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El Catoblepas, número 109, marzo 2011
  El Catoblepasnúmero 109 • marzo 2011 • página 12
Artículos

La Idea de la Nación Mexicana
a través de tres momentos

Armando Francisco Azúa García

El Virreinato, el Porfiriato y la Revolución Mexicana de 1910

Agustín de Itúrbide como Emperador de México Agustín I

Al finalizar el año 2010 y con él, la conmemoración de los doscientos años de la independencia del Estado Mexicano, y cien de la revolución, nos encontramos en un entorno apropiado para reflexionar sobre el significado que estas dos conmemoraciones tienen para el país, al tiempo que se hace necesaria una revisión crítica de los acontecimientos mencionados.

Resultado de una confusión semántica, propia del siglo XIX y que persistió aún muy avanzado el siglo XX, el lenguaje coloquial aún tiende a confundir al estado y a la nación. Esta confusión en buena medida es resultado del pensamiento ilustrado y hegeliano que veían en el estado la máxima aspiración de la nación, lo que llevó a la creación de máximas incuestionables como aquellas que nos decían que el estado era el pueblo –o la nación– organizada políticamente y que, por lo tanto, toda nación debería aspirar a tener un estado que la representara, esta máxima incluso está presente en el siglo XX en documentos tales como la Paz de París y las propuestas wilsonianas posteriores a la Gran Guerra de 1914-1918 y aún en la propia Carta de las Naciones Unidas en cuyo nombre resulta clara esta aspiración de unir estado y nación.

En el caso mexicano, podemos mencionar que la confusión no es menos clara que en otros países y que por lo tanto, las fechas conmemoradas en el año 2010 tienen que ver más con el Estado Mexicano que con la propia Nación Mexicana. Aun así, ¿cuál es la fecha de nacimiento del Estado Mexicano?, ¿corresponderá esta a la firma de los Tratados de Córdoba el 24 de Agosto de 1821?, o ¿a la entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México y la Proclamación del Imperio Mexicano los días 27 y 28 de Septiembre de ese mismo año?, ¿o por qué no conmemorar el reconocimiento por parte de España de esta independencia no ocurrida hasta 1836? En todo caso ¿por qué conmemorar los acontecimientos de Septiembre de 1810 cuando ni siquiera se habló de México y su posible independencia? En todo caso, ¿por qué no recordar a José María Morelos como el verdadero padre de la independencia, proclamada por la Constitución de Apatzingán? Todas estas fechas son importantes para la construcción de la idea de la Nación Mexicana, pero lo son más aún para el Estado Mexicano.

En cuanto a la idea de la nación en México, podremos decir que su evolución si bien ligada a los eventos conmemorados, ha sido mucho más larga y silenciosa que las guerras y revueltas que tanto recordamos.

Primer momento. El Virreinato y los primeros años de la Independencia

A todo esto ¿cuándo nace la Nación Mexicana?, pregunta en extremo difícil de contestar, al grado que incluso podríamos preguntarnos si algo tal como «la Nación Mexicana» existe o ha existido en los términos que se le ha intentado entender{1}, pero podemos estar seguros que si ubicamos su origen en la noche del 15 de Septiembre de 1810 o quizá en las tertulias conspiradoras de Querétaro nos estamos equivocando. La Nación Mexicana, se fue de una u otra forma gestando desde la propia construcción de la sociedad novohispana, con una pequeña parte de mestizaje y otra, originalmente mucho más importante, de criollismo. La primera nación es mucho más una continuación de los valores medievales castellanos, centrado en el honor y la hidalguía conquistadora, así como en profundos valores religiosos, cuyos representantes, elevados a la categoría de encomenderos, adquieren un vínculo con la tierra en razón de la conquista.

Esta nueva sociedad criolla, funcionó en la medida en que la corona Habsburgo, dominante en España, reconocía sus concesiones, pero habrá que esperar al cambio dinástico de 1700 en el que la llegada de los Borbones con sus reformas administrativas desplaza al antiguo sistema medieval por una administración pretendidamente ilustrada y racional. En ese momento los nuevos Intendentes nombrados desde España suplantarán la autoridad de los criollos, descendientes de los conquistadores quienes para ese momento ya han establecido fuertes lazos de identificación con las tierras americanas.

