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El Catoblepas, número 110, abril 2011
  El Catoblepasnúmero 110 • abril 2011 • página 11
Artículos

Emilia Pardo Bazán y el 98

Iván Vélez

En torno a su obra historiográfica y política{1}

Sarria, 5 de marzo de 2011: Iván Vélez, Héctor Ortega Sánchez, Gustavo Bueno Sánchez

1. Constantes en la obra de Emilia Pardo Bazán. Nacionalismo, lengua y figuras históricas

La noche del 15 febrero de 1898 el buque americano Maine explotó en el puerto de La Habana constituyendo el detonante, algunos dirán el casus belli, de la intervención de Estados Unidos en la guerra que definitivamente sirvió para que Cuba lograra su independencia con respecto de España, una independencia cuyo primer episodio comenzó con la ocupación de tierras cubanas por parte de tropas americanas, bajo la forma de un gobierno de intervención del cual queda, como histórica y célebre reliquia, la base militar de Guantánamo. En julio de 1898, el Imperio Español comenzaba a ser historia.

Aunque el conflicto cubano venía de lejos y tuviera un final previsible, la pérdida de las últimas provincias de ultramar, pues a Cuba hemos de unir Puerto Rico y Filipinas, supuso una verdadera conmoción en España, dando lugar a muy diversas reacciones entre las que destaca la cristalización, en torno a esa fecha y a tal acontecimiento, de lo que se llegó a denominar Generación del 98. Por otra parte, el último tercio del siglo XIX asiste al despegue de los movimientos nacionalistas fragmentarios que de este modo se desentendían de una España que en 1882 había aprobado la Ley de Relaciones Comerciales con las Antillas, por la cual se otorgaba a los industriales catalanes el monopolio del comercio textil de las islas, al gravarse con elevados aranceles la entrada de productos extranjeros. Si Cataluña vivía momentos de esplendor industrial y político –en 1892 Prat de la Riba y Francisco Cambó enuncian las Bases de Manresa- muy diferente era lo que ocurría en Galicia a finales del XIX. A pesar de los intentos de poner en marcha proyectos industriales en Galicia, entre los que destaca el llevado a cabo por el asturiano Antonio Raimundo Ibáñez, fundador de la fábrica de cerámica de Sargadelos, quien enriquecido por sus negocios con las Indias, puso en pie dicho complejo fabril, Galicia seguía siendo una tierra atrasada que no exportaba elaboradas manufacturas sino mano de obra barata. En el origen de estos, por entonces, incipientes movimientos nacionalistas hemos de situar iniciativas puestas en marcha en el siglo XVIII, durante el reinado de Carlos III, cuando se confeccionan algunas de las señas de identidad en que se apoyarán dichas facciones separatistas de finales del XIX: u claro ejemplo de ello es la invención de los trajes regionales, proyecto que se inserta en la búsqueda de la unidad dentro la diversidad, carácter que se pretendía dar a la España borbónica y al que contribuyeron clérigos gallegos como el monje benedictino orensano Martín Sarmiento, colaborador de Feijóo{2} y partidario de que los niños gallegos fueran educados en las escuelas en su lengua regional, así como que los feligreses de esta región fueran confesados en gallego.

Pese las evidentes desigualdades, los nacionalistas gallegos, que poco a poco fueron adquiriendo vigor, se integraron en 1923 en la coalición Galeusca, junto a sus pares catalanes y vascos, en una alianza que ha resurgido de tanto en tanto.

Así pues, con el 98 como referencia, a través de la obra de Emilia Pardo Bazán, especialmente en la poco tratada labor periodística y ensayística de la escritora, trataremos someramente de estos movimientos nacionalistas que despegan con el cambio de siglo y que la propia escritora percibe, «rachas separatistas de Vizcaya y Cataluña» las denomina en las páginas de su obra La España de ayer y la de hoy{3}; y con mayor profundidad, de la acuñación de la fórmula «Leyenda Negra», en el contexto del Regeneracionismo que siguió al Desastre.

