aureolares» las ideas que pueden asumir ese calificativo, comenzamos por aplicarlo al comunismo soviético y después a otras ideas, entre las que estaba la misma de «Globalización». La «aureola» envuelve el proceso en curso de manera que incorpora:

«las referencias positivas (existentes) a unas referencias aún no existentes, pero tales que sólo cuando son concebidas como realizadas, o como existentes virtualmente, las referencias positivas puedan pasar a ser interpretadas como referencias de la Idea… En este sentido puede decirse que la parte no cumplida ha de considerarse como virtualmente dada, para que la parte cumplida pueda alcanzar su significación de parte del proceso total, que comprende a la parte cumplida y a la que aún no lo está.» (págs. 258-259.)

Debemos señalar que el hecho de que la Globalización reciba el calificativo de «aureolada» significa a la vez que es una idea «oblicua», cuya plataforma es el mismo proceso en construcción. Por otra parte, las ideas aureoladas no son del mismo tenor de las utópicas pues, aunque en ambas gravita la imposibilidad de realización de la parte considerada «virtual», hay diferencias. La irrealización es un hecho en la utopía, tal y como la describe etimológicamente el propio término, pero la parte virtual de la idea aureolar no pues esa parte da sentido a la parte real. Así pues, Gustavo Bueno diferencia entre ambos tipos de ideas señalando que las utópicas no tienen referencia espacial (utopía) ni temporal (ucronía), mientras que las aureoladas siempre se las supone existiendo. Solo una condición es absolutamente necesaria, que en el futuro se aseguren las posibilidades de la «existencia real» en el presente. Los seguidores, incluso podríamos decir sin tapujos, los creyentes, de cualquier idea aureolada suelen encontrar consuelo metafísico, tranquilidad psicológica, en la potencia de la misma idea. Gustavo Bueno en su libro La fe del ateo pone un ejemplo clarificador:

«Un alto dirigente comunista español lo decía muy bien, con toda su ingenuidad filosófica, explicando la razón por la cual, en la debacle republicana que siguió a la guerra civil española, fueron los comunistas mejor que los anarquistas, quienes supieron mantenerse firmes en la derrota: ‘Ser comunistas nos daba en aquellos momentos una ventaja moral y psicológica sobre los demás antifranquistas. Teníamos algo que no tenían los otros: la fe. Fe de que marchábamos en el sentido de la historia’.»{31}

Para concluir con esta importante cuestión, relativa a estas ideas políticas que consideran el destino que las mueve como un elemento formal de su proyecto y, por lo mismo, de la acción presente, debemos señalar que la afirmación que asegura que «la Globalización existe» solo puede considerarse desde la perspectiva de la suma de todos los procesos que se están dando en las distintas direcciones –algunas enfrentadas entre sí– pero cuya resultante es de difícil previsión. Es más, es un proceso que necesita aclaración dada la oscuridad y la confusión que lo caracterizan pues el mismo proceso en marcha expresa por definición –a modo de «petición de principio»– su propio acabamiento:

«La Idea de Globalización es, por tanto, una interpretación, una «teoría» de un proceso en marcha, que nos aleja de un determinado estado de cosas, pero que no nos ofrece la idea del estado terminal al que él pretende conducirnos… La Globalización resulta ser, según lo que precede, un fenómeno, pero envuelto en alguna teoría pertinente, centrada a su vez en torno a alguna idea o modelo de globalización. Sin teoría de la globalización que confiera un significado al fenómeno, el fenómeno de la globalización se desdibuja.»{32}

4.2. O lo uno o lo otro: la globalización cosmopolita o las distintas economías políticas

Hoy día las categorías de la economía son prácticamente equivalentes a las categorías de la economía política. Esta equiparación ha discurrido por las sendas que parten de más antiguo, concretamente de la teorización del «Estado mínimo» de la fisiocracia y su «laissez-faire» y del «Estado gendarme», con manos libres para la iniciativa privada, del liberalismo. Tomando tales planteamientos la forma de una ciencia, pues en los tiempos en que se consolidó el capitalismo y sus mecanismos de funcionamiento la economía se desarrollaba en el seno de sociedades políticas, naciones, surgidas por la toma del poder por parte de las distintas burguesías europeas. Así, tenían estos liberales el convencimiento de que la economía podía funcionar sin conexión con nada más, por el mero hecho de que ésta tenía sus propias leyes. En nuestros días un afamado crítico de la globalización, Noam Chomsky, lo expresa con estas palabras:

«La globalización tiene poco de libre mercado. Por lo general, se habla de la globalización contemporánea como de una expansión del libre mercado, pero se trata de una expresión errónea. En buena medida, la gestión de los ‘intercambios’ está concentrada y corresponde de hecho a transferencias interempresarias, a prácticas de «outsourcing» y a otras operaciones análogas.»{33}

Gustavo Bueno va más allá de estas afirmaciones al incidir en el papel del Estado, de las Naciones políticas en la maquinaria del mercado. El materialismo filosófico señala que la economía política nunca puede ser libre, y menos en un sentido absoluto, pues en su propia definición está el concepto «política» que significa la involucración del Estado. Tal involucración es necesaria para que se dé la «rotación recurrente» de bienes y servicios, la cual es inviable en una economía que tuviera sus propias leyes. También era inviable en las economías centralizadas, en el modo en que lo propusieron en el siglo XX los distintos totalitarismos de corte fascista o la economía socialista soviética:

«La diferencia entre un Estado liberal y un Estado socialista no es una diferencia entre economía libre y economía intervenida; más bien es una diferencia entre ‘economías intervenidas’, según determinadas proporciones.»{34}

El absurdo de la economía libre deriva de considerar las leyes del mercado como si fuesen unas leyes puras, al modo como se consideran las leyes naturales, pero la ley es la ley positiva, la ley elaborada y transformada por los individuos que conforman o manejan el mercado. También se muestra al atender a la moneda como parte formal de cualquier sistema económico, pero la moneda no puede ser anterior a los mismos, ésta es necesariamente establecida mediante los mecanismos del Estado. Otro factor importante es también que el Estado procura la educación de los individuos que lo conforman, haciendo de ellos productores eficientes, a la vez que los educa para que se conviertan en unos satisfechos consumidores con libertad para elegir entre las múltiples opciones que el mercado les pondrá ante sí. Por otra parte, si atendemos a las necesarias infraestructuras, el Estado es el que organiza y lleva a cabo las distintas ejecuciones: de transporte, de comunicación, de energía… todas ellas necesarias para el funcionamiento de la economía de mercado:

«La apariencia de una economía libre que funciona entregada a las leyes puras del mercado es una ilusión derivada de que esa economía, en el marco de la economía política, se comporta como si estuviera sometida a leyes naturales. Pero tales leyes son en rigor leyes económico-políticas, lo que es evidente cuando nos referimos a las leyes tributarias. Las empresas, en los cálculos de sus proyectos, tendrán en cuenta los impuestos, pero no necesariamente tanto a título de ley económica sobre el precio del dinero, cuanto a título de los costes previos, previstos o naturales. Estos costes siguen siendo económico políticos, como lo es toda la acción del Estado que envuelve, canaliza y tutela el «libre juego» de las leyes económicas.» (pág. 208.)

Los analistas de la globalización señalan que los hechos económicos que tienen que ver con ella piden un marco unitario –que podríamos denominar «Estado global cosmopolita»–. Los hechos de las distintas economías nacionales, debido a que se conciben desde ese marco global de principio, se redimensionan y conforman de esa manera al propio presente como globalizador. La «Globalización cosmopolita» no está en el presente pero se la supone, se da como hecho, porque el destino «aureolar» prefijado la colorea con su realidad virtual. Sin embargo, esto es un estar en lo inestable, es moverse –más arriba ya lo hemos dicho- en el terreno de la metafísica. Con todo, ésta es la forma con que constantemente se nos bombardea en los medios de comunicación cuando se señala la globalización o toda situación económica que ella comporta. Con relación a situaciones anteriores, de preponderancia de otras ideas ya señaladas y que son tan metafísicas como la «Globalización cosmopolita» o el «Estado global cosmopolita», la funcionalidad y finalidades buscadas por ellas y por la actual no han cambiado tanto: Dios dio –y sigue dando también en la actualidad– sentido a muchas vidas; el comunismo fue el baluarte de muchos idealistas, muchos de los cuales perdieron incluso su propia vida por la fe que tenían en su final. La globalización tiene en común con las anteriores la manipulación ideológica que conlleva y que hace que los individuos, que viven en el presente en sus distintas naciones, conciban un mundo distinto del que viven.