Es en este enfrentamiento, donde podemos ver la aparición de un proyecto de nación mexicano, que aunque en ese momento aún se vincula fuertemente con la corona española, ya encuentra suficientes elementos diferenciadores. Como David Brading{2} nos dice, serán tres los elementos que identificarán a este primer nacionalismo criollo-mexicano:

a. El Guadalupanismo, como símbolo de bendición divina a la tierra mexicana, la visita a estas tierras por parte de la Madre de Dios, es algo que ni en la península había ocurrido (no es comparable en importancia la aparición del Apóstol Santiago) de ahí la máxima guadalupana: «Non fecit taliter omni nationi»{3}. El enfrentamiento entre criollos y peninsulares se evidenciará en la devoción a la Guadalupana por parte de los criollos o a la Virgen de los Remedios por parte de los peninsulares, en memoria del estandarte de Cortés.

b. Aztequismo: Brading nos menciona que para los criollos fue necesario crear un pasado épico a la altura de las civilizaciones clásicas del Mediterráneo, que justificaran el importante peso de la Nueva España dentro de la civilización cristiana. Encontramos, ya en 1615, el primer intento de darle a las culturas prehispánicas el estatus de civilizaciones clásicas con la obra de Juan de Torquemada, «Monarquía Indiana», si bien mantiene la imagen de la religión prehispánica como obra demoniaca{4}. Así se creará por parte de los destructores del antiguo sistema, una sociedad prehispánica idealizada, compuesta por reyes sabios, poetas, arquitectos y filósofos paganos, similares a los clásicos griegos, que estaban en espera de la llegada de la luz cristiana.

c. Antiespañolismo: Mucho menos elaborado que los dos anteriores y simplemente fruto de la competencia política y de sentimientos localistas, los criollos culparán a los peninsulares de todos los males de la Nueva España, ya que por su desarraigo a la tierra, no les importa la prosperidad de esta.

Así, el pensamiento criollo de la época reúne elementos de la ilustración, y el nacionalismo que en buena medida esta propone, pero además está cargada de un conservadurismo importante que no está exento de vestigios feudales. La primera idea de México corresponderá más a una concepción medieval que a la de una nación en términos modernos y en la que por supuesto, la gran masa de población indígena no es siquiera considerada.

La manifestación clara de estos enfrentamientos queda demostrada con los escritos de Francisco Javier Clavijero, estudioso criollo y religioso jesuita que siendo expulsado con su orden en 1768 se exilia en Bolonia donde escribirá una de las máximas apologías de las culturas prehispánicas y en buena medida sustento del nacionalismo criollo mexicano, la «Historia Antigua de México» de 1780, resaltando que Clavijero ya usa el nombre de México para referirse a todo el territorio del virreinato y no la denominación oficial de la época que es Nueva España.

«Clavijero se vale de los modelos y de las técnicas del historiador occidental para escribir un relato unitario, coherente, razonado y elegante de la historia de una nación indígena. Es un relato del pueblo mexica desprovisto de los estigmas satánicos y providencialistas que propagaron los cronistas religiosos. En lugar de ver al indígena como un ser inferior, Clavijero lo contempla como un igual a cualquier otro ser humano.»{5}

En 1808 con la invasión de España por Napoleón, los criollos verán la oportunidad de tomar el control político de la Nueva España, a través del Ayuntamiento de la ciudad de México y en ausencia del Rey Carlos IV, retomaron la idea de que la soberanía de la corona era resultado de un pacto original entre el pueblo y esta, por lo que al abdicar el poseedor legitimo de la soberanía por herencia, esta en principio regresaba al pueblo y a sus representantes, de esta manera, los criollos integrantes del cabildo de la Ciudad de México, en representación del pueblo (por supuesto criollo) procedieron a derrocar al virrey y gobernar en ausencia del rey y hasta que este regresara al trono, es en este movimiento criollo que aspiró al autogobierno y es donde se encuentran las bases del movimiento de Hidalgo.

La llamada «Guerra de Independencia», que en realidad es una serie de movimientos, más o menos vinculados, y donde se van radicalizando las ya mencionadas intenciones autonomistas de los criollos. Aun en el Tratado de Córdoba, queda la intención de que Fernando VII reconozca la independencia de México dentro de una gran monarquía hispánica. Iturbide sabía que esto era inaceptable para Fernando VII, pero también sabe que la única oportunidad que él tiene para legitimar sus aspiraciones al trono, es que Fernando VII rechace el ofrecimiento.