Por lo que respecta al primer tema, éste es abordado en un libro de contenido heterogéneo titulado De mi tierra{4} (Tipografía de la Casa de Misericordia, La Coruña 1888), obra que recoge diversos trabajos, casi todos en relación con la lengua y literatura gallegas, que en paralelo a movimientos como el de la Renaixença catalana o los Juegos Florales celebrados en Vascongadas –en Galicia se llamará Rexurdimiento–, se recuperaban lentamente a finales del siglo XIX. Con relación a estos asuntos, creemos, comienza la actual impopularidad de la escritora gallega, pues en las páginas citadas, ya percibe los peligros políticos de tal resurgir cultural y lingüístico:

«...el renacimiento lleva en sí un germen de separatismo, germen poco desarrollado todavía, pero cuya presencia es imposible negar, y que acaso sea el único fruto político y social de este florecimiento poético.»{5}

El cariño que la escritora tenía por la lengua gallega, no impidió que se refiriera a ella como «dialecto», estableciendo de este modo una diferencia de escala con respecto al español, como veremos más adelante. De un modo parecido con lo ocurrido con las cuestiones lingüísticas, la escritora, al tratar sobre asuntos territoriales, distingue claramente entre patria y tierra, entendiendo la primera como un territorio sentimental, mientras la segunda se aproxima a la idea que de la nación dio la Constitución de Cádiz de 1812. Literalmente dice lo que sigue:

«...la patria representa una idea más alta aun, y la patria para los españoles todos, donde quiera que hayan nacido, desde la zona tropical hasta el cabo de Finisterre, es España, inviolable en su unidad, santa en sus derechos.» (pág. 40.)

En 1885 ya no existían españoles «de ambos hemisferios», pero sí nacidos en las Antillas o en la Península. Hechas estas consideraciones, doña Emilia pasa a tratar en torno al separatismo, calificado de «peligrosa utopía» las ideas defendidas por Pí y Margall, que encuentran uno de sus principales puntos de apoyo en las literaturas regionales que tan bien conocía la escritora nacida en La Coruña.

En esa misma línea hostil a los nacionalismos rampantes que pretenden fundarse en elementos culturales regionales, fundamentalmente en las llamadas lenguas vernáculas, continúa abundando doña Emilia en el prólogo que escribe para la obra de José Pérez Ballesteros, titulada El cancionero popular gallego (1886). En dicho prólogo, la escritora se muestra contundente. Tras afirmar «la unidad psíquica, fuerte y misteriosa» de las formas métricas gallegas, añade con intenciones aclaratorias:

«No por eso transijo con que juzgue que se han modificado mucho ciertas ideas mías desde el año de 1883 [...] repito aquí lo que entonces dije: que no hay nacionalidades peninsulares, ni quiera Dios que se sueñe en haberlas, ni permita, si llega este caso inverosímil, que lo vean mis ojos.» (pág. 100.)

En otro trabajo: «¿Idioma o dialecto?», irá aún más lejos, uniendo la necesidad de que cada nación política se decante por un idioma, subrayando la necesidad de que se fortalezcan instituciones y símbolos reconocibles como son los himnos o las banderas. Siguiendo la máxima primum non est summun sentencia:

«Nada influye en la preponderancia definitiva de una lengua su antigüedad, antes es dato negativo muchas; ni aun su estabilidad, pues es ley en ellas la variación hasta cuando subsisten.»{6}

Sus tesis parecen sintonizar con la recientemente expuesta en la Real Academia por la filóloga Inés Fernández-Ordóñez Hernández en el discurso de ingreso pronunciado el 13 de febrero de 2011. En éste, la nueva académica niega el castellanismo exclusivo del español, idioma que lejos de purezas esenciales y dotado de gran dinamismo, se habría construido con materiales procedentes de otras lenguas y territorios ajenos a Castilla, algunos de ellos, claro está, originarios de Galicia.