Gustavo Bueno señala en su texto de 2004, que el fenómeno de la Globalización «se dibuja desde un fondo dado «a parte ante», y cuya definición económica se constituye precisamente a partir del segundo valor de la idea funcional de economía que hemos expuesto, a saber, el de la economía nacional» (págs. 199-200). Y no solo de una economía sino de todas las economías nacionales interrelacionadas entre sí. Cuando los economistas tratan de estas cuestiones suelen hacerlo de forma escabrosa pues suelen expresarse con definiciones que quieren ser precisas y no lo consiguen, sus propuestas adolecen de concreción pues siguen sumidas en la oscuridad de la indefinida idea de globalización cosmopolita. Pero el fondo que les sirve de marco de referencia en tales definiciones y propuestas analíticas es el sistema (diamérico) de las economías nacionales. El mercado internacional solo puede ser así denominado si en su seno participan todas las economías nacionales, unas economías que, mediante su interrelación, conforman el «fondo» en el que se dará siempre todo movimiento mercantil, excluyendo además la posibilidad de aislamiento que pudiera sufrir cualquiera de ellas. Y es que la conexión que se da entre el sistema de Estados y el fenómeno de la globalización no decrece, como señalan los defensores de un solo Estado superador de las economías políticas particulares. Además, en los últimos años ha sucedido el fenómeno contrario al defendido por estos…

«…mientras que al acabar la Segunda Guerra Mundial, en 1946, existían 74 Estados, en los principios del segundo milenio, existen hoy más de 200 Estados, 48 de los cuales aparecieron a raíz de la descolonización de África, y 15 a raíz de la fractura del sistema soviético y de sus aliados. En función de estos datos, ¿no será necesario relacionar la multiplicación de los Estados precisamente con el llamado procesos de globalización, en lugar de ver en la globalización el principio de la extinción del Estado?» (pág. 242.)

Algún economista sin embargo –es el caso de Stiglitz– defiende esta misma idea que expresa Gustavo Bueno al considerar el Estado como una realidad de la que no se podrá nunca prescindir debido a que se supone que la consideración de un mercado internacional que se regulara por sí mismo es inviable. Por otra parte, en la consideración de este sistema globalizador, que comporta la totalidad de las economías nacionales como «fondo» y a partir del cual se da el fenómeno que estamos estudiando, es necesario también señalar que la economía propiamente dicha no tiene ningún protagonismo en otras formas globalizadoras que se dan paralelamente a la globalización económica. Estas globalizaciones que no son económicas están dadas en función de «otros fondos» distintos:

— la globalización lingüística. El fondo a partir del cual se da esta forma de globalización es el conformado por las lenguas vivas que hoy día se hablan
— la religiosa, sobre el fondo del sistema de religiones que se dan en el planeta
— la política, que se refiere a la proliferación de formas democráticas que hoy día existen y que tienden a una consolidación universal, &c.

El problema que emana de estas consideraciones es si la globalización es «Una» sola o son «Muchas» a la vez. Por lo tanto, debemos tener en cuenta que si cada globalización particular se da, esto será así por estar incorporada a un proceso que debe ser unitario. Paradójicamente la globalización solamente puede ser unitaria, pues lo es por atribuirse a una sola unidad (el «Género humano») que debe pedirse como principio. Si este principio es ficticio –y eso ya lo hemos afirmado– las globalizaciones serán plurales:

«Ocurre así con la Globalización única, entendida como un proceso envolvente atribuido al Género humano, algo análogo a lo que ocurría con el Dios monoteísta de las religiones superiores: todas ellas predican el Dios único, pero éste resulta que está presentado unas veces como Yhavé, otras veces como Dios y otras como Alá. Y es así de este modo como podemos afirmar que si diéramos a la idea de Dios el formato de una clase tendríamos que terminar asignándole el formato paradójico de la clase unitaria (de un solo elemento), de los «Dioses dotados de unicidad» (cada uno de los cuales no tiene el formato de clase). En este sentido resultaría que la Idea de Globalización, sin perjuicio de su intención unitaria, estaría ejercida también de hecho y paradójicamente desde una clase. Dicho rápidamente: existen diversas ideas de globalización única, y entre ellas, las ya citadas (como globalización oficial y como globalizaciones alternativas).» (pág. 38.)

Todos estos fenómenos no económicos, las «globalizaciones alternativas», que están incluidos en lo que denominamos «globalización oficial» se nos muestran «proyectados» sobre el tapiz de las categorías económicas, desbordándolas. La combinación de factores económicos, políticos, religiosos, lingüísticos… poco pueden aclarar en relación al problema de la globalización. Ello no es óbice para que pasemos por alto el tremendo grado de involucración que, en relación a este fenómeno, se da entre las distintas categorías (además de la económica todas las que hemos señalado: la lingüística, la cultural, la religiosa…), y así al enfrenar economías políticas, unas con otras, se harán explícitas las conexiones sociales que se den entre ellas. De manera que salen a la luz los consiguientes efectos perversos, como son las diferencias sociales entre los individuos de los países en que su economía política se ve trastocada y se tiene que adaptar precariamente a la que marca la pauta. Estas transformaciones sociales que provoca, a gran escala, la globalización pueden derivar incluso en enfrentamientos internos, a veces muy cruentos. Los ejemplos más importantes son los que últimamente se han dado en el continente africano.

Mediante la categoría económica hemos tratado de clarificar el fenómeno de la globalización pero ha sido infructuoso, la globalización comporta un volumen de fenómenos demasiado amplio y variado como para que tal herramienta pueda ser útil. Por otra parte, como la economía solo funciona en el marco de sociedades políticas, lo que sucede es que el desbordamiento no es solo del ámbito de la categoría económica, sino también del ámbito de las categorías de la economía política, de manera que el Estado también se ve desbordado. Esto hecho provoca que se aparezca ante nuestros ojos una suerte de espejismo, el de que en el marco de la economía globalizada sea necesaria la transformación del funcionamiento del propio Estado. Así, distintos expertos señalan en estos tiempos que corren la desaparición del papel económico del Estado por mor de la globalización –esa desaparición era ya postulada por el marxismo, para la meta comunista final–. Hoy se dan «GLO-CO» que parecen haberse desconectado de la economía y de la política de sus Estados de origen, para depender de un –inexistente, aunque muy nombrado– sistema cosmopolita que parece funcionar de forma autónoma. Nada más alejado de la realidad, pues mientras que los Estados son los que mantienen el orden social con sus fuerzas de coerción, el sistema económico cosmopolita no mantiene nada. El sistema económico cosmopolita no ordena ni gestiona absolutamente nada, no hay ninguna estructura que lo armonice pues es una pura apariencia y no puede cumplir tal papel. Los trabajadores de las GLO-CO siguen, con sus impuestos, sustentado a sus respectivos Estados, los cuales a su vez harán que todos esos trabajadores se beneficien los servicios que conlleva esa dependencia política sea de nacimiento o de adopción. O sea, que los trabajadores no son, ni pueden ser, ciudadanos de ningún Estado ficticio del que pudiera depender la «empresa global» para la que trabajan.

Como ya hemos señalado más arriba, la globalización cosmopolita se conformó del todo como ideología política tras el derrumbamiento de la URSS, la globalización que este macroestado proponía era opuesta frontalmente a la que después ha propuesto con rotundidad la ideología capitalista vencedora. La globalización comunista incidía sobre todo en lo político «mediante el apoyo a los movimientos de liberación nacional, la guerra fría, la conquista del espacio, la superación en las tasas de desarrollo en cuanto al producto interior bruto… Desde el «bloque capitalista» el proyecto de globalización cosmopolita comunista era percibido simplemente como imperialismo» (pág. 210). Con dos fuerzas globalizadoras opuestas era necesario la caída de una de ellas para hablar de «una» economía globalizada. Ello puede entenderse sin ningún problema si atendemos a la famosa que, en su día, expreso Alejandro Magno en relación a su máximo oponente: solo hay un sol sobre nuestras cabezas, por lo mismo es inviable un Alejandro y un Darío a la vez.

Para poder entender la mecánica de la globalización debemos traer a colación la idea filosófica de Imperio. Esta idea se conformó como tal en la época clásica gracias a las aportaciones que –desde el terreno de lo que denominamos «filosofía mundana»– llevo a cabo el primer emperador de occidente, al que acabamos de hacer alusión, Alejandro Magno. Su idea de Imperio se oponía frontalmente a las tesis conservadoras de su maestro Aristóteles, defensor de una sociedad ético-política de pequeña escala, la de la ciudad-estado griega, y que sería la que hizo desaparecer su discípulo. Pero esta idea mundana de Imperio tardo algunos años a ser clarificada, concretamente su definición sería expresada por miembros de la Academia platónica{35}.

En las dos décadas de globalización oficial que llevamos a cuestas han surgido los denominados partidos, o movimientos, antiglobalización. Estos ven hoy día la globalización cosmopolita impulsada por EEUU como imperialismo (los norteamericano justo los años anteriores habían visto la pretensión soviética como imperialismo). Así pues, podemos señalar que la globalización cosmopolita como ideología se conformo en el marco del enfrentamiento que, durante casi cuarenta años, se dio con la globalización comunista. Ambas formas de globalización por sí mismas desbordan los horizontes económico y económico-político, por lo que son parte de otras posibles perspectivas en relación a lo que pueda ser la globalización cosmopolita. Entre las que podríamos incluir también la de Chomsky que, en su ataque frontal a la globalización capitalista, defiende la necesidad de una vuelta a la idea del proletariado unido. Chomsky plantea que el mundo necesita una «nueva Internacional» para luchar por una globalización que favorezca a los intereses de los seres humanos y no a los del gran capital{36}.