La Independencia, efectiva a partir de 1821, no es una revolución, es decir, los cambios en las estructuras sociales y económicas no serán significativas, y aunque en 1824 por primera vez se adopta un gobierno republicano, el poder sigue en manos de los que siempre lo tuvieron, los criollos, ahora llamados legalmente «mexicanos», pero la gran mayoría de la población indígena es ajena a sus aspiraciones nacionalistas y poco les importa la política de estos «grandes» políticos. México si bien ya es una realidad política, un estado, solo es nación para una minoría.

Sin embargo el siglo XIX comenzará a integrar a más personas dentro de la nación. Las guerras e intervenciones llevarán a que cada vez más indígenas, ajenos al proyecto de las élites, se identifiquen, poco a poco, con la idea de México en sus dos acepciones, es decir, como estado y como nación. Las élites conservadoras y liberales, pero al fin, herederas las dos de los antiguos criollos y mestizos, necesitan incorporar a los indígenas para que sus respectivos proyectos sean viables. Durante el siglo XIX los nuevos elementos de identificación nacional, han cambiado a la defensa de la soberanía e integridad territorial y a la consecución de un proyecto económico-político del estado.

Segundo momento. El Porfiriato

Durante el porfiriato, como resultado de la pacificación del país, y su integración al modelo económico mundial bajo el esquema de un proveedor de materia prima, dependiente de los centros industriales mundiales, la imagen de la nación deberá de ser cuidadosamente manejada y difundida para evitar cualquier sensación de traición al proyecto liberal nacionalista por el que tanto se luchó durante el siglo XIX.

Esta proyección de la patria consolidada, la podemos observar a través de dos ejemplos: El primero, a principios de la década de los 1880, cuando el porfirismo aun goza de la legitimidad liberal y revolucionaria, Díaz acaba de dejar la presidencia en manos de Manuel González y aun no es el dictador de las reelecciones perpetuas, es en este momento cuando cristaliza el máximo proyecto de la redacción de una historia patria integral, dirigida por el general Vicente Riva Palacios, la obra «México a través de los siglos», que intentará por primera vez narrar la historia del país como un todo coherente, incluyendo las civilizaciones prehispánicas, el virreinato el México independiente y sus revueltas e intervenciones a lo largo del siglo XIX. Riva Palacios, por primera vez verá a México como resultado lógico de un proceso que incluye todas las etapas antes mencionadas, además de que intentará darle credibilidad a su proyecto incluyendo los puntos de vista de conservadores y liberales (en el mismo estilo que Díaz integraría sus gabinetes), y esto sin haber mencionado lo innovador que resultó en la década de los 1880 una obra profusamente cargada de imágenes, mapas y esquemas, situación poco común en la época. Como Enrique Florescano nos menciona:

«impulsó un programa antes difícil de imaginar, cuya ambición era desaparecer las diferencias mediante la forja de una identidad cultural compartida por diversos grupos sociales… El título y subtítulo de esa obra monumental, dividida en cinco gruesos tomos lujosamente editados, era una respuesta a esas demandas.»{6}

Un segundo ejemplo en el que el porfiriato presenta una imagen consolidada de la Nación, será justamente durante las celebraciones del centenario de la independencia, en el año de 1910, el escaparate ideal para presentar a México como un estado y una nación moderno, fuerte, viable y además integrada al mundo. La visita de delegaciones de todo el mundo y felicitaciones por parte de los países más poderosos del planeta, así como todo un despliegue de imágenes patrias, intentarán cumplir con estos objetivos.

Tercer momento. La Revolución Mexicana de 1910 y los gobiernos revolucionarios

Sin embargo, la nación sigue siendo hasta el centenario, posesión de unos cuantos, no todos los habitantes del estado mexicano forman parte de la nación, por lo que habrá que esperar hasta el tercer momento para la concreción de una Nación Mexicana aceptada por la mayoría de la población, esta llegará con la Revolución de 1910, o mejor dicho, las revoluciones que se suceden entre 1910 y la mitad del siglo XX. Ya nos decía Arnaldo Córdova, que la Revolución Mexicana tiene lugar en el contexto de la aparición del «Estado de Masas», ya que la revolución misma fue desde sus inicios un fenómeno de masas{7}, así podemos ver que su proyección convertirá el concepto de la nación, por primera vez en algo que incumbe a todos los habitantes del estado. Aunque más adelante nos aclarará que los movimientos populares (obrero y campesino) que la iniciaron, terminarán por ser derrotados militarmente (incluso confrontándoles entre sí) e incorporados por el grupo vencedor de manera subordinada y corporativizada a través del partido de estado y las estructuras sindicales, al tiempo que estos vencedores sabrán hacer propias las demandas con las que estos grupos, ahora subordinados, iniciaron la contienda armada{8}.