Dejando al margen la cuestión lingüística, en la trayectoria de Emilia Pardo Bazán encontramos diversos temas que constituyeron una constante en su interés personal. De entre éstos, destaca la atención que prestó a algunas figuras de la Historia de España. En concreto, los conquistadores españoles le fascinaron siempre. Prueba de ello son los artículos que dedicó a Pizarro, destacando el titulado: «Francisco Pizarro, historia de la conquista de Perú», así como un gran número de trabajos periodísticos publicados en ABC, entre los que podemos citar: «Hernán Cortés y sus hazañas» (1914), de fuerte tono apologético, que enlaza con su juvenil interés por este conquistador y por su soldado y cronista, Bernal Díaz del Castillo.

El interés por estos personajes no decayó con el paso del tiempo, así, y también en ABC, concretamente en la tercera página del día 30 de diciembre de 1918, aparecerá el artículo: «Algo de crítica. Los conquistadores», que resulta ser un análisis del libro del mismo título escrito por José María Salaverría Ipenza, al que califica de «españolista», adjetivo que en la época iba muy ligado a los sectores carlistas, pero que poco a poco fue encontrando otros cauces. En este tardío artículo –la escritora muere en 1921–, encontramos ya una alusión directa a la obra de Julián Juderías, La leyenda negra:

«La afirmación españolista que rezuma en sus páginas tiene precedentes no sólo en el extranjero, sino en España misma. A ella responden trabajos como el del americano Lumnis, acaso no muy propiamente titulado Los exploradores españoles, y el meditado prólogo con que lo encabezó Altamira; el de D. Julián Juderías La leyenda negra, y algunos más que pudieran citarse…»

Apenas seis meses antes de su muerte, y también en ABC, la escritora vuelve sobre estos asuntos. Concretamente, el miércoles 3 de noviembre de 1920, en un artículo titulado «Kronprinz Guatimozin», establece claras diferencias entre la religión católica y la practicada en el México azteca, caracterizada como antropomorfa, en una calificación que podríamos emparentar con las religiones secundarias que define la filosofía materialista de la religión, a la vez que distingue entre un canibalismo nutritivo y uno ritual. Pero sobre todo, la Pardo Bazán arremete contra figuras como el dramaturgo alemán Gerardo Hauptmann a cuenta de su obra El sabio salvador, quien, en palabras de la gallega:

«Escudado con el nombre de «fantasía» Hauptmann incurre en todo género de errores o más bien de voluntarias alteraciones de una verdad histórica demasiado conocida para que sea lícito atentar contra ella.»

Y, después, con gran lucidez, prosigue refutando la negrolegendaria y tópica imagen a la que se acoge el premio Nobel alemán:

«Las últimas investigaciones modifican bastante la similitud del poder de Moctezuma y el de Carlos V; Hauptmann ve en el Soberano de Méjico, invariablemente no un jefe de hombres y de Confederación –lo que realmente era– sino un Kaiser, y en Guatimozin, un kronprinz hecho y derecho.»

Si la conquista de América le interesó siempre, la obra de un gallego universal atrajo también, y de forma constante, su atención. Nos estamos refiriendo al padre Feijoo, figura que nos servirá como bisagra o gozne que nos permita entrar en la segunda parte de esta conferencia: la acuñación, o al menos uno de sus más tempranos usos, de la expresión «leyenda negra» por parte de Emilia Pardo Bazán. El gusto por la obra feijooiana le acompañó siempre. En 1876, nuestra escritora venció a la ferrolana Concepción Arenal con ocasión del certamen literario convocado en Orense para conmemorar el segundo centenario del nacimiento del monje benedictino. Por otra parte, en 1887 escribe un discurso que es leído en el certamen literario que se celebró con ocasión de la erección de una estatua a Feijoo en Orense. El discurso se pronunció el 10 de septiembre de ese año y figura en el aludido De mi tierra. En su alocución, la escritora no duda en compararlo con Voltaire para, apoyándose en el orensano, matizar el papel jugado por la Inquisición y para reivindicar la existencia de una España, la del siglo XVIII, a la altura de los tiempos con respecto a la Europa de la luces.