Para Gustavo Bueno, la idea de globalización cosmopolita señala una época que ha cambiado y que contiene en su seno una serie de periodos históricos que ya se han dado, por eso se refiere a ella como «idea historiográfica y periodológica», como una idea que implica por sí misma una filosofía de la historia. Desde esta nomenclatura histórica, Bueno concreta mucho más al definir la globalización como una idea «plataforma», sea la globalización que hemos señalado como «oficial», o sea la idea de «Globalización» que defienden los múltiples movimientos defensores de la antiglobalización. Los protagonistas que están denominando al fenómeno como «Globalización» están inmersos en él, en su «presente», un presente que es de gran trascendencia para la «Humanidad» pues es el « fin de la historia» , y en él están llevando a cabo sus acciones, sean analíticas, si pertenece a los primeros, o sean de rechazo, si de los segundos. Un caso muy similar a otros ya sucedidos en la historia, como es el de los que vieron en la época del emperador Cesar Augusto el momento histórico más importante, pues allí sucedió la división de la historia en los dos actuales segmentos partiendo del nacimiento de Jesús. «Tal es también el caso del «presente» en el que se situaron los revolucionarios franceses que establecieron como Año I el que siguió a la Asamblea de 1798. Este «presente» será representado en la periodización de Fichte, por conceptos plataforma tales como el de «Edad contemporánea»»{37}.

4. 3. Trituración de la idea de Globalización.
Los ocho modelos de globalización

Gustavo Bueno propone en La vuelta a la caverna. Terrorismo, Guerra y Globalización ocho distintos modelos de Globalización que se distinguen taxonómicamente al aplicar los criterios clasificatorios de «descenso» y de «distribución» para llevar a partir de ellos a los distintos e independientes modelos definidos (especies) en el desarrollo de su idea como género. La independencia que hay entre los modelos propuestos es total, de la misma manera que son independientes, por ejemplo, los cinco poliedros regulares –cada uno es una especie independiente– y conforman entre ellos el género único que los abarca. Esta clasificación distributiva tiene según Gustavo Bueno los efectos trituradores señalados en este subepígrafe, pues a la idea genérica de Globalización…

«…ni siquiera podrá dársele la condición de idea genérica «separable», como idea, de sus especies; es la cuestión que Locke planteó acerca del ‘triángulo universal’, respecto de sus especies taxonómicas, equilátero, isósceles y escaleno… La idea general de Triángulo es disociable de sus especies en la medida en que cada una de ellas puede ser sustituida por las otras en los teoremas trigonométricos generales.» (págs. 216-217.)

Pero cuando las especies no pueden aislarse unas de otras, la taxonomía se conforma como herramienta para la trituración de cualquier idea genérica y también de las distintas especies que puedan conformarla. Y así estas últimas podrán solo reconocerse en su virtualidad o potencialidad y nunca en su actualidad. Para explicar esto Gustavo Bueno lo ejemplifica mediante el análisis del concepto universal «vertebrado» que soporta una serie de clases, las «especies» señaladas, que no pueden ser independientes del todo por proceder unas de otras (peces, anfibios, reptiles, mamíferos…) y así solo pueden ser consideradas como «potenciales» o «virtuales» y nunca como «actuales». Al hilo de todo esto, podemos leer en las primeras páginas de «La vuelta a la caverna» que la «Idea de Globalización» parece excluir una posible consideración desde la lógica de las clases, aunque solo si partimos de una consideración «emic» de la «Idea de Globalización». Por el contrario, esto no será así si la Idea es considerada ‘etic’, una consideración que es más habitual y pese a la posible oscuridad que acarrea su definición, en este caso parece pedir un tratamiento de «clase lógica». La oscuridad de la Idea de Globalización tiene que ver pues con esta ambigüedad que aquí hemos apuntado. Gustavo Bueno va a triturar esta oscura «idea general» de Globalización que ha desbordado el marco de referencia –la categoría económica– que le habíamos impuesto para su clarificación.

Esa condición virtual que tiene la idea de Globalización conlleva una serie de «valores», de modelos, que Gustavo Bueno nos va a proponer más adelante, que no pueden a sí mismos ser expresados desde el punto de partida considerado para definirla. La idea de Globalización, considerada como idea funcional, llevaba implícita una «petición de principio», la de expresarse desde un anterior, y metafísico, «género humano» y, así considerada, los valores no tendrían cabida y habría que esperar, para su expresión, al total desarrollo de la Globalización como actual. Por paradójico que resulte, los mismos valores no actualizados son los que actúan como componentes de la idea de Globalización considerada en este mismo momento como realmente existente. A esta idea de Globalización es a la que, en el párrafo 2.2 de este estudio, la hemos calificado como «Idea aureolar». Los modelos de Globalización que más adelante propone la taxonomía expresada en «La vuelta a la caverna» serán, todos ellos, modelos de globalizaciones que no están acabadas, que están en marcha. Las «variables» sobre las que la función «globalización» va a darse son las que conforman el «genero de lo humano», de manera que podemos incidir, en primer lugar en una posible perspectiva diamérica, a la cual nos hemos referido también más arriba y desde la cual «la globalización tenderá a ser concebida como un proceso que afecta a las diferentes partes «pertinentes» del Género humano en cuanto se enfrentan mutuamente unas con otras, con la globalización como resultante» (pág. 37).

Al hilo de la anterior afirmación, señalamos que el ser humano siempre se encuentra disperso, aunque asociado, en distintos grupos como pueden ser: empresas, familias, asociaciones, Naciones, Estados, Iglesias… Estos grupos humanos son los elementos globalizables, ya que los individuos como tales, los sujetos de los Derechos Humanos, no son nunca objetos de la misma al ser de otro nivel holótico{38}. De manera que debemos tener en cuenta una segunda perspectiva, la metamérica, la cual está entretejida con la anterior a modo de dualidad inseparable. Una dualidad que estará siempre pivotando junto a otras clasificaciones que se propongan. Esta perspectiva metamérica nos la presenta Gustavo Bueno de esta manera: «la globalización del Género humano en el presente aparecería concebida como un proceso cuyo principio actúa «por encima de sus partes» (instituciones, empresas, Estados, clases sociales, agentes…), aun cuando les afecte a todos ellos, incorporándolos, por así decirlo, a su torbellino unitario»{39}. Esta perspectiva nos remite tanto a instituciones particulares, como la Iglesia católica o el gobierno USA, como a las instituciones públicas internacionales (ONU, FMI, BM…){40}.

En la taxonomía de la Idea de Globalización que nos propone Gustavo Bueno los modelos o valores se distribuyen a modo de especies independientes, tal sucede así porque entre ellas se dan incompatibilidades coyunturales. Para ejemplificar esta cuestión hace referencia a la relación que se da entre el cristianismo y el Islam. La integración de estas sociedades –podían haberse elegido muchas más posibilidades, no solo en términos de grupos de religión– es imposible, dado el esfuerzo contrario que desarrollan al mantener su identidad unas y otras. Mientras que para los islamistas el Dogma de la Encarnación es pura blasfemia, para los cristianos la idea de Dios musulmana es herética: «La integración sólo será posible si una de las dos sociedades, o las dos, se desentienden de sus creencias, o las reinterpretan de tal modo que las incompatibilidades puedan darse por desavenencias» (pág. 219).

La taxonomía que Bueno nos presenta y que despliega la idea de Globalización es el punto de partida para «una trituración de la Idea misma de Globalización en cuanto idea unívoca y ‘exenta’» (pág. 219). En su desglose incorpora acepciones que ya hemos considerado en el análisis, como son las de «globalización oficial» y las «globalizaciones alternativas». En un principio se señalan –para desecharlos– cuatro «modos» básicos de globalización (integración, redistribución, incorporación y dispersión) que, de ser utilizados, llevarían a distintas posibilidades de relación entre las partes que se globalizan, surgiendo los dos tipos de totalidades (atributivas y distributivas){41}. Esta mecánica se abandona por la importancia que tienen otras distintas posibilidades que cuentan desde el origen con lo globalizado, con su campo de acción –su materia–, el cual pide para empezar a decir lo que sea una serie de parámetros delimitadores (pues el Imperio americano como motor de la globalización tiene como campo de acción a todo el Globo terráqueo que es distinto al ámbito que globalizaba el Imperio romano). Todas estas posibilidades solo nos las da una consideración de «tipos» de globalización, una consideración que está desarrollada en el texto de 2004 a modo de taxonomía crítica.

Poniéndonos ya en camino, vemos que Gustavo Bueno parte de cuatro criterios:

— la «extensión interna» del proceso de globalización
— la «extensión externa» del mismo proceso
— la «intensión» que afecta a las distintas especies
— la «intensión» referida a todo contenido globalizado.

A lo que denominamos «extensión del campo globalizado» pertenecen los «términos» como, por ejemplo, las empresas, las naciones, las esferas culturales, las iglesias… y a la intensión, pertenecen las distintas categorías que hasta ahora hemos tenido en cuenta: las económicas, las políticas, las religiosas, las técnicas… Como la categoría económica de partida hemos visto que se va a ver desbordada se considera, en el marco de esta taxonomía, como un caso particular del fenómeno de la globalización.