Si bien encontramos una serie de proyectos nacionales entre los diferentes grupos contendientes, tanto la Constitución de 1917, como posteriormente los gobiernos revolucionarios a partir de 1920, llevarán a conformar un proyecto de nación, que fue ampliamente aceptado hasta aproximadamente los años 60, y en el que las disidencias fueron en buena medida marginalizadas y controladas. El proyecto estuvo dirigido férreamente desde una autoridad central, representada primero por Álvaro Obregón, luego por el Jefe Máximo, Plutarco Elías Calles, y finalmente, a partir de Lázaro Cárdenas por el presidente en turno. Los gobiernos surgidos del movimiento revolucionario, identificarán a la propia revolución con la nación mexicana como elemento central para su legitimidad y permanencia en el poder, esta será el nuevo mito fundacional de la nación, o como nos dice Enrique Semo:

«La revolución mexicana, es el concepto fundamental de la burguesía contemporánea en nuestro país. No es común que en pleno siglo XX, exista una burguesía cuya legitimación se derive de su participación en una revolución de este siglo.»{9}

Así, crear en la mente de las masas la idea de que ellos eran parte de la revolución triunfante y que por lo tanto de alguna manera, los gobierno emanados de este movimiento era reflejo de sus demandas y más aun, que ellos eran parte del propio gobierno, se convertiría en una tarea fundamental para traer la estabilidad al país. José Vasconcelos, constructor del proyecto de la Secretaría de Educación Pública durante el gobierno de Obregón, es en muchos sentidos el gran difusor del moderno concepto de México, él conquistó para la nación y la revolución, territorios donde los ejércitos fueron ineficaces, con proyectos como las «misiones culturales», las bibliotecas itinerantes, y el apostolado de la educación, en buena medida inspirado en los misioneros españoles de comienzos del virreinato{10}, logró que en cada rincón del México-Estado, los habitantes, se sintieran verdaderamente parte de un México-Nación.

El proyecto fue en buena medida exitoso, por lo menos hasta finales del siglo XX, pero quedaría por recordar que las naciones no son conceptos estáticos, sino que se redefinen constantemente, ya que además de las afinidades históricas y culturales también está la comunidad de aspiraciones. Hoy en día México representa un reto como nación, hoy se debate en el dilema de cómo incorporar las aspiraciones de millones de mexicanos en un proyecto incluyente y evitar que muchos busquen alcanzar sus aspiraciones en proyectos alternos.

Bibliografía:

  1. Brading, David. «Los Orígenes del Nacionalismo Mexicano», ERA, México 1980.
  2. Córdova, Arnaldo. «La Formación del Poder Político en México», Era, México 1972.
  3. Delgado, Gloria. «Historia de México, Formación del Estado Moderno», Alhambra, México 1987.
  4. Florescano, Enrique. «Historia de las Historias de la Nación Mexicana», Taurus, México 2003.
  5. Semo, Enrique. «Reflexiones sobre la Revolución Mexicana», en Interpretaciones de la Revolución Mexicana, Nueva Imagen, México 1988.

Notas

{1} Con este comentario no se pretende negar su existencia, sino más bien abrir una puerta a la reconsideración del alcance del término «Nación Mexicana», entendiendo que por esta, no se ha entendido siempre lo mismo, en ese sentido también se ha manejado desde el propio título la frase «Idea de la Nación Mexicana». La idea de cualquier nación está en construcción y deconstrucción permanente.

{2} David Brading, Los Orígenes del Nacionalismo Mexicano, ERA, México 1980.

{3} «No hizo igual por nación alguna.»

{4} Enrique Florescano, Historia de las Historias de la Nación Mexicana, Taurus, México 2003, pág. 273.

{5} Florescano, Op. cit., pág. 275

{6} Florescano, Op. cit., págs. 347-348

{7} Arnaldo Córdova, La Formación del Poder Político en México, Era, México 1972, pág. 28.

{8} Córdova, Op. cit., pág. 33.

{9} Enrique Semo, «Reflexiones sobre la Revolución Mexicana» en Interpretaciones de la Revolución Mexicana, Nueva Imagen, México 1988, pág. 135.

{10} Gloria Delgado, Historia de México, Formación del Estado Moderno, Alhambra, México 1987, págs. 240-241.

 

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