La influencia de Feijoo en Emilia Pardo Bazán no terminaría ahí, pues no es casualidad que la revista que en 1891 fundara la Condesa, llevara por título Nuevo Teatro Crítico. En sus páginas aparecieron trabajos de temática histórica como una conferencia pronunciada en el Ateneo de Madrid en torno a Cristóbal Colón: «Colón y los franciscanos», que será la base sobre el que se apoye para lanzarse en pos de obras más ambiciosas tales como un estudio titulado «El descubrimiento de América en las letras españolas».

Antes de abandonar al padre Feijóo, hemos de señalar que éste, sin emplear literalmente la fórmula «leyenda negra», pero casi acariciando dicha construcción, el erudito monje se refiere a las campañas propagandísticas que buscan el menoscabo de lo español en los siguientes términos:

«No pudiendo los ojos mal dispuestos de las demás naciones sufrir el resplandor de la gloria tan ilustre, han querido oscurecerla, pintando con los más negros colores los desórdenes que los nuestros cometieron en aquellas conquistas. Pero en vano. Porque sin negar que los desórdenes fueron muchos y grandes, subsiste entero el honor que aquellas felices y heroicas expediciones dieron a nuestras armas…» (Teatro Crítico Universal. Discurso trece. Glorias de España. Primera parte XXV)

2. La España de ayer y la de hoy y la Leyenda Negra

Momento es de ocuparnos de la expresión «leyenda negra», cuyo nacimiento público, en el sentido que aquí nos interesa, parece surgir el día 18 de abril de 1899, cuando, invitada por la francesa Sociedad de Conferencias, Emilia Pardo Bazán pronuncia en la parisina Sala Charrás la conferencia titulada: «La España de ayer y la de hoy». El acto, que tuvo un gran eco en la prensa nacional e internacional de la época pese a que la organización no permitió la entrada a periodistas, dio como fruto su rápida publicación en forma de un libro en edición bilingüe que, con el mismo título, vio la luz en mayo de 1899 gracias a la imprenta de Agustín Avrial, sita en la madrileña calle de San Bernardo, próxima al domicilio familiar de la Condesa. La invitación por parte de la Sociedad de Conferencias, sin embargo, se había producido en octubre de 1898, con el Desastre de Cuba muy fresco en la mente de los españoles. En La España de ayer y la de hoy, se unen juicios sobre detalles muy concretos del conflicto bélico con argumentos de mayor calado histórico que dan lugar a un primer balance del finiquitado Imperio Español.

La conferencia en cuestión, fue redactada y pronunciada en el idioma francés que tan bien conocía doña Emilia gracias no sólo a los inviernos que durante su niñez pasó en un colegio francés madrileño, sino también a las numerosas temporadas que la escritora gallega residió en Francia. En su obra, la influencia francesa se une al influjo del krausismo, espiritualismo con el que contactó a través de Francisco Giner de los Ríos, y que dio como fruto su reiterada defensa de la educación, en la cual cifra la orensana todas las esperanzas regenerativas de España. La vinculación de Emilia Pardo Bazán con la cuestión educativa, propició el hecho de que en 1910 fuera nombrada Consejera de Instrucción Pública, pasando, en 1916, a ocupar el puesto de catedrático de Lenguas Neolatinas de la Universidad Central de Madrid. Su feminismo le procuró la dirección de la Biblioteca de la Mujer, pero acaso le cerró las puertas de la Real Academia, que tampoco se abrieron para dejar paso a Concepción Arenal, ingreso propuesto por la mismísima Pardo Bazán.

Pero regresemos a «La España de ayer y la de hoy». Es en dicha conferencia, donde se emplea, por primera vez, en sentido político y en español, la expresión «leyenda negra», si exceptuamos otros usos, algunos, por cierto, relacionados con la Guerra de Cuba. Es el caso de la noticia que podemos consultar en el número correspondiente al domingo 8 de agosto de 1897 del periódico La Correspondencia de España. En una información firmada por Manuel Ortiz de Pinedo bajo el título «La raza de color en Cuba» se lee:

«Con la muerte providencial del caudillo concluyó la leyenda negra.»

La información da cuenta de la muerte del mulato caudillo cubano Antonio Maceo, y va referida al oscuro color de su piel.