Los criterios que señala Gustavo Bueno son criterios límite que marcan oposiciones dicotómicas que no se dan en la realidad, pero que marcarán las diferencias entre las distintas ideas de globalización, por la cercanía o alejamiento de éstas, en relación a situaciones también límite. Y los términos que maneja en el proceso se relacionan con ámbitos culturales, en ningún caso, con naturales, lo cual puede ser entendido sin problemas al observar que el fenómeno globalizador se da en el eje circular del espacio antropológico (a él nos hemos referido en el capítulo 2 de este estudio. Ver nota xi). Estos términos son a los que antes nos hemos referido como empresas, naciones, iglesias… Aquí tenemos que tener en cuenta directamente los individuos, pero solo en cuanto a ciudadanos o como a miembros de los términos anteriores e, indirectamente, tendremos en cuenta otros términos materiales –todo tipo de objeto desde lo inanimado a lo animado– que interesen a aquellas empresas, iglesias, &c.

La «extensión interna» nos lleva a tener en cuenta, a través de la distinción dependiente del primero de los criterios que señala Gustavo Bueno, dos tipos de globalización:

I. Las «globalizaciones expansivas o centrífugas», en las que el proceso parte de un punto y desde él se extiende a su entorno. Al final del proceso todos los términos afectados estarán «englobados» en una misma totalidad.

II.Las «globalizaciones contractivas o centrípetas». En ellas el punto originario se considera como un atractor que incorpora a su alrededor a todos los términos del campo y al campo mismo.

La «extensión externa» relaciona la globalización en curso con su campo de acción y distingue –en base a otro de los criterios– entre dos tipos de globalización:

(1) La «Globalización incoada», que marca los momentos iniciales de la aplicación de la Idea de Globalización en un proceso concreto{42}. Cuando se parte de ésta la Globalización suele interpretarse como una idea recta, pero esto es una apariencia pues la idea de Globalización es siempre oblicua por ser considerada desde la plataforma de la Globalización cumplida{43}.

(2) La «Globalización cumplida» es la plataforma desde la que la incoada puede comenzar a ser considerada como globalización: «solo llegará a serlo en función de su acabamiento, porque hasta entonces sólo será globalización «infecta», no perfecta, es decir, no será globalización.

Atendiendo a un tercer criterio y refiriéndonos ahora a la intensión del contenido globalizado de forma específica, surge otra nueva oposición, la de las formas de globalización unilineal y omnilineal:

a. La «Globalización unilineal» tiene en cuenta una sola línea del campo de referencia. El criterio cobrara una importancia especial cuando tal línea reclame la unicidad del proceso ya que pueden darse dos líneas incompatibles entre sí. Este sería el caso de las religiones monoteístas y sus negaciones mutuas.

b. La «Globalización omnilineal» se daría si se tienen en cuenta todas las líneas del proceso globalizador. Se dan ciertos procesos de globalización dependientes de distintas especialidades que entre sí no se consideran incompatibles –salvo si tenemos en cuenta el terreno comercial– como son los estilos artísticos, los alimentos, las lenguas…

El último criterio nos lleva también a la consideración de la intensión de los contenidos globalizados, pero esta vez sin un límite prefijado como las especies definidas del criterio anterior (religiosa, política…) por lo que la distinción que mejor se observará es la que se da entre una categoría y su conjunto. Gustavo Bueno incide en un problema relativo a la débil categorización de las categorías culturales en base a este criterio intensional, ya que estas categorías se involucran unas con otras haciendo casi inviable la definición de una globalización especializada pura. Con todo, tendremos dos formas de globalización:

A. La «globalización especializada». Así denominada por referirse a una sola categoría, como puede ser la económica que quiere trasladar la ampliación de los mercados a la totalidad del Globo, o la política que en el caso de la Globalización que tenemos en el presente estaría objetivada en el Imperio americano o en la democracia parlamentaria que tal Imperio lleva años exportando{44}.

B. La «globalización generalizada» se refiere a las más diversas categorías que pueden ser consideradas, teniendo en cuenta que incluso podría darse un caso límite en el que todas podrían tenerse en cuenta y tendríamos entonces que hablar de «globalización global» En estos términos, la «antiglobalización» en su faceta radical se debe considerar bajo esta forma de globalización, ya que en su ideario está presente el objetivo globalizador de una unidad de todo los seres humanos, en base a un pacifismo que paralelamente observa la anulación de las instituciones capitalistas –o cualesquier otras– concentradoras del poder.

De esta manera nos plasma Gustavo Bueno su taxonomía de los distintos modelos de globalización{45}:

Gustavo Bueno, Tabla taxonómica de ocho tipos de globalización según sus ideas correspondientes, La vuelta a la caverna: Terrorismo, Guerra y Globalización, Ediciones B, Barcelona 2004, página 227
Gustavo Bueno, Tabla taxonómica de ocho tipos de globalización según sus ideas correspondientes, La vuelta a la caverna: Terrorismo, Guerra y Globalización, Ediciones B, Barcelona 2004, página 227.

Gustavo Bueno cruza los criterios 1, 3 y 4 que vemos en la tabla para expresar mediante tal conexión los ocho tipos o modelos. El criterio 2 no se aplica en cada uno de los modelos de manera que los duplique. Cuestión esta que no sería desechable pero que no se lleva a efecto por la particularidad concreta que tiene este segundo criterio pues «contempla ‘in fieri’ los procesos de globalización y asume el supuesto de que ningún proceso de globalización en curso está acabado, o dicho de otro modo, que toda globalización es, a lo sumo, incoada. Por ello, las alternativas (1) y (2), ofrecidas por este criterio (las alternativas de la globalización incoada y la cumplida), no podrían considerarse como alternativas dadas en el mismo plano de realidad que las restantes» (pág. 227). La «Globalización cumplida», además, tiene una gran importancia en la estructura de la idea de globalización al ser considerada una «Idea aureolar». Por tanto, en el desarrollo de la taxonomía tendremos en cuenta, en cada uno de los tipos, la distinción dependiente de su desarrollo globalizador sea en forma incoada o cumplida.

La Idea de Globalización –como «idea general», la cual se desglosa en la tabla anterior– es considerada por Gustavo Bueno como una idea confusa que, en determinadas circunstancias, debe tenerse en cuenta dado que es la que comunmente se utiliza en los contextos mundanos. Pero esta idea confusa de Globalización es también la de un proceso infecto del que se puede dar razón, sobre todo si no sobrepasamos sus posibilidades y ampliamos su campo incorporando situaciones pretéritas, ya que la taxonomía expresada es eficaz cuando se aplica al estudio de la Globalización como fenómeno actual. Si la idea funcional de Globalización es tomada sin tener en cuenta los parámetros de la actualidad se hace oscura y los modelos expresados pierden toda su significación y su capacidad de expresar lo que sucede en nuestros días. Para despejar toda duda es mejor retomar las palabras de Gustavo Bueno:

«Pero ni el anillo Kula, ni la ruta de la seda, ni el periplo de Hannon pueden ser objetivamente (‘etic’) considerados como globalizaciones con el sentido paramétrico que hemos dado a la función Globalización, a saber, como Globalización determinada por el parámetro del Globo terráqueo (que es el Globo por antonomasia). Por ello, ni siquiera subjetivamente (‘emic’) pueden interpretarse como globalizacines los cursos de las canoas del anillo Kula, o las rutas de la seda o los periplos fenicios o cartagineses. Y esto por una sencilla razón, que, sin embargo, suele permanecer desatendida: porque sus agentes no conocían la esfericidad del Globo, y si la conocieron teóricamente, no pudieron establecerla realmente como parámetro. El único modo de establecerla es recorrerla de hecho y no sólo intencionalmente.» (págs. 230-231.)

Juan Sebastian Elcano fue quién fijó el parámetro primero de lo que iba a ser la Globalización de manera que al concretarse los límites máximos se pudieron establecer distintos estudios, de costes de producción, de costes de transporte entre bloques continentales, de gastos derivados de control político, de gastos de defensa... Marx, cuando habló de mercado mundial, tenía en mente alguno de los modelos de globalización que, a partir de esa primera y necesaria constatación geográfica por parte del navegante vasco, ya se habían incoado implícitamente –algunos, otros tardarían bastante en poder materializarse– en los presupuestos del Imperio español. Los modelos de Globalización que fueron posibles a partir de este hecho histórico nos los define de forma sucinta Gustavo Bueno de esta manera (los primeros cuatro son de carácter expansionista y los cuatro últimos atraccionistas){46}:

Modelo 1: Globalización de idiomas, de religiones o de sistemas políticos, con pretensiones expansivas universales globalizadoras, «imperialistas» y excluyentes.

Este primer tipo tiene en cuenta realidades culturales diferentes pero de las cuales se diga que son únicas, sea en el campo de las religiones (solo hay un catolicismo y un solo islamismo) o el de los idiomas (uno solo es el idioma ingles, uno solo es el español, aunque de ambos haya diferencias que pueden llegar a particularizarse en usos concretos, diferencias de matices, de cada uno de ellos dependiendo del país que lo hable: no es lo mismo el español de España que el de Méjico o el de Uruguay, pongamos por caso; como tampoco es lo mismo el inglés de Inglaterra que el de EEUU). Tanto el inglés como el español se encuentran en proceso expansivo de globalización, compitiendo ambos para ser idiomas universales (foros internacionales, Internet) de manera que objetivamente se expanden de forma unilineal.