Las tesis sostenidas en la conferencia de París, que rápidamente fueron incorporadas, incluyendo el célebre rótulo, al vocabulario de la prensa de la época, fueron mantenidas poco después por Emilia Pardo Bazán en el Discurso inaugural del Ateneo de Valencia pronunciado la noche del 29 de Diciembre de 1899, publicado por Tipográficas de Idamor Moreno. En la conferencia, como se puede observar, trata de forma implícita las dos leyendas a las que se refirió en la capital francesa:

«Ni el fenómeno del indiferentismo desdeñoso hacia la patria está aquí basado sólo en el regionalismo más o menos separatista; no lo creáis: aunque sea ese síntoma uno de los más aparentes de nuestro estado general de atonía, no hay que achacarle toda la culpa ni quizás el mayor tanto de ella. Por estímulos al fin menos explicables que los del particularismo de las regiones; por egoísmos de clase o de bandería; por ambiciones, intereses y codicias personales y bastardas, se ha prescindido aquí de la patria, y arrojado por la ventana su interés y su honra. Y a veces, aun sin que medien reprobables estímulos, sólo por una especie de inercia que delata el marasmo crónico, se mira aquí la suerte de la patria con frialdad, como algo que no importa, que incumbe sólo a los gobernantes; así, merced a la versatilidad de aquellos cuyas convicciones no se basan en nada reflexivo, hemos pasado de la presunta arrogancia con que nos parapetábamos tras la leyenda, al escepticismo acorchado y burlón que no tardará en renegar hasta de lo pasado desconociendo su eficacia para elaborar lo porvenir.»

El final del discurso intenta proporcionar soluciones a la grave crisis en que se hallaba sumida la Nación, unas soluciones, de carácter pedagógico –instruirse, instruirse, instruirse- por las que vuelve a soplar el espíritu de la Institución Libre de Enseñanza:

«Si me preguntasen cómo podrá España seguir existiendo, –dice la oradora– qué hacer para conseguirlo, diré que lo primero, instruirse, lo segundo, instruirse, lo tercero, instruirse, y después, desenvolverse con arreglo a su naturaleza, y con variedad y libertad, reconociendo, respetando, cultivando la intimidad de cada región.»

Las reacciones a las tesis defendidas por la Pardo Bazán, no se hicieron esperar. Rubén Darío, afectado del virus negrolegendario, y apuntando maneras regeneracionistas aderezadas de tópicos, se hizo eco de la conferencia en un artículo que lleva por título «La Pardo Bazán en París. Un artículo de Unamuno», recogido en su libro España contemporánea (Librería de la Viuda de Charles Bouret, París 1901) también se refiere a su discurso parisino. La célebre conferencia, fue percibida por muchos como un ataque a la nación.

Pero, reacciones al margen, ¿cuál es el contenido de la conferencia parisina?

La intervención de Emilia Pardo Bazán, toma como punto de partida la llamada «leyenda dorada», fuente de muchos de los males que, según la Condesa, aquejaban a la España que acababa de perder sus territorios de ultramar. Es la autocomplacencia española, que hunde sus raíces en el recuerdo de un pasado glorioso, su «apoteosis» en palabras de la escritora, la que ha propiciado la decadencia de la Nación a finales del XIX:

«La leyenda se pega; la comunicamos á los extranjeros porque la llevamos= en la masa de la sangre; y esa funesta leyenda ha desorganizado nuestro cerebro, ha preparado nuestros desastres y nuestras humillaciones.» (pág. 62.)