Otro caso distinto al de los idiomas o las religiones es la globalización de lo que denominamos «democracia parlamentaria», este es quizá el caso más importante de este modelo. Es la forma de gobierno que EEUU quiere imponer mundialmente como «un objetivo prioritario de la Globalización, como garantía de la libertad y de la paz. En efecto, el 6 de noviembre de 2003, el presidente George Bush… acuña el concepto de «revolución democrática global»» (pág. 232). Una democracia que para el presidente norteamericano sería incluso consistente con el Islam, pues se dan casos paradigmáticos. Además, desde el gobierno de Ronald Reagan ha pasado de ser la forma de gobierno de cuarenta paises a serlo de muchos más de cien. La globalización del sistema democrático que propone Bush es el de una globalización expansiva (criterio 1) que tenía como uno de sus puntos de mira un país como la República popular de China, por lo que solo de modo ambiguo puede verse como una globalización inacabada (tal como expresa el criterio 4), debe considerarse como especializada, si atendemos a lo político (criterio 2) y también como unilineal (criterio 3) pues deja de lado cualquier otro sistema político. Para Gustavo Bueno la mayor debilidad de este proyecto globalizador es la consideración de promotora de paz y libertad a escala mundial, ya que tal punto de vista es gratuito… «Pura metafísica, si presuponemos que la democracia parlamentaria es inseparable del sistema de mercado pletórico universal y, por tanto, que la globalización de la democracia es, en si misma, un proyecto abstracto, imposible de llevar adelante, a espaldas de la globalización de los mercados pletóricos de la sociedad del bienestar» (pág. 233).

Modelo 2: Universalización del «American Way of Live», en cuanto comporta la expansión de un sistema político, de una lengua, de una forma de familia, de unas costumbres, de una determinada arquitectura doméstica, de una moral y de una religión.

La Segunda Guerra Mundial supuso un punto de inflexión en la forma de hacer política de EEUU, desde su primera forma aislacionista al proyecto actual de Globalización que quiere llevar su influencia a todo el orbe, transformando cualquiera de los «modus vivendi» en el «American Way of Life». Un modo de vida que lleva aparejado la foma de vivienda, la indumentaria, la alimentación, del tipo de música, también la democrácia parlamentaria, así como la monogamia, el deismo… de manera que «lo que hoy va reconociéndose casi universalmente como «Imperio norteamericano» es el cauce de la globalización más ceñido al modelo 2 que podríamos citar» (pág. 233). Y es, por otra parte, este modelo es el que mejor se ajusta a la «idea oficial de globalización».

Modelo 3: Política exportadora de las empresas respecto de productos universalmente consumibles (vinos, quesos, &c.), que no se consideran mutuamente excluyentes.

Este modelo globalizador es el que se expresa en los casos que se da una política exportadora de un producto considerado típico o propio de un país, por ser único o por habérsele dado un «marchamo» distintivo, pero que se considera que puede ser aceptado para consumo en todos y cada uno de los paises. Los ejemplos que nos da Gustavo Bueno son los de los quesos, o los vinos, elaborados autóctonamente y que pueblan hoy día las grandes superficies de los supermercados. Un fenomeno globalizador que se aprecia en los mercados cada día más y más.

Modelo 4: Política exportadora por parte del Estado o de las empresas particulares de múltiples productos de cada país, en competencia con los de cualquier otro.

Este modelo representa cualesquier unidades políticas o culturales en sus formas expansivas y hegemonistas, las cuales estan limitadas por las mismas tendencias recíprocas de las otras unidades políticas y culturales que son de signo contrario. A modo de ejemplo ilustrativo señala Gustavo Bueno que «cada especie animal tendería a reproducirse indefinidamente hasta recubrir el Globo… los bacalaos, que depositan millones de huevos en cada puesta, tienden a transformar el océano en una suerte de «pasta de bacalao» que llegaría a término si no fuera porque otras especies frenen constantemente su tendencia expansionista» (pág. 235).

Modelo 5: Retrasmisiones en televisión formal, de acontecimientos que son únicos en cada momento: coronaciones, bodas, entierros reales.

Este modelo es el primero de los considerados –a partir del criterio 1– como atraccionistas. Los cuatro modelos anteriores, en base a ese mismo criterio, eran expansionistas. Este modelo, como los tres que le van a seguir, tiene la característica de asemejarse a una suerte de atractor situado en el centro de lo que quiere atraer hacia sí, en el centro del resto del Globo. Este punto o lugar de atracción tiene como más clara ejemplificación a la televisión formal cuando emite eventos que en principio se considerarían, por el que retrasmite, de interes mundial. Los ejemplos que señala Bueno son múltiples y van desde las visitas presidenciales, caso de Nixón a China, hasta los Juegos Olímpicos del año 2000, citando en concreto los de Seul, con alrededor de 3.000 millones de espectadores (la mitad de la población mundial de la época). Cantidad ésta superada con creces por el visionado en televisión formal del derrumbamiento de las Torres Gemelas de Nueva York al año siguiente.

Gustavo Bueno define estos procesos globalizadores actuales, mediante los conceptos expresados en su cuadro taxonómico, del siguiente modo: especializados (A), pues la especialidad marca que lo es de información televisada de un momento y lugar concreto; unidimensionales (a), ya que en cada ocasión un único país se convierte en centro de la atención; y como centros atractores (II), la Globalización se comporta en este caso así porque el suceso que sea, la boda o el entierro eral, por ejemplo, se retrasmite desde un lugar y centro único

Modelo 6: China en cuanto «Imperio del Centro», dotado de unicidad.

La República Popular China del siglo XXI quiere ser, y está hoy día trabajando para ello, un atractor universal. Su proyecto globalizador no es expansionista en el sentido que lo han sido y son los Imperios occidentales, «sino un modelo centrípeto, que estaría orientado a la creación de una «China esférica», inexpugnable, pero no tanto «aislada del Mundo mediante una muralla» cuanto conectada con el resto del globo a título de campo gravitatorio que afectase a todas las demás sociedades… este modelo, por otro lado, reproduciría de algún modo, en escala ampliada, el modelo del Imperio romano desde Augusto hasta Constantino. China, erigida en núcleo del «campo gravitatorio» del Género humano, se proyectaría como un atractor global aproximándose a su definición originaria como «centro del Mundo»» (pág. 236).

Modelo 7: Las televisiones de diversos paises como símbolos de la «aldea global».

Gustavo Bueno imprime un sesgo distinto a la definición de McLuhan referida a la televisión como aldea global. Esta «aldea global» parecía comunicar a todos los hombres entre sí a través de sus receptores. Pero la «difusión» es un modo no claro de explicar esta estructura globalizadora, mientras que sí lo es la «atracción». La televisión globaliza mediante una atracción multilineal, pues todas las televisiones que retrasmiten el evento mundial que sea se enfocan hacia ese escenario atractor.

Modelo 8: Imperialismo económico-político del Imperio romano o del Imperio americano presente.

Algunos teóricos analizan las globalizaciones que han promovido y promueven algunos Imperios desde este último modelo. Ejemplo del pasado sería el Imperio romano y, del presente, el actual Imperio norteamericano. Dice Bueno que cuando Roma venció a Cartago, su control sobre los territorios adyacentes se amplió rapidamente: «extrajo recursos monetarios del conjunto de su esfera de influencia e importó grandes cantidades de productos alimenticios y manufacturados: «Todos los caminos conducen a Roma». Esta globalización de la economía mediterránea determinó una polarización de la sociedad en forma de una plebe económicamente inútil por un lado y de una plutocracia depredadora por otro (de una minoría atiborrada de riquezas dominando a una población proletarizada)… El mismo modelo de globalización intenta ser aplicado en el análisis del Imperio norteamericano del presente» (pág. 237).

Cuando Gustavo Bueno termina de explicar sus ocho tipos de globalización relaciona su análisis con las ideas de globalización barajadas en un primer momento de cara a reexponerlas ante esta nueva luz. Estas ideas son las de «globalización oficial» y las de «globalizaciones alternativas».

En primer lugar, y desde la perspectiva «emic», la «Idea oficial» de la Globalización:

— Se ajusta al tipo (I), pues se entiende en sentido expansivo

— Pretende ser (b), tiende a la universalización, lo cual le aproxima a lo omnilineal

— A tenor del tipo (A), quiere conformarse como globalización especializada, sobre todo si se tiene en cuenta como fenómeno fundamentalmente económico

En conclusión, desde la perspectiva «emic», la Globalización está cerca del modelo que tiene el número 3.

En segundo lugar, y desde la perspectiva «etic», la «Idea oficial» de la Globalización, tiene otras características:

— Se sigue ajustando al tipo (I) por lo que se entiende también en sentido expansivo

— Ya no tiende a ser omnilineal y se considera como efecto de un solo punto de acción (a) que, como no podría ser de otra manera, está representado por Estados Unidos

— Teniendo en cuenta el punto de vista «etic» de los grupos antiglobalización, se ve esta idea oficial «no como mero proceso especializado económicamente, sino como un proceso más general (B), no solo económico, sino político, muy próximo al Imperialismo: los movimientos antiglobalización suscriben muchas veces las pancartas: «Yanquis, Go Home» (pág. 239). Esta idea «etic» de Globalización se aproxima por tanto al modelo 2.

Las ideas relativas a las globalizaciones alternativas divergen solo en la oposición I/II, y puede afirmarse que casi todas ellas se ajustan al modelo 2 de la tabla, además, las diferencias que pueda haber entre ellas solo dependerán de categorías que las definirán en cada caso.