La leyenda dorada, que en muchas traducciones de la conferencia se transformará en     «aúrea», se cimenta en una época, la del esplendor imperial, que amplió hasta extremos universales las fronteras hispanas. Fijada la leyenda dorada, que se nutre de contenidos provenientes de la España imperial, la escritora gallega enumerará, de forma sucinta, todos los componentes que forman parte de la leyenda negra. La expulsión de judíos y moriscos, la Inquisición, la empresa americana o el hidalguismo, desfilan por su discurso. Será al final de esta relación, cuando reaparezca la figura del padre Feijóo, símbolo de una ilustrada España posible, que pudiera mantener su vigor imperial por medio de una serie de cambios. Según sus propias palabras, Feijóo:

«…quiso combatir y extirpar los errores comunes, las supersticiones del vulgo, y tronó contra la ciencia increíblemente atrasada, contra los falsos milagros, contra la hipocresía y la necedad; señaló con ademán enérgico hacia la negra cueva de las brujas donde había sido maleficiado el último rey de la dinastía austriaca. El monje tuvo partidarios y lectores y admiradores, pero se hizo sospechoso; llovieron sobre él libelos é impugnaciones, y hasta se le acusó de impiedad y herejía y se le comparó á Voltaire. Fue preciso que el monarca en persona, por medio de un decreto, prohibiese atacar al Padre Feijóo; así se trataba de reformar á España, de real orden, cuando sería indispensable que la reforma comenzase por las capas profundas. Y aun por eso, á despecho de excelentes intenciones y de resultados positivos que no quiero desconocer, no consiguieron los primeros Borbones modificar radicalmente el estado del país. Al españolizarse, los Borbones se pusieron de parte de la leyenda, y el decaimiento de la Inquisición contribuyó á reforzar el absolutismo monárquico, sin beneficio alguno para la vida nacional.» (págs. 69-70.)

La alusión a las «capas profundas», la capa basal según nuestra particular perspectiva, parece situar el problema en su proximidad a la superstición, frente a la cual la Pardo Bazán sitúa sus luminosos ideales didácticos y pedagógicos. Frente a esta posibilidad regeneracionista, se alzarán, por un lado, la amenaza del carlismo como ideología esencialista y, por otro, conectados con la Guerra de Cuba, los oligarcas acaudalados españoles que, a diferencia de sus pares norteamericanos, pagaban la incomparecencia de sus hijos en la guerra en vez de enviarlos al frente como hacían los useños. Los herederos de los conquistadores, a los ojos de la escritora gallega, se habían hecho acomodaticios. En el ocaso del Imperio Español, coincidente con el ascenso de los Estados Unidos, ya no hay duques de Alba sobre los campos de batalla, sino españoles de más baja cuna, cuyo símbolo es el célebre expósito Eloy Gonzalo, héroe de Cascorro.

Finalmente, esta primera parte de la conferencia se refiere al verdadero papel que el clero, en una sociedad percibida desde el extranjero como fanatizada por la Iglesia, tenía en la época. Según el diagnóstico de doña Emilia, en España los clérigos no tienen ya influencia real, habida cuenta del fracaso de sus iniciativas con ocasión de la Guerra:

«Al saberse nuestros últimos desastres, algunos obispos dieron pastorales condenando los regocijos públicos y excitando á los fieles á respetar el luto de la patria. Nadie hizo caso: la voz cristiana y patriótica de los obispos fue ahogada por el cascabeleo de los coches que llevaban inmensa muchedumbre á la plaza de toros.» (pág. 74.)

Mediada la conferencia, ésta se dirigirá a refutar en unos casos, y a alabar en otros, otros de los componentes de la Leyenda Negra. De este modo, se exalta el quijotismo del español, encarnado en la figura de Isaac Peral, cuya desgracia va ligada a la falta de unas estructuras científicas estatales sólidas; a la vez que se lamenta la escasa iniciativa industrial de los españoles, excepción hecha de vascos y catalanes, todo ello antes de lanzar una acertada arenga feminista que de nuevo pone de relieve uno de los temas recurrentes en la obra de doña Emilia:

«La mujer, en España, está desautorizada para cursar en Institutos y Universidades; mas si lo hace, causa extrañeza é incurre en reprobación tácita ó explícita; las familias no se atreven á desafiar el criterio general, y no queda á la mujer más salida que el matrimonio, y, en las clases pobres, el servicio doméstico, la mendicidad y la prostitución. Millones de mujeres españolas no saben leer ni escribir.» (pág. 80.)

El final del discurso, en el cual son las figuras de Castelar y Cánovas quienes encarnan los atributos de la Leyenda Negra y la dorada, dos caras de una misma moneda, tiene un indudable aroma regeneracionista. Los sólidos cimientos, al menos para Emilia Pardo Bazán, en que debe asentarse tal recuperación, nos devolverán a otra de sus constantes, la apelación a la enseñanza como solución y balsámico antídoto contra las tiranías –particularmente el caciquismo– que paralizan a España.

Hasta aquí un somero análisis de la obra La España de ayer y la de hoy.

Si es, al menos hasta donde conocemos, la escritora gallega quien comienza a emplear la fórmula «leyenda negra» aplicada al conjunto de relatos, tanto españoles como extranjeros, cuyo fin es erosionar la imagen de España, no es menos cierto que este rótulo es empleado también, ya en ese mismo año, por el clérigo catalán Cayetano Soler en su obra El fallo de Caspe, y algo más tarde, para referirse a la brutal represión con que se trató a los anarquistas de la época tras la Semana Trágica, simbolizada en el caso Ferrer. Existe incluso en la época otro uso de esta expresión, ajeno a la política, el que va referido a los peligrosos toros de la ganadería de Miura. Si bien, situar en pie de igualdad tales acepciones de la leyenda negra, constituye a nuestro juicio un grave error que hace perder al sentido por nosotros estudiado, todas sus especificidades.

El uso empleado por Emilia Pardo Bazán, afianzado por su empleo en prensa, encontró un fuerte impulso una década después, con la irrupción de Vicente Blasco Ibáñez y sus famosas conferencias argentinas en el Teatro Odeón pronunciadas en junio de 1909 pero, sobre todo, por medio de Julián Juderías y Loyot, autor del clásico La leyenda negra y la verdad histórica: contribución al estudio del concepto de España en Europa, de las causas de este concepto y de la tolerancia política y religiosa en los países civilizados (Tip. de la Revista de Archivos, Madrid 1914).

Pese a los esfuerzos de Emilia Pardo Bazán y de una larga serie de escritores e historiadores que han ido desmontando muchos de los argumentos negrolegendarios, éstos, sin embargo, como la propia gallega percibió, calaron hondo en los españoles, muchos de los cuales abominan de la Historia de España. Esto, sin embargo, en nada empaña la labor de la escritora gallega, a la que hemos querido rendir nuestro modesto homenaje con el propósito de contribuir a la rehabilitación y difusión de la obra de esta española cuyas tesis son inasumibles dentro de los estrechos márgenes de los nacionalismos contra los que se manifestó. Emilia Pardo Bazán puede ser borrada de pequeñas y locales antologías guiadas por el sectarismo, mas, si su figura se ve a través del prisma español, un prisma necesariamente de escala universal, ésta no hará más que agrandarse hasta ensombrecer a aquellos que, con artes propias de meigas y trasgos, consiguen medrar en el proceloso mundo cultural oficial.

Sarria, 5 de marzo de 2011: Iván Vélez, Héctor Ortega Sánchez, Gustavo Bueno Sánchez

Notas

{1} Texto base de la conferencia pronunciada el 5 de marzo de 2011 en la sede de la Asociación Cultural Meigas e trasgos, organización que desde hace cuatro décadas, desarrolla sus actividades en la ciudad lucense de Sarria. He de agradecer la acogida que nos brindó la Asociación, y en particular, el gran trabajo realizado por el principal organizador: Héctor Ortega Sánchez.

{2} Véase Antonio Bonet Correa, Fiesta, poder y arquitectura: aproximaciones al barroco español, Akal, Madrid 1990.

{3} Emilia Pardo Bazán, La España de ayer y la de hoy (Imprenta de Agustín Avrial, Madrid 1899), pág. 87.

{4} Hemos empleado la reedición hecha por Edicións Xerais de Galicia (Vigo 1984).

{5} Op. Cit. Pág. 40. «La poesía regional gallega». Discurso leído en el Liceo de Artesanos de La Coruña el día 2 de septiembre de 1885.

{6} «¿Idioma o dialecto?», pág 295.

 

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