4.4. ¿Los Estados Unidos de Norteamérica como motor de la Globalización?

Gustavo Bueno ha señalado que después de la Segunda Guerra Mundial se dio un punto de inflexión en la forma de hacer política de EEUU, de manera que ante esa nueva situación política comenzaría su proyecto de Globalización particular. Un proyecto que quiere convertir cualquier «modus vivendi» de los que se dan en el mundo en el «American Way of Life». Este modo de vida lleva aparejada una serie de características: la foma de vivienda, la indumentaria, la alimentación, el tipo de música, la democrácia parlamentaria, la monogamia, el deismo… Como ya hemos visto, lo que hoy reconocemos como «Imperio norteamericano» es el que mejor se ajusta a la «idea oficial de globalización». Cuando Gustavo Bueno explica cómo es el primero de los modelos de Globalización de su tabla taxonómica vemos como Estados Unidos quiere imponer globalmente el idioma inglés y, también, exportar su forma de gobierno, pero hemos apuntado también que el caso más importante de este modelo es el de la forma de gobierno a exportar por el Imperio, la «democracia parlamentaria». Esta es la condición indiscutible para poder poner en práctica el modo de vida señalado antes. Esta forma de gobierno es la que que EEUU quiere imponer mundialmente como objetivo prioritario de la Globalización, y será la garantía de la libertad y la paz en todo el orbe. Lo que George Bush (hijo) expresó con la «revolución democrática global», una idea que estaba ya en el inconsciente colectivo de los norteamericanos, pues en 1845 lo había, en cierto modo, expresado el periodista norteamericano John Louis O’ Sullivan: el papel mundial de los Estados Unidos tenía, según él, un «destino manifiesto». La doctrina parece señalar la misión «beatífica» de llevar la libertad a otros territorios. O ‘Sullivan la expresó como tal y por primera vez, pero se ha invocado múltiples veces por muchos presidentes, el último en hacerlo, el apuntado más arriba.

Frente a estas formas globalizadoras impulsadas por los intereses de la primera potencia mundial actual debemos sin embargo señalar otras. Consideremos el eslogan repetido y repetido en mucha páginas web y que se expreso por primera vez, en 2003, por Noam Chomsky: «El futuro de la humanidad depende de oponerse a la globalización». Para esté militante antiglobalización –que por su condición de filósofo de renombre quizá sea el más importante entre todos ellos– cada medida neoliberal coarta las mismas decisiones democráticas para fomentar con ellas la tiranía de los intereses privados. Estamos por tanto en una nueva tesitura de choque de «globalizaciones». A la globalización de EEUU se le opone la globalización pacifista que promueven en general los que están a la cabeza de los movimientos antiglobalización (ATTAC, Greenpeace, Ecologistas en Acción, Los verdes, Amigos de la Tierra, Earthaction…), con dirigentes como Walden Bello, José Bové, Bernard Cassen, Susane George, y tantos otros. En la página web del diario «El país» podemos ver como definen su papel: «Los activistas antiglobalización exigen una sociedad más justa, el control del poder ilimitado de las multinacionales, la democratización de las instituciones económicas mundiales y la distribución más equitativa de la riqueza. Sus enemigos principales son las multinacionales y las grandes organizaciones económicas y políticas internacionales, fundamentalmente el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI)»{47}. Gustavo Bueno incide en que hoy estos partidarios de la antiglobalización ven el fenómeno de la Globalización como imperialismo norteamericano. En general, defienden la necesidad de una vuelta a la idea del proletariado unido: «el Género humano, es la Internacional». Una «nueva Internacional» para luchar por una globalización que favorezca a todos los hombres y no a unos pocos. Chomsky se autopostula como teorizador de una «globalización global» (así la denomina Gustavo Bueno cuando define las distintas categorías de globalización, las cuales aquí parecen mostrarse como entrelazadas en una). Esta unificación de globalizaciones llevará –al menos así lo considera el ideario pacifista- a la anulación de todo poder que tienda a la tiranización del ser humano.

Por lo tanto, la respuesta a la pregunta del último subepígrafe estaba ya contestada en la taxonomía que Gustavo Bueno nos da en «La vuelta a la caverna. Terrorismo, Guerra y Globalización». Estados Unidos quiere regalarnos su modo de gobierno, por ser el mejor de los conocidos y el que nos va a traer paz y bienestar. En ese marco político los ciudadanos de los países democratizados conseguiremos lo más importante: ser unos consumidores felices –pues podremos elegir lo que más nos guste, dependiendo de nuestro particular poder adquisitivo– en el cada vez más consolidado mercado pletórico. Frente a esta Globalización está la de los movimientos que se le oponen frontalmente y que con sus peticiones de paz se resisten a salir «de la caverna». Estos movimientos se dan en un abanico de posibilidades que van desde la mayor ignorancia de lo que sucede hoy día en nuestro mundo hasta cierta ingenuidad imperdonable en autores de renombre, como es el caso de Chomsky. Gustavo Bueno lleva a cabo un análisis, en su texto de 2004, que clarifica y concreta las ideas que, dada su tremenda oscuridad, se aparecen ante los ojos de los militantes antiglobalización como sencillas y simples… metas posibles/fáciles de conseguir. Pero la simplicidad es un espejismo, una fantasía que puede desaparecer si se atiende a las definiciones que Gustavo Bueno nos ha expresado con tanta rotundidad. El texto está ahí, al alcance de todos. Todos lo puede leer y, la decisión de salir o de volver a la caverna, será siempre de cada uno.

5. Conclusión

Estas pocas páginas han querido servir para hacer un estudio que extracte las ideas que el sistema del Materialismo Filosófico tiene en relación con la economía mundial. Los textos de Gustavo Bueno están ahí, por si aquí algunas de sus propuestas no están muy claras o para ampliar cualquier idea que en este trabajo haya quedado poco desarrollada. Para mostrar lo que el materialismo filosófico plantea en relación a la economía mundial, hemos partido del cierre operatorio de la economía política que Gustavo Bueno nos plasma en su Ensayo sobre las categorías de la economía política, y después hemos tenido en cuenta el exhaustivo análisis que de la «Idea de Globalización» desarrolla en el texto La vuelta a la caverna. Terrorismo, Guerra y Globalización. También nos hemos apoyado en diversos escritos que, sobre estos asuntos, desarrolla en artículos y en otros de sus libros. La clarificación que Gustavo Bueno nos propone, de los conceptos económicos que se barajan normalmente en estos ámbitos del saber, va paralela a sus críticas a las distintas teorías económicas, sean éstas de índole marxista o liberal. Por otra parte, la clarificación de la «Idea de Globalización» la lleva a cabo mediante la propuesta taxonómica de los distintos tipos de globalización que se dan, de manera que con tal análisis consigue la completa demolición de la «idea oficial» que de ella se tiene.

En primer lugar, y en relación al primer libro estudiado, podemos concluir que respecto del marxismo su diagnóstico fue certero: la economía política marxista era un gigante con pies de barro. No pasaron ni veinte años de la publicación del «Ensayo sobre las categorías de la economía política» y la praxis marxista –personificada en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas– se vino abajo. Tal debacle vino a significar que la trasformación social no podía ser llevada a cabo por un sujeto inexistente, metafísico, como era ese «género humano» tan mentado en los textos marxistas –e incluso constantemente «cantado» en las reuniones de comunistas de todo el orbe–. El elemento trasformador, el elemento que ejerce la tracción en la historia de hombres y mujeres, no puede ser un ente metafísico sino que es el individuo cuando se relaciona con otros individuos de forma compleja, cuando conforma Estados y los intereses de estos últimos chocan entre sí… La teoría del Estado de Gustavo Bueno se desarrolló en muchos de sus textos tras que la prudencia le llevara a esperar a ver qué sucedía con un proyecto tan importante como era el de la URSS (el proyecto del comunismo futuro, pero que los rusos, ingenuamente, querían hacernos ver ya como presente){48}. El poco tiempo trascurrido tras la publicación del mismo vino a confirmar que la praxis del marxismo no había sido la adecuada, que se había desarrollado a partir de errores teóricos de base, los cuales se muestran de forma diáfana en el «Ensayo».

Además de la contundente crítica que en el texto de 1972 desarrolla para con la economía del bloque del Este dominado por el gigante soviético, en el mismo texto enfrenta su propuesta clarificadora también a distintas propuestas de la economía liberal. Desde la perspectiva de la Historia de la Filosofía, hemos atendido a cómo autores como Adam Smith, Pierre Naville y William Stanley Jevons son analizados, haciéndolos atravesar por tamiz crítico del Materialismo filosófico. La economía del liberalismo impera desde la caída de la URSS el año 1991. El liberalismo económico lleva por tanto dos décadas sin rival y, hoy por hoy, es el protagonista en la economía mundial marcada por el fenómeno de la «globalización». Una globalización cosmopolita que se conformó como ideología política tras el derrumbamiento de la URSS. La globalización tal y como se habla de ella en la actualidad en todos los informativos, en la prensa escrita, en Internet… es una idea que considera que su radio de acción efectiva es la de un inexistente Estado planetario asociado a la totalidad de los seres humanos que lo deberían conformar.

Pero este problema no era importante en los días en que se escribió el Ensayo sobre las categorías de la economía política, por lo que tuvo que ser en el texto de 2004. En este texto, Gustavo Bueno nos muestra cómo, dentro del «marco» de la Globalización, la economía sigue su movimiento habitual de mercado, con su consiguiente rotación de los intercambios, y cómo ese movimiento centrífugo no es un movimiento normal por darse en una situación ficticia, la de un irreal Estado Universal. Si no podemos hablar de «rotación recurrente» en una situación así, es porque no existe la propia situación, o sea, que no hay «economía global» propiamente dicha. Las categorías económicas («rotación recurrente») y la idea filosófica de la economía deben engranar y no lo hacen pues esta idea no es capaz de incorporar («críticamente») conceptos categoriales materialmente utilizados como son «Género humano», «Estado Universal», «economía global», &c. Y que lo que hace que el fenómeno de la «Globalización» se pueda ver como verdaderamente nuevo es que se ha conformado como una nueva «idea aureolar». Hemos visto también, como Gustavo Bueno tritura en su libro la oscura «idea general» de Globalización que desborda el marco de referencia –la categoría económica– que le habíamos impuesto para que pudiera ser tratada en principio con el mínimo rigor.

En la taxonomía que nos ha mostrado Gustavo Bueno en La vuelta a la caverna, la «democracia parlamentaria» es la más importante de entre las globalizaciones en marcha. Esta democracia es la forma de gobierno que EEUU quiere imponer mundialmente como garantía de la libertad «democrática» y de la paz «democrática» también. Para Gustavo Bueno la mayor debilidad de este proyecto globalizador es la consideración de promotora de paz y libertad a escala mundial, ya que tal punto de vista es gratuito pues la democracia parlamentaria es inseparable del sistema de «mercado pletórico» universal. Por tanto, la globalización de la democracia es, en si misma, un proyecto abstracto, imposible de llevar adelante, a espaldas de la globalización de los mercados pletóricos de la denominada hoy día «sociedad del bienestar». Y es que la forma de hacer política de EEUU es el también proyecto actual de globalización que podemos observar como exportanción del «American Way of Life».

Bibliografía

Bueno, Gustavo. Ensayo sobre las categorías de la economía polític, La Gaya Ciencia, Barcelona 1972.

España frente a Europa, Alba Editorial, Barcelona 1999.

«Etnocentrismo cultural, relativismo cultural y pluralismo cultural», El Catoblepas nº 2, abril 2002.

«Mundialización y Globalización», El Catoblepas nº 3, mayo 2002.

El mito de la izquierda, Ediciones B, Barcelona 2003.

La vuelta a la caverna. Terrorismo, Guerra y Globalización, Ediciones B, Barcelona 2004.

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Carvallo, Ismael. «Tesis de Gijón», El Catoblepas nº 53, julio 2006.

Delgado, Javier. «La economía como disciplina científica», El Catoblepas nº 13, marzo 2003.

Engels, Federico. El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Editorial Fundamentos, Madrid 1977.

Notas

{1} Un texto al que se puede acudir en la página web de la Fundación Gustavo Bueno, pues allí está reeditado en formato pdf, para quien esté interesado en su lectura www.fgbueno.es/gbm/gb72cep.htm

{2} Gustavo Bueno, Ensayo sobre las categorías de la economía política, La Gaya Ciencia, Barcelona 1972, pág. 67.

{3} Javier Delgado Palomar, «La economía como disciplina científica», El Catoblepas, nº 13, mayo 2003, página 13.

{4} El cierre categorial de la razón económica está desarrollado en el texto que estamos analizando (páginas 39 a la 102). El diagrama de las categorías de la economía política está en la página 47.

{5} El profesor Bueno señala que estas tres relaciones matemáticas conectan los individuos con los bienes y con la moneda de manera que sin ellas no habría posibilidad de funcionamiento del mercado. Y concluye a partir de ello en como las formas del intercambio, sujeto a esas tres propiedades anteriores, ha sido uno de los factores de racionalización más importantes en la historia, siempre teniendo en cuenta que tal efecto racionalizador solo pudo darse a partir de la complejización generada por el uso de dinero.

{6} Gustavo Bueno, Ibídem, página 45. Los individuos, los módulos en ese caso que nos ocupa, participan unívocamente de la definición de la especie a la que pertenecen sobre todo si consideramos las especies como totalidades distributivas. En una totalidad distributiva las partes son homogéneas y mantienen relaciones reflexivas, simétricas y transitivas.

{7} La división de subjetivo/objetivo queda borrada en la categoría económica. El módulo se define por todos los bienes a que tiene opción mediante el dinero. En el momento de mayor subjetividad el módulo es absolutamente objetivo pues lo que hace es fabricar bienes para cambiar, comprar o vendérselos a otros.

{8} «En la perspectiva de la rotación sistemática recurrente, los módulos dejan de ser simplemente consumidores y aparecen también como productores». Bueno, Ib., pág. 59.

{9} Para saber a que nos referimos aquí con «relaciones circulares», como contrapuestas a las «radiales» (página 42 del Ensayo) podemos verlas como las que se dan en el «eje circular» del «espacio antropológico», una teoría ésta muy fructífera para el materialismo filosófico, a la que, para su desarrollo, podemos acudir a muchos textos de Gustavo Bueno, o también a http://www.filosofia.org/filomat/df244.htm

{10} Gustavo Bueno, Ensayo sobre las categorías de la economía política, págs. 46-47.

{11} En las escuelas antropológicas posteriores al «evolucionismo», por ejemplo, en las escuelas funcionalistas (representadas por Bronislaw Malinowski) y después, en algunas variables del estructuralismo (representadas por Claude Levi-Strauss), el pluralismo cultural fue deslizándose poco a poco hacia un relativismo radical: cada esfera cultural tendría su propia estructura interna (emic), que sería imposible entender desde fuera (etic). Por ello cabrá decir, con Levi-Strauss: «Salvaje es quien llama a otro salvaje.» Gustavo Bueno, «Etnocentrismo cultural, relativismo cultural y pluralismo cultural», El Catoblepas, nº 2, abril 2002, página 3.

{12} Gustavo Bueno, Ensayo sobre las categorías de la economía política, pág. 97.

{13} Gustavo Bueno, La vuelta a la caverna…, Ediciones B, Barcelona 2004, pág. 205. Asegura Bueno además que el Estado, cuando adopta el papel de gendarme, establece también una escolarización obligatoria que haga de los individuos buenos productores y consumidores. También elabora las infraestructuras y, cómo no, una cobertura de la seguridad social que mantenga una mínima población que garantice que el sistema se mantenga.

{14} Ante estas débiles propuestas cargadas de ideología del Presidente Zapatero podemos considerar lo que nos dice Gustavo Bueno en su artículo «Globalización y Mundialización», publicado en El Catoblepas. Por un lado apunta la propuesta de Toynbee al definir la cultura humana como una división de «civilizaciones globales», para después atender a la lectura que de esta afirmación hace Huntington, el cual afirma que es imposible que una civilización incorpore a su ámbito a otras civilizaciones englobantes. Samuel P. Huntington elabora así su teoría del «Choque de civilizaciones», «a la que los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 dieron una inesperada actualidad ideológica. La teoría del choque de civilizaciones, en este caso el choque entre la «civilización occidental» y la «civilización islámica», podía servir para «legitimar» y orientar la respuesta de los EEUU, de acuerdo con la llamada «Carta de América», de 14 de febrero de 2002, suscrita también por Huntington. Gustavo Bueno,  «Mundialización y Globalización», El Catoblepas, nº 3, mayo 2002, página 2.

{15} Esta idea volverá a ser atendida más adelante cuando analicemos la posible existencia de economías globalizadas.

{16} Gustavo Bueno, Ensayo sobre las categorías de la economía política, pág. 102.

{17} Federico Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Editorial Fundamentos, Madrid 1977, págs. 210-211.

{18} De la misma manera que no se percataba de que él mismo era su mayor contrincante, pues su modo de actuar iba en su contra, ya que agrupaba masivamente a la clase obrera bajo el mismo techo, repartiéndolos en cada una de las fábricas, y ello representaba el primer paso para la futura autodestrucción. Entre los alienados trabajadores lo importante, para acelerar el proceso, era la adquisición de «conciencia de clase» y observar a su vez la necesidad de la toma del poder. La vuelta del revés del marxismo en relación al papel de contenidos superestructurales como es el de la «conciencia de clase» son clarificados en el «Ensayo»: «Pero ¿por qué la base habría de necesitar una conciencia, por qué habría necesidad de expresarse en el arte, en la religión —a la manera como la libido de Jung necesitaba metamorfosearse en símbolos? Esta hermenéutica convierte al materialismo histórico en una disciplina similar a esa clase de Frenología que, apoyada en las relaciones efectivas entre el cráneo y el cerebro, y recogiendo de paso conexiones del máximo interés, concluye que es el cerebro el que ha sido creado por el cráneo. Gustavo Bueno, Ibídem, pág. 83.

{19} Hasta aquí, pero transformado y con una introducción mucho menos amplia hay un pequeño artículo publicado por la «Asociación de Filosofía de Castilla La Mancha» pues se presento en sus XV Jornadas una introducción a este trabajo, al cual puede leerse en esta dirección: http://sfcm.filosofos.org/modules/news/article.php?storyid=56#_ednref1

{20} Esta forma de socialismo podemos relacionarla con la «Séptima generación de izquierda», a la que se refiere el profesor Bueno en su texto «El mito de la izquierda». A partir de esa sugerencia de Gustavo Bueno se elaboró por parte de Ismael Carvallo Robledo el interesante documento intitulado «Tesis de Gijón» que puede leerse en (http://nodulo.org/ec/2006/n053p04.htm). Allí defiende Carvallo que este nuevo Socialismo –pensado en español– se opondría desde un redefinido Imperio Iberoamericano al actual Imperio anglosajón. El motor de la historia no es la lucha de clases sino la lucha de Estados imperiales que incluye como uno de sus elementos en pugna también a la de clases.

{21} Gustavo Bueno acuña este nuevo concepto («idea aureolar») para el materialismo filosófico. Un concepto de gran riqueza y que permite clarificar y distinguir entre una suerte de ideas que hoy día están en el acervo de tantos y tantos analistas y comentadores, entre los cuales podemos incluir importantes filósofos de hoy en día y de otros tiempos. Para saber que es con más detalle una idea aureolar acudir a la enciclopedia filosófica symploke: http://symploke.trujaman.org/index.php?title=Idea_aureolar

{22} Bueno, Ensayo…, págs. 74-75. El primer entrecomillado de esta cita del libro de Gustavo Bueno es a su vez una cita del texto de Naville «Classes sociales y classes logiques». El segundo entrecomillado es cita del «Manual de Economía Política» editado en 1960 por la Academia de Ciencias de la URSS.

{23} La escala utilitaria es distinta a partir del marginalismo pues el precio de un bien se define a través de su la «utilidad marginal» es la que definirá el precio de los bienes que sean, por lo que la «utilidad objetiva» cuantificable no es la importante. Dice Gustavo Bueno: «Los individuos de Stuart Mill son ciudadanos o campesinos, sujetos de necesidades, de demandas subjetivas, pero inmediatamente, esta subjetividad, sin ser negada, es limitada, a la «demanda objetiva»» (Bueno, Ib., pág. 106). Respecto de la utilidad marginal, el ejemplo que podemos poner es el siguiente: allí donde un bien es abundante su valor disminuye, algo que puede observarse en los mercados cuando llegan los productos de temporada y las subidas o bajadas de los precios de estos productos según la bondad de las cosechas. Friedrich von Wieser es el economista al que se le atribuye la acuñación del término de «utilidad marginal».

{24} Javier Delgado, «La economía como disciplina científica», El Catoblepas, nº 5, julio 2002, pág. 9.

{25} El punto impropio puede definirse como «el distante lugar donde dos rectas paralelas se cortarían». Esta cuestión la trata este autor en: http://nodulo.org/ec/2009/n094p18.htm

{26} Bueno, Ensayo…, pág. 164 (nota a pie de página).

{27} Bueno, La vuelta a la caverna. Terrorismo, Guerra y Globalización, Ediciones B, Barcelona 2004.

{28} Ibídem, pág. 196. Bueno cita el texto de Economía política de F. von Kleinwächter, editado en 1940.

{29} Un ejemplo de este rechazo –en España, pero que seguro lo es de más lugares del mundo– es la oposición, que va más allá de lo verbal, en la colaboración que estas empresas tienen que mostrar ante organismos nacionales como es el INE, el cual se ve en algunos casos forzado a multar a algunas de ellas cuando se muestran reacias a facilitar los datos relativos a su producción o a los precios de sus productos. Unos datos que el INE les solicita mensualmente para llevar a cabo sus estadísticas sobre «índices de producción y de precios industriales».

{30} Ib., pág. 198. El término «dumping social» puesto entrecomillas en el buscador de Google tiene casi treinta mil entradas, mientras que «dumping político» no llega ni a doscientas, además de que la mayoría está usado como metáfora del primero. Gustavo Bueno aclara más abajo que el «dumping social» solo alcanza el sentido que se le quiere dar si se le enmarca en una inexistente «globalización cosmopolita» y si no se tiene en cuenta el falso fenómeno se convierte en un mero fenómeno puntual, derivado de la política oportunista del mandatario de turno para conseguir más rendimiento económico.

{31} Bueno, La fe del ateo, Ediciones Temas de hoy, Madrid 2007, pág. 367.

{32} Bueno, La vuelta a la caverna…, pág. 261.

{33} http://www.bibliotecapleyades.net/sociopolitica/sociopol_chomsky03.htm La cita está sacada de la anterior página web. Con relación a este famoso autor señalaremos aquí que es quizá la figura más emblemática entre los defensores de la «antiglobalización». Cuando participó en enero de 2002 en el «II Foro Social de Porto Alegre» defendió la necesidad de una «nueva Internacional» para luchar por una globalización que favorezca a los intereses de los seres humanos y no a los del gran capital.

{34} Bueno, La vuelta a la caverna, págs. 207-208.

{35} Estas cuestiones están tratadas más profusamente en el texto de Gustavo Bueno España frente a Europa, Alba Editorial, Barcelona 1999, capítulo III (la cita es de la página 183).

{36} Esta propuesta la elevó en enero de 2002 cuando intervino en el «II Foro Social de Porto Alegre».

{37} Bueno, La vuelta a la caverna, pág. 213.

{38} Las definiciones de diamérico (http://www.filosofia.org/filomat/df034.htm) y metamérico (http://www.filosofia.org/filomat/df035.htm) pueden verse en el diccionario de filosofía del materialismo filosófico de Pelayo García Sierra.

{39} Bueno, Ibídem, pág. 37.

{40} Aquí, Bueno aprovecha para mostrar cuan equivocados estaban los que, con Lyotard a la cabeza, afirmaban el fin de los «grandes relatos», debido a que siempre que se tiene en cuenta la idea de «todo», coextensivamente también la de «parte», es forzoso huir de de cualquier tipo de pensamiento fragmentario como es el defendido por esos autores posmodernos que renunciaron a los desafíos que su consideración nos plantean.

{41} A las totalidades distributivas nos hemos referido en nota anterior. Las atributivas pueden rastrearse en el diccionario symploke (http://symploke.trujaman.org/index.php?title=Totalidades_atributivas) y ambas en el diccionario de «filomat» de Pelayo García: (http://www.filosofia.org/filomat/df024.htm)

{42} Aquí, la idea de globalización es una idea oblicua. Para definir éstas ideas y sus correlatos, las ideas rectas, debemos acudir al texto de Gustavo Bueno «España frente a Europa» cuando analiza la idea de Nación. En él señala que toda idea oblicua es la que está construida a partir de una plataforma que no está explicada de forma explícita y que con su introducción provoca la reinterpretación de la idea que en principio se consideraba «recta».

{43} Dice Gustavo Bueno: «Esta idea oblicua de Globalización puede tomar múltiples valores, según los parámetros determinantes del campo a globalizar (el ‘fondo’ del proceso) y del Globo resultante de la Globalización. Por ejemplo, si tomamos como campo a la «biosfera» en cuanto «entidad» distribuida en múltiples biotopos, hablaremos de «globalización de una especie» para describir el proceso mediante el cual esa especie (según ya hemos dicho) va desbordando su biotopo en forma de plaga, a fin de colonizar a todos los demás lugares de la biosfera. Pero solo podríamos hablar así cuando nos hemos situados en la plataforma de una «colonización total», ubicua… Sólo desde esa plataforma, podríamos interpretar la propagación de la plaga como el proceso de su globalización. Si eliminamos la plataforma de referencia, ya no podremos hablar de globalización, sino únicamente de plaga, más o menos invasora. Bueno, La vuelta a la caverna, pág. 223.

{44} En relación a estas categorías «poco categorizadas», Bueno cita a Stiglitz que, desde su economicismo, mezcla dos formas de globalización sin entrar a un análisis de sus distintas particularidades: «la globalización no se identifica con la «globalización mal llevada»… y entonces, la globalización puede ser una fuerza benigna: «la globalización de las ideas sobre la democracia y la sociedad civil han cambiado la manera de pensar de la gente». Bueno, La vuelta a la caverna, pág. 226.

{45} El cuadro está sacado directamente del libro de Gustavo Bueno, Ibídem, pág. 227.

{46} Los ocho tipos están enumerados en la página 228 de «La vuelta a la caverna», y en las siguientes están desarrolladas las explicaciones que considera pertinentes y de las cuales hacemos un resumen en este estudio.

{47} http://www.elpais.com/especiales/2001/antiglobalizacion/pretensiones.html

{48} Incluso en el XXII Congreso del PCUS, llegaron a afirmar que la «Dictadura del proletariado » había terminado, que ya habían alcanzado la fase histórica del comunismo: «Después de haber asegurado la plena y definitiva victoria del socialismo –primera fase del comunismo– y el paso de la sociedad a la amplia edificación del comunismo, la dictadura del proletariado –se señala en el programa del P.C.U.S.– ha cumplido su misión histórica y desde el punto de vista de las tareas propias del desarrollo interno, ha dejado de ser necesaria en la U.R.S.S.» http://www.filosofia.org/enc/ros/dic.htm

 